Tuesday, July 23, 2019

Todo está conectado - Jubilate - Cuarto Domingo de la Pascua


Cuarto Domingo de la Pascua – Jubilate
12 de Mayo, A+D 2019
San Juan 16:16-22
Todo está conectado.

     La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo. También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo.

     Todo está conectado.  Todo.  Y especialmente toda la Palabra de Dios: es súper interrelacionado, de verdad el magno don.  Aunque es producto de más de 30 autores humanos, escribiendo a lo largo de 15 siglos, la Biblia es al mismo tiempo un solo libro, todos los detalles conduciéndonos a un solo punto culminante, una sola doctrina central, un mensaje consolador a los oídos de fe. 

     Considerad, por ejemplo, el porqué de la maldición anunciada a la primera mujer, después de que ella y su hombre se cayeron en pecado.  A la mujer dijo: En gran manera multiplicaré tu dolor en el parto, con dolor darás a luz los hijos…
     El hombre, Adán, fue condenado en el mismo momento a una vida de trabajo bochornoso, con sudor en el frente y espinas por todos lados, castigo cotidiano mientras luchaba para ganar su pan.  Por el otro lado, Eva, madre de todos los vivientes, recibió una condena más puntual, pero más aguda a la vez:  En gran manera multiplicaré tu dolor en el parto,
con dolor darás a luz los hijos… 

     ¿Por qué?  ¿Hay un sentido de la forma específica de la maldición femenina?  Pues, no conozco de ningún pasaje bíblico que nos dé una explicación especifica.  Es importante recordar que Dios con la Biblia no está explicándonos cada tema, sino nos está dando el mensaje que necesitamos para la salvación.  El Señor no explica cada cosa; de verdad hay una multitud de misterios que nos esperan para ser aclarado en el último día, en el día que veremos a Dios, cara a cara.  Pero todo está conectado y no haya frases inútiles o sin importancia en la Biblia. Es simplemente que no podemos comprender todo.

     Todavía, en estos días de mayo cuando la mayoría de los países laudan y celebran a las madres, tal vez nos preguntemos sobre el dolor del parto.  No estoy sugiriendo que el hombre y la mujer no merecían sus distintas maldiciones.  Juntos, nuestros primeros padres arruinaron la muy buena creación de Dios, introduciendo la muerte, el dolor y la separación de Dios, a sí mismos, y a todos sus descendientes.  Pero, al mismo tiempo, nos podríamos preguntar: ¿por qué este castigo específico? 

     Bueno, aunque Dios no nos ha prometido que en esta vida entendamos cada detalle de su plan, Él sí nos ha animado a profundizarnos en su Palabra, al escuchar, leer, estudiar, orar y meditar en la Sagrada Escritura, por la cual el Espíritu nos guiará a toda la verdad.  Y hoy, tal vez el Señor Jesús nos haya dado una pista de la razón por la dificultad del parto. 

     Que interesante que, en la misma noche en que fue entregado, mientras prediciendo su muerte y resurrección a los Doce, Jesús introduce el tema del nacimiento y el fenómeno de las madres olvidadizas.  No puede ser una casualidad. 

     Y que cambio milagroso suele ocurrir con una madre, un momento casi agonizando en el parto, sufriendo mucho, quizás extrayendo promesas solemnes del padre, que nunca lo haremos otra vez: ¡PROMÉTEMELO! …
    … y en el próximo momento, la misma mujer, llorando de gozo, completamente satisfecha con el bebé en sus brazos, feliz y sin memoria del dolor.  Es una verdadera maravilla.

     Las madres después de un nacimiento seguro y sano sobrepasan en el gozo.  Además, los nuevos seres humanos, tan pequeños, con una apariencia graciosa, extraña y atractiva a la vez, provocan una reacción positiva de casi todos. Me llama la atención especialmente como los recién nacidos tienen este poder, incluso con otros bebés no mucho más mayores. Mi nieta tiene un primo solamente 10 o 11 meses más joven.  Cuando lo vio la primera vez, nuestra Heather quedó fascinada con su pequeñito primo.  Es una señal de nuestra creación en la imagen de Dios.  Aunque nuestro pecado ha fracturado esta imagen en nosotros, nuestro amor a los recién nacidos es una pista de la imagen de Dios.  La fascinación y la atracción que tenemos para bebés recién nacidos vienen de Dios. 

     Esto tiene sentido, porque tener hijos fue la primera tarea de Dios para sus seres humanos, “sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra,” un proyecto común entre nosotros y el Todopoderoso.  El Señor ama a los niños, y quiere que haya muchos.  Por eso la Iglesia dice procreación, no reproducción, porque un hombre y una mujer teniendo un hijo participan en una obra divina.  No es como fabricar un coche, es crear con Dios una nueva vida. 

