Segundo Domingo
después de la Trinidad
Nuestra Identidad
Lucas 14:15-24
¿Con
quién de nuestra parábola de hoy nos gustaría ser identificados?
¿Con
quién seremos identificados?
Cuando
escuchamos una buena historia, o cuando miramos una película o leemos una
novela bien escrita, es normal y agradable que nos identifiquemos con uno o más
de los personajes de la historia. En nuestra
imaginación, nos preguntamos ¿quién soy yo en esta historia? Por ejemplo, normalmente me identifico con
los caracteres de las películas realizados por actores como Sean Connery o
Clint Eastwood. Naturalmente.
Entonces,
entre los personajes de nuestra parábola de hoy, ¿con quién te identificas? ¿Con
el padre de familia? Creo que no. O al menos espero que no. Es suficiente claro que el padre de familia
representa a Dios mismo. No somos
Él. Hay un solo Dios, y el primer
mandamiento nos instruye que no nos es permitido adorar a otro, particularmente
si este otro dios sea nosotros mismos.
¿Te
identificas con los convidados buscando excusas para evitar la cena del señor? Otra vez, creo que no.
O tal
vez sí. La invitación de Dios es una
buena noticia, pero si algunas veces en nuestra vida tú y yo hemos despreciado
las buenas noticias de Dios, esta parábola nos pudiera golpear como una
condenación fuerte. Ya sabéis como lo
justificamos a nuestra ausencia: Yo sé que reunirme con el pueblo de Dios
para escuchar su Palabra y recibir sus dones es bueno, pero, … toda la familia
va a la playa, o las montañas, o, tengo que ir a una comida de mi primo, o, o,
lo que sea… y por eso este domingo, no puedo asistir a la Eucaristía…
Rechazar
la invitación bondadosa del Padre es un estupidez, pero yo apuesto a que cada
uno de nosotros hubiéramos tenido, o todavía tengamos alguna culpa por evitar
venir adonde Dios nos ha invitado, a su congregación, reunida alrededor de su
Palabra.
¿Queréis identificaros con los pobres, los
mancos, los cojos, los ciegos? Bueno,
sí, deberíamos quererlo. Dado que ellos
llegan a sentarse en el banquete del señor, es una buen idea. Pero, ¿identificarme con los pobres y los
cojos, literalmente, por ejemplo, sufrir tales problemas en mí vida? No, no lo quiero mucho, de ninguna
manera.
Hablando de la pobreza, preferimos la forma de San Mateo,
“bienaventurados los pobres, en espíritu.”
(Mt 5:3) Somos capaces de encontrar una definición menos dura en la “pobreza
del espíritu,” en vez de la pobreza literal.
Pero este evangelista Lucas, supuestamente más alegre y suave que Mateo,
lo dice diferente: “Bienaventurados vosotros, los pobres,” (Lc 6:20), punto,
sin adjetivo, sin una palabra que nos ofrecería una salida de la idea de que
deberíamos aceptar la pobreza y el sufrimiento con alegría.
¿Hay
alguien aquí que se identifica con el siervo del padre de familia? Quizás… Llevar
la invitación del padre a los vecinos es una vocación alta. Como exactamente deberíamos realizar esta
tarea santa ha sido el tema de nuestra reunión de este fin de semana, nuestro
Foro. Creo que todos ya sabemos que no
es un trabajo leve o fácil. Y, de todos
modos, si tú quieres llevar la invitación del Padre a alguna persona específica
aquí en España, o incluso quieres hacerlo como una vocación, como un siervo de
la Iglesia, hablemos, tú y yo. Después
de todo, cuando oramos que el Padre envíe más obreros en su cosecha, estamos
hablando de personas de entre nosotros.
Muy
bien, puede ser divertido y servicial considerar con quien nos identificamos en
una parábola. Pero, más importante que con
quién nosotros nos identificamos es la pregunta de con quién nos será
identificados por otros, y finalmente, por Dios.
No
somos el Padre.
¿Seremos
identificados con los convidados que no quisieron venir al banquete? ¡Ay de mí!
Esperamos que no.
Deberíamos
querer ser identificados con los pobres, los mancos, los cojos, los
ciegos. Pero, nos da mucho miedo la idea
de desear ser pobre o incapacitado.
De
verdad, las opciones de este parábola nos da miedo, miedo de con quién Dios nos
identificara.
Y, digo
yo, este miedo está muy bien. Porque el
temor de Jehová es el principio de la
sabiduría.
El
temor de Jehová, del Señor, es el principio de la sabiduría, y el conocimiento
del Santísimo es la inteligencia.
