Wednesday, January 15, 2020

La Justificación y la Santificación: Sermón para el Bautismo de Nuestro Señor

Primero en español, luego en inglés/ 
First in Spanish, then in English

El Bautismo de Nuestro Señor
12 de enero, A+D 2020
Justificación y Santificación

    [Los] padres [de Jesús] acostumbraban ir a Jerusalén todos los años a la fiesta de la Pascua. 42 Y cuando cumplió doce años, subieron allá conforme a la costumbre de la fiesta; 43 y al regresar ellos, después de haber pasado todos los días de la fiesta, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo supieran sus padres, 44 y suponiendo que iba en la caravana, anduvieron camino de un día, y comenzaron a buscarle entre los familiares y conocidos. 
   45 Al no hallarle, volvieron a Jerusalén buscándole. 46 Y aconteció que después de tres días le hallaron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. 47 Y todos los que le oían estaban asombrados de su entendimiento y de sus respuestas. 48 Cuando sus padres le vieron, se quedaron maravillados; y su madre le dijo: Hijo, ¿por qué nos has tratado de esta manera? Mira, tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia. 
   49 Entonces Él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿Acaso no sabíais que me era necesario estar en la casa de mi Padre? 50 Pero ellos no entendieron las palabras que Él les había dicho. 51 Y descendió con ellos y vino a Nazaret, y continuó sujeto a ellos. Y su madre atesoraba todas estas cosas en su corazón. 52 Y Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres.

   Hoy nos encontramos con una dificultad del leccionario anual.  Tenemos cada año en el primer domingo después de la Epifanía dos opciones, o celebrar el Primer Domingo después de la Epifanía, o celebrar el Bautismo de Nuestro Señor.  Acabamos de escuchar el Evangelio del Primer Domingo después de Epifanía, el relato lindo e informativo de la visita de Jesús, con doce años, a Jerusalén, y al Templo.  Nos da el único vistazo bíblico a la vida de Jesús, entre su primera infancia y su ministerio.  Y sigue muy bien después de las historias de su natividad y la visita de los Reyes Magos, las que hemos oído en los últimos domingos.  Es un texto muy interesante.   

   Al otro lado, el Bautismo del Señor es una historia completamente fundamental: Es la inauguración del ministerio público de Cristo. 

Es una de muy pocas veces en toda la Biblia cuando las tres personas de la Santísima Trinidad aparecen juntas, el Padre con su voz desde arriba, el Espíritu en forma de paloma, y el Hijo en el agua, recibiendo el bautismo.  La Iglesia Primitiva decía que cuando el Santo de Dios entró en el Río Jordán para someter al bautismo de Juan, Él santificó a todas las aguas, haciéndolas dignas de ser usadas para el Santo Bautismo.  Puesto que somos una congregación de los bautizados, entender y recordar el bautismo de Jesús es muy saludable. 

     ¿Cuál de los dos evangelios apuntados para hoy deberíamos usar?  Ambos son muy serviciales a nuestra fe.  Cuando Jesús con doce años visitó a su propio templo, nos dio un ejemplo de la vida justa, es decir, como actúa la persona fiel, la persona correctamente viviendo desde el amor de Dios Padre, y compartiendo este mismo amor con otros.  En el Bautismo de Jesús vemos el inicio de la obra salvadora, el ministerio público de Dios hecho carne, los tres años más importantes en toda la historia, con diferencia.  Como dijo Jesús a Juan, empezando con su Bautismo, el Señor cumplió toda justicia, para salvar al mundo.  Las dos opciones son excelentes.  ¿Cuál usaremos?      

    ¿Por qué no usar ambas historias? 

     Sí, usaremos ambas, porque juntas, las dos historias nos dan una explicación de la justificación y la santificación.  Es decir, de estas dos lecturas, aprendemos como pecadores, como tú y yo, podemos ser justos, y tener una relación buena con el Santo, Santo, Santo Dios, y luego vemos como, una vez justificados, debemos vivir en santidad. La justificación, y la santificación.  La Salvación y la Vida Cristiana.

     Normalmente cuando predicamos y enseñamos sobre la justificación y la santificación, hablamos primero, y mayormente, de la justificación, y luego hablamos de la santificación.  Esto es necesario, porque la santificación es consecuencia en nuestra vida de la justificación: sin ser salvos por la fe, declarados justos por causa de Cristo, no podemos aun empezar de vivir en santidad. Como dice Jesús, el árbol malo no puede dar fruto bueno.  Hasta que recibamos Cristo por la fe, nuestro pecado nos hace arboles malos, pecadores, sin la capacidad de hacer verdaderamente buenas obras. 

