Sunday, September 13, 2020

¡Pietismo, no, Cristianismo, sí! Pietism no, Christianity, yes!

 Sermón del 14º domingo después de la Santa Trinidad, primero en español, luego en inglés

Sermon for the 14th Sunday after Holy Trinity, first in Spanish, then in English.


Decimocuarto Domingo después de la Santa Trinidad

13 de septiembre, A+D 2020

Pietismo No, Cristianismo Sí.

    “Pietism, baaaaad.”  O, en castellano, “el pietismo, malísimo.” Esto fue un dicho frecuente de uno de mis profesores favoritos, el Doctor Larry Rast, actualmente el Presidente de Seminario Concordia en Fort Wayne, Indiana.  Aprendí mucho de él sobre la historia de la iglesia luterana.  Pero lo más duradero e impactante para mí siempre ha sido su eslogan:  Pietism, Baaaad.  El pietismo es malísimo. 

   ¿Qué es el pietismo, y porque vale la pena de hablar de ello?  Bueno, empiezo por decir que la piedad, o una vida piadosa, es decir, intentar vivir como un cristiano, esto es bueno.  Debemos evitar el pecado y buscar oportunidades de amar a nuestros prójimos, claro que sí.  Es esencial que aprovechemos con frecuencia de las oportunidades de escuchar la Palabra de Cristo, recibir sus dones y darle alabanzas.  Todo esto es muy bueno.  La piedad cristiana, buena.  Pero el pietismo es malo, de verdad muy destructivo y peligroso a la fe. 

   ¿Qué es la diferencia entre una vida piadosa y el pietismo?  Es que pietismo, en cualquier forma, (y hay muchas), el pietismo siempre pone nuestra vida, nuestras obras, y nuestra piedad en el centro de la fe y la vida.  Un pietista no niega a Cristo, no dice que no sea el Salvador.  Pero el pietista no centra su fe y vida en Jesús y su sacrificio para nosotros; más bien suele centrar sus pensamientos y actividades en su propia vida, en hacer todo lo posible para mostrar su fe, por buenas obras, y la ausencia del pecado, o del pecado obvio, al menos.  El problema es que, finalmente, lo que ponemos en el centro llega a ser el fundamento.  El riesgo es que el pietista empiece a pensar, en su corazón, que es por sus obras, por su piedad, que Dios sea complacido con él.  Es decir, aunque surge desde dentro de la iglesia cristiana, y tiene muchas similitudes con la verdadera fe, el pietismo es al fin y al cabo una religión de la ley. 

     Al extremo, aunque comparte muchas marcas externas con la cristiandad, el pietismo es una fe falsa, porque no confía en Cristo solo.  Así, el pietista elige ponerse a sí mismo bajo la ley de nuevo.  Pero, igual como un incrédulo, el pietista no tiene la fuerza y pureza dentro de sí mismo para cumplir adecuadamente las expectativas de la Ley de Dios.  San Pablo lo deja muy claro, la vida cristiana fluye de nuestra comunión con Dios, su causa es Dios obrando en nosotros.  Como dice en Filipenses 2: ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, 13 porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, para su beneplácito

O en Gálatas 2:  Pues mediante la ley yo morí a la ley, a fin de vivir para Dios. 20 Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. 21 No hago nula la gracia de Dios, porque si la justicia viene por medio de la ley, entonces Cristo murió en vano.   La ley fue nuestro ayo, nuestro tutor, para llevarnos a Cristo.  Pero a menos que somos perfeccionados, 100% sin pecado, la ley no nos puede salvar. 

   Pero, como el experto en la ley en el evangelio del domingo pasado, por naturaleza queremos justificarnos a nosotros mismos.  Queremos jactarnos de haber hecho algo, alguna contribución al menos, en la gran obra de salvación.  Y si esta tendencia no está erradicada en nosotros, estamos en peligro de caernos en el pietismo.

  El pietista busca honor y reconocimiento de sus prójimos.  Y aquí viene otro gran problema.  Una vez encaminado en la vía pietista, es una vergüenza admitir de nuevo que su piedad es defectiva, que su corazón no es puro como debe ser.  Esta vergüenza aplica una presión terrible sobre el pietista, una presión a fingir santidad, por afuera, para mantener su reputación como un buen cristiano.  Para el pietista extremo, la necesidad de dar la apariencia de ser un buen cristiano llega a ser un dios falso, un ídolo que reemplaza a Cristo mismo.  

