Sunday, October 7, 2018

Prioridades - San Mateo 9:1-8


Decimonoveno Domingo después de Trinidad
Prioridades – San Mateo 9:1-8

     ¡Qué alegría!  ¡Qué emoción!  Sola una vez me encantaría ver tal milagro como lo que hizo Jesucristo en nuestro evangelio de hoy.  Qué excelente sería ser testigo de una sanación física espectacular como recibió el paralítico: un momento débil, agotado, sin poder de salir de la cama, el siguiente, sano y fuerte, saliendo de la casa, su camilla bajo su brazo, regocijándose en su nueva vida.  Sin duda alguna, estar presente para ver esto sería fantástico. 

     Al mismo tiempo, hay que pensar con una perspectiva más larga.  Por ejemplo, ¿qué pasó al paralítico en los siguientes años de su vida, después de su curación milagrosa por Jesús?  ¿Cómo fue su ánimo cuando, tal vez dentro de poco, o después de muchos años, otros enfermedades y dolencias empezaran a molestarlo?  Seguramente algunos problemas de salud vinieron a él, porque, con la misma certeza de que la noche sigue el día, la salud humana declive, poco a poco, o de repente.  ¿Me pregunto si fuera más difícil aceptarlo para este paralítico, quien una vez fue sanado milagrosamente?

      Así encontramos la gran ironía en nuestro texto de hoy:  La lección que Cristo Jesús nos ofrece, mientras Él realiza una sanación tremenda, es que nuestra salud terrenal no es la cosa más importante.  Aunque la sanación llamó la mayoría de la atención en aquel entonces, y es el milagro que sigue captando a nosotros hoy, desde la perspectiva del Señor Jesús, la sanación es meramente la prueba de la noticia mucho más importante: que el Hijo del Hombre, es decir, este hombre Jesús de Nazaret, tiene la autoridad divina para perdonar pecados en la tierra. 

     Es un refrán común decir: “Hay que cuidar la salud. Es lo más importante.”  Normalmente, yo vivo como si esto fuera verdad; creo que todos nosotros lo hagamos.  El estado de mi cuerpo, el nivel de mi colesterol, y el riesgo de cáncer de piel que tengo como herencia tienen un efecto en cada día de mi vida.  Pero me fue recordado de cuán importante es la salud en mi mente y en mi corazón el mes pasado, durante la visita de nuestra nieta.

     Cuidando a ella, mientras mi hijo Jeremy y la nuera Teresa hacían el turismo, con Shelee y en algunos momentos, cuidando a Heather yo solo, me recordó de la preocupación intensa que la responsabilidad de cuidar a un bebé implica. 
     Hay que dejar la niña intentar caminar, pero no quieres que se caiga con demasiada fuerza.  Hay que dejarla aprender como comer comidas nuevas, como picos, que a ella le encantó, pero sin que ella se atragante.  La salud y la seguridad de mi nieta me llenó de ansiedad, en la misma manera que cuidar a mis hijos me hizo sentir en los años noventa.       

     La salud es muy importante, y debe ser, porque es importante a Dios.  En el principio, el plan era que viviríamos eternamente con salud perfecta, y todavía el plan sigue igual, solo ahora con desafíos importantes.  No hay nada mal en preocuparse por la salud y seguridad de nuestros queridos, ni desear mantener mi propia salud para que pueda continuar disfrutándome de ellos.  Pero, sabemos que es posible tener demasiado preocupación por la salud y la seguridad, la nuestra y la de otros, porque es imposible crecer y vivir una vida alegre sin riesgos y problemas.  Hay que dejar que la nieta se cae, y hay que gestionar el declive de mi salud, especialmente en la tercera edad.  Pero, aun aceptando la importancia de mantener una actitud realista sobre la salud, sin embargo, Jesús nos apunta a algo mucho más importante.       
  
     En un sentido, Jesús fue un médico famoso, porque produjo milagros asombrosos de curación, dando nueva fuerza a piernas inútiles, vista a ojos ciegos, y salud a piel leprosa.  Hizo resurrecciones, volviendo a muertos a sus familias.  Muchas veces sus palabras vinculadas con estos milagros nos sorprenden:   Con frecuencia ordenó que sus pacientes mantengan sus curaciones secretas.  También usó las curaciones para enfadar a sus enemigos.

     Pero su conducta con el paciente de hoy es muy extraña.  Entendemos desde San Lucas y San Marcos que Jesús estaba en casa, enseñando la palabra, y que la casa estaba sobrellenada de gente, forzando a los amigos subir en el techo y hacer una abertura para bajar a su amigo paralítico ante Jesús.  Una vez que el paralítico esperanzado estaba en la presencia de Jesús, todo el mundo esperaba una curación.

     Pero el Hijo del hombre, no teniendo en cuenta las expectativas de otros, tiene otras prioridades.  Le ofrece una absolución al paralítico.  Escuchad de nuevo:  Y sucedió que le trajeron un paralítico, tendido sobre una cama; y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados.  

