Decimosexto Domingo después de Trinidad
1 Reyes
17:17-24, Efesios 3:13-21, San Lucas 7:11-17
La Palabra fiel
de la boca del Hijo
No puede ser. Justo el domingo pasado hablábamos de un cambio
radical, la gran mejora de la vida de la viuda de Sarepta, desde estar al punto
de morir de hambre con su hijo, hasta vivir una vida de milagros diarios, con
harina y aceite que nunca se acabaran, un milagro hecho para ella por el Señor,
Jehová Dios y su profeta, Elías, cuyo nombre significa “Mi Dios es
Jehová.” Fue una historia de alegría, de
rescate y la exaltación de los humildes.
Pero ahora, justo cuando su vida iba
buena, por fin, de repente su único hijo, su gozo y único amor en el mundo, fue
golpeado por una enfermedad, y el aliento se fue de él. Se murió.
La viuda se pregunta, “¿Qué tipo de Dios es este Jehová, este Señor de
Israel? ¿Por qué no me dejó morir cuando
lo pedí, si al final mi tristeza iba a ser peor?” En vez de sufrir la muerte junto con su hijo,
víctimas de la misma sequía y hambruna, ahora ella va a tener que continuar
viviendo, pero sin su hijo amado. Qué
crueldad, una caída a la profundidad, después de tal alegría inesperada. Y, ¿por qué?
En el mundo tenéis tribulación. Es importante recordar que no existe otra
opción aceptable, salvo ser un cristiano, ninguna otra opción que nos pueda dar
la confianza y alegría de tener una relación buena con Dios, hoy, y para la
eternidad. Pero, los cristianos también tienen que entender que la promesa de
Cristo a los Apóstoles aplica a todos nosotros: “En el mundo tenéis
tribulación.” (San Juan 16:33) La fe cristiana no implica una vida suave y
sin problemas. El Cristo vino
precisamente para sufrir los dolores de este mundo, para ganarnos la
salvación. Nosotros que llevamos su
Nombre no deberíamos pensar que nuestra vida vaya a pasar sin
sufrimientos. Pero, en los mismos,
aprenderemos la anchura, la longitud,
la profundidad y la altura del amor de Dios, y como ganó nuestra salvación,
y como la recibimos.
Gracias a Dios, trabajando a través de su
profeta Elías, la tribulación de la viuda fue corta, dentro de lo que ella pudo
soportar. Y al final de la historia, nos
damos cuenta de que el Espíritu Santo nos está dando un ícono de Jesús y
nuestra salvación.
Dios envió a Elías para vivir con esta
viuda y su hijo, un profeta rechazado por su propio pueblo, pero acogido por
extranjeros. Dios los dio el milagro de
pan inagotable, una bendición real, e impresionante, algo esencial para esta
vida. Muy bien.
Pero, aunque a Dios le gusta proveer
cualquier buena cosa a su criatura favorita, su deseo es mucho más alto que
meramente proveer una vida buena en esta tierra. El Señor nos creó para darnos vida eterna, en
comunión plena con Él, y la tragedia del pecado y la muerte nunca iba a
derrotar el plan de Dios. Por lo tanto,
el milagro principal que Dios tuvo planeado para nosotros requeriría un milagro
más importante, una victoria no solo sobre el hambre, pero sobre la
muerte.
Entonces, el aliento se fue del hijo de la
viuda de Sarepta, obviamente un golpe muy fuerte para el niño, y para su madre,
como vemos en su acusación: ¿Qué tengo
yo contigo, varón de Dios? ¿Has venido a mí para traer a memoria mis iniquidades,
y para hacer morir a mi hijo?
Nos parece una pregunta válida, y al
profeta también. Pero Elías sabe que
Jehová Dios es misericordioso, que es el Señor de la vida. El profeta confía que Dios en su esencia
quiere bendecir. Por ende, tomó al hijo
y subió al aposento, y lo puso sobre su
cama. Y clamando a Jehová, dijo: Jehová Dios mío, ¿aun a la viuda en cuya casa
estoy hospedado has afligido, haciéndole morir su hijo?
Y luego hizo algo extraño, se
tendió sobre el niño tres veces, (¿por qué tres veces?), y clamó a Jehová y
dijo: Jehová Dios mío, te ruego que hagas volver el alma de este niño a
él.
Y Jehová oyó la voz de Elías,
y el alma del niño volvió a él, y revivió.
El niño está vuelto de la muerte. Pero, el resultado más importante de esta
historia es la fe, porque por la fe viene la vida eterna. “Tomando
luego Elías al niño, lo trajo del aposento a la casa, y lo dio a su madre, y le
dijo Elías: Mira, tu hijo vive. Entonces
la mujer dijo a Elías: Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la
palabra de Jehová es verdad en tu boca.”
Nadie quiere pasar por una tribulación tan
fuerte, pero Dios sabe mejor lo que necesitemos. La
viuda de Sarepta, que antes pensaba que Dios solo viniera para castigar a sus
iniquidades, ahora tiene confianza de que Dios viene para dar vida nueva, y
alegría, que verdaderamente podía confiar en su Palabra, entregado a ella a
través del profeta.