   Además, el pietista en su miseria suele enseñar a otros a seguirle en su error, suele acusar a otros por no ser perfectos.  Lo peor es cuando un pietista llega a ser un maestro en la iglesia.  De verdad malísimo.  Señor ten piedad. 

   Para evitar el pietismo, es importante entender que hay muchos diferentes tipos.  En los evangelios, el ejemplo por excelencia es el caso de los fariseos y los escribas.  Estos expertos en la escritura y líderes religiosos conocían que este Jesús de Nazaret estaba cumpliendo todas las profecías sobre el Mesías, el prometido Salvador.  Pero, por su deseo de mantener sus reputaciones de ser piadosos, y por no querer dejar al lado su orgullo de la idea de salvarse a sí mismos por obras de ley, los fariseos rehusaron reconocer y dar su adoración a Jesús.  Rechazaron a Él porque siempre quería hablar de pecado y perdón, y su propio cruz.  Los fariseos no quisieron aceptar que la salvación solo viene a través del sacrificio del Cristo.  Preferían fingir una santidad exterior, mientras en sus corazones amaban a la riqueza, el prestigio ante el pueblo, y el poder de sus posiciones privilegiadas.

   Hoy en día, vemos varios estilos del pietismo entre cristianos.  Uno podría tomar un voto de pobreza y hacer un show de vivir humildemente.  Otro podría usar vocabulario cristiano constantemente, para dar la impresión de ser un creyente piadoso, aunque en su mente su vocabulario y pensamientos son llenos de enojo, orgullo y celos. 

   Es incluso posible hacer una especie del pietismo de la conducta de la liturgia, dando todo el énfasis a la manera que nosotros hacemos todo correcto en el culto, así olvidando que el propósito de la liturgia no es impresionar a Dios, sino para que él pueda otorgar a pecadores el perdón de los pecados. 

   Al otro extremo, hay pietistas que minimizan la importancia de asistir al culto, en favor de dedicar todo su tiempo en mostrar obras de amor en el mundo. 

   Ahora, no me malentendáis.  No amar la riqueza, usar vocabulario cristiano, hacer una liturgia digna, y amar a nuestros prójimos, todos estos son valiosos, y deben adornar la fe cristiana.  Pero si llegan a ser el foco, se pone en riesgo la salvación.  Porque el foco del cristianismo solo puede ser, como el nombre implica, Cristo.     

   La tragedia del pietismo incluso podemos ver en los 9 leprosos sanados.  Estos buenos judíos fueron bendecidos por Jesús, más allá de lo que uno puede imaginar.  Un momento, andando en sufrimiento, llenos de úlceras; el próximo, liberados del dolor, con piel perfecto.  ¡Qué sorpresa, qué alegría!  Sin embargo, los 9 siguen en el camino de la ley, sin la sabiduría de volver para adorar a Cristo Jesús.

   Desde Moisés los judíos recibieron una sistema compleja para afrontar la terrible enfermedad del piel que se llama la lepra.  Los leprosos tuvieron que vivir aparte, para no contagiar a los sanos.  Y si fueron curados, antes de volver a vivir dentro de la cultura, tuvieron que ir a los sacerdotes para ser inspeccionados, para recibir su declaración de sanidad.  Este régimen servía a la sanidad pública de Israel, por seguro, pero más importante, fue un metáfora para el pecado, y su capacidad de excluirnos del reino de Dios, en la tierra y en la eternidad. 

   No es que los nueve nunca deberían haber ido a los sacerdotes.  Pero justo recibieron, desde este hombre Jesús, un milagro divino.  Algo más grande que el Templo y más poderoso que el sacerdocio judío estaba presente en la tierra, Dios en la carne, venido para curar, sanar y salvar.  La fe en Cristo por naturaleza va a intentar cumplir las normas de la vida, la ley de Dios.  Pero su primer preocupación es dar gracias y alabanzas a Cristo, el Señor de Moisés, el edificador del Templo celestial, el Sumo Sacerdote eterno, que dio a sí mismo para rescatarnos de la lepra del pecado. 