     Bueno, estar en la presencia de un recién nacido es agradable para casi todos.  No es totalmente fácil, este tema.  Puede hacer algunos incómodos, o aun nerviosos.  Muchas veces estas personas sólo necesitan recibir sus propios niños para experimentar el gozo.  Pero no pasa nada.  No emocionarte en la presencia de un bebé no es un pecado. 

     Sin embargo, hay otro fenómeno, algo inédito que ha aparecido en las últimas décadas, el desprecio selectivo de niños.  Nuestra cultura popular hoy dice que tener un hijo es bueno, si estés bien preparado y ser padre o madre no choca con tus sueños o tu libertad de vida.  En el momento adecuado y con el acuerdo de los padres, tener un niño es algo bueno, según el mundo.  Pero, si las circunstancias no son perfectas, o simplemente si la madre está preocupada por todo el esfuerzo y el cambio, entonces nuestra cultura dice que el niño sea totalmente opcional, descartable, como si fuera un proyecto medio acabado, y de repente decidiéramos echarlo en la basura.  No pasa nada, o así se dice. 

     Pero tener un niño no es producir un producto, es crear con Dios, es tener un rol íntimo en la creación de un nuevo ser humano, una persona única y preciosa al Señor. 

     Hoy en día la Iglesia de Cristo tiene una tarea de amor en el mundo, la que es hablar por los niños, y anunciar la verdad, que cada vida humana es preciosa, desde la concepción hasta la muerte, y merece la protección de todos. 

     No es que ser madre o padre no sea difícil.  No quiero decir que no haya fracasos de familias que resultan en tristeza para los niños.  Simplemente tenemos que decir lo que Dios dice sobre el valor de los recién nacidos, y sobre los todavía no nacidos, y sobre cada persona, que cada cual es un alma para quien Cristo dio su vida para salvar. 

     Es un mensaje crucial.  Y aún más, tenemos el privilegio de proclamar que, puesto que Cristo ha amado a todos en su Cruz, hay perdón para todos, aun para las personas, fuera o dentro de la Iglesia, que en un momento dado no han querido o no han protegido a la vida humana como deberíamos.  La sangre de Jesús cubre todos los pecados.       

     Por lo tanto, que alegría estar reunidos juntos, todos nosotros pecadores perdonados, además bendecidos de tener niños en la congregación, como recordatorios del milagro de una madre dando a luz a un bebé, como colaboradora con Dios. 

     Y que bueno oír la comparación de Jesús, de la interrelación cercana entre lo que experimenta una madre, y lo que experimentarán sus discípulos.  La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo. También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo.

     Así podemos ver que la maldición de dolor en el parto fue, en parte al menos, para ayudarnos entender el acontecimiento más importante de toda la historia.   La pena y el dolor de la Pasión y la crucifixión de Jesús, que son incalculables, ahora son olvidados, borrados de la memoria divina, junto con nuestra culpa y nuestro castigo. 

     Fíjate, el gozo de la Resurrección no fue solamente para los discípulos, ni solo para nosotros.  También es para Dios mismo.  Cristo despreció la vergüenza y el dolor de la Cruz, ¿para qué?  Para llegar al gozo, el gozo de dar un nuevo nacimiento a toda la humanidad, en su nueva vida santa.  Su salida de la tumba, un hombre nuevo entrando en el mundo, no sólo otro hombre, más bien, un hombre nuevo, un hombre mejor, diferente, un hombre-Dios, capaz de compartir su justicia y su gozo con todos. 

     Que gozo, para Dios, y para los hombres y mujeres, el gozo compartido por toda la eternidad por toda la familia de Dios.  Esto es lo que decía Jesús, hablando de los dolores de una madre borrados por el nacimiento.  Jesús en su Cruz, por el gozo puesto delante de Él, soportó todo, incluso toda la angustia y dolor de todas las madres, y todo el sudor y cansancio de todos los hombres, y toda la ira justa de Dios contra nuestro pecado, para hacernos una nueva creación, restaurada y preparada para una eternidad de alegría.   

     Considerad cuán grande es la diferencia entre la angustia del parto y el gozo de abrazar un recién nacido.  Cuanto más grande será nuestro regocijo en el mundo venidero, en el reino de los cielos con Cristo.

     Y no es necesario esperar tanto.  El gozo del cielo es nuestro ya, en el mismo Cristo, crucificado y resucitado.  Seguramente, hoy sólo experimentamos este gozo en parte, en medio de un mundo todavía hundido en angustia.  Pero nuestro gozo es real, porque el Rey de los Cielos está con nosotros, verdaderamente presente con nosotros, su Pueblo creyente, para abrazarnos, para quitar de nuevo nuestras angustias, dolores, y nuestros pecados.  Alimentados con su propio cuerpo y sangre, misteriosamente presente bajo el pan y el vino, de verdad podemos olvidarnos del pasado, del dolor, de la culpa, y empezar de vivir otra vez, verdaderamente vivos, en Él que nos da vida, Cristo Jesús, nuestro Señor y Salvador, Amén. 


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