Decimonoveno Domingo después de Trinidad
Prioridades – San Mateo 9:1-8
¡Qué alegría! ¡Qué emoción!
Sola una vez me encantaría ver tal milagro como lo que hizo Jesucristo
en nuestro evangelio de hoy. Qué
excelente sería ser testigo de una sanación física espectacular como recibió el
paralítico: un momento débil, agotado, sin poder de salir de la cama, el
siguiente, sano y fuerte, saliendo de la casa, su camilla bajo su brazo,
regocijándose en su nueva vida. Sin duda
alguna, estar presente para ver esto sería fantástico.
Al mismo tiempo, hay que pensar con una
perspectiva más larga. Por ejemplo, ¿qué
pasó al paralítico en los siguientes años de su vida, después de su curación
milagrosa por Jesús? ¿Cómo fue su ánimo
cuando, tal vez dentro de poco, o después de muchos años, otros enfermedades y
dolencias empezaran a molestarlo?
Seguramente algunos problemas de salud vinieron a él, porque, con la
misma certeza de que la noche sigue el día, la salud humana declive, poco a
poco, o de repente. ¿Me pregunto si
fuera más difícil aceptarlo para este paralítico, quien una vez fue sanado
milagrosamente?
Es un refrán común decir: “Hay que cuidar
la salud. Es lo más importante.”
Normalmente, yo vivo como si esto fuera verdad; creo que todos nosotros
lo hagamos. El estado de mi cuerpo, el
nivel de mi colesterol, y el riesgo de cáncer de piel que tengo como herencia
tienen un efecto en cada día de mi vida.
Pero me fue recordado de cuán importante es la salud en mi mente y en mi
corazón el mes pasado, durante la visita de nuestra nieta.
Cuidando a ella, mientras mi hijo Jeremy y
la nuera Teresa hacían el turismo, con Shelee y en algunos momentos, cuidando a
Heather yo solo, me recordó de la preocupación intensa que la responsabilidad
de cuidar a un bebé implica.
Hay que dejar la niña intentar caminar,
pero no quieres que se caiga con demasiada fuerza. Hay que dejarla aprender como comer comidas
nuevas, como picos, que a ella le encantó, pero sin que ella se atragante. La salud y la seguridad de mi nieta me llenó
de ansiedad, en la misma manera que cuidar a mis hijos me hizo sentir en los
años noventa.
La salud es muy importante, y debe ser,
porque es importante a Dios. En el
principio, el plan era que viviríamos eternamente con salud perfecta, y todavía
el plan sigue igual, solo ahora con desafíos importantes. No hay nada mal en preocuparse por la salud y
seguridad de nuestros queridos, ni desear mantener mi propia salud para que
pueda continuar disfrutándome de ellos.
Pero, sabemos que es posible tener demasiado preocupación por la salud y
la seguridad, la nuestra y la de otros, porque es imposible crecer y vivir una
vida alegre sin riesgos y problemas. Hay
que dejar que la nieta se cae, y hay que gestionar el declive de mi salud,
especialmente en la tercera edad. Pero,
aun aceptando la importancia de mantener una actitud realista sobre la salud,
sin embargo, Jesús nos apunta a algo mucho más importante.
En un sentido, Jesús fue un médico famoso,
porque produjo milagros asombrosos de curación, dando nueva fuerza a piernas
inútiles, vista a ojos ciegos, y salud a piel leprosa. Hizo resurrecciones, volviendo a muertos a
sus familias. Muchas veces sus palabras
vinculadas con estos milagros nos sorprenden:
Con frecuencia ordenó que sus pacientes mantengan sus curaciones
secretas. También usó las curaciones
para enfadar a sus enemigos.
Pero su conducta con el paciente de hoy es
muy extraña. Entendemos desde San Lucas
y San Marcos que Jesús estaba en casa, enseñando la palabra, y que la casa
estaba sobrellenada de gente, forzando a los amigos subir en el techo y hacer
una abertura para bajar a su amigo paralítico ante Jesús. Una vez que el paralítico esperanzado estaba
en la presencia de Jesús, todo el mundo esperaba una curación.
Pero el Hijo del hombre, no teniendo en
cuenta las expectativas de otros, tiene otras prioridades. Le ofrece una absolución al paralítico. Escuchad de nuevo: Y sucedió que le trajeron un paralítico,
tendido sobre una cama; y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten
ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados.
Me pregunto de que fuera la reacción del
paralítico. Ningún de los evangelistas
nos la dice. Pero vemos la reacción de
los escribas, los líderes religiosos que siempre seguían a Jesús, porque querían
evaluar toda su enseñanza, con la esperanza de descubrir un error grave, para desacreditarlo. Y lo hallaron, o así pensaban, en su
absolución del paralítico. Los escribas
decían dentro de sí: Éste blasfema. ¡Nadie
puede perdonar pecados, excepto solo Dios mismo!
