Monday, October 29, 2018

La Historia de la Libertad - Sermón para la celebración de la Reforma


Día de la Reforma 2018
La historia de la Libertad
Juan 8: 31-36                           

     Cada uno de nosotros tiene una historia que contar acerca de nuestras vidas.  Tal vez el punto de incepción de mi historia sería el día, unos días antes de la boda de mis padres, cuando mi padre fue bautizado por el pastor de mi madre, en la Iglesia Luterana San Juan, en South Branch, Minnesota.  El Señor llevó a cabo este bautismo y matrimonio hasta los días en que mis progenitores, primero mi padre, y 15 años después mi madre, se fallecieron en la fe.  Mi historia, y la de mi familia es inseparable de la historia de la iglesia luterana.  A veces mi participación fue con alegría, a veces con poco afán y consciencia.  En otros momentos mi vida fue definida por un cierto rechazo y distancia de la iglesia luterana, y, eventualmente, llegué a ser un servidor de la misma.

     Tengo preocupaciones sobre cómo mis hijos van a contar nuestra historia a mis nietos.  La fe tiene que ser transmitido de generación a generación, siempre hay riesgo de fracaso. 

     Además, la historia no es muy de moda hoy.  Como alguien dijo - "Parece como si el mundo hubiera perdido su historia."  Bueno, el diablo siempre ha estado intentando distorsionar la verdad de la historia, pero hoy parece que el maligno ha logrado mucho en este ataque.  ¿Cuántas personas entienden de verdad la historia española, o la de la iglesia cristiana?  ¿Cuántas puras falsedades están aceptados por la mayoría?  Hoy, más que nunca, practicamos una idolatría del momento, es decir, que ahora mismo y el nuevo son nuestras únicas intereses, hasta el próximo momento y la próxima novedad. 

     Pudiéramos culpar al internet por esta tendencia.  Pero, al final el mundo ha perdido su historia porque ha perdido su conexión con la historia bíblica - la historia de la fe.  Un ateo puede creer que la historia relacionada en la Biblia es una fábula, pero, esto no cambia la realidad de que toda la historia de la raza humana, de toda la creación, viene de Dios y sus acciones. 

     Aun muchos cristianos han perdido su identidad porque no conocen la historia de la Biblia.  ¿Podría ser que la iglesia está en peligro de perder su historia?  Tal vez.  En este día en el que celebramos la Reforma, este es un pensamiento serio.

     Martín Lutero ciertamente conocía la historia bíblica - una de las razones principales por las que comenzó la Reforma fue la discordancia que Lutero vio entre lo que leía en las Sagradas Escrituras y lo que enseñaba la iglesia romana.  Conocer y proclamar fielmente la historia de salvación es fundamental a la Reforma Luterana.  ¿Pero, han olvidado los luteranos de hoy su historia, de dónde vienen, y quiénes son?  ¿Estamos manteniendo, con Lutero y la iglesia de todas las edades, la confesión verdadera de Cristo?  ¿Qué creemos sobre Jesús, de quién es este Nazareno, y de cómo nos salva de nuestros pecados?  ¿Creemos que Cristo está de verdad presente entre nosotros en el mundo de hoy, en la predicación, en los sacramentos, con los ángeles y arcángeles y toda la congregación de los cielos, regocijándose en la salvación de Dios?

     Como luteranos tenemos una historia distinta para proclamar al mundo - una historia sangrienta - una historia sobre una cruz - una historia acerca de una tumba vacía.  Es la historia de la libertad.  El Evangelio de San Juan es la historia de Jesús - la historia de la iglesia - la historia del mundo -- nuestra historia.  ¡Verdaderamente, Juan tenía una historia fantástica para contar!

     Su Evangelio cuenta una historia controvertida - sobre el escándalo de Dios que se hace carne – que fue una tontería al mundo greco-romano, y una historia sobre la vergüenza de la crucifixión – difícil para todos, pero especialmente para los judíos.  ¿Cómo pudiera ser que el Salvador, el Mesías enviado de Dios mismo, sufriría y se muriría?  ¡Y por el modo peor de todos!

     Juan cuenta una historia sobre el milagro de la resurrección - una historia de perdón – la que es la historia de la libertad de la esclavitud, ganada para nosotros, por un adalid quien no quisimos.

     Es como cuando Jesús dijo a los judíos, que habían creído en Él - " Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres."  Pero los judíos no aceptaron la historia de Jesús acerca de la libertad, porque no quisieron aceptar que eran esclavos.