     Estoy seguro que los nueve leprosos sanados estaban agradecidos, pero les parecía más importante cumplir la ley que regresar a Cristo para adorarle.  Pensaban que estaban cumpliendo la voluntad de Dios en su obediencia a la letra de Moisés, y podemos ofrecerlos indulgencia, puesto que el ministerio salvífico de Jesús todavía se estaba revelando. En el día de su sanación, la Cruz y la Resurrección todavía quedaban en el futuro.  Pero, todavía, que triste, que perdieron la oportunidad de caerse a los pies de Dios hecho hombre, para adorar a su Salvador.  

   Como hizo el samaritano.  Por la gracia de Dios, en el momento que fue sanado, no pensaba más en irse a los sacerdotes, sino volvió a Jesús, para adorar y darle gracias.  Como un buen cristiano.  Tal vez su ventaja, un medio por lo cual el Espíritu Santo hacía su obra salvadora, fue el hecho que los sacerdotes judíos realmente no habrían sido útiles para él. Siendo un samaritano, un pueblo de verdad despreciado por los judíos, el samaritano no tenía derecho de pedir la certificación de sanidad de un sacerdote judío.  Los samaritanos tuvieron su propio sacerdocio, su propio lugar de culto, distorsiones del sistema de Moisés, parecidos, pero separados.  Tal vez porque literalmente este samaritano no estaba bajo la ley de Moisés, él sentía la libertad de volver y adorar a Cristo.

     Igual como el domingo pasado, cuando consideramos la historia del Buen Samaritano, queremos imitar este samaritano.  De verdad, aún más debemos imitar a este leproso sanado. 

   El papel del Buen Samaritano finalmente pertenece singularmente a Jesucristo.  Debemos amar al prójimo, sí, pero no podemos amar como Jesús.  Pero, como el samaritano sanado, somos infectados con la lepra.  No literalmente, espero, sino una lepra peor, la lepra espiritual del pecado, la cual, sin sanación, puede plagiarnos hasta la eternidad.  Gracias a Dios, por la piedad de Cristo, hemos sido sanados.  Cristo, por su sufrimiento, muerte y resurrección, nos ha rescatado de las acusaciones de la ley, y nos ha dado salud eterna, por el perdón de todos nuestros pecados. 

   ¿Entonces, que debemos hacer primero? 

   Adoremos en libertad a los pies de Cristo Jesús.  Si, esto podemos hacer.  Se llama el cristianismo verdadero.  El cristianismo no es una forma de vida con muchas reglas y leyes y normas que cumplimos para complacer a Dios y ganar su favor. No, el cristianismo es la vida de leprosos sanados, ya favorecidos por Dios, libertados de las dolencias y la culpa de nuestro pecado, libres para adorar al hombre Jesús, quien es el mismo Dios, en la carne, quien, por su Palabra y su Espíritu y en su Cuerpo y Sangre, está todavía presente para salvarnos. 

   Volvamos corriendo a Jesús, en alegría y agradecimiento, y para ser sanados de los pecados leprosos que todavía nos plagan.  Así es el cristianismo, y, por el poder del Espíritu de Cristo, desde esta fuente también fluye la verdadera piedad cristiana, obras de amor, no hechas para ganar el favor de Dios, ni tampoco para hacer una impresión ante los hombres, sino obras libres que fluyen sin esfuerzo de corazones limpios y llenos del amor de Cristo. 

   De Jesús recibimos el amor que nos salva, y que rebosa a la bendición de nuestros prójimos, porque descansamos en la promesa que nuestro futuro está seguro, en Cristo Jesús, nuestro Sanador y Salvador, Amén.    

 


Fourteenth Sunday after the Holy Trinity

September 13, A + D 2020

Pietism No, Christianity Yes.

   " Pietism, baaaaad ."  This was a frequent saying of one of my favorite professors, Dr. Larry Rast, currently the President of Concordia Theological Seminary in Fort Wayne, Indiana. I learned a lot from him about the history of the Lutheran Church. But the most lasting and important thing for me has always been his catchphrase:  Pietism, baaaaad.   

