Monday, July 10, 2017

La Piedad Que Es Dios

Cuarto Domingo después de Trinidad, 9 de julio, A+D 2017
La Piedad que es Dios

   Cuando empecé de estudiar nuestros textos de hoy, el Gradual de la semana pasada, de Primer Timoteo 3:16, empezó de sonar en mis oídos:  E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: El fue manifestado en la carne, vindicado en el Espíritu, contemplado por ángeles, proclamado entre las naciones, creído en el mundo, recibido arriba en gloria.

    Es un texto que claramente habla de Jesucristo y su misión salvadora.  Pero a mí, con inglés como primera lengua, suena extraño, por causa de la palabra “piedad.”  El mismo versículo en inglés dice “grande es el misterio de “godliness,” es decir, la característica de ser como Dios.  En inglés Dios es “God,”, como es  “like”, y el sufijo “ness,” en inglés es como el sufijo “dad” en castellano.  Entonces, “God-like-ness,” o “godliness.” 

    Tenemos otra palabra en inglés que es igual a “piedad”, pero es poco en uso hoy.  Esta palabra es “piety.” “Piedad” y “piety” son derivadas de la misma raíz latina.  También en inglés tenemos “pity” que significa misericordia o compasión.  Pero para la palabra en griego que estamos traduciendo, normalmente en inglés usamos la palabra “godliness” que indica una persona o una acción que es apropiada a Dios mismo.  Algo que es “como Dios, propio de su naturaleza.”  En castellano, en la Reina Valera y también en la Biblia de las Américas, la misma palabra griega es siempre traducida con “piedad.”

     Entonces, ser como Dios, o llevar una característica de Dios, es uno de los significados de “piedad.”  Pero no creo que sea el significado que venga a mente primero.  No, cuando oímos “piedad” creo que pensemos en misericordia o clemencia o compasión.  Y es correcto hacerlo.  Pero también es correcto pensar en las características de Dios, que también, en nuestros mejores momentos, por la obra del Espíritu en nosotros, sean reflejadas en sus fieles, en su pueblo.  Entonces San Pablo habla mucha de la importancia de que los cristianos viven en piedad, con que el Apóstol quiere decir vivir en un modo apropiado a un hijo o una hija de Dios.  

     Todo esto vino a mente para mí, porque este doble sentido de la palabra “piedad” nos da la interpretación fundamental de nuestras lecturas hoy.  

     En su Palabra de hoy, Dios no está dándonos otra ley, más mandatmientos para obedecer.  Más bien, la Palabra simplemente nos invita ser quien somos: hijos de Dios, miembros de su Pueblo, su Iglesia.  

Entonces, Jesús nos dice:     Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.

Y San Pablo nos instruye: 
Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis… No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.  Esta instrucción viene del hecho que Dios ha vencido el mal con el bien, en Jesús.

Finalmente, en la lectura del Antiguo Testamento, José responde a la idea que, después de la muerte de su padre Jacob, él iba a incumplir el perdón que antes había anunciado a sus hermanos.  José los explica que su voluntad es sometida a la voluntad de Dios:  Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo. 

   Considerando todo esto, sí, es indiscutible, el misterio de la piedad es grande.   Parece que, en cualquier situación, el cristiano debería perdonar, hacer bien, bendecir, no importa la circunstancia.  Señor, ten piedad de nosotros. 

   Pero, mas que todo, hoy el Espíritu de Jesús nos está enseñando sobre el carácter de Dios, que es ser misericordioso, bondadoso, llena de piedad.  Entonces, es bueno que el castellano lleva un doble sentido para la palabra “piedad.”  Porque necesitamos recordar esta verdad sobre Dios.  Es imprescindible que sabemos en el corazón que Dios es misericordioso, lleno de piedad.  Este entendimiento es más o menos equivalente con creer, con tener fe en Jesucristo, lo que es la clave de todo, porque la obra de Dios es creer en el que Él ha enviado. 

     Considerando todo esto, para mí es muy consolante, más que nunca, recitar el Kyrie.  Decir “Señor ten piedad, Señor, ten compasión y misericordia, de nosotros,” es nada más que pedir que Dios sea como es.  De verdad, Él no puede hacer otra cosa.  Porque Dios es piadoso, misericordioso, en su esencia.  ¿Que mejor noticia pudiéramos oír?  El misterio de la piedad es grande.     

     Ahora alguien va a preguntarme:  Muy bien, esta idea es muy dulce, muy atractivo.  Pero también hay una palabra muy dura y temerosa en nuestras lecturas:  Dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.

     Alguien tiene razón.  Y no requiere mucha esfuerza encontrar otros versículos de la misma Biblia que nos parece describir un Dios que no sea tan lleno de bondad y piedad.  Incluso esta palabra fuerte de Jesús hoy, “hipócritas.” Nos recuerda de otros instantes en que el Señor la dijo, junto con amenazas de fuego e infierno eterno para todos los hipócritas.  Hay muchas palabras de piedad y compasión en la Biblia.  No obstante, hay también muchas palabras amenazadoras.  ¿Como podemos resolver la diferencia entre el Dios de piedad y el Dios de venganza?

     Nosotros no podemos resolver esta diferencia.  Por un lado, es imposible resolverla, porque no hay una diferencia.  Los dos, la piedad y la justicia, la misericordia y la venganza, ambos son de la esencia de Dios, son facetas diferentes del mismo diamante de la voluntad de Dios. 

     Pero, porque somos desde nuestro inicio pecadores, no podemos oír correctamente la voluntad de Dios, que es que amemos a Él con todo nuestro corazón, mente, y fuerza, y que amemos al prójimo como a nosotros mismos.  En esto, pecadores como tú y yo oímos requisitos imposibles.  Tememos amar al prójimo, porque sospechamos que el prójimo va a herirnos, hurtar algo de nosotros, hablar mal de nosotros, o defraudarnos en algo.  