     ¿Y quién querría confesar ser un esclavo?  Siempre que podamos fingir ser libres, sin amo, jefes de nuestro propio destino, lo haremos, ¿no?  ¿Cómo puede Jesús liberar a esclavos que niegan su propia esclavitud?  Primero, tendrá que proclamar la realidad de nuestra esclavitud.

     Los judíos rechazaron rotundamente su proclamación de la libertad:  "Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie.  ¿Cómo dices tú: Seréis libres?"  Los judíos estaban pasando por alto la realidad de que los Romanos ejercían una autoridad autocrática sobre Israel, y los Romanos fueron solamente el último de una serie de amos extranjeros.  En el curso de su historia, los judíos había sido esclavos más tiempo que no, empezando en Egipto. Además, Jesús no estaba hablando de esclavitud terrenal. 

     Por lo tanto, para intentar rescatar a los judíos, y a nosotros, Jesús tiene que declarar una palabra durísima:  De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.  Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre.

     Es la cuestión crucial para los judíos, y para nosotros.  ¿Vamos a vivir en la esclavitud, o vamos a invocar a Jesús, quien vino para rescatarnos de nuestros pecados?  El perdón de nuestros pecados es la única fuente de liberación de la esclavitud.  Y este perdón está hallado solamente en la carne de Cristo mismo - esto es la historia que Jesús proclama.

     Los judíos estaban contando, y creyendo, una historia diferente - que ellos eran ya los hijos de Abraham - que su historia era la historia más antigua del mundo - que la libertad vino de su identidad como judíos, a través de la genealogía, por derecho de nacimiento y sangre humana. 

     Los judíos creían una historia falsa.  La salvación es la obra de Dios, es un don.  Por nuestra parte, por causa de nuestro pecado, no contribuimos nada.  Tristemente, creyendo una historia falsa, los judíos quedaban fuera de la casa del Padre.    

     Jesús, el Mesías prometido, también contaba la historia del mundo a través de Abraham - que el cumplimiento de las promesas hechas a Abraham fue Jesús mismo - que la salvación estaba abierta a todos, judíos y gentiles, que los hijos verdaderos de Abraham no fueron por sangre humana, sino más bien por compartir la fe de Abraham, su fe en la promesa del Cristo porvenir, quien ahora había llegado, en la persona de Jesús.

     Creer que Jesús es el Cristo te hace un hijo de Dios, y cualquier hijo o hija de Dios permanecerá en su casa para siempre.

     La historia de Jesús es difícil de entender y aceptar, por un lado, porque esta historia nos acusa de ser pecadores sin ningún mérito propio, y por el otro, porque la culminación de esta historia es la Cruz. 

     Pero para todos que continúan mirando y escuchando a Jesús, queda el descubrimiento que la Cruz, la que es el momento de lo peor agonía y sufrimiento, es también el momento en que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, revela su gloria, a través de revelar su amor, amor aun para sus enemigos, incluso hasta el sacrificio del Hijo eterno, para conseguir la libertad de todos.

     Nuestra libertad se produce en el punto más bajo de la humillación de Jesús – lo que para Dios es el momento de gloria.  Por ende, el evento de la cruz y la resurrección es el corazón de nuestra historia - la historia de la libertad.

     La libertad viene a través de la sangre, pero no cualquier sangre.  Solo viene a través de la sangre derramada en la madera de ese árbol, la sangre restaurada en la tumba vacía, la sangre de su cuerpo roto en la muerte y su sangre derramada para el perdón de nuestros pecados.  Como dice San Pablo -- "Porque todas las veces que comáis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que él venga."  Fijaos:  Proclamáis juntos, en el acto de comulgar en la Cena del Señor, que Dios en Cristo ha liberado al mundo de la esclavitud eterna.

     Las últimas palabras de Jesús a nosotros hoy son un lema de la Reforma:  "Por lo tanto, si el Hijo os hace libres, seréis verdaderamente libres." La libertad es la historia de la Reforma - la historia que los luteranos tienen para compartir con el mundo - la libertad a través de la carne y sangre de Jesucristo, la libertad que es un don sin precio para nosotros pecadores.  Esta bella historia de la salvación se cuenta aquí en esta iglesia.  Aquí es donde Dios habita con su libertad.

Hoy, Jesús tiene un mensaje para cada uno de vosotros –
          "He quitado de tus hombros la esclavitud de tus           
               pecados."         
"¡Te he hecho libre con el perdón de los pecados!"
          "Este pan es mi cuerpo,
               esta copa es el nuevo pacto en mi sangre"
          "Come, bebe y recibe la liberación de sus pecados"
          "Come y bebe -- eres libre."

