First in Spanish, then in English
El Bautismo de
Nuestro Señor
12 de enero,
A+D 2020
Justificación
y Santificación
[Los] padres [de Jesús] acostumbraban ir a
Jerusalén todos los años a la fiesta de la Pascua. 42 Y
cuando cumplió doce años, subieron allá conforme a la costumbre de la
fiesta; 43 y al regresar ellos, después de haber
pasado todos los días de la fiesta, el niño Jesús se quedó en Jerusalén
sin que lo supieran sus padres, 44 y suponiendo que
iba en la caravana, anduvieron camino de un día, y comenzaron a buscarle entre
los familiares y conocidos.
45 Al no hallarle,
volvieron a Jerusalén buscándole. 46 Y aconteció
que después de tres días le hallaron en el templo, sentado en medio de los
maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. 47 Y
todos los que le oían estaban asombrados de su entendimiento y de sus
respuestas. 48 Cuando sus padres le
vieron, se quedaron maravillados; y su madre le dijo: Hijo, ¿por qué nos
has tratado de esta manera? Mira, tu padre y yo te hemos estado
buscando llenos de angustia.
49 Entonces Él les
dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿Acaso no sabíais que me era necesario estar
en la casa de mi Padre? 50 Pero ellos no
entendieron las palabras que Él les había dicho. 51 Y
descendió con ellos y vino a Nazaret, y continuó sujeto a ellos. Y su
madre atesoraba todas estas cosas en su corazón. 52 Y
Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y
los hombres.
Hoy nos encontramos con una dificultad del
leccionario anual. Tenemos cada año en
el primer domingo después de la Epifanía dos opciones, o celebrar el Primer
Domingo después de la Epifanía, o celebrar el Bautismo de Nuestro Señor. Acabamos de escuchar el Evangelio del Primer
Domingo después de Epifanía, el relato lindo e informativo de la visita de
Jesús, con doce años, a Jerusalén, y al Templo.
Nos da el único vistazo bíblico a la vida de Jesús, entre su primera infancia
y su ministerio. Y sigue muy bien después
de las historias de su natividad y la visita de los Reyes Magos, las que hemos
oído en los últimos domingos. Es un
texto muy interesante.
Al otro lado, el Bautismo del Señor es una
historia completamente fundamental: Es la inauguración del ministerio público
de Cristo.
Es una de muy pocas veces en
toda la Biblia cuando las tres personas de la Santísima Trinidad aparecen
juntas, el Padre con su voz desde arriba, el Espíritu en forma de paloma, y el
Hijo en el agua, recibiendo el bautismo.
La Iglesia Primitiva decía que cuando el Santo de Dios entró en el Río
Jordán para someter al bautismo de Juan, Él santificó a todas las aguas,
haciéndolas dignas de ser usadas para el Santo Bautismo. Puesto que somos una congregación de los
bautizados, entender y recordar el bautismo de Jesús es muy saludable.
¿Cuál de los dos evangelios apuntados para
hoy deberíamos usar? Ambos son muy
serviciales a nuestra fe. Cuando Jesús
con doce años visitó a su propio templo, nos dio un ejemplo de la vida justa,
es decir, como actúa la persona fiel, la persona correctamente viviendo desde
el amor de Dios Padre, y compartiendo este mismo amor con otros. En el Bautismo de Jesús vemos el inicio de la
obra salvadora, el ministerio público de Dios hecho carne, los tres años más
importantes en toda la historia, con diferencia. Como dijo Jesús a Juan, empezando con su
Bautismo, el Señor cumplió toda justicia, para salvar al mundo. Las dos opciones son excelentes. ¿Cuál usaremos?
¿Por qué no usar ambas historias?
Sí, usaremos ambas, porque juntas, las dos
historias nos dan una explicación de la justificación y la santificación. Es decir, de estas dos lecturas, aprendemos
como pecadores, como tú y yo, podemos ser justos, y tener una relación buena
con el Santo, Santo, Santo Dios, y luego vemos como, una vez justificados, debemos
vivir en santidad. La justificación, y la santificación. La Salvación y la Vida Cristiana.
Normalmente cuando predicamos y enseñamos
sobre la justificación y la santificación, hablamos primero, y mayormente, de
la justificación, y luego hablamos de la santificación. Esto es necesario, porque la santificación es
consecuencia en nuestra vida de la justificación: sin ser salvos por la fe,
declarados justos por causa de Cristo, no podemos aun empezar de vivir en
santidad. Como dice Jesús, el árbol malo no puede dar fruto bueno. Hasta que recibamos Cristo por la fe, nuestro
pecado nos hace arboles malos, pecadores, sin la capacidad de hacer
verdaderamente buenas obras.
