Tuesday, July 7, 2020

Misericordia Siempre

Sermón para el Cuarto Domingo después de la Santa Trinidad, primero en español, luego en inglés.

Sermon for the Fourth Sunday after Holy Trinity, first in Spanish, then in English

Cuarto Domingo después de Trinidad                  5 de julio, A+D 2020

Misericordia Siempre

   Muy poca misericordia.  Un efecto lamentable de estos últimos meses pandémicos ha sido la revelación de la terrible carencia de misericordia que existe en nuestra sociedad.  Claro, en el nivel personal hemos visto muchas acciones altruistas y bondadosas, pero en el ámbito público, en las instituciones, entre los líderes de los gobiernos y en los medios de comunicación, hemos visto muy poca misericordia.  En lugar de misericordia, hemos visto un disparate de ataques y acusaciones y discusiones.  Una crisis de salud pública fue convertida en una porra para golpear los enemigos, en la búsqueda de ventaja política o cultural. 

   No tiene que ser así.  Hay casos históricos cuando una crisis nos dirigió a transigir y extender la mano más allá en la dirección de alguien no tanto un amigo, para juntar fuerzas y superar los desafíos.  Hoy en día, no tanto.  La verdad es que bajo presión y ante problemas realmente difíciles, nuestras tendencias humanas menos positivas se han destacado.  Para llegar a unidad entre rivales durante una crisis, alguien tiene que tomar el primer paso, por extender paciencia, amabilidad, y misericordia al otro bando.  Pero ser misericordioso nos parece una debilidad, no un punto fuerte, y por ende nadie quiere ser el primero.    

   Vemos en esto un ejemplo o una prueba del consejo dado en Salmo 118:  Es mejor refugiarse en el Señor, que confiar en el hombre.  Es mejor refugiarse en el Señor que confiar en príncipes.  Las personas siempre nos van a decepcionar, especialmente las personas con mucha responsabilidad, aún más cuando están bajo mucha presión.  Es muy fácil indicar los fallos de otros durante una pandemia, y nos parece una perdida no aprovechar de la oportunidad.  En nuestra sociedad, ser misericordioso no suele ser considerado ventajoso, y por ende nadie quiere ofrecerlo, generalmente. 

   Sin embargo, Jesús nos manda a nosotros que seamos misericordiosos.  En nuestra lectura de San Lucas hoy, y en muchos otros lugares en la Palabra, el Señor nos exhorta a la bondad, la generosidad, y la paciencia, es decir, a la misericordia.  Nos suena muy bien en el abstracto, pero es muy difícil en el concreto, en el día a día.  ¿Cómo podríamos llegar a ser realmente misericordiosos? 

   No es por ser un optimista desmesurado, que imaginas que no tienes enemigos o perseguidores.  Si fuera así, San Pablo no hubiera dicho:  Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis.   No paguéis a nadie mal por mal; …  No os venguéis vosotros mismos. 

   La verdad es que el mismo Jesús nos promete que como cristianos tendremos enemigos.   Porque el mundo aborrece a Cristo, y por ende también aborrece a sus discípulos.  Sí, tendrás enemigos que te maltratan.  Sin embargo, Jesús nos dice:  Sed misericordiosos, incluso a los enemigos.  Pero todos nosotros sabemos cuán difícil es no reaccionar negativamente a los insultos y crueldades de otros. 

   ¿Cómo podemos ser misericordiosos?  Al tener ojos claros, la visión espiritual 20/20, sin ninguna viga en tu ojo.  Para ser misericordiosos necesitamos ojos como los de José.  José, uno de los doce hijos de Jacob, podía ver que lo que sus hermanos pensaron para mal, Dios encaminó para bien, para salvar y no dañar.  Y debemos recordar la profundidad del mal que los hermanos le hicieron.  Le echaron en un pozo, y luego le vendieron como esclavo, por sus celos y antipatía a José. Encima de la esclavitud, sufrió encarcelamiento injusto, pero el Señor le rescató y exaltó.  Ahora, después de la muerte de su padre, los hermanos entendieron muy bien que, según la manera del mundo, la misericordia de José para ellos probablemente se agotaría.  Entonces, formularon una mentira para engañar a José y evitar su castigo justo. 

   Pero no.  José, con sus ojos de visión espiritual 20/20, podía ver la mano misericordiosa del Señor en los hechos malos de sus hermanos.  Así, no iba a desplazar la piedad de Dios para tomar su propia venganza. 

   Es decir que José entendió bien que su Padre celestial fue, al final y sobre todo, misericordioso.  Lo que es difícil recordar cuando el mismo Señor dio también leyes, reglas y restricciones a su pueblo.  Pero la ley de Dios sirve para mantener un nivel adecuado del orden en el mundo, y para llevarnos a reconocer nuestro pecado y nuestra necesidad de un Salvador.  La ley de Dios nunca fue dada para salvarnos.  Salvación siempre ha sido por la misericordia, no por nuestras obras.  

