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Tuesday, July 23, 2019

Es Todo Acerca del Perdón - Cuarto Domingo después de Trinidad


Cuarto Domingo después de Trinidad
14 de julio, A+D 2019                                  
Es Todo Acerca del Perdón

     Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.  Desde el primer momento mojado hasta nuestra última respiración, la fe y la vida cristiana son, en su esencia, acerca del perdón.

     Hoy es un día especial, en lo que celebramos una confirmación y dos bautizos.  Por ende, es natural que reflexionemos sobre los fundamentos de ser un cristiano, de lo que consideramos lo básico del reino de Dios.  Y por la providencia del Espíritu Santo, obrando a través de las lecturas asignadas para hoy, el Consolador nos está ayudando comprender que el centro de la fe y la vida cristiana es el misericordioso perdón que nos otorga el Señor.  Es todo acerca del perdón. 

     De Génesis capítulo 50 oímos como José nunca pensaría en negar el perdón y reconciliación que Dios ya había realizado entre él y sus hermanos.  Le habían hecho muy mal a José, vendiéndolo a la esclavitud y fingiendo su muerte a su padre, pero lo que sus hermanos querían como mal contra José, Dios lo había encaminado a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo.  El perdón superó el odio, para salvar vidas, lo cual es la voluntad de Dios.

     San Pablo nos llama a la misericordia, aun y especialmente con nuestros enemigos y perseguidores.  De hecho, esto es como Dios trató con nosotros, cuando aún éramos sus enemigos. 
Como dice Jesucristo mismo, “Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.”

     La vida no te enseña que es todo acerca del perdón.  Aprendemos muy pronto no tanto de perdonar, sino de defendernos.  O tal vez, si eres capaz, aprendes como impedir que los otros te dañen a través de aparecer duro o peligroso.  Pero, este camino de lucha nos dirige a fines males, porque, no importa tan fuerte y duro que seas, eventualmente vaya a venir alguien más poderoso.

     Pero imagínate, el Todopoderoso, el Creador y el Rey del universo, no quiere la venganza (aunque la venganza es suya, como él declara).  No, el todopoderoso Señor se deleita en misericordia, en el perdón, en la bondad.  Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.    

     ¡Qué maravilla!  Pero, puesto que Dios quiere que el perdón sea el centro de su Iglesia, ¿por qué somos tan capaces de pensar que otra cosa debería ser el centro de la fe y la vida cristiana?  De hecho, hay innumerables historias de nuestros esfuerzos de dar prioridad a otra faceta de la Doctrina de Cristo.     

     Muchas veces queremos enfocar en la autoridad.  Discutimos sobre quien tiene el poder en la Iglesia.  Puesto que el Señor es el Todopoderoso, no debería haber mucha duda.  Sin embargo, nuestra tendencia de enfocar toda nuestra energía en agarrar y mantener el poder en la Iglesia es constante. 
     Sabemos muy bien lo que Cristo Jesús específicamente dijo a sus doce discípulos, cuando discutían sobre quién de ellos tendrían más autoridad en el reino de Dios: Sabéis que los gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y que los grandes ejercen autoridad sobre ellos.26 No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera entre vosotros llegar a ser grande, será vuestro servidor, 27 y el que quiera entre vosotros ser el primero, será vuestro siervo; 28 así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos.   Es todo acerca del perdón, no del poder o autoridad humana, porque toda autoridad pertenece a Dios, y Él usa su autoridad para salvarnos. 

     Otra cosa que nos gusta poner en el centro de la fe y la vida cristiana son las buenas obras.  Y es cierto que las buenas obras son sumamente importantes.  Hemos sido creados para amar, es decir, para hacer buenas obras para otros.  Pero, verdaderas buenas obras solamente puedan seguir después de la fe salvadora, la cual confía sólo en el perdón de los pecados.  Como dice Jesús en San Juan 15, hablando de la fe creado por la Palabra y también de las buenas obras:  Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer.  Jesús quiere ver mucho fruto en sus discípulos, por lo tanto, el perdón tiene que ser en el centro, porque es la Palabra de perdón que nos une a Cristo, para que Él produzca buenas obras en nosotros. 
    Es todo acerca del perdón.  Intentamos elevar otros bienes, como la sabiduría humana, o las bellas artes, o la fraternidad humana.  Cada uno es un don de Dios, lo cual puede servir muy bien en la adoración del Señor y el cumplimiento de los mandamientos de amar y servir a Dios, y a tu prójimo como a ti mismo. 

     Pero nuestra sabiduría nunca hubiera pensado en sacar nueva vida de la muerte del Hijo de Dios.  Nuestro concepto de belleza no encaja con la belleza del amor derramado por el Santo de Dios, moribundo en una cruz.  Nuestra fraternidad puede ser bella, nuestra inteligencia impresionante, pero ninguna de las dos resolverá nuestra enemistad con Dios ni tampoco pueden cancelar nuestra cita con la muerte.  Pero Jesús en su amor sacrificial nos ha convertido en hermanos suyos.  Cristo nos ha vuelto a la fraternidad divina.  En su sabiduría misteriosa nos ha hecho hijos e hijas de Dios, hermosos en los ojos del Padre. 

