Friday, December 25, 2015

Que Tú Recibas Mas Esta Navidad

El Nacimiento de Nuestro Señor – Día de Navidad, Servicio Matutino
Que Tú Recibas Mas Esta Navidad - San Lucas 2:1-20

     Que tú recibas más esta Navidad.  Esta frase me suena como un anuncio de una tienda, un eslogan, quizás de Corte Ingles, Fnac, o MediaMarkt.  Y de verdad, aunque el Nacimiento de Jesucristo es la fundación para la fiesta más grande en todo el mundo, para la mayoría, la fiesta no tiene mucho que ver con la verdadera historia de Jesús.  Realmente, el modo común de celebrar la Navidad tiene mucho que ver con el ocio, los placeres, y las compras, mucho de consumismo. 


     La comercialidad de la temporada causa otra tradición anual: las quejas sobre el hecho que, para demasiada gente, la Navidad es solamente una excusa para recibir regalos.  Pastores, sacerdotes, y probablemente rabinos también protestan porque debemos simplificar y hacer algo diferente con la temporada navideña.

     Muy bien.  Las quejas sobre el comercialismo y consumismo son válidas, en un sentido.  Es posible que muchos de tus deseos sean pecaminosos y egoístas. Yo no sé.  Pero realmente, “que tú recibas más esta Navidad” no es un eslogan de una tienda.  Esto es mi deseo para ti, en esta Navidad.  Bueno, mis deseos no importan tanto.  Pero tengo buenas noticias.  Dios quiere “que tú recibas más esta Navidad.” Esto es su voluntad, para ti. 

     Que tú recibas más esta Navidad.  Realmente, no es el caso de que tú esperas demasiado.  Es mucho más probable que estés esperando muy poco, que solamente quieras cosas pequeñas.  Debes desear y esperar regalos más grandes.  Porque necesitas regalos más grandes.  Mucho más grandes, y mejores. 

     Todo el mundo sabe cómo la mayoría de los regalos de la temporada no duran.  Las baterías se gastan, los juguetes se rompen, y después de poco tiempo, los nuevos videojuegos y móviles de Samsung cambiarán a ser viejos, fuera de moda.  No hay un fin de nuestros deseos para cosas materiales, porque no hay nada de este mundo que puede durar y no envejecer. Quieres cosas buenas que no envejezcan, pero no las encuentras.  Verdaderamente, necesitas las cosas que duran, las cosas que realmente mejoran la vida.   

     Que todos nosotros recibamos más esta Navidad.  Como un fin a la violencia y la guerra.  Hay mucho odio en nuestro mundo de hoy.  Cada domingo, tenemos otra atrocidad por lo que necesitamos orar: la guerra civil en Siria, los asesinatos de cristianos y otras minorías por el Daesh, los sufrimientos de los refugiados, o los atentados en París, Mali, y California.  Sin duda, sería un deseo mejor si pudieras pedir y recibir paz en el mundo como tu regalo.  Seguramente, debemos rogar al Dios y exigir a nuestros gobiernos que las fuerzas de mal sean parados, para que tengamos paz en el mundo, como cantaron los ángeles.    

     Pero, de la propia boca de Jesús, sabemos que no vamos a conseguir una paz perfecta en este mundo.  El nivel de paz puede ser mejor o peor, y ciertamente estamos listos para una situación mejor.  Pero la paz en este mundo pecaminoso nunca será perfecta, porque cada uno de nosotros destruimos la paz con nuestros propios hechos.  Todos nosotros tenemos una parte de la responsabilidad para el ciclo del mal en el mundo.  Porque, como nos recuerda San Pablo, nosotros también en otro tiempo éramos necios, desobedientes, extraviados, esclavos de deleites y placeres diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles y odiándonos unos a otros.  En otro tiempo fuimos así, y, a nuestra vergüenza, todavía hoy, tenemos que confesar que pecamos mucho cada día, si no en nuestras actos y palabras, al menos en nuestros pensamientos.  Queremos ver paz entre los hombres.  Pero necesitamos algo mejor esta Navidad.  Necesitamos recibir la paz entre los hombres y Dios.  Necesitamos recibir a Dios mismo.  
  
     Que tú recibas más esta Navidad.  ¿Pero, deseas a Dios mismo, de verdad?  Nuestro impulso, aun como cristianos, es huir de Dios, es evitar a Dios.  Cada vez que Dios le aparece a una persona, o aun solamente uno de sus ángeles, la reacción es siempre la misma: temor. Temor, y a veces terror.  Recuerda Moisés y la zarza ardiente, cayendo en su rostro lleno de miedo, al oír la voz del Señor.  O a Isaías, llevado al corte celestial del Señor, gritando: “¡Ay de mí! Porque perdido estoy, pues soy hombre de labios inmundos… porque han visto mis ojos al Rey, el Señor de los ejércitos.”  La primera palabra del ángel a los pastores fuera de Belén tenía que ser: “No temáis,” porque los pastores tuvieron gran temor.  Es temeroso encontrar a los seres celestiales, y aún más a Dios mismo.  Dios es santo, y todopoderoso, completamente opuesto al mal, contra el pecado, un fuego consumidor.  Sabemos solo un poco de cómo es Dios, y sin embargo, cuando tenemos el coraje para considerar nuestra vida honestamente, la idea de encontrar a Dios nos da miedo. 

     Por miedo de nuestros pecados, y por nuestra vergüenza de ser pecadores, muchas veces no queremos las cosas mejores, no queremos recibir a Dios mismo.  Es más fácil distraerse con divertimiento, con juguetes para nuestros niños y comidas buenas para nuestras familias.  Hemos vivido en esta manera desde siempre.  Pero, sin embargo, Dios quiere que tú recibas más esta Navidad, que tengas el único regalo que puede darte paz, salud y alegría, para siempre.  Por eso, Dios vino.

     Dios vino, para que tú puedas recibir los mejores regalos.  Él vino con un propósito, el propósito de salvarte.  Dios vino, en la forma de un niño, para redimir cada etapa de tu vida.  Como San Pablo dice en Gálatas, capítulo 4, “Cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley,  a fin de que redimiera a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción de hijos.” (Gálatas 4)  Esto es la Navidad.  Y es buenas noticias para ti, porque, como oímos en la epístola de hoy, “cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor hacia la humanidad, Él nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su misericordia, por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo, que Él derramó sobre nosotros  abundantemente por medio de Jesucristo nuestro Salvador,  para que justificados por su gracia fuésemos hechos herederos según la esperanza de la vida eterna.”   


