Tercer Domingo
de Adviento, A+D 2018, Gaudete
Otro tipo de
grandeza
San Mateo
11:2-11
(English Sermon follows the Spanish)
Hace dos semanas se falleció
George Herbert Walker Bush, el cuadragésimo primer presidente de los Estados
Unidos. Él tenía una grandeza especial.
El primer presidente Bush fue
nacido en una familia rica y poderosa, con gobernantes y empresarios
importantes por todos lados. Tuvo 17
años cuando los japoneses atacaron a Pearl Harbor, después de que los EEUU
entraron en la Segunda Guerra Mundial.
La familia de George quería protegerlo de los riesgos de la guerra,
pero, en el día de su decimoctavo cumpleaños, cuando por ley podía decidir por
sí mismo, George se alistó en la Marina Americana. Llegó a ser el piloto de combate americano más
joven de nunca, y completó 58 misiones de combate, incluso uno en que su avión
fue destrozado por las armas japonesas, y Bush tuvo que ser rescatado de una
balsa en el Océano Pacífico. Aún después
de esta experiencia, George volvió a luchar en el aire. Nunca quería ser favorecido por la reputación
y riqueza de su familia. Solo quería
servir a su patria. Tenía una grandeza
especial.
George Bush nos puede servir
como un ejemplo actual de la grandeza de que habla Jesús en nuestro evangelio
de hoy. Solo una sombra de la grandeza
de que nos habla Jesús, por supuesto, pero un ejemplo, sin embargo. Porque George Bush eligió servicio, en lugar
de beneficiar del estatus de su familia, o el poder de su riqueza. No habría sido difícil para Bush a encontrar
un modo de “servir” en la guerra en un puesto cómodo y seguro. La reputación y las conexiones de sus familiares pudieran haber
conseguido esto sin problema. Pero,
George quería servir de verdad, quería servir hombro con hombro con sus
compatriotas, luchando para la libertad mundial, arriesgando su vida para
proteger a las vidas de millones de otros.
Lo cual es un poco parecido a la
historia de Juan el Bautista. Juan fue
hijo de un sacerdote, un grupo especial e importante entre los judíos. Además, fue el producto de un milagro, porque
sus padres, Zacarías y Elizabet estaban mucho más allá de la edad de concebir y
tener hijos. Finalmente, desde muy
temprano en su vida, el Señor Dios comunicaba directamente a Juan, dirigiéndolo
en su camino especial. Sin duda, Juan el
Bautista era alguien excepcional.
Pero Juan nunca intentó
beneficiarse a sí mismo de su estatus especial.
Vivió en el desierto, comiendo langostas y miel salvaje. No retrocedió de anunciar la Verdad que Dios
le había revelado, incluso sobre los pecados de sus oyentes. No le importaba si estos oyentes fueran
fariseos, o soldados romanos, o aun el rey Herodes, reprochado por Juan por
tener a la esposa de su hermano.
Finalmente, nunca retrocedió
de hablar de la identidad de su primo y Salvador, Jesús de Nazaret. Una vez, cuando sus propios discípulos le
invitaban a quejar sobre el hecho de que el ministerio de Jesús estaba
eclipsando su propio ministerio, Juan les dijo: “Es necesario que Él crezca, y
que yo disminuya.” Al final, su fidelidad
a la Verdad de Dios, cuando reprochó a Herodes, fue lo que resultó en su
arresto, y eventualmente, en su muerte sangrienta y cruel.
Fidelidad, honor, compromiso,
desinterés, carácter. Podemos ver estos
rasgos en George Bush. Aún más, son
obvios en Juan el Bautista. Pero, en nuestra
cultura popular y en la política actual, son valores obsoletos.
¿Y con nosotros? ¿Por nuestras palabras y acciones, cuáles
valores parecen importantes a nosotros?
