Sunday, August 2, 2020

Como Guardarse de los Falsos Profetas

Octavo Domingo después de Trinidad

2º de agosto, A+D 2020

Como Guardarse de los Falsos Profetas

Jeremías 23:16-19, Hechos 20:17-38, San Mateo 7:15-23

Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis.

      Siempre ha sido igual: las ovejas tienen que escuchar bien y discernir la predicación de sus pastores auxiliares, para saber que estén predicando el mismo mensaje que el Buen Pastor, Cristo Jesús. Peor, con tantas divisiones en la cristiandad, con las diferencias de enseñanza tan importantes como existan hoy en día, hay que admitir que el porcentaje de predicadores falsos es muy alto.  Porque Cristo siempre ha sido muy claro: hay una sola verdad, y cualquier predicador que contradice esta verdad es un profeta falso.  Entonces, con tanta discordia, muchos predicadores tienen que ser equivocados. 

      Pues, ¿cómo podéis guardaros de los falsos profetas?  Bueno, Jesús nos da la guía:  Por sus frutos los conoceréis.  Buen fruto, profeta fiel.  Fruto malo, profeta falso.  Ya está.  Pero, ¿qué es el fruto de un profeta?  ¿Tiene que ver con la conducta de vida de los predicadores, o con algo diferente?

      Bueno, no es que la conducta de vida no sea importante, para predicadores y cada cristiano.  Pero el fruto que distingue un profeta de lo demás miembros del Pueblo de Dios es su vocación de predicar públicamente.  El fruto principal de un profeta es el mensaje que sale de su boca.  Fruto malo sería cualquier mentira acerca de Dios y su salvación.  Fruto bueno sería la verdad.  Pero todavía queda la pregunta: ¿cómo debemos juzgar estos mensajes? 

     Nuestras lecturas de hoy nos ayudan mucho.  Nos hablan de, al menos, tres tipos de falsos profetas.  Pueden ser más, pero abarcaremos un porcentaje alto de los casos solamente por hablar de estos tres: los falsos profetas crasos, soñadores, y rapaces.

 1.   Los falsos profetas crasos:  Son aquellos que mienten sobre la identidad de Dios.  Que permiten o aun dirigen al Pueblo de Dios de confiar en Baal, es decir, en dioses falsos, o ídolos.  Hay un solo Dios, y es celoso, como muestra su primer mandamiento: No tendrás otros dioses apartes de mí.   Por supuesto, un falso profeta craso no es solamente el que promueve un ídolo en lugar del verdadero Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sino también el que predica en el Nombre del Señor, pero a la misma vez también predica en los nombres de otros dioses.  Hay muchos que dicen:  “Tranquilo, al final no importa cual dios adoras, porque todos los caminos llegan al mismo destino.”  Pero no.  Esto es falso.  Hay un solo camino a Dios, porque solo hay un Dios, y todos los pretendientes deben ser rechazados.  

 2.   Los falsos profetas soñadores:  Son aquellos que dicen que Dios no toma en serio su propia Ley.  Oímos de estos mentirosos en la lectura de Jeremías hoy.  Los soñadores minimizan la seriedad del pecado y aseguran a sus oyentes que no haya nada que deban cambiar.  Te dicen: “tú puedes seguir en la obstinación de tu corazón, y no pasará nada.”  “Paz tendréis,” es su mensaje a pecadores, “sed tranquilos, no vendrá mal sobre vosotros.”

 

   El profeta fiel declara que el Señor aborrece el pecado, y, sin un cambio radical, Dios no tendrá nada salvo castigo para los pecadores.  Es un mensaje sin aficionados.  Es durísimo.  Finalmente, sólo entendemos esta realidad dificilísimo cuando miremos a la Cruz.  Allí es donde captamos la seriedad del pecado, de nuestro pecado, cuando veamos la humillación y el sufrimiento que fueron el coste de nuestro rescate.  En el Calvario vemos la tempestad de Jehová que salió con furor, la cual saldrá todavía sobre todos que se burlan de la Ley y la Justicia de Dios. 

 3.   Los falsos profetas rapaces:  Finalmente, hay los lobos, que mantienen la Ley, pero dicen que la Ley es la suma total del mensaje de Dios a nosotros.  En la Cruz de Cristo vemos la seriedad de la Ley, pero esto no es el final de la historia.  Es verdad que el furor del Padre contra nuestro pecado sólo se puede reconocer correctamente en el padecimiento de su Hijo Jesús.  Pero hay más al relato, algo extra, lo cual Dios quiere que sea predicado.   Los profetas lobos quieren parar la historia justo allí, en la tristeza de la muerte de Jesús, con sus oyentes atrapados en la desesperación.  Lo hacen para mantener un control cruel sobre las ovejas.  El fruto malo de los lobos rapaces es no perdonar al rebaño, es rehusar anunciar el otro lado del mensaje de la Cruz. 

