Monday, October 22, 2018

Familia, Hogar, Muerte, y Vida - Family, Home, Death, and Life


Sermón en Español primero, y luego Inglés - Sermon in Spanish first, then English

Vigésimo Primer Domingo después de la Trinidad, Veintiuno de Octubre, A+D 2018
Familia, Hogar, Muerte y Vida
Génesis 1:1 – 2:3, Efesios 6:10-17, Juan 4:46-54

     Todo para nosotros.  Es increíble pensar en todo lo que hizo el Señor en la Creación, y aún más impensable es que fuera hecho para bendecir a nosotros, que Dios nos hizo la corona de su universo, la única criatura hecha en su imagen.  Todo fue para nuestro beneficio. 

     Tal vez es un poco peligroso mencionarlo ahora, en este lado de la caída, cuando nuestro egoísmo es tan fuerte.  Es importante recordar que recibimos nuestro dominio sobre los animales y aves y toda la creación, no para abusarlos, más bien para cuidar a todo lo recibido.  Pero sí, es cierto que todo fue creado para nosotros hombres y mujeres, para que pudiéramos disfrutarlo. 

     Fíjate.  El Todopoderoso no quiere nada más que bendecirnos, y, sorpresa de sorpresas, somos su gran alegría.  El Padre quería crearnos para darnos a su Hijo, una bella novia, un pueblo santo.  El Hijo nos quería presentar a su Padre, un pueblo completo, grandísimo, santo y limpio, lleno de vida.  El Espíritu se regocijaba de moverse sobre la faz de todo, alabando al Padre y al Hijo, anunciando el gran amor de Dios, revelado en la creación, hecha para nosotros.

     Todo esto, enfocado en bendecir a la primera familia, nuestra familia, la cual fue planeada desde antes de los siglos.  Entonces, después de seis días de crear todo, Dios lo coronó con el primer hombre y mujer, y Dios vio que no solo era bueno, pero muy bueno, bueno en gran manera.

     Todo para la familia, para el hombre y la mujer, Adán y Eva, y sus hijos e hijas, la familia de seres humanos que también es la familia de Dios.  Por eso, hasta el día de hoy, aun con todos los problemas y tristezas de la vida humana, todavía tenemos un deseo visceral de volver a casa, al hogar, para estar con los padres, los abuelos, con nuestros hermanos y primos.   

     Por lo tanto, entendemos el dolor del oficial del rey, quién podía haber sido un pagano, pero quien, no sabemos exactamente como, había oído de Jesucristo y su poder sobre la muerte.  Entendemos su audacia, para arriesgar ser asociado con un sospechoso como este Nazareno, un rabino itinerante que fue causando mucha inquietud en la comarca.  Fue una audacia motivada por el amor, su amor a su hijo, y por el miedo, la amenaza de la muerte de su hijo. 

     Es posible destruir este sentimiento en un padre, hasta que llegue a odiar y dañar a su propio niño.  Pero, gracias a Dios, la gran mayoría de todos los padres y madres de cualquier cultura o religión entienden perfectamente la súplica del oficial a Jesús:  Señor, desciende antes que mi hijo muera. 

     Cada enfermedad, cada muerte nos podría dar tristeza.  Pero, cuando es tu hijo o hija, es completamente diferente.  De hecho, la muerte de un hijo es uno de los desafíos más duro para cualquier familia, frecuentemente más difícil de superar que la infidelidad.  Entendemos la gravedad de tal situación instintivamente; por ende, intentaremos cualquier cosa que nos ofrezca la esperanza de salvar a la vida de nuestro niño. 

     O así era, desde el principio, hasta hace pocos años.  Hoy en día, no estoy tan seguro.  En este siglo 21, veo que el poder de amor que había persistido en las familias humanas, aunque imperfectamente, está en declive.  El martes leí de un ejemplo muy fuerte de una familia rota, destrozada, y la incapacidad que tenemos como cultura para resistir la avanza de la muerte.  Hace ocho días, una pareja francesa, visitantes a Sevilla, un chico y su novia de veinte y veinticuatro años, decidieron que la familia y la vida y el amor no valen los desafíos de esta vida.  No sé porque, pero vinieron a Sevilla y se suicidaron juntos.

