Sexto
Domingo de Pascua – Rogate
Orar en el Nombre de Jesús
Recitamos juntos del Catecismo Menor: La introducción y primera petición del
Padrenuestro, con explicaciones, (página C-6 del himnario).
De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis
al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre;
pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido.
Orar en el
nombre de Jesús es orar como el bautizado. Porque fue en y a través del agua
que él puso su nombre en ti, reclamándote como suyo, un hijo o una hija de su
padre, incluso invitándote a orar a su padre como tu padre. ¡Y cuan grandes son
las promesas que Jesús hace con respecto a tus oraciones!
Este domingo,
el sexto después de la Pascua, se llama en latín “Rogate,” el único domingo en la Pascua o la Cuaresma que no toma su
nombre de las primeras palabras del Introito.
“Rogate” viene del evangelio
de hoy. Significa “rogad,” o como
tenemos en nuestra traducción, “pedid.” Pedid, y recibiréis.
Pero, quizás
las promesas de Jesús te parecen demasiado Bueno para creer. Tal vez tu experiencia en la oración te hace
dudar lo que Jesús de verdad quisiera decir acerca de la oración en su
nombre. O peor, tal vez tus oraciones te
conduzcan a dudar tu fe, tu lugar en el reino de Dios, puesto que tus oraciones
no parezcan ser respondidas.
Entender la
oración, especialmente como Jesús la describe, es difícil.
Hace siete años,
tuve un vicario quien, predicando en el mismo texto, confesó en el sermón su
propia lucha en oración. Él fue un buen
hombre y tenía muchos talentos, pero había estado orando muchos años que el
Señor le provea una esposa. Se fue de su
año con nosotros todavía soltero. Pero,
la próxima primavera, al mismo tiempo que estaba graduando de seminario y
recibiendo su primera vocación al ministerio sagrado, a través de un sitio web
para luteranos también conoció, se enamoró y fue comprometido a su futura esposa. De su experiencia aprendemos dos realidades,
primero, que el Señor normalmente responde a nuestras oraciones a través de
medios comunes. El rol del cristiano es
orar, y es también trabajar, hacer lo
que sea bueno y lógico en búsqueda de tus deseos. Segundo, hace falta la paciencia. El Señor no se tarda en cumplir su promesa,
según algunos entienden la tardanza.
Pero nuestro horario no es suyo, ni es nuestro el mejor. El Señor es fiel, cumplirá sus promesas, en
su tiempo.
Al mismo
tiempo, es cierto que el Señor no nos vayan a dar cada cosa que tú y yo
pudiéramos pedir. Hay otro posible
problema, que debemos considerar.
Orar en
el nombre de Jesús, quien es Dios, es orar como los bautizados, puros y santos,
renacidos de Dios, con corazones nuevos que desean todo lo que Dios desea. Por ende, si estamos pidiendo algo malo, hay
que decir que tal oración no sale de ti como un santo, de la nueva persona que
Dios ha creado, sino esta petición viene de ti como todavía pecador. Tal petición no es de verdad una oración en
el nombre de Jesús, ni es santificar al nombre de su Padre.
Sencillamente, podemos decir que Dios no responde a nuestros rezos si
son malos. Si mis oraciones son
motivadas por la codicia, el egoísmo o la lujuria, entonces ciertamente no son
hechas en el nombre de Jesús, aunque yo diga esta frase para terminar mi
oración. Por lo tanto, un rezo habitual
que necesitamos es que el Padre nos ayude para que no oremos palabras desconsideradas
o perversas, para que nuestras oraciones de verdad santifiquen al Nombre de
Dios.
Recitamos juntos del Catecismo Menor: La segunda y
tercera peticiones del Padrenuestro, con explicaciones. (página C-7 del
himnario).
Orar en el nombre de Jesús es orar por la
Misión de Dios. Como nos dice San Pablo
hoy: Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas,
oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los
reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y
reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y
agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los
hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Y la verdad
en la que nos regocijamos es que, en Cristo, hay salvación para todos, la que
ha llegado a nosotros, y que Dios sigue ofreciendo a todos. Venga a nosotros tu reino.
