Sermón en Español primero, y luego Inglés - Sermon in Spanish first, then English
Vigésimo Primer Domingo después de
la Trinidad, Veintiuno de Octubre, A+D 2018
Familia, Hogar, Muerte y Vida
Génesis 1:1 – 2:3, Efesios 6:10-17,
Juan 4:46-54
Todo para nosotros. Es increíble pensar en todo lo que hizo el
Señor en la Creación, y aún más impensable es que fuera hecho para bendecir a
nosotros, que Dios nos hizo la corona de su universo, la única criatura hecha
en su imagen. Todo fue para nuestro
beneficio.
Tal vez es un poco peligroso mencionarlo
ahora, en este lado de la caída, cuando nuestro egoísmo es tan fuerte. Es importante recordar que recibimos nuestro
dominio sobre los animales y aves y toda la creación, no para abusarlos, más
bien para cuidar a todo lo recibido. Pero
sí, es cierto que todo fue creado para nosotros hombres y mujeres, para que pudiéramos
disfrutarlo.
Fíjate.
El Todopoderoso no quiere nada más que bendecirnos, y, sorpresa de
sorpresas, somos su gran alegría. El
Padre quería crearnos para darnos a su Hijo, una bella novia, un pueblo
santo. El Hijo nos quería presentar a su
Padre, un pueblo completo, grandísimo, santo y limpio, lleno de vida. El Espíritu se regocijaba de moverse sobre la
faz de todo, alabando al Padre y al Hijo, anunciando el gran amor de Dios,
revelado en la creación, hecha para nosotros.
Todo esto, enfocado en bendecir a la
primera familia, nuestra familia, la cual fue planeada desde antes de los
siglos. Entonces, después de seis días
de crear todo, Dios lo coronó con el primer hombre y mujer, y Dios vio que no
solo era bueno, pero muy bueno, bueno en gran manera.
Todo
para la familia, para el hombre y la mujer, Adán y Eva, y sus hijos e hijas, la
familia de seres humanos que también es la familia de Dios. Por eso, hasta el día de hoy, aun con todos
los problemas y tristezas de la vida humana, todavía tenemos un deseo visceral
de volver a casa, al hogar, para estar con los padres, los abuelos, con
nuestros hermanos y primos.
Por lo tanto, entendemos el dolor del
oficial del rey, quién podía haber sido un pagano, pero quien, no sabemos
exactamente como, había oído de Jesucristo y su poder sobre la muerte. Entendemos su audacia, para arriesgar ser
asociado con un sospechoso como este Nazareno, un rabino itinerante que fue
causando mucha inquietud en la comarca.
Fue una audacia motivada por el amor, su amor a su hijo, y por el miedo,
la amenaza de la muerte de su hijo.
Es posible destruir este sentimiento en un
padre, hasta que llegue a odiar y dañar a su propio niño. Pero, gracias a Dios, la gran mayoría de todos
los padres y madres de cualquier cultura o religión entienden perfectamente la súplica
del oficial a Jesús: Señor, desciende antes que mi hijo
muera.
Cada enfermedad, cada muerte nos podría dar
tristeza. Pero, cuando es tu hijo o hija,
es completamente diferente. De hecho, la
muerte de un hijo es uno de los desafíos más duro para cualquier familia, frecuentemente
más difícil de superar que la infidelidad.
Entendemos la gravedad de tal situación instintivamente; por ende,
intentaremos cualquier cosa que nos ofrezca la esperanza de salvar a la vida de
nuestro niño.
O así era, desde el principio, hasta hace pocos
años. Hoy en día, no estoy tan
seguro. En este siglo 21, veo que el
poder de amor que había persistido en las familias humanas, aunque
imperfectamente, está en declive. El
martes leí de un ejemplo muy fuerte de una familia rota, destrozada, y la incapacidad
que tenemos como cultura para resistir la avanza de la muerte. Hace ocho días, una pareja francesa,
visitantes a Sevilla, un chico y su novia de veinte y veinticuatro años,
decidieron que la familia y la vida y el amor no valen los desafíos de esta
vida. No sé porque, pero vinieron a
Sevilla y se suicidaron juntos.
Además, lo que es, para mí, casi peor que la
tragedia de un doble suicidio fue el tono del artículo en El Mundo sobre su
muerte. El titular del artículo fue: “La muerte dulce de John y Hani: un suicidio
planificado para un 'viaje' sin sufrimiento.”