     También pensamos lo mismo a cerca de Dios.  No queremos amar a Dios, porque sospechamos que Él está guardando algo de nosotros, que su promesa de bendecirnos en el mejor modo posible es, en algún modo, una mentira.  Rechazamos el amor de Dios, porque no tenemos fe que sea verdad. 

     Pero, el rechazo del amor de Dios es la elección de su venganza.  Porque finalmente, solo hay amor, solo hay piedad, solo hay vida en Dios.  Él es la fuente de todo bien.  En su piedad Él permite que amor, piedad y vida parciales e imperfectas existan en este mundo caído.  Pero al final, aparte de Él no hay amor, no hay piedad, es decir, solo hay venganza, la venganza de estar separado de Dios.

     La diferencia, el problema, está en nosotros, no en Dios.  Carecemos la fe que Dios es verdaderamente bondadoso, piadoso, y amoroso.  Queremos demostrar nuestras sospechas, y así justificarnos a nosotros mimos, pero es difícil juzgar al Todopoderoso.  Por eso, enfocamos en los blancos más accesibles, enfocamos en juzgar a los prójimos.  “Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo,” sin mirar la viga que está en el ojo nuestro.  

     Todos lo hacemos.  Quizás tenemos la capacidad de esconderlo.  Tal vez solo estamos pensando en juzgar a los prójimos, solo imaginamos que Dios no es verdaderamente piadoso, sin decir una palabra en voz alta.  Pero la hacemos.  Es verdad, somos hipócritas.  Aunque entendemos muy bien que necesitamos confiar en Dios y debemos amar al prójimo desde el corazón, siempre encontramos una lucha dentro de nosotros mismos. 

     Podemos verlo en el egoísmo de un niño de dos años, intentando manipular a sus padres, aunque ellos le dan todo.  Podemos verlo en las actitudes endurecidas entre familiares, los argumentos que siempre están justo abajo de la superficie de nuestras relaciones más cercanas.  Podemos verlo en el mundo, y dentro de la Iglesia.  Hay más que suficientes pruebas de que no podemos resolver el problema que está dentro de nosotros. 

   No podemos resolver nuestro problema, pero lo necesitamos resuelto.  Y por eso, indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Cristo Jesús, la Piedad de Dios hecho carne, guardó la venganza de Dios, para resolver nuestro problema.  Porque como está escrito:  Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. 

     La piedad de Dios, su misericordia, y su amor, están revelados y probados en esto:  Dios mismo, en la persona de Jesucristo, aceptó su propia venganza en la Cruz, pagando nuestra deuda, para que no tengamos que pagarla. 

     Es verdad que, sobre cada persona quien llegue al último día separado del amor de Dios revelado en Cristo, la venganza de Dios va a caer, una amenaza sin límite, inimaginable.  Aunque el perdón de Dios es infinito, solo es accesible en Jesús.  Como la Iglesia de Dios, tenemos la responsabilidad de anunciar la amenaza, aunque vamos a sufrir por hacerla.  Pero el fin, la meta de nuestra proclamación es la piedad, es la misericordia. 

     Amenazamos sobre el infierno y el problema de pecado para ganar la oportunidad de anunciar la resolución, que, en la Cruz de Cristo, la tensión entre piedad y justicia, entre el amor y la venganza de Dios, ya es resuelto.  Nuestras hipocresías, todos nuestros pecados, y los pecados del todos los seres humanos, ya son pagados, en el cuerpo roto y la sangre derramada de Cristo.  Todos los que creen esta promesa son salvos.    


    El Diccionario de la Lengua Española nos ofrece una definición más de “la Piedad,” que es una representación en pintura o escultura del dolor de la Virgen María al sostener el cadáver de Jesucristo descendido de la cruz. 

     Aunque San Juan nos dice que era Nicodemo y José de Arimatea que bajó el cuerpo de Jesús de la Cruz y lo sepultó, es posible que la escena representada en los miles de pinturas y esculturas con el nombre “La Piedad” sí ocurrió.  Solamente no lo podemos decir bíblicamente.  Es sin duda una representación fuerte de la tristeza de la muerte de Jesús, muy apropiada para el Viernes Santo, un medio que comunica el dolor de toda la Iglesia que confiesa que Jesús murió por nuestros pecados.  Pero es una representación de derrota, y la piedad que es Dios sobrepasa la derrota y emerge victoriosa. 

    Por eso, los objetos de arte que se llama La Piedad no puede ser la representación final de la piedad de Dios, de su esencia misericordiosa y amorosa.  Pero hay opciones mejores.  De hecho, Dios ha elegido sus propios medios para comunicar su esencia, su piedad, a nosotros. 

     Como en el evangelio proclamado, en lo que San Pablo dice que Cristo crucificado nos está presentado públicamente.  Y en el Bautismo, donde fuimos crucificado y resucitado con Jesús.  En la Absolución terrenal nuestros pecados son perdonados ante Dios en los cielos.  En la copa de bendición que bendecimos, participamos en la sangre de Cristo, y en el pan que partimos participamos en el cuerpo de Cristo.  El misterio de Piedad es grande, porque Dios viene a nosotros, a través de estos medios, para resolver nuestro problema, por el perdón de todos nuestros pecados.   


     El misterio de la Piedad, y del evangelio, es que Cristo viene en medio de nosotros, para darnos su Espíritu Santo, para que la voluntad buena de Dios sea nuestra voluntad, para que podamos confiar y entender que todos los dones y beneficios de Dios ya son nuestros, en Cristo Jesús, nuestro Señor y Salvador, Amén.

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