     Que tú recibas más esta Navidad.  No hay necesariamente un problema con las compras y los deseos de recibir juguetes o ropa o coches o cualquier otro bien de este mundo.  Todos los bienes verdaderos vienen de Dios.  El dar regalos puede ser una celebración buena del nacimiento de Cristo, y para que podamos dar regalos, alguien necesita recibirlos.  Seguramente, necesitamos cuidado en esto, para que no hagamos un Dios del consumismo, un ídolo de las cosas materiales.  Porque hay solo un Dios verdadero, Él que ha venido a nosotros, durmiendo en un pesebre, esperando el Día en el que haría el Sacrificio que te salva.  Las compras y los los regalos no hacen la Navidad.  La Navidad es Dios dándote el regalo mejor, que es sí mismo, como tu Salvador. 

     Es maravilloso, de verdad.  Para tenerte como su propio hijo, Dios Padre nos dio su único Hijo, el Hijo de la eternidad, quién hace 2000 años nació de la Virgen María.  Cristo Jesús vino, para llevar toda la violencia, todo el odio, todo el egoísmo y todo el mal en el mundo.  Jesús, que recordamos hoy como un niño, creció al ser el Hombre de Sufrimiento, para que tú no necesitas sufrir el castigo justo contra tus pecados.  Esta historia, sin los detalles claves, puede parecer como una historia muy fea.  Sin embargo, es la mejor historia de amor, y de paz.  Porque, aunque parecía tan pequeño y débil, de verdad, este Jesús, desde su concepción hasta su muerte en la Cruz, ha sido el todopoderoso Dios, el Dios de toda la riqueza, el Dios de toda la gloria.  Pero aún más que el poder o la riqueza o la gloria, este Niño en el pesebre es el Amor de Dios.  Él quiere darte el regalo mejor de todos, el regalo de sí mismo, como tu Salvador, tu Amigo y Buen Pastor, hoy, y hasta siempre. 
  
     Para que tú recibas más esta Navidad, hoy Jesús envía su Espíritu Santo, para revelar estas buenas nuevas, para que tú confíes en ellas, y puedas descansar en las promesas.  Necesitamos la ayuda del Espíritu Santo constantemente, porque la salvación es por fe, y no es muy fácil creer el evangelio, especialmente en este mundo violento y lleno de pena.  No podemos ver las pruebas, y por eso no es fácil creer que vayas a recibir todos los regalos prometidos, como vida y paz eterna, como una existencia completamente libre de mal.  Es aún más difícil creer que tus propios pecados son perdonados.  Por tus dudas y por las mentiras del mundo y de satanás, quizás tu corazón está muchas veces lleno de duda.

     Por eso, Jesús te dice hoy: todos tus pecados son perdonados por mí Padre, porque todos tus pecados están perdonados, en mí, en mí propio cuerpo.  Todo esto es verdad, es mi evangelio para ti. 

     Las promesas de Cristo son verdaderas.  Y para que tú puedes creer y empezar regocijándote, aunque todavía vives en este mundo, Jesús ha dado a su iglesia las siguientes tareas: “Proclamar todos los días que yo he cambiado la madera de mi pesebre para la madera de mi cruz.” “Proclamar sin cesar que he quitado los pecados del todo el mundo, y que vengo todavía, en mi Palabra, en mi Bautismo, y en mi Cena, para quitar todos tus pecados, y darte mi justicia, santidad, y paz.”  “Aquí,” promete Jesús, “tú recibes los mejores regalos, directamente de Dios.”   


     Cuando la iglesia proclama este mensaje buenísimo, Jesús ha prometido que estará allí, con su iglesia, para entregar los regalos.  Y además, en los rebaños de Cristo, en la congregación, sea grande o pequeñita, también Jesús te regala una familia, hermanos verdaderos, unidos contigo, por la misma fe en el Evangelio de perdón y paz. Estas son las promesas del Niño de Navidad, su mejor regalo, para ti, hoy, y todos los días, en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, Amén. 

Sunday, November 29, 2015

La Llegada de Nuestro Paz - The Arrival of Our Peace

Below are two sermons, the first in Spanish, the second in English, for the First Sunday in Advent.  

Abajo hay dos sermones, el primero en Español, y la segundo en Íngles, por el Primer Domingo en Adviento.  

Primer Domingo de Adviento, 29 de Noviembre, A+D 2015
La Llegada de Nuestra Paz:  San Lucas 19:28 – 40  Iglesia Evangélica Luterana Española

En estos días, cuando movemos desde el fin del año litúrgico a la temporada de Adviento, enfocamos en las llegadas de Jesús.  Es lógico que, en el fin del año, consideramos el retorno de Cristo, en el día final.  Pero también en Adviento, la temporada antes de la Navidad, tenemos el día final en mente, justo con el advenimiento de Cristo en Belén.  De verdad, en la temporada de Adviento meditamos en cuatro llegadas diferentes de Jesús.  El tema de la temporada es menos la preparación para la Navidad, y más la preparación para dar la bienvenida a Jesús, todas las veces que Él nos viene.  

Todo eso tiene razón, creo yo, porque Adviento significa llegada, venida, un advenimiento, y para la Iglesia la llegada más importante es siempre la llegada de Cristo.  Debemos saber todo lo posible a cerca de la llegada de Cristo, porque es solo en Él que Dios nos revela su amor.  Encontramos el amor de Dios en la obra de salvación que Dios ha hecho para nosotros en Cristo.  Por eso, durante todo el año las lecturas bíblicas nos muestran aspectos diferentes de las llegadas de Cristo, como la intención de Dios a llegar al día en que los seres humanos vivan con Él en gloria, o como el problema de pecado hizo necesario una llegada de Cristo en forma humilde, para ser nuestro Salvador. 

Hay cuatro llegadas de Jesús.  La primera fue su llegada a través de la nación de Israel.  Su
humanidad vino físicamente por los hijos de Abraham, por la tribu de Judá, y por la casa real de David.  Además, por la proclamación de los profetas, y por la promesa de los sacrificios en el Templo, Cristo vino espiritualmente para crear la fe salvadora en los Israelitas.  Los profetas y los fieles de Israel buscaron al futuro, tratando de ver la llegada prometida del Salvador, que iba a ser revelada en la historia de Jesús, desde Belén al Calvario.

Nos encanta la historia del nacimiento de Jesús, como debe ser.  Todas personas deben amar a una vida nueva.  Debemos amar a todos los bebes.  Pero en el nacimiento de Jesús hay más, mucho más.  Dios llegó a nosotros, y para nosotros, en Belén.  El eterno Hijo de Dios se hizo también el hijo humano de María.  Por el poder de Espíritu Santo, empezó desde de una célula en el seno de la virgen, creciendo al bebé cuyo nacimiento celebraremos dentro de unas pocas semanas.  En Belén recibimos la segunda llegada de Jesús, cuando Dios llego en carne humana. 

Ahora, en este día, Jesús viene, todavía, viniendo a nosotros en la Palabra y en el Sacramento. Como Él nos prometió, “He aquí, yo estaré con vosotros todos los días,” y también “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy.”  Jesús nos anima con estas promesas: “Dondequiera mi Iglesia bautiza, predica el arrepentimiento y la fe en mi Evangelio, dondequiera que mi gente se reúnen alrededor de mi mesa, allí estoy, para servir a todos. Jesús hace su advenimiento hoy, para ofrecer consuelo, para perdonar, restaurar y renovar.  Jesús viene por su Palabra y su Sacramento, su tercera llegada.  