   Si estudiamos la vida de José, veremos que experimentó, una y otra vez, como Dios podía vencer el mal con el bien.  No fue de ninguna manera cómodo para José ser un esclavo, o un prisionero.  José sufrió mucho, pero a través de todo, la fe de José en las promesas de Dios sobrevivía.  Esta fe era la obra de Dios en José.  Recordamos como Dios habló y afirmó su amor para José a través de sus sueños, y su capacidad de interpretar los sueños de otros.  Por esta Palabra especial, el Espíritu mantenía la fe de José, a pesar de todo, hasta que llegaron, José con su familia, a la meta puesta por Dios, el rescate y reunión de la familia de Israel.  También en este día José cumplió su rol como icono del padre adoptivo de Cristo Jesús, un ejemplo de la misericordia humana que viene del amor del Mesías.

   El segundo José, como el primero, no era en el linaje directo del Cristo.  Para José el patriarca, este honor fue a su hermano mayor, Judá.  Para José de la Sagrada Familia, este honor fue a su esposa, María.  Como el primero, el segundo José sufrió vergüenza pública, injustamente, y tuvo que sufrir para cuidar a su familia.  Aceptó y cuidó a María y a su Hijo, a pesar de las apariencias y los desafíos, porque el segundo José confía en las promesas de Dios, y amó al Hijo, quien era el cumplimiento final de la misericordia.  Ambos Josés trajeron sus familias a Egipto para protegerlas, y luego planificaron para su retorno a la Tierra Santa, para cumplir la misión del Padre.   

   Al final, podemos ver como el Padre misericordioso, a pesar de las grandes dificultades de sus situaciones, reveló su misericordia a los dos Josés, dándolos visión espiritual 20/20, para que cumplieran sus papeles de apoyo en la salvación del mundo.  Toda la misericordia de José el patriarca para sus hermanos y toda la misericordia de José para María y su Hijo fueron frutos de fe, fe en la promesa que, al fin y al cabo, la misericordia vence el mal. 

   José era el segundo en todo el reino de Egipto, un hombre poderoso en el mundo, que no tuvo que ser misericordioso con nadie.   Pero, como su bisabuelo Abraham, José pudo ver el día de Jesucristo, y se regocijó.  Y así, viendo la Promesa, pudo ofrecer misericordia a sus hermanos. 

   Igual para el otro José, quien oyó en un sueño que el Niño que se ha engendrado en María es del Espíritu Santo.  Y dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados.  Finalmente, solo podemos ser misericordiosos como nuestro Padre misericordioso cuando tenemos el viga de nuestro pecado quitado de nuestro ojo. Lo cual se hace con la viga cruciforme donde la misericordia infinita fue cumplida. En amor, en bondad, en misericordia, Jesús, el Hijo adoptado y cuidado por José, tragó hasta la última gota la copa del castigo divino contra la humanidad, contra tu y yo, convirtiéndola en un cáliz de bendición y vida eterna. 

   Entonces, acerquémonos a Cristo, para tener nuestros ojos limpiados y nuestra visión corregida, para tener nuestra ropa, ensuciada por nuestros pecados, emblanquecidas de nuevo.  Acerquémonos, para tomar de la Copa de Bendición, y recibir el Pan del Cielo.  Entonces, viendo el mundo y nuestros prójimos con nuevos ojos, por la lente de la Cruz de misericordia, veremos finalmente que ser misericordioso es la mejor y la única forma de vida real, la vida de nuestro Padre celestial.                                

     Que el Espíritu de Cristo nos mantenga siempre conectados a nuestro Padre misericordioso, y nos ayude compartir este mismo don incalculable con otros, en el Nombre de Jesús, Amén. 


Fourth Sunday after Trinidad

July 5, A + D 2020

Mercy Always

Very little mercy. A regrettable effect of these recent months of pandemic has been the revelation of the terrible lack of mercy that exists in our society. Sure, on a personal level we have seen many altruistic and kind actions, but in the public sphere, in institutions, among government leaders and in the media, we have seen very little mercy. Instead of mercy, we have seen an excess of attacks and accusations and discussions. A public health crisis was turned into a club to pound enemies, in search of political or cultural advantage.

It does not have to be this way. There are historical cases when a crisis led us to make compromises and reach out further in the direction of someone not so much a friend, to join forces and overcome challenges. Today, not so much. The truth is that under pressure and in the face of really difficult problems, our less positive human tendencies have stood out, instead of the best. To reach unity between rivals during a crisis, someone has to take the first step, by extending patience, kindness, and mercy to the other side. But being merciful seems to us a weakness, not a strength, and therefore nobody wants to be the first.

We see in this an example or a proof of the certainty of the advice of Psalm 118: It is better to take refuge in the Lord, than to trust in man. It is better to take refuge in the Lord than to trust princes. People are always going to disappoint us, especially people with a lot of responsibility, even more when they are under a lot of pressure. It is very easy to point out the failures of others during a pandemic, and we find it a waste not to take advantage of the opportunity. In our society, being merciful is not usually considered advantageous, and therefore nobody wants to offer it, generally speaking.

