Cuarto Domingo de la Pascua – Jubilate
12 de Mayo, A+D 2019
San Juan 16:16-22
Todo está conectado.
La mujer cuando da a luz, tiene dolor,
porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se
acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo.
También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará
vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo.
Todo está conectado. Todo.
Y especialmente toda la Palabra de Dios: es súper interrelacionado, de
verdad el magno don. Aunque es producto
de más de 30 autores humanos, escribiendo a lo largo de 15 siglos, la Biblia es
al mismo tiempo un solo libro, todos los detalles conduciéndonos a un solo
punto culminante, una sola doctrina central, un mensaje consolador a los oídos
de fe.
Considerad, por ejemplo, el porqué
de la maldición anunciada a la primera mujer, después de que ella y su hombre
se cayeron en pecado. A la mujer dijo: En gran manera multiplicaré
tu dolor en el parto, con dolor darás a luz los hijos…
El hombre, Adán, fue condenado
en el mismo momento a una vida de trabajo bochornoso, con sudor en el frente y
espinas por todos lados, castigo cotidiano mientras luchaba para ganar su pan. Por el otro lado, Eva, madre de todos los
vivientes, recibió una condena más puntual, pero más aguda a la vez: En gran
manera multiplicaré tu dolor en el parto,
con dolor darás a luz los hijos…
con dolor darás a luz los hijos…
¿Por qué? ¿Hay un sentido de la forma específica de la
maldición femenina? Pues, no conozco de
ningún pasaje bíblico que nos dé una explicación especifica. Es importante recordar que Dios con la Biblia
no está explicándonos cada tema, sino nos está dando el mensaje que necesitamos
para la salvación. El Señor no explica
cada cosa; de verdad hay una multitud de misterios que nos esperan para ser
aclarado en el último día, en el día que veremos a Dios, cara a cara. Pero todo está conectado y no haya frases
inútiles o sin importancia en la Biblia. Es simplemente que no podemos
comprender todo.
Todavía, en estos días de mayo
cuando la mayoría de los países laudan y celebran a las madres, tal vez nos
preguntemos sobre el dolor del parto. No
estoy sugiriendo que el hombre y la mujer no merecían sus distintas
maldiciones. Juntos, nuestros primeros
padres arruinaron la muy buena creación de Dios, introduciendo la muerte, el
dolor y la separación de Dios, a sí mismos, y a todos sus descendientes. Pero, al mismo tiempo, nos podríamos
preguntar: ¿por qué este castigo específico?
Bueno, aunque Dios no nos ha
prometido que en esta vida entendamos cada detalle de su plan, Él sí nos ha
animado a profundizarnos en su Palabra, al escuchar, leer, estudiar, orar y
meditar en la Sagrada Escritura, por la cual el Espíritu nos guiará a toda la
verdad. Y hoy, tal vez el Señor Jesús
nos haya dado una pista de la razón por la dificultad del parto.
Que interesante que, en la misma
noche en que fue entregado, mientras prediciendo su muerte y resurrección a los
Doce, Jesús introduce el tema del nacimiento y el fenómeno de las madres olvidadizas. No puede ser una casualidad.
Y que cambio milagroso suele ocurrir
con una madre, un momento casi agonizando en el parto, sufriendo mucho, quizás extrayendo
promesas solemnes del padre, que nunca lo haremos otra vez: ¡PROMÉTEMELO! …
… y en el próximo momento, la
misma mujer, llorando de gozo, completamente satisfecha con el bebé en sus
brazos, feliz y sin memoria del dolor. Es
una verdadera maravilla.
Las madres después de un
nacimiento seguro y sano sobrepasan en el gozo.
Además, los nuevos seres humanos, tan pequeños, con una apariencia graciosa,
extraña y atractiva a la vez, provocan una reacción positiva de casi todos. Me
llama la atención especialmente como los recién nacidos tienen este poder, incluso
con otros bebés no mucho más mayores. Mi nieta tiene un primo solamente 10 o 11
meses más joven. Cuando lo vio la
primera vez, nuestra Heather quedó fascinada con su pequeñito primo. Es una señal de nuestra creación en la imagen
de Dios. Aunque nuestro pecado ha
fracturado esta imagen en nosotros, nuestro amor a los recién nacidos es una pista
de la imagen de Dios. La fascinación y
la atracción que tenemos para bebés recién nacidos vienen de Dios.
Esto tiene sentido, porque tener
hijos fue la primera tarea de Dios para sus seres humanos, “sed fecundos y multiplicaos, y llenad la
tierra,” un proyecto común entre nosotros y el Todopoderoso. El Señor ama a los niños, y quiere que haya
muchos. Por eso la Iglesia dice procreación,
no reproducción, porque un hombre y una mujer teniendo un hijo participan en
una obra divina. No es como fabricar un
coche, es crear con Dios una nueva vida.
Bueno, estar en la presencia de
un recién nacido es agradable para casi todos.
No es totalmente fácil, este tema.
