Quinto Domingo
después de Trinidad
Encuentros con Dios
1 Reyes 19:11-21, 1 Corintios 1:18-25, Lucas 5:1-11
Es normal que Dios nos viene a través de
medios. En el principio, Adán aprendió
de su necesidad de una mujer, una ayuda idónea, su compañera de vida, a través
de hacer su tarea, recibida del Señor, de nombrar a todos los animales.
Dios probó su fe a través de su
restricción sobre el comer del fruto del Árbol del Entendimiento del Bien y del
Mal.
Después de la Caída en Pecado, aún más
Dios tenía que venirnos y comunicar con nosotros por medios, puesto que ya era
peligroso para nosotros pecadores estar en la presencia del Dios Santísimo,
porque su esencia justa y santa destruye y echa aparte a toda cosa
pecaminosa. Así que, desde una zarza
ardiente, en una nube, en una columna de fuego, y, más que todo, por su
Palabra, procedente de la boca de sus profetas, el Señor se encontraba y
comunicaba y bendecía a su Pueblo.
Elías fue uno de estos profetas de Dios,
uno de los mayores. Fue un hombre de fe,
y acción, un hombre de la Palabra, un predicador y hacedor de milagros en el
Nombre del Señor, un hombre a quién vino personalmente y con frecuencia la
Palabra de Dios.
Pero en nuestra lectura del Antiguo
Testamento de hoy, Dios viene a Elías por un modo especial. Parece que esto fue por causa de los
sufrimientos y persecuciones que había sufrido Elías. La causa del Señor y su Pueblo parecía
derrotada: profetas asesinados, altares
derribados, ídolos adorados por la gran mayoría de la gente. Justo antes de nuestra lectura, en
desesperación, Elías pidió al Señor que se deje morir. El Señor no lo quiso. Dios tenía todavía algunas tareas pendientes
para su profeta valiente. Lo animó, lo
alimentó, y lo envió de nuevo en camino, hasta que Elías vino a la cueva en el
monte de Horeb, donde le encontramos hoy.
Y el Señor le dijo (a Elías): Sal fuera, y
ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y
poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová;
pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová
no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba
en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó
Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la
cueva.
No se presentó Dios a Elías en el modo que
esperaríamos: no estaba en el viento fuerte, ni en el terremoto, ni en el fuego. Más bien Dios vino en un silbo apacible y
delicado, en un susurro, una voz pequeña y pacífica. Qué sorpresa.
No nos debería sorprender, porque el Señor
siempre ha querido relacionarse con nosotros por medios creados, a través de
cosas terrenales, y muchas veces inesperadas.
Pero siempre el Señor nos busca, para bendecirnos.
Como Él hizo con Elías. El profeta fue agotado, y podemos percibir
dudas en su corazón sobre el futuro de la misión de Dios. No obstante, a pesar de sus dudas, el Señor
amó a Elías y le dio una audiencia especial, y además, una promesa, dicha en
esta voz pequeña: Mi Palabra y mi Misión no van a fallar. Entiendo que estás cansado Elías, y la
situación actual parece fatal. Pero ¡ánimo!
Todavía estoy guardando en Israel siete
mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo
besaron. Le dio a Elías instrucciones específicas, para ungir a nuevos
reyes, y a un nuevo profeta, Eliseo, para encargarle con las responsabilidades
de Elías. La Misión de Dios no puede
fallar; el Pueblo de Dios siempre será. Dios
mismo lo jura, y nunca fallará en sus propósitos. Desde una voz pequeña, una promesa grande y consolador.
En el evangelio, de San Lucas 5, vemos
algo diferente, un encuentro muy agradable.
Vemos que la multitud está buscando oír la Palabra de Dios. Y la ha encontrado, en la persona de Jesús de
Nazaret. El gentío agolpaba sobre él
para oír la palabra de Dios.
Que pudiéramos ver algo parecido hoy en
día. Ahora las multitudes buscan
cualquier otra palabra, excepto la de Dios.
¿Por qué la diferencia, entre el siglo primero y hoy?
Bueno, hoy, la vida para muchos es
bastante fácil, controlada. La
tecnología y la economía moderna dan a nosotros un nivel de vida que hubiera
sido incomprensible durante la mayoría de la historia. Con estómagos llenos y cuerpos cómodos, no
pensamos tanto en Dios y la eternidad.
Después de todo, según muchos de los científicos, los sabios que nos
proveen la tecnología que mejora el mundo de hoy, Dios y la eternidad no
existen. Al menos, ellos piensan
así. Dios tiene otra opinión. Y lo insensato de Dios es más fuerte que los
hombres.
Seguramente, la condición de vida en
Israel en el primer siglo fue mucho peor materialmente, una realidad que
siempre causa que el ser humano considere a los temas espirituales. También hay una diferencia en la realidad de
la cultura del Israel antigua, una cultura bien basada en la Palabra de Dios,
escrito por Moisés, y en los Salmos y los Profetas. Jesús interpretaba con autoridad la existente
palabra de Dios, y declaró que todas las profecías estaban llegando a su
cumplimiento, en Él. Por el amor y el
entendimiento de la Palabra de Dios, la gente de aquel entonces estaba lista
para escuchar a Jesús, hasta agolparse sobre Él para oírla.
Además, junto con predicar el cumplimiento
de las promesas de la Palabra de Dios, este Jesús estaba también mejorando las
vidas cotidianas de sus oidores, sanando enfermedades, dando de comer, haciendo
milagros.
