Sunday, December 16, 2018

Otro Tipo de Grandeza - Adviento 3, en español e inglés


Tercer Domingo de Adviento, A+D 2018, Gaudete
Otro tipo de grandeza
San Mateo 11:2-11

(English Sermon follows the Spanish)

     Hace dos semanas se falleció George Herbert Walker Bush, el cuadragésimo primer presidente de los Estados Unidos.  Él tenía una grandeza especial.

     El primer presidente Bush fue nacido en una familia rica y poderosa, con gobernantes y empresarios importantes por todos lados.  Tuvo 17 años cuando los japoneses atacaron a Pearl Harbor, después de que los EEUU entraron en la Segunda Guerra Mundial.  La familia de George quería protegerlo de los riesgos de la guerra, pero, en el día de su decimoctavo cumpleaños, cuando por ley podía decidir por sí mismo, George se alistó en la Marina Americana.  Llegó a ser el piloto de combate americano más joven de nunca, y completó 58 misiones de combate, incluso uno en que su avión fue destrozado por las armas japonesas, y Bush tuvo que ser rescatado de una balsa en el Océano Pacífico.  Aún después de esta experiencia, George volvió a luchar en el aire.  Nunca quería ser favorecido por la reputación y riqueza de su familia.  Solo quería servir a su patria.  Tenía una grandeza especial.

     George Bush nos puede servir como un ejemplo actual de la grandeza de que habla Jesús en nuestro evangelio de hoy.  Solo una sombra de la grandeza de que nos habla Jesús, por supuesto, pero un ejemplo, sin embargo.  Porque George Bush eligió servicio, en lugar de beneficiar del estatus de su familia, o el poder de su riqueza.  No habría sido difícil para Bush a encontrar un modo de “servir” en la guerra en un puesto cómodo y seguro.  La reputación y las  conexiones de sus familiares pudieran haber conseguido esto sin problema.  Pero, George quería servir de verdad, quería servir hombro con hombro con sus compatriotas, luchando para la libertad mundial, arriesgando su vida para proteger a las vidas de millones de otros.

     Lo cual es un poco parecido a la historia de Juan el Bautista.  Juan fue hijo de un sacerdote, un grupo especial e importante entre los judíos.  Además, fue el producto de un milagro, porque sus padres, Zacarías y Elizabet estaban mucho más allá de la edad de concebir y tener hijos.  Finalmente, desde muy temprano en su vida, el Señor Dios comunicaba directamente a Juan, dirigiéndolo en su camino especial.  Sin duda, Juan el Bautista era alguien excepcional. 

    Pero Juan nunca intentó beneficiarse a sí mismo de su estatus especial.  Vivió en el desierto, comiendo langostas y miel salvaje.  No retrocedió de anunciar la Verdad que Dios le había revelado, incluso sobre los pecados de sus oyentes.  No le importaba si estos oyentes fueran fariseos, o soldados romanos, o aun el rey Herodes, reprochado por Juan por tener a la esposa de su hermano. 

     Finalmente, nunca retrocedió de hablar de la identidad de su primo y Salvador, Jesús de Nazaret.  Una vez, cuando sus propios discípulos le invitaban a quejar sobre el hecho de que el ministerio de Jesús estaba eclipsando su propio ministerio, Juan les dijo: “Es necesario que Él crezca, y que yo disminuya.”  Al final, su fidelidad a la Verdad de Dios, cuando reprochó a Herodes, fue lo que resultó en su arresto, y eventualmente, en su muerte sangrienta y cruel.   

     Fidelidad, honor, compromiso, desinterés, carácter.  Podemos ver estos rasgos en George Bush.  Aún más, son obvios en Juan el Bautista.  Pero, en nuestra cultura popular y en la política actual, son valores obsoletos. 

     ¿Y con nosotros?  ¿Por nuestras palabras y acciones, cuáles valores parecen importantes a nosotros?

     No somos presidentes, ni guerreros defendiendo la libertad contra el Socialismo Nacionalista y el Imperio Japonesa.  Seguramente no somos profetas del Señor, enviados ante su Hijo para preparar su camino.  Pero somos cristianos, unidos por el bautismo con Jesús, con un llamado para vivir como hijos de la luz.  San Pablo, San Juan y Jesús mismo nos instruyen que no conformemos a este mundo caído en que vivimos.  Es decir, no deberíamos seguir los caminos egoístas, superficiales, y pecaminosos que son tan populares. 

     El Señor nos llama a servir, en vez de ser servido.  Nos manda que amemos, y no odiemos, aun a nuestros enemigos.  Dice que el grande entre nosotros es el que sirve a los demás.

