Segundo Domingo
después de la Trinidad
Considerad al Maestro
del Banquete
Lucas 14: 15-24,
Efesios 2: 13-22, Proverbios 9: 1-10
Las lecturas designadas para este
domingo nos dan mucha razón para considerar la Cena del Señor.
Desde Proverbios 9 oímos como la
Sabiduría prepara su banquete, llamando a los simples, que vengan a la vida,
llamándolos: venid y comed mi pan, y bebed de mi vino mezclado. Para
entender esto, es importantísimo saber que en Proverbios 8 oímos la Sabiduría
descrita de maneras que nos da razón para que asociemos la Sabiduría con el
Hijo de Dios. Aprendemos que la
Sabiduría es desde la eternidad, y que ella es la maestra de obras, trabajando
mano a mano con Dios, presente en el momento de la Creación. Aún más, la
Sabiduría nos enseña que "el que me halle, hallará la vida, y alcanzará el
favor de Jehová… Mas el que peca contra mí, defrauda su alma; Todos los que me
aborrecen aman la muerte."
Si oís un eco del Evangelio de
Juan, entonces vuestros oídos son sabios.
En particular recordamos la manera en que San Juan describe el Verbo de
Dios, Dios hecho carne, que estaba con Dios en el principio, y quien es Dios, y
por el cual todas las cosas fueron hechas, y en el cual hay luz y vida. Por todo esto, y por más, la Iglesia siempre
ha visto una estrecha conexión entre la Sabiduría, personificada en Proverbios
8 y 9, y Jesucristo, la eterna Palabra de Dios.
Así, como oímos de la Sabiduría poniendo su mesa con pan y vino que dan
vida, ciertamente pensamos con toda razón en la Sagrada Comunión.
La Epístola continúa el
tema. San Pablo habla de que los gentiles y los judíos fueron hechos uno,
por la sangre de Cristo, antiguos enemigos reconciliados en un Cuerpo, por la
Cruz, ahora miembros igualmente de la casa de Dios. La Cena del Señor es
una comida para los miembros, es decir, los creyentes bautizados que comparten
una confesión común de la única verdadera Fe. La comida que recibimos en
este altar nos lleva a la más íntima comunión con Dios, y nos une también unos
a otros, en una comunión creada por Cristo.
La Sagrada Comunión es para los que confiesan la enseñanza fundacional de
los Profetas y los Apóstoles, siendo Cristo Jesús la piedra angular. Y, a
los miembros de su Cuerpo, el Espíritu Santo viene para edificarlos para morada
de Dios. Fíjate: En su gracia, Dios mora, justo aquí en nuestro medio,
Emmanuel, Dios con nosotros, incluso entrando en nosotros por su Cuerpo y
Sangre.
Finalmente, Lucas nos habla de
Jesús, enseñando durante una comida, hablando del Reino de Dios en términos de
un gran banquete. Además, el Maestro del
Banquete ha determinado que tendrá cada asiento lleno, y cada huésped
satisfecho.
Es un poco agridulce, de verdad, hablar
tanto del don maravilloso que es la Santa Cena, dado que hoy, en la Iglesia
Luterana en España solo vamos a celebrarla en Sevilla. La mayoría de nuestros hermanos tendrán que
ser satisfechos con la Palabra sola. Es
verdad que el Espíritu Santo puede mantener nuestra fe por la Palabra sola, y
Él lo hace.
Pero Cristo nos ha dado la Cena porque necesitamos el Evangelio en varias
formas, y la forma más alegre y que nos satisface lo mejor es la Eucaristía
completa, la Palabra y la Cena hombro a hombro, otorgándonos la gracia, perdón
y vida de Dios. Los Luteranos en España
saben muy bien las dificultades en torno a proveer adecuadamente y rectamente
los dones de Cristo, y nos echamos de menos del culto cuando no podemos
reunirnos juntos.
Pero Dios es fiel, y
nos esforzamos alcanzar al día en que haya muchas más oportunidades. Porque, sí, tenemos el Evangelio todos los
días, pero la celebración de la Santa Cena es aún más evangelio, y por eso los
ángeles se regocijan.