     Uno puede hacer algo útil en el mundo, pero sin la fe cristiana, siempre nuestra motivación es mala.  O hacemos cada cosa en egoísmo, para ganar algo para nosotros mismos, o la hacemos en miedo, para apaciguar a Dios. 
     Así, antes de la fe, pecamos en cada obra, no importa cómo se parece, porque no creemos en el amor y generosidad del Señor.  Exteriormente tales obras pueden ser buenas, pero no son válidas ante Dios, porque llevan en sí un rechazo de Él.

     La vida santa, llena de buenas obras, es siempre una obra del Espíritu Santo en nosotros.  Buenas obras fluyen sin compulsión de un corazón agradecido por todo, especialmente por el primer y mejor don, la salvación gratuita que hay en Cristo para todos los pecadores arrepentidos.  Buenas obras son fruto del Espíritu, y no tenemos al Espíritu de Cristo hasta que Él mismo nos convierta.  Entonces, en la Iglesia, es necesario una y otra vez que empecemos y enfoquemos mayormente en la justificación, y luego hablar la santificación.   

     Al contrario, en el caso de Jesús, los Evangelistas pueden hablar al revés, y lo hacen.  Primero vemos la vida santa de Jesús, por ejemplo, como su mero nacimiento causó la celebración angélica:  Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz y buena voluntad a los hombres.  También, oímos de su sumisión a la Ley de Moisés en su circuncisión, su asistencia a la Palabra y las tradiciones de Dios, y su sabiduría preternatural como un niño en el Templo. 
   No era necesario primeramente hablar de la justificación de Jesús, porque siempre era justo.  Jesús es el Santo de Dios, el que dio la Ley a Moisés.  Con Cristo Jesús, la justicia es su naturaleza.  Por lo tanto, cada cosa que hizo era una buena obra, hecha en obediencia a su Padre y en amor a los demás. 

     La justificación, para Jesús, no era una necesidad personal, más bien un proyecto de amor, la misión eterna de Él que, por nosotros los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo, y se hizo hombre, nacido de la Virgen María, para cumplir toda justicia, para nosotros.

     Para Jesús, la vida santa era fácil, natural.  Pero el camino de la justificación era muy duro.  Considerad su humillación: el Rey de los cielos rechazado por su propio pueblo; el único hombre sin pecado, identificado como el pecador de pecadores;
el amado Hijo eterno de Dios Padre, abandonado y castigado, por nuestro pecado. 

     No se puede elogiar el valor de la raza humana más o mejor de lo que dice el autor de Hebreos, que Jesús hizo todo esto por el gozo futuro, el gozo de presentarnos a su Padre como un nuevo pueblo santo, los justificados en Cristo, destinados a vivir siempre en la gloria y alegría de Dios. 
   Por el gozo de este futuro, Jesús cumplió toda justicia.  Esto es el amor, no que hemos amado a Dios, sino que Dios en Cristo nos ha amado a nosotros, y a toda humanidad, entregando el Hijo como la propiciación, el sacrificio adecuado, por todos nuestros pecados. 

     Para nosotros, es el contrario: la justificación es muy fácil, no hacemos nada.  Esta verdad es amarga a nuestro viejo hombre, nuestra naturaleza pecaminosa, porque es su muerte.  Pero la justificación para la nueva criatura, la nueva hija o el nuevo hijo de Dios, es 100% recibida, y con alegría.  Como en tu nacimiento físico, así también en tu renacimiento espiritual:  lo experimentas, y recibes los beneficios: perdón, paz con Dios, y vida eterna en su familia.  Pero no causas nada. Estábamos muertos en nuestros delitos, pero Dios nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados).

     Para nosotros, la justificación es fácil, pero la santificación nos cuesta mucho.  La vida santa es dura, porque seguimos en este mundo caído, y como pecadores.  La conversión nos rescata del pecado, su castigo y su culpa, nos da entrada en el Pueblo de Dios, y la promesa de una vida eterna y santa en el futuro. 

Pero, en su sabiduría misteriosa, Dios en nuestra conversión no nos cambia en personas sin pecado.  Y porque el pecado permanece en nosotros, vivir como un cristiano es muy difícil.

     Tenemos el deseo de caminar con Dios y obedecer sus mandamientos, pero el pecado nos agarra diariamente.  Queremos amar a Dios con todo nuestro corazón, mente, y fuerza, y a nuestros prójimos como a nosotros mismos.  Pero el egoísmo y el deseo de autodeterminación nos agobian. 