No somos presidentes, ni
guerreros defendiendo la libertad contra el Socialismo Nacionalista y el
Imperio Japonesa. Seguramente no somos
profetas del Señor, enviados ante su Hijo para preparar su camino. Pero somos cristianos, unidos por el bautismo
con Jesús, con un llamado para vivir como hijos de la luz. San Pablo, San Juan y Jesús mismo nos
instruyen que no conformemos a este mundo caído en que vivimos. Es decir, no deberíamos seguir los caminos
egoístas, superficiales, y pecaminosos que son tan populares.
El Señor nos llama a servir,
en vez de ser servido. Nos manda que
amemos, y no odiemos, aun a nuestros enemigos.
Dice que el grande entre nosotros es el que sirve a los demás.
¿Cómo va? ¿Encontramos nuestro valor en las bendiciones
recibidas en Cristo, y en el privilegio de compartir su amor con otros? ¿O es que ansiemos por la adulación del
mundo, demasiado preparados a olvidarnos de la Verdad de Dios, si esté en
conflicto con lo popular de la cultura?
¿Buscamos ser grandes en la estimación de nuestra cultura, de nuestros
amigos y vecinos, o perseguimos la grandeza del servicio y sacrificio?
No tenéis que responder. Cada
uno de nosotros sabemos que no cumplimos nuestros deberes. La verdad es que un hombre como Presidente
Bush nos pone a la vergüenza. Y Juan el
Bautista tanto más.
Es triste. Cuanto más buscamos nuestra propia grandeza,
cuanto más pequeño y sin importancia llegamos a ser. Y aún si pudiéramos ser igual al Bautista o
aún a Bush, no sería suficiente. Porque
George Bush era rápido para admitir sus errores y confesar sus fallos. Y Juan el Bautista, profeta llamado
directamente por Dios desde antes de su concepción, sabía muy bien sus
limitaciones. Cuando Jesús vino a él
para recibir su bautismo, Juan le dijo:
no soy digno de desatar tus sandalias, menos aún para bautizarte.
En términos humanos, la
grandeza de George Bush fue impresionante, especialmente comparado con los
demás hombres ricos y políticos poderosos.
Y Juan el Bautista es verdaderamente importante en la historia de
salvación. Declara Jesús: “Entre los que
nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista.” Esto es una grandeza especial, ¿no? Pero, no es suficiente para llenar la necesidad humana.
En esto podemos ver la gran diferencia entre
el bueno de este mundo caído y el bueno del reino de Dios, que es de una
grandeza distinta, diferente. Imagínate,
aunque Juan fue grande, también dice Jesús que “el más pequeño en el reino de
los cielos, mayor es que él.” En esto,
empezamos de comprender cuán grande fue la obra de Cristo, para realizar el
cumplimiento de lo necesario para abrir este reino a nosotros.
Pues, la grandeza del reino de
los cielos no es solamente mayor que la grandeza de Juan, o George, o cualquier
otra persona. Es mucho más grande, claro
que sí, pero, además, es un tipo de grandeza totalmente distinto.
La grandeza de Bush tiene que
ver con mejorar un mundo problemático, no con perfeccionarlo. Su voluntad de luchar en el aire en la
Segunda Guerra Mundial, o servir con honestidad y desinterés como político, fue
siempre un intento de mejorar situaciones difíciles o peligrosas. Hoy en día las naciones quieren convertir sus
presidentes en salvadores, pero George Bush supo muy bien la realidad de que
nadie de este mundo iba a resolver todos los problemas, ni aun la mitad.
Y es similar con Juan el
Bautista. Sí, fue profeta de Dios, pero
su rol tuvo principalmente dos partes: predicar contra el pecado, y anunciar la
llegada del Mesías de Dios, el Cristo.
Juan no fue perfecto. En la
cárcel, por no entender perfectamente la obra del Cristo, llegó a tener dudas
de si su profecía acerca de Jesús había sido correcto. Envió sus mensajeros a Jesús con la pregunta:
“¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?”
