Segundo Domingo de la Pascua
Misericordia Domini
28 de abril, A+D 2019
San Juan 20:19-31
No deberíamos
ser excesivamente decepcionados con Tomás, porque exigía ver y tocar a Jesús
por sí mismo, antes de creer. Es
evidente que Jesús hubiera preferido que el Apóstol Tomás creyera la buena
noticia desde la boca de sus compañeros, como el Señor dijo: bienaventurados los que no vieron, y
creyeron. Pero no es verdad que Tomás
fue más duro de corazón que los otros.
Todos los Once, aun en este momento de su ordenación al Santo Ministerio
de la Iglesia de Cristo, todavía tenían mucho miedo de los judios, y tal vez
también de Jesús mismo, y por ende estaban escondidos, estando las puertas
cerradas, aunque habían oido ya la noticia de la Resurrección. No son las acciones y la actitud de creyentes.
Siempre es así
con los ministros de Cristo. Los hombres
puestos en el oficio de ser un pastor bajo el Buen Pastor suelan necesitar más
para creer, y seguir creyentes: más evidencia, más tiempo, más atención
divina.
Es bastante
obvia, humanamente hablando, por qué los Apóstoles, los futuros pilares de la
Iglesia, necesitaban pruebas tan fuertes como una visita personal de Cristo
Jesús, ya resucitado, para creer en el Evangelio. Fue por lo que habían visto,
en el arresto, tortura y muerte de su gran amigo y maestro. Él que, en la presencia de los Doce, había
creado miles de panes de unas pequeñas barras, y enseñaba con autoridad y
claridad sobre el amor infinito de Dios, Él que andaba sobre el agua y sanó y
resucitó a tantas personas, fue, en sólo unas horas, reducido a un hombre
callado, indefenso, lastimoso… y finalmente muerto. El dolor, confusión y vergüenza de los
Apóstoles eran inmensos, y les dejaron sin esperanza ni fe. Necesitarían ver
con sus propios ojos al Cristo resucitado, para creer.
También, fue
importante para su trabajo futuro. Junto
con la inspiración del Espíritu Santo, los escritos de los Apóstoles brindan
autenticidad a sus lectores porque los autores vivían en directo toda la
historia de salvación, desde el bautismo de Juan, hasta la tumba vacía y la
Ascensión. Y lo mismo continuó en sus propios
ministerios, en que sufrieron muchas persecuciones y privaciones, todo aguantado
por la verdad que supieron con sus propios ojos, la verdad que abrazaron
personalmente, en el hombre Jesús, una vez muerto, pero ahora y para siempre
resucitado y presente con ellos. Todo esto
realizado en el poder del Espíritu, para revelar y otorgar el amor y la gracia
infinita de Dios a los hombres pecadores.
Desde entonces,
los ministros de la Iglesia Cristiana siempre han necesitado más para
continuar, en la fe, y en su vocación.
Porque ni los Apóstoles ni sus sucesores son hombres excepcionales, sino
que son pecadores perdonados, como todos los cristianos, luego elegidos para
servir por nuestro Dios excepcional, nuestro Salvador maravilloso. El Sagrado Ministerio, igual como la Iglesia,
es excelente no por nosotros, sino por Cristo. Él es siempre nuestro todo en
todos.
Por la
voluntad y la obra del Espíritu de Dios, los ministros después de los Apóstoles
no necesitaban ver a Cristo en persona para continuar: bienaventurados los que
no vieron, y creyeron, un grupo que incluyen a vosotros, y a los pastores
también. Pero, como pastor, hay que
encarar a mucho: ser la primera línea de defensa y el blanco favorito del
diablo y del mundo; estar siempre de guardia del rebaño de Jesús, siempre
dispuesto de reunirse y acompañar a los fieles en sus momentos oscuros, como las
enfermedades, las luchas dentro de la familia, las crisis de fe, y la muerte. También,
por la voluntad de Dios, los ministros tienen cargo de los misterios divinos y
su reparto público. No me
malinterpretes, son tareas lindas y buenas, un privilegio. Pero también son exigentes y duras. Por eso, los ministros de Cristo necesitan
más.
