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Tuesday, July 23, 2019

El Buscador Divino - Tercer Domingo después de Trinidad


Tercer Domingo después de Trinidad
7 de julio, A+D 2019
El Buscador Divino

     ¿Alguna vez has estado perdido?  Hoy el Salmista nos pone en la posición del perdido.  Solo y afligido.  Completamente perdido, sin capacidad de encontrar el camino a nuestro hogar.  Hicimos nuestra entrada a la presencia de Dios esta mañana orando como rezaría la famosa oveja, separada de los 99.  Mírame, y ten misericordia de mí, oh Señor, porque estoy solo y afligido.

     Es bueno considerar un rato estar perdido. 

     ¿Alguna vez has estado perdido?  Cuando tuve 5 o 6 años, una vez estaba en Billings, Montana, con mi familia, haciendo compras en una tienda, una versión americana de El Corte Inglés.  Estaba siguiendo a mi madre, peregrinando entre el laberinto de percheros redondos que llenan la sala de ropa de mujeres.  Sé que estábamos en invierno, porque mi madre llevaba un abrigo de lana, de color café, lo cual era mi faro mientras navegaba entre los acantilados de ropa que me rodeaban, intentando evitar sufrir un náufrago contra las rocas.  O así fue en mi imaginación. 

      En un momento dado, el peligro de mi aventura me hizo perder el abrigo de mi madre; y cambié suyo, de color “café con leche” para el abrigo de otra mujer, de color “café cortado.”  No sé cuánto tiempo yo seguía a esta mujer, pero de repente, cuando tiré de su abrigo para preguntarle algo, me encontré perdido, sin mi madre, a solas en un bosque oscuro de ropa.  Aunque no recuerdo que tenía mucho miedo, el hecho de que todavía, casi 5 décadas después, me acuerdo de tantos detalles del acontecimiento, esto sugiera otra realidad.  Estuve perdido, y sentí afligido y amenazado.    

     Puedo reírme ahora, pero en el momento de estar perdido, es temeroso, y preocupante.  Podría ser que nos falla los Mapas de Google, y nos encontramos en un barrio sospechoso a las 3:00 de la mañana, …
    o que perdemos el sendero en las montañas mientras el sol desaparece debajo del horizonte, …
   o también podría ser que no estamos literalmente perdidos, pero no tenemos ninguna persona en nuestra vida en quien podamos confiar.  No importa como llegamos a estar perdidos, es malísimo.     

     Sea lo que sea la causa, estar solo y perdido es una aflicción.  Y si el terreno de nuestra soledad no es geográfico, sino espiritual, puede ser aun peor. 
     Por grande que sea la incomodidad que sufrimos por considerar estando perdido en esta vida, en posible peligro, separado de nuestra comunidad, o alejado emocionalmente de la familia, … peor es considerar la separación de Dios, actual y eterna.

    Porque, cada vez que consideramos honestamente la verdad de nuestras vidas, la distancia que solemos poner entre nosotros y el Señor Dios, y cómo y porqué terminamos tan lejos de Dios, descubrimos de nuevo la realidad de que espiritualmente, no estamos perdidos, temporalmente, sino que somos perdidos.  Ser perdido es nuestra condición natural, y fácilmente pudiera llegar a ser eterna.

     La verdad es que elegimos salir del camino recto y bueno de Dios cada vez que pecamos, y así corremos el riesgo de perdernos.  Con frecuencia buscamos socorro desde otras fuentes falsas, en vez de saciarnos de la fuente de vida.  Simplemente hay que considerar tu vida y conducta según los Diez Mandamientos, y pronto sabrás no sólo de estar perdido, sino que también de la perdición.           



      Pero basta.  No quiero continuar en este camino, es demasiado difícil y triste; no lo podemos soportar.  Mejor que cambiemos el tema, que consideremos el otro lado, de ser un buscador.  ¿Qué hacemos, por ejemplo, cuando perdemos algo valioso?  ¿Qué haces, pues, si pierdas tu móvil, o tu billetera?  

     Igual que hicieron el pastor y la mujer en las parábolas de Jesús.  Cuando perdemos algo valioso, dejamos todo y enfocamos 100% en la búsqueda de la perdida.  Cambiamos planes, reclutamos toda la familia, y no hacemos nada excepto respirar y buscar, hasta que encontremos el objeto valioso.  Y si, Dios nos guarde, lo perdido no sea un objeto, sino una persona, entonces extendemos la alarma a la comunidad.  Hemos visto cómo toda España puede enfocar en un niño perdido.  Y recordamos cómo, hace un año en estas mismas fechas, el mundo entero estaba esperando, orando, y ofreciendo ayuda para que los niños y entrenadores del club de futbol de Tailandia fueran rescatados de una cueva.

     Nuestra concentración y esfuerzos cuando perdemos algo valioso pueden ser maravillosos, y a veces, cuando el resultado está bueno, estas experiencias puedan forjar una familia o comunidad más integrada y solidaria. 

     Otro beneficio para nosotros del pensar en cómo actuamos cuando perdemos algo valioso es que nos ayuda sacar la lección principal de las parábolas de Jesús que oímos hoy:  Dios mismo, cuando perdió su posesión más querida y valiosa, hizo la misma cosa que nosotros hacemos.  De hecho, el Señor hizo mucho más. 

     Por tan malo que sea considerar seriamente nuestra tendencia a perdernos, hasta aun huir de nuestro Dios, y rebelar contra Él,
     y por tan triste y difícil que sea pensar en la soledad actual y eternal que arriesgamos cuando nos apartamos de Dios,
     el mensaje de Jesús para nosotros hoy es aún más consolador.  Porque Dios nos ama, a pesar de cómo somos.   A pesar de nuestros pecados, somos muy valiosos en sus ojos, y él ha estado enfocado en buscarnos y rescatarnos desde la primera vez que elegimos apartarnos de su presencia y amor.  De hecho, misterio de misterios, el Señor ya tuvo su plan para rescatarnos, antes de la fundación del mundo.  Tan fuerte es su compromiso de rescatarnos.        