     Es todo acerca del perdón, pero el mundo no quiere oírlo.  De hecho, considerando todas las maneras por las cuales los cristianos intentan distorsionar la fe y quitar el perdón de su lugar central, parece muchas veces que los cristianos tampoco quieren oír tanto del perdón.

     Esto viene de la voluntad terca de nuestra carne orgullosa.  El mensaje de perdón, junto con el amor que lo acompaña, también nos puede parecer como ascuas de fuego sobre la cabeza, igual como parece a los enemigos de la Iglesia.  La verdad temerosa es que, por nuestra naturaleza, no queremos perdón.  Mejor dicho, no queremos admitir que necesitemos perdón, precisamente porque es el perdón de los pecados.

     No queremos admitir que somos pecadores desesperados, sin la capacidad de merecer el amor de Dios.  Hay un obstáculo de humildad al inicio de la vida cristiana, un obstáculo que suele reaparecer diariamente.   Preferiríamos ser no solamente beneficiarios de la salvación, sino más bien queremos ser socios en la obra de salvación, contribuidores, tal vez con nuestro nombre en el listado de autores acreditados en la cubierta del Libro de Vida.  Pero hay solo un Autor de la Fe, solo Uno que puede recibir el crédito, Jesucristo, el crucificado y resucitado, la fuente de perdón. 

     Por eso, siempre me quedo un poco inquieto con las confirmaciones.  No me malinterpretéis.  Estoy muy feliz de oír la buena confesión de Irene, y será un gozo y un privilegio otorgarle la Santa Cena por la primera vez en algunos minutos.  Pero, una confirmación de la fe nos podría parecer más como un logro, y lo es en un sentido.  Requiere estudio, compromiso, y perseverancia.  Y seguramente es bueno hacerlo, porque Cristo mismo nos llama a confesarle públicamente.  Pero siempre acordémonos del hecho que, al centro de la fe confesada en la confirmación es esta realidad:  es todo acerca del perdón de los pecados.  De hecho, la meta y la gran alegría de la confirmación es compartir juntos en la Santa Cena, otra forma del reparto por parte de Cristo de su perdón, el Evangelio que comemos y bebemos. 

     Hay que cuidar que la confirmación no nos conduzca a pensar en nosotros mismos, en nuestra contribución.  Por eso, por lo bonita que sea la confirmación, mejor es el bautismo de niños. 
     No es que los niños no necesitan crecer en la fe, aprender su contenido, y confesarla para acceder a la Santa Cena.  Queremos ver que el bautismo conduzca a la confirmación, a la Santa Cena, a la recepción del Evangelio en todas sus formas.  Pero en el bautismo de un niño, como hemos visto hoy, la realidad que es todo un don de Dios es bien clara.  Nada viene del parte del niño. 

     Leo y Adrián han sido públicamente adoptados por Dios, declarados santos, unidos por la promesa del Espíritu Santo al cuerpo de Cristo, lo cual es la Iglesia.  Es 100% una obra de gracia y amor, y el perdón de los pecados está en el centro de todo.  En el Bautismo, como en todas formas del Evangelio, Dios nos da a sí mismo, y Él no usa medidas parciales.  No, el Señor siempre nos da una medida buena, apretada, remecida y rebosando, incluido cuando nos da a sí mismo, a través del agua unida a la Palabra.    

     Como en la fe, así también en la vida cristiana.  El perdón es el rasgo central.  Como dice Jesús, el discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro.  Y nuestro Maestro Jesús enfocó cada día de su ministerio en una sola cosa: lograr para nosotros el perdón de los pecados. 

     La madera de su pesebre fue convertida en la madera de su cruz.  Todo su enseñanza y ejemplo y servicio a los otros apuntaban al Monte Calvario, donde, aun en los momentos más arduos, Jesús todavía pensaba en el perdón, rezando por sus torturadores: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” 
     Ahora, en la nueva realidad redimida que Dios reveló en la Resurrección, estamos libres para vivir de perdón, libres para acudir a Dios diariamente, para limpiarnos de toda maldad, y también para recibir amor y perdón para compartir con otros. 

     Esto es la fe y la vida cristiana, el camino de los bautizados, 
                               en el Nombre del Padre,
y del Hijo,
y del Espíritu Santo, Amén. 


Monday, April 29, 2019

El Señor y Dios, quitando dudas, de sus pastores y de todo su rebaño


Segundo Domingo de la Pascua
Misericordia Domini
28 de abril, A+D 2019     
San Juan 20:19-31          

     No deberíamos ser excesivamente decepcionados con Tomás, porque exigía ver y tocar a Jesús por sí mismo, antes de creer.  Es evidente que Jesús hubiera preferido que el Apóstol Tomás creyera la buena noticia desde la boca de sus compañeros, como el Señor dijo:  bienaventurados los que no vieron, y creyeron.  Pero no es verdad que Tomás fue más duro de corazón que los otros.  Todos los Once, aun en este momento de su ordenación al Santo Ministerio de la Iglesia de Cristo, todavía tenían mucho miedo de los judios, y tal vez también de Jesús mismo, y por ende estaban escondidos, estando las puertas cerradas, aunque habían oido ya la noticia de la Resurrección.  No son las acciones y la actitud de creyentes.

