San Mateo Apóstol y Evangelista
San Mateo 9:9-13, Efesios 4:7-14, Ezequiel 2:8 – 3:11
El porqué de comer con pecadores
¿Por qué come vuestro Maestro con los
publicanos y pecadores?
Nuestro Maestro, nuestro Señor y Salvador
Jesucristo, no solía contestar a preguntas directamente. Dado que los Fariseos fueron poderosos en la
sociedad, este hábito pudiera haber sido peligroso. De hecho, se parece que Jesús siempre estaba
intentando poner furioso a sus enemigos.
No vacilaba en anunciar sus hipocresías y pecados. Y, como vemos hoy, con mucha frecuencia,
Jesús no quiso contestar directamente a sus preguntas, sino con otras
preguntas. Pero creo que, con la ventaja
de saber el resto de la historia, podamos conjeturar sobre porque Jesús comía con
pecadores. De hecho, hay al menos dos o
tres razones que deberíamos considerar.
¿Por qué come Cristo Jesús con los
publicanos y pecadores? Es una pregunta
lógica, pero no por la razón que la preguntan los fariseos. Ellos piensan mal de Jesús porque lo
consideran un hombre religioso, quien ahora está asociando con pecadores
destacados. Pero la realidad es que
Jesús es el Señor, el Santo, Santo, Santo Dios, hecho hombre, y el Santo Dios
odia el pecado. ¿Qué pasa aquí?
El Señor Jesús come con pecadores porque Él
los ama a ellos. Según la forma de pensar
del mundo, esto es la gran debilidad del Dios de la Biblia. Para muchas personas el problema principal
con el Señor Dios es su severidad con pecadores. Para otros, especialmente con las personas
morales y los religiosos, el gran escándalo de la Biblia es el hecho de que el
Señor tiene demasiado paciencia y piedad con “aquellos pecadores.”
Es un rasgo de nuestra naturaleza humana
que queremos presentarnos como buenas personas, y denigrar a otros que, según
los estándares de la cultura, no puedan fingir un carácter bueno: En el primer siglo, los “pecadores” fueron,
por ejemplo, prostitutas, o publicanos, los recaudadores de impuestos para un
gobierno de ocupación, como fue Mateo para los Romanos.
¿Quiénes son los pecadores obvios de
nuestro siglo? Tal vez un drogadicto o
un alcohólico, viviendo en la calle, o los mendigos, o los jóvenes regresando a
casa a las 6:30 de la mañana el sábado o el domingo, después de pasar toda la
noche en los bares… no sé exactamente quienes son en España, pero siempre
tendemos identificar y separar a los pecadores obvios, para que nos sintamos
superiores. Y tales personas, los
pecadores obvios, no merecen la compañía de buena gente.
Pero Jesús come con los pecadores. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que
envió a su Hijo unigénito a entrar en nuestro mundo, para salvar a los mismos
pecadores. Él no vino a llamar a justos,
sino a pecadores, al arrepentimiento. ¿Y
qué momento mejor para hablar en serio con una persona, que durante y después
de compartir una comida?
¿Por qué come Cristo Jesús con los
publicanos y pecadores? No tiene otra
opción. Dios envió a su Hijo al mundo,
en forma de un hombre, porque la deuda del pecado tuvo que ser pagado por un
hombre. El eterno unigénito Hijo de Dios
tomó nuestra carne de su madre María, y un hombre de carne y hueso tiene que
comer. Nadie quiere comer solo, no
siempre. Entonces, para tener compañía
en la mesa, Jesucristo no tiene otra opción, porque todos los descendientes de
Adán son pecadores.
Pero muchos no quieren aceptar esta
realidad. Los fariseos quieren pensar
que, por su seguimiento de muchas leyes, puedan afirmar que, aunque había un
día en que eran pecadores, hoy no.
Quieren decir que ya hayan quitado todo el pecado de su vida.
Fue más o menos igual con los judíos, los
conciudadanos de Jesús. Muchos de los
judíos querían decir que, porque eran descendientes de Abraham, automáticamente
no fueron realmente pecadores. Y hoy, me
preocupe que tantos cristianos intentan lo mismo, hoy en día más por negar que
pecados sean pecados de verdad. Si en
nuestro día, supuestamente más avanzado y evolucionado, podemos decir que el
pecado sexual, la codicia, o el rechazo de la autoridad de Dios y su Palabra no
son pecados, entonces, no seamos pecadores.
Al fin y al cabo, intentar fingir que no sean pecados no cambia la
realidad que son pecados, y somos pecadores.
La realidad es que nuestro pecado es una
enfermedad espiritual inherente, y no tenemos la capacidad de superarla. Es fácil aceptar esta triste realidad en
relación con los pecadores obvios. Pero
es verdad para todos nosotros hijos de Adán.
Por ende, como fue hace dos mil años, es todavía igual hoy: Si Jesucristo quiere sentarse en la mesa y
comer con seres humanos, no tiene otra opción, salvo comer con pecadores. Y por causa de su gran amor, Él quería, y
todavía quiere comer con pecadores, cualquier pecador que no niegue su realidad
personal pecaminosa, y que busque la ayuda que solo Jesús puede ofrecer.
¿Por qué come Cristo Jesús con los
publicanos y pecadores? Él lo hace
también para salvar a las “buenas personas” como los fariseos, antiguos y
modernos. Hay un lema favorito de los
que afirman que tengan su propia justicia.
“No soy perfecto, pero soy una buena persona.” He oído esta frase, o una variante de la
misma, desde muchas personas, hombres, mujeres, y niños, en situaciones
distintas, en varios países, y en dos idiomas.
