Decimoquinto Domingo después de Trinidad
9 de septiembre, A+D 2018
El Pan de Cada Día
¿Qué te apetece comer? Seguramente, un poco de pan, ¿no?
Una de las cosas en la cual Shelee y yo
somos más diferentes culturalmente de los españoles tiene que ver con el lugar
de pan en nuestra dieta. Nos gusta pan,
y comemos pan. Pero no siempre. De verdad, mucho menos que los
españoles. Os cuento una historia para
explicarme.
Una vez, hace unos años, acogíamos una
conferencia de los pastores y seminaristas de nuestra iglesia en nuestro hogar
en Sevilla. Shelee preparó la cena, con
un guiso típico norteamericano con nombre español, “chili con carne.” Se sirve con un bizcocho de harina de maíz. También preparó varios aperitivos, embutidos,
queso, etc., una cacerola de verduras, una ensalada de lechuga, y otra de
fruta, creo. Me preguntó si necesitábamos
pan, y le dije, ¿por qué? ¿Quién necesitaría
pan cuando hay el bizcocho de maíz y tanta comida?
Bueno, sentamos alrededor de la mesa, con todos
los teólogos laudando a Shelee por la buena pinta de la comida. Dimos gracias al Señor, y íbamos a empezar la
cena, pero todos los españoles estaban mirando por la mesa, y luego los unos a
los otros, todos pensando lo mismo, pero nadie quería vocalizar su
pregunta. Finalmente, después de unos
momentos muy incómodos, alguien, no voy a decir quien, pero alguien finalmente se armó de valor,
y le dijo a mi esposa, “Shelee, has olvidado traer el pan a la mesa…”. Pero, … no
había pan en la casa…
Porque somos luteranos que viven bajo el
Evangelio del pleno perdón de los pecados, logramos sobrevivir la vergüenza de
este error. Nuestros huéspedes
intentaron fingir que no era un problema, y aprendimos que los españoles
siempre necesitan pan, no importa lo que se come.
Y en esto, los españoles son muy
bíblicos. Porque el pan es muy central a
todas las culturas bíblicas. De hecho,
comer pan es una parte importante de la maldición que recibió Adán en el
jardín: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra.” Al mismo tiempo, porque Dios nos ama y es muy
bondadoso, pan también puede ser una alegría, delicioso y lleno de
bendición.
Todavía, aunque recibimos nuestro pan de
cada día del Señor, la realidad de nuestra condición caída se muestra muy
claramente en relación con el pan.
Cuando no tenemos comida, cuando el hambre es un compañero constante y
una amenaza a la vida, cuando nuestros estómagos están vacíos, no podemos
pensar en nada más excepto hallar un trozo de pan. Rezamos a Dios con honestidad y fervor cuando
no hay de comer. Pero, muy pronto, una
vez que hemos llenado el estómago, y tenemos alimento en la dispensa, la
importancia de mantener nuestra conexión con Dios decae.
La abundancia de nuestra edad hace el
suelo misional muy duro. Y, aunque
nuestra vida abundante debería darnos corazones ansiosos de hacer bien a todos, y mayormente
a los de la familia de la fe, la triste realidad es que muchas veces nuestra
riqueza nos da un impulso de aislarnos de otros, para proteger y disfrutar solo
de nuestros propios bienes.
Por esta triste tendencia humana, ver la
obediencia de la viuda de Sarepta es una maravilla. Seguro, recibir una orden especial
directamente del Señor tiene un efecto sobre una persona, y por lo tanto,
cuando vino Elías pidiendo agua, no hay problema. Hay agua en el pozo, y entonces ella se la
dio al profeta.
¿Pero pan?
Este Jehová Dios, ya había dejado que su marido se murió, y ahora, ella
está preparando a morir, junto con su único hijo, porque no hay pan de
comer. Un panecillo más, con la última
de su harina y aceite, y ya está. ¿Y
ahora este profeta tiene la cara de pedirlo para sí mismo?
Pero, la orden del Señor todavía hace eco
en sus oídos. Y que nos demos cuenta de
la palabra de promesa que proclama Elías, “No
tengas temor; ve, haz como has dicho; pero hazme a mí primero de ello una
pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y
para tu hijo. Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La harina de la
tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que
Jehová haga llover sobre la faz de la tierra.” Escuchó
una palabra de ley del Señor: “Sustenta al profeta que va a venir a ti”, y
luego escuchó una palabra de evangelio del profeta del Señor, “No tengas
temor,” y ya está: la vida de esta mujer y su hijo cambia para siempre.
Porque, irónicamente, esta viuda
muriéndose de hambre llegó a creer que la vida es más que pan, es más que comer
y vestirse. Más bien la vida es oír,
escuchar y creer la Palabra de Dios, la cual Él ha enviado a nosotros.