¡Qué historia que contar - la historia de libertad para todos,
     en Jesucristo nuestro Señor! Amén

Monday, October 22, 2018

Familia, Hogar, Muerte, y Vida - Family, Home, Death, and Life


Sermón en Español primero, y luego Inglés - Sermon in Spanish first, then English

Vigésimo Primer Domingo después de la Trinidad, Veintiuno de Octubre, A+D 2018
Familia, Hogar, Muerte y Vida
Génesis 1:1 – 2:3, Efesios 6:10-17, Juan 4:46-54

     Todo para nosotros.  Es increíble pensar en todo lo que hizo el Señor en la Creación, y aún más impensable es que fuera hecho para bendecir a nosotros, que Dios nos hizo la corona de su universo, la única criatura hecha en su imagen.  Todo fue para nuestro beneficio. 

     Tal vez es un poco peligroso mencionarlo ahora, en este lado de la caída, cuando nuestro egoísmo es tan fuerte.  Es importante recordar que recibimos nuestro dominio sobre los animales y aves y toda la creación, no para abusarlos, más bien para cuidar a todo lo recibido.  Pero sí, es cierto que todo fue creado para nosotros hombres y mujeres, para que pudiéramos disfrutarlo. 

     Fíjate.  El Todopoderoso no quiere nada más que bendecirnos, y, sorpresa de sorpresas, somos su gran alegría.  El Padre quería crearnos para darnos a su Hijo, una bella novia, un pueblo santo.  El Hijo nos quería presentar a su Padre, un pueblo completo, grandísimo, santo y limpio, lleno de vida.  El Espíritu se regocijaba de moverse sobre la faz de todo, alabando al Padre y al Hijo, anunciando el gran amor de Dios, revelado en la creación, hecha para nosotros.

     Todo esto, enfocado en bendecir a la primera familia, nuestra familia, la cual fue planeada desde antes de los siglos.  Entonces, después de seis días de crear todo, Dios lo coronó con el primer hombre y mujer, y Dios vio que no solo era bueno, pero muy bueno, bueno en gran manera.

     Todo para la familia, para el hombre y la mujer, Adán y Eva, y sus hijos e hijas, la familia de seres humanos que también es la familia de Dios.  Por eso, hasta el día de hoy, aun con todos los problemas y tristezas de la vida humana, todavía tenemos un deseo visceral de volver a casa, al hogar, para estar con los padres, los abuelos, con nuestros hermanos y primos.   

     Por lo tanto, entendemos el dolor del oficial del rey, quién podía haber sido un pagano, pero quien, no sabemos exactamente como, había oído de Jesucristo y su poder sobre la muerte.  Entendemos su audacia, para arriesgar ser asociado con un sospechoso como este Nazareno, un rabino itinerante que fue causando mucha inquietud en la comarca.  Fue una audacia motivada por el amor, su amor a su hijo, y por el miedo, la amenaza de la muerte de su hijo. 

     Es posible destruir este sentimiento en un padre, hasta que llegue a odiar y dañar a su propio niño.  Pero, gracias a Dios, la gran mayoría de todos los padres y madres de cualquier cultura o religión entienden perfectamente la súplica del oficial a Jesús:  Señor, desciende antes que mi hijo muera. 

     Cada enfermedad, cada muerte nos podría dar tristeza.  Pero, cuando es tu hijo o hija, es completamente diferente.  De hecho, la muerte de un hijo es uno de los desafíos más duro para cualquier familia, frecuentemente más difícil de superar que la infidelidad.  Entendemos la gravedad de tal situación instintivamente; por ende, intentaremos cualquier cosa que nos ofrezca la esperanza de salvar a la vida de nuestro niño. 

     O así era, desde el principio, hasta hace pocos años.  Hoy en día, no estoy tan seguro.  En este siglo 21, veo que el poder de amor que había persistido en las familias humanas, aunque imperfectamente, está en declive.  El martes leí de un ejemplo muy fuerte de una familia rota, destrozada, y la incapacidad que tenemos como cultura para resistir la avanza de la muerte.  Hace ocho días, una pareja francesa, visitantes a Sevilla, un chico y su novia de veinte y veinticuatro años, decidieron que la familia y la vida y el amor no valen los desafíos de esta vida.  No sé porque, pero vinieron a Sevilla y se suicidaron juntos.

     Además, lo que es, para mí, casi peor que la tragedia de un doble suicidio fue el tono del artículo en El Mundo sobre su muerte.  El titular del artículo fue: “La muerte dulce de John y Hani: un suicidio planificado para un 'viaje' sin sufrimiento.”