Juan fue encarcelado y
eventualmente ejecutado por su predicación contra el pecado. La grandeza de su ministerio profético no
logró mucho en la cultura ni en el mundo, ni tampoco en los cielos. Fue totalmente de preparación, muy
importante, pero preparación y nada más.
La grandeza terrenal no puede resolver nuestros problemas más serios,
como nuestro pecado, nuestra muerte, o nuestras dudas sobre como deberíamos
relacionar con Dios.
Aun por la fuerza de los
mejores hombres, todavía no hallemos soluciones completas y eternas. Esto requirió una grandeza distinta, una
grandeza divina, una voluntad profunda para servir y una humildad
increíble. La razón que el más pequeño
en el reino de los cielos es mayor que Juan el Bautista, es que el reino de los
cielos está hecho en la misma persona de Cristo Jesús, verdadero hombre, y
verdadero Dios.
Cristo es el ejemplo por
excelencia de servicio sin ego, y la culminación de sacrificio de un grande
para los pequeños. No fue meramente hijo
de un senador, o de un sacerdote, pero fue, y es, el unigénito y eterno Hijo
del Padre. Salió de la gloria de la
corte celestial, para lograr la mejor gloria de Dios, que es la salvación de
sus propios enemigos, la raza humana que había rebelado contra Él, desde Adán, hasta
la última persona nacida.
Jesús nos mostró otro tipo de
grandeza. La grandeza del amor de Dios
que no requiere nada de los amados. El Señor hace un compromiso total a todos
los pecadores, aun cuando esos pecadores rechazan a Él. Vino para crear de nuevo a todo, empezando
con el hombre, caído desde su concepción.
Por eso, humildemente, el infinito Dios se encarnó de la Virgen María, y
vivió como un refugiado perseguido. Su
voluntad de servir y salvar no tenía límite.
Por lo tanto, la humildad de
su nacimiento tiene sentido. Aunque nos
encanta los belenes tan bonitos, el nacimiento de Jesús no fue tan lindo o tranquilo.
Las condiciones vergonzosas de la entrada de Jesús en este mundo nos da una
previsión de la vergüenza y el terror de su muerte, porque el Bebé injustamente
puesto en la madera del pesebre sería más tarde puesto injustamente en la
madera de una cruz romana.
Nos parece imposible que el Todopoderoso haría tales cosas. Y sí, para nosotros, sería imposible. Pero para el Dios quien es amor, fue la
culminación de su servicio divino, fue su momento más grande de todos.
Cuando fui un joven, tenía un
cartel con una cita atribuida a George Herbert Walker Bush: “Él que no tiene nada
que vale la pena de arriesgar la muerte, no tiene nada que vale la pena de
vivir.” Es un lema fuerte, y solo podemos entenderlo correctamente si
entendemos que George Herbert Walker Bush confesó su fe cristiana
abiertamente.
Porque solo por confiar en el
servicio divino, el sacrificio sublime,
y el reino eterno de Cristo Jesús, podamos entonces tener el valor de vivir sin
miedo y en servicio a otros. El lema de
Bush es solamente aceptable porque dos mil años antes, llegó a ser un hecho
divino en la vida, cruz y resurrección de Jesús, quien quiso morir, para que
pudiéramos vivir. Esto es una grandeza
distinta.
Podemos vivir en amor y
servicio, porque la vida, la cruz y la resurrección de Jesús son una realidad
entre nosotros, aquí, hoy. Porque Él
está con nosotros, y su Espíritu está obrando en nosotros ahora mismo, por su
Palabra de promesa. Todo el fruto de la
grandeza de Cristo nos es dado aquí, en el pleno perdón de nuestros pecados, y en
el acceso al reino de los cielos que tenemos, en el Nombre de Jesús, Amén.