     Gracias a Dios, tampoco es la santificación un logro nuestro.  A diferencia con la justificación, somos actores en la vida santa, tenemos un papel.  Pero al final, la santificación depende de Dios, igual como con la justificación.  Dios actúa en ti, para querer y hacer su voluntad.  La vida santa es el resultado de tener Cristo en nosotros, por la fe bautismal.  Estamos en la lucha, y podemos celebrar cada inclinación de hacer algo bueno, porque es fruto de la fe salvadora.  También, en tristeza y arrepentimiento, debemos identificar cada momento de resistencia a la voluntad de Dios como evidencia de que seguimos siendo pecadores. 

    Entonces, miremos de nuevo a Jesús para saber cómo vivir la vida santa: Con doce años, y antes, y después, Jesús siempre se ocupaba con las cosas de su Padre: visitando su casa, observando sus tradiciones, la Pascua de los Judíos y otras fiestas designadas por Dios, diariamente oyendo y conversando y profundizándose en su Palabra.  Mientras tanto, vivía en comunidad, sometiéndose a sus padres, y amando a todos. 

     Salvados por la gracia, podemos intentar imitar a la vida santa de Jesús.  Y el primer paso, que necesitamos tomar día tras día, no es salir con prisa para hacer grandes cosas, sino que es volver a la fuente de santidad, volver a Dios, en los lugares donde su Espíritu está presente para alimentar y fortalecer nuestras almas, con la vida y la justicia de Jesucristo, quien es en sí mismo nuestra justificación y nuestra santificación, nuestro Salvador y Maestro. 

     Recordado por Dios que nuestro futuro es seguro y bendito en Cristo, luego salimos para vivir en esta confianza, librados para amar sin compulsión.  Unidos, por el agua y la Palabra, con la Cruz y Resurrección de Cristo, ya tenemos vida, y podemos empezar de vivir, en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, Amén. 

The Baptism of Our Lord
January 12, A + D 2020

    [The] [Jesus] parents used to go to Jerusalem every year to the feast of Passover. 42 And when he turned twelve, they went up there according to the custom of the party; 43 and when they returned, after having spent every day of the party, the baby Jesus stayed in Jerusalem without his parents knowing, 44 and assuming he was in the caravan, they walked one day, and began to look for him between family and acquaintances.          
   45 When they did not find him, they returned to Jerusalem looking for him. 46 And it came to pass that after three days they found him in the temple, sitting in the midst of the teachers, listening to them and asking them questions. 47 And all who heard him were amazed at his understanding and his answers. 48 When his parents saw him, they were amazed; and his mother said to him: Son, why have you treated us this way? Look, your father and I have been looking for you full of anguish.             
   49 Then He said to them: Why were you looking for me? Didn't you know that it was necessary for me to be in my Father's house ? 50 But they did not understand the words He had said to them. 51 And he went down with them and came to Nazareth, and continued subject to them. And his mother treasured all these things in her heart. 52 And Jesus grew in wisdom, in stature, and in favor with God and men.              

   Today we encounter a challenge with the one-year lectionary. We have two options every year on the first Sunday after the Epiphany, celebrate the First Sunday after the Epiphany, or celebrate the Baptism of Our Lord. We have just heard the Gospel of the First Sunday after Epiphany, the beautiful and informative account of Jesus' visit, at twelve years old, to Jerusalem, and to the Temple. It gives us the only biblical look at the life of Jesus, between his childhood and his ministry. And it follows very well after the stories of his nativity and the visit of the Magi, which we have heard in recent Sundays. It is a very interesting text. 
  
   On the other side, the Baptism of the Lord is a completely fundamental story: It is the inauguration of Christ's public ministry. It is one of the few times in the entire Bible when the three persons of the Holy Trinity appear together. The Early Church said that when the Holy One of God entered the Jordan River to submit to John's baptism, He sanctified all waters, making them worthy of being used for Holy Baptism. Since we are a congregation of the baptized, understanding and remembering the baptism of Jesus is very healthy. 

   Which of the two gospels listed for today should we use? Both are very helpful to our faith. When Jesus with twelve years visited his own temple, he gave us an example of the righteous life, that is, how the faithful person acts, the person correctly living from the love of God the Father, and sharing this same love with others. In the Baptism of Jesus we see the beginning of the saving work, the public ministry of God made flesh, the three most important years in all history, by far. As Jesus said to John, beginning with his Baptism, the Lord fulfilled all justice, to save the world.

     Which one will we use? Why not use both stories? Yes, we will use both, because together, the two stories give us an explanation of justification and sanctification. That is, from these two readings, we learn how sinners, like you and I, can have a good relationship with the Holy, Holy, Holy God, and then we see how a person, justified by grace through faith, lives. Justification and sanctification. Salvation and the Christian Life.