     Además, lo que es, para mí, casi peor que la tragedia de un doble suicidio fue el tono del artículo en El Mundo sobre su muerte.  El titular del artículo fue: “La muerte dulce de John y Hani: un suicidio planificado para un 'viaje' sin sufrimiento.”

     ¡No!  No fue una muerte dulce.  Fue dos muertes feas, dos muertes trágicas e innecesarias.  Son dos criaturas de Dios perdidas a sus familias.  John y Hani, como todos nosotros, eran contaminados con pecado y destinados de luchar contra problemas en esta vida, pero todavía, fueron dos personas más de la única raza creada en la imagen de Dios. 

    Además, eran novios, una pareja guapa, que, con la ayuda de Dios, pudiera haber tenido hijos.  Ahora no.  Y la condición de nuestra cultura es bien revelada en el hecho de que la periodista que describió su muerte la trató como un romance, como una historia bella y noble, exaltando esta tragedia como si fuera una idea excelente, incluso dando los detalles de su método, por si acaso algunos de sus lectores querrían emular a John y Hani.  ¿Cómo hemos llegado al punto en que no es obvio que un periódico debería tratar a un suicidio como algo malo, un negativo profundo?  Señor ten piedad de nosotros.

     Así es el mundo.  Me parece que sea peor hoy que ayer, pero no es tan diferente de siempre.  Por ejemplo, es contra exactamente este tipo de discurso, que oculta la muerte debajo de palabras dulces y suaves, que San Pablo nos exhorta:  Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.

     Hay que ponerse la armadura de Dios, por ejemplo, el cinturón de la Verdad, que la muerte es el enemigo, no un amigo.  Hay que tomar el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno, y tomar el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.

     Hemos que hacerlo, para cuidar a nosotros mismos, viviendo en esta cultura de la muerte.  Además, hemos que hacerlo para las parejas e individuos como los franceses fallecidos en Sevilla.  Nuestra cultura está abandonando a la familia, el amor matrimonial, la realidad biológica, y sobre todo el gozo de tener niños.  En vez de regocijarse en estos dones, la cultura está más y más abrazando la muerte.  ¿Si no tomamos la armadura de Dios, quien vaya a resistir a la marea del tiempo de hoy, la cual amenaza a nosotros y nuestros hijos, y que está llevando nuestros vecinos dentro del mar diabólico, donde no hay tierra seca para estar firmes, y sobrevivir?   

     Tenemos que luchar.  Pero al final, no debemos engañarnos a nosotros mismos.  Nosotros no tenemos la fuerza de resistir al poder del príncipe del aire, es decir, no podemos vencer al pecado, la muerte y el diablo, porque tenemos dentro de nuestro propio ser la duda y el deseo perverso de acoger a la muerte.  La atracción de la muerte y el deseo de rendirnos a los malos huestes espirituales están todavía presentes en nosotros.  La lógica diabólica es poderosa.  Nuestros dolores son fuertes.  Nuestra confianza es débil. Si la lucha depende de nosotros, no vaya a salir bien. 

     Si tan solo tuviéramos una respuesta poderosa, un adalid para luchar para nosotros. 

     Por supuesto, lo tenemos.  Lo tenemos en el contenido de la fe, de la cual San Pablo nos exhorta.  Ponerse la armadura de Dios no es nada más ni nada menos que vestirse con Cristo, otra imposibilidad para nosotros, pero ya hecho para ti por Dios en vuestro bautismo.  Cristo, el Hijo de Dios, y nuestro gran hermano, ha luchado y sigue luchando para nosotros.  En Él, el pecado, la muerte y el diablo ya son derrotados, y nuestra familia es seguro.

     Es sumamente importante que entendamos la obra de Dios en la creación, porque es necesario para que entendamos y confiemos en su obra de salvación, revelada y consumada en Cristo Jesús.  Pero nuestra fe no es meramente una revisión de la creación y nuestra obligación de vivir como Dios quiere, utilizando su Palabra y sus principios en nuestra vida.  Todo eso está bien, fruto de la fe que esperamos ver.  Pero nunca ha sido y nunca será la salvación enseñada y ofrecida por la fe cristiana. 

     No, sino más bien la fe cristiana es la buena noticia sobre la fidelidad de Dios, la fidelidad de Jesucristo, quien, para rescatar a su familia, destrozada por el pecado, se vistió su divinidad en la debilidad de nuestra carne, uniéndose a sí mismo con nuestra raza eternamente, para traer vida de la muerte, venciendo al Diablo a través de sufrir su mayor ataque en la Cruz.