Por un lado, nos tenemos pavor de comer
pan de lágrimas, es decir el hambre, la angustia por nuestro sufrimiento y los de
nuestros queridos, y el miedo de la muerte, y por el otro lado esperamos comer
el pan de gozo, como en el banquete de la boda de nuestro hijo, la seguridad de
una cuenta bancaria sobrellenada, o la alegría sencilla de un buen día. Estas son las cosas que naturalmente pensamos
son las esenciales de la vida, las cosas que queremos evitar, o conseguir.
Pero tu Señor Jesús dice que no. No os afanéis por vuestra
vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué
habéis de vestir… ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el
vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen
en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho
más que ellas?
Sí, valéis muchísima más al Padre
celestial que las aves. Por lo tanto, Él
nos da nuestra orden, igual como la dio a la viuda: buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas
os serán añadidas. Así que, no os
afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a
cada día su propio mal.
Bueno, tenemos, entonces, nuestras
ordenes: Buscar primeramente el reino de
Dios y su justicia, y no preocuparnos por mañana, solamente por los problemas
de hoy… Conceptualmente muy sencillo,
¿no? Una regla entendible para la vida
como un seguidor fiel de Dios. Muy
bien. Vámonos…
Pues, no es tan fácil, ¿eh? Es una cosa entender la orden de Dios. Pero, es enteramente otra cosa tener la
capacidad de cumplirlo. Como vemos con
la viuda. “Sí, Señor, sustentaré a tu
profeta cuando necesite agua, porque la tenemos, y sabemos donde sacarla. Pero no tengo harina y aceite para
alimentarle con pan. Déjame morir, por
favor.” Ante nuestra orden recibida de
Dios, somos naturalmente igual a ella.
No sabemos dónde encontrar la entrada a su reino, ni donde está su
justicia. La idea de no preocuparnos por
el futuro o la comida, bebida y ropa nos suena bien, pero hace frio en el
invierno, y los estómagos gruñen, y no sabemos como vivir sin
preocuparnos.
Por eso, Elías prometió a la viuda de
Sarepta que siempre tendría suficiente pan, y tu Señor Jesús hace la misma
promesa a ti. Tu pan, tu pan celestial,
tu pan de justicia, la comida que te trae al reino de Dios, nunca te
faltará. Esto no quiere decir que un
cristiano no puede sufrir de hambre, aun hasta la muerte. No es común, pero sí, podemos. De hecho,
podemos sufrir de todos los males de este mundo caído.
Pero tu pan de vida nunca faltará. Nunca.
Porque Jesús mismo es tu pan de vida.
Jesús es el Verbo de Dios, la Palabra encarnada, que ha puesto sí mismo
en la Palabra de la Biblia, para que por el escuchar de esta Palabra, nuestra
fe reciba la alimentación necesaria para nacer, crecer y permanecer, hasta el
fin.
Como fue cumplida la promesa de Elías
sobre la harina y el aceite, todas las promesas hechas por Dios en su Biblia
están cumplidas en Cristo mismo. Él es
la fuente de toda vida, el verdadero Pan de Vida, que bajó del Cielo, para dar
su carne, su sangre, su propia vida, para la vida del mundo. El Bebé que durmió como si fuera alimento de
animales en un pesebre se creció a ser el Hombre Santo, quien dio a su misma
carne para alimentar a nosotros con su justicia, la justicia de Dios, que borra
todos nuestros pecados.
Nunca deberíamos preocuparnos por el
futuro, ni por la comida, bebida y vestido.
Deberíamos esforzarnos 100% para encontrar y lograr el reino y la
justicia de Dios. Cada vez que
desobedecemos estas órdenes sencillas de Dios, merecemos su rechazo y castigo. Pero Dios nos ama, aunque somos débiles,
aunque somos pecadores. En y por Cristo
Jesús, Dios nos ama y nos quiere como herederos en su reino eterno.
Por eso, como hizo Elías con la viuda de Sarepta,
igualmente hace Cristo con nosotros: lo
que quiere ver en nuestra vida, Él mismo viene y provee. Nuestra entrada en el reino de Dios es Él
mismo, desde que se unió con nosotros en el bautismo, y cada vez que esté con
nosotros para cuidar, enseñar, proteger, perdonar y bendecir, que es cada vez
que nos reunimos en su Nombre. Nuestra
justicia es su propio cuerpo y sangre, dado y derramada para nosotros, y dados
a nosotros para comer y beber aquí, realmente presente bajo el pan y el vino,
provistos a cristianos en altares fieles en todas partes del mundo.
De verdad, el milagro que hizo Elías para
la viuda de Sarepta, que ella siempre tuviera unas barras de pan cada día hasta
el fin de la sequía, no es tan impresionante, no en comparación con nuestro
milagro. Porque nuestro pan del cielo,
en Palabra y Sacramento, es la verdadera Pan de Vida, que nos da el reino y la
justicia del Padre, quien nos ha dado su Espíritu, para que podamos conocer a
su Hijo como Señor y Salvador.
Nuestro pan de cada día
el Padre nuestro nos da,
hoy, aquí,
en el Nombre de Jesús,
Amén.
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