    La parábola del pastor loco, quien dejó a noventa y nueve ovejas obedientes, y salió de su hogar cómodo y seguro, para entrar en el desierto y buscar a una sola oveja, descarriada y perdida, es una metáfora de la carrera del Hijo de Dios, quien fue reinando en gloria, rodeado por ángeles y arcángeles cantando loores al Padre, Hijo y Espíritu Santo.  Jesucristo tuvo todo, pero eligió descender de la diestra de su Padre y entrar en nuestro mundo destrozado por pecado.  Y no solo entrar, pero quiso unirse con nosotros, tomando nuestra forma, asumiendo la carne humana en su persona divina, para hacerse el Cristo, Hombre y Dios en un solo ser, el único capaz de ganar nuestra salvación.  ¡Y su objetivo en todo esto eras tú!

     Aunque Jesús no te llevó a casa literalmente sobre sus hombros, esta imagen debería recordarnos de otro evento literal, cuando nuestro Señor soportó una carga en sus hombros, la de una cruz romana, que el Hijo de Dios llevó al monte Calvario.  Aun peor, y más asombroso, Jesús no solamente aceptó el castigo peor de los romanos, nuestro Salvador también aceptó el castigo divino contra nuestros pecados, para deshacer la causa de nuestra separación y perdición.  Lo que fue necesario, Jesús, nuestro Buscador Divino, ya ha hecho, para encontrarte y rescatarte.  ¡Consumado es! 

     Y ahora, anticipamos la celebración.  La última parte de cada de las tres parábolas es sorprendente:  la celebración hecho por cada buscador, fiestas que nos parecen demasiado extravagantes en relación con las cosas encontradas de nuevo. 
     ¿No te parece que reunirse con todos los amigos y vecinos es demasiado, comparado con el valor de una sola oveja? 
     ¿No es que la mujer gastó más que el valor de la moneda perdida para hacer la fiesta después de encontrarla? 
     ¿Y ya habiendo dado la mitad de sus bienes al hijo menor, cómo es que el padre tiene suficientes recursos para poner un anillo en el dedo de este pródigo, matar el becerro gordo y hacer una fiesta tan grande? 
     Las fiestas nos parecen muy desproporcionadas al valor de las cosas encontradas.

     Así sería con nosotros, pero no estamos hablando de nosotros, estamos hablando del Señor Dios, Rey de los cielos, Comandante de los ejércitos celestiales, Creador del universo, y el Buscador Divino.  La grandeza de su gozo está reflejada en los ángeles, regocijándose perpetuamente por la maravilla que es el amor de Dios, revelado en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo.   


     Celebremos con los ángeles este Dios, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad.  Nuestro Dios se deleita en misericordia, y tiene misericordia de nosotros.  El Señor ha sepultado nuestras iniquidades, y echó en lo profundo del mar todos nuestros pecados.

     A través del perdón de los pecados, ganado para todo el mundo, Jesús otorga la resurrección a la vida eterna a todas las ovejas perdidas que Él encuentra.  Y las ovejas nuevamente encontradas causan una fiesta entre los ángeles.  Ovejas como nosotros, congregados aquí otra vez en arrepentimiento, para recibir los dones de perdón y salvación, y tomar un anticipo de la fiesta venidera,

En el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.  









Monday, April 29, 2019

El Señor y Dios, quitando dudas, de sus pastores y de todo su rebaño


Segundo Domingo de la Pascua
Misericordia Domini
28 de abril, A+D 2019     
San Juan 20:19-31          

     No deberíamos ser excesivamente decepcionados con Tomás, porque exigía ver y tocar a Jesús por sí mismo, antes de creer.  Es evidente que Jesús hubiera preferido que el Apóstol Tomás creyera la buena noticia desde la boca de sus compañeros, como el Señor dijo:  bienaventurados los que no vieron, y creyeron.  Pero no es verdad que Tomás fue más duro de corazón que los otros.  Todos los Once, aun en este momento de su ordenación al Santo Ministerio de la Iglesia de Cristo, todavía tenían mucho miedo de los judios, y tal vez también de Jesús mismo, y por ende estaban escondidos, estando las puertas cerradas, aunque habían oido ya la noticia de la Resurrección.  No son las acciones y la actitud de creyentes.

     Siempre es así con los ministros de Cristo.  Los hombres puestos en el oficio de ser un pastor bajo el Buen Pastor suelan necesitar más para creer, y seguir creyentes: más evidencia, más tiempo, más atención divina. 

     Es bastante obvia, humanamente hablando, por qué los Apóstoles, los futuros pilares de la Iglesia, necesitaban pruebas tan fuertes como una visita personal de Cristo Jesús, ya resucitado, para creer en el Evangelio. Fue por lo que habían visto, en el arresto, tortura y muerte de su gran amigo y maestro.  Él que, en la presencia de los Doce, había creado miles de panes de unas pequeñas barras, y enseñaba con autoridad y claridad sobre el amor infinito de Dios, Él que andaba sobre el agua y sanó y resucitó a tantas personas, fue, en sólo unas horas, reducido a un hombre callado, indefenso, lastimoso… y finalmente muerto.  El dolor, confusión y vergüenza de los Apóstoles eran inmensos, y les dejaron sin esperanza ni fe. Necesitarían ver con sus propios ojos al Cristo resucitado, para creer. 

     También, fue importante para su trabajo futuro.  Junto con la inspiración del Espíritu Santo, los escritos de los Apóstoles brindan autenticidad a sus lectores porque los autores vivían en directo toda la historia de salvación, desde el bautismo de Juan, hasta la tumba vacía y la Ascensión.  Y lo mismo continuó en sus propios ministerios, en que sufrieron muchas persecuciones y privaciones, todo aguantado por la verdad que supieron con sus propios ojos, la verdad que abrazaron personalmente, en el hombre Jesús, una vez muerto, pero ahora y para siempre resucitado y presente con ellos.  Todo esto realizado en el poder del Espíritu, para revelar y otorgar el amor y la gracia infinita de Dios a los hombres pecadores. 

