Décimo Domingo
después de Trinidad
Un Salvador Radical -
San Lucas 19:41-48
Salvador
Radical. No es normalmente un halago
llamar a alguien “un radical.”
Especialmente hoy, después de los últimos días y meses, con atentados en
todos los lugares típicos, como Bagdad, Kabul, y Siria, pero también con
masacres en sitios que solíamos considerar pacíficos y seguros, como Paris,
Múnich, Orlando, Dallas, Niza y aun dentro de una iglesia en Roen, en
Normandía, todos queremos que sean menos hombres radicales y extremistas, y más
personas razonables, pacientes, y tiernas.
De verdad, por
su descripción de la purificación por Jesús del Templo en Jerusalén, me parece
que San Lucas no quiso hablar mucho de radicalismo. El buen doctor solo dice que Jesús, entrando
en el templo, comenzó a echar fuera a todos los que vendían y compraban en él,
diciéndoles: Escrito está: Mi casa es casa de oración; mas vosotros la habéis
hecho cueva de ladrones. Un
acontecimiento notable, pero no se describe como acto radical. Pero era.
Todos los evangelistas anotan esta historia de Jesús purificando al
Templo, y los otros ofrecen detalles que dan una impresión más fuerte, como el
estruendo de las monedas de las cambistas derramadas sobre el pavimento, y los
gritos de los animales huyendo cuando el Señor volcó las mesas de los
vendedores, o que Jesús hizo y usó un azote, demostrando su ira. Fue de verdad un momento radical, una acción
extrema.
Aunque no nos
gustan los radicales de hoy, no podemos leer los evangelios sin darnos cuenta
de que el Señor Jesús mantuvo muchas doctrinas extremas, e hizo muchas cosas
radicales. Por ejemplo, el día antes de
nuestras lecturas, Jesús entró en Jerusalén como un rey conquistador, aceptando
los loores de la gente, una procesión que parecía el inicio de una rebelión. Hay una paradoja grande en la Cristiandad: las metas de la fe son vida, amor, paz,
amistad, alegría. Pero al mismo tiempo
la historia de Jesús trata de una competencia dura, y de violencia, ira, con
muchas palabras y acciones radicales.
Es muy fácil,
especialmente hoy, cuando hay tanta violencia en el mundo, que ignoremos las
partes radicales en la historia y la enseñanza de Jesús, y finjamos que no hay
nada de radicalismo en el cristianismo.
Pero si rechazamos una parte de la historia de salvación, el diablo se
regocija, porque pronto perdamos la salvación.
Necesitamos toda la historia.
Aunque no queremos ver el radicalismo en el mundo de hoy, necesitamos el
radicalismo de Jesús. Pero, ¿cómo
debemos entender esto? ¿Qué es la
diferencia entre el radicalismo de Jesús y los actos radicales que vemos
hoy? ¿Tenemos que ser radicales en algún
sentido, si queremos ser verdaderos cristianos?
Mi tutora de
español muchas veces ha corregido mis sermones, pidiéndome no usar el verbo
odiar, especialmente con la persona de Dios.
Me dice que no es apropiado para un discurso culto. Pero normalmente mis usos de las palabras
`odiar´ y `odio´ no son mis propias palabras, más bien son citaciones
bíblicas. Hoy, para mucha gente, es
inaceptable el modo en que la Biblia dice que Dios odia. Dicen que esto suena de radicalismo, y
debemos rechazarlo.
De hecho, que
Jesús purificó al Templo no fue radical; hubo hecho el igual muchas veces en la
historia de Israel. Dios eligió a los
descendientes de Abraham para ser su propio pueblo, dándoles su Palabra, el
Templo, el culto, los sacrificios, un reino poderoso, y una ley sana y justa,
para que ellos pudieran vivir como su propia gente.
Pero los
Israelitas nunca podían hacer su parte.
Siempre estaban siguiendo atrás otros dioses falsos, siempre ignorando
la ley, siempre rechazando a Dios. Y
varias veces el Señor usó reyes y ejércitos extraños y otras calamidades para
purificar a su pueblo. Pero cada vez,
después de poco tiempo, regresaron al pecado.
Esta es la historia repetida de Israel, y aunque es deprimente, no hay
nada radical en esto.
La purificación
del Templo por Jesús fue una repetición, excepto por una cosa, una diferencia
en la situación. Antes, cuando Dios
purificó a su pueblo, cuando castigó a Israel para darles arrepentimiento, Él
lo hizo solo como Dios, por su poder ilimitado, sin ningún riesgo de que Israel
tomara represalia contra Él. Dios es
Dios, y los hombres no pueden herirle de ninguna manera.
Excepto ahora,
en el Templo, el día después de la entrada triunfante en Jerusalén, cuando las
multitudes le aclamaba a Jesús como el nuevo Rey David: Este mismo Jesús, ya el objeto de la ira de
los sacerdotes y fariseos, los líderes religiosos de los judíos, decidió
purificar al Templo, provocando las intrigas que iban a resultar en su crucifixión. Dios, ahora hecho hombre en Cristo Jesús,
purificó a su pueblo otra vez, pero ahora su pueblo tuvo el poder de tomar
represalias.
Además,
después de enojar tanto a sus enemigos, Jesús no se escondió. No, Él continuaba en público, enseñando cada
día en el templo; aunque los principales sacerdotes, los escribas y los
principales del pueblo procuraban matarle.
