Cuarto Domingo después de Trinidad, 9 de julio, A+D 2017
La Piedad que es Dios
Cuando empecé de estudiar nuestros
textos de hoy, el Gradual de la semana pasada, de Primer Timoteo 3:16, empezó
de sonar en mis oídos: E indiscutiblemente, grande es el misterio de la
piedad: El fue manifestado en la carne, vindicado en el Espíritu, contemplado
por ángeles, proclamado entre las naciones, creído en el mundo, recibido arriba
en gloria.
Es un texto que claramente habla
de Jesucristo y su misión salvadora.
Pero a mí, con inglés como primera lengua, suena extraño, por causa de
la palabra “piedad.” El mismo versículo
en inglés dice “grande es el misterio de “godliness,” es decir, la
característica de ser como Dios. En
inglés Dios es “God,”, como es “like”, y
el sufijo “ness,” en inglés es como el sufijo “dad” en castellano. Entonces, “God-like-ness,” o “godliness.”
Tenemos otra palabra en inglés
que es igual a “piedad”, pero es poco en uso hoy. Esta palabra es “piety.” “Piedad” y “piety”
son derivadas de la misma raíz latina.
También en inglés tenemos “pity” que significa misericordia o
compasión. Pero para la palabra en
griego que estamos traduciendo, normalmente en inglés usamos la palabra
“godliness” que indica una persona o una acción que es apropiada a Dios
mismo. Algo que es “como Dios, propio de
su naturaleza.” En castellano, en la
Reina Valera y también en la Biblia de las Américas, la misma palabra griega es
siempre traducida con “piedad.”
Entonces, ser como Dios, o
llevar una característica de Dios, es uno de los significados de “piedad.” Pero no creo que sea el significado que venga
a mente primero. No, cuando oímos
“piedad” creo que pensemos en misericordia o clemencia o compasión. Y es correcto hacerlo. Pero también es correcto pensar en las
características de Dios, que también, en nuestros mejores momentos, por la obra
del Espíritu en nosotros, sean reflejadas en sus fieles, en su pueblo. Entonces San Pablo habla mucha de la importancia
de que los cristianos viven en piedad, con que el Apóstol quiere decir vivir en
un modo apropiado a un hijo o una hija de Dios.
Todo esto vino a mente para mí,
porque este doble sentido de la palabra “piedad” nos da la interpretación
fundamental de nuestras lecturas hoy.
En
su Palabra de hoy, Dios no está dándonos otra ley, más mandatmientos para
obedecer. Más bien, la Palabra simplemente
nos invita ser quien somos: hijos de Dios, miembros de su Pueblo, su
Iglesia.
Entonces, Jesús nos dice: Sed,
pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.
Y San Pablo nos instruye:
Bendecid a los que os
persiguen; bendecid, y no maldigáis… No seas vencido de lo malo, sino
vence con el bien el mal. Esta instrucción
viene del hecho que Dios ha vencido el mal con el bien, en Jesús.
Finalmente, en la lectura del Antiguo Testamento, José responde a la idea
que, después de la muerte de su padre Jacob, él iba a incumplir el perdón que
antes había anunciado a sus hermanos.
José los explica que su voluntad es sometida a la voluntad de Dios: Vosotros
pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos
hoy, para mantener en vida a mucho pueblo.
Considerando todo esto, sí, es
indiscutible, el misterio de la piedad es grande. Parece que, en cualquier situación, el
cristiano debería perdonar, hacer bien, bendecir, no importa la circunstancia. Señor, ten piedad de nosotros.
Pero, mas que todo, hoy el
Espíritu de Jesús nos está enseñando sobre el carácter de Dios, que es ser
misericordioso, bondadoso, llena de piedad.
Entonces, es bueno que el castellano lleva un doble sentido para la
palabra “piedad.” Porque necesitamos
recordar esta verdad sobre Dios. Es
imprescindible que sabemos en el corazón que Dios es misericordioso, lleno de
piedad. Este entendimiento es más o
menos equivalente con creer, con tener fe en Jesucristo, lo que es la clave de
todo, porque la obra de Dios es creer en el que Él ha enviado.