Algún día, tal vez mañana, tal vez en mil años, pero seguramente algún día Jesús llegará nuevamente, la cuarta vez.  Él vendrá otra vez, visiblemente a todos.  Esta cuarta llegada será su vuelta en poder y gloria para juzgar a los vivos y a los muertos. Jesús vendrá de nuevo, para reunir a los suyos en sus mansiones eternas. 

Las lecturas del Domingo de Ramos, que usamos en este primer domingo de Adviento, también marcan un advenimiento de nuestro Señor, un parte importante de su advenimiento como Dios encarnecido para salvar.  El Señor se acercó a Betfagué y  Betania justo fuera de Jerusalén, preparándose para su entrada triunfal en un burro humilde.  Su entrada real pondría en marcha las maquinaciones finales de sus enemigos, que temieron a este Rey de la Paz, y quisieron verle muerto.

La historia del Domingo de Ramos toca todas las facetas diferentes del Adviento. El Monte de Olivos sería la colina de donde pronto Jesús ascendería al cielo, y también el monte donde se espera que Jesús vuelva en la gloria, en el Último Día. Igualmente, la predicación del advenimiento del Salvador, que hicieron los profetas, está claramente presente ya que la gente proclama el saludo del Antiguo Testamento al Mesías: ¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor!

De verdad, la iglesia del Nuevo Testamento está presente, ya que los discípulos de Cristo le rodean y alaban los trabajos fuertes de Dios.  Es igual como cuando nos juntamos en torno a la Palabra de Cristo para dar la alabanza a Su Padre por todo que ha hecho para nosotros. 

Por último, hay un poco de la Navidad el domingo de Ramos, como la gente canta la canción de los ángeles en el campo fuera de Belén: “Paz en el cielo y gloria en las alturas! " Bueno, la canción en el Domingo de Ramos es casi como la de Navidad. La canción de los ángeles de Belén es un poco diferente. Normalmente la recitamos como parte de nuestro liturgia de la Santa Cena: “Gloria a Dios en las alturas, y paz a su pueblo en la tierra.”  Durante el Adviento, dejamos de cantar esta canción, que se llama en latín “Gloria en Excelcis.”  La idea es incrementar nuestra anticipación para la Nochebuena, cuando la volvemos a cantar con los ángeles.  Pero tenemos hoy un eco de esta canción en el Domingo de Ramos: “Paz en el cielo y gloria en las alturas!"

Es como la canción de Navidad, pero con una gran diferencia. En Belén fue gloria en las alturas, y la paz estuvo en la tierra, con buena voluntad a los hombres. En el Domingo de Ramos la paz está en el cielo.  

¿Por qué la diferencia? ¿Por qué la paz está en la tierra en Navidad, sino la paz está en el cielo en el Domingo de Ramos?   Bueno, la diferencia en el lugar nos ayuda a entender lo que está sucediendo en la historia de Jesús y sus llegadas.

En la Navidad los ángeles proclaman que la paz ha llegado a la tierra, porque el hijo de Dios ha entrado en nuestra historia humana.  Esto fue necesario, porque nuestra historia humana no es pacífica. Adán y Eva establecen el modelo para matrimonios después de la Caída en el Pecado.  Todavía hicieron su vida junta, pero no sin lucha.  Todos los matrimonios también tienen sus luchas, sus problemas.  Pero, quizás no hacemos tanto mal como Caín, el primer hijo de Adán y Eva.  Caín mató a su hermano Abel, y la humanidad ha estado en guerra desde entonces.

Pero Jesús vino para llevarnos la paz.  Mejor, Él es nuestra paz.  Los ángeles cantan de la paz en la tierra en la noche de la venida del niño Jesús, porque esto era algo nuevo.  La situación había cambiado en la tierra, porque Jesús había llegado.  Paz en la tierra.

Pero ahora, en el Domingo de Ramos, la canción cambia porque el lugar de la paz, está a punto de cambiar otra vez.  Paz en el cielo, la multitud cantaron, pero no creo que entendieran el significado de lo que declararon. El hombre de la paz está a punto de regresar al cielo, y así la canción de las multitudes es profética, profetizando el trabajo próximo de Jesús, su muerte, su resurrección y su ascensión. Llegando en Jerusalén sobre un burro, Cristo está en la etapa final de su viaje. La paz que vino a la tierra en Navidad está a punto de regresar al cielo. Paz en el cielo y gloria en las alturas!"

Sin embargo, la paz de Cristo viene con un precio. De hecho, Jesús mismo parece contradecir esta idea de una vía pacífica desde el cielo a la tierra y otra vez al cielo.  Durante su ministerio terrenal Él declara: ¿Piensan que vine a dar paz en la tierra? No, os digo, sino más bien división.  ¿Qué significa Jesús, que Él no viene a dar paz?   Tal vez quiere decir que no vaya a dar paz en esta vida terrenal, pero ciertamente él dará paz a su pueblo, en el cielo. Muy bien.  Pero creo que hay más, que Jesús está hablando aún más profundamente, y creo que la clave es la palabra "dar".   Es que Jesús no vino para darnos paz, más bien Él es nuestra paz, y solo Él puede separarnos del pecado y muerte eternal.

Lo que quiero decir es que la paz no es una mercancía que Jesús está distribuyendo, como un amuleto de buena suerte. No, Jesús mismo, en su carne y sangre, es nuestra paz. No podemos tener la paz con Dios aparte del Señor que entró en Jerusalén montado en un burro.  La paz sólo se encuentra en Él;  debemos ser uno con Él, ser unido con Él, para tener paz.

Jesús no podría ser nuestra paz desde lejos.  Él tenía que venir a la tierra.  Aún más, para ser nuestra paz, Jesús tuvo que convertirse en un ser humano, porque la culpa que nos separa de Dios tenía que ser pagado por los humanos.  No fue posible un rescate desde una distancia.  Jesús fue completamente comprometido.

Y en los días después del Domingo de Ramos, en la Semana Santa original, nos enteramos de cuánto Jesús tenían que hacer, hasta sufrir el infierno que merecemos por nuestros pecados. No haría mera representación dramática de la ira de Dios contra el pecado, no solo pasar por los movimientos. No, Jesús tuvo que sufrir verdaderamente, en la cruz, llevando nuestros pecados en su propio cuerpo.  Este es cómo Él ha ganado nuestra paz.