     ¡No!  No fue una muerte dulce.  Fue dos muertes feas, dos muertes trágicas e innecesarias.  Son dos criaturas de Dios perdidas a sus familias.  John y Hani, como todos nosotros, eran contaminados con pecado y destinados de luchar contra problemas en esta vida, pero todavía, fueron dos personas más de la única raza creada en la imagen de Dios. 

    Además, eran novios, una pareja guapa, que, con la ayuda de Dios, pudiera haber tenido hijos.  Ahora no.  Y la condición de nuestra cultura es bien revelada en el hecho de que la periodista que describió su muerte la trató como un romance, como una historia bella y noble, exaltando esta tragedia como si fuera una idea excelente, incluso dando los detalles de su método, por si acaso algunos de sus lectores querrían emular a John y Hani.  ¿Cómo hemos llegado al punto en que no es obvio que un periódico debería tratar a un suicidio como algo malo, un negativo profundo?  Señor ten piedad de nosotros.

     Así es el mundo.  Me parece que sea peor hoy que ayer, pero no es tan diferente de siempre.  Por ejemplo, es contra exactamente este tipo de discurso, que oculta la muerte debajo de palabras dulces y suaves, que San Pablo nos exhorta:  Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.

     Hay que ponerse la armadura de Dios, por ejemplo, el cinturón de la Verdad, que la muerte es el enemigo, no un amigo.  Hay que tomar el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno, y tomar el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.

     Hemos que hacerlo, para cuidar a nosotros mismos, viviendo en esta cultura de la muerte.  Además, hemos que hacerlo para las parejas e individuos como los franceses fallecidos en Sevilla.  Nuestra cultura está abandonando a la familia, el amor matrimonial, la realidad biológica, y sobre todo el gozo de tener niños.  En vez de regocijarse en estos dones, la cultura está más y más abrazando la muerte.  ¿Si no tomamos la armadura de Dios, quien vaya a resistir a la marea del tiempo de hoy, la cual amenaza a nosotros y nuestros hijos, y que está llevando nuestros vecinos dentro del mar diabólico, donde no hay tierra seca para estar firmes, y sobrevivir?   

     Tenemos que luchar.  Pero al final, no debemos engañarnos a nosotros mismos.  Nosotros no tenemos la fuerza de resistir al poder del príncipe del aire, es decir, no podemos vencer al pecado, la muerte y el diablo, porque tenemos dentro de nuestro propio ser la duda y el deseo perverso de acoger a la muerte.  La atracción de la muerte y el deseo de rendirnos a los malos huestes espirituales están todavía presentes en nosotros.  La lógica diabólica es poderosa.  Nuestros dolores son fuertes.  Nuestra confianza es débil. Si la lucha depende de nosotros, no vaya a salir bien. 

     Si tan solo tuviéramos una respuesta poderosa, un adalid para luchar para nosotros. 

     Por supuesto, lo tenemos.  Lo tenemos en el contenido de la fe, de la cual San Pablo nos exhorta.  Ponerse la armadura de Dios no es nada más ni nada menos que vestirse con Cristo, otra imposibilidad para nosotros, pero ya hecho para ti por Dios en vuestro bautismo.  Cristo, el Hijo de Dios, y nuestro gran hermano, ha luchado y sigue luchando para nosotros.  En Él, el pecado, la muerte y el diablo ya son derrotados, y nuestra familia es seguro.

     Es sumamente importante que entendamos la obra de Dios en la creación, porque es necesario para que entendamos y confiemos en su obra de salvación, revelada y consumada en Cristo Jesús.  Pero nuestra fe no es meramente una revisión de la creación y nuestra obligación de vivir como Dios quiere, utilizando su Palabra y sus principios en nuestra vida.  Todo eso está bien, fruto de la fe que esperamos ver.  Pero nunca ha sido y nunca será la salvación enseñada y ofrecida por la fe cristiana. 

     No, sino más bien la fe cristiana es la buena noticia sobre la fidelidad de Dios, la fidelidad de Jesucristo, quien, para rescatar a su familia, destrozada por el pecado, se vistió su divinidad en la debilidad de nuestra carne, uniéndose a sí mismo con nuestra raza eternamente, para traer vida de la muerte, venciendo al Diablo a través de sufrir su mayor ataque en la Cruz.

