Tercer Domingo de
Pascua
Misericordias Domini
5 de Mayo, A+D 2019,
Cartagena, España
Ezequiel 34:11-16,
Salmo 23,
1 Pedro 2:21-25, Juan
10:11-16
Las Ovejas y el
Pastor
Aquí estamos, en el Tercer Domingo de Pascua, el Domingo del Buen Pastor,
con lecturas que conectan entre sí y hacen comentarios los unos a los otros, un
domingo con un tema claro, fuerte y consolador.
En cuanto a este tema, es bueno vivir en España, donde hay todavía muchas
ovejas y pastores, cuidando a sus rebaños, en el campo, y en las afueras de las
grandes ciudades también. Todos los
españoles entienden lo que es una oveja, un redil, o un pastor. Que la gente conozca todo esto no es cierto
en muchas otras partes del mundo.
Vivir en un país con muchas ovejas nos da una ventaja, que nos ayuda
comprender el mensaje de este domingo.
Para mí, y hay mucha evidencia para mi perspectiva en los relatos sobre
ovejas en la Biblia, ser descrito como oveja no es un cumplido. Por ejemplo, una oveja, en mi experiencia, y
como se describe en la Biblia, no es tan inteligente. Ovejas son propensas a perderse, y son
indefensas contra los lobos y otros depredadores. Sin un pastor, o varios pastores, cuidándolo,
un rebaño es un blanco fácil y favorito para los enemigos.
Pero, en una de mis congregaciones en Montana, otra comarca con muchas
ovejas, tuve un miembro, una viuda que se llama Nancy, que era de otra
opinión. Ella me quejaba cada vez que
mencioné en un sermón o estudio las características menos favorables de las
ovejas. El marido de Nancy fue un
ganadero, y también ella trabajaba en el mismo, aunque menos después del
fallecimiento de su esposo. Ellos tenían
vacas, y especialmente ovejas. Y Nancy
siempre me quería corregir cuando dijera que las ovejas no son inteligentes ni
fuertes, un animal que necesita mucho cuidado para sobrevivir. Me decía que eran más inteligentes que los
perros, y valientes como padres de sus corderos…
No sé. Tal vez Nancy tiene
razón. Al menos es indudable que ella
ama a las ovejas, que tienen un valor grande en sus ojos, y esto es bueno.
Pero, al final, la naturaleza de las ovejas no importa hoy, en el Domingo
del Buen Pastor, porque cuando la Biblia habla de ovejas y rebaños y pastores
no quiere enseñarnos sobre la ganadería.
El Señor nos está enseñando sobre nosotros mismos. Nosotros somos los que son poco inteligentes,
propensos a descarriarnos, presa fácil para los lobos, en particular uno que se
llama Satanás. Seguro, humanamente hablando, hay muchas personas muy
inteligentes, con mucha destreza, capaces de hacer grandes cosas. Pero para con Dios, en temas de la justicia,
la moralidad y la espiritualidad, no tenemos sabiduría. No somos capaces de hacer nada bueno por
nuestra propia cuenta. No podemos
protegernos del peligro de pecado, ni continuar recto en el sendero del
Señor. Muy fácilmente nos descarriamos y
nos perdemos en el desierto. Esto es el
testimonio bíblico sobre las ovejas, quienes somos nosotros.
Como cristianos, como los bautizados viviendo la vida cristiana,
asistiendo al culto público, intentando organizar nuestra vida según los Diez
Mandamientos, tal vez leyendo la Biblia y orando al Señor cada día, es muy
fácil que empecemos de pensar mejor de nosotros mismos. Sí, un niño que traemos a la pila bautismal,
y al que enseñamos orar, este encaja bien con la imagen de un cordero,
dependiente 100% de Jesús. ¿Pero nosotros,
que llevamos años en la Iglesia? Somos
más capaces, ¿no? Tal vez éramos ovejas
una vez, ¿pero ahora? No tanto, queremos
pensar. Somos soldados de Cristo,
¿no? Nos estamos alimentando con la
Palabra de Dios, la cual nos hace fuerte y nos engorda con la sabiduría de
Señor, para hacer grandes cosas en el nombre de Dios ¿no? Por supuesto, no decimos que ya seamos
perfectos, sin necesidad de ayuda ninguna, pero seguramente no seamos tan
débiles como una oveja descarriada y perdida.