Ahora, Jesús es nuestra paz, en los cielos, preparando un lugar para nosotros.  Debido a nuestros pecados, que todos nosotros todavía tenemos, Dios por su justicia es naturalmente en guerra contra nosotros. Nuestros pecados merecen la ira de Dios. No podemos llegar ante su trono todavía llevando nuestra pecaminosidad.  Sin embargo, ahora tenemos un lugar en el cielo.  Este lugar está en Jesús, en su propio cuerpo.  En su Ascensión, Jesús entró en el cielo con su cuerpo, crucificado y resucitado.  Su presencia como ser humano en la presencia de Dios Padre es nuestra entrada.  Por eso, todos los fieles, unidos a Cristo a través de la fe en el perdón de pecados, tienen ya su lugar en el cielo reservado, en Cristo. 

Nuestra paz es Jesús, en su cuerpo sin pecado, sentado a la diestra de Dios. Él es la Paz entre Dios y el hombre, porque Él ha hecho la paz entre Dios y el hombre, en el Calvario.  Ahora Él es nuestra garantía de paz eterna, en la gloria de Dios.


La paz es tener a Jesús resucitado en medio de nosotros, como en la noche después de la Resurrección.  Jesús apareció en el aposento alto, en medio de los discípulos.  Aunque habían oído las buenas noticias varias veces, todavía los 11 discípulos se escondían, llenos de miedo.  En este momento Jesús se puso en medio de ellos. Allí estaba, en medio de ellos, Dios mismo, en el hombre Jesús.  La paz del cielo había llegado a ellos, milagrosamente.  Y Jesús les dijo: Paz a vosotros.

Jesús ha venido. Jesús vendrá de nuevo. Y Jesús viene, ahora, incluso en medio de nosotros, reunido en su Nombre hoy. Jesús os dice: Paz a vosotros.  Esto es la temporada de Adviento. Dios quiere que encuentres la paz en esta temporada.  Por eso, Jesús, viene a ti, para ser tu paz, la Paz que sobrepasa todo entendimiento, y que guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús, hoy, hasta su llegada final, y por los siglos de los siglos, Amén.

1st Sunday of Advent, November 29th, anno + Domini 2015
Luke 19:28 - 40
The Arrival of Our Peace

     Advent, this early winter season before Christmas, traditionally begins with the Palm Sunday story, which happened a week before the Resurrection, in the Spring.  Which may seem strange, but actually makes sense, when you consider that Advent is not just the season leading up to Christmas.  It is also the beginning of the Church Year.  Every twelve months we take a journey that moves us from the beginning of time, when God created the heavens and the earth, to the End, the return of Christ, the end of this age and the beginning of the New Heaven and the New Earth.  As we hear the entire story of God’s love toward us each year, beginning in the middle, near the climax, is actually a reasonable place to start. 

     It makes sense because Advent means the Coming, and during the year we have four different Comings of Christ to consider.  First Jesus advented, He came, in the preaching of the Prophets.  Jesus came to the faith of all the Old Testament saints who heard the Promise of a Savior and believed. 

     Then Jesus advented, He came in Bethlehem.  The Son of God became also the Son of Mary, growing by the power of God’s Word from one cell in her virgin womb to the Baby whose birth we will celebrate in a few weeks.  God came into human flesh.

     Now Jesus advents, He comes to us in Word and Sacrament.  Lo, I will be with you always, Jesus promised, wherever two or three are gathered in my Name, wherever my Church baptizes, preaches repentance and faith in the Gospel, wherever my people gather around my table, there I am, to serve.  To comfort, forgive, restore and renew.  Jesus comes in Word and Sacrament. 

     Someday, maybe tomorrow, maybe in a thousand years, someday Jesus will advent again.  He will come again, visibly, to all, returning in power and glory to judge both the living the dead.  Jesus will come again to gather His own into His eternal mansions. 

     So there are four Advents of Christ for us to consider, and so Palm Sunday is also a reasonable place to begin our Advent journey, for Palm Sunday also marks an advent of our Lord, as he drew near to Bethphage and Bethany, just outside Jerusalem, preparing for His triumphal entry on a lowly donkey.  His kingly entry which would set in motion the final machinations of His enemies, who feared this King of Peace, and wanted to see Him dead. 

     The Palm Sunday story itself touches on all the different facets of Advent.  The Mount of Olives figures prominently, the hill where Jesus would soon ascend into heaven, the mount where Jesus is expected to return in glory, on the Last Day.  Likewise, the advent preaching of the prophets is present as the people proclaim the Old Testament greeting:  Blessed is the King who comes in the name of the Lord! 

The New Testament Church is present, as the disciples of Christ surround Him and praise the mighty works of God, just as we gather around the Word of Christ to give praise to His Father for all He has done for us. 

Finally, there is a bit of Christmas on Palm Sunday, as the people sing the song of the Angels outside Bethlehem:  Peace in heaven and glory in the highest!"         Well, almost like Christmas.  The angels song from Bethlehem is a little different.   We normally sing it as part of our divine service, at the beginning of our liturgy, Glory to God in the Highest, and peace to His people on earth.  We set aside this Gloria in Excelcis during Advent to build our anticipation for Christmas Eve, but we get an echo of it in Luke’s Palm Sunday story:  Peace in heaven and glory in the highest!" 

It’s like Christmas, but with one big difference.  At Bethlehem it was Glory in the Highest, but the peace was on earth, with goodwill to men.  On Palm Sunday it is Peace in Heaven. 

Why the difference?  Why peace on earth at Christmas, but peace in heaven on Palm Sunday? 

The difference in the where helps us understand what’s going on in the story.  At Christmas the angels proclaim that peace has come to earth, for God’s Son has entered into our human story. 

Our human story is not a peaceful one.   Adam and Eve set the model for marriages after the fall, as they made their life together, but not without struggle.  Most of us do not do as well in our marriages as Adam and Eve.  But perhaps we also don’t go as far as Cain.  For the first son of Adam, Cain, killed his younger brother Abel.  Humanity has been at war ever since. 

But Jesus is at peace.  He is the who of peace, for He is our peace.  The angels sing of peace on earth at the coming of the Christ Child because this was a new thing.  Things were changing on earth, because Jesus had come.  Peace on earth. 

But now, on Palm Sunday, the song changes because the location, the where of peace, is about to change.  Peace in Heaven, the crowds sing out, but I don’t think they understood the full import of what they declared.  There has always been Peace in heaven, that is God does not allow sin and strife in His presence.  But the Man of Peace is about to return to heaven, and so the crowds song is prophetic, of Jesus’ upcoming trials, His death, His resurrection and His ascension.  Riding into Jerusalem on a donkey, Christ is on the final stage of His journey.  The Peace that came down to earth at Christmas is about to return to heaven.  Peace in heaven and glory in the highest!"

Yet, the Peace of Christ only comes at a cost.  Indeed, Jesus Himself seems to contradict this idea of a peaceful pathway from heaven to earth and back to heaven when, in the middle of His earthly ministry He declares:  I did not come to give peace, but rather division.  What does Jesus mean, He does not come to give peace?  Perhaps this is an instance of our Lord using radical language that He doesn’t mean to be taken literally to drive home a point.  In this case Jesus goes on to detail how the message of His cross will divide people, even family members. 