     Desde entonces, los ministros de la Iglesia Cristiana siempre han necesitado más para continuar, en la fe, y en su vocación.  Porque ni los Apóstoles ni sus sucesores son hombres excepcionales, sino que son pecadores perdonados, como todos los cristianos, luego elegidos para servir por nuestro Dios excepcional, nuestro Salvador maravilloso.  El Sagrado Ministerio, igual como la Iglesia, es excelente no por nosotros, sino por Cristo. Él es siempre nuestro todo en todos.   

     Por la voluntad y la obra del Espíritu de Dios, los ministros después de los Apóstoles no necesitaban ver a Cristo en persona para continuar: bienaventurados los que no vieron, y creyeron, un grupo que incluyen a vosotros, y a los pastores también.  Pero, como pastor, hay que encarar a mucho: ser la primera línea de defensa y el blanco favorito del diablo y del mundo; estar siempre de guardia del rebaño de Jesús, siempre dispuesto de reunirse y acompañar a los fieles en sus momentos oscuros, como las enfermedades, las luchas dentro de la familia, las crisis de fe, y la muerte. También, por la voluntad de Dios, los ministros tienen cargo de los misterios divinos y su reparto público.  No me malinterpretes, son tareas lindas y buenas, un privilegio.  Pero también son exigentes y duras.  Por eso, los ministros de Cristo necesitan más. 

     Gracias a Dios, lo que necesita sus ovejas, el Buen Pastor las otorga, incluidos a las ovejas llamadas a ser pastores.  Por la naturaleza del ministerio, la Iglesia desde su inicio se ha asegurado que sus pastores tengan los recursos y el tiempo necesario para dedicar al estudio de la Palabra, la única fuente de poder y consuelo para creyentes. 

     Esta importante realidad tiene dos resultados imprescindibles.  Primero, que la predicación y la administración del Evangelio de Cristo sean adecuadas: 
   que los sermones sean fieles y útiles para crear y fortalecer la fe de los oyentes…
   que el Bautismo y la Santa Cena se celebren según la forma que Cristo nos dio…
   que la congregación experimente gozo y confort en la oración, y mientras cantamos himnos, salmos y canciones espirituales. 
     De todo esto se preocupa el Dios Trino y su Iglesia, porque inicialmente es a través del ministerio público que el Evangelio sale al mundo que Cristo vino para salvar. 

     También, por el oír de la Palabra en la congregación, los fieles reciben y llevan adentro de sus corazones una palabra de esperanza, un eco del domingo para compartir con amigos, familiares y vecinos en la vida cotidiana:
   La sencilla y buena noticia que Cristo, el Hijo De Dios, ha vivido, ha muerto y ha resucitado para ganar el pleno perdón de los pecados para toda la humanidad. 
     Esto es el Evangelio en lo que se encuentra vida eterna, y es principalmente por este eco de la Palabra en las vidas de los cristianos que el Espíritu atrae más gente a la congregación, para recibir todos los dones en comunidad en el culto público. 
   Y así el círculo continúa…

   Segundo, por el hecho de que el servicio como ministro de Cristo está lleno de desafíos, tentaciones, y sufrimientos particulares, es imprescindible que los ministros reciban suficiente tiempo para profundizarse en la Palabra de Cristo, por su propia fe y resistencia. 

     Por ende, para el crecimiento de la Iglesia y la fe de los mismos ministros, intentamos proveer tiempo y recursos a los ministros para estudiar la Palabra.  Por lo tanto, alegrémonos de tener la oportunidad de enviar       
al seminario nuestro hermano Mario de Cádiz, quien quiere servir en el ministerio de nuestra iglesia.  Él está en Santiago, la República Dominicana, para estudiar en el seminario y practicar bajo un pastor de una congregación allá.  Igualmente, es una bendición poder ofrecer conferencias de estudio teológico para nuestros pastores y seminaristas aquí, Juan Carlos, Adam, Felipe y Antonio.  Demos gracias a Dios por las ofrendas, de fieles luteranos en los EEUU, y también de fieles luteranos aquí, las ofrendas de vosotros, las cuales nos hacen posible ofrecer tales oportunidades a los hombres el Señor está preparando y fortaleciendo para servir, a nosotros. 

    No es fácil ser un cristiano fiel hoy en día.  Nunca ha sido fácil, como nos muestra Tomás.  Ser un militante en el partido de Cristo te expone al desprecio y burla del mundo, porque al centro de nuestra fe es, a la primera vista, una derrota total, la muerte escandalosa de un hombre que supuestamente es Dios hecho carne.  Además, la verdad más difícil del evento de la Cruz es lo que dice sobre nosotros, que Uno tuvo que cargar con toda nuestra deuda de pecado, porque nuestra naturaleza causa que nuestros sacrificios nunca sean puros.  La Cruz nos exige la confesión:  todos somos igualmente culpables, incluso yo.  El mundo, y nuestra naturaleza, como la de Tomás, no quieren aceptar esta realidad. 

     Todos necesitamos la Palabra del Resucitado, incluso la que afirma nuestra naturaleza caída, sí. 
Pero, en este mismo momento, Cristo quita nuestra culpa que causa la muerte, y la cambia por una vida nueva, su propia vida eterna. 
   Y esta vida nueva de Cristo nos libera para regocijarnos en Dios,

   …y amar libremente, como Él nos amó,

   …y vivir humildemente, pero con confianza,

porque ni aun la muerte ni el diablo tienen poder sobre los fieles de Jesucristo. 

   ¡Paz a vosotros! 

   ¡Cristo ha resucitado, y en Él, todos vuestros pecados son remitidos!

