El Sexto Domingo después de la Trinidad
El Último Cuadrante
Ponte de acuerdo con tu adversario pronto,
entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue
al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te
digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante. Éste es el Evangelio del Señor.
¿En serio?
¿Este es una buena noticia, que nuestro adversario pueda echarnos en la
cárcel, hasta que paguemos el último cuadrante, es decir, el último céntimo de
nuestra deuda? No me suena como una
buena noticia.
Pues, entendemos que la palabra Evangelio
tiene matices de significado. Los cuatro
libros que se llaman “evangelios” son en total buenas noticias, pero no son
exclusivamente llenos de buenas noticias en cada versículo. Toda la Biblia es una mezcla de Ley y
Evangelio, desde Génesis hasta Apocalipsis.
Pero es un poco gracioso cuando nuestra lectura del evangelio en un
determinado domingo termina en una palabra de ley fuerte, y luego digo: Éste es
el Evangelio del Señor.
La cuestión más aguda es ¿qué haremos con
esta Palabra de Dios? Es cierto que el
discurso de Jesús que hemos oído hoy es fuerte.
Fíjate como el Señor nos pone muy incómodos. Dice que la ley de Dios tiene que ser
cumplido, cien por ciento, sin excepción, “Ni una jota ni una tilde pasará de
la ley, hasta que todo se haya cumplido.”
Además, nuestra justicia tiene que superar la de los fariseos, quienes
serían las personas más religiosas que nunca hubiéramos visto.
Y la interpretación de la ley por Jesús es
novedosa, y sumamente exigente. “Oísteis
que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable
de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano,
será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será
culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, o Idiota, quedará
expuesto al infierno de fuego.” Finalmente Jesús pone la carga de ser
justo ante el juez directamente sobre nuestros hombros: “Ponte de acuerdo con
tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el
adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la
cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el
último cuadrante.”
Estos es de verdad una mala noticia para
nosotros, para los cristianos igual que para los incrédulos. Porque según Jesús, asesinamos los unos a los
otros cada día. El enojo y los insultos
son tan comunes en nuestra vida como comida y bebida. Y lo peor es que el Señor continúa en la
misma línea en los siguientes versículos de Mateo, capítulo 5, enseñándonos
sobre el adulterio de los pensamientos, la realidad mentirosa de nuestras
promesas, y el requisito de Dios que amemos a nuestros enemigos. Según la proclamación de la ley por Jesús,
somos perdidos, sin esperanza.
Yo solía pensar que la Iglesia inventó el
purgatorio en la Edad Media por razones pecuniarias, para ganar más
dinero. Después de todo, la proclamación
de indulgencias que movió a Lutero a chispar la Reforma fue autorizada por el
Papa para pagar el techo de la basílica de San Pedro en Roma. Pero tal vez el motivo original fue un poco
mejor, todavía equivocado, pero más misericordioso. El purgatorio es la enseñanza falsa que los
pecadores con una deuda de pecado en el día de su muerte van a un lugar entre
el infierno y el cielo, donde pagan en sufrimientos por sus pecados restantes
para eventualmente ganar al cielo. El
purgatorio ha sido utilizado para ganar dinero, seguramente, pero tal vez fue
inventado por un pobre teólogo quién no pudo encontrar una salida de las
palabras de Jesús en Mateo 5.
El problema con purgatorio o cualquier
otro esquema en lo cual tenemos que pagar el último céntimo de nuestra deuda de
pecado es que el tesoro divino solo acepta monedas puras y perfectas. Los sacrificios tienen que ser sin manchas o
defectos.
Es como si aquí en la calle Serrano hubiera
una tienda tan exclusiva que solamente aceptarían euros perfectamente nuevos,
billetes sin ninguna arruga ni mancha. Pudiéramos
entrar en tal tienda con un millón de euros viejos: no valdría nada. Sabéis como es: una vez doblado, una vez
manejado por manos sudosas o sucias, un billete nunca puede ser nuevo otra vez. Si intentamos limpiar o planchar el billete,
su imperfección será aún más obvio.
Y así es con Dios y el pago de la deuda
del pecado humano. En teoría,
pudiéramos, con suficientes años, tal vez un millón de años, sufrir y pagar
nuestra deuda en un purgatorio, si existiera tal lugar. Es teóricamente posible, excepto por el
hecho de que ninguna obra nuestra de expiación puede evitar ser manchada por
nuestra pecaminosidad. Nuestros
sacrificios nunca son perfectas. Somos
como esos billetes sucios.
Si la tomamos en serio, no nos gusta
nuestra lectura del Evangelio de hoy, porque sabemos que no hay ninguna salida
para nosotros. Por nuestra parte,
tenemos que enfrentar la realidad de que nunca podemos pagar el último
cuadrante. Mala noticia, sin duda.