When Jesus says He does not give peace, we could understand that He means He does not give peace in this earthly life, but certainly He does give peace to His people, in heaven.  Jesus seems to use this kind of hyperbole in other places.  The passage, “If your eye cause you to sin, gouge it out,” comes to mind. 

But I am not sure.  Jesus could be speaking more deeply, and I think the key may be the word “give.”  Luke may be making the point that Jesus does not give us peace, but rather He is our peace.  What I mean is that peace is not a commodity that Jesus passes out, like a good luck charm.  No, Jesus Himself, in His flesh and blood, is our peace.  We cannot have peace apart and independently from Him.  Our peace is found only in Him; we must be one with Him, joined to Him, in order to have peace. 

This perspective fits with Luke’s words of peace at Christmas, and at Palm Sunday.   Jesus could not be our Savior from afar, He needed to come to earth, and even more, to be our peace, Jesus had to become a human being.  No arms distance rescue, Jesus was all in.  And in Holy Week we learn just how far Jesus had to go, all the way to suffering the hell that our sins deserve.  No mere dramatic portrayal of God’s wrath against sin would do, no mere going through the motions.  No, Jesus had to truly suffer, for our sins, in His own body.  This is the How of our peace. 

Jesus’ Ascension into heaven is similarly physical and concrete.  He goes to prepare a place for you, that is His humanity being welcomed into heaven is the only way our humanity can hope for heaven.  Because of our sinfulness, God is naturally at war with us.  Our sins deserve God’s attack.  And attack us He will, if we seek to come before His throne still bearing our sinfulness.  But our place in heaven is Jesus, in the flesh.  He is, literally, in His sinless body sitting at God’s right hand, our peace.   He makes peace between God and man, or rather He has made peace between God and man, at Calvary, and now He is our eternal peace treaty, holding our place in glory. 

Jesus Himself is our peace.  We see this once more in Luke’s Gospel, in his last use of the Word peace.  In the upper room, on the night of the resurrection, when the Good News had been told the 11 Disciples by many, and yet they still doubted and feared.  The two from Emmaus came and told them again of Jesus rising from the dead and appearing to them, but still they didn’t believe.  Then Jesus stood in their midst.  Right in the middle of them, God Himself, in the Man Jesus.  Peace from heaven had arrived, miraculously,  right in the midst of them all.  And Jesus said:  Peace to you.   Peace is having the resurrected Jesus in our midst. 

Jesus has come.  Jesus is coming again.  Jesus comes, now, even to us.  This is what Advent is all about.  God grant that you find Peace this season, by sending you His Son, Jesus, who comes to you to remind you of God’s love, and to be your peace, which passes all understanding, and which will keep your heart and mind, unto life everlasting, through Christ Jesus our Lord, Amen. 



Tuesday, November 24, 2015

El Fin Viene. ¿Qué Debemos Hacer?

Último Domingo del Año Litúrgico, 22 de noviembre, A+D 2015
El Fin Viene, ¿Qué Debemos Hacer?  San Marcos 13:24 – 37

Ercole Ramazzani, The Last Judgement, 1597
     Mirad, velad, y orad. Hemos llegado al fin del año litúrgico, cuando en las lecturas concentramos en los fines: el fin del mundo, el fin de este tiempo, los últimos días.  Consideramos el fin de esta edad, cuando Jesús va a venir otra vez, visiblemente, cuando Él venga por la última vez, viniendo en las nubes, como si montado en un caballo, el Rey del Cielo, viniendo para juzgar a todo el mundo e inaugurar visiblemente el reino de Dios.  No sé cómo os lo parece este tema, quizás increíble, o temeroso, espantoso.  O quizás os lo parece irreal, como un sueño.  Pero no importa cómo nos parece la vuelta de Jesús, cuando Él venga, necesitamos estar listos.  Si no estamos, no tendremos tiempo para preparar.  Será demasiado tarde.    

     No estuvimos listos para los atentados en París.  Esto no debería haber sido.  Tuvimos bastantes advertencias, amenazas de violencia de los hombres malvados y violentos de Daesh, el supuesto estado islámico.  Además hemos visto varias acciones violentas en los últimos meses, acciones hecho fuera de su territorio controlado.  Pero no estuvimos preparados, y los actos terroristas en Francia nos impactan como presagios del fin del mundo, como el fin de la edad, o al menos, como el fin de un modo de vida.  Queremos que los culpables sean castigados y que se detenga el mal.  Lo peor es que el 13 de noviembre fue un fin muy inesperado para más que 120 personas.  Nuestra vida buena y suave en el mundo del siglo 21 nos hace creer que la muerte normalmente no sea una sorpresa, y una muerte violente es casi impensable.  Ahora pensamos un poco diferente.

     Los atentados en París no son el fin del mundo, pero ellos nos recuerdan que, para cada persona en el mundo, hay un fin personal, para que debemos estar listos.  Las instrucciones de Jesús para ser preparados para su vuelta sirven también para cada persona en relación con nuestro fin personal: Mirad, velad, y orad. 

     El consejo es igualmente apropiado, no importa si la causa del fin sea atentados terroristas, la muerte causada por cáncer, o la vuelta de Cristo.  Necesitamos mantener la vigilancia, porque no sabemos cuándo vengan los eventos inesperados.

     Cuando Shelee y yo vivimos aquí en España en los años noventa, la misión de mi unidad fue seguridad.  Tuve la responsabilidad de guardar y proteger las instalaciones militares en nuestra zona.  Y os puedo decir que mantener la vigilancia es muy difícil.  Cuando hay una amenaza clara, todo el mundo quiere hacer lo que es necesario para ser preparado.  Pero después de poco tiempo, si los eventos esperados no vienen, entonces la voluntad de todos, incluyendo ambos los guardias y las personas bajo su protección, flaquea mucho. 

     Yo espero fervientemente que los líderes de las naciones mantengan su nueva postura contra el Daesh.  Pero será difícil a mantenerlo.  La voluntad de la población y de los políticos es fuerte hoy.  Pero necesitaremos resolución y tenacidad para soportar todo lo que es necesario para mantener la seguridad y luchar contra los terroristas.  Tenemos la voluntad hoy. ¿Pero en dos semanas, dos meses, dos años?  Vamos a ver.  Y orar.

     La situación actual en Europa y en el mundo a cerca del terrorismo islámico es serio, un tema muy importante.  Pero el tema de la vuelta de Cristo es aún más serio e importante.  Un hombre malvado puede herirte, o aún matarte.  Sería horrible, pero estos males no tocan la eternidad.  Espiritualmente, y con la eternidad en vista, vivimos hoy en un tiempo de riesgos, y también en un tiempo de oportunidad.  Hoy el pecado y el mal tienen mucho control en el mundo.  Pero también, hoy existe la oportunidad para hombres y mujeres pecadores arrepentirse y recibir el reino de Dios a través del perdón de pecados.  Todavía hay tiempo.  Pero cuando Jesús vuelva, no habrá más tiempo.  Todos los pecadores serán castigados, y Dios detendrá todo el mal, para siempre.  Por eso, lo que dice Jesús a los Apóstoles, también dice a todos nosotros, Velad.  Estad alerta.