Se suele oírla cuando una persona está pillada en un fallo, en un
pecado, y quiere evitar la responsabilidad.
Tal persona no quiere que sus prójimos considerarle un pecador
obvio. También, tal persona no quiere
comer con Cristo Jesús, por su disposición a comer con pecadores obvios. Evitar la etiqueta “pecador” es más
importante a él que encontrar una manera de escapar de su pecado.
Con los pecadores obvios, que reconocen y
confiesan su situación, Jesús tiene palabras de acogido y amor. Pero, para intentar salvar a las “buenas
personas,” la cara de Jesús, como la cara de su profeta Ezequiel, tiene que ser
duro, para romper la confianza de los que confían en su propia justicia, o
linaje, o buenas obras. Siempre que
alguien niega la realidad de su propia pecaminosidad, el primer paso en la obra
de salvación tiene que ser romper la fachada de justicia propia, que es una
fantasía, una ilusión falsa. Muchas veces,
como hoy hizo Jesús con los fariseos, el Señor tiene que decir cosas poco
agradables, para preparar sus oyentes para la salvación.
No es fácil ni agradable proclamar a otros
la realidad de pecado. Pero Dios quiere
superar nuestra resistencia a la verdad, para llevarnos a una verdad mejor, una
verdad feliz, la verdad del hecho que Él mismo se ha encargado de nuestro
problema, y quiere sentarse en la mesa con nosotros. Así es que Ezequiel necesitaba un frente
duro, como diamante, como un pedernal, para soportar la recepción negativa que la
Palabra que tuvo para anunciar iba a recibir del pueblo de Israel. Ezequiel tenía que ser completamente lleno de
la Palabra del Señor, y su misión fue predicar nada excepto la verdadera
palabra, sin preocuparse si sus oyentes escuchen,
o dejen de escuchar. Para llegar a la
salvación, la palabra dura tiene que ser proclamada, sin cambiarla, sin suavizarla.
Sigue igual hoy. Nuestra necesidad no ha cambiado, ni el amor
de Dios. Por lo tanto, Cristo constituyó
a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores
y maestros, para continuar la obra del Señor.
Porque es contra nuestra naturaleza mantenerse fiel a la Palabra, Dios
creó un oficio del Santo Ministerio, por lo cual Cristo ha prometido edificar
su Iglesia. En su sabiduría, aunque tal
vez elegiríamos otra forma, Cristo quiere poner hombres, miembros de su
Iglesia, en puestos para servir, para enseñar y predicar la Palabra de Dios,
nada menos, y nada más. Y los
predicadores y maestros están, como Ezequiel, como San Mateo, obligados a hacer
una cosa: mantenerse fiel a la Palabra
de Cristo.
Por lo tanto, fieles servidores de la
Iglesia, fieles hombres ordenados para servir en el Santo Ministerio, tienen
algunos rasgos en común. Son pecadores,
y no lo esconden. Intentan, como cada
creedor en Cristo, vivir sin pecado.
Pero en su sabiduría misteriosa, el Señor no perfecciona a sus
cristianos durante esta vida terrenal. Así,
cada pastor es un pecador, y no puede fingir que no. Más bien, un ministro fiel vive en
arrepentimiento diario, confesando sus pecados contra Dios y contra sus prójimos,
viviendo en dependencia diaria de la gracia de Dios.
También, los hombres puestos en el Santo
Ministerio son fieles a la Palabra, aunque puede ser una tarea muy dura. Es una paradoja del ministerio cristiano, que
los pastores y maestros son, al mismísimo tiempo, humildes y arrepentidos a
cerca de su propio ser, y también duros, inflexibles a cerca de la Palabra de
Dios y su proclamación.
Se parece difícil, esta vocación del Santo
Ministerio, ¿no? Puede ser, y de verdad, la vida cristiana para cada miembro no
es menos desafiante. Tal vez, por ser
una cosa privada, no pública como el ministerio, vivir la vida de los laicos
sea aún más difícil. ¿Como podemos vivir
y aún florecer bajo tal paradoja? ¿Cómo
puede ser reconciliada esta tensión entre la justicia y el amor?
Solo en un sitio son reconciliados la
justicia y el amor de Dios. En la Cruz
de Cristo, donde la misericordia y la verdad se encontraron; donde la justicia
y la paz se besaron. En la muerte
expiatoria de Jesucristo, vemos el amor de Dios para con los pecadores. Vemos el milagro divino, cuando la debilidad
poderosa de Dios, su amor para los hombres rebeldes, consumó todo su ira contra
nuestro pecado, confeccionando un nuevo pacto de perdón y vida nueva, para
todos que se sientan a la mesa con el Maestro Jesús.
Entonces, es bueno estar aquí, hoy, porque
Cristo Jesús viene otra vez, para sentarse en la mesa con pecadores, contigo, y
conmigo, entrando en esta casa, entrando en nuestras bocas, para afrontarnos
con nuestro pecado, y quitarlo de nosotros, limpiándonos con su sangre, para
nuestra salvación, y también para luego utilizarnos en su misión.
Jesús usó a Mateo, el odiado recaudador
de impuestos, como evangelista y apóstol.
El Señor usa a otros como pastores o maestros. A otros como fieles padres cristianos,
criando a sus niños en el temor y amor del Señor. Dios utiliza a cada uno en su propio puesto
de vida, como hijo o hija, padre o madre, marido o mujer, trabajador o jefe,
clero o laico, todos dependientes de y unidos con el mismo Cristo Jesús, quien
realiza su misión diaria en, y a través de su Iglesia, la que es vosotros, los
fieles, congregados en torno a la mesa del Señor, en el Nombre de Jesús,
Amén.
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