Sermón del 14º domingo después de la Santa Trinidad, primero en español, luego en inglés
Sermon for the 14th Sunday after Holy Trinity, first in Spanish, then in English.
Decimocuarto
Domingo después de la Santa Trinidad
13 de septiembre,
A+D 2020
Pietismo No,
Cristianismo Sí.
“Pietism, baaaaad.” O, en castellano, “el pietismo, malísimo.” Esto fue un dicho frecuente de uno de mis profesores favoritos, el Doctor Larry Rast, actualmente el Presidente de Seminario Concordia en Fort Wayne, Indiana. Aprendí mucho de él sobre la historia de la iglesia luterana. Pero lo más duradero e impactante para mí siempre ha sido su eslogan: Pietism, Baaaad. El pietismo es malísimo.
¿Qué es el pietismo, y porque
vale la pena de hablar de ello? Bueno,
empiezo por decir que la piedad, o una vida piadosa, es decir, intentar vivir
como un cristiano, esto es bueno.
Debemos evitar el pecado y buscar oportunidades de amar a nuestros
prójimos, claro que sí. Es esencial que
aprovechemos con frecuencia de las oportunidades de escuchar la Palabra de Cristo,
recibir sus dones y darle alabanzas. Todo
esto es muy bueno. La piedad cristiana,
buena. Pero el pietismo es malo, de
verdad muy destructivo y peligroso a la fe.
¿Qué es la diferencia entre
una vida piadosa y el pietismo? Es que
pietismo, en cualquier forma, (y hay muchas), el pietismo siempre pone nuestra
vida, nuestras obras, y nuestra piedad en el centro de la fe y la vida. Un pietista no niega a Cristo, no dice que no
sea el Salvador. Pero el pietista no
centra su fe y vida en Jesús y su sacrificio para nosotros; más bien suele
centrar sus pensamientos y actividades en su propia vida, en hacer todo lo
posible para mostrar su fe, por buenas obras, y la ausencia del pecado, o del
pecado obvio, al menos. El problema es
que, finalmente, lo que ponemos en el centro llega a ser el fundamento. El riesgo es que el pietista empiece a
pensar, en su corazón, que es por sus obras, por su piedad, que Dios sea complacido
con él. Es decir, aunque surge desde
dentro de la iglesia cristiana, y tiene muchas similitudes con la verdadera fe,
el pietismo es al fin y al cabo una religión de la ley.
Al extremo, aunque comparte
muchas marcas externas con la cristiandad, el pietismo es una fe falsa, porque
no confía en Cristo solo. Así, el
pietista elige ponerse a sí mismo bajo la ley de nuevo. Pero, igual como un incrédulo, el pietista no
tiene la fuerza y pureza dentro de sí mismo para cumplir adecuadamente las
expectativas de la Ley de Dios. San
Pablo lo deja muy claro, la vida cristiana fluye de nuestra comunión con Dios,
su causa es Dios obrando en nosotros.
Como dice en Filipenses 2:
ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, 13 porque
Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer,
para su beneplácito.
O en Gálatas 2: Pues
mediante la ley yo morí a la ley, a fin de vivir para
Dios. 20 Con Cristo he sido crucificado, y ya no
soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y
la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el
Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. 21 No
hago nula la gracia de Dios, porque si la justicia viene por medio
de la ley, entonces Cristo murió en vano. La ley fue
nuestro ayo, nuestro tutor, para llevarnos a Cristo. Pero a menos que somos perfeccionados, 100%
sin pecado, la ley no nos puede salvar.
Pero, como el experto en la
ley en el evangelio del domingo pasado, por naturaleza queremos justificarnos a
nosotros mismos. Queremos jactarnos de
haber hecho algo, alguna contribución al menos, en la gran obra de
salvación. Y si esta tendencia no está
erradicada en nosotros, estamos en peligro de caernos en el pietismo.
El pietista busca honor y
reconocimiento de sus prójimos. Y aquí
viene otro gran problema. Una vez
encaminado en la vía pietista, es una vergüenza admitir de nuevo que su piedad
es defectiva, que su corazón no es puro como debe ser. Esta vergüenza aplica una presión terrible
sobre el pietista, una presión a fingir santidad, por afuera, para mantener su
reputación como un buen cristiano. Para
el pietista extremo, la necesidad de dar la apariencia de ser un buen cristiano
llega a ser un dios falso, un ídolo que reemplaza a Cristo mismo.