However, Jesus commands us to be merciful. In our reading of Saint Luke today, and in many other places in the Word, the Lord exhorts us to goodness, generosity, and patience, that is, to mercy. It sounds very good in the abstract, but it is very difficult in the concrete. How could we really become merciful?

It is not being an excessive optimist, that you imagine that you have no enemies or persecutors. If it were so, Saint Paul would not have said: Bless those who persecute you; bless, and do not curse. ... Do not pay anyone wrong for wrong; ... Do not avenge yourselves. The truth is that Jesus himself promises us that as Christians we will have enemies, because the world hates Christ, and therefore also hates his disciples. Yes, you will have enemies who mistreat you. However, Jesus tells us: Be merciful. But we all know how difficult it is not to react negatively to the insults and cruelties of others.

How can we be merciful? By having clear eyes, 20/20 spiritual vision, without any beam in your eye. To be merciful we need eyes like Joseph's. Joseph, one of the twelve sons of Jacob, could see that what his brothers tried for evil, God directed for good, to save and not to harm. And we must remember the depth of the evil that the brothers did to him. They threw him in a well, and then sold him as a slave, out of jealousy and dislike for Joseph. On top of slavery, he suffered unjust imprisonment. Now, after their Father's death, the brothers understood very well that, according to the way of the world, Joseph's mercy for them would probably be exhausted. So they formulated a lie to try to trick José and avoid his just punishment.

But no. Joseph, with his 20/20 spiritual vision, could see the Lord's merciful hand in the evil deeds of his brothers. Thus, he was not going to displace God's piety to take his own revenge.

In other words, Joseph understood well that his heavenly Father was, after all, and above all, merciful. Which is difficult to remember when the Lord Himself also gave rules and restrictions to His people. But the law serves to maintain an adequate level of order in the world, and lead us to recognize our need for a Savior. It was never given to save us. Salvation has always been by mercy, not by our works.

If we study the life of Joseph, we will see that he experienced, over and over again, how God could overcome evil with good. It was in no way comfortable for Joseph to be a slave, or a prisoner. Joseph suffered greatly, but in the measure of everything, Joseph's faith in God's promises survived. This faith was the work of God in Joseph. We remember how God spoke and affirmed his love for Joseph through his dreams, and his ability to interpret the dreams of others. Through this special Word, the Spirit kept the faith of Joseph through everything, until they arrived, he and s u family, to the goal set by God, until Joseph fulfilled his role as icon of the adoptive father of Christ Jesus, an example of human mercy that comes from the love of the Messiah.

The second Joseph, like the first, was not in the direct lineage of the Christ. For Joseph the patriarch, this honor went to his older brother, Judah.  For Joseph of the Holy Family, this honor went to his wife, Mary. Like the first, the second Joseph suffered public shame, unfairly, and had to suffer to care for his family. He accepted and cared for Mary and her Son, despite appearances, because the second Joseph trusted in the promises of God, and he loved the Son, who was the final fulfillment of mercy. Both Josephs brought their families to Egypt to protect them, and then planned for their return to the Holy Land, to fulfill the Father's mission.

In the end, we can see how the merciful Father, despite the great difficulties of their situations, revealed his mercy to the two Josephs, giving them 20/20 spiritual vision, so that they could fulfill their supporting roles in the salvation of the world. All the mercy of Joseph the patriarch for his brothers and all the mercy of Joseph for Mary and her Son was the fruit of faith, faith in the promise that, in the end, mercy overcomes evil. Like his great-grandfather Abraham, Joseph, the second in the entire kingdom of Egypt, a powerful man in the world, who did not have to be merciful to anyone, could see the day of Jesus Christ. And so, seeing the Promise, he was able to offer mercy to his brothers.

The same for Joseph, who heard in a dream that the Child who has been born in Mary is of the Holy Spirit. And she will give birth to a son, and you will name him Jesus, because He will save his people from their sins. Finally, we can only be merciful as our merciful Father when we have the beam of our sin removed from our eye by the cruciform beam where infinite mercy was fulfilled. In love, in kindness, in mercy, Jesus, the Son adopted and cared for by Joseph, swallowed to the last drop the cup of divine punishment against humanity, against you and me, turning it into a cup of blessing and eternal life.

So let us come closer to Christ, to have our eyes corrected, to have our clothes soiled by our sins whitened again, to take from the cup of blessing, and receive the Bread from Heaven. Then, seeing the world and our neighbors with new eyes, through the lens of the Cross of mercy, we will finally see that being merciful is the best and the only way of real life, the life of our heavenly Father.

May the Spirit of Christ keep us always connected to our merciful Father, and helps us share this same incalculable gift with others, in the Name of Jesus, Amen.


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