Al menos, somos mejor que muchos, mejor que los pecadores fuera de la
Iglesia. ¿Correcto?
Hay dos problemas con tener esta percepción de nosotros mismos.
Primero, es falso. Como dice
Jesús, utilizando otra metáfora agricultora, “Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque
separados de mí nada podéis hacer.” (Juan 15:5)
O, como dice San Pablo en Romanos 14, en términos teológicos, “todo lo
que no procede de fe (en Cristo), es pecado.”
Es verdad que Pablo también dice:
“Todo lo puedo.” Pero es imprescindible que terminemos el versículo: “en
Cristo que me fortalece.” (Filipenses 4:13) La actitud de la fe
verdadera es humildad, porque el cristiano sabio entiende que, sin nuestro Buen
Pastor, no podamos mantenernos en su rebaño, nos descarriemos muy pronto.
Y esto nos dirige al segundo problema.
Si negamos nuestra naturaleza como ovejas, espiritualmente débiles e
indefensas, al mismo tiempo nos rechazamos al Buen Pastor. En dejar atrás el título, tal vez poco
agradable, de ser una oveja, dejamos también a Jesús, el Pastor y Obispo de
nuestras almas. Si rehusamos ser ovejas,
Él no pueda ser nuestro Pastor.
En nuestra lectura de Ezequiel, Dios promete venir y ser sí mismo nuestro
pastor, una promesa y presagio de la Encarnación del Hijo de Dios. Pero, justo al final de la lectura, hay una
amenaza fuerte contra las ovejas gordas y fuertes. Dice el Señor: mas a la engordada y a la fuerte destruiré; las
apacentaré con justicia.
Cualquier oveja del Señor que rechaza ser dependiente de Dios para
todo, cualquier oveja orgullosa que quiere jactarse en cuanto a su destreza
espiritual, vaya a recibir del Señor el alimento de justicia. Y por nosotros mismos no podemos digerir la
justicia del Señor. Nos destruirá,
porque todos tenemos pecado, todos somos espiritualmente débiles, aun perversos,
aparte de Cristo.
Ante Dios, siempre tenemos que admitir nuestra debilidad, nuestra
naturaleza como ovejas débiles, propensas a descarriarnos. Aunque nos humilla hacer esta confesión, es
bueno confesar así. Porque a cada oveja
que confiesa así, nuestro Jesús tiene una buena noticia. Al fin y al cabo, vas a comer justicia, pero
no para castigo. El Señor apacienta a
sus ovejas arrepentidas con la justicia también, pero es la justicia de Dios
cumplida en la Cruz. Allí, nuestro
Pastor y Obispo Jesucristo ya ha tragado toda la justicia de condenación y
castigo. Ya está pagado toda la deuda de
nuestros fallos y pecados, nuestros y los de todo el mundo.
Ahora, resucitado y viniendo a su rebaño para congregar, apacentar y
bendecirlo, el Buen Pastor nos alimenta con su Palabra, y con su Cena, en la
cual nos da de comer de su santo cuerpo y santa sangre, dado y derramada para
salvarnos. Nos da para comer su
justicia, que no nos daña, sino que nos cubre, convirtiéndonos en corderos
amados del Padre, por causa del Cordero de Dios, que nos ha quitado todos
nuestros pecados.
Fíjate como el Buen Pastor nos cuida y nos apacienta. Él viene para darse sí mismo a nosotros, para
unirse con nosotros, y llevarnos en sus hombros a su Padre. Porque el ama a sus ovejas, y esto es lo que
somos, en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.
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