Además, el pietista en su
miseria suele enseñar a otros a seguirle en su error, suele acusar a otros por
no ser perfectos. Lo peor es cuando un
pietista llega a ser un maestro en la iglesia.
De verdad malísimo. Señor ten
piedad.
Para evitar el pietismo, es
importante entender que hay muchos diferentes tipos. En los evangelios, el ejemplo por excelencia
es el caso de los fariseos y los escribas.
Estos expertos en la escritura y líderes religiosos conocían que este
Jesús de Nazaret estaba cumpliendo todas las profecías sobre el Mesías, el
prometido Salvador. Pero, por su deseo
de mantener sus reputaciones de ser piadosos, y por no querer dejar al lado su
orgullo de la idea de salvarse a sí mismos por obras de ley, los fariseos
rehusaron reconocer y dar su adoración a Jesús.
Rechazaron a Él porque siempre quería hablar de pecado y perdón, y su
propio cruz. Los fariseos no quisieron
aceptar que la salvación solo viene a través del sacrificio del Cristo. Preferían fingir una santidad exterior,
mientras en sus corazones amaban a la riqueza, el prestigio ante el pueblo, y
el poder de sus posiciones privilegiadas.
Hoy en día, vemos varios
estilos del pietismo entre cristianos.
Uno podría tomar un voto de pobreza y hacer un show de vivir
humildemente. Otro podría usar
vocabulario cristiano constantemente, para dar la impresión de ser un creyente
piadoso, aunque en su mente su vocabulario y pensamientos son llenos de enojo,
orgullo y celos.
Es incluso posible hacer una
especie del pietismo de la conducta de la liturgia, dando todo el énfasis a la
manera que nosotros hacemos todo correcto en el culto, así olvidando
que el propósito de la liturgia no es impresionar a Dios, sino para que él
pueda otorgar a pecadores el perdón de los pecados.
Al otro extremo, hay pietistas
que minimizan la importancia de asistir al culto, en favor de dedicar todo su
tiempo en mostrar obras de amor en el mundo.
Ahora, no me
malentendáis. No amar la riqueza, usar vocabulario
cristiano, hacer una liturgia digna, y amar a nuestros prójimos, todos estos
son valiosos, y deben adornar la fe cristiana.
Pero si llegan a ser el foco, se pone en riesgo la salvación. Porque el foco del cristianismo solo puede
ser, como el nombre implica, Cristo.
La tragedia del pietismo incluso podemos ver en los 9 leprosos sanados. Estos buenos judíos fueron bendecidos por
Jesús, más allá de lo que uno puede imaginar.
Un momento, andando en sufrimiento, llenos de úlceras; el próximo, liberados
del dolor, con piel perfecto. ¡Qué
sorpresa, qué alegría! Sin embargo, los
9 siguen en el camino de la ley, sin la sabiduría de volver para adorar a
Cristo Jesús.
Desde Moisés los judíos
recibieron una sistema compleja para afrontar la terrible enfermedad del piel
que se llama la lepra. Los leprosos
tuvieron que vivir aparte, para no contagiar a los sanos. Y si fueron curados, antes de volver a vivir
dentro de la cultura, tuvieron que ir a los sacerdotes para ser inspeccionados,
para recibir su declaración de sanidad.
Este régimen servía a la sanidad pública de Israel, por seguro, pero más
importante, fue un metáfora para el pecado, y su capacidad de excluirnos del
reino de Dios, en la tierra y en la eternidad.
No es que los nueve nunca deberían
haber ido a los sacerdotes. Pero justo
recibieron, desde este hombre Jesús, un milagro divino. Algo más grande que el Templo y más poderoso
que el sacerdocio judío estaba presente en la tierra, Dios en la carne, venido
para curar, sanar y salvar. La fe en
Cristo por naturaleza va a intentar cumplir las normas de la vida, la ley de
Dios. Pero su primer preocupación es dar
gracias y alabanzas a Cristo, el Señor de Moisés, el edificador del Templo
celestial, el Sumo Sacerdote eterno, que dio a sí mismo para rescatarnos de la
lepra del pecado.