     Hay una gran ironía en nuestra lectura de San Juan:  El hijo iba a morir.  Fue necesario que el hijo muriera.  En su misericordia, y para fortalecer la fe del oficial y todos los que observaron el milagro, Jesús rescató a su hijo de la muerte, por ahora.  Pero la fe cristiana, y el rescate final de todos nosotros, dependían de la muerte del Hijo.  Es decir, la muerte de Jesús, Hijo de María e Hijo de Dios, es la muerte que ha tragado la muerte; es el sufrimiento que ha borrado todos nuestros pecados.  Verdaderamente, todos los pecados de todos los hijos de Adán ya son pagados, en Cristo Jesús. 

     Luego, en la resurrección, vemos que la familia de Adán y Eva, la familia de Dios, ya está sanada y restaurada en Jesús.  La bendición original, y mucha más bendición, ya tenemos, a través de la fe en Cristo.  Y un día pronto, las tendremos en persona, cuando volvemos a casa, al hogar de nuestro Padre celestial, para recibir una eternidad de bendición, con toda la familia.

     Por ahora, nos reunimos aquí, con nuestra parte de la familia, alrededor de la mesa del Señor, nuestro Padre.  Aquí el Hijo nos alimenta, con su Palabra, y su santísimo cuerpo y su santísima sangre, para que confiemos en su promesa, que ya somos hijos e hijas de Dios.

En el Nombre…

Twenty-first Sunday after the Trinity, Twenty-first of October, A + D 2018
Family, Home, Death and Life
Genesis 1:1 – 2:3, Ephesians 6:10-17, John 4:46-54
     Everything for us. It is incredible to think of everything the Lord did in Creation, and even more unthinkable that it was done to bless us, that God made us the crown of his universe, the only creature made in his image. Everything was for our benefit. 

     Maybe it's a bit dangerous to mention it now, on this side of the fall, when our selfishness is so strong. It is important to remember that we receive our dominion over animals and birds and all creation, not to abuse, rather to take care of everything received. But yes, it is true that it was created for us men and women, so that we could enjoy it. 

The Almighty wants nothing more than to bless us, and surprise of surprises, we are his great joy. The Father wanted to create us to present us to the Son, a holy people, a beautiful bride. The Son wanted to present her to his Father, a complete, great people, holy and clean, full of life. The Spirit rejoiced to hover over the face of everything, praising the Father and the Son, announcing the great love of God, revealed in creation. 

     And all this, focused on blessing the first family, our family, which was planned since before time. After six days of creating everything, God crowned it with the first man and woman, and God saw that not only was it good, it was very good.

     Everything for the family, for man and woman, Adam and Eve, and their sons and daughters, the family of human beings that is also the family of God. Therefore, down to today, even with all the problems and sorrows of human life, we still have a visceral desire to return home, to be with parents, grandparents, brothers and cousins.

     And that's why we understand the pain of the king's officer, who should have been a pagan, but who, we do not know exactly how, had heard of Jesus Christ and his power over death. We understand his audacity, to risk being associated with a suspect person like this Nazarene, an itinerant rabbi who was causing great concern in the region. It was an audaciousness motivated by love, his love for his son, and by fear, the threat of his son's death. 

     It is possible to destroy this feeling in a father or mother, even so far as comes to hate and harm his own child. But, thank God, the vast majority of all fathers and mothers of any culture or religion perfectly understand his plea to Jesus: Lord, come down before my son dies. 

     Every disease, every death gives us sadness, but, when it's your son or daughter, it's completely different. In fact, the death of a child is one of the hardest challenges for any family, often more difficult to overcome than infidelity. We understand the seriousness of such a situation instinctively, and therefore, we will try anything that offers us the hope of saving our child.

     Or so it was, since the beginning, until a few years ago. Today, I'm not so sure. In this 21st century, I see that the power of love that had persisted in human families, even though imperfectly, is in decline. On Tuesday I read of a very strong example of a broken family, devastated, and our inability as a culture to resist the advance of death. Eight days ago, a French couple, visiting Seville, a young man and young woman of twenty and twenty-four years, decided that family and life and love are not worth the challenges of this life. I do not know why, but they came to Seville and they committed suicide together. 

     Even more, what for me is almost worse than the tragedy of the double suicide was the tone of the article in El Mundo about their death:  The headline of the article was: "The sweet death of John and Hani: a planned suicide for a 'journey' without suffering."

     No! It was not a sweet death. It was two ugly deaths, two tragic and unnecessary deaths. They are two creatures of God lost to their families. John and Hani, like all of us, were contaminated with sin and destined to fight against problems in this life, but still, they were two more people of the only race created in the image of God. 