Pero no es siempre así. Como vemos en la parábola de hoy, y en la
historia del pueblo de Dios, no importa la magnitud del don que es la Santa
Cena, los seres humanos siempre han demostrado la capacidad de
despreciarlo. Por eso, Jesús habla de la
estupidez y los peligros de negarse ir al banquete de Dios. Sobre la mesa,
nuestro Señor Jesús da una advertencia a los judíos, que no estaban muy
interesados en recibir el Evangelio que el Señor ofrecía.
Muchos de los judíos estaban bastante satisfechos, al parecer, ya que
formaban parte del pueblo especialmente escogido de Dios. Fueron ya bendecidos, en sus mentes, destinados
para comer pan en el Reino de Dios. Pero los judíos tenían la idea
equivocada de que Dios los había elegido porque eran tan especiales, tan
buenos. La verdad es que Dios escogió a Abraham y a sus descendientes
porque Dios es misericordioso y bondadoso, y simplemente eligió derramar su
favor, inmerecidamente, sobre ellos. Los
hijos de Abraham, como él mismo, fueron de cierto muy poco impresionantes, y muy
pecaminosos. Nada en ellos los hizo
especiales, sino que sólo la graciosa elección de Dios.
Los judíos gozaban de su estatus
especial ante el Señor, pero no querían mucho escuchar lo que el Señor
realmente tenía que decir, o hacer lo que el Señor había ordenado. Ni tampoco
les gustaba recibir los regalos que Dios les había dado. El Maná milagroso,
dado día tras día en el desierto, pronto lo despreciaron como comida
repugnante.
El pueblo de Dios también se aburría con la adoración en el templo, en la
cual el Señor dirigía sacrificios a través de los cuales prometió mantener su
estatus de gracia. Sin embargo, los Israelitas comenzaron a evitar y descuidar
los dones de Dios en la adoración.
Ignoraban también la realidad que
los sacrificios en el Templo apuntaban a un sacrificio futuro, un sacrificio final
y completo por el cual Dios vencería de una vez por todas la totalidad
pecaminosa de su pueblo, y de toda la humanidad. Pero a los judíos no les gustó escuchar estas
buenas noticias. ¿Por qué necesitamos un
Salvador sacrificial cuando ya somos el pueblo escogido de Dios?
Así, cuando el Hijo de Dios
nació de la virgen María, el Cristo, vino a salvar a su pueblo de sus pecados,
bueno, los judíos respondieron tibiamente, en el mejor de los casos. Ellos
disfrutaron de los milagros de Jesús, pero no su confrontación de su pecado, ni
su condena de la justicia de las obras, que era la enseñanza de los Fariseos,
quienes decían que fue posible ganar acceso al Reino de Dios por nuestro propio
mérito.
Los judíos no querían oír las severas advertencias que Jesús dio acerca de
las verdaderas obras de justicia, porque les gustaba pensar que ya habían
ganado el eterno favor de Dios.
Ciertamente no necesitaron a un Salvador abnegado.
Los judíos satisfechos
consideraban que su pertenencia al Reino de Dios era un derecho merecido, como
su propiedad personal, en lugar de un regalo inmerecido, por el cual ellos
debían alabar a Dios, día tras día. Sus vidas terrenales y placeres
carnales eran más importantes que ir al banquete del Maestro.
¿Hay alguna aplicación dentro de
todo esto para nosotros hoy? Sí. Los cristianos de hoy son, o mejor, nosotros
somos bastante parecidos a los judíos.
Somos miembros bautizados de la Iglesia de Dios, y, a veces, tratamos
nuestra relación con Dios como una obra que nosotros hemos completado, como una
tarjeta de acceso que hemos ganado en el bautismo o quizás en la confirmación,
una tarjeta de acceso que podemos sacar de la cartera y usar cuando la
necesitamos, cuando queremos, quizás en las grandes fiestas, o cuando tengamos
algunos problemas en nuestra vida.