Puede hacer algunos incómodos, o aun nerviosos. Muchas veces estas personas sólo necesitan recibir
sus propios niños para experimentar el gozo.
Pero no pasa nada. No emocionarte
en la presencia de un bebé no es un pecado.
Sin embargo, hay otro fenómeno,
algo inédito que ha aparecido en las últimas décadas, el desprecio selectivo de
niños. Nuestra cultura popular hoy dice
que tener un hijo es bueno, si estés bien preparado y ser padre o madre no choca
con tus sueños o tu libertad de vida. En
el momento adecuado y con el acuerdo de los padres, tener un niño es algo bueno,
según el mundo. Pero, si las
circunstancias no son perfectas, o simplemente si la madre está preocupada por
todo el esfuerzo y el cambio, entonces nuestra cultura dice que el niño sea
totalmente opcional, descartable, como si fuera un proyecto medio acabado, y de
repente decidiéramos echarlo en la basura.
No pasa nada, o así se dice.
Pero tener un niño no es
producir un producto, es crear con Dios, es tener un rol íntimo en la creación
de un nuevo ser humano, una persona única y preciosa al Señor.
Hoy en día la Iglesia de Cristo
tiene una tarea de amor en el mundo, la que es hablar por los niños, y anunciar
la verdad, que cada vida humana es preciosa, desde la concepción hasta la
muerte, y merece la protección de todos.
No es que ser madre o padre no
sea difícil. No quiero decir que no haya
fracasos de familias que resultan en tristeza para los niños. Simplemente tenemos que decir lo que Dios
dice sobre el valor de los recién nacidos, y sobre los todavía no nacidos, y
sobre cada persona, que cada cual es un alma para quien Cristo dio su vida para
salvar.
Es un mensaje crucial. Y aún más, tenemos el privilegio de proclamar
que, puesto que Cristo ha amado a todos en su Cruz, hay perdón para todos, aun para
las personas, fuera o dentro de la Iglesia, que en un momento dado no han
querido o no han protegido a la vida humana como deberíamos. La sangre de Jesús cubre todos los pecados.
Por lo tanto, que alegría estar
reunidos juntos, todos nosotros pecadores perdonados, además bendecidos de
tener niños en la congregación, como recordatorios del milagro de una madre
dando a luz a un bebé, como colaboradora con Dios.
Y que bueno oír la comparación
de Jesús, de la interrelación cercana entre lo que experimenta una madre, y lo
que experimentarán sus discípulos. La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque
ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de
la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo. También
vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro
corazón, y nadie os quitará vuestro gozo.
Así podemos ver que la maldición
de dolor en el parto fue, en parte al menos, para ayudarnos entender el
acontecimiento más importante de toda la historia. La
pena y el dolor de la Pasión y la crucifixión de Jesús, que son incalculables, ahora
son olvidados, borrados de la memoria divina, junto con nuestra culpa y nuestro
castigo.
Fíjate, el gozo de la
Resurrección no fue solamente para los discípulos, ni solo para nosotros. También es para Dios mismo. Cristo despreció la vergüenza y el dolor de la
Cruz, ¿para qué? Para llegar al gozo, el
gozo de dar un nuevo nacimiento a toda la humanidad, en su nueva vida
santa. Su salida de la tumba, un hombre
nuevo entrando en el mundo, no sólo otro hombre, más bien, un hombre nuevo, un
hombre mejor, diferente, un hombre-Dios, capaz de compartir su justicia y su
gozo con todos.
Que gozo, para Dios, y para los
hombres y mujeres, el gozo compartido por toda la eternidad por toda la familia
de Dios. Esto es lo que decía Jesús, hablando
de los dolores de una madre borrados por el nacimiento. Jesús en su Cruz, por el gozo puesto delante
de Él, soportó todo, incluso toda la angustia y dolor de todas las madres, y todo
el sudor y cansancio de todos los hombres, y toda la ira justa de Dios contra
nuestro pecado, para hacernos una nueva creación, restaurada y preparada para una
eternidad de alegría.
Considerad cuán grande es la
diferencia entre la angustia del parto y el gozo de abrazar un recién
nacido. Cuanto más grande será nuestro
regocijo en el mundo venidero, en el reino de los cielos con Cristo.
Y no es necesario esperar
tanto. El gozo del cielo es nuestro ya,
en el mismo Cristo, crucificado y resucitado.
Seguramente, hoy sólo experimentamos este gozo en parte, en medio de un
mundo todavía hundido en angustia. Pero nuestro
gozo es real, porque el Rey de los Cielos está con nosotros, verdaderamente
presente con nosotros, su Pueblo creyente, para abrazarnos, para quitar de
nuevo nuestras angustias, dolores, y nuestros pecados. Alimentados con su propio cuerpo y sangre,
misteriosamente presente bajo el pan y el vino, de verdad podemos olvidarnos
del pasado, del dolor, de la culpa, y empezar de vivir otra vez, verdaderamente
vivos, en Él que nos da vida, Cristo Jesús, nuestro Señor y Salvador, Amén.
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