Pero no desesperéis. El discurso de Jesús hoy es muy, muy
duro. Pero no desesperéis, porque no es
sobre vosotros. No es sobre ti, ni ti, ni
tampoco es sobre mí. El discurso es
verdad. Es la Palabra de Dios, y la
interpretación correcta de la Ley. Y,
como cada Palabra de Dios, tiene una aplicación para nosotros. Pero primeramente y principalmente, como fue
su hábito, Jesús está predicando acerca de sí mismo.
A veces es más obvio que otros, pero Jesús
fijó el patrón en su primer sermón registrado, cuando entró en la sinagoga de
Nazaret, leyó las promesas de Isaías del Salvador que vendría, y luego
dijo: Hoy esta escritura está cumplido
en tus oídos. O cuando, antes de su Cruz
en San Juan, y después de su Resurrección en San Lucas, Cristo explicó que toda
las Escrituras, todo el Antiguo Testamento, habla de Él y su misión. La Biblia entera, incluso los discursos de
Jesús, es sumamente Cristocéntrico, es todo sobre el Hijo de Dios, hecho
hombre.
¡Qué buena noticia es esto! Volvamos a Mateo 5 un momento, y veréis lo
que os digo. Nos desmayamos cuando dice
Jesús que “Ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya
cumplido.” Pero escuchad bien. Justo antes, el Señor dice algo muy
importante. “No penséis que he venido
para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para
cumplir.” Jesús vino a cumplir la ley en
su totalidad, hasta la última tilde.
Y esto es exactamente lo que Él ha hecho
con su vida sin pecado. El Autor de la
Ley, Dios mismo, ha bajado de su trono y ha entrado en nuestra carne, para
cumplir su propia ley, en nuestro lugar.
En Cristo, la ley ya está cumplido, no queda ningún requisito para
cumplir. Fue Jesús quién nunca odió,
nunca sintió un deseo impuro, nunca mintió, nunca codició, siempre amó
perfectamente.
¿Y qué del requisito de amar a tus
enemigos y hacer bien a ellos que te aborrecen?
Esto es la mejor parte. Porque
nosotros fuimos los enemigos de Cristo.
Por nuestro pecado, por nuestra rebelión contra la buena voluntad de
Dios, tu y yo fuimos enemigos del Santo Dios.
No obstante, el Santo Dios, en la persona de Cristo Jesús, subió en la
Cruz, para pagar el último cuadrante, el último céntimo que debimos a la Juez, su
Padre Celestial. En Cristo, no queda
deuda, es cien por ciento pagado, hasta el último cuadrante.
Esto es la primera parte del gran
intercambio. El Santo Hijo de Dios quitó
los pecados del mundo. Todos los pecados
de todos las personas son totalmente expiados, pagados no con plata ni oro,
pero con su inocente sufrimiento y muerte y su preciosa sangre. Su sangre es el pago puro, el billete de
euros de valor infinito, y sin mancha, la expiación que hace puro y limpio todo
lo que toca.
La segunda parte del gran intercambio es
cuando la sangre limpiadora de Jesús toca a ti.
Como en tu bautismo. ¿O no sabéis
que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados
en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el
bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del
Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.
Nuestra motivación para vivir según los
Diez Mandamientos nunca puede ser para ganar el favor de Dios, ya sabemos la
futilidad de este camino. No, la
motivación de seguir la Ley de Dios es porque, aunque estuvimos sin esperanza,
en Cristo hemos sido hecho vivos, justificados por su sangre, perdonados y
renacidos, para vivir con Dios para siempre.
¿Por qué no querríamos seguir la Ley que ya ha sido cumplido para
nosotros? La Ley es claramente bueno, y
somos liberados de su condenación en Cristo.
Ahora, podemos atrevernos de amar a Dios y al prójimo, sin miedo.
La sangre de Jesús, la cual es la moneda
del Reino de Dios, nos ha tocado a través del agua y la Palabra. La sangre de Jesús es la autoridad y el poder
de la Palabra de Perdón, la Absolución de Dios en todas sus formas,
liberalmente proclamado a todos por el Espíritu Santo dondequiera el Evangelio
está proclamado. Y, misterio de
misterios, recibimos la sangre y el cuerpo de Cristo dentro de nosotros en la
Santa Cena, el Evangelio que comemos, la medicina de inmortalidad, el perdón
recibido por la boca, que nos fortalece para la vida cristiana.
Cada vez que nos encontramos con la sangre
de Cristo, el Espíritu nos anima a regocijarnos, porque es la prueba que
nuestro último cuadrante ha sido pagado, y debido a esto, somos liberados, hoy,
y hasta la eternidad, para vivir, y amar, en el Nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo, Amén.
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