¡No!
No fue una muerte dulce. Fue dos
muertes feas, dos muertes trágicas e innecesarias. Son dos criaturas de Dios perdidas a sus
familias. John y Hani, como todos
nosotros, eran contaminados con pecado y destinados de luchar contra problemas
en esta vida, pero todavía, fueron dos personas más de la única raza creada en
la imagen de Dios.
Además, eran novios, una pareja guapa, que,
con la ayuda de Dios, pudiera haber tenido hijos. Ahora no.
Y la condición de nuestra cultura es bien revelada en el hecho de que la
periodista que describió su muerte la trató como un romance, como una historia
bella y noble, exaltando esta tragedia como si fuera una idea excelente,
incluso dando los detalles de su método, por si acaso algunos de sus lectores
querrían emular a John y Hani. ¿Cómo
hemos llegado al punto en que no es obvio que un periódico debería tratar a un
suicidio como algo malo, un negativo profundo?
Señor ten piedad de nosotros.
Así es el mundo. Me parece que sea peor hoy que ayer, pero no
es tan diferente de siempre. Por
ejemplo, es contra exactamente este tipo de discurso, que oculta la muerte
debajo de palabras dulces y suaves, que San Pablo nos exhorta: Vestíos de toda la armadura de Dios, para que
podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.
Hay que ponerse la armadura de Dios, por
ejemplo, el cinturón de la Verdad, que la muerte es el enemigo, no un
amigo. Hay que tomar el escudo de la fe,
con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno, y tomar el yelmo
de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.
Hemos que hacerlo, para cuidar a nosotros
mismos, viviendo en esta cultura de la muerte.
Además, hemos que hacerlo para las parejas e individuos como los
franceses fallecidos en Sevilla. Nuestra
cultura está abandonando a la familia, el amor matrimonial, la realidad
biológica, y sobre todo el gozo de tener niños.
En vez de regocijarse en estos dones, la cultura está más y más abrazando
la muerte. ¿Si no tomamos la armadura de
Dios, quien vaya a resistir a la marea del tiempo de hoy, la cual amenaza a
nosotros y nuestros hijos, y que está llevando nuestros vecinos dentro del mar
diabólico, donde no hay tierra seca para estar firmes, y sobrevivir?
Tenemos que luchar. Pero al final, no debemos engañarnos a
nosotros mismos. Nosotros no tenemos la
fuerza de resistir al poder del príncipe del aire, es decir, no podemos vencer
al pecado, la muerte y el diablo, porque tenemos dentro de nuestro propio ser la
duda y el deseo perverso de acoger a la muerte.
La atracción de la muerte y el deseo de rendirnos a los malos huestes
espirituales están todavía presentes en nosotros. La lógica diabólica es poderosa. Nuestros dolores son fuertes. Nuestra confianza es débil. Si la lucha
depende de nosotros, no vaya a salir bien.
Si tan solo tuviéramos una respuesta
poderosa, un adalid para luchar para nosotros.
Por supuesto, lo tenemos. Lo tenemos en el contenido de la fe, de la
cual San Pablo nos exhorta. Ponerse la
armadura de Dios no es nada más ni nada menos que vestirse con Cristo, otra
imposibilidad para nosotros, pero ya hecho para ti por Dios en vuestro
bautismo. Cristo, el Hijo de Dios, y
nuestro gran hermano, ha luchado y sigue luchando para nosotros. En Él, el pecado, la muerte y el diablo ya
son derrotados, y nuestra familia es seguro.
Es
sumamente importante que entendamos la obra de Dios en la creación, porque es
necesario para que entendamos y confiemos en su obra de salvación, revelada y consumada
en Cristo Jesús. Pero nuestra fe no es
meramente una revisión de la creación y nuestra obligación de vivir como Dios
quiere, utilizando su Palabra y sus principios en nuestra vida. Todo eso está bien, fruto de la fe que
esperamos ver. Pero nunca ha sido y
nunca será la salvación enseñada y ofrecida por la fe cristiana.
No, sino más bien la fe cristiana es la
buena noticia sobre la fidelidad de Dios, la fidelidad de Jesucristo, quien,
para rescatar a su familia, destrozada por el pecado, se vistió su divinidad en
la debilidad de nuestra carne, uniéndose a sí mismo con nuestra raza
eternamente, para traer vida de la muerte, venciendo al Diablo a través de
sufrir su mayor ataque en la Cruz.