   What is Pietism, and why is it worth talking about? Well, I’ll begin by saying that godliness, or a godly life, that is, trying to live like a Christian, avoiding sin and looking for opportunities to love our neighbors, is good.  Likewise, frequently taking advantage of opportunities to hear the Word of Christ, receive his gifts and give him praise, this is all very good. Piety, good. But pietism is bad, truly very destructive and dangerous to faith. 

   What is the difference between a godly life and pietism? It’s that pietism, in whatever form, and there are many, pietism always puts our life, our works, our piety at the center of faith and life. A pietist does not deny Christ, he does not deny He is the Savior. But he does not center his faith and life on Him and his work for us.  Rather a pietist focuses his thoughts and activities on his own life, on doing everything possible to show his faith by good works, and the absence of sin, or of obvious sin, at least. The problem is that, ultimately, what we put in the center becomes the foundation. The risk is that the pietist begins to think, in his heart, that it is because of his works, because of his piety, that God is grateful to him. That is, although it arises from within the Christian Church, and has many similarities to the true faith, pietism is in the end, a religion of the law. In the extreme, although it shows many external marks of Christianity, Pietism is a false faith, which does not trust in  Christ alone. 

   So the pietist chooses to put himself under the law again. But, just like an unbeliever before baptism, the pietist does not have the strength and purity within himself to adequately fulfill the expectations of God's Law. St. Paul makes it very clear, the Christian life flows from our communion with God, its cause is God working in us. As it says in Philippians 2 : work out your own salvation with fear and trembling; 13 because it is God who works in you both to will and to do, for his pleasure . Or in Galatians 2:  For through the law I died to the law, in order to live for God. 20 With Christ I have been crucified, and it is no longer I who lives, but Christ lives in me; and the life that I now live in the flesh, I live by faith in the Son of God, who loved me and gave himself for me. 21 I do not nullify the grace of God, because if justice comes through the law, then Christ died in vain .    The law was our schoolmaster, our tutor, to lead us to Christ. But until we are perfected, 100% sinless, the law cannot save us.                          

   But, like the expert on the law in last Sunday's gospel, by nature we want to justify ourselves. We want to boast of having done something, to have made some contribution at least, in the great work of salvation. And if this tendency is not eradicated in us, we are in danger of falling into pietism. 

  The pietist seeks honor and recognition from his fellow men. And here comes another big problem. Once headed down the pietist way, it is shameful to admit again that your piety is flawed, that your heart is not pure as it should be. This shame puts terrible pressure on the pietist, a pressure to feign holiness, on the outside, to maintain his reputation as a good Christian. For the extreme pietist, the need to appear to be a good Christian becomes a false god, an idol that replaces Christ himself.  

   Even more, the pietist in his misery usually teaches others to follow in his error, and he is prone to accuse others for not being perfect.  The worst is when a pietist becomes a teacher in the Church.  Truly baaaad.  Lord have mercy. 

   To avoid pietism, it’s important to know there are many types.  In the Gospels, the example par excellence is the case of the Pharisees and the scribes. These scriptural experts, and religious leaders, knew that this Jesus of Nazareth was fulfilling all the prophecies about the Messiah, the promised Savior. But, out of their desire to uphold their reputations of being godly, and not wanting to put aside their dedication to saving themselves by works of law, the Pharisees refused to acknowledge and worship Jesus. They rejected Him because He always wanted to talk about sin and forgiveness and His Cross.  The pharisees would not accept that salvation comes only through the Cross of Jesus.  They preferred to fake an outward holiness, while in their hearts they loved wealth, prestige before the people, and the power of their privileged positions. 

   Today, we see various styles of Pietism among Christians. One could take a vow of poverty and put on a show of living humbly. Another might use Christian vocabulary constantly, to give the impression of being a believer, although in his mind his vocabulary and thoughts are full of anger, pride and jealousy. 

   It is also possible to make a kind of pietism out of the conduct of the liturgy, giving all our emphasis to how we do everything right in the liturgy, although we have forgotten that the purpose of the liturgy is not to impress God, but to grant sinners the forgiveness of sins. 