Uno puede hacer algo útil en el mundo,
pero sin la fe cristiana, siempre nuestra motivación es mala. O hacemos cada cosa en egoísmo, para ganar
algo para nosotros mismos, o la hacemos en miedo, para apaciguar a Dios.
Así, antes de la fe, pecamos en cada obra,
no importa cómo se parece, porque no creemos en el amor y generosidad del Señor.
Exteriormente tales obras pueden ser buenas,
pero no son válidas ante Dios, porque llevan en sí un rechazo de Él.
La vida santa, llena de buenas obras, es
siempre una obra del Espíritu Santo en nosotros. Buenas obras fluyen sin compulsión de un
corazón agradecido por todo, especialmente por el primer y mejor don, la
salvación gratuita que hay en Cristo para todos los pecadores
arrepentidos. Buenas obras son fruto del
Espíritu, y no tenemos al Espíritu de Cristo hasta que Él mismo nos
convierta. Entonces, en la Iglesia, es
necesario una y otra vez que empecemos y enfoquemos mayormente en la
justificación, y luego hablar la santificación.
Al contrario, en el caso de Jesús, los
Evangelistas pueden hablar al revés, y lo hacen. Primero vemos la vida santa de Jesús, por
ejemplo, como su mero nacimiento causó la celebración angélica: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra,
paz y buena voluntad a los hombres.
También, oímos de su sumisión a la Ley de Moisés en su circuncisión, su
asistencia a la Palabra y las tradiciones de Dios, y su sabiduría preternatural
como un niño en el Templo.
No era necesario primeramente hablar de la
justificación de Jesús, porque siempre era justo. Jesús es el Santo de Dios, el que dio la Ley
a Moisés. Con Cristo Jesús, la justicia
es su naturaleza. Por lo tanto, cada
cosa que hizo era una buena obra, hecha en obediencia a su Padre y en amor a
los demás.
La justificación, para Jesús, no era una
necesidad personal, más bien un proyecto de amor, la misión eterna de Él que, por
nosotros los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo, y se hizo
hombre, nacido de la Virgen María, para cumplir toda justicia, para nosotros.
Para Jesús, la vida santa era fácil,
natural. Pero el camino de la
justificación era muy duro. Considerad
su humillación: el Rey de los cielos rechazado por su propio pueblo; el único
hombre sin pecado, identificado como el pecador de pecadores;
el amado Hijo eterno de Dios
Padre, abandonado y castigado, por nuestro pecado.
No se puede elogiar el valor de la raza
humana más o mejor de lo que dice el autor de Hebreos, que Jesús hizo todo esto
por el gozo futuro, el gozo de presentarnos a su Padre como un nuevo pueblo
santo, los justificados en Cristo, destinados a vivir siempre en la gloria y
alegría de Dios.
Por el gozo de este futuro, Jesús cumplió
toda justicia. Esto es el amor, no que
hemos amado a Dios, sino que Dios en Cristo nos ha amado a nosotros, y a toda
humanidad, entregando el Hijo como la propiciación, el sacrificio adecuado, por
todos nuestros pecados.
Para nosotros, es el contrario: la
justificación es muy fácil, no hacemos nada.
Esta verdad es amarga a nuestro viejo hombre, nuestra naturaleza
pecaminosa, porque es su muerte. Pero la
justificación para la nueva criatura, la nueva hija o el nuevo hijo de Dios, es
100% recibida, y con alegría. Como en tu
nacimiento físico, así también en tu renacimiento espiritual: lo experimentas, y recibes los beneficios:
perdón, paz con Dios, y vida eterna en su familia. Pero no causas nada. Estábamos muertos en
nuestros delitos, pero Dios nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia
habéis sido salvados).
Para nosotros, la justificación es fácil,
pero la santificación nos cuesta mucho.
La vida santa es dura, porque seguimos en este mundo caído, y como
pecadores. La conversión nos rescata del
pecado, su castigo y su culpa, nos da entrada en el Pueblo de Dios, y la
promesa de una vida eterna y santa en el futuro.
Pero, en su sabiduría
misteriosa, Dios en nuestra conversión no nos cambia en personas sin
pecado. Y porque el pecado permanece en
nosotros, vivir como un cristiano es muy difícil.
Tenemos el deseo de caminar con Dios y
obedecer sus mandamientos, pero el pecado nos agarra diariamente. Queremos amar a Dios con todo nuestro
corazón, mente, y fuerza, y a nuestros prójimos como a nosotros mismos. Pero el egoísmo y el deseo de
autodeterminación nos agobian.
Gracias a Dios, tampoco es la santificación
un logro nuestro. A diferencia con la
justificación, somos actores en la vida santa, tenemos un papel. Pero al final, la santificación depende de
Dios, igual como con la justificación.