Hay una gran ironía en nuestra lectura de
San Juan: El hijo iba a morir. Fue necesario que el hijo muriera. En su misericordia, y para fortalecer la fe
del oficial y todos los que observaron el milagro, Jesús rescató a su hijo de la
muerte, por ahora. Pero la fe cristiana,
y el rescate final de todos nosotros, dependían de la muerte del Hijo. Es decir, la muerte de Jesús, Hijo de María e
Hijo de Dios, es la muerte que ha tragado la muerte; es el sufrimiento que ha
borrado todos nuestros pecados. Verdaderamente,
todos los pecados de todos los hijos de Adán ya son pagados, en Cristo
Jesús.
Luego, en la resurrección, vemos que la
familia de Adán y Eva, la familia de Dios, ya está sanada y restaurada en
Jesús. La bendición original, y mucha más
bendición, ya tenemos, a través de la fe en Cristo. Y un día pronto, las tendremos en persona,
cuando volvemos a casa, al hogar de nuestro Padre celestial, para recibir una
eternidad de bendición, con toda la familia.
Por ahora, nos reunimos aquí, con nuestra
parte de la familia, alrededor de la mesa del Señor, nuestro Padre. Aquí el Hijo nos alimenta, con su Palabra, y
su santísimo cuerpo y su santísima sangre, para que confiemos en su promesa,
que ya somos hijos e hijas de Dios.
En
el Nombre…
Twenty-first
Sunday after the Trinity, Twenty-first of October, A + D 2018
Family,
Home, Death and Life
Genesis 1:1 – 2:3, Ephesians 6:10-17,
John 4:46-54
Everything for us. It is incredible to think of everything the Lord
did in Creation, and even more unthinkable that it was done to bless us, that
God made us the crown of his universe, the only creature made in his
image. Everything was for our benefit.
Maybe it's a bit dangerous to mention it now, on this side of the fall,
when our selfishness is so strong. It is important to remember that we
receive our dominion over animals and birds and all creation, not to abuse,
rather to take care of everything received. But yes, it is true that it
was created for us men and women, so that we could enjoy it.
The Almighty wants nothing more than to
bless us, and surprise of surprises, we are his great joy. The Father
wanted to create us to present us to the Son, a holy people, a beautiful
bride. The Son wanted to present her to his Father, a complete, great
people, holy and clean, full of life. The Spirit rejoiced to hover over
the face of everything, praising the Father and the Son, announcing the great
love of God, revealed in creation.
And all this, focused on blessing the first family, our family, which was
planned since before time. After six days of creating everything, God
crowned it with the first man and woman, and God saw that not only was it good,
it was very good.
Everything for the family, for man and woman, Adam and Eve, and their
sons and daughters, the family of human beings that is also the family of
God. Therefore, down to today, even with all the problems and sorrows of
human life, we still have a visceral desire to return home, to be with parents,
grandparents, brothers and cousins.
And that's why we understand the pain of the king's officer, who should
have been a pagan, but who, we do not know exactly how, had heard of Jesus
Christ and his power over death. We understand his audacity, to risk being
associated with a suspect person like this Nazarene, an itinerant rabbi who was
causing great concern in the region. It was an audaciousness motivated by
love, his love for his son, and by fear, the threat of his son's death.
It is possible to destroy this feeling in a father or mother, even so
far as comes to hate and harm his own child. But, thank God, the vast
majority of all fathers and mothers of any culture or religion perfectly
understand his plea to Jesus: Lord, come down before my son dies.
Every disease, every death gives us sadness, but, when it's your son or
daughter, it's completely different. In fact, the death of a child is one
of the hardest challenges for any family, often more difficult to overcome than
infidelity. We understand the seriousness of such a situation
instinctively, and therefore, we will try anything that offers us the hope of
saving our child.
Or so it was, since the beginning, until a few years ago. Today,
I'm not so sure. In this 21st century, I see that the power of love that
had persisted in human families, even though imperfectly, is in decline. On
Tuesday I read of a very strong example of a broken family, devastated, and our
inability as a culture to resist the advance of death. Eight days ago, a
French couple, visiting Seville, a young man and young woman of twenty and
twenty-four years, decided that family and life and love are not worth the
challenges of this life. I do not know why, but they came to Seville and
they committed suicide together.