     Hay una gran ironía en nuestra lectura de San Juan:  El hijo iba a morir.  Fue necesario que el hijo muriera.  En su misericordia, y para fortalecer la fe del oficial y todos los que observaron el milagro, Jesús rescató a su hijo de la muerte, por ahora.  Pero la fe cristiana, y el rescate final de todos nosotros, dependían de la muerte del Hijo.  Es decir, la muerte de Jesús, Hijo de María e Hijo de Dios, es la muerte que ha tragado la muerte; es el sufrimiento que ha borrado todos nuestros pecados.  Verdaderamente, todos los pecados de todos los hijos de Adán ya son pagados, en Cristo Jesús. 

     Luego, en la resurrección, vemos que la familia de Adán y Eva, la familia de Dios, ya está sanada y restaurada en Jesús.  La bendición original, y mucha más bendición, ya tenemos, a través de la fe en Cristo.  Y un día pronto, las tendremos en persona, cuando volvemos a casa, al hogar de nuestro Padre celestial, para recibir una eternidad de bendición, con toda la familia.

     Por ahora, nos reunimos aquí, con nuestra parte de la familia, alrededor de la mesa del Señor, nuestro Padre.  Aquí el Hijo nos alimenta, con su Palabra, y su santísimo cuerpo y su santísima sangre, para que confiemos en su promesa, que ya somos hijos e hijas de Dios.

En el Nombre…

Twenty-first Sunday after the Trinity, Twenty-first of October, A + D 2018
Family, Home, Death and Life
Genesis 1:1 – 2:3, Ephesians 6:10-17, John 4:46-54
     Everything for us. It is incredible to think of everything the Lord did in Creation, and even more unthinkable that it was done to bless us, that God made us the crown of his universe, the only creature made in his image. Everything was for our benefit. 

     Maybe it's a bit dangerous to mention it now, on this side of the fall, when our selfishness is so strong. It is important to remember that we receive our dominion over animals and birds and all creation, not to abuse, rather to take care of everything received. But yes, it is true that it was created for us men and women, so that we could enjoy it. 

The Almighty wants nothing more than to bless us, and surprise of surprises, we are his great joy. The Father wanted to create us to present us to the Son, a holy people, a beautiful bride. The Son wanted to present her to his Father, a complete, great people, holy and clean, full of life. The Spirit rejoiced to hover over the face of everything, praising the Father and the Son, announcing the great love of God, revealed in creation. 

     And all this, focused on blessing the first family, our family, which was planned since before time. After six days of creating everything, God crowned it with the first man and woman, and God saw that not only was it good, it was very good.

     Everything for the family, for man and woman, Adam and Eve, and their sons and daughters, the family of human beings that is also the family of God. Therefore, down to today, even with all the problems and sorrows of human life, we still have a visceral desire to return home, to be with parents, grandparents, brothers and cousins.

     And that's why we understand the pain of the king's officer, who should have been a pagan, but who, we do not know exactly how, had heard of Jesus Christ and his power over death. We understand his audacity, to risk being associated with a suspect person like this Nazarene, an itinerant rabbi who was causing great concern in the region. It was an audaciousness motivated by love, his love for his son, and by fear, the threat of his son's death. 

     It is possible to destroy this feeling in a father or mother, even so far as comes to hate and harm his own child. But, thank God, the vast majority of all fathers and mothers of any culture or religion perfectly understand his plea to Jesus: Lord, come down before my son dies. 

     Every disease, every death gives us sadness, but, when it's your son or daughter, it's completely different. In fact, the death of a child is one of the hardest challenges for any family, often more difficult to overcome than infidelity. We understand the seriousness of such a situation instinctively, and therefore, we will try anything that offers us the hope of saving our child.

     Or so it was, since the beginning, until a few years ago. Today, I'm not so sure. In this 21st century, I see that the power of love that had persisted in human families, even though imperfectly, is in decline. On Tuesday I read of a very strong example of a broken family, devastated, and our inability as a culture to resist the advance of death. Eight days ago, a French couple, visiting Seville, a young man and young woman of twenty and twenty-four years, decided that family and life and love are not worth the challenges of this life. I do not know why, but they came to Seville and they committed suicide together. 