   ¡No seas incrédulo, sino creyente! 

     Y con Tomás confesamos:
¡Señor mío, y Dios mío,
hoy, y por los siglos de los siglos, Amén. 

Sunday, December 16, 2018

Otro Tipo de Grandeza - Adviento 3, en español e inglés


Tercer Domingo de Adviento, A+D 2018, Gaudete
Otro tipo de grandeza
San Mateo 11:2-11

(English Sermon follows the Spanish)

     Hace dos semanas se falleció George Herbert Walker Bush, el cuadragésimo primer presidente de los Estados Unidos.  Él tenía una grandeza especial.

     El primer presidente Bush fue nacido en una familia rica y poderosa, con gobernantes y empresarios importantes por todos lados.  Tuvo 17 años cuando los japoneses atacaron a Pearl Harbor, después de que los EEUU entraron en la Segunda Guerra Mundial.  La familia de George quería protegerlo de los riesgos de la guerra, pero, en el día de su decimoctavo cumpleaños, cuando por ley podía decidir por sí mismo, George se alistó en la Marina Americana.  Llegó a ser el piloto de combate americano más joven de nunca, y completó 58 misiones de combate, incluso uno en que su avión fue destrozado por las armas japonesas, y Bush tuvo que ser rescatado de una balsa en el Océano Pacífico.  Aún después de esta experiencia, George volvió a luchar en el aire.  Nunca quería ser favorecido por la reputación y riqueza de su familia.  Solo quería servir a su patria.  Tenía una grandeza especial.

     George Bush nos puede servir como un ejemplo actual de la grandeza de que habla Jesús en nuestro evangelio de hoy.  Solo una sombra de la grandeza de que nos habla Jesús, por supuesto, pero un ejemplo, sin embargo.  Porque George Bush eligió servicio, en lugar de beneficiar del estatus de su familia, o el poder de su riqueza.  No habría sido difícil para Bush a encontrar un modo de “servir” en la guerra en un puesto cómodo y seguro.  La reputación y las  conexiones de sus familiares pudieran haber conseguido esto sin problema.  Pero, George quería servir de verdad, quería servir hombro con hombro con sus compatriotas, luchando para la libertad mundial, arriesgando su vida para proteger a las vidas de millones de otros.

     Lo cual es un poco parecido a la historia de Juan el Bautista.  Juan fue hijo de un sacerdote, un grupo especial e importante entre los judíos.  Además, fue el producto de un milagro, porque sus padres, Zacarías y Elizabet estaban mucho más allá de la edad de concebir y tener hijos.  Finalmente, desde muy temprano en su vida, el Señor Dios comunicaba directamente a Juan, dirigiéndolo en su camino especial.  Sin duda, Juan el Bautista era alguien excepcional. 

    Pero Juan nunca intentó beneficiarse a sí mismo de su estatus especial.  Vivió en el desierto, comiendo langostas y miel salvaje.  No retrocedió de anunciar la Verdad que Dios le había revelado, incluso sobre los pecados de sus oyentes.  No le importaba si estos oyentes fueran fariseos, o soldados romanos, o aun el rey Herodes, reprochado por Juan por tener a la esposa de su hermano. 

     Finalmente, nunca retrocedió de hablar de la identidad de su primo y Salvador, Jesús de Nazaret.  Una vez, cuando sus propios discípulos le invitaban a quejar sobre el hecho de que el ministerio de Jesús estaba eclipsando su propio ministerio, Juan les dijo: “Es necesario que Él crezca, y que yo disminuya.”  Al final, su fidelidad a la Verdad de Dios, cuando reprochó a Herodes, fue lo que resultó en su arresto, y eventualmente, en su muerte sangrienta y cruel.   

     Fidelidad, honor, compromiso, desinterés, carácter.  Podemos ver estos rasgos en George Bush.  Aún más, son obvios en Juan el Bautista.  Pero, en nuestra cultura popular y en la política actual, son valores obsoletos. 

     ¿Y con nosotros?  ¿Por nuestras palabras y acciones, cuáles valores parecen importantes a nosotros?

     No somos presidentes, ni guerreros defendiendo la libertad contra el Socialismo Nacionalista y el Imperio Japonesa.  Seguramente no somos profetas del Señor, enviados ante su Hijo para preparar su camino.  Pero somos cristianos, unidos por el bautismo con Jesús, con un llamado para vivir como hijos de la luz.  San Pablo, San Juan y Jesús mismo nos instruyen que no conformemos a este mundo caído en que vivimos.  Es decir, no deberíamos seguir los caminos egoístas, superficiales, y pecaminosos que son tan populares. 

     El Señor nos llama a servir, en vez de ser servido.  Nos manda que amemos, y no odiemos, aun a nuestros enemigos.  Dice que el grande entre nosotros es el que sirve a los demás.

     ¿Cómo va?  ¿Encontramos nuestro valor en las bendiciones recibidas en Cristo, y en el privilegio de compartir su amor con otros?  ¿O es que ansiemos por la adulación del mundo, demasiado preparados a olvidarnos de la Verdad de Dios, si esté en conflicto con lo popular de la cultura?  ¿Buscamos ser grandes en la estimación de nuestra cultura, de nuestros amigos y vecinos, o perseguimos la grandeza del servicio y sacrificio?

     No tenéis que responder. Cada uno de nosotros sabemos que no cumplimos nuestros deberes.  La verdad es que un hombre como Presidente Bush nos pone a la vergüenza.  Y Juan el Bautista tanto más. 

     Es triste.  Cuanto más buscamos nuestra propia grandeza, cuanto más pequeño y sin importancia llegamos a ser.  Y aún si pudiéramos ser igual al Bautista o aún a Bush, no sería suficiente.  Porque George Bush era rápido para admitir sus errores y confesar sus fallos.  Y Juan el Bautista, profeta llamado directamente por Dios desde antes de su concepción, sabía muy bien sus limitaciones.  Cuando Jesús vino a él para recibir su bautismo, Juan le dijo:  no soy digno de desatar tus sandalias, menos aún para bautizarte. 