     Me pregunto de que fuera la reacción del paralítico.  Ningún de los evangelistas nos la dice.  Pero vemos la reacción de los escribas, los líderes religiosos que siempre seguían a Jesús, porque querían evaluar toda su enseñanza, con la esperanza de descubrir un error grave, para desacreditarlo.  Y lo hallaron, o así pensaban, en su absolución del paralítico.  Los escribas decían dentro de sí: Éste blasfema.  ¡Nadie puede perdonar pecados, excepto solo Dios mismo!

     De esto podemos ver que el propósito de Jesús en curar al paralítico fue establecer su autoridad, la autoridad de Dios, ahora hecho hombre, la autoridad para hacer cualquier cosa que Él quiere, incluso perdonar pecados.     

     Cuando empezamos de pensar en los problemas de vida, enfermedades, pobreza, delincuencia, depresión, adicciones, fracaso de convivencia, sean lo que sean los problemas, en relación con el pecado, solemos poner el carro antes del caballo en nuestro juicio de causa y efecto.  Es natural pensar que los problemas nos dirigen a pecar.  Por ejemplo, soy pobre y tengo hambre, por lo tanto, soy ladrón.  O, porque tengo grandes tristezas en mí vida, estoy enojado con Dios. 

O, tengo mucho dolor físico o emocional, por lo tanto, yo abuso del alcohol, o de la medicina o las drogas ilícitas.  Solemos pensar que los problemas son la causa de nuestros pecados.  Y es verdad que puede haber un círculo de causa y efecto: un pecado causa un problema que invita a otro pecado, que nos trae otro problema, etcétera.

     No obstante, y esto es imprescindible para entender la salvación de Dios, en el fondo, los problemas de la vida son síntomas, no causas, del pecado.  Fue debido al pecado que la enfermedad, el odio, el hambre, la pobreza o la soledad entraron en el mundo. 

      Por ende, aunque Jesús tiene misericordia perfecta por la debilidad del paralítico, su prioridad no es la sanación temporal, para darle buena salud para un determinado tiempo.  Más bien, la prioridad de Jesús es darle el perdón de sus pecados, para que pueda tener paz con Dios, y, en el reino que viene, salud perfecta, en cuerpo y alma, para siempre.  Para conseguir esta prioridad, tienes que tener el perdón, porque esto es la única solución a nuestro problema primero y principal.     

     El mundo no quiere oír de pecado hoy.  Muchos dicen que es una invención de la Iglesia Cristiana para controlar a la gente.  De hecho, es considerado maleducado hablar de pecado, incluso en muchas iglesias.  Pero, siempre hay personas con la voluntad de hablar de pecado, ellos, como nuestro paralítico, que luchan contra problemas serios, enfermedades graves, los que luchan contra la muerte.  Y para ministrar a tales personas, no conozco una lectura del evangelio mejor que esta historia, que nos explica las prioridades correctamente, y que nos muestra nuestro médico divino, él que nos cura a través del perdón.

     Hay mucho para considerar en la pregunta de Jesús: ¿Qué es más fácil, sanar, o perdonar pecados?  Parece muy fácil decir, “Ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados.”  Pero es cierto que perdonar es mucho más difícil.  El Hijo del Dios podía sanar un paralítico sin esfuerzo.  Pero, para que su Palabra de perdón al paralítico tuviera eficaz, Jesús tendría que hacer algo mucho más difícil.  Para que el perdón de los pecados sea un hecho, en la tierra y en los cielos, Jesús tendría que ir a la Cruz, para sufrir lo peor que el mal de los hombres pudiera infligir, además, tendría que aceptar toda la ira de Dios, de su propio Padre, contra todos nuestros pecados.

     Por ende, Jesús usó la curación del paralítico para demostrar su identidad, y su autoridad, Dios hecho hombre, venido a la tierra para ganar el perdón de pecados para todos. 

     Sí, perdonar pecados es mucho más difícil que sanar enfermedades.  Pero con Jesús, tenemos los dos, curación y perdón.  Ahora, tenemos pleno perdón, una fuente de perdón inagotable, llena de la sangre sanadora de Cristo, siempre disponible a todos los pecadores que buscan a Jesús en arrepentimiento y fe.  También, porque Dios es bondadoso, recibimos muchas curaciones durante nuestra vida terrenal.  No todas, pero muchas.  Además, la curación eterna y perfecta nos espera, en el Reino de Dios que viene.  

     El paralítico sanado por Jesús se volvió a estar enfermo de nuevo más tarde.  Pero, por la fe en el perdón de sus pecados, proclamado de la misma boca de Dios, y cumplido en la Cruz, este ex-paralítico recibió el mayor don, el mismo don que Dios nos ofrece aquí, hoy, el perdón de nuestros pecados, y la promesa fiable de la salud eterna,

En el nombre de Jesús, Amén.   


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