Hay lecciones
para nosotros en esto. No sé si alguien
de nosotros tenga poderes milagrosos, pero tenemos la capacidad de ayudar a
personas. Igualmente, no sé si vayamos a
tener éxito en inculcar un amor para la Biblia en la población general en
España. Ojalá que sí. Pero tenemos oportunidades menos difíciles, oportunidades
de compartir la palabra que son posibles dentro de nuestro alcanzo y
capacidad.
Estamos aquí hoy, congregado en torno a la
Palabra. Muy bien. Siempre podemos invitar a asistir a amigos y
vecinos. También pudiéramos oír la
Palabra en casa. Memorizar versículos
claves, y así llevarlos por adentro.
Compartir la Palabra con nuestros hijos y nietos. Expandir las oportunidades de reunirse
alrededor la Palabra de Cristo puramente proclamada, por el ministerio de la
Iglesia Luterana, nuestra iglesia aquí en España. Podemos animar los unos a los otros que no
dejemos de congregarnos, que es una tendencia latente en cada cristiano todavía
viviendo en este mundo.
No es dentro de nuestro control el
resultado de nuestros esfuerzos de promulgar la Palabra de Dios; esto pertenece
al Espíritu Santo. Pero sí, sabemos que
difundir la Palabra es tarea buena, un privilegio de todos los miembros de la
Iglesia, y una actividad que nos sirve igualmente. Mientras proclamamos la Palabra al mundo,
nuestros esfuerzos en la misión de Dios resultarán que nos profundicemos en el
Evangelio, fortaleciendo nuestra fe y enriqueciendo nuestras vidas.
Finalmente, volvamos al lado del lago de
Genesaret, y consideremos otro encuentro, el muy especial, entre Simón Pedro y
Dios. Por la captura enorme de peces que
habían realizado Pedro y sus compañeros, se dio cuenta que Jesús fue divino.
Es fácil decir que Pedro no debía haber
tenido miedo, porque Jesús es bueno, el Amor de Dios hecho carne. Y es verdad, Dios, y solamente Dios, es bueno
en sí mismo. Pero esto no quiere decir
que la reacción de Pedro fue incorrecta.
No, fue completamente correcta.
Elías cubrió su cara al encontrar la presencia de Dios en un
susurro. Moisés tuvo que quitar sus
sandalias ante la zarza ardiente, y se postró con la cara en el suelo. Al ver el Señor en una visión, Isaías
declaró: Ay de mí, estoy perdido, porque
soy pecador, y estoy en la presencia del Altísimo. Siguiendo esta tradición santa, Pedro, cuando
de repente supo que había estado en la presencia de Dios durante un largo rato,
dijo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador.
Pedro dio la respuesta de un pecador
arrepentido, una vez consciente que esté en la presencia de Dios.
Y nuestro Dios, encarnado en Jesús de
Nazaret, dio la repuesta del Dios quién nunca va a dejar que su misión
fracase: No temas; desde ahora serás
pescador de hombres.
En el hecho y en el momento que Simón
Pedro consideró que fue indigno, y lo confesó, él fue convertido por Jesús en un
ser digno, por la gracia de Dios, obrando por la Palabra de Paz: No temas; desde ahora serás pescador de
hombres. Es como dijo el profeta
Miqueas, ¿Qué Dios hay como tú, que perdona la iniquidad y pasa por alto la rebeldía
del remanente de su heredad? No persistirá en su ira para siempre, porque se
complace en la misericordia. Volverá a compadecerse de nosotros, hollará
nuestras iniquidades. Sí, arrojarás a las profundidades del mar todos nuestros
pecados. (Miqueas 7:18-19)
No hay un dios como el Señor Dios. Otros dioses, los falsos, los ídolos, siempre
quieren encontrar justicia dentro de las personas, requiriendo que produzcamos
nuestra propia santidad. Pero nuestro
Dios trae la justicia, su propia justicia, para dárnosla, y por eso hacernos
santos. Desde mucho antes de su
conversación en susurro con Elías, Dios había sido preparando la entrega de su
justicia y gracia a nosotros.
Este mismo Simón Pedro, pescador, iba a
cambiar de carreras, para pescar a pecadores.
Su cebo sería, otra vez y como siempre, la Palabra de Dios,
específicamente el Evangelio de la muerte y resurrección de Cristo para el
perdón de los pecados.
Somos beneficiarios y participantes en esta
misma misión de Dios. Aquí, hoy en día,
el Señor nos encuentra y nos comunica a través de los medios elegidos de
Él: todavía la Palabra, y también la
Cena misteriosa, donde recibimos perdón, vida y salvación, entregado a nosotros
por el pan y el vino, cambiado por el Espíritu en ser también el cuerpo y
sangre de nuestro Señor Jesucristo.
Por eso, aunque últimamente la situación
de la Iglesia de Cristo nos parece muy mal, y aunque quizás tu propia fe te
parece débil, no temas. No pierdas la
esperanza porque tu consciencia tiene fuerte lucha con tus pecados. Cuanto más sientas deshonra por tu pecado,
siempre que lo confiesas y deseas la salida de tu pecado, cuanto más rápido el
Señor Dios imparta su gracia a ti, junto con la fuerza de seguir a Él. Por eso Dios nos ha congregado aquí. Y Él va con nosotros después, para realizar
todas sus promesas a ti, y a todo el mundo,
En el Nombre de
Jesús, Amén.
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