     Muy bien, tenemos un consejo directamente de Jesús.  ¿Pero exactamente qué quiere decir este mandato: “Velad, estad alerta?”

     Las instrucciones de Jesús, que seamos preparados para su vuelta son: Mirad, velad y orad.  Bueno, creo que entendemos como orar.  Si no, vamos a practicar en unos momentos.  ¿Pero qué quiere decir el Señor cuando dice: “Mirad y velad?”  ¿Qué acciones debería ser visible en nuestra vida cotidiana?

     Cuando nuestro Señor ascendió a los cielos, como leemos en el libro de Hechos, capítulo 1, los Apóstoles quedaron en el Monte de Olivos, mirando fijamente al cielo dónde una nube le había recibido a Jesús y le ocultó de sus ojos.  Pero, mientras los discípulos estaba mirando al cielo, dos hombres en vestiduras blancas les aparecieron y les preguntaron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, vendrá de la misma manera, tal como le habéis visto ir al cielo.  Entonces regresaron los Apóstoles a Jerusalén. 

     Se puede decir que los Apóstoles estaban mirando y velando, como les instruyó Jesús.  Pero, los dos mensajeros del cielo les corrigieron, enviándolos a Jerusalén, enviándolos a su tarea en el mundo.  De San Lucas capítulo 24, sabemos qué, justo antes de su Ascensión, Jesús también les había dado la instrucción a regresar a Jerusalén  para esperar el don del Espíritu Santo, que sería su señal para empezar la evangelización del mundo.  Los mensajeros en vestidura blanca no estaban equivocados.  Los Apóstoles no tenían un mandato a mirar al cielo.  Entonces el mandato “Mirad y velad,” que Jesús dio en relación con su vuelta, debe tener otro significado.

     Jesús no quiere que los cristianos pasan los días literalmente mirando al cielo, velando para ver su vuelta.  Es natural que los creyentes tienen curiosidad sobre su regreso y la venida del reino nuevo.  De verdad, entre la Resurrección y la Ascensión, los Apóstoles preguntaron a Jesús sobre la venida de su reino.  “Señor, ¿restaurarás en este tiempo el reino a Israel?”  Y Él les dijo: “No os corresponde a vosotros saber los tiempos ni las épocas que el Padre ha fijado con su propia autoridad, pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.” 

     Entonces, debemos mirar y velar para el fin, pero no debemos intentar saber la fecha, ni tampoco debemos dejar de la vida cotidiana para pasar nuestro tiempo mirando al cielo, esperando su venida.  Pero todavía tenemos este mandato, no solo a los Apóstoles, pero a todos vosotros: Velad.  Estad alerta. ¿Qué quiere decir Jesús con este mandato? 

     Voy a empezar mi respuesta con otra pregunta: Confesamos que tenemos comunión con Cristo hoy.  ¿Cómo experimentamos esta comunión? ¿Cómo “vemos” a Jesús hoy?  ¿Cómo experimentamos la presencia de Dios en el siglo 21?  Bueno, es muy común hoy que los cristianos refieren a las emociones como prueba de la presencia de Dios.  Se dice frases como: Puedo sentir al Espíritu… o Puedo sentir a Jesús en mi corazón.  También es natural pensar que donde haya mucha gente y actividad religiosa, allí esté Dios.  ¿Pero, que es la verdad? 

     Claramente, hay muchas emociones en la vida cristiana, y todos queremos ver la Iglesia crece.  Pero hay muy pocas referencias bíblicas que nos apuntan a las emociones o a las apariencias como pruebas de la presencia de Dios.  De verdad, es al revés.  Hay muchísimas promesas en la Biblia, pero estas no nos apuntan a dentro de nuestro ser, ni tampoco a lo que podemos ver. 

     Sino más bien, nos apuntan afuera, a la Palabra de Dios que recibimos por los oídos, y que crea la fe salvadora en nosotros.  Como dice San Pablo, Andamos no por la vista, pero por la fe.  O como Jesús dijo a Tomás en el octavo día de la Resurrección: ¿Por qué me has visto has creído? Bienaventurados los que no vieron y sin embargo creyeron. Y además en Romanos capítulo 10 oímos: Así que la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo. 


     A veces en la historia del mundo, Dios quiso comunicar con su pueblo directamente, cara a cara, y en el Último Día, todos nosotros le veremos a Dios cara a cara.  Pero normalmente, desde la Creación hasta hoy, Dios está comunicando con nosotros, y de verdad está con nosotros, por medio de su Palabra.  Dios eligió a profetas, Apóstoles y pastores para proclamar su Palabra públicamente.  Dios causó que su Palabra fue grabado, escrito, en el libro que llamamos la Biblia.  Y Dios está metiendo su Palabra en los oídos de más y más gente cada día a través de la confesión de los miembros de su Iglesia, confesando Cristo en su vida cotidiana.

     Y precisamente cuando estamos oyendo la Palabra, cuando estamos meditando y orando y compartiendo la Palabra, entonces somos mirando y velando para el retorno de Cristo.  Porque hay solamente una cosa que nos prepara para el fin de días, y esto es una fe viviente en Cristo, nuestro Salvador, crucificado y resucitado.  Y la fe viene por oír la Palabra de Cristo, las buenas noticias que Él ha quitado todo el pecado del mundo, y ha derramado su preciosa sangre para ganar perdón y salvación para todos.        

     Pero espera, ¡hay más!  Cuando estamos escuchando y meditando en la Palabra habitualmente, Dios nos ayuda también con las dudas y los miedos que nos molestan cuando pensamos en el Fin, o en los peligros y males de la vida.  El mensaje de la Biblia nos hace libre del miedo.  ¿Como?  A través de las promesas, y  por el poder del Espíritu.  Podemos afrontar los peligros y las amenazas del mundo de hoy, no porque somos tan fuertes o tan valientes, pero porque somos tan perdonados, y tan bendecidos. 
     No quiero decir que los cristianos nunca deben sentir miedo.  No, pero cuando estamos viviendo continuamente en y con la Palabra de Dios, Dios va a recordarnos que nadie nos puede arrebatar de sus manos. Porque las manos de Dios son las manos de Cristo, y sus manos son todavía marcados con cicatrices.  Las manos de Jesús llevan para siempre las marcas de los clavos, que proclaman que Cristo te ha redimido y elegido, para siempre.

     Por la Palabra, por las cicatrices lleno de amor que la Palabra nos muestra, ahora podemos vivir en la libertad, la libertad de eternidad, que es nuestro, en Jesús.  Podemos vivir en el amor, compartiendo con nuestros vecinos el amor de Jesús, que hemos recibido, y que nunca se agota, porque es el amor del eterno y todopoderoso Dios.  Y aunque la muerte y la violencia y la enfermedad y el Fin nos dan miedo, podemos buscar más allá de todos estos males con esperanza y confianza. 