     En términos humanos, la grandeza de George Bush fue impresionante, especialmente comparado con los demás hombres ricos y políticos poderosos.  Y Juan el Bautista es verdaderamente importante en la historia de salvación.  Declara Jesús: “Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista.”  Esto es una grandeza especial, ¿no?  Pero, no es suficiente para llenar  la necesidad humana.   

     En esto podemos ver la gran diferencia entre el bueno de este mundo caído y el bueno del reino de Dios, que es de una grandeza distinta, diferente.  Imagínate, aunque Juan fue grande, también dice Jesús que “el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él.”   En esto, empezamos de comprender cuán grande fue la obra de Cristo, para realizar el cumplimiento de lo necesario para abrir este reino a nosotros. 

     Pues, la grandeza del reino de los cielos no es solamente mayor que la grandeza de Juan, o George, o cualquier otra persona.  Es mucho más grande, claro que sí, pero, además, es un tipo de grandeza totalmente distinto.  

     La grandeza de Bush tiene que ver con mejorar un mundo problemático, no con perfeccionarlo.  Su voluntad de luchar en el aire en la Segunda Guerra Mundial, o servir con honestidad y desinterés como político, fue siempre un intento de mejorar situaciones difíciles o peligrosas.  Hoy en día las naciones quieren convertir sus presidentes en salvadores, pero George Bush supo muy bien la realidad de que nadie de este mundo iba a resolver todos los problemas, ni aun la mitad. 

     Y es similar con Juan el Bautista.  Sí, fue profeta de Dios, pero su rol tuvo principalmente dos partes: predicar contra el pecado, y anunciar la llegada del Mesías de Dios, el Cristo.  Juan no fue perfecto.  En la cárcel, por no entender perfectamente la obra del Cristo, llegó a tener dudas de si su profecía acerca de Jesús había sido correcto.  Envió sus mensajeros a Jesús con la pregunta: “¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?” 

     Juan fue encarcelado y eventualmente ejecutado por su predicación contra el pecado.  La grandeza de su ministerio profético no logró mucho en la cultura ni en el mundo, ni tampoco en los cielos.  Fue totalmente de preparación, muy importante, pero preparación y nada más.  La grandeza terrenal no puede resolver nuestros problemas más serios, como nuestro pecado, nuestra muerte, o nuestras dudas sobre como deberíamos relacionar con Dios.     

     Aun por la fuerza de los mejores hombres, todavía no hallemos soluciones completas y eternas.  Esto requirió una grandeza distinta, una grandeza divina, una voluntad profunda para servir y una humildad increíble.  La razón que el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que Juan el Bautista, es que el reino de los cielos está hecho en la misma persona de Cristo Jesús, verdadero hombre, y verdadero Dios.

     Cristo es el ejemplo por excelencia de servicio sin ego, y la culminación de sacrificio de un grande para los pequeños.  No fue meramente hijo de un senador, o de un sacerdote, pero fue, y es, el unigénito y eterno Hijo del Padre.  Salió de la gloria de la corte celestial, para lograr la mejor gloria de Dios, que es la salvación de sus propios enemigos, la raza humana que había rebelado contra Él, desde Adán, hasta la última persona nacida.

     Jesús nos mostró otro tipo de grandeza.  La grandeza del amor de Dios que no requiere nada de los amados. El Señor hace un compromiso total a todos los pecadores, aun cuando esos pecadores rechazan a Él.  Vino para crear de nuevo a todo, empezando con el hombre, caído desde su concepción.  Por eso, humildemente, el infinito Dios se encarnó de la Virgen María, y vivió como un refugiado perseguido.  Su voluntad de servir y salvar no tenía límite.

     Por lo tanto, la humildad de su nacimiento tiene sentido.  Aunque nos encanta los belenes tan bonitos, el nacimiento de Jesús no fue tan lindo o tranquilo. Las condiciones vergonzosas de la entrada de Jesús en este mundo nos da una previsión de la vergüenza y el terror de su muerte, porque el Bebé injustamente puesto en la madera del pesebre sería más tarde puesto injustamente en la madera de una cruz romana.

     Nos parece imposible que el Todopoderoso haría tales cosas.  Y sí, para nosotros, sería imposible.  Pero para el Dios quien es amor, fue la culminación de su servicio divino, fue su momento más grande de todos.

     Cuando fui un joven, tenía un cartel con una cita atribuida a George Herbert Walker Bush: “Él que no tiene nada que vale la pena de arriesgar la muerte, no tiene nada que vale la pena de vivir.” Es un lema fuerte, y solo podemos entenderlo correctamente si entendemos que George Herbert Walker Bush confesó su fe cristiana abiertamente. 

     Porque solo por confiar en el servicio divino,  el sacrificio sublime, y el reino eterno de Cristo Jesús, podamos entonces tener el valor de vivir sin miedo y en servicio a otros.  El lema de Bush es solamente aceptable porque dos mil años antes, llegó a ser un hecho divino en la vida, cruz y resurrección de Jesús, quien quiso morir, para que pudiéramos vivir.  Esto es una grandeza distinta.

     Podemos vivir en amor y servicio, porque la vida, la cruz y la resurrección de Jesús son una realidad entre nosotros, aquí, hoy.  Porque Él está con nosotros, y su Espíritu está obrando en nosotros ahora mismo, por su Palabra de promesa.  Todo el fruto de la grandeza de Cristo nos es dado aquí, en el pleno perdón de nuestros pecados, y en el acceso al reino de los cielos que tenemos, en el Nombre de Jesús, Amén. 