Esto es radical. Esto es el amor
radical de Jesús, quien, para salvar a sus propios enemigos, hizo
purificaciones y predicó denuncios contra los judíos, para que ellos le matarían.
Aunque los
judíos no merecieron su amor, y aunque nosotros no merecemos su amor, el plan
radical de Jesús siempre era amarnos al final, hasta su propia muerte,
completamente inmerecida e injusta.
Jesús hizo esto para que, en su muerte, nosotros podamos encontrar el
mérito y la justicia que nos purifica, no para un día, pero perfectamente y
eternamente.
Quizás es
todavía difícil hablar de la realidad de la Cruz. Como dice San Pablo, es “piedra de tropiezo y
roca de caída.” La Cruz nos ofenda. El sufrimiento y la muerte de Cristo nos da
vergüenza y culpa, porque no solamente los pecados de los judíos, pero también
nuestros pecados fueron causa de la Cruz.
Es una verdad amargura.
Arrepiéntete. Arrepiéntete de tus
pecados, arrepiéntete de tu vergüenza, y oír lo que Cristo quiere que
conozcas: la Cruz es para tu paz.
La Cruz es
para tu paz, y no tienes que ir a Jerusalén, ni tampoco viajar a través tiempo,
para encontrar tu paz. Aunque Jesús
murió y resucitó hace dos mil años, el día de tu visitación por el Salvador
radical es hoy, aquí, donde Él te encuentra, para purificarte otra vez, con la
victoria de su amor radical.
Los actos
radicales de los meros hombres siempre fallan, porque no tienen el poder del
amor de Dios. Más, siempre están
contaminados con nuestros pecados. Como
dice Santiago, la ira del hombre no obra la justicia de Dios, (Santiago
1:20). Pero la ira de Dios sí, ha obrado
nuestra justicia. Esto es el amor
radical de Jesús, quién envolvió en su propio cuerpo todo el pecado de los
hombres y toda la ira de Dios contra nosotros, enterrando los dos para
siempre.
En esto
podemos ver que el amor radical de Jesús es un misterio, que Dios, Padre, Hijo
y Espíritu Santo ha conseguido nuestra salvación, dentro de su propio ser. Entonces, no necesitas temer nada, ni a
nadie, porque tu salvación es un hecho, en Dios mismo. Él te la ha entregado por medio de la fe, por
medio de la palabra y el agua. Y aquí,
en la compañía de los hermanos, congregado en torno a su Palabra y su Cena, Él
continúa recordándote de su amor cada día.
Entonces, el
radicalismo cristiano es único, completamente distinto de los métodos de los
hombres. Los métodos de los hombres son
llenos de odio, y falta la remedia del perdón de Cristo. Las intenciones de los hombres para purificar
el mundo son nada más que sus propias fantasías malas. Nada bueno viene del radicalismo humano.
Pues, todavía
vivimos en este mundo violento, cada día más lleno de radicales. ¿Cómo responderemos al odio y violencia y los
atentados de hombres violentos?
Con palabras
radicales, que proclama el amor de Cristo.
Con actos
valerosos, aunque simples, congregando en torno a la mesa del Señor para
recibirlo en su cuerpo y su sangre, y presentando nuestras oraciones a Dios,
para la conversión de los enemigos de la Cruz, por la proclamación de la misma
Cruz, donde hay perdón y amor radical para todos
.
Porque somos
la iglesia de Cristo, además tenemos un papel de compartir estas noticias del
amor radical de Cristo con todos.
Tenemos un papel de servir a nuestros vecinos, los pacíficos y los
violentos, como Dios nos ha servido.
No quiero
decir que no debemos defender a nuestras familias, o que el gobierno no debe
luchar contra los radicales violentos.
Quiero decir esto: No sé dónde o
como, pero como la iglesia, vamos a encontrar oportunidades para servir, por
algún modo, a nuestros enemigos. Estos
también sean tareas radicales.
No podemos
hacerlas por nuestra propia fuerza. Solo
el amor radical de Dios, que nos viene en el evangelio de Cristo, puede darnos
voluntad y fuerza para intentarlas.
Necesitamos aferrar a Él siempre, siempre recibiéndole por el escuchar
de su Palabra, o todos nuestros esfuerzos para el bien del mundo van a
fracasar.
Pero con
Cristo, sí, podemos atrever amar radicalmente.
Porque Cristo está a nuestro lado, podemos amar sin expectación de
recompensa, porque ya tenemos todo en Dios.
Podemos atrever hablar la verdad de Dios, abiertamente y sin temor,
porque sabemos que Jesús mismo es la Verdad de Dios que viva eternamente, y
nosotros vivimos con Él.
Y, como vamos
a celebrar en unos momentos, con el amor radical de Jesús, un varón y una mujer
pueden atrever amar como cristianos, sacrificándose el uno para el otro, porque
están seguros en el sacrificio perfecto que hizo Cristo para su novia, la
iglesia.
Cada uno de
nosotros podemos enfrentar a esta vida incierta con la confianza y la paz que
vienen de la absolución completa del Padre, el consuelo y consejo de su
Espíritu, y el amor radical de Cristo, que nos da vida. No podéis fracasar, porque mayor es Él que
está en vosotros que él que está en el mundo. El que creyere en Jesucristo, el Salvador
radical, no será avergonzado. Tienes su
paz y victoria, hoy, y por los siglos de los siglos, Amén.
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