     Podemos mirar y velar al retorno de Cristo con expectación y alegría, porque nuestro día más importante ya ha pasado, hace 2,000 años, en una cruz afuera de Jerusalén.  Por nuestro bautismo hemos pasado por el último Día de Cristo, cuando Él detuvo todo el mal, recibiendo en su propio cuerpo todo el castigo merecido por nosotros.  Ahora, vivimos ya en la eternidad, por el poder de su resurrección, y por nuestra fe en Él. Cuando recibimos la Santa Cena, recibimos hoy en día la presencia corporal de su sangre y cuerpo, por cual Dios nos entrega perdón y fuerza para vivir.  No tened miedo ni tampoco duda, el Señor esté con vosotros.

     Por todo esto, sabemos que cuando Cristo venga visiblemente, vendrá para bendecirnos.  Su cara va a tener una sonrisa para todos los creyentes que anticipan con gozo su vuelta.  Y por eso oramos, con todos los fieles de cada tiempo y sitio, Amén, ven Señor Jesús, Amén.  

Wednesday, November 18, 2015

Nuestra Voz Contra el Mal


Rouault - Jesús antes Pilato
  Jesús respondió: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, entonces mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; mas ahora mi reino no es de aquí.   Pilato entonces le dijo: ¿Así que tú eres rey? Jesús respondió: Tú dices que soy rey. Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz. San Juan 18:36-37

     Los atentados en Paris nos ofenden, nos confunden, nos asustan, y, nos exigen una respuesta.  Como dijo el mensaje que Erica compartió con nuestro grupo WhatsApp que se llama Luteranos en Madrid, (se puede ver el mensaje abajo, al fondo de este ensayo), no es correcto que seamos silenciosos en frente de estos actos salvajes.  Como humanos, como ciudadanos de países democráticos y libres, y especialmente como cristianos, viviendo libre en la gracia de Cristo, queremos y debemos, al menos, hablar contra este malvado. 

     No tengo una solución sencilla.  No sé el camino que deben seguir los líderes nacionales, ni como cada cristiano debe responder.  Pero sí tengo algunos pensamientos, algunas doctrinas bíblicas, que nos pueden ayudar pensar en lo que debemos hacer en este momento, y en cada día que nos da Dios en nuestras vidas. 

     Jesús respondió: Mi reino no es de este mundo.  Sería fácil decir que las palabras de Jesús, dicho al gobernador Poncio Pilato, nos dan la regla que los cristianos no deben pensar o actuar en los asuntos de los reinos de la tierra.  Pero esto sería un error, porque también en la Santa Biblia Dios nos enseña: Sométase toda persona a las autoridades que gobiernan; porque no hay autoridad sino de Dios, y las que existen, por Dios son constituidas. Por consiguiente, el que resiste a la autoridad, a lo ordenado por Dios se ha opuesto; y los que se han opuesto, sobre sí recibirán condenación.Porque los gobernantes no son motivo de temor para los de buena conducta, sino para el que hace el mal. ¿Deseas, pues, no temer a la autoridad? Haz lo bueno y tendrás elogios de ella, pues es para ti un ministro de Dios para bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues ministro es de Dios, un vengador que castiga al que practica lo malo. Romanos 13:1-4 

     También en Mateo 22 leemos: Entonces [Jesús] les dijo: Pues dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.  Y otra vez, San Pablo dice: Exhorto, pues, ante todo que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y sosegada con toda piedad y dignidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al pleno conocimiento de la verdad. 1 Timoteo 2:1-4

     Claramente, hay una diferencia grande entre el reino de dios y los reinos, o las autoridades, de este mundo.  Pero ambos son dones de dios, y como cristianos todavía viviendo en este mundo, tenemos responsabilidades a cada uno.  Podríamos estudiar esta doctrina por años, pero por ahora, intentaré a explicarla sencillamente.  Como Lutero enseñó, en el universo hay dos gobiernos, el gobierno de la mano derecha de dios, que es el reino de gracia que manifiesta en la iglesia de cristo, y el gobierno de la mano izquierda de Dios, que es su medio de limitar al mal en el mundo y proveer bienes a la gente.  Dios los completa por las autoridades gobernantes legítimas.  No hay salvación en el gobierno de la mano izquierda, solo limitación del mal y suministro de bienes al mundo.  Pero estos sirven al gobierno de la mano derecha, que es la Iglesia, porque la Iglesia puede proclamar el evangelio más cuando hay orden y paz.

     Entonces, es un deseo correcto cuando queremos que los gobiernos tomar decisiones y acciones para controlar entidades malvadas como el Daesh, (el Estado Islámico).  Y todos los ciudadanos cristianos, de acuerdo con su vocación, puede servir en este esfuerzo.  Un soldado cristiano puede servir en una guerra justa para controlar el malvado.  También, como ciudadanos en países democráticos, tenemos cada uno un papel en nuestro gobierno.  Es recto que usamos nuestra voz para llamar a los líderes que tomen acciones correctas.  Solo debemos tener cuidado que nuestras palabras y acciones en el servicio de las autoridades mundiales no rompen o deniegan la Palabra de Dios, y que no empecemos pensar que nuestra salvación depende en las cosas de este mundo.  Debemos orar para el gobierno, servirlo, y como ciudadanos en democracias, participar en el debate.  Pero nunca debemos engañar a nosotros mismos para pensar que vamos a quitar el mal del mundo.  Es posible limitar el mal con las fuerzas de hombres, pero no es posible quitarlo del mundo.  Esto no es posible porque dentro de todos nosotros hay deseos malvados, hay pecado.  Podemos y debemos luchar contra el pecado que todavía existe en cada uno de nosotros, pero tenemos que confesar que no tenemos el poder para destruirlo.  Solo hay uno que puede destruir el pecado y el mal.  Y Él ya lo ha hecho, para nosotros, en su propio cuerpo, en la cruz.    

     Esto es el mensaje que pertenece solamente a la Iglesia de Jesucristo.  Él es el hombre poderoso quien ha entrado en la casa de Satanás para atarle, y le ha quitado todo su poder.  Esto es la razón que Jesús no dijo nada en su propia defensa en el corte de Pilato: la cruz fue su objetivo.  Solo Jesús, el Hijo de Dios, tenía el poder de recibir todo el mal del mundo.  Solo Cristo tenía el poder de llevar todo el pecado del mundo a su cruz.  Y ya su objetivo está logrado.  Nuestra deuda está pagado, completamente.  La sangre de Cristo nos limpia de todo pecado.  El reino de Dios es algo completamente diferente, un reino ganado por muerte, un rey que ofreció a sí mismo como sacrificio, para salvar a sus enemigos.  Todos que oigan y crean las buenas noticias del perdón en su sangre reciban este perdón, y con perdón, también la justificación, el juicio de ser inocente, y la promesa de vida eterna.    