De esto podemos ver que el propósito de
Jesús en curar al paralítico fue establecer su autoridad, la autoridad de Dios,
ahora hecho hombre, la autoridad para hacer cualquier cosa que Él quiere,
incluso perdonar pecados.
Cuando empezamos de pensar en los
problemas de vida, enfermedades, pobreza, delincuencia, depresión, adicciones, fracaso
de convivencia, sean lo que sean los problemas, en relación con el pecado, solemos
poner el carro antes del caballo en nuestro juicio de causa y efecto. Es natural pensar que los problemas nos
dirigen a pecar. Por ejemplo, soy pobre
y tengo hambre, por lo tanto, soy ladrón.
O, porque tengo grandes tristezas en mí vida, estoy enojado con
Dios.
O, tengo mucho
dolor físico o emocional, por lo tanto, yo abuso del alcohol, o de la medicina
o las drogas ilícitas. Solemos pensar
que los problemas son la causa de nuestros pecados. Y es verdad que puede haber un círculo de
causa y efecto: un pecado causa un problema que invita a otro pecado, que nos
trae otro problema, etcétera.
No obstante, y esto es imprescindible para
entender la salvación de Dios, en el fondo, los problemas de la vida son
síntomas, no causas, del pecado. Fue
debido al pecado que la enfermedad, el odio, el hambre, la pobreza o la soledad
entraron en el mundo.
Por ende, aunque Jesús tiene misericordia
perfecta por la debilidad del paralítico, su prioridad no es la sanación temporal,
para darle buena salud para un determinado tiempo. Más bien, la prioridad de Jesús es darle el
perdón de sus pecados, para que pueda tener paz con Dios, y, en el reino que
viene, salud perfecta, en cuerpo y alma, para siempre. Para conseguir esta prioridad, tienes que
tener el perdón, porque esto es la única solución a nuestro problema primero y
principal.
El mundo no quiere oír de pecado hoy. Muchos dicen que es una invención de la
Iglesia Cristiana para controlar a la gente.
De hecho, es considerado maleducado hablar de pecado, incluso en muchas
iglesias. Pero, siempre hay personas con
la voluntad de hablar de pecado, ellos, como nuestro paralítico, que luchan
contra problemas serios, enfermedades graves, los que luchan contra la
muerte. Y para ministrar a tales
personas, no conozco una lectura del evangelio mejor que esta historia, que nos
explica las prioridades correctamente, y que nos muestra nuestro médico divino,
él que nos cura a través del perdón.
Hay mucho para considerar en la pregunta
de Jesús: ¿Qué es más fácil, sanar, o perdonar pecados? Parece muy fácil decir, “Ánimo, hijo, tus
pecados te son perdonados.” Pero es cierto
que perdonar es mucho más difícil. El
Hijo del Dios podía sanar un paralítico sin esfuerzo. Pero, para que su Palabra de perdón al
paralítico tuviera eficaz, Jesús tendría que hacer algo mucho más difícil. Para que el perdón de los pecados sea un
hecho, en la tierra y en los cielos, Jesús tendría que ir a la Cruz, para sufrir
lo peor que el mal de los hombres pudiera infligir, además, tendría que aceptar
toda la ira de Dios, de su propio Padre, contra todos nuestros pecados.
Por ende,
Jesús usó la curación del paralítico para demostrar su identidad, y su
autoridad, Dios hecho hombre, venido a la tierra para ganar el perdón de
pecados para todos.
Sí, perdonar pecados es mucho más difícil
que sanar enfermedades. Pero con Jesús,
tenemos los dos, curación y perdón.
Ahora, tenemos pleno perdón, una fuente de perdón inagotable, llena de
la sangre sanadora de Cristo, siempre disponible a todos los pecadores que
buscan a Jesús en arrepentimiento y fe. También,
porque Dios es bondadoso, recibimos muchas curaciones durante nuestra vida
terrenal. No todas, pero muchas. Además, la curación eterna y perfecta nos
espera, en el Reino de Dios que viene.
El paralítico sanado por Jesús se volvió a
estar enfermo de nuevo más tarde. Pero,
por la fe en el perdón de sus pecados, proclamado de la misma boca de Dios, y
cumplido en la Cruz, este ex-paralítico recibió el mayor don, el mismo don que
Dios nos ofrece aquí, hoy, el perdón de nuestros pecados, y la promesa fiable
de la salud eterna,
En el nombre
de Jesús, Amén.
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