Como los judíos, a veces despreciamos la invitación del Maestro al
banquete. Creo que casi todos nos hemos
alejado de los cultos de la Casa de Dios porque tuvimos cosas más importantes o
más entretenidas que hacer.
Necesitamos arrepentirnos. No hay nada más importante en esta vida
terrenal que continuar en el camino de justicia ante Dios, un estado que
recibimos solamente por gracia a través de la fe, algo no ganado, más bien un
regalo gratuito. No hay nada más importante que tú y tus seres queridos tengáis
una buena relación con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y Dios es el único
que puede sosteneros, una obra de gracia que Él hace por medio de su Evangelio,
especialmente a través de su Evangelio proclamado y distribuido en medio de sus
congregaciones.
De hecho, lo más importante que
puedo decir esta mañana no es lo que debemos hacer, o lo que
no estamos haciendo. No, este tema siempre
terminará siendo muy deprimente, porque no haremos lo necesario. Pero, hay una Palabra más importante. Lo más importante es considerar al Dios que
prepara tal banquete, para invitados como vosotros, y como yo.
Considerad, entonces, al Dios
que, puesto que no puede hallar dignos invitados para el gran banquete que
prepara, decide ir a buscar y encontrar y traer lo más bajo de lo bajo, lo
pobre, lo lisiado, lo obviamente débil y pecador, criaturas caídas que yacen en
las cunetas de la vida. Considerad al Dios que fue a encontrar a los huéspedes
entre los más bajos de los bajos. Luego, para hacerlos dignos de su banquete,
Él toma la humildad y los fallos de los invitados sobre sí mismo. Considerad al
Dios que se hizo indigno, de hecho, el Hijo de Dios sin pecado quien se
convirtió en pecado para nosotros, para que Él pudiera destruir el pecado y
elevarnos a la gloria, por su muerte en la Cruz.
Considerad al Dios que se hace
siervo, descendiendo de la gloria para sufrir y morir y resucitar, para que los
débiles y humildes puedan ser lavados y vestidos y preparados para la mejor
comida, hoy y para siempre. Considerad al Dios que no acepta “no” como una
respuesta, que envía a sus siervos a los caminos y vallados, golpeando los
arbustos para encontrar otro invitado, para encontrarte a ti, y hacerte creer que no hay otro lugar mejor que
estar en la mesa del Maestro, comiendo y bebiendo perdón, vida y salvación.
Considera al Dios que te ha
reunido aquí esta mañana. A pesar de todos los pecados que has cometido, a
pesar de tu culpa, a pesar de tu fracaso en ser fiel, a pesar de todas las
cosas malas e incluso vergonzosas que son tan evidentes en tu vida, y en la
mía, Dios ha arreglado tus oídos para escuchar su misericordia hoy, ahora
mismo.
Jesucristo, el siervo que sufre,
la Sabiduría desde lo alto, bajó para salvarnos. Considera a Jesucristo, el hombre de carne y
hueso que es también Dios Todopoderoso.
Él es el anfitrión de nuestra mesa.
Él es el Autor de la Buena Nueva del perdón y vida nueva para todos los
que confían en Él. Jesús es aquel que te
habla hoy, ahora mismo, y cada vez que su Palabra de Perdón toca tus oídos.
Considerad debidamente los dones
que Jesús ha preparado para vosotros en su Mesa, en su Cuerpo y Sangre, en el
perdón y en la nueva vida que Él ha ganado para todos.
Considerad a Jesús, y por la inspiración de su Espíritu, vais a buscar, tal
vez incluso vais a demandar la Santa Cena, tan a menudo como deberíamos.
Queridos amigos, considerad a
Jesús diariamente, y os regocijareis de reuniros y recibirlo una y otra vez,
con sus hermanos y hermanas en Cristo. Pero, sobre todo, considerad a Jesús, y
sabed que en Él, por su Cuerpo dado a la muerte, por su Sangre, derramada para
perdonar, y en su Resurrección, ya tenéis la victoria sobre el pecado, la
muerte y el diablo. En Cristo vuestro
Salvador, tenéis un asiento en el Banquete de Dios, hoy, y por los siglos de
los siglos, Amén.
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