Considerando todo esto, para mí
es muy consolante, más que nunca, recitar el Kyrie. Decir “Señor ten piedad, Señor, ten compasión
y misericordia, de nosotros,” es nada más que pedir que Dios sea como es. De verdad, Él no puede hacer otra cosa. Porque Dios es piadoso,
misericordioso, en su esencia. ¿Que
mejor noticia pudiéramos oír? El
misterio de la piedad es grande.
Ahora alguien va a
preguntarme: Muy bien, esta idea es muy
dulce, muy atractivo. Pero también hay
una palabra muy dura y temerosa en nuestras lecturas: Dejad
lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré,
dice el Señor.
Alguien tiene razón. Y no requiere mucha esfuerza encontrar otros
versículos de la misma Biblia que nos parece describir un Dios que no sea tan
lleno de bondad y piedad. Incluso esta
palabra fuerte de Jesús hoy, “hipócritas.” Nos recuerda de otros instantes en
que el Señor la dijo, junto con amenazas de fuego e infierno eterno para todos
los hipócritas. Hay muchas palabras de
piedad y compasión en la Biblia. No
obstante, hay también muchas palabras amenazadoras. ¿Como podemos resolver la diferencia entre el
Dios de piedad y el Dios de venganza?
Nosotros no podemos resolver
esta diferencia. Por un lado, es
imposible resolverla, porque no hay una diferencia. Los dos, la piedad y la justicia, la
misericordia y la venganza, ambos son de la esencia de Dios, son facetas
diferentes del mismo diamante de la voluntad de Dios.
Pero, porque somos desde nuestro
inicio pecadores, no podemos oír correctamente la voluntad de Dios, que es que
amemos a Él con todo nuestro corazón, mente, y fuerza, y que amemos al prójimo
como a nosotros mismos. En esto,
pecadores como tú y yo oímos requisitos imposibles. Tememos amar al prójimo, porque sospechamos
que el prójimo va a herirnos, hurtar algo de nosotros, hablar mal de nosotros, o
defraudarnos en algo.
También pensamos lo mismo a
cerca de Dios. No queremos amar a Dios,
porque sospechamos que Él está guardando algo de nosotros, que su promesa de
bendecirnos en el mejor modo posible es, en algún modo, una mentira. Rechazamos el amor de Dios, porque no tenemos
fe que sea verdad.
Pero, el rechazo del amor de
Dios es la elección de su venganza.
Porque finalmente, solo hay amor, solo hay piedad, solo hay vida en
Dios. Él es la fuente de todo bien. En su piedad Él permite que amor, piedad y
vida parciales e imperfectas existan en este mundo caído. Pero al final, aparte de Él no hay amor, no
hay piedad, es decir, solo hay venganza, la venganza de estar separado de Dios.
La diferencia, el problema, está
en nosotros, no en Dios. Carecemos la fe
que Dios es verdaderamente bondadoso, piadoso, y amoroso. Queremos demostrar nuestras sospechas, y así
justificarnos a nosotros mimos, pero es difícil juzgar al Todopoderoso. Por eso, enfocamos en los blancos más
accesibles, enfocamos en juzgar a los prójimos.
“Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo,” sin mirar la viga
que está en el ojo nuestro.
Todos lo hacemos. Quizás tenemos la capacidad de esconderlo. Tal vez solo estamos pensando en juzgar a los
prójimos, solo imaginamos que Dios no es verdaderamente piadoso, sin decir una
palabra en voz alta. Pero la
hacemos. Es verdad, somos
hipócritas. Aunque entendemos muy bien
que necesitamos confiar en Dios y debemos amar al prójimo desde el corazón,
siempre encontramos una lucha dentro de nosotros mismos.
