Tuesday, July 23, 2019

La Locura Divina - Quinto Domingo después de Trinidad, 2019


Quinto Domingo después de Trinidad, 2019
La Locura Divina
Es una locura. 
     La misión de la Iglesia de Cristo es, de una cierta perspectiva, una locura. 
     Hoy en día, trabajar y continuar en la misión de Cristo es muy difícil. 
     Por ejemplo, la cultura en el oeste está huyendo de las instituciones tradicionales, sobre todo, desde las iglesias históricas.  Las instituciones cristianas, no importa cual rama quisieras considerar, están pasando tiempos difíciles.  No tienen suficiente poder para impresionar a nadie. 
     Popularmente, jerarquía es una palabrota, y cualquier sistema de moralidad se descarta como arma del patriarcado.  La posición cultural de la Iglesia y los cristianos se ha caído mucho en términos económicos, sociales y políticos.  Muchas iglesias sufren investigaciones criminales y pleitos civiles basados en los pecados de sus ministros.  Pocas iglesias tienen bajo el control de sus sedes los recursos económicos necesarios para mantener un programa misional. 

     Por ende, la mayoría de los misioneros, si no están trabajando bi-vocacionalmente para mantenerse a sí mismos y a su familia, tienen que dedicar una cuarta parte o más de su tiempo y más de su energía a la recaudación de fondos, a fin de poder dedicar el resto de su tiempo y energía al ministerio. ¿Qué poder tenemos para seguir adelante, anunciando con valentía el reino venidero de Dios?
     Tenemos el mismo poder que siempre, el de un silbo apacible y delicado.  Ya está.  No hay otra cosa que el Señor nos ha dado para usar en la misión divina.  La locura de la predicación, y no cualquier predicación, más bien, la predicación de la Cruz, siempre ha sido la única herramienta legítima dada por Dios a su Iglesia para expandir el Reino de Dios. 
     Si confiamos en estructuras eclesiásticas o administrativas, si esperamos hasta que la Iglesia tenga buena fama antes de intentar la misión, si pensamos que el Evangelio necesita ayuda terrenal para tener éxito, estamos apartándonos del poder real de Cristo, quien sufrió el desdén y las burlas y fue rechazado por todos, para lograr su meta, la cual eres tú.
     El poder es el perdón de pecados, hallado en la sangre de Jesús, y entregado a través de la Palabra.   

     Hoy en día, trabajar y continuar en la misión de Cristo es muy difícil, porque nadie quiere ser considerado un tonto. 
     En siglos pasados, el mundo miraba a la Iglesia para beneficiar de su sabiduría.  Hoy, no tanto.  Cualquier persona inteligente sabe que las teorías de evolución y del Big Bang nos han dado, sin ninguna duda, el entendimiento correcto del origen del universo y de la vida, incluyendo la vida humana, que es nada más que un accidente aleatorio, siendo nosotros la descendencia de simios, y antes ellos, de langostas y otras criaturas.  Al menos, así es la idea aceptada en la cultura.  Hoy, la historia bíblica de la creación es, para la mayoría, nada más que un cuento lindo, y al peor, enseñarla a nuestros niños es considerado por algunos como maltrato de menores. 
     ¿Y nosotros?  ¿Qué tenemos para combatir la visión evolucionista y materialista? 
     La misma cosa que siempre, un silbo apacible y delicado.  Ya está.  No hay otra cosa que el Señor nos ha dado para usar en el combate ruidoso.  La locura de la predicación, y no cualquier predicación, más bien, la predicación de la Cruz, siempre ha sido la única arma legítima dada por Dios a su Iglesia para enfrentar la oposición del mundo.  
     No quiero decir que nunca deberíamos hacer otra cosa salvo predicar la historia mínima de la Cruz y la Tumba Vacía.  La Palabra entera tiene su centro en la Cruz, es verdad.  Pero hay un sinfín de modos por los cuales podemos y debemos usar la Palabra y la razón que Dios nos ha dado para interactuar con el mundo.
     Nos puede parecer una lucha imposible de ganar.  Pero, de hecho, la armadura aparentemente impregnable del cientificismo que domina en la cultura hoy no es tan imbatible.  La verdad es que cuanto más que la ciencia descubre de la complexidad del universo y de la vida, cuanto menos satisfactorias son las explicaciones materialistas que dominan la academia. 
     Por ejemplo, el ADN, promocionado como prueba final de la evolución darwinista, lleva en sí mismo un gran problema para la misma teoría.  Como ya sabéis, cada célula de cada ser viviente tiene un hilo de ADN, lo que es un código químico de profunda complexidad, un manual de operaciones para todos los miles de procesos que ocurren cada instante para mantener una criatura viva.  Aun en los animales más sencillos, hay este código complicadísimo. 