Dios actúa en ti, para querer y hacer su voluntad. La vida santa es el resultado de tener Cristo
en nosotros, por la fe bautismal. Estamos
en la lucha, y podemos celebrar cada inclinación de hacer algo bueno, porque es
fruto de la fe salvadora. También, en
tristeza y arrepentimiento, debemos identificar cada momento de resistencia a
la voluntad de Dios como evidencia de que seguimos siendo pecadores.
Entonces, miremos de nuevo a Jesús para
saber cómo vivir la vida santa: Con doce años, y antes, y después, Jesús
siempre se ocupaba con las cosas de su Padre: visitando su casa, observando sus
tradiciones, la Pascua de los Judíos y otras fiestas designadas por Dios,
diariamente oyendo y conversando y profundizándose en su Palabra. Mientras tanto, vivía en comunidad, sometiéndose
a sus padres, y amando a todos.
Salvados por la gracia, podemos intentar
imitar a la vida santa de Jesús. Y el
primer paso, que necesitamos tomar día tras día, no es salir con prisa para
hacer grandes cosas, sino que es volver a la fuente de santidad, volver a Dios,
en los lugares donde su Espíritu está presente para alimentar y fortalecer
nuestras almas, con la vida y la justicia de Jesucristo, quien es en sí mismo
nuestra justificación y nuestra santificación, nuestro Salvador y Maestro.
The
Baptism of Our Lord
January
12, A + D 2020
[The] [Jesus] parents used to go to Jerusalem every year to the feast
of Passover. 42 And when he turned twelve, they
went up there according to the custom of the party; 43 and
when they returned, after having spent every day of the party, the baby
Jesus stayed in Jerusalem without his parents knowing, 44 and
assuming he was in the caravan, they walked one day, and began to look for him
between family and acquaintances.
45 When
they did not find him, they returned to Jerusalem looking for him. 46 And
it came to pass that after three days they found him in the temple, sitting in
the midst of the teachers, listening to them and asking them questions. 47 And
all who heard him were amazed at his understanding and his answers. 48 When his
parents saw him, they were amazed; and his mother said to him:
Son, why have you treated us this way? Look, your father and I have
been looking for you full of anguish.
49 Then
He said to them: Why were you looking for me? Didn't you
know that it was necessary for me to be in my
Father's house ? 50 But they did not
understand the words He had said to them. 51 And
he went down with them and came to Nazareth, and continued subject to them. And
his mother treasured all these things in her heart. 52 And
Jesus grew in wisdom, in stature, and in favor with God and men.
Today we encounter a challenge with the one-year lectionary. We have two
options every year on the first Sunday after the Epiphany, celebrate the First
Sunday after the Epiphany, or celebrate the Baptism of Our Lord. We have
just heard the Gospel of the First Sunday after Epiphany, the beautiful and
informative account of Jesus' visit, at twelve years old, to Jerusalem, and to
the Temple. It gives us the only biblical look at the life of Jesus,
between his childhood and his ministry. And it follows very well after the
stories of his nativity and the visit of the Magi, which we have heard in
recent Sundays. It is a very interesting text.
On the other side, the Baptism of the Lord is a completely fundamental story:
It is the inauguration of Christ's public ministry. It is one of the few
times in the entire Bible when the three persons of the Holy Trinity appear
together. The Early Church said that when the Holy One of God entered the
Jordan River to submit to John's baptism, He sanctified all waters, making them
worthy of being used for Holy Baptism. Since we are a congregation of the
baptized, understanding and remembering the baptism of Jesus is very
healthy.
Which of the two gospels listed for today should we use? Both are very
helpful to our faith. When Jesus with twelve years visited his own temple,
he gave us an example of the righteous life, that is, how the faithful person
acts, the person correctly living from the love of God the Father, and sharing
this same love with others. In the Baptism of Jesus we see the beginning
of the saving work, the public ministry of God made flesh, the three most
important years in all history, by far. As Jesus said to John, beginning
with his Baptism, the Lord fulfilled all justice, to save the world.
Which one will we use? Why not use both stories? Yes, we will use
both, because together, the two stories give us an explanation of justification
and sanctification. That is, from these two readings, we learn how
sinners, like you and I, can have a good relationship with the Holy,
Holy, Holy God, and then we see how a person, justified by grace through
faith, lives. Justification and sanctification. Salvation and the
Christian Life.