Third Sunday of Advent , A + D 2018
Another King of Greatness

Two weeks ago, President George Herbert Walker Bush, the forty-first president of the United States, passed away. He had special greatness. The first President Bush was born into a rich and powerful family, with important government officials and businessmen on all sides. He was 17 years old when the Japanese attacked Pearl Harbor, after the US entered the Second World War. George's family wanted to protect him from the risks of war, but on his eighteenth birthday, when by law he could decide for himself, George enlisted in the American Navy. He became the youngest pilot ever, and completed 58 combat missions, including one in which his plane was destroyed by Japanese weapons, and Bush had to be rescued from a raft in the Pacific Ocean. But he returned to fight in the air later. George never wanted to be favored by the reputation and wealth of his family. He just wanted to serve his country. He had a special greatness.

George Bush can serve us as a current example of the greatness that Jesus speaks of in our Gospel today. Only a shadow of the greatness that Jesus speaks of, of course, but an example, nonetheless.   Because George Bush chose service, instead of benefiting from the status of his family, or the power of his wealth. It would not have been difficult for Bush to find a way to "serve" in the war in a comfortable and safe position. The reputation and connections of his family members could have achieved this without problem. But George wanted to truly serve, to stand shoulder to shoulder with his countrymen, fighting for world freedom, risking his life to protect the lives of millions of others.

Which is quite a bit like John the Baptist. He was the son of a priest, a special and important group among the Jews. In addition, he was the product of a miracle, because his parents, Zacarias and Elizabet, were far past the age to conceive and have children. Finally, from very early in his life, the Lord God spoke directly to John, directing him on his special path. That is to say, John the Baptist was someone exceptional.

But John never tried to benefit from his special status. He lived in the desert, eating locusts and wild honey. He never recoiled from announcing the Truth that God had revealed to him, even about the sins of his hearers, no matter if these hearers were Pharisees, or Roman soldiers, or even King Herod, reproached by John for having his brother's wife. Finally, he never retreated from talking about the identity of his cousin and Savior, Jesus. Once, when his own disciples invited him to complain about the fact that Jesus' ministry was overshadowing his own ministry, John told them: "It is necessary that He increase, and that I decrease." In the end, it was his faithfulness to the Truth of God, when he reproached Herod, that resulted in his arrest, and eventually, in his bloody and cruel death.

Fidelity, honor, commitment, selflessness, character. We can see these traits in George Bush. Even more, they are obvious in John the Baptist. And in us? We are not presidents, nor warriors defending freedom against National Socialism and the Japanese Empire. Surely, we are not prophets of the Lord, sent before his Son to prepare his way. But we are Christians, baptized and united with Jesus, with a call to live as children of light. Saint Paul, Saint John and Jesus himself instruct us not to conform to this fallen world in which we live. That is, we should not follow the selfish and sinful ways that are so popular. The Lord calls us to serve, instead of being served.  He commands us to love, and not to hate, even our enemies. He says that the greatest among us is the one who serves others.

How's it going? Do we find our value in the blessings received in Christ, and in the privilege of sharing his love with others? Or is it that we long for the adulation of the world, prepared to forget the Truth of God, if it is in conflict with the popular culture? Do we seek to be great in the estimation of our culture, of our friends and neighbors, or do we pursue the greatness of service and sacrifice?

You do not have to answer. Each one of us knows that we do not fulfill our duties. The truth is that a man like President Bush puts us to shame. And John the Baptist even more. It's sad. The more we seek our own greatness, the smaller and less important we become. And even if we could be equal to John, or even just George, it would not be enough. Because George Bush was quick to admit his mistakes and confess his failures. And John the Baptist, a prophet called directly by God from before his conception, knew his limitations very well. When Jesus came to him to receive his baptism, John told him: I am not worthy to untie your sandals, much less baptize you. 

In human terms, George Bush's greatness was impressive, especially when compared with other rich men and powerful politicians. And John the Baptist is truly important in the history of salvation. Jesus declared: "Among those born of women, no one has risen who is greater than John the Baptist." That is is a special greatness, is not it?  But it is not sufficient for the depth of the human need.

In this we begin to see the great difference between the good of this fallen world and the good of the kingdom of God. Also, we began to understand how great was the work of Christ, to fulfill all that was necessary to open this kingdom to us. Imagine, although John was great, Jesus also says that "the least in the kingdom of heaven, the greater is he."

You see, the greatness of the kingdom of heaven is not only greater than the greatness of John, or George, or any other person. It is much greater, of course, but also, it is a different kind of greatness. Bush's greatness has to do with improving a troubled world. His willingness to fight in the air in World War II, or serve with honesty and selflessness as a politician, was always an attempt to improve difficult or dangerous situations. Nowadays, cultures want to turn their presidents into saviors, but George Bush knew very well the reality that nobody was going to solve all the problems, not even half.

And it is similar with John the Baptist. Yes, he was a prophet of God, but his role had mainly two parts: preaching against sin, and announcing the arrival of the Messiah of God, the Christ.   John was not perfect.  In prison, because he did not understand perfectly the work of the Christ, he had doubts as to whether his prophecy about Jesus had been correct. He sent his messengers to Jesus with the question: "Are you the one who was to come, or will we wait for another?" John was imprisoned and eventually executed for his preaching against sin. The greatness of his prophetic ministry did not achieve much in culture, or in the world, nor in the heavens. Earthly greatness cannot solve our most serious problems , such as our sin, our death, our doubts about how we should relate to God.

By the strength of the best men, we still do not find complete and eternal solutions. This task required a different greatness, a divine greatness, an amazing willingness to serve and an incredible humility. The reason that the least in the kingdom of heaven is greater than John the Baptist is that the kingdom of heaven is created in the person of Jesus Christ, true man, and true God. Christ is the quintessential example of egoless service, the culmination of a great sacrificing for the small.  He was not merely the son of a senator, or of a priest, rather he was, and is, the only begotten and eternal Son of the Father. He left the glory of the heavenly court, to achieve the greatest glory of God, which is the salvation of his own enemies, the human race that had rebelled against Him, since Adam, down to the last person born.