     ¿Cómo va?  ¿Encontramos nuestro valor en las bendiciones recibidas en Cristo, y en el privilegio de compartir su amor con otros?  ¿O es que ansiemos por la adulación del mundo, demasiado preparados a olvidarnos de la Verdad de Dios, si esté en conflicto con lo popular de la cultura?  ¿Buscamos ser grandes en la estimación de nuestra cultura, de nuestros amigos y vecinos, o perseguimos la grandeza del servicio y sacrificio?

     No tenéis que responder. Cada uno de nosotros sabemos que no cumplimos nuestros deberes.  La verdad es que un hombre como Presidente Bush nos pone a la vergüenza.  Y Juan el Bautista tanto más. 

     Es triste.  Cuanto más buscamos nuestra propia grandeza, cuanto más pequeño y sin importancia llegamos a ser.  Y aún si pudiéramos ser igual al Bautista o aún a Bush, no sería suficiente.  Porque George Bush era rápido para admitir sus errores y confesar sus fallos.  Y Juan el Bautista, profeta llamado directamente por Dios desde antes de su concepción, sabía muy bien sus limitaciones.  Cuando Jesús vino a él para recibir su bautismo, Juan le dijo:  no soy digno de desatar tus sandalias, menos aún para bautizarte. 

     En términos humanos, la grandeza de George Bush fue impresionante, especialmente comparado con los demás hombres ricos y políticos poderosos.  Y Juan el Bautista es verdaderamente importante en la historia de salvación.  Declara Jesús: “Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista.”  Esto es una grandeza especial, ¿no?  Pero, no es suficiente para llenar  la necesidad humana.   

     En esto podemos ver la gran diferencia entre el bueno de este mundo caído y el bueno del reino de Dios, que es de una grandeza distinta, diferente.  Imagínate, aunque Juan fue grande, también dice Jesús que “el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él.”   En esto, empezamos de comprender cuán grande fue la obra de Cristo, para realizar el cumplimiento de lo necesario para abrir este reino a nosotros. 

     Pues, la grandeza del reino de los cielos no es solamente mayor que la grandeza de Juan, o George, o cualquier otra persona.  Es mucho más grande, claro que sí, pero, además, es un tipo de grandeza totalmente distinto.  

     La grandeza de Bush tiene que ver con mejorar un mundo problemático, no con perfeccionarlo.  Su voluntad de luchar en el aire en la Segunda Guerra Mundial, o servir con honestidad y desinterés como político, fue siempre un intento de mejorar situaciones difíciles o peligrosas.  Hoy en día las naciones quieren convertir sus presidentes en salvadores, pero George Bush supo muy bien la realidad de que nadie de este mundo iba a resolver todos los problemas, ni aun la mitad. 

     Y es similar con Juan el Bautista.  Sí, fue profeta de Dios, pero su rol tuvo principalmente dos partes: predicar contra el pecado, y anunciar la llegada del Mesías de Dios, el Cristo.  Juan no fue perfecto.  En la cárcel, por no entender perfectamente la obra del Cristo, llegó a tener dudas de si su profecía acerca de Jesús había sido correcto.  Envió sus mensajeros a Jesús con la pregunta: “¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?” 

     Juan fue encarcelado y eventualmente ejecutado por su predicación contra el pecado.  La grandeza de su ministerio profético no logró mucho en la cultura ni en el mundo, ni tampoco en los cielos.  Fue totalmente de preparación, muy importante, pero preparación y nada más.  La grandeza terrenal no puede resolver nuestros problemas más serios, como nuestro pecado, nuestra muerte, o nuestras dudas sobre como deberíamos relacionar con Dios.     

     Aun por la fuerza de los mejores hombres, todavía no hallemos soluciones completas y eternas.  Esto requirió una grandeza distinta, una grandeza divina, una voluntad profunda para servir y una humildad increíble.  La razón que el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que Juan el Bautista, es que el reino de los cielos está hecho en la misma persona de Cristo Jesús, verdadero hombre, y verdadero Dios.

     Cristo es el ejemplo por excelencia de servicio sin ego, y la culminación de sacrificio de un grande para los pequeños.  No fue meramente hijo de un senador, o de un sacerdote, pero fue, y es, el unigénito y eterno Hijo del Padre.  Salió de la gloria de la corte celestial, para lograr la mejor gloria de Dios, que es la salvación de sus propios enemigos, la raza humana que había rebelado contra Él, desde Adán, hasta la última persona nacida.

     Jesús nos mostró otro tipo de grandeza.  La grandeza del amor de Dios que no requiere nada de los amados. El Señor hace un compromiso total a todos los pecadores, aun cuando esos pecadores rechazan a Él.  Vino para crear de nuevo a todo, empezando con el hombre, caído desde su concepción.  Por eso, humildemente, el infinito Dios se encarnó de la Virgen María, y vivió como un refugiado perseguido.  Su voluntad de servir y salvar no tenía límite.