     El reino de Dios, el gobierno de su mano derecha, es solamente por la gracia.  La única arma que tiene la Iglesia es la Palabra de Dios, la Ley que nos revela nuestros pecados y nuestra necesidad de un Salvador, y el Evangelio, que nos da Cristo Jesús por fe.  La tarea de la Iglesia, y la primera preocupación de cada cristiano, es que este mensaje sea declarada, para mantener nuestra fe, y para que el Espíritu Santo puede usar la proclamación de Cristo para convertir y salvar aún más pecadores. 

     Entonces, como ciudadanos del reino de Dios, bautizados y creyentes, cada uno de nosotros tiene un papel, de acuerdo con nuestras vocaciones, en esta tarea de la Iglesia. Cada uno de nosotros necesita recibir los dones de Cristo, y por eso congregamos en torno a la Palabra y los Sacramentos, los medios de gracia por cuales Dios nos entrega el evangelio.  Cada uno de nosotros tiene una parte de la responsabilidad de mantener el trabajo de la iglesia, con nuestras oraciones, ofrendas, tiempo, y capacidades. Cada uno de nosotros también tiene oportunidades, para amar, y confesar la fe, a las personas con quien Dios nos da la oportunidad.    

     En el mundo de hoy, es más importante que nunca que la Iglesia rellena su papel para amar a nuestros prójimos, como individuos, y colectivamente.  Es siempre importante, porque es la voluntad de Dios.  Pero también es especialmente importante hoy, porque en este mundo de guerra y violencia y desconfianza entre pueblos y naciones, nadie quiere oír en mensaje de la Iglesia.  Especialmente hoy, es por actos de amor que ganaremos oportunidades de confesar la esperanza que tenemos en Cristo.  Y solamente en Cristo hay una solución al malvado, muerte, y violencia. 

     Rogamos, entonces, que Dios nuestro Padre, por causa de su amado Hijo, nuestro Señor, nos dé paz, en el mundo, sí, pero aún más en nuestros corazones, la paz de Cristo que sobrepasa todo entendimiento, y que nos da ánimo para amar y confesar, a nuestros vecinos, y aún a nuestros enemigos.  Al fin, solo esta voz, la voz de la Iglesia, la voz de gracia, tiene el poder de perdón y salvación.  Que Dios nos dé esta voz, por Jesucristo, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos, Amén   

Abajo está el mensaje que motivó mi respuesta.  Espero que mis palabras nos ayuda comprender correctamente el mensaje abajo, y aún más nos ayuda entender nuestra vida cristiana en todos los días.


EL SILENCIO

(El autor de este mensaje es el Dr. Emanuel Tanay, nacido en 1928, judío sobreviviente del Holocausto, y conocido y muy respetado psiquiatra forense radicado en los EUA).

Un hombre, cuya familia pertenecía a la aristocracia alemana antes de la Segunda Guerra Mundial, fue propietario de una serie de grandes industrias y haciendas. Cuando se le preguntó ¿cuántos de los alemanes eran realmente nazis?, la respuesta que dio puede guiar nuestra actitud hacia el fanatismo.
"Muy pocas personas eran nazis en verdad" dijo, "pero muchos disfrutaban de la devolución del orgullo alemán, y muchos más estaban demasiado ocupados para preocuparse. Yo era uno de los que sólo pensaba que los nazis eran un montón de tontos.
Así, la mayoría simplemente se sentó a dejar que todo sucediera. Luego, antes de que nos diéramos cuenta, los nazis eran dueños de nosotros, se había perdido el control y el fin del mundo había llegado. Mi familia perdió todo. Terminé en un campo de concentración y los Aliados destruyeron mis fábricas...

Se nos dice que la gran mayoría de los musulmanes sólo quieren vivir en paz. El hecho es que los fanáticos dominan el Islam, tanto en este momento como en la historia. Son los fanáticos los que marchan. Se trata de los fanáticos los que producen guerras. Se trata de los fanáticos los que sistemáticamente masacran cristianos o grupos tribales en África y se van adueñando gradualmente de todo el continente en una ola islámica. Estos fanáticos son los que ponen bombas, decapitan, asesinan. Son los fanáticos los que toman mezquita tras mezquita.

Se trata de los fanáticos los que celosamente difunden la lapidación y la horca de las víctimas de violación y los homosexuales. Se trata de los fanáticos los que enseñan a sus jóvenes a matar y a convertirse en terroristas suicidas. El hecho cuantificable y duro es que la mayoría pacífica, la "mayoría silenciosa" es intimidada e imperceptible.

La Rusia comunista estaba compuesta de los rusos, que sólo querían vivir en paz. Sin embargo, los comunistas rusos fueron responsables por el asesinato de cerca de 50 millones de personas. La mayoría pacífica era irrelevante

La enorme población de China era también pacífica, pero los comunistas chinos lograron matar la asombrosa cifra de 70 millones de personas.

El individuo japonés medio antes de la Segunda Guerra Mundial no era un belicista sádico. Sin embargo, Japón asesinó y masacró, en su camino hacia el sur de Asia Oriental, en una orgía de muerte que incluyó el asesinato sistemático, a 12 millones de civiles chinos, la mayoría muertos por espada, pala y bayoneta.

Y, ¿quién puede olvidar Ruanda, que se derrumbó en una carnicería?... ¿Podría no ser dicho que la mayoría de los ruandeses eran amantes de la paz?

Las lecciones de la historia son con frecuencia increíblemente simples y contundentes. Sin embargo, a pesar de todos nuestros poderes de la razón, muchas veces perdemos el más básico y sencillo de los puntos:
Los musulmanes amantes de la paz se han hecho irrelevantes por su silencio. Los musulmanes amantes de la paz se convertirán en nuestro enemigo si no se pronuncian, porque al igual que mi amigo de Alemania, se despertarán un día y encontrarán que los fanáticos los poseen, y el fin de su mundo habrá comenzado. Los alemanes, amantes de la paz, japoneses, chinos, rusos, ruandeses, serbios, afganos, iraquíes, palestinos, somalíes, nigerianos, argelinos, y muchos otros han muerto a causa de que la mayoría pacífica no se pronunció hasta que fue demasiado tarde.
En cuanto a nosotros, que somos espectadores ante los eventos en desarrollo, debemos prestar atención al único grupo que cuenta: los fanáticos que amenazan nuestra forma de vida.
Por último, cualquiera que duda de que la cuestión sea grave y elimina este mensaje sin reenviarlo, está contribuyendo a la pasividad que permite a los problemas expandirse. 
Esperemos que miles de personas, en todo el mundo, lean y piensen sobre él, antes de que sea demasiado tarde.

Profesora Claude Benoit
    Facultad de Filología
    Departamento de Filología francesa    
    Blasco Ibáñez 32
    46010 - Valencia - España