Jesus showed us another kind of greatness. The greatness of love without expectations.  The commitment of God to all sinners, even when those sinners reject Him. Jesus came to create everything again, beginning with man, fallen from his conception. Therefore, humbly, the infinite God became incarnate of the Virgin Mary, and lived as a persecuted refugee. His willingness to serve and save had no limit. Therefore, the humility of his birth makes sense, and indeed, gives us a foresight of the shame and terror of his death. For as the baby Jesus was unjustly placed in the wood of the manger, later Jesus would be unjustly put on the wood of a Roman cross. 

It seems impossible, that the Almighty would do such things.  And yes, for us, it would be impossible. But for Jesus Christ, it was the culmination of his service, it was his greatest moment of all.

When I was young I had a poster with a quote from George Bush:  If we do not have anything for dying for, then we do not have anything that is worth living for.  This is a strong motto, and we can only understand it correctly if we understand that George Bush openly confessed his Christian faith. Because just by trusting in the service, sacrifice, and reign of Christ Jesus, we can then have the courage to live without fear and in the service of others. Bush's motto is only acceptable because two thousand years before, it was a fact in the life, cross and resurrection of Jesus.

We can live in love and service, because the fact of the life, cross and resurrection of Jesus is a reality among us, here, today, because He is with us, because his Spirit is working right now by his Word, because all the fruit of the greatness of Christ is given to us here, in the full forgiveness of our sins, and access to the kingdom of heaven that we have,

In the name of Jesus, Amen.

Monday, November 26, 2018

La Buena Noticia de la Comida Seca de la Serpiente


Último Domingo del Año Eclesiástico
ANTIGUO TESTAMENTO              Isaías 65:17-25 (RV60)     
EPÍSTOLA                           1 Tesalonicenses 5:1-11 (RV60)
EVANGELIO                          San Mateo 25:1-13 (RVR60)

El lobo y el cordero serán apacentados juntos,
     y el león comerá paja como el buey;
     y el polvo será el alimento de la serpiente.

     Hay una cierta falta de simetría en estas últimas líneas de nuestra lectura de Isaías.  Primero, tenemos dos parejas de enemigos naturales, el lobo y el cordero, y el león y el buey, convertidos en amigos, compartiendo su alimentación.  Pero en la tercera, la serpiente, sola, sin compañero, recibe una comida no muy agradable.  Es interesante que, casi al final de esta lectura que es, desde su inicio, totalmente alegre y llena de promesa, viene esta nota disonante.  ¿Por qué?

     Podría ser una respuesta simple, la realidad de que vivimos en un mundo caído.  Aún después de nuestra conversión a ser creyentes bautizados, es imprescindible que, siendo todavía pecadores, sigamos oyendo las advertencias y amenazas de la Ley de Dios.  Por eso, la Palabra de Dios es dividido entre ley, y evangelio.  Por un lado, los requisitos y prohibiciones de Dios para nosotros, y por el otro, las promesas, las cosas que el Señor hace, para salvarnos.  Necesitamos oír la ley, no porque ahora podamos cumplirla y conseguir o mantener nuestro estatus como cristianos.  No, no, no.  Más bien seguimos escuchando la ley de Dios para que nos demos cuenta de nuestra continua necesidad de la gracia de Dios en Cristo. 

    Por lo tanto, oímos, juntos con los Tesalonicenses, la ley desde nuestra Epístola:  Pues los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan. Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, … animaos unos a otros, y edificaos unos a otros.  También desde el Evangelio de San Mateo, con la parábola de los vírgenes esperando la llegada del Novio, quien es Cristo, conocemos que es necesario velar por su venida sin parar; velar, y mantener nuestras lámparas llenas con la fe viviente.  

   Pero esta última idea de Isaías 65, de la serpiente que solo va a comer polvo, es más notable por la gran alegría del resto del pasaje.   

     Escuchad de nuevo:  Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento… Mas os gozaréis y os alegraréis para siempre en las cosas que yo he creado; … me alegraré con Jerusalén, y me gozaré con mi pueblo; y nunca más se oirán en ella voz de lloro, ni voz de clamor. …  No trabajarán en vano, ni darán a luz para maldición; porque son linaje de los benditos de Jehová, y sus descendientes con ellos. Y antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído.”

     ¡Qué excelente, qué bonito!  Los únicos recordatorios de imperfecciones vienen dentro de promesas de que nunca más sufrirán los fieles de Dios de estos problemas. 

     Luego oímos: “El lobo y el cordero serán apacentados juntos, y el león comerá paja como el buey.”  Muy bien, la violencia de la naturaleza convertida en paz.  Pero, finalmente, “y el polvo será el alimento de la serpiente. No afligirán, ni harán mal en todo mi santo monte, dijo Jehová.”

    ¿Por qué, en la penúltima frase, el Señor añadió esta maldición a la serpiente, cuando todo lo demás es de paz y la ausencia de mal?  Empieza por decir que nada del viejo mundo será parte del nuevo, ni aun la memoria. Pero, seguramente esto de la serpiente parece algo de la creación anterior. ¿Por qué está mencionada?  ¿Es solamente que el Señor quería dar una patada al antiguo enemigo malvado?  ¿O podría indicar algo más, algo que concuerda mejor con el tema de alegría en todo el resto de la profecía?

     Pues, tal vez ya habéis hecho una conexión a otro versículo, uno que seguramente es de referencia, la maldición que anunció el Señor a la serpiente, en el jardín, justo después de su tentación exitosa del primer hombre y mujer.  Después de hallarlos, escondiendo de Él por miedo, porque entendieron que habían hecho muy mal, el Señor Dios dijo a la mujer: ¿Qué es esto que has hecho? Y la mujer respondió: La serpiente me engañó, y yo comí. Y el Señor Dios dijo a la serpiente:
Por cuanto has hecho esto,
maldita serás más que todos los animales,
y más que todas las bestias del campo;
sobre tu vientre andarás,
y polvo comerás todos los días de tu vida.
   