At the other extreme, there are other pietists who minimize the importance of attending worship, in favor of spending all the time showing works of love in our lives. 

   Now, don't get me wrong. Not loving wealth, using Christian vocabulary, having a worthy liturgy, and loving our neighbors, all of these are valuable, and should adorn the Christian faith. But if they become the focus, salvation is jeopardized. Because the focus of Christianity can only be, as the name implies, Christ.     

   The tragedy of Pietism can even be seen in the 9 healed lepers.  These good Jews were blessed by Jesus, beyond what one could imagine.  On moment, walking in suffering, skin full of ulcers, the next, freed from pain, with perfect skin.  What a surprise!  What joy! Nevertheless, the nine continued in the path of the law, without the wisdom to return to worship Jesus Christ. 

   From Moses the Jews received a whole system to deal with the terrible skin disease of leprosy. Lepers had to live apart, so as not to infect the healthy. And if they were cured, before returning to live within the culture, they had to go to the priests to be inspected, to receive their declaration of healing. This regime served the public health of Israel, to be sure, but more importantly, it was a metaphor for sin, and its ability to exclude us from the kingdom of God, on earth and in eternity. 

   Not that the nine shouldn't have gone to the priests. But they just received, from this man Jesus, a divine miracle. Something greater than the Temple and more powerful than the Jewish priesthood was present on earth, God in the flesh, come to heal, heal and save. Faith in Christ will fulfill the rules of life, but the first concern of faith is to give thanks and praise to Christ, the Lord of Moses, the builder of the heavenly Temple, the eternal High Priest, who gave himself to rescue us from the leprosy of sin. 

     I’m sure that the nine cleansed lepers were thankful, but it seemed more important to them to fulfill the law than to return to Christ to worship Him.  They thought they were fulfilling God's will in their obedience to the letter of Moses, and we can offer them leniency, since the salvific ministry of Jesus was still being revealed.  In the day of their healing, the Cross and the Resurrection still remained in the future. But, still, how sad, that they missed the opportunity to fall at the feet of God in the flesh to worship their Savior.  

     Like the Samaritan did. By the grace of God, the moment he was healed, he no longer thought about going to the priests, but went back to worship and give thanks to Christ. Like a good Christian. Perhaps his advantage, a means by which the Holy Spirit did his saving work, was the fact that the Jewish priests would not have been of any use to him. As a Samaritan, a people hated by the Jews, he had no right to request a Jewish priest's certification of healing. The Samaritans had their own priesthood, their own place of worship, distortions of the Moses system, similar but separate. Perhaps because literally this Samaritan was not under the law of Moses, he had the freedom to return and worship Christ.   

     Just like last Sunday, when we considered the story of the Good Samaritan, we want to imitate this Samaritan today. Indeed, we must even more imitate this healed leper. 

   The role of the Good Samaritan ultimately belongs uniquely to Jesus Christ. We must love our neighbor, but we cannot fulfill love like Jesus. But yes, like today’s Samaritan, we are infected with the leprosy.  Not literally, I hope, but with a worse leprosy, the spiritual leprosy of sin, which, without healing, can plague us eternally. But, thanks be to God, by the piety of Christ, we have been healed. Christ by his suffering, death and resurrection, rescued us from the obligations of the law, and has given us eternal health through the forgiveness of all our sins. 

   So what should we do first? 

   Let us worship in freedom at the feet of Jesus Christ. Yes, this we can do. It's called true Christianity. Christianity is not a way of life with lots of rules and laws and regulations that we follow to please God and earn his favor. No, Christianity is the life of healed lepers, already favored by God, freed from ailments and guilt and our sin, free to worship the man Jesus, who is the God himself, in the flesh, who, through his Word and his Spirit and in his Body and Blood, is still present to save us. 

Let us run back to Jesus, in joy and gratitude, and to be healed of the leprous sins that still plague us. This is Christianity, and, ironically, from this source also flows true Christian piety, works of love, not done to win God's favor, nor to make an impression on others, but free works that flow without effort from cleansed hearts, filled with the love of Christ.  

   From Jesus we receive the love that saves us, and that overflows to the blessing of our neighbors, because we rest in the promise that our future is secure, in Christ Jesus, our Healer and Savior, Amen.    

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