Estoy seguro que los nueve
leprosos sanados estaban agradecidos, pero les parecía más importante cumplir
la ley que regresar a Cristo para adorarle.
Pensaban que estaban cumpliendo la voluntad de Dios en su obediencia a
la letra de Moisés, y podemos ofrecerlos indulgencia, puesto que el ministerio
salvífico de Jesús todavía se estaba revelando. En el día de su sanación, la
Cruz y la Resurrección todavía quedaban en el futuro. Pero, todavía, que triste, que perdieron la
oportunidad de caerse a los pies de Dios hecho hombre, para adorar a su
Salvador.
Como hizo el samaritano. Por la gracia de Dios, en el momento que fue
sanado, no pensaba más en irse a los sacerdotes, sino volvió a Jesús, para
adorar y darle gracias. Como un buen
cristiano. Tal vez su ventaja, un medio
por lo cual el Espíritu Santo hacía su obra salvadora, fue el hecho que los
sacerdotes judíos realmente no habrían sido útiles para él. Siendo un
samaritano, un pueblo de verdad despreciado por los judíos, el samaritano no
tenía derecho de pedir la certificación de sanidad de un sacerdote judío. Los samaritanos tuvieron su propio
sacerdocio, su propio lugar de culto, distorsiones del sistema de Moisés,
parecidos, pero separados. Tal vez
porque literalmente este samaritano no estaba bajo la ley de Moisés, él sentía
la libertad de volver y adorar a Cristo.
Igual como el domingo
pasado, cuando consideramos la historia del Buen Samaritano, queremos imitar
este samaritano. De verdad, aún más
debemos imitar a este leproso sanado.
El papel del Buen Samaritano
finalmente pertenece singularmente a Jesucristo. Debemos amar al prójimo, sí, pero no podemos amar
como Jesús. Pero, como el samaritano
sanado, somos infectados con la lepra. No
literalmente, espero, sino una lepra peor, la lepra espiritual del pecado, la cual,
sin sanación, puede plagiarnos hasta la eternidad. Gracias a Dios, por la piedad de Cristo,
hemos sido sanados. Cristo, por su
sufrimiento, muerte y resurrección, nos ha rescatado de las acusaciones de la
ley, y nos ha dado salud eterna, por el perdón de todos nuestros pecados.
¿Entonces, que debemos hacer
primero?
Adoremos en libertad a los
pies de Cristo Jesús. Si, esto podemos
hacer. Se llama el cristianismo
verdadero. El cristianismo no es una
forma de vida con muchas reglas y leyes y normas que cumplimos para complacer a
Dios y ganar su favor. No, el cristianismo es la vida de leprosos sanados, ya
favorecidos por Dios, libertados de las dolencias y la culpa de nuestro pecado,
libres para adorar al hombre Jesús, quien es el mismo Dios, en la carne, quien,
por su Palabra y su Espíritu y en su Cuerpo y Sangre, está todavía presente
para salvarnos.
Volvamos corriendo a Jesús, en alegría y agradecimiento, y para ser sanados de los pecados leprosos que todavía nos plagan. Así es el cristianismo, y, por el poder del Espíritu de Cristo, desde esta fuente también fluye la verdadera piedad cristiana, obras de amor, no hechas para ganar el favor de Dios, ni tampoco para hacer una impresión ante los hombres, sino obras libres que fluyen sin esfuerzo de corazones limpios y llenos del amor de Cristo.
De Jesús recibimos el amor que nos salva, y
que rebosa a la bendición de nuestros prójimos, porque descansamos en la
promesa que nuestro futuro está seguro, en Cristo Jesús, nuestro Sanador y
Salvador, Amén.
Fourteenth Sunday
after the Holy Trinity
September 13, A + D
2020
Pietism No,
Christianity Yes.
" Pietism, baaaaad ." This
was a frequent saying of one of my favorite professors, Dr. Larry Rast,
currently the President of Concordia Theological Seminary in Fort Wayne,
Indiana. I learned a lot from him about the history of the Lutheran Church. But
the most lasting and important thing for me has always been his catchphrase: Pietism, baaaaad.