    Es indudablemente correcto ver una conexión fuerte con Génesis 3 y nuestra lectura de Isaías 65.  ¿Pero, es solamente que el Señor, en medio de su profecía de los nuevos cielos y la nueva tierra, quisiera dar un recordatorio de que la serpiente, que era Satanás, sería castigada, y nada más?  Posiblemente, pero ¿porque insertar esto aquí, en este anuncio alegre del paraíso nuevo, donde la serpiente, el diablo, no vaya a estar presente?     

    A ver.  La maldición de la serpiente a comer polvo es un versículo famoso, pero no es la primera vez que la palabra “polvo” ocurre en Génesis.  Antes, en capítulo 2, ya hemos oído del polvo.  Porque, el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente.  El polvo de la tierra es la masa de que Adán fue construido.  Además, polvo ocurre de nuevo en Génesis 3, en la maldición de Adán por su pecado.  El Señor le dijo: Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás. 

    El polvo de la tierra, originalmente la masa elegida por Dios para crear la vida humana, ahora, después de la introducción destructiva del pecado en la buena creación de Dios, es cambiado a ser la comida de la serpiente y una marca de la muerte para los hombres. 

     Todo eso me da más preguntas sobre por qué Isaías termina su profecía de promesa y celebración con una mención del polvo como alimento de la serpiente.  ¿Por qué en nuestro pasaje de Isaías el Espíritu Santo interrumpe el flujo de felicidad y promesa con este recordatorio de muerte y castigo? 

     Cuando en la Palabra de Dios encontramos algo difícil de entender, es muy servicial recordar que toda la Biblia es una historia sobre Jesucristo, el Hijo de Dios.  Jesús mismo dijo lo mismo varias veces.  Por ejemplo, a los judíos en San Juan capítulo 5: “Examináis las Escrituras porque vosotros pensáis que en ellas tenéis vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí.”  También en San Lucas 24, en la tarde del día de la Resurrección, Jesús dijo a sus discípulos: “Esto es lo que yo os decía cuando todavía estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo que sobre mí está escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.  Entonces les abrió la mente para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: Así está escrito, que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día.” 

    Así, podemos esperar oír de Cristo y su Cruz en todas partes de la Biblia, y esto es lo que tenemos en este versículo de Isaías sobre la serpiente comiendo el polvo.  Sí, nos recuerda de la maldición proclamada a la serpiente en el jardín, pero también, es una profecía de la obra de salvación de Cristo en su Cruz. 

     Porque el Hijo de Dios se hizo el Hijo del Hombre, se convirtió en el Segundo Adán, por su nacimiento de la Virgen María.  El primer Adán fue formado desde el polvo, y por su pecado fue destinado a regresar al polvo en la muerte, y nosotros juntos con él.  Pero, para salvar a él y todos sus descendientes, el Segundo Adán, el Nuevo Adán, el Hijo de Dios, asumió esta misma carne, hecho originalmente del polvo.  Se hizo hombre, para cambiar nuestro destino, un cambio que logró por su propia muerte. 

     Como también profetizó el Señor en el jardín, la serpiente iba a morder, o se podría decir, iba a intentar comer, al Simiente de la mujer, pero esta mordida resultaría en su propia destrucción.  Dijo el Señor a la serpiente:  Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el talón.      
     Por intentar comer el Segundo Adán, Satanás precipitó su propia derrota eterna.   

    Es como muchos antiguos teólogos de la iglesia, desde Gregorio de Nisa, hasta Lutero, explicaron:  El hombre Jesús, colgado en la Cruz, fue como un cebo que la serpiente, el Diablo, no pudo resistir.  Por su odio ciego, Satanás pasó por alto el hecho que este hombre, este nuevo Adán, fue también Dios mismo.  Intentó morderlo, comerlo vivo, y al principio, parecía exitoso, porque Cristo se falleció. 

     Pero este nuevo hombre de polvo fue diferente, fue el Creador, el Autor de Vida, y su muerte fue parte del plan.  En su autosacrificio, todos los pecados y la muerte merecida por Adán y todos sus descendientes son pagados, totalmente borrados.  En este sacrificio, Jesucristo nos rescató, por destruir el poder de Satanás a acusarnos por nuestros pecados.  Porque en Cristo, no queda ninguna deuda.  Por intentar alimentar de este polvo, la carne del Nuevo Adán, la serpiente fue destruido, y nosotros recibimos perdón, y acceso a los nuevos cielos y la nueva tierra, el paraíso de Dios.

    Por lo tanto, esta frase: “y el polvo será el alimento de la serpiente,” es ciertamente una buena noticia.  Cabe perfectamente en este anuncio de puro Evangelio de Isaías 65.  Es cierto, todas las promesas del paraíso son nuestros, porque la serpiente tuvo polvo por su alimento.

    Y ahora, para mantenernos velando por su regreso, Él que ofreció su propio cuerpo para rescatar al mundo caído nos alimenta con comida tan bueno que es difícil describirlo adecuadamente.  Por su Palabra, verdadera comida para el alma, el Espíritu de Cristo nos convence, nos perdona, y nos consuela, recordándonos como, en nuestro bautismo, hemos sido vestidos en la justicia de Cristo.  Y en su Cena, el mismo Jesús nos ofrece su propio cuerpo y sangre, una vez ofrecidos en la Cruz, y ahora glorificados a la diestra del Padre. Con su cuerpo y sangre, Jesús nos limpia de cada mancha.  Esta alimentación divina nos lleva por toda esta vida, hasta la vida eterna. 

    Así somos vírgenes prudentes, bien preparados para saludar al Novio; así somos hijos de la luz, preparados por su retorno, cuando con Jesucristo entraremos en el Paraíso de Dios. 

  Por lo tanto, oremos:  Ven, Señor Jesús, ven, Amén.