Normally when we preach and teach about justification and sanctification,
salvation and the Christian life of the saved, we speak first, and mostly, of
justification, and then of sanctification. This is necessary, because
sanctification is a consequence in our life of justification: without being
saved by faith, declared righteous because of Christ, we cannot even begin to
live in holiness. As Jesus says, the bad tree cannot bear good fruit, and
until we receive Christ by faith, our sin makes us bad trees,
sinners, without the ability to do truly good works. One can do
something useful in the world, but without Christian faith, we always do
everything either to gain something on our own account, or to appease God,
always because we do not believe in his divine love and generosity. Outwardly such works are good, but not worthy
of God, because they carry in themselves a rejection of Him.
The holy life, full of good works, is always a work of the Holy Spirit in
us. Good works flow without compulsion from a heart grateful for
everything, especially for the first and best gift, the free salvation that is
in Christ to all repentant sinners. Good works are the fruit of the
Spirit, and we do not have the Spirit of Christ until He himself converts
us. Then in the Church, it is necessary again and again that we begin and
focus mostly on justification, and then sanctification.
On the contrary, in the case of Jesus, the Evangelists can speak backwards, and
they do. First we see the holy life of Jesus, for example, as his mere
birth caused the angelic celebration: Glory to God in the highest, and on
earth, peace and goodwill to men. Also, we hear of his submission to the
Law of Moses in his circumcision, and his assistance to the Word and traditions
of God, and his preternatural wisdom as a child in the Temple. It was not
necessary to speak first of Jesus' justification, because it was always
fair. Jesus is the Holy One of God, who gave the Law to Moses. With
Jesus Christ, justice is his nature, therefore, everything he did was a good
work, done in obedience to his Father and in love to others. Justification,
for Jesus, was not a personal necessity, rather a project of love, his eternal
mission, that for us men, and for our salvation, came down from heaven, and
became man, born of the Virgin Mary, to Fulfill all justice for
us.
For Jesus, the holy life was easy, natural. But the path of justification
was very hard. Consider his humiliation: the King of heaven rejected by
his own people, the only sinless man identified as the sinner of sinners, the
beloved eternal Son of God the Father, abandoned and punished, for our
sin. You cannot praise the value of the human race more than the author of
Hebrews says, that Jesus did all this, for the future joy, of introducing us to
his Father as a new holy people, those justified in Christ, destined to live
always in the glory and joy of God. For the joy of this future, Jesus
fulfilled all justice. This is love, not that we have loved God, but that
God in Christ has loved all mankind, giving the Son as the propitiation, the
proper sacrifice, for all our sins.
For us, it is the opposite: justification is very easy, we do
nothing. This truth is bitter to our old man, our sinful nature, because
it is his death. But the justification for the new creature, the new
daughter of God, is 100% received, and with joy. As in your physical
birth, so is your spiritual rebirth: you experience it, and you receive the
benefit, forgiveness, peace with God, and eternal life in your
family. But you don't cause anything. We were dead in our crimes, but
God gave us life together with Christ (by grace you have been saved).
For us, justification is easy, but sanctification costs us a lot. The holy
life is hard, because we continue in this fallen world, and as
sinners. Conversion draws us from sin, its punishment and its guilt, it
gives us entrance into the People of God, and the promise of an eternal and
holy life in the future. But in his mysterious wisdom, God in our
conversion does not change us into sinless people. And because sin remains
in us, living as a Christian is very difficult. We have the desire to walk
with God and obey his commandments, but sin grabs us daily. We want to
love God with all our heart, mind, and strength, and our neighbors as
ourselves. But selfishness and the desire for self-determination overwhelm
us.
Thank God, sanctification is not our achievement either. Unlike
justification, we are actors in the holy life, we have a role. But in the
end, sanctification depends equally on God, as justification. God acts in
me, to love and do his will. The holy life is the result of having Christ
in us, by baptismal faith. We are in the fight, and we can celebrate every
inclination to do something good, because it is the fruit of saving
faith. Also, in sadness and regret, we can identify every moment of
resistance as evidence that we are still sinners.
Then, let's look again to Jesus to know how to live the holy life: With twelve
years, and before, and after, Jesus always occupied himself with the things of
his Father: visiting his house, observing his traditions, Easter and other
designated holidays by God, daily hearing and conversing and deepening his
Word. Meanwhile, he lived in community, submitting to his parents, loving
everyone.
The first step, day after day, of living the holy life, is not to hurry out to
do great things, but to return to the source of holiness, return to God, in
places where His Spirit is present to nourish and strengthen our souls, with
the life and justice of Jesus Christ, who is in himself our justification and
our sanctification, our Master, and Savior. Reminded by God that our
future is safe and blessed in Christ, then we go out to live in this trust,
freed to love without compulsion. United to Christ by the water and
the Word with his Cross and Resurrection, we have life, and we can begin to
live, in the Name of the Father, and of the Son, and of the Holy Spirit,
Amen.