Fiesta de la
Resurrección de Nuestro Señor
21 de abril,
A+D 2019 Cartagena, España
¡Cristo ha resucitado!
(¡Sí, ha resucitado de verdad,
aleluya!).
Cristo ha
resucitado, pero la primera reacción de sus seguidores es inesperada.
Es muy
interesante como el Evangelista San Marcos relata la reacción inicial de las
mujeres cuando descubrieron la tumba vacía en aquel domingo famoso. “Ellas se fueron huyendo del sepulcro, porque les había tomado temblor y
espanto; ni decían nada a nadie, porque tenían miedo.”
Dios
había terminado su gran obra salvadora. El
joven mensajero espiritual cumplió sus deberes, compartiendo la buena noticia
con estas mujeres fieles, fieles al menos a la memoria de su gran amigo y
maestro Jesús de Nazaret, comprometidas a darle un entierro adecuado. El joven mensajero las dio su noticia: “No os
asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no
está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron. Pero id, decid a sus
discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis,
como os dijo.”
¡Muy
bien! ¿Y la reacción de los primeros
seres humanos que supieron de la Resurrección del Cristo? Miedo y silencio. Muy curioso, ¿no?
El hecho de que
estamos congregados aquí, celebrando de nuevo la Pascua de la Resurrección de
Jesucristo, es una prueba de que las mujeres no seguían calladas durante mucho
tiempo. Igualmente, la reacción emotiva mundial
al incendio en Notre Dame en París nos recuerda que la Iglesia fundada en la
Resurrección de Jesús, aunque ha sufrido mucha turbulencia y división durante
los siglos, ha extendido globalmente desde el silencio del primer amanecer de
la nueva edad. La Iglesia sigue teniendo
una presencia importante en todas partes.
La historia de la Iglesia Cristiana es fantástica, una prueba del poder
del Evangelio y el compromiso de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo a su
Pueblo, la que es la congregación de todos los fieles de todo tiempo y todos
lugares. Aun con todos sus desafíos y
problemas, la Iglesia de Cristo permanece, porque su vida viene de Dios
mismo. Podemos confiar en esto.
Al mismo
tiempo, es muy servicial considerar la reacción de las mujeres, porque la
cristiandad no es solamente una institución, el Pueblo de Dios, la colectiva
que se llama la Iglesia. Es también una
colección de individuos, cada cual que tiene que encarar personalmente la
muerte y la resurrección. No somos tan
distintos, finalmente, de las mujeres corriendo en miedo del sepulcro. Ellas no estaban preparadas para la muerte
de Jesús, y menos preparadas para su resurrección, no importa que Jesús estaba
continuamente prediciendo ambos acontecimientos.
¿Por qué tenían
miedo? En nuestros momentos mejores, un
encuentro con algo bueno y sorprendente nos puede dar curiosidad y alegría. Mi hija recientemente tenía la oportunidad de
bucear con esnórquel en la costa de Belice, y se maravillaba de los colores y
todos los peces y el coral. Buena
sorpresa. El domingo pasado Shelee y yo
volvimos a casa después de tres meses fuera, y estamos todavía descubriendo
todas las mejoras y los pequeños arreglos que hicieron en la casa nuestros
amigos Argenis y Luisa, mientras cuidaban a nuestro hogar en nuestra
ausencia. Muchas buenas sorpresas.
Pero, después
de haber visto la muerte cruel de Jesús, la sorpresa de la tumba vacía y el
anuncio del ángel les dio espanto a las mujeres, quienes vinieron para poner
especias en el cadáver de su amigo. Seguro
que una parte de la razón era el hecho de que la resurrección de uno matado por
crucifixión era algo inédito, algo, a nuestro entendimiento, imposible.
Queremos ser maestros
de nuestras vidas, pero al final sabemos que la muerte es inevitable e
insuperable. O así pensábamos, hasta que
las noticias de Jesús empezaban de llegar a nuestros oídos. Una chica de 12 años, un hijo único de la
viuda de Naín, y, solo unos días antes de su propia muerte, Lázaro, hermano de
Marta y María: todos resucitados, por el Nazareno. ¿Y ahora, Jesús mismo? ¿Él que no fue simplemente matado, pero fue azotado,
torturado y ejecutado en una cruz romana?
¿Cómo puede ser?
Además, ¿qué
significa? ¿Qué deberíamos esperar de
este Jesús, si Él de verdad haya resucitado?
Nosotros seres humanos habíamos rechazado, o al menos abandonado, al
Nazareno. Como cantamos el Viernes
Santo: “Muchos son los que le hieren, nadie a su socorro va.” ¿No es que Él nos vendrá con venganza, por
nuestra parte en su padecimiento y muerte?
Y todos
tenemos una parte de la culpa, porque el Cristo no fue a la Cruz por su propio
pecado, sino por el nuestro, el Santo e Inocente, soportando la Cruz, cargado
de todos nuestros pecados. Así es lógico
que la noticia de su resurrección nos de miedo, ¿no? Por lo que merecemos de Dios por todos
nuestros pecados de palabra, obra y pensamiento, cada uno de nosotros hubiera
huido calladamente, igual como las mujeres.