What is Pietism, and why is it worth talking
about? Well, I’ll begin by saying that godliness, or a godly life, that
is, trying to live like a Christian, avoiding sin and looking for opportunities
to love our neighbors, is good.
Likewise, frequently taking advantage of opportunities to hear the Word
of Christ, receive his gifts and give him praise, this is all very good. Piety,
good. But pietism is bad, truly very destructive and dangerous to
faith.
What is the difference between a godly life and
pietism? It’s that pietism, in whatever form, and there are many, pietism always
puts our life, our works, our piety at the center of faith and life. A
pietist does not deny Christ, he does not deny He is the Savior. But he
does not center his faith and life on Him and his work for us. Rather a pietist focuses his thoughts and
activities on his own life, on doing everything possible to show his faith by
good works, and the absence of sin, or of obvious sin, at least. The
problem is that, ultimately, what we put in the center becomes the
foundation. The risk is that the pietist begins to think, in his heart,
that it is because of his works, because of his piety, that God is grateful to
him. That is, although it arises from within the Christian Church, and has
many similarities to the true faith, pietism is in the end, a religion of the
law. In the extreme, although it shows many external marks of
Christianity, Pietism is a false faith, which does not trust in Christ alone.
So the pietist chooses to put himself under the
law again. But, just like an unbeliever before baptism, the pietist
does not have the strength and purity within himself to adequately fulfill the
expectations of God's Law. St. Paul makes it very clear, the Christian
life flows from our communion with God, its cause is God working in us. As
it says in Philippians 2 : work out your own salvation with fear
and trembling; 13 because it is God who works in
you both to will and to do, for his pleasure . Or
in Galatians 2: For through the law I died
to the law, in order to live for God. 20 With
Christ I have been crucified, and it is no longer I who lives, but Christ lives
in me; and the life that I now live in the flesh,
I live by faith in the Son of God, who loved me and gave himself for
me. 21 I do not nullify the grace of God, because
if justice comes through the law, then Christ died in
vain . The law was our schoolmaster, our tutor, to
lead us to Christ. But until we are perfected, 100% sinless, the law
cannot save us.
But, like the expert on the law in last Sunday's gospel,
by nature we want to justify ourselves. We want to boast of having done
something, to have made some contribution at least, in the great work of
salvation. And if this tendency is not eradicated in us, we are in danger
of falling into pietism.
The pietist seeks honor and recognition from his fellow
men. And here comes another big problem. Once headed down the pietist
way, it is shameful to admit again that your piety is flawed, that your heart
is not pure as it should be. This shame puts terrible pressure on the
pietist, a pressure to feign holiness, on the outside, to maintain his
reputation as a good Christian. For the extreme pietist, the need to
appear to be a good Christian becomes a false god, an idol that replaces Christ
himself.
Even more, the pietist in his
misery usually teaches others to follow in his error, and he is prone to accuse
others for not being perfect. The worst
is when a pietist becomes a teacher in the Church. Truly baaaad.
Lord have mercy.
To avoid pietism, it’s important to know there are many types.
In the Gospels, the example par excellence is the case of the Pharisees
and the scribes. These scriptural experts, and religious leaders,
knew that this Jesus of Nazareth was fulfilling all the prophecies about the
Messiah, the promised Savior. But, out of their desire to uphold their
reputations of being godly, and not wanting to put aside their dedication to
saving themselves by works of law, the Pharisees refused to acknowledge and
worship Jesus. They rejected Him because He always wanted to talk about
sin and forgiveness and His Cross. The
pharisees would not accept that salvation comes only through the Cross of
Jesus. They preferred to fake an outward
holiness, while in their hearts they loved wealth, prestige before the people,
and the power of their privileged positions.
Today, we see various styles of Pietism among
Christians. One could take a vow of poverty and put on a show of living humbly. Another
might use Christian vocabulary constantly, to give the impression of being a
believer, although in his mind his vocabulary and thoughts are full of anger,
pride and jealousy.
It is also possible to make a
kind of pietism out of the conduct of the liturgy, giving all our emphasis to
how we do everything right in the liturgy, although we have forgotten that the
purpose of the liturgy is not to impress God, but to grant sinners the
forgiveness of sins.
At the other extreme, there are other pietists who minimize the
importance of attending worship, in favor of spending all the time showing
works of love in our lives.