     Por lo tanto, la humildad de su nacimiento tiene sentido.  Aunque nos encanta los belenes tan bonitos, el nacimiento de Jesús no fue tan lindo o tranquilo. Las condiciones vergonzosas de la entrada de Jesús en este mundo nos da una previsión de la vergüenza y el terror de su muerte, porque el Bebé injustamente puesto en la madera del pesebre sería más tarde puesto injustamente en la madera de una cruz romana.

     Nos parece imposible que el Todopoderoso haría tales cosas.  Y sí, para nosotros, sería imposible.  Pero para el Dios quien es amor, fue la culminación de su servicio divino, fue su momento más grande de todos.

     Cuando fui un joven, tenía un cartel con una cita atribuida a George Herbert Walker Bush: “Él que no tiene nada que vale la pena de arriesgar la muerte, no tiene nada que vale la pena de vivir.” Es un lema fuerte, y solo podemos entenderlo correctamente si entendemos que George Herbert Walker Bush confesó su fe cristiana abiertamente. 

     Porque solo por confiar en el servicio divino,  el sacrificio sublime, y el reino eterno de Cristo Jesús, podamos entonces tener el valor de vivir sin miedo y en servicio a otros.  El lema de Bush es solamente aceptable porque dos mil años antes, llegó a ser un hecho divino en la vida, cruz y resurrección de Jesús, quien quiso morir, para que pudiéramos vivir.  Esto es una grandeza distinta.

     Podemos vivir en amor y servicio, porque la vida, la cruz y la resurrección de Jesús son una realidad entre nosotros, aquí, hoy.  Porque Él está con nosotros, y su Espíritu está obrando en nosotros ahora mismo, por su Palabra de promesa.  Todo el fruto de la grandeza de Cristo nos es dado aquí, en el pleno perdón de nuestros pecados, y en el acceso al reino de los cielos que tenemos, en el Nombre de Jesús, Amén. 


Third Sunday of Advent , A + D 2018
Another King of Greatness

Two weeks ago, President George Herbert Walker Bush, the forty-first president of the United States, passed away. He had special greatness. The first President Bush was born into a rich and powerful family, with important government officials and businessmen on all sides. He was 17 years old when the Japanese attacked Pearl Harbor, after the US entered the Second World War. George's family wanted to protect him from the risks of war, but on his eighteenth birthday, when by law he could decide for himself, George enlisted in the American Navy. He became the youngest pilot ever, and completed 58 combat missions, including one in which his plane was destroyed by Japanese weapons, and Bush had to be rescued from a raft in the Pacific Ocean. But he returned to fight in the air later. George never wanted to be favored by the reputation and wealth of his family. He just wanted to serve his country. He had a special greatness.

George Bush can serve us as a current example of the greatness that Jesus speaks of in our Gospel today. Only a shadow of the greatness that Jesus speaks of, of course, but an example, nonetheless.   Because George Bush chose service, instead of benefiting from the status of his family, or the power of his wealth. It would not have been difficult for Bush to find a way to "serve" in the war in a comfortable and safe position. The reputation and connections of his family members could have achieved this without problem. But George wanted to truly serve, to stand shoulder to shoulder with his countrymen, fighting for world freedom, risking his life to protect the lives of millions of others.

Which is quite a bit like John the Baptist. He was the son of a priest, a special and important group among the Jews. In addition, he was the product of a miracle, because his parents, Zacarias and Elizabet, were far past the age to conceive and have children. Finally, from very early in his life, the Lord God spoke directly to John, directing him on his special path. That is to say, John the Baptist was someone exceptional.

But John never tried to benefit from his special status. He lived in the desert, eating locusts and wild honey. He never recoiled from announcing the Truth that God had revealed to him, even about the sins of his hearers, no matter if these hearers were Pharisees, or Roman soldiers, or even King Herod, reproached by John for having his brother's wife. Finally, he never retreated from talking about the identity of his cousin and Savior, Jesus. Once, when his own disciples invited him to complain about the fact that Jesus' ministry was overshadowing his own ministry, John told them: "It is necessary that He increase, and that I decrease." In the end, it was his faithfulness to the Truth of God, when he reproached Herod, that resulted in his arrest, and eventually, in his bloody and cruel death.

Fidelity, honor, commitment, selflessness, character. We can see these traits in George Bush. Even more, they are obvious in John the Baptist. And in us? We are not presidents, nor warriors defending freedom against National Socialism and the Japanese Empire. Surely, we are not prophets of the Lord, sent before his Son to prepare his way. But we are Christians, baptized and united with Jesus, with a call to live as children of light. Saint Paul, Saint John and Jesus himself instruct us not to conform to this fallen world in which we live. That is, we should not follow the selfish and sinful ways that are so popular. The Lord calls us to serve, instead of being served.  He commands us to love, and not to hate, even our enemies. He says that the greatest among us is the one who serves others.