Como las
mujeres, seguimos mal preparados para la muerte, y para la resurrección. Tal vez peor que las mujeres. La vida fue mucho más difícil para
ellas. La muerte en el primer siglo fue
un vecino constante, una amenaza experimentada diariamente en cada pueblo. Ha continuado igual para la gran mayoría de
los seres humanos desde el principio, y todavía hoy en día es la realidad de
muchas personas en varias partes del mundo, que viven en situaciones precarias,
con la posibilidad y la realidad de la muerte por todos lados.
Pero nosotros
vivimos una vida mejor, ¿no? Aquí en
España, vivimos vidas tan largas y cómodas, casi podemos olvidarnos de la
muerte, o podemos esconderla en casas de ancianos y hospitales, y evitar
encarar esta realidad, por un rato al menos.
No obstante, aunque evitar la muerte parece mejorar la vida por un tiempo,
esta evasión nos deja indefensos cuando lo inevitable venga. Y va a venir.
Por eso, el
símbolo principal de la Iglesia Cristiana es una Cruz, la herramienta peor de
la historia de la ejecución estatal. El
evento central del Cristianismo es una muerte, lo que debería recordarnos que
la muerte, incluidos nuestra muerte y la muerte de nuestros seres queridos, es
una realidad venidera. Y la muerte es un
enemigo, el último gran enemigo.
Hoy,
irónicamente, cuando vivimos largos años y con bendiciones materiales que
hubiera sido inimaginables solamente hace unas décadas, una parte importante de
la población tiene un fetiche, una fascinación, con la muerte. Desde la campaña triste para entronar el
aborto de niños indefensos como lo mayor derecho de la mujer, hasta el
movimiento pro-eutanasia, hasta la fascinación de la cultura para ser
entretenido con el horror, los zombis, y los rituales satánicos, nunca ha
existido una cultura de muerte igual. Es
como si ya no entendamos como vivir.
Esto es
precisamente el problema, para las mujeres calladas, huyendo de la tumba de
Jesús, y para nosotros en el siglo 21. Por
nuestra falta de entendimiento del poder y amor de Dios, o por nuestro miedo de
nuestra propia culpa, o por nuestra ignorancia y deseo de no pensar en la
muerte, continuamos existiendo sin saber cómo verdaderamente vivir.
Mil millones
de gracias a Dios, entonces, que la buena nueva de la Cruz y Resurrección de
Jesucristo no duró mucho como un secreto.
Porque solamente en esta muerte y en esta vida nueva podamos conseguir
la vida verdadera. Muy pronto después
de la huida callada de las mujeres, Jesús empezó a aparecer a sus discípulos, a
María Magdalena, y a Pedro, a los Once a la misma vez, y luego apareció a
quinientos discípulos. Y los primeros
Cristianos descubrieron la muy buena noticia que el amor de Dios es tan grande
que el Crucificado no vino con ira y venganza, más bien vino en Paz. Vino anunciando Paz, la Paz que sobrepuja
entendimiento, la Paz entre el Santo, Santo, Santo Dios y los rebeldes
pecadores de la raza humana. Hombres
moribundos como somos no podemos hacer nada para prevenir nuestro fin justo, lo
que es no solamente la muerte, pero la muerte eterna, algo que es mucho
peor. Pero a través de su Iglesia, el
Espíritu Santo sigue anunciando la sorpresa eternal: En Cristo, toda nuestra deuda y culpa está
borrada, tragada y destruida por Jesús en su muerte.
Esto fue el
mensaje de Jesús en las cuarenta días después de la Pascua de Resurrección, y con
estas reuniones con sus Apóstoles y con todos los fieles, Jesús preparó el
núcleo de su Iglesia, un Pueblo que finalmente entendía la muerte, y la vida, y
la promesa maravillosa de que esta nueva vida es un regalo, un don gratuito,
otorgado a cualquier pecador que esté convertido por este mensaje, el mensaje
del pleno perdón de pecados revelado en la vida, muerte y resurrección de Jesús
Nazareno, el Hijo de Dios, y Salvador del mundo.
Este es el
mensaje que la Iglesia lleva al mundo, y es el mensaje que nos ha congregado
aquí, hoy. A través del Bautismo, la
Iglesia une pecadores a la muerte expiatoria y la vida nueva triunfal, de
Jesucristo. En la Santa Cena, el Señor
alimenta a su Pueblo con su propio cuerpo y sangre, para renovarnos, perdonándonos
una y otra vez.
También en la
Santa Comunión Cristo nos fortalece para vivir cada día, con él, y aun intentando
vivir como Él. Por la Palabra y el
Sacramento, Jesús nos prepara para amar y servir libremente a nuestros
prójimos, y para evitar el pecado.
También por la
Palabra sabemos lo que hacer cuando fallamos:
Confesamos nuestros pecados deprisa, para recibir de nuevo la buena
noticia de Dios, a través de sus mensajeros: ¡Cristo ha resucitado! (¡Sí, ha
resucitado de verdad, aleluya!) Por lo
tanto, tus pecados son perdonados en Él, has pasado desde la muerte a la
vida. Ya tienes paz con Dios y eres
miembro de su Reino Celestial, desde hoy hasta siempre, en Cristo Jesús, Amén.
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