El
temor del Señor es el principio de la sabiduría, pero no el fin. Hay que proceder al conocimiento del
Santísimo para tener una inteligencia salvadora. Es decir, al final, aunque es sumamente
importante la pregunta de con quién seremos identificados por Dios, esta no es
la pregunta principal. De verdad es una
pregunta del camino de la Ley, y siempre nos va a encontrar dudas por ella,
porque aunque dediquemos toda nuestra vida y fuerza a siempre estar listo de
responder a la invitación del Señor, no lo hacemos.
No, la
pregunta principal es la de siempre cuando tratamos con la Palabra de
Dios: ¿Dónde está Cristo en esta
historia? ¿Con cuál personaje deberíamos
identificar a Él?
Y la
respuesta sorprendente es que Cristo nuestro Salvador se identifica con todos los caracteres de esta
parábola.
Podemos
ver una identidad compartida entre Jesús y el padre de familia, porque Jesús y
su Padre son uno. Si vemos al Hijo,
vemos al Padre. No podemos entrar
profundamente dentro de este misterio hoy, pero es verdad.
¿Podemos
identificar a Jesús como el siervo del Padre?
Claro que sí. Es el Siervo
escogido, el Santo de Dios, enviado a este mundo para invitar a todos a la cena
celestial y sin fin. El Señor quiere que
todos sean salvos, y por eso envió a su Siervo, su único Hijo para entrar en
nuestra carne, para hacerse nuestro hermano.
Nos alegramos en esta buena noticia, que el Hijo del Hombre, el Mesías
de Dios, no vino para ser servido, sino para servir, incluso para dar su vida
en rescate por muchos.
Para
rescatarnos, Cristo Jesús, el eterno Hijo del Padre, tuvo que identificar con
nosotros, hasta el último. Jesús,
dejando su trono en la gloria y el poder divino, se identificó con los pobres,
los sufridos, los que están en duelo.
Qué mensaje más consolador, que en nuestros momentos más bajos podemos
confiar que Jesús ha pasado lo mismo, y peor, y que Él todavía está con
nosotros, especialmente en nuestro sufrimiento.
Pero
no somos solamente personas inocentes, sufriendo los dardos de Satanás y el
odio del mundo. Mucho menos, somos, en
nuestro pecado, enemigos de Dios, rechazando su invitación y despreciando a su
Siervo una y otra vez, cada vez que pecamos.
Por lo tanto, para rescatar a mí, para rescatar a ti, para rescatar a
todo el mundo, fue necesario que Cristo se identificara también con los malos
convidados que no quisieron venir a la gran cena.
Y, en
la sorpresa más grande y buena de toda la historia, Jesús lo hizo. El Santo Siervo de Dios se identificó con los
fariseos, quienes amaban al dinero y confiaban en su propia justicia, en sus
buenas obras, como ya habían merecido una invitación para entrar en la cena
eterna del Señor. Cristo se identificó
con los malhechores, los asesinos y los ladrones, y con gobernadores sin
preocupación por la justicia. El Santo
Siervo de Dios dejó que sus enemigos le identificaron como blasfemador. Y luego, para tragar el último de la copa de
maldición, Jesús fue identificado como el Pecador de pecadores por el Padre de
la Casa, su propio Padre Celestial.
Todos
tus pecados, y los míos, y los de todos, y todo el castigo justo que hemos
merecido, fueron aceptado y consumido por Él, colgado en una cruz, bajo el odio
de Satanás y todo este mundo caído, y peor, y en un momento incomprensible, bajo
toda la ira justa de su Padre. Consumado
es.
Y
luego, después de cumplir el sábado en la tumba, Jesucristo se resucitó. La muerte no tenía poder suficiente para retener
al Hijo de Dios, porque Él es la luz y la vida del mundo.
Y por
todo eso, en Cristo Jesús, tú tienes una nueva identidad. Tú puedes identificarte con Cristo, porque Él
ha puesto su nombre, su justicia y su santidad sobre ti en tu bautismo. Por causa de la obra de Jesús, el Padre te ha
declarado justo y santo. La morada de
Dios en el Espíritu está contigo, porque tenerte con Él para siempre es su gran
deseo.
De
verdad, bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios. Tú puedes confiar que por, y en, y a través
de Cristo Jesús, ya tienes un sitio reservado en la cena eternal, una cena de que
también Jesús nos da un anticipo, aquí, hoy, alimentándonos con su cuerpo y su sangre,
para perdón, vida y salvación.
En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo, Amén.
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