     El ADN es información compleja, como el código de un ordenador, un código formado desde compuestos orgánicos que se llaman nucleótidos.  No hay vida sin ADN.  ¿Pero cómo fue, por casualidad, que los nucleótidos se organizaron para producir el código del primer ser viviente? 
     Si buscas una explicación, encontrarás afirmaciones como “sabemos que esta organización espontanea ocurrió…      porque tiene que ser así.” 
¿Dónde está el sabio? 
     Se ofrecen algunas ideas para explicar este salto increíble, sin detalles.  Pero hay grandísimas lagunas y muchas asunciones en las afirmaciones, cada uno de las cuales corre en contra de la manera que la información funciona en el universo. 
     Hay miles de científicos escuchando las ondas de radio intergalácticas, esperando discernir alguna patrón o mensaje que sería una pista muy fuerte de la existencia de otros seres inteligentes en el universo.  Es porque cualquier idioma, código o comunicación implica un autor.  Entonces, sin un ser inteligente para organizar los nucleótidos para contener y comunicar su información compleja, (como afirman los darwinistas), es muy difícil entender como esto pudiera haber ocurrido por azar.  Por ende, la teoría tiene un importante problema, en su primer paso.       
     Una vez en el AVE desde Madrid, tuve la oportunidad de conversar un largo rato sobre la teoría de evolución con un botanista de alto rango, un profesor universitario desde Sudáfrica, viajando a Sevilla para dar un discurso en un congreso.  Le pregunté cómo el ADN pudiera haber formado por casualidad.  No tuvo una respuesta.  No me podía ofrecer una hipótesis de cómo, accidentalmente, los nucleótidos podrían haber organizados a sí mismos.  No me ofreció ninguna hipótesis sobre como una mezcla de nucleótidos que un momento no comunicaba nada, en el próximo ofrecieran el código de la vida.    Simplemente me dijo que era “una pregunta importante, pero encontraríamos la solución correcta, eventualmente.”  Una respuesta conveniente cuando no tengas una respuesta robusta, ¿no?  
¿Es este el disputador de este siglo?
     Los proponentes de la evolución darwiniana suelen ser mucho más inteligentes que yo. Pero no tenemos que tener miedo de cuestionar su teoría. Porque no tienen mayor sabiduría que Dios, cuya insensatez es más sabia que los hombres.
     Estamos hablando del área de la teología que se llama la apologética, en la que conversamos con aquellos que oponen a Cristo y su Iglesia. 
     La apologética utiliza la razón y la retórica para indicar las contradicciones y puntos débiles de sus teorías y filosofías, y puede ser muy buena preparación para la predicación, derribando resistencias para ganar una audiencia para la Palabra de la Cruz. 
     Un apologista podría indicar los problemas inherentes en la vida hedonista, o los errores históricos en los libros de los Mormones, o los grandes desafíos que tiene la teoría evolucionista.  Dentro de la capacidad e interés de cada uno, cualquier cristiano puede ejercer la apologética en su vida, siempre con respeto y amabilidad.  Recordemos, Dios viene en voces delicados y silbos apacibles. 
     Además, es sumamente importante que recordemos que, al fin y al cabo, sólo indicar los problemas o errores de la filosofía o la cosmovisión de otro no puede convertir a nadie.  Hay que reemplazar su cosmovisión errónea con la cosmovisión cruciforme. 
     Como hizo Jesucristo con Pedro.  En aquel día en la orilla del lago de Genesaret, Jesús empezó el proceso de reemplazar la cosmovisión de este pescador judío, quitando su perspectiva de un Dios distante, que nos da leyes y requisitos para superar, para que, cumpliéndolos, ganemos su favor. 
     En su lugar, Jesús, en el transcurso de tres años, le dio ojos que ven la realidad a través de la crucifixión y resurrección de su maestro y Señor, Jesús. 
     Por la gracia del Espíritu, Simón Pedro estaba dispuesto de escuchar a este Maestro, este predicador itinerante, mientras limpiaba sus redes, suficientemente interesado para aun prestarle su barca para usar como púlpito.  Pero la asunción de Pedro fue que Jesús era meramente otro hombre.  Sabio, sí, tal vez aun un profeta, pero un hombre, como todos los demás.
     El Señor le dio una nueva perspectiva.  De repente, viendo la gran multitud de peces, con la ayuda del Espíritu Santo, Simón Pedro se dio cuenta de que este hombre fue el Señor, el Santo, Santo, Santo Dios.  Cayendo de rodillas ante Jesús, le rogó:  Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador.  Y, en un anticipo del pleno evangelio, Jesús le consoló:  No temas, Simón, desde ahora serás pescador de hombres.
     Esta nueva cosmovisión, que Dios no estaba lejos en su cielo, más bien estaba ahora presente con su pueblo en la persona de Jesús de Nazaret, fue el primer gran cambio que sufrió Pedro. 