     In addition, they were lovers, a beautiful couple, who, with the help of God, could have had children. Not now. And the condition of our culture is well revealed in the fact that the journalist who described their death treated it as a romance, as a beautiful and noble story, extolling this tragedy as if it were an excellent idea, even giving the details of their method in minute detail, in case some of her readers would like to emulate John and Hani. How have we reached the point where it is not obvious that a newspaper should treat a suicide as something bad, as profoundly negative? Lord have mercy upon us.

     So is the world. I think it's worse today than yesterday, but it's not so different from always. For example, it is against exactly this type of discourse, which hides death under sweet and gentle words, which St. Paul exhorts us: Put on the full armor of God, so that you can stand firm against the devil's wiles.

     You must put on the armor of God, for example, the belt of Truth, that death is the enemy, not a friend. We must take the shield of faith, with which you can extinguish all the fiery darts of the evil one, and take the helmet of salvation, and the sword of the Spirit, which is the word of God. 

     We must do it, to take care of ourselves, living in this culture of death.  What is more, we must do it for couples and individuals like the young French couple who died in Seville. Our culture is abandoning family, marital love, biological reality, and above all the joy of having children.  Instead of rejoicing in these gifts, the culture is more and more embracing death. If we do not take the armor of God, who will resist the tide of the time today, which threatens us and our children, and that is carrying our neighbors into the diabolic sea, where there is no dry land to stand and survive?

     We must fight, but in the end, we must not fool ourselves. We do not have the strength to resist the power of the prince of the air, that is, we cannot overcome sin, death and the devil, because we have the doubt and the perverse desire to accept death within our own being. The attraction to death and the desire to surrender to the evil spiritual forces are still present in us. The diabolic logic is powerful, our pains are strong, our confidence is weak. If the fight depends on us, it will not go well. 

     If only we had a powerful response, a champion to fight for us.

     Of course we have one.  We have Him in the content of the faith, of which Saint Paul exhorts us. Putting on the armor of God is nothing more or nothing less than putting on Christ, another impossibility for us, but already done for you by God in your baptism. Christ, the Son of God, and our great Brother, has fought and is fighting for us.  In Him, sin, death and the devil are already defeated, and our family is safe. 

     It is extremely important that we understand God's work in creation, because it is necessary so that we understand and trust in his work of salvation, revealed and accomplished in Christ Jesus. But our faith is not merely a revision of creation and our obligation to live as God wants, using his Word and principles in our lives. All that is fine, fruit of faith that we hope to see. But it has never been and never will be the salvation taught and offered by the Christian faith. 

     No, but rather the Christian faith is the good news about the faithfulness of God, the faithfulness of Jesus Christ, who, in order to rescue his family, torn apart by sin, dressed his divinity in the weakness of our flesh, joining himself with our race eternally, to bring life from death, defeating the Devil by suffering his greatest attack on the Cross.

     It is the great irony of our reading of Saint John: The son was going to die. It was necessary that the son die.  In his mercy, and to strengthen the faith of the officer and all those who observed the miracle, Jesus rescued his son from death, for now. But the Christian faith, and the final rescue of all of us, depended on the death of the Son, the death of Jesus, Son of Mary and Son of God, the death that has swallowed death, the suffering that has erased all our sins, truly, all the sins of all the sons of Adam are already paid, in Christ Jesus. 

     Then, in the resurrection, we see that the family of Adam and Eve, the family of God, is already healed and restored in Jesus.  The original blessing and many more blessings we already have, through faith, and one day soon, we will have them in person, when we return home, to the house of our heavenly Father, to receive an eternity of blessing, with all the family.

     For now, we get together here, with our part of the family, around the table of the Lord, our Father.  Here the Son feeds us with his most holy body and blood, so that we trust in the promise that we are sons and daughters of God. 

In the name…


Sunday, October 7, 2018

Prioridades - San Mateo 9:1-8


Decimonoveno Domingo después de Trinidad
Prioridades – San Mateo 9:1-8

     ¡Qué alegría!  ¡Qué emoción!  Sola una vez me encantaría ver tal milagro como lo que hizo Jesucristo en nuestro evangelio de hoy.  Qué excelente sería ser testigo de una sanación física espectacular como recibió el paralítico: un momento débil, agotado, sin poder de salir de la cama, el siguiente, sano y fuerte, saliendo de la casa, su camilla bajo su brazo, regocijándose en su nueva vida.  Sin duda alguna, estar presente para ver esto sería fantástico. 