How's it going? Do we find our value in the blessings received in Christ, and in the privilege of sharing his love with others? Or is it that we long for the adulation of the world, prepared to forget the Truth of God, if it is in conflict with the popular culture? Do we seek to be great in the estimation of our culture, of our friends and neighbors, or do we pursue the greatness of service and sacrifice?

You do not have to answer. Each one of us knows that we do not fulfill our duties. The truth is that a man like President Bush puts us to shame. And John the Baptist even more. It's sad. The more we seek our own greatness, the smaller and less important we become. And even if we could be equal to John, or even just George, it would not be enough. Because George Bush was quick to admit his mistakes and confess his failures. And John the Baptist, a prophet called directly by God from before his conception, knew his limitations very well. When Jesus came to him to receive his baptism, John told him: I am not worthy to untie your sandals, much less baptize you. 

In human terms, George Bush's greatness was impressive, especially when compared with other rich men and powerful politicians. And John the Baptist is truly important in the history of salvation. Jesus declared: "Among those born of women, no one has risen who is greater than John the Baptist." That is is a special greatness, is not it?  But it is not sufficient for the depth of the human need.

In this we begin to see the great difference between the good of this fallen world and the good of the kingdom of God. Also, we began to understand how great was the work of Christ, to fulfill all that was necessary to open this kingdom to us. Imagine, although John was great, Jesus also says that "the least in the kingdom of heaven, the greater is he."

You see, the greatness of the kingdom of heaven is not only greater than the greatness of John, or George, or any other person. It is much greater, of course, but also, it is a different kind of greatness. Bush's greatness has to do with improving a troubled world. His willingness to fight in the air in World War II, or serve with honesty and selflessness as a politician, was always an attempt to improve difficult or dangerous situations. Nowadays, cultures want to turn their presidents into saviors, but George Bush knew very well the reality that nobody was going to solve all the problems, not even half.

And it is similar with John the Baptist. Yes, he was a prophet of God, but his role had mainly two parts: preaching against sin, and announcing the arrival of the Messiah of God, the Christ.   John was not perfect.  In prison, because he did not understand perfectly the work of the Christ, he had doubts as to whether his prophecy about Jesus had been correct. He sent his messengers to Jesus with the question: "Are you the one who was to come, or will we wait for another?" John was imprisoned and eventually executed for his preaching against sin. The greatness of his prophetic ministry did not achieve much in culture, or in the world, nor in the heavens. Earthly greatness cannot solve our most serious problems , such as our sin, our death, our doubts about how we should relate to God.

By the strength of the best men, we still do not find complete and eternal solutions. This task required a different greatness, a divine greatness, an amazing willingness to serve and an incredible humility. The reason that the least in the kingdom of heaven is greater than John the Baptist is that the kingdom of heaven is created in the person of Jesus Christ, true man, and true God. Christ is the quintessential example of egoless service, the culmination of a great sacrificing for the small.  He was not merely the son of a senator, or of a priest, rather he was, and is, the only begotten and eternal Son of the Father. He left the glory of the heavenly court, to achieve the greatest glory of God, which is the salvation of his own enemies, the human race that had rebelled against Him, since Adam, down to the last person born.

Jesus showed us another kind of greatness. The greatness of love without expectations.  The commitment of God to all sinners, even when those sinners reject Him. Jesus came to create everything again, beginning with man, fallen from his conception. Therefore, humbly, the infinite God became incarnate of the Virgin Mary, and lived as a persecuted refugee. His willingness to serve and save had no limit. Therefore, the humility of his birth makes sense, and indeed, gives us a foresight of the shame and terror of his death. For as the baby Jesus was unjustly placed in the wood of the manger, later Jesus would be unjustly put on the wood of a Roman cross. 

It seems impossible, that the Almighty would do such things.  And yes, for us, it would be impossible. But for Jesus Christ, it was the culmination of his service, it was his greatest moment of all.

When I was young I had a poster with a quote from George Bush:  If we do not have anything for dying for, then we do not have anything that is worth living for.  This is a strong motto, and we can only understand it correctly if we understand that George Bush openly confessed his Christian faith. Because just by trusting in the service, sacrifice, and reign of Christ Jesus, we can then have the courage to live without fear and in the service of others. Bush's motto is only acceptable because two thousand years before, it was a fact in the life, cross and resurrection of Jesus.

We can live in love and service, because the fact of the life, cross and resurrection of Jesus is a reality among us, here, today, because He is with us, because his Spirit is working right now by his Word, because all the fruit of the greatness of Christ is given to us here, in the full forgiveness of our sins, and access to the kingdom of heaven that we have,

In the name of Jesus, Amen.

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