Orar en el nombre de Jesús es orar en
unidad con Cristo. Vosotros, los
bautizados, habéis sido crucificado con Cristo, os habéis sido revestidos de
Cristo, y habéis sido sellado con su Espíritu.
Por lo tanto, como Jesús ora, así también nosotros oramos. Y la oración por excelencia de Jesús fue
ofrecido en el Jardín de Getsemaní, cuando Jesús pidió a su Padre, que le
quitara la Copa de Ira, la cual fue su sufrimiento inminente. Pero, Jesús no terminó su oración allá. Continuó:
“pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.”
Hágase tu voluntad. Por mucho que
Jesús temía sufrir por los pecados de todo el mundo, todavía sometió su
voluntad a la voluntad de su Padre. Así
también para nosotros, orar en el nombre de Jesús es siempre de acuerdo con la
voluntad de Dios, y no la nuestra.
Hágase tu voluntad.
Oración en el nombre de Jesús es oración
fiel que sabe que el Padre ha dado Jesucristo a la Cruz, para rescatarnos de
una eternidad en el infierno. Tal Padre,
y tal Salvador, ahora resucitado y sentado a la diestra de su Padre, tal Dios
nunca nos abandonará. Nos dará su mejor,
a pesar de que, como en la imagen de Cristo agonizando en la Cruz, muchas veces
es difícil ver el bien en la forma externa de una cosa. Pero, descansad tranquilos. Así como la Cruz es de verdad un cuadro del
amor de Dios para con toda la humanidad, así también la voluntad de Dios es
siempre mejor para ti que la tuya. Dios
nos puede llevar a situaciones desconocidas y temibles, pero estará con
nosotros, y nos llevará a su hogar celestial, pase lo que pase.
Orar siempre “hágase tu voluntad” es
realmente muy libertador. Orar así es
reconocer que somos al mismo tiempo santos y pecadores, que de vez en cuando
erraremos con nuestras peticiones, debido a nuestra debilidad, o simplemente
nuestra falta de entendimiento. Al mismo
tiempo, estamos libres para pedir cualquier cosa buena, confiando que al Padre
le encanta dar regalos buenos. ¡O él nos
dará lo que pedimos, o algo mejor!
Después de todo, él ya nos ha dado a Jesús. Orar en el nombre de Jesús nos ayuda mirar al
futuro con confianza, y vivir con alegría, no importa si hoy vivamos en riqueza
o pobreza, salud o enfermedad, porque ya sabemos como la historia de Jesús termina,
la cual es también nuestra historia.
Recitamos juntos del Catecismo Menor: La cuarta y quinta
peticiones del Padrenuestro, con explicaciones. (página C-7, 8 del
himnario).
Orar en el nombre de Jesús es orar
honestamente. Esto es bastante fácil en
relación con nuestro pan de cada día, puesto que estamos siempre llegando a
tener hambre. Desde luego, necesitamos
ayuda para que recordemos dar gracias a Dios, de quien recibimos cada bien,
material, emocional o espiritual.
Pero más difícil es ser honestos sobre
nuestro pecado. Por esta razón, justo en
el centro del Padrenuestro, Jesús nos enseñó a decir, “perdónanos nuestras
deudas,” nuestros pecados. Perdónanos Señor,
porque todavía somos pecadores. Orar en
el nombre de Jesús en esta vida, como santos-pecadores, es siempre orar en
arrepentimiento. Oración en el nombre de
Jesús es siempre humilde, nunca orgullosa, nunca es auto promoción, más bien es
siempre como oró el publicano: Señor, ten piedad de mí, el pecador.”
¡Y lo tiene! El Señor siempre tiene piedad de nosotros,
por el amor de Jesús. Siempre debemos
orar en arrepentimiento, y podemos orar en arrepentimiento, y al mismo tiempo
con confianza y gozo, porque Dios nos ha quitado todos nuestros pecados, en
Jesús.