     Al mismo tiempo, hay que pensar con una perspectiva más larga.  Por ejemplo, ¿qué pasó al paralítico en los siguientes años de su vida, después de su curación milagrosa por Jesús?  ¿Cómo fue su ánimo cuando, tal vez dentro de poco, o después de muchos años, otros enfermedades y dolencias empezaran a molestarlo?  Seguramente algunos problemas de salud vinieron a él, porque, con la misma certeza de que la noche sigue el día, la salud humana declive, poco a poco, o de repente.  ¿Me pregunto si fuera más difícil aceptarlo para este paralítico, quien una vez fue sanado milagrosamente?

      Así encontramos la gran ironía en nuestro texto de hoy:  La lección que Cristo Jesús nos ofrece, mientras Él realiza una sanación tremenda, es que nuestra salud terrenal no es la cosa más importante.  Aunque la sanación llamó la mayoría de la atención en aquel entonces, y es el milagro que sigue captando a nosotros hoy, desde la perspectiva del Señor Jesús, la sanación es meramente la prueba de la noticia mucho más importante: que el Hijo del Hombre, es decir, este hombre Jesús de Nazaret, tiene la autoridad divina para perdonar pecados en la tierra. 

     Es un refrán común decir: “Hay que cuidar la salud. Es lo más importante.”  Normalmente, yo vivo como si esto fuera verdad; creo que todos nosotros lo hagamos.  El estado de mi cuerpo, el nivel de mi colesterol, y el riesgo de cáncer de piel que tengo como herencia tienen un efecto en cada día de mi vida.  Pero me fue recordado de cuán importante es la salud en mi mente y en mi corazón el mes pasado, durante la visita de nuestra nieta.

     Cuidando a ella, mientras mi hijo Jeremy y la nuera Teresa hacían el turismo, con Shelee y en algunos momentos, cuidando a Heather yo solo, me recordó de la preocupación intensa que la responsabilidad de cuidar a un bebé implica. 
     Hay que dejar la niña intentar caminar, pero no quieres que se caiga con demasiada fuerza.  Hay que dejarla aprender como comer comidas nuevas, como picos, que a ella le encantó, pero sin que ella se atragante.  La salud y la seguridad de mi nieta me llenó de ansiedad, en la misma manera que cuidar a mis hijos me hizo sentir en los años noventa.       

     La salud es muy importante, y debe ser, porque es importante a Dios.  En el principio, el plan era que viviríamos eternamente con salud perfecta, y todavía el plan sigue igual, solo ahora con desafíos importantes.  No hay nada mal en preocuparse por la salud y seguridad de nuestros queridos, ni desear mantener mi propia salud para que pueda continuar disfrutándome de ellos.  Pero, sabemos que es posible tener demasiado preocupación por la salud y la seguridad, la nuestra y la de otros, porque es imposible crecer y vivir una vida alegre sin riesgos y problemas.  Hay que dejar que la nieta se cae, y hay que gestionar el declive de mi salud, especialmente en la tercera edad.  Pero, aun aceptando la importancia de mantener una actitud realista sobre la salud, sin embargo, Jesús nos apunta a algo mucho más importante.       
  
     En un sentido, Jesús fue un médico famoso, porque produjo milagros asombrosos de curación, dando nueva fuerza a piernas inútiles, vista a ojos ciegos, y salud a piel leprosa.  Hizo resurrecciones, volviendo a muertos a sus familias.  Muchas veces sus palabras vinculadas con estos milagros nos sorprenden:   Con frecuencia ordenó que sus pacientes mantengan sus curaciones secretas.  También usó las curaciones para enfadar a sus enemigos.

     Pero su conducta con el paciente de hoy es muy extraña.  Entendemos desde San Lucas y San Marcos que Jesús estaba en casa, enseñando la palabra, y que la casa estaba sobrellenada de gente, forzando a los amigos subir en el techo y hacer una abertura para bajar a su amigo paralítico ante Jesús.  Una vez que el paralítico esperanzado estaba en la presencia de Jesús, todo el mundo esperaba una curación.

     Pero el Hijo del hombre, no teniendo en cuenta las expectativas de otros, tiene otras prioridades.  Le ofrece una absolución al paralítico.  Escuchad de nuevo:  Y sucedió que le trajeron un paralítico, tendido sobre una cama; y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados.  

     Me pregunto de que fuera la reacción del paralítico.  Ningún de los evangelistas nos la dice.  Pero vemos la reacción de los escribas, los líderes religiosos que siempre seguían a Jesús, porque querían evaluar toda su enseñanza, con la esperanza de descubrir un error grave, para desacreditarlo.  Y lo hallaron, o así pensaban, en su absolución del paralítico.  Los escribas decían dentro de sí: Éste blasfema.  ¡Nadie puede perdonar pecados, excepto solo Dios mismo!