Gracias a
Dios, lo que necesita sus ovejas, el Buen Pastor las otorga, incluidos a las
ovejas llamadas a ser pastores. Por la
naturaleza del ministerio, la Iglesia desde su inicio se ha asegurado que sus
pastores tengan los recursos y el tiempo necesario para dedicar al estudio de
la Palabra, la única fuente de poder y consuelo para creyentes.
Esta
importante realidad tiene dos resultados imprescindibles. Primero, que la predicación y la
administración del Evangelio de Cristo sean adecuadas:
que los sermones
sean fieles y útiles para crear y fortalecer la fe de los oyentes…
que el Bautismo
y la Santa Cena se celebren según la forma que Cristo nos dio…
que la
congregación experimente gozo y confort en la oración, y mientras cantamos
himnos, salmos y canciones espirituales.
De todo esto
se preocupa el Dios Trino y su Iglesia, porque inicialmente es a través del
ministerio público que el Evangelio sale al mundo que Cristo vino para salvar.
También, por el oír de la Palabra en la
congregación, los fieles reciben y llevan adentro de sus corazones una palabra
de esperanza, un eco del domingo para compartir con amigos, familiares y
vecinos en la vida cotidiana:
La sencilla y
buena noticia que Cristo, el Hijo De Dios, ha vivido, ha muerto y ha resucitado
para ganar el pleno perdón de los pecados para toda la humanidad.
Esto es el
Evangelio en lo que se encuentra vida eterna, y es principalmente por este eco
de la Palabra en las vidas de los cristianos que el Espíritu atrae más gente a
la congregación, para recibir todos los dones en comunidad en el culto
público.
Y así el círculo
continúa…
Segundo, por el hecho de que el servicio como
ministro de Cristo está lleno de desafíos, tentaciones, y sufrimientos
particulares, es imprescindible que los ministros reciban suficiente tiempo
para profundizarse en la Palabra de Cristo, por su propia fe y
resistencia.
Por ende, para
el crecimiento de la Iglesia y la fe de los mismos ministros, intentamos
proveer tiempo y recursos a los ministros para estudiar la Palabra. Por lo tanto, alegrémonos de tener la
oportunidad de enviar
al seminario nuestro hermano Mario de Cádiz, quien quiere
servir en el ministerio de nuestra iglesia.
Él está en Santiago, la República Dominicana, para estudiar en el
seminario y practicar bajo un pastor de una congregación allá. Igualmente, es una bendición poder ofrecer
conferencias de estudio teológico para nuestros pastores y seminaristas aquí,
Juan Carlos, Adam, Felipe y Antonio.
Demos gracias a Dios por las ofrendas, de fieles luteranos en los EEUU,
y también de fieles luteranos aquí, las ofrendas de vosotros, las cuales nos hacen
posible ofrecer tales oportunidades a los hombres el Señor está preparando y
fortaleciendo para servir, a nosotros.
No es fácil ser
un cristiano fiel hoy en día. Nunca ha
sido fácil, como nos muestra Tomás. Ser un
militante en el partido de Cristo te expone al desprecio y burla del mundo,
porque al centro de nuestra fe es, a la primera vista, una derrota total, la
muerte escandalosa de un hombre que supuestamente es Dios hecho carne. Además, la verdad más difícil del evento de
la Cruz es lo que dice sobre nosotros, que Uno tuvo que cargar con toda nuestra
deuda de pecado, porque nuestra naturaleza causa que nuestros sacrificios nunca
sean puros. La Cruz nos exige la
confesión: todos somos igualmente
culpables, incluso yo. El mundo, y
nuestra naturaleza, como la de Tomás, no quieren aceptar esta realidad.
Todos
necesitamos la Palabra del Resucitado, incluso la que afirma nuestra naturaleza
caída, sí.
Pero, en este mismo momento, Cristo quita nuestra culpa
que causa la muerte, y la cambia por una vida nueva, su propia vida eterna.
Y esta vida
nueva de Cristo nos libera para regocijarnos en Dios,
…y amar
libremente, como Él nos amó,
…y vivir
humildemente, pero con confianza,
porque ni aun la muerte ni el diablo tienen poder sobre
los fieles de Jesucristo.
¡Paz a
vosotros!
¡Cristo ha
resucitado, y en Él, todos vuestros pecados son remitidos!
¡No seas
incrédulo, sino creyente!
Y con Tomás
confesamos:
¡Señor mío, y Dios mío,
hoy, y por los siglos de los siglos, Amén.
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