 

   Porque, en el mismo momento terrible, el Padre, junto con el Hijo y el Espíritu Santo, también nos amó.  El Dios Trino, en la crucifixión, expió todo nuestro castigo bien merecido, para poder compartir con pecadores su perdón y justicia. 

 

    En la muerte de Jesús está cumplida la justicia eterna de Dios, 100%.  Esto es el cambio radical que nos salva.  Lo que es el máximo acusación contra nosotros hombres perdidos, que crucificamos al Señor de Gloria, es al mismo tiempo la declaración del amor de Dios a los mismos pecadores, a mí, y a ti.

 

     La profecía rapaz es la mentira más fea, porque quita la salvación del Pueblo de Dios justo en el momento que el Señor quiere entregarla.  No es que el Padre eligió castigar a su Hijo sin razón.  Lo hizo en amor, para rescatarnos de la condenación eterna.  Los profetas son enviados para hacer una sola cosa:  anunciar esta buena noticia a todos.    

    Al final, un profeta fiel del verdadero Señor Dios anuncia esta sorpresa misteriosa, que Él que no conoció ningún pecado fue hecho pecado, castigado en nuestro lugar y murió, para que, en Él, fuéramos hechos la justicia de Dios.  (2 Cor. 5:21)

 

     La voluntad del Padre de Jesús es que este anuncio sea proclamado desde los azoteas, en voz alta, para que todos puedan oír y creerlo.  Sin duda, proclamar el Evangelio requiere que proclamemos la verdad sobre quien es Dios, y lo que nos exige su Ley.  Esto es el preludio necesario para que corazones arrepentidos puedan oír y recibir por la fe la buena noticia de Cristo, crucificado y resucitado, el quien hoy nos ofrece perdón y amor.

    

     Hermanos y hermanas, oremos al Espíritu Santo para que siempre nos ayude rechazar a los falsos profetas.  Hay un solo Dios, revelado a nosotros en el hombre Jesucristo.  Tenemos su historia fiel en el milagro de la Palabra escrita y conservada para nosotros, en el libro que se llama la Biblia, la cual nos predica a Cristo, su Padre y su Espíritu, y la exclusividad de la salvación, solo en Cristo.  Esto es la palabra fiel, desde Génesis hasta Apocalipsis. 

Sostennos firmes, ¡oh Señor!,

En la Palabra de tu amor;

Refrena a los que en su maldad,

Tu reino quieren derribar.   

     Que el Señor también nos ayude rechazar la mentira más fácil y común, la de los profetas soñadores, que dicen que no importa la Ley de Dios, que nuestro pecado no es tan serio, ni tampoco Dios vaya a castigar a los que persisten en su iniquidad.  Rechazar la Ley de Dios es al mismo tiempo rechazar la obra de Cristo en la Cruz, y por ende, es invitar caer sobre nosotros el furor del Señor.  Es la realidad más temerosa que hay, nuestra culpa bajo la Ley de Dios. 

     No podemos soportar mucho este mensaje, y por eso, también oremos que Cristo nos ayuda rechazar los falsos profetas rapaces, los lobos que quieren descartar el Evangelio del pleno perdón de los pecados, recibido aparte de nuestras obras, por la fe.  Nada es más importante.  Sin el anuncio de la justificación por la fe y la salvación por gracia, la confesión del mero “Nombre del Señor” carece contenido.  Hacer milagros sin anunciar el Evangelio es un engaño.  Predicar un Cristo sin perdón es predicar un dios falso.

     Pero con la buena noticia de la gracia de Dios entregada a nosotros en y por Jesús, la predicación nos da vida nueva.  Y por eso estamos aquí, para oír y recibir todo el consejo de Dios, el testimonio acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo. 

     Esta buena noticia de perdón y salvación es la fuerza más poderosa en el universo, la profecía de nuestra eterna salvación, entregada a nosotros, a través de la Palabra, incluso en el misterio de la Eucaristía, el cuerpo y sangre de Cristo, dado y derramada para el perdón de todos nuestros pecados. 

     Esto es la Palabra fiel de nuestro profeta veraz, Cristo Jesús, el crucificado.  Alabanzas sean a Dios, Amén.          


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