     De esto podemos ver que el propósito de Jesús en curar al paralítico fue establecer su autoridad, la autoridad de Dios, ahora hecho hombre, la autoridad para hacer cualquier cosa que Él quiere, incluso perdonar pecados.     

     Cuando empezamos de pensar en los problemas de vida, enfermedades, pobreza, delincuencia, depresión, adicciones, fracaso de convivencia, sean lo que sean los problemas, en relación con el pecado, solemos poner el carro antes del caballo en nuestro juicio de causa y efecto.  Es natural pensar que los problemas nos dirigen a pecar.  Por ejemplo, soy pobre y tengo hambre, por lo tanto, soy ladrón.  O, porque tengo grandes tristezas en mí vida, estoy enojado con Dios. 

O, tengo mucho dolor físico o emocional, por lo tanto, yo abuso del alcohol, o de la medicina o las drogas ilícitas.  Solemos pensar que los problemas son la causa de nuestros pecados.  Y es verdad que puede haber un círculo de causa y efecto: un pecado causa un problema que invita a otro pecado, que nos trae otro problema, etcétera.

     No obstante, y esto es imprescindible para entender la salvación de Dios, en el fondo, los problemas de la vida son síntomas, no causas, del pecado.  Fue debido al pecado que la enfermedad, el odio, el hambre, la pobreza o la soledad entraron en el mundo. 

      Por ende, aunque Jesús tiene misericordia perfecta por la debilidad del paralítico, su prioridad no es la sanación temporal, para darle buena salud para un determinado tiempo.  Más bien, la prioridad de Jesús es darle el perdón de sus pecados, para que pueda tener paz con Dios, y, en el reino que viene, salud perfecta, en cuerpo y alma, para siempre.  Para conseguir esta prioridad, tienes que tener el perdón, porque esto es la única solución a nuestro problema primero y principal.     

     El mundo no quiere oír de pecado hoy.  Muchos dicen que es una invención de la Iglesia Cristiana para controlar a la gente.  De hecho, es considerado maleducado hablar de pecado, incluso en muchas iglesias.  Pero, siempre hay personas con la voluntad de hablar de pecado, ellos, como nuestro paralítico, que luchan contra problemas serios, enfermedades graves, los que luchan contra la muerte.  Y para ministrar a tales personas, no conozco una lectura del evangelio mejor que esta historia, que nos explica las prioridades correctamente, y que nos muestra nuestro médico divino, él que nos cura a través del perdón.

     Hay mucho para considerar en la pregunta de Jesús: ¿Qué es más fácil, sanar, o perdonar pecados?  Parece muy fácil decir, “Ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados.”  Pero es cierto que perdonar es mucho más difícil.  El Hijo del Dios podía sanar un paralítico sin esfuerzo.  Pero, para que su Palabra de perdón al paralítico tuviera eficaz, Jesús tendría que hacer algo mucho más difícil.  Para que el perdón de los pecados sea un hecho, en la tierra y en los cielos, Jesús tendría que ir a la Cruz, para sufrir lo peor que el mal de los hombres pudiera infligir, además, tendría que aceptar toda la ira de Dios, de su propio Padre, contra todos nuestros pecados.

     Por ende, Jesús usó la curación del paralítico para demostrar su identidad, y su autoridad, Dios hecho hombre, venido a la tierra para ganar el perdón de pecados para todos. 

     Sí, perdonar pecados es mucho más difícil que sanar enfermedades.  Pero con Jesús, tenemos los dos, curación y perdón.  Ahora, tenemos pleno perdón, una fuente de perdón inagotable, llena de la sangre sanadora de Cristo, siempre disponible a todos los pecadores que buscan a Jesús en arrepentimiento y fe.  También, porque Dios es bondadoso, recibimos muchas curaciones durante nuestra vida terrenal.  No todas, pero muchas.  Además, la curación eterna y perfecta nos espera, en el Reino de Dios que viene.  

     El paralítico sanado por Jesús se volvió a estar enfermo de nuevo más tarde.  Pero, por la fe en el perdón de sus pecados, proclamado de la misma boca de Dios, y cumplido en la Cruz, este ex-paralítico recibió el mayor don, el mismo don que Dios nos ofrece aquí, hoy, el perdón de nuestros pecados, y la promesa fiable de la salud eterna,

En el nombre de Jesús, Amén.