     Durante los tres años próximos, una y otra vez Jesús cambió su visión del mundo, hasta que, al final, Pedro entendió y creyó que la Cruz, el triste escándalo más fuerte de todos, es en realidad el poder y la sabiduría de Dios, el Evangelio de amor, entregado y revelado para el perdón y salvación de todos.
     En el largo proceso de la conversión de Simón Pedro, vemos que la misión de la Iglesia de Cristo siempre ha sido, de una cierta perspectiva, una locura.  Según nuestros conceptos de poder y sabiduría, la misión de Dios, realizada en la vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, es una locura.  Como bien dice Lutero, Creo que, por mi propia razón o poder, no puedo creer en Jesucristo mi Señor, ni venir a Él; sino que el Espíritu Santo me ha llamado por el Evangelio, iluminado con sus dones, santificado y conservado en la verdadera fe.” 
     Nuestra situación natural problemática es entendida diferentemente por distintas personas.  Para muchos, es el problema de la muerte, la realidad cruel que, no importa nuestro deseo de vivir para siempre, la muerte se nos acerca más y más, cada día.  Con otros, es nuestra naturaleza intrascendente, que somos entes pequeños, sin importancia en el universo infinito. Con otros, es simplemente el dolor, física o emocional.    
     Para los bendecidos, como Pedro, llegamos a entender que el problema es de ser hombres pecadores destinados a una eternidad de separación de Dios, y de sufrimiento justo.  
     Si no encontramos al Dios que se dio a sí mismo a la crucifixión, o, mejor dicho, si este Señor de la Cruz no nos enfrenta, nos seremos dirigidos a buscar soluciones en la sabiduría humana o el poder de los hombres, o en algo.  A pesar de que algunas personas no conocen la realidad de Dios, con el tiempo todos descubriremos esta misma crisis dentro de nuestra existencia. Somos capaces de buscar una vía de escape en un sinfín de alternativos, desde el cientificismo, hasta la riqueza o el placer, o en otro dios de nuestra invención quien obedezca a nuestro entendimiento del poder y la sabiduría.  Pero todos estos ídolos nos conducen al mismo fin, el fracaso completo del poder y la sabiduría de los seres humanos. 
     Por lo tanto, para nuestro bien, y para el bien de todos nuestros vecinos, sigamos adelante en el camino de la misión de Cristo.  Porque el mismo Espíritu que nos ha llamado por el Evangelio, es decir, por la locura de la predicación de la Cruz, también quiere llamar, congregar, iluminar y santificar a muchos más. 
     El poder y la sabiduría de Dios son para ti.  La locura de la predicación te quita todos tus pecados y te da la vida eterna y bendecida de Cristo mismo.  Y el Espíritu de Cristo seguirá en su obra, aun logrando sus deseos a través de nuestras bocas. 

En el Nombre del Padre,
y del Hijo,
y del Espíritu Santo, Amén.             

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