Podemos verlo en el egoísmo de
un niño de dos años, intentando manipular a sus padres, aunque ellos le dan todo. Podemos verlo en las actitudes endurecidas
entre familiares, los argumentos que siempre están justo abajo de la superficie
de nuestras relaciones más cercanas.
Podemos verlo en el mundo, y dentro de la Iglesia. Hay más que suficientes pruebas de que no
podemos resolver el problema que está dentro de nosotros.
No podemos resolver nuestro
problema, pero lo necesitamos resuelto.
Y por eso, indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Cristo
Jesús, la Piedad de Dios hecho carne, guardó la venganza de Dios, para resolver
nuestro problema. Porque como está
escrito: Mía es la venganza, yo pagaré,
dice el Señor.
La piedad de Dios, su
misericordia, y su amor, están revelados y probados en esto: Dios mismo, en la persona de Jesucristo,
aceptó su propia venganza en la Cruz, pagando nuestra deuda, para que no tengamos
que pagarla.
Es verdad que, sobre cada
persona quien llegue al último día separado del amor de Dios revelado en Cristo,
la venganza de Dios va a caer, una amenaza sin límite, inimaginable. Aunque el perdón de Dios es infinito, solo es
accesible en Jesús. Como la Iglesia de
Dios, tenemos la responsabilidad de anunciar la amenaza, aunque vamos a sufrir
por hacerla. Pero el fin, la meta de
nuestra proclamación es la piedad, es la misericordia.
Amenazamos sobre el infierno y
el problema de pecado para ganar la oportunidad de anunciar la resolución, que,
en la Cruz de Cristo, la tensión entre piedad y justicia, entre el amor y la
venganza de Dios, ya es resuelto.
Nuestras hipocresías, todos nuestros pecados, y los pecados del todos
los seres humanos, ya son pagados, en el cuerpo roto y la sangre derramada de
Cristo. Todos los que creen esta promesa
son salvos.
El Diccionario de la Lengua Española nos
ofrece una definición más de “la Piedad,” que es una representación en pintura
o escultura del dolor de la Virgen María al sostener el cadáver de Jesucristo
descendido de la cruz.
Aunque San Juan nos dice que era
Nicodemo y José de Arimatea que bajó el cuerpo de Jesús de la Cruz y lo
sepultó, es posible que la escena representada en los miles de pinturas y
esculturas con el nombre “La Piedad” sí ocurrió. Solamente no lo podemos decir bíblicamente. Es sin duda una representación fuerte de la
tristeza de la muerte de Jesús, muy apropiada para el Viernes Santo, un medio
que comunica el dolor de toda la Iglesia que confiesa que Jesús murió por nuestros
pecados. Pero es una representación de
derrota, y la piedad que es Dios sobrepasa la derrota y emerge victoriosa.
Por eso, los objetos de arte que
se llama La Piedad no puede ser la representación final de la piedad de Dios,
de su esencia misericordiosa y amorosa. Pero
hay opciones mejores. De hecho, Dios ha
elegido sus propios medios para comunicar su esencia, su piedad, a
nosotros.
Como en el evangelio proclamado,
en lo que San Pablo dice que Cristo crucificado nos está presentado
públicamente. Y en el Bautismo, donde
fuimos crucificado y resucitado con Jesús.
En la Absolución terrenal nuestros pecados son perdonados ante Dios en
los cielos. En la copa de bendición que
bendecimos, participamos en la sangre de Cristo, y en el pan que partimos
participamos en el cuerpo de Cristo. El
misterio de Piedad es grande, porque Dios viene a nosotros, a través de estos
medios, para resolver nuestro problema, por el perdón de todos nuestros
pecados.
El misterio de la Piedad, y del evangelio, es que
Cristo viene en medio de nosotros, para darnos su Espíritu Santo, para que la
voluntad buena de Dios sea nuestra voluntad, para que podamos confiar y
entender que todos los dones y beneficios de Dios ya son nuestros, en Cristo
Jesús, nuestro Señor y Salvador, Amén.
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