Third Sunday
of Advent , A + D 2018
Another King of Greatness
Two weeks ago, President George Herbert Walker Bush, the forty-first
president of the United States, passed away. He had special greatness. The
first President Bush was born into a rich and powerful family, with important
government officials and businessmen on all sides. He was 17 years old
when the Japanese attacked Pearl Harbor, after the US entered the
Second World War. George's family wanted to protect him from the risks of
war, but on his eighteenth birthday, when by law he could decide for himself,
George enlisted in the American Navy. He became the youngest pilot ever,
and completed 58 combat missions, including one in which his plane was
destroyed by Japanese weapons, and Bush had to be rescued from a raft in the
Pacific Ocean. But he returned to fight in the air later. George
never wanted to be favored by the reputation and wealth of his family. He
just wanted to serve his country. He had a special greatness.
George Bush can serve us as a current example of the greatness that Jesus
speaks of in our Gospel today. Only a shadow of the greatness that Jesus
speaks of, of course, but an example, nonetheless. Because George Bush chose service, instead
of benefiting from the status of his family, or the power of his
wealth. It would not have been difficult for Bush to find a way to
"serve" in the war in a comfortable and safe position. The
reputation and connections of his family members could have achieved this
without problem. But George wanted to truly serve, to stand shoulder to
shoulder with his countrymen, fighting for world freedom, risking his life to
protect the lives of millions of others.
Which is quite a bit like John the Baptist. He was the son of a
priest, a special and important group among the Jews. In addition, he was
the product of a miracle, because his parents, Zacarias and Elizabet, were far
past the age to conceive and have children. Finally, from very early in
his life, the Lord God spoke directly to John, directing him on his special
path. That is to say, John the Baptist was someone exceptional.
But John never tried to benefit from his special status. He lived in
the desert, eating locusts and wild honey. He never recoiled from
announcing the Truth that God had revealed to him, even about the sins of his
hearers, no matter if these hearers were Pharisees, or Roman soldiers, or even
King Herod, reproached by John for having his brother's wife. Finally, he
never retreated from talking about the identity of his cousin and Savior,
Jesus. Once, when his own disciples invited him to complain about the fact
that Jesus' ministry was overshadowing his own ministry, John told them:
"It is necessary that He increase, and that I decrease." In the end,
it was his faithfulness to the Truth of God, when he reproached Herod, that
resulted in his arrest, and eventually, in his bloody and cruel death.
Fidelity, honor, commitment, selflessness, character. We can see
these traits in George Bush. Even more, they are obvious in John the
Baptist. And in us? We are not presidents, nor warriors defending
freedom against National Socialism and the Japanese Empire. Surely, we are
not prophets of the Lord, sent before his Son to prepare his way. But we
are Christians, baptized and united with Jesus, with a call to live as children
of light. Saint Paul, Saint John and Jesus himself instruct us not to
conform to this fallen world in which we live. That is, we should not
follow the selfish and sinful ways that are so popular. The Lord calls us
to serve, instead of being served. He
commands us to love, and not to hate, even our enemies. He says that the
greatest among us is the one who serves others.
How's it going? Do we find our value in the blessings received in
Christ, and in the privilege of sharing his love with others? Or is it
that we long for the adulation of the world, prepared to forget the Truth of
God, if it is in conflict with the popular culture? Do we seek to be great
in the estimation of our culture, of our friends and neighbors, or do we pursue
the greatness of service and sacrifice?
You do not have to answer. Each one of us knows that we do not
fulfill our duties. The truth is that a man like President Bush
puts us to shame. And John the Baptist even more. It's sad. The
more we seek our own greatness, the smaller and less important we
become. And even if we could be equal to John, or even just George, it
would not be enough. Because George Bush was quick to admit his mistakes
and confess his failures. And John the Baptist, a prophet called directly
by God from before his conception, knew his limitations very well. When
Jesus came to him to receive his baptism, John told him: I am not worthy to
untie your sandals, much less baptize you.
