Tuesday, September 25, 2018

La Palabra fiel de la boca del Hijo


Decimosexto Domingo después de Trinidad
1 Reyes 17:17-24, Efesios 3:13-21, San Lucas 7:11-17
La Palabra fiel de la boca del Hijo  

     No puede ser.  Justo el domingo pasado hablábamos de un cambio radical, la gran mejora de la vida de la viuda de Sarepta, desde estar al punto de morir de hambre con su hijo, hasta vivir una vida de milagros diarios, con harina y aceite que nunca se acabaran, un milagro hecho para ella por el Señor, Jehová Dios y su profeta, Elías, cuyo nombre significa “Mi Dios es Jehová.”  Fue una historia de alegría, de rescate y la exaltación de los humildes.

     Pero ahora, justo cuando su vida iba buena, por fin, de repente su único hijo, su gozo y único amor en el mundo, fue golpeado por una enfermedad, y el aliento se fue de él.  Se murió.  La viuda se pregunta, “¿Qué tipo de Dios es este Jehová, este Señor de Israel?  ¿Por qué no me dejó morir cuando lo pedí, si al final mi tristeza iba a ser peor?”  En vez de sufrir la muerte junto con su hijo, víctimas de la misma sequía y hambruna, ahora ella va a tener que continuar viviendo, pero sin su hijo amado.  Qué crueldad, una caída a la profundidad, después de tal alegría inesperada.  Y, ¿por qué? 


     En el mundo tenéis tribulación.  Es importante recordar que no existe otra opción aceptable, salvo ser un cristiano, ninguna otra opción que nos pueda dar la confianza y alegría de tener una relación buena con Dios, hoy, y para la eternidad. Pero, los cristianos también tienen que entender que la promesa de Cristo a los Apóstoles aplica a todos nosotros: “En el mundo tenéis tribulación.”  (San Juan 16:33)  La fe cristiana no implica una vida suave y sin problemas.  El Cristo vino precisamente para sufrir los dolores de este mundo, para ganarnos la salvación.  Nosotros que llevamos su Nombre no deberíamos pensar que nuestra vida vaya a pasar sin sufrimientos.  Pero, en los mismos, aprenderemos la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Dios, y como ganó nuestra salvación, y como la recibimos.     

     Gracias a Dios, trabajando a través de su profeta Elías, la tribulación de la viuda fue corta, dentro de lo que ella pudo soportar.  Y al final de la historia, nos damos cuenta de que el Espíritu Santo nos está dando un ícono de Jesús y nuestra salvación.

     Dios envió a Elías para vivir con esta viuda y su hijo, un profeta rechazado por su propio pueblo, pero acogido por extranjeros.  Dios los dio el milagro de pan inagotable, una bendición real, e impresionante, algo esencial para esta vida.  Muy bien. 
     Pero, aunque a Dios le gusta proveer cualquier buena cosa a su criatura favorita, su deseo es mucho más alto que meramente proveer una vida buena en esta tierra.  El Señor nos creó para darnos vida eterna, en comunión plena con Él, y la tragedia del pecado y la muerte nunca iba a derrotar el plan de Dios.  Por lo tanto, el milagro principal que Dios tuvo planeado para nosotros requeriría un milagro más importante, una victoria no solo sobre el hambre, pero sobre la muerte.   

     Entonces, el aliento se fue del hijo de la viuda de Sarepta, obviamente un golpe muy fuerte para el niño, y para su madre, como vemos en su acusación: ¿Qué tengo yo contigo, varón de Dios? ¿Has venido a mí para traer a memoria mis iniquidades, y para hacer morir a mi hijo?

     Nos parece una pregunta válida, y al profeta también.  Pero Elías sabe que Jehová Dios es misericordioso, que es el Señor de la vida.  El profeta confía que Dios en su esencia quiere bendecir.  Por ende, tomó al hijo y subió al aposento, y lo puso sobre su cama. Y clamando a Jehová, dijo: Jehová Dios mío, ¿aun a la viuda en cuya casa estoy hospedado has afligido, haciéndole morir su hijo? 

    Y luego hizo algo extraño, se tendió sobre el niño tres veces, (¿por qué tres veces?), y clamó a Jehová y dijo: Jehová Dios mío, te ruego que hagas volver el alma de este niño a él. 

     Y Jehová oyó la voz de Elías, y el alma del niño volvió a él, y revivió. 

     El niño está vuelto de la muerte.  Pero, el resultado más importante de esta historia es la fe, porque por la fe viene la vida eterna.  Tomando luego Elías al niño, lo trajo del aposento a la casa, y lo dio a su madre, y le dijo Elías: Mira, tu hijo vive.  Entonces la mujer dijo a Elías: Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca.”  

     Nadie quiere pasar por una tribulación tan fuerte, pero Dios sabe mejor lo que necesitemos.  La viuda de Sarepta, que antes pensaba que Dios solo viniera para castigar a sus iniquidades, ahora tiene confianza de que Dios viene para dar vida nueva, y alegría, que verdaderamente podía confiar en su Palabra, entregado a ella a través del profeta. 