     Normally when we preach and teach about justification and sanctification, salvation and the Christian life of the saved, we speak first, and mostly, of justification, and then of sanctification. This is necessary, because sanctification is a consequence in our life of justification: without being saved by faith, declared righteous because of Christ, we cannot even begin to live in holiness. As Jesus says, the bad tree cannot bear good fruit, and until we receive Christ by faith, our sin makes us bad trees, sinners, without the ability to do truly good works. One can do something useful in the world, but without Christian faith, we always do everything either to gain something on our own account, or to appease God, always because we do not believe in his divine love and generosity.  Outwardly such works are good, but not worthy of God, because they carry in themselves a rejection of Him.

     The holy life, full of good works, is always a work of the Holy Spirit in us. Good works flow without compulsion from a heart grateful for everything, especially for the first and best gift, the free salvation that is in Christ to all repentant sinners. Good works are the fruit of the Spirit, and we do not have the Spirit of Christ until He himself converts us. Then in the Church, it is necessary again and again that we begin and focus mostly on justification, and then sanctification.   

     On the contrary, in the case of Jesus, the Evangelists can speak backwards, and they do. First we see the holy life of Jesus, for example, as his mere birth caused the angelic celebration: Glory to God in the highest, and on earth, peace and goodwill to men. Also, we hear of his submission to the Law of Moses in his circumcision, and his assistance to the Word and traditions of God, and his preternatural wisdom as a child in the Temple. It was not necessary to speak first of Jesus' justification, because it was always fair. Jesus is the Holy One of God, who gave the Law to Moses. With Jesus Christ, justice is his nature, therefore, everything he did was a good work, done in obedience to his Father and in love to others. Justification, for Jesus, was not a personal necessity, rather a project of love, his eternal mission, that for us men, and for our salvation, came down from heaven, and became man, born of the Virgin Mary, to Fulfill all justice for us.   

     For Jesus, the holy life was easy, natural. But the path of justification was very hard. Consider his humiliation: the King of heaven rejected by his own people, the only sinless man identified as the sinner of sinners, the beloved eternal Son of God the Father, abandoned and punished, for our sin. You cannot praise the value of the human race more than the author of Hebrews says, that Jesus did all this, for the future joy, of introducing us to his Father as a new holy people, those justified in Christ, destined to live always in the glory and joy of God. For the joy of this future, Jesus fulfilled all justice. This is love, not that we have loved God, but that God in Christ has loved all mankind, giving the Son as the propitiation, the proper sacrifice, for all our sins. 

     For us, it is the opposite: justification is very easy, we do nothing. This truth is bitter to our old man, our sinful nature, because it is his death. But the justification for the new creature, the new daughter of God, is 100% received, and with joy. As in your physical birth, so is your spiritual rebirth: you experience it, and you receive the benefit, forgiveness, peace with God, and eternal life in your family. But you don't cause anything. We were dead in our crimes, but God gave us life together with Christ (by grace you have been saved).

      For us, justification is easy, but sanctification costs us a lot. The holy life is hard, because we continue in this fallen world, and as sinners. Conversion draws us from sin, its punishment and its guilt, it gives us entrance into the People of God, and the promise of an eternal and holy life in the future. But in his mysterious wisdom, God in our conversion does not change us into sinless people. And because sin remains in us, living as a Christian is very difficult. We have the desire to walk with God and obey his commandments, but sin grabs us daily. We want to love God with all our heart, mind, and strength, and our neighbors as ourselves. But selfishness and the desire for self-determination overwhelm us. 

     Thank God, sanctification is not our achievement either. Unlike justification, we are actors in the holy life, we have a role. But in the end, sanctification depends equally on God, as justification. God acts in me, to love and do his will. The holy life is the result of having Christ in us, by baptismal faith. We are in the fight, and we can celebrate every inclination to do something good, because it is the fruit of saving faith. Also, in sadness and regret, we can identify every moment of resistance as evidence that we are still sinners. 

    Then, let's look again to Jesus to know how to live the holy life: With twelve years, and before, and after, Jesus always occupied himself with the things of his Father: visiting his house, observing his traditions, Easter and other designated holidays by God, daily hearing and conversing and deepening his Word. Meanwhile, he lived in community, submitting to his parents, loving everyone. 

     The first step, day after day, of living the holy life, is not to hurry out to do great things, but to return to the source of holiness, return to God, in places where His Spirit is present to nourish and strengthen our souls, with the life and justice of Jesus Christ, who is in himself our justification and our sanctification, our Master, and Savior.  Reminded by God that our future is safe and blessed in Christ, then we go out to live in this trust, freed to love without compulsion.   United to Christ by the water and the Word with his Cross and Resurrection, we have life, and we can begin to live, in the Name of the Father, and of the Son, and of the Holy Spirit, Amen.