In human terms, George Bush's greatness was impressive, especially when
compared with other rich men and powerful politicians. And John the
Baptist is truly important in the history of salvation. Jesus declared:
"Among those born of women, no one has risen who is greater than John the
Baptist." That is is a special greatness, is not it? But it is not sufficient for the depth of the
human need.
In this we begin to see the great difference between the good of this
fallen world and the good of the kingdom of God. Also, we began to
understand how great was the work of Christ, to fulfill all that was necessary
to open this kingdom to us. Imagine, although John was great, Jesus also
says that "the least in the kingdom of heaven, the greater is he."
You see, the greatness of the kingdom of heaven is not only greater than
the greatness of John, or George, or any other person. It is much greater,
of course, but also, it is a different kind of greatness. Bush's greatness has to do with
improving a troubled world. His willingness to fight in the air in World
War II, or serve with honesty and selflessness as a politician, was always an
attempt to improve difficult or dangerous situations. Nowadays, cultures
want to turn their presidents into saviors, but George Bush knew very well the
reality that nobody was going to solve all the problems, not even half.
And it is similar with John the Baptist. Yes, he was a prophet of
God, but his role had mainly two parts: preaching against sin, and announcing
the arrival of the Messiah of God, the Christ. John was not perfect. In prison, because he did not understand
perfectly the work of the Christ, he had doubts as to whether his prophecy
about Jesus had been correct. He sent his messengers to Jesus with the
question: "Are you the one who was to come, or will we wait for
another?" John was imprisoned and eventually executed for his preaching
against sin. The greatness of his prophetic ministry did not achieve much
in culture, or in the world, nor in the heavens. Earthly greatness cannot
solve our most serious problems , such as our sin, our
death, our doubts about how we should relate to God.
By the strength of the best men, we still do not find complete and
eternal solutions. This task required a different greatness, a divine
greatness, an amazing willingness to serve and an incredible humility. The
reason that the least in the kingdom of heaven is greater than John the Baptist
is that the kingdom of heaven is created in the person of Jesus Christ, true
man, and true God. Christ is the quintessential example of egoless
service, the culmination of a great sacrificing for the small. He was not merely the son of a senator, or of
a priest, rather he was, and is, the only begotten and eternal Son of the
Father. He left the glory of the heavenly court, to achieve the greatest
glory of God, which is the salvation of his own enemies, the human race that
had rebelled against Him, since Adam, down to the last person born.
Jesus showed us another kind of greatness. The greatness of love
without expectations. The commitment of
God to all sinners, even when those sinners reject Him. Jesus came to create
everything again, beginning with man, fallen from his
conception. Therefore, humbly, the infinite God became incarnate of the
Virgin Mary, and lived as a persecuted refugee. His willingness to serve
and save had no limit. Therefore, the humility of his birth makes sense,
and indeed, gives us a foresight of the shame and terror of his death. For
as the baby Jesus was unjustly placed in the wood of the manger, later Jesus would
be unjustly put on the wood of a Roman cross.
It seems impossible, that the Almighty would do such things. And yes, for us, it would be
impossible. But for Jesus Christ, it was the culmination of his service,
it was his greatest moment of all.
When I was young I had a poster with a quote from George Bush: If we do not have anything for dying for, then
we do not have anything that is worth living for. This is a strong motto, and we can only
understand it correctly if we understand that George Bush openly confessed
his Christian faith. Because just by trusting in the service, sacrifice,
and reign of Christ Jesus, we can then have the courage to live without fear
and in the service of others. Bush's motto is only acceptable because two
thousand years before, it was a fact in the life, cross and resurrection of
Jesus.
We can live in love and service, because the fact of the life, cross and
resurrection of Jesus is a reality among us, here, today, because He is with
us, because his Spirit is working right now by his Word, because all the fruit
of the greatness of Christ is given to us here, in the full forgiveness of our
sins, and access to the kingdom of heaven that we have,
In the name of Jesus, Amen.
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