Even more, what for me is almost worse than the tragedy of the double
suicide was the tone of the article in El Mundo about their death: The headline of the article was: "The
sweet death of John and Hani: a planned suicide for a 'journey' without
suffering."
No! It was not a sweet death. It was two ugly deaths, two
tragic and unnecessary deaths. They are two creatures of God lost to their
families. John and Hani, like all of us, were contaminated with sin and
destined to fight against problems in this life, but still, they were two more
people of the only race created in the image of God.
In addition, they were lovers, a beautiful couple, who, with the help of
God, could have had children. Not now. And the condition of our
culture is well revealed in the fact that the journalist who described their
death treated it as a romance, as a beautiful and noble story, extolling this
tragedy as if it were an excellent idea, even giving the details of their
method in minute detail, in case some of her readers would like to emulate John
and Hani. How have we reached the point where it is not obvious that a
newspaper should treat a suicide as something bad, as profoundly negative? Lord
have mercy upon us.
So is the world. I think it's worse today than yesterday, but it's
not so different from always. For example, it is against exactly this type
of discourse, which hides death under sweet and gentle words, which St. Paul
exhorts us: Put on the full armor of God, so that you can stand firm
against the devil's wiles.
You must put on the armor of God, for example, the belt of Truth, that
death is the enemy, not a friend. We must take the shield of faith,
with which you can extinguish all the fiery darts of the evil one, and take the
helmet of salvation, and the sword of the Spirit, which is the word of
God.
We must do it, to take care of ourselves, living in this culture of
death. What is more, we must do it for
couples and individuals like the young French couple who died in
Seville. Our culture is abandoning family, marital love, biological
reality, and above all the joy of having children. Instead of rejoicing in these gifts, the
culture is more and more embracing death. If we do not take the armor of
God, who will resist the tide of the time today, which threatens us and our
children, and that is carrying our neighbors into the diabolic sea, where there
is no dry land to stand and survive?
We must fight, but in the end, we must not fool ourselves. We
do not have the strength to resist the power of the prince of the air, that is,
we cannot overcome sin, death and the devil, because we have the doubt and the
perverse desire to accept death within our own being. The attraction to
death and the desire to surrender to the evil spiritual forces are still
present in us. The diabolic logic is powerful, our pains are strong, our confidence
is weak. If the fight depends on us, it will not go well.
If only we had a powerful response, a champion to fight for us.
Of course we have one. We have Him
in the content of the faith, of which Saint Paul exhorts us. Putting on the
armor of God is nothing more or nothing less than putting on Christ, another
impossibility for us, but already done for you by God in your
baptism. Christ, the Son of God, and our great Brother, has fought and is
fighting for us. In Him, sin, death and
the devil are already defeated, and our family is safe.
It is extremely important that we understand God's work in creation,
because it is necessary so that we understand and trust in his work of
salvation, revealed and accomplished in Christ Jesus. But our faith is not
merely a revision of creation and our obligation to live as God wants, using
his Word and principles in our lives. All that is fine, fruit of faith
that we hope to see. But it has never been and never will be the salvation
taught and offered by the Christian faith.
No, but rather the Christian faith is the good news about the
faithfulness of God, the faithfulness of Jesus Christ, who, in order to rescue
his family, torn apart by sin, dressed his divinity in the weakness of our
flesh, joining himself with our race eternally, to bring life from death, defeating
the Devil by suffering his greatest attack on the Cross.
It is the great irony of our reading of Saint John: The son was going to
die. It was necessary that the son die.
In his mercy, and to strengthen the faith of the officer and all those
who observed the miracle, Jesus rescued his son from death, for now. But
the Christian faith, and the final rescue of all of us, depended on the death
of the Son, the death of Jesus, Son of Mary and Son of God, the death that has
swallowed death, the suffering that has erased all our sins, truly, all the
sins of all the sons of Adam are already paid, in Christ Jesus.
Then, in the resurrection, we see that the family of Adam and Eve, the
family of God, is already healed and restored in Jesus. The original blessing and many more blessings we
already have, through faith, and one day soon, we will have them in person,
when we return home, to the house of our heavenly Father, to receive an
eternity of blessing, with all the family.
For now, we get together here, with our part of the family, around the
table of the Lord, our Father. Here the
Son feeds us with his most holy body and blood, so that we trust in the promise
that we are sons and daughters of God.
In the name…
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