Esto es el resultado que busca
Cristo para nosotros también, fe en su Palabra de promesa, no importa lo que
pase. Por ende, aunque Jesús alimentó
milagrosamente a los 5 mil, y a los 4 mil, con pan superabundante, más que
suficiente para llenar todos estómagos, esto no cumplió su plan. El hambre es un síntoma del problema, pero el
pecado y la muerte fueron, y todavía son nuestro problema verdadero. La misión de Cristo fue terminar con este
problema, una vez para todos.
No pudiera haber sido suficiente
pan para lograr esta meta, porque el pago de pecado es muerte, no pan. Esto requeriría una muerte, una muerte
singular y especial. No pudiera servir
la muerte del único hijo de una viuda de Sarepta, ni la muerte de cualquier
otra persona pecadora, más bien la necesaria fue la muerte del único Hijo de
Dios, dado a la muerte, para expiar toda la deuda de todos los pecadores de
toda la historia.
La salvación de Dios requirió
un sacrificio sin mancha, la muerte de un no pecador, pero al mismo tiempo, el
sacrificio de una vida con valor inestimable, con valor divino, para ser un
sacrificio lo suficientemente grande para borrar todos nuestros pecados.
Lo que pasó con Jesús fue una
sorpresa inimaginable, que esto sería el plan de salvación de Jehová Dios. Por eso, desde Génesis hasta la Semana Santa
original, el Espíritu Santo fue continuamente presagiando la muerte de
Cristo. Como vemos hoy en la historia de
la viuda de Naín, Jesús mismo hace vínculos entre cada madre doliente, y cada
hijo que muere demasiado joven, y cada persona que llora para ellos. La audacia de Jesús, parando la procesión,
diciendo a la madre “no llores”, y tocando el féretro, hubiera haber sido
horrible, completamente inapropiado, excepto que la Palabra de su boca fue
fiel, y eficaz. “Joven, a ti te digo, levántate.” ¡Y lo hizo! Luego la alegría y el gozo de
todos nos dan un anticipo de la vida eterna, cuando cada lágrima será enjugada. Pero el camino a esta vida gloriosa pasa por
la muerte.
Por lo tanto, la Palabra del
Señor vino a la tierra, no solamente por la boca de un profeta, sino la Palabra
Encarnada, el eterno Hijo de Dios, hecho hombre. Este hombre, Jesús el Nazareno, era el gran
amor de su Padre Dios, y también de su madre, María, más bendecida de todas las
mujeres, por haber sido elegida para ser la madre de Dios. Por eso, el golpe de la Cruz, el golpe de la
justicia divina fue tanto más duro y triste: el mejor hijo, el mejor hombre,
muriendo completamente inocente.
Pero, como Elías se tendió
sobre el niño en Sarepta tres veces, el Hijo de Dios pasó sus tres días tendido
bajo el aparente poder de la muerte, para ser resucitado el tercer día. Qué alegría para su madre María, y todos los
amigos de Jesús, después de la Resurrección, a ver el destino de su Hijo
realizado en victoria. Qué alegría para
Dios mismo, cuando el Hijo regresó para tomar de nuevo su trono en gloria, y al
mismo tiempo, para preparar un lugar para nosotros. Y qué alegría para todos los pecadores,
incluso tú y yo, que ahora, en la muerte y resurrección de Jesús podemos ver
que la palabra que nos ha venido desde la boca de Dios es fiable, la Palabra que
garantiza nuestro perdón y vida eterna.
Hoy creo que es común pensar que vivimos en
tiempos extraños, casi apocalípticos. Cierto
que hay muchas noticias inquietantes, desde las migraciones descontroladas,
amenazando tantas vidas, y perturbando la sociedad, hasta los escándalos en las
iglesias. Todavía enfrentamos el
terrorismo, y nos molesta el caos político, desde las farsas políticas en
España y los EEUU, hasta las tragedias en Siria y Venezuela. Aunque según muchas medidas la vida humana es
mejor que nunca, nos parece que el mundo está al punto de romperse.
Pero no.
Para nosotros, que confiamos en el hombre de quien se fue el aliento en
una cruz romana, pero después de tres días resucitó, los días apocalípticos ya
han pasado. No puede haber nada peor que
la muerte del único Hijo de Dios. Sin
embargo, por la anchura, la longitud,
la profundidad y la altura del amor de Cristo, y según el plan de su Padre,
esta misma muerte se ha convertido en la luz y la vida del mundo. Porque el Hijo muerto se ha incorporado de
nuevo, y en el día de la Resurrección se empezó de hablar de la plenitud de
Dios. Y la palabra de su boca es fiel.
Nosotros pecadores recibimos,
con las Viudas de Sarepta y Naín, la buena noticia de que el Hijo vive, y en Él
tenemos pleno perdón de los pecados y la vida eterna. Y por ende, a Jehová Dios, aquel que es
poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos
o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la
iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos.
Amén.
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