     Esto es el resultado que busca Cristo para nosotros también, fe en su Palabra de promesa, no importa lo que pase.  Por ende, aunque Jesús alimentó milagrosamente a los 5 mil, y a los 4 mil, con pan superabundante, más que suficiente para llenar todos estómagos, esto no cumplió su plan.  El hambre es un síntoma del problema, pero el pecado y la muerte fueron, y todavía son nuestro problema verdadero.  La misión de Cristo fue terminar con este problema, una vez para todos. 

     No pudiera haber sido suficiente pan para lograr esta meta, porque el pago de pecado es muerte, no pan.  Esto requeriría una muerte, una muerte singular y especial.  No pudiera servir la muerte del único hijo de una viuda de Sarepta, ni la muerte de cualquier otra persona pecadora, más bien la necesaria fue la muerte del único Hijo de Dios, dado a la muerte, para expiar toda la deuda de todos los pecadores de toda la historia. 

     La salvación de Dios requirió un sacrificio sin mancha, la muerte de un no pecador, pero al mismo tiempo, el sacrificio de una vida con valor inestimable, con valor divino, para ser un sacrificio lo suficientemente grande para borrar todos nuestros pecados. 

     Lo que pasó con Jesús fue una sorpresa inimaginable, que esto sería el plan de salvación de Jehová Dios.  Por eso, desde Génesis hasta la Semana Santa original, el Espíritu Santo fue continuamente presagiando la muerte de Cristo.  Como vemos hoy en la historia de la viuda de Naín, Jesús mismo hace vínculos entre cada madre doliente, y cada hijo que muere demasiado joven, y cada persona que llora para ellos.  La audacia de Jesús, parando la procesión, diciendo a la madre “no llores”, y tocando el féretro, hubiera haber sido horrible, completamente inapropiado, excepto que la Palabra de su boca fue fiel, y eficaz. “Joven, a ti te digo, levántate.”  ¡Y lo hizo! Luego la alegría y el gozo de todos nos dan un anticipo de la vida eterna, cuando cada lágrima será enjugada.  Pero el camino a esta vida gloriosa pasa por la muerte. 

     Por lo tanto, la Palabra del Señor vino a la tierra, no solamente por la boca de un profeta, sino la Palabra Encarnada, el eterno Hijo de Dios, hecho hombre.  Este hombre, Jesús el Nazareno, era el gran amor de su Padre Dios, y también de su madre, María, más bendecida de todas las mujeres, por haber sido elegida para ser la madre de Dios.  Por eso, el golpe de la Cruz, el golpe de la justicia divina fue tanto más duro y triste: el mejor hijo, el mejor hombre, muriendo completamente inocente.    
     Pero, como Elías se tendió sobre el niño en Sarepta tres veces, el Hijo de Dios pasó sus tres días tendido bajo el aparente poder de la muerte, para ser resucitado el tercer día.  Qué alegría para su madre María, y todos los amigos de Jesús, después de la Resurrección, a ver el destino de su Hijo realizado en victoria.  Qué alegría para Dios mismo, cuando el Hijo regresó para tomar de nuevo su trono en gloria, y al mismo tiempo, para preparar un lugar para nosotros.  Y qué alegría para todos los pecadores, incluso tú y yo, que ahora, en la muerte y resurrección de Jesús podemos ver que la palabra que nos ha venido desde la boca de Dios es fiable, la Palabra que garantiza nuestro perdón y vida eterna. 

    Hoy creo que es común pensar que vivimos en tiempos extraños, casi apocalípticos.  Cierto que hay muchas noticias inquietantes, desde las migraciones descontroladas, amenazando tantas vidas, y perturbando la sociedad, hasta los escándalos en las iglesias.  Todavía enfrentamos el terrorismo, y nos molesta el caos político, desde las farsas políticas en España y los EEUU, hasta las tragedias en Siria y Venezuela.  Aunque según muchas medidas la vida humana es mejor que nunca, nos parece que el mundo está al punto de romperse.  

     Pero no.  Para nosotros, que confiamos en el hombre de quien se fue el aliento en una cruz romana, pero después de tres días resucitó, los días apocalípticos ya han pasado.  No puede haber nada peor que la muerte del único Hijo de Dios.  Sin embargo, por la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo, y según el plan de su Padre, esta misma muerte se ha convertido en la luz y la vida del mundo.  Porque el Hijo muerto se ha incorporado de nuevo, y en el día de la Resurrección se empezó de hablar de la plenitud de Dios.  Y la palabra de su boca es fiel. 

     Nosotros pecadores recibimos, con las Viudas de Sarepta y Naín, la buena noticia de que el Hijo vive, y en Él tenemos pleno perdón de los pecados y la vida eterna.  Y por ende, a Jehová Dios, aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.        

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