Now, don't get me wrong. Not loving wealth, using
Christian vocabulary, having a worthy liturgy, and loving our neighbors, all of
these are valuable, and should adorn the Christian faith. But if they
become the focus, salvation is jeopardized. Because the focus of
Christianity can only be, as the name implies,
Christ.
The tragedy of Pietism
can even be seen in the 9 healed lepers.
These good Jews were blessed by Jesus, beyond what one could
imagine. On moment, walking in
suffering, skin full of ulcers, the next, freed from pain, with perfect skin. What a surprise! What joy! Nevertheless, the nine continued in
the path of the law, without the wisdom to return to worship Jesus
Christ.
From Moses the Jews received a
whole system to deal with the terrible skin disease of leprosy. Lepers had
to live apart, so as not to infect the healthy. And if they were cured,
before returning to live within the culture, they had to go to the priests
to be inspected, to receive their declaration of healing. This regime
served the public health of Israel, to be sure, but more importantly, it was a
metaphor for sin, and its ability to exclude us from the kingdom of God, on
earth and in eternity.
Not that the nine shouldn't have gone to the
priests. But they just received, from this man Jesus, a divine
miracle. Something greater than the Temple and more powerful than the
Jewish priesthood was present on earth, God in the flesh, come to heal, heal
and save. Faith in Christ will fulfill the rules of life, but the first
concern of faith is to give thanks and praise to Christ, the Lord of Moses, the
builder of the heavenly Temple, the eternal High Priest, who gave himself to
rescue us from the leprosy of sin.
I’m sure that the nine
cleansed lepers were thankful, but it seemed more important to them to fulfill
the law than to return to Christ to worship Him. They thought they were fulfilling God's will
in their obedience to the letter of Moses, and we can offer them leniency,
since the salvific ministry of Jesus was still being revealed. In the day of their healing, the Cross and
the Resurrection still remained in the future. But, still, how sad, that
they missed the opportunity to fall at the feet of God in the flesh to worship
their Savior.
Like the Samaritan did. By the grace of God, the moment he
was healed, he no longer thought about going to the priests, but went back to
worship and give thanks to Christ. Like a good Christian. Perhaps his
advantage, a means by which the Holy Spirit did his saving work, was the fact
that the Jewish priests would not have been of any use to him. As a
Samaritan, a people hated by the Jews, he had no right to request a Jewish
priest's certification of healing. The Samaritans had their own
priesthood, their own place of worship, distortions of the Moses system,
similar but separate. Perhaps because literally this Samaritan was not
under the law of Moses, he had the freedom to return and worship
Christ.
Just like last Sunday, when we considered the
story of the Good Samaritan, we want to imitate this Samaritan today. Indeed,
we must even more imitate this healed leper.
The role of the Good Samaritan
ultimately belongs uniquely to Jesus Christ. We must love our neighbor,
but we cannot fulfill love like Jesus. But yes, like today’s Samaritan, we
are infected with the leprosy. Not
literally, I hope, but with a worse leprosy, the spiritual leprosy of sin,
which, without healing, can plague us eternally. But, thanks be to God, by
the piety of Christ, we have been healed. Christ by his suffering, death
and resurrection, rescued us from the obligations of the law, and has given us
eternal health through the forgiveness of all our sins.
So what should we do
first?
Let us worship in freedom at
the feet of Jesus Christ. Yes, this we can do. It's called true
Christianity. Christianity is not a way of life with lots of rules and
laws and regulations that we follow to please God and earn his favor. No,
Christianity is the life of healed lepers, already favored by God, freed from
ailments and guilt and our sin, free to worship the man Jesus, who is the God
himself, in the flesh, who, through his Word and his Spirit and in his Body and
Blood, is still present to save us.
Let us run back to Jesus, in joy and gratitude, and to be healed of the
leprous sins that still plague us. This is Christianity, and, ironically,
from this source also flows true Christian piety, works of love, not done to win
God's favor, nor to make an impression on others, but free works that flow without
effort from cleansed hearts, filled with the love of Christ.
From Jesus we receive the love
that saves us, and that overflows to the blessing of our neighbors, because we
rest in the promise that our future is secure, in Christ Jesus, our Healer and
Savior, Amen.
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