     Even more, what for me is almost worse than the tragedy of the double suicide was the tone of the article in El Mundo about their death:  The headline of the article was: "The sweet death of John and Hani: a planned suicide for a 'journey' without suffering."

     No! It was not a sweet death. It was two ugly deaths, two tragic and unnecessary deaths. They are two creatures of God lost to their families. John and Hani, like all of us, were contaminated with sin and destined to fight against problems in this life, but still, they were two more people of the only race created in the image of God. 

     In addition, they were lovers, a beautiful couple, who, with the help of God, could have had children. Not now. And the condition of our culture is well revealed in the fact that the journalist who described their death treated it as a romance, as a beautiful and noble story, extolling this tragedy as if it were an excellent idea, even giving the details of their method in minute detail, in case some of her readers would like to emulate John and Hani. How have we reached the point where it is not obvious that a newspaper should treat a suicide as something bad, as profoundly negative? Lord have mercy upon us.

     So is the world. I think it's worse today than yesterday, but it's not so different from always. For example, it is against exactly this type of discourse, which hides death under sweet and gentle words, which St. Paul exhorts us: Put on the full armor of God, so that you can stand firm against the devil's wiles.

     You must put on the armor of God, for example, the belt of Truth, that death is the enemy, not a friend. We must take the shield of faith, with which you can extinguish all the fiery darts of the evil one, and take the helmet of salvation, and the sword of the Spirit, which is the word of God. 

     We must do it, to take care of ourselves, living in this culture of death.  What is more, we must do it for couples and individuals like the young French couple who died in Seville. Our culture is abandoning family, marital love, biological reality, and above all the joy of having children.  Instead of rejoicing in these gifts, the culture is more and more embracing death. If we do not take the armor of God, who will resist the tide of the time today, which threatens us and our children, and that is carrying our neighbors into the diabolic sea, where there is no dry land to stand and survive?

     We must fight, but in the end, we must not fool ourselves. We do not have the strength to resist the power of the prince of the air, that is, we cannot overcome sin, death and the devil, because we have the doubt and the perverse desire to accept death within our own being. The attraction to death and the desire to surrender to the evil spiritual forces are still present in us. The diabolic logic is powerful, our pains are strong, our confidence is weak. If the fight depends on us, it will not go well. 

     If only we had a powerful response, a champion to fight for us.

     Of course we have one.  We have Him in the content of the faith, of which Saint Paul exhorts us. Putting on the armor of God is nothing more or nothing less than putting on Christ, another impossibility for us, but already done for you by God in your baptism. Christ, the Son of God, and our great Brother, has fought and is fighting for us.  In Him, sin, death and the devil are already defeated, and our family is safe. 

     It is extremely important that we understand God's work in creation, because it is necessary so that we understand and trust in his work of salvation, revealed and accomplished in Christ Jesus. But our faith is not merely a revision of creation and our obligation to live as God wants, using his Word and principles in our lives. All that is fine, fruit of faith that we hope to see. But it has never been and never will be the salvation taught and offered by the Christian faith. 

     No, but rather the Christian faith is the good news about the faithfulness of God, the faithfulness of Jesus Christ, who, in order to rescue his family, torn apart by sin, dressed his divinity in the weakness of our flesh, joining himself with our race eternally, to bring life from death, defeating the Devil by suffering his greatest attack on the Cross.

     It is the great irony of our reading of Saint John: The son was going to die. It was necessary that the son die.  In his mercy, and to strengthen the faith of the officer and all those who observed the miracle, Jesus rescued his son from death, for now. But the Christian faith, and the final rescue of all of us, depended on the death of the Son, the death of Jesus, Son of Mary and Son of God, the death that has swallowed death, the suffering that has erased all our sins, truly, all the sins of all the sons of Adam are already paid, in Christ Jesus. 

     Then, in the resurrection, we see that the family of Adam and Eve, the family of God, is already healed and restored in Jesus.  The original blessing and many more blessings we already have, through faith, and one day soon, we will have them in person, when we return home, to the house of our heavenly Father, to receive an eternity of blessing, with all the family.

     For now, we get together here, with our part of the family, around the table of the Lord, our Father.  Here the Son feeds us with his most holy body and blood, so that we trust in the promise that we are sons and daughters of God. 

In the name…


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