Recitamos juntos del Catecismo Menor: La sexta y séptima
peticiones del Padrenuestro, con explicaciones.
(página C-8 del himnario).
Esta vida está
llena de tentaciones. Satanás quiere que
sometamos al mal, que entraríamos en el mal como si nunca fuéramos bautizados y
rescatados por Cristo. El Señor nos deja
pasar por las tentaciones, con la esperanza y expectativa que se conviertan en
pruebas leves, porque Él está con nosotros, y siempre nos ofrece la vía de
escape, la cual es Cristo mismo, nuestro defensor. Esta lucha diaria, contra el diablo, el mundo
y contra nuestra restante pecaminosidad, es más que demasiado para
nosotros. Por esto Jesús nos enseña orar
por la ayuda de su Padre, que no nos deje caer.
Esto es orar en el nombre de Jesús.
Y gracia sobre gracia, que bondad sin fin:
aunque no deberíamos caer en la tentación, aunque Dios sería totalmente justo
si nos rechazara por nuestras caídas diarias, el Señor no es así. Aun conociendo nuestra debilidad y el hecho
de que no íbamos a parar pecando, sin embargo, Jesús nos enseña orar: “mas
líbranos del mal.” Como al principio,
igual cada día y hasta la línea de meta, nuestra salvación es obra divina, un
rescate que Dios mismo lleva al cabo, o nunca llegaremos. No somos inertes, como una piedra o un tronco
que no contribuyen nada a su movimiento.
No, en Cristo vivimos, y participamos activamente en la vida cristiana,
luchando cada día. Pero nuestra
salvación no viene de nuestra lucha.
Alabanzas a Dios por esto, porque nuestra lucha no es tan
impresionante.
No, nuestra victoria sobre el mal es ya
terminado, en y por Cristo. Su vida de
amor y buenas obras es nuestro mérito ante el Padre. Su sacrificio y sufrimiento en nuestro lugar
es nuestra absolución y justicia ante el Padre.
En Él, por Él, y con Él, el diablo, el mundo y nuestra carne pecaminosa
son derrotados, y nuestro futuro es seguro.
Mientras vivimos aquí, en un mundo que proclama cada día un mensaje
completamente opuesto a este Evangelio, necesitamos oír la promesa una y otra
vez. Nuestra petición para libertad del
mal es un sermón pequeñito cada vez que la rezamos, porque esta libertad ya es
un hecho, en Él que nos enseño orar en su nombre, Cristo Jesús.
Recitamos juntos del Catecismo Menor: La conclusión del
Padrenuestro, con explicación. (página C-9 del
himnario).
Orar en el nombre de Jesús es dar el “Amén” a todo lo que Él ha hecho y
dicho. Amén es una palabra hebrea, que
ha venido al latín, el griego, el inglés, y el español con un sonido más o
menos igual como era en hebreo.
Dependiendo en el contexto, “Amén” significa “de cierto, de cierto” o
aun “yo creo.” Es la respuesta de fe a
la Palabra de Dios, la afirmación alegre del Pueblo de Dios al Evangelio. Es el privilegio de la congregación de
decirlo, varias veces en el curso de la liturgia, y en cualquier momento cuando
algo verdadero ha sido proclamado.
Cuando el pastor distribuye el cuerpo y la sangre de Cristo, el
comulgante puede decir: Amén. Igualmente,
en la despedida de la Santa Cena, cuando el Pastor dice “El cuerpo y la sangre
de nuestro Señor Jesucristo os fortalezca y os guarde en la verdadera fe, en
cuerpo y en alma, id en paz,” es el privilegio de los fieles responder con un
fuerte “Amén.”
Así también,
terminamos el Padrenuestro con “Amén,” confiando en todo que nuestro Jesús nos
ha dado a orar, en su Santo Nombre, Amén.
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