     Siempre es así con los ministros de Cristo.  Los hombres puestos en el oficio de ser un pastor bajo el Buen Pastor suelan necesitar más para creer, y seguir creyentes: más evidencia, más tiempo, más atención divina. 

     Es bastante obvia, humanamente hablando, por qué los Apóstoles, los futuros pilares de la Iglesia, necesitaban pruebas tan fuertes como una visita personal de Cristo Jesús, ya resucitado, para creer en el Evangelio. Fue por lo que habían visto, en el arresto, tortura y muerte de su gran amigo y maestro.  Él que, en la presencia de los Doce, había creado miles de panes de unas pequeñas barras, y enseñaba con autoridad y claridad sobre el amor infinito de Dios, Él que andaba sobre el agua y sanó y resucitó a tantas personas, fue, en sólo unas horas, reducido a un hombre callado, indefenso, lastimoso… y finalmente muerto.  El dolor, confusión y vergüenza de los Apóstoles eran inmensos, y les dejaron sin esperanza ni fe. Necesitarían ver con sus propios ojos al Cristo resucitado, para creer. 

     También, fue importante para su trabajo futuro.  Junto con la inspiración del Espíritu Santo, los escritos de los Apóstoles brindan autenticidad a sus lectores porque los autores vivían en directo toda la historia de salvación, desde el bautismo de Juan, hasta la tumba vacía y la Ascensión.  Y lo mismo continuó en sus propios ministerios, en que sufrieron muchas persecuciones y privaciones, todo aguantado por la verdad que supieron con sus propios ojos, la verdad que abrazaron personalmente, en el hombre Jesús, una vez muerto, pero ahora y para siempre resucitado y presente con ellos.  Todo esto realizado en el poder del Espíritu, para revelar y otorgar el amor y la gracia infinita de Dios a los hombres pecadores. 

     Desde entonces, los ministros de la Iglesia Cristiana siempre han necesitado más para continuar, en la fe, y en su vocación.  Porque ni los Apóstoles ni sus sucesores son hombres excepcionales, sino que son pecadores perdonados, como todos los cristianos, luego elegidos para servir por nuestro Dios excepcional, nuestro Salvador maravilloso.  El Sagrado Ministerio, igual como la Iglesia, es excelente no por nosotros, sino por Cristo. Él es siempre nuestro todo en todos.   

     Por la voluntad y la obra del Espíritu de Dios, los ministros después de los Apóstoles no necesitaban ver a Cristo en persona para continuar: bienaventurados los que no vieron, y creyeron, un grupo que incluyen a vosotros, y a los pastores también.  Pero, como pastor, hay que encarar a mucho: ser la primera línea de defensa y el blanco favorito del diablo y del mundo; estar siempre de guardia del rebaño de Jesús, siempre dispuesto de reunirse y acompañar a los fieles en sus momentos oscuros, como las enfermedades, las luchas dentro de la familia, las crisis de fe, y la muerte. También, por la voluntad de Dios, los ministros tienen cargo de los misterios divinos y su reparto público.  No me malinterpretes, son tareas lindas y buenas, un privilegio.  Pero también son exigentes y duras.  Por eso, los ministros de Cristo necesitan más. 

     Gracias a Dios, lo que necesita sus ovejas, el Buen Pastor las otorga, incluidos a las ovejas llamadas a ser pastores.  Por la naturaleza del ministerio, la Iglesia desde su inicio se ha asegurado que sus pastores tengan los recursos y el tiempo necesario para dedicar al estudio de la Palabra, la única fuente de poder y consuelo para creyentes. 

     Esta importante realidad tiene dos resultados imprescindibles.  Primero, que la predicación y la administración del Evangelio de Cristo sean adecuadas: 
   que los sermones sean fieles y útiles para crear y fortalecer la fe de los oyentes…
   que el Bautismo y la Santa Cena se celebren según la forma que Cristo nos dio…
   que la congregación experimente gozo y confort en la oración, y mientras cantamos himnos, salmos y canciones espirituales. 
     De todo esto se preocupa el Dios Trino y su Iglesia, porque inicialmente es a través del ministerio público que el Evangelio sale al mundo que Cristo vino para salvar. 

     También, por el oír de la Palabra en la congregación, los fieles reciben y llevan adentro de sus corazones una palabra de esperanza, un eco del domingo para compartir con amigos, familiares y vecinos en la vida cotidiana:
   La sencilla y buena noticia que Cristo, el Hijo De Dios, ha vivido, ha muerto y ha resucitado para ganar el pleno perdón de los pecados para toda la humanidad. 
     Esto es el Evangelio en lo que se encuentra vida eterna, y es principalmente por este eco de la Palabra en las vidas de los cristianos que el Espíritu atrae más gente a la congregación, para recibir todos los dones en comunidad en el culto público. 
   Y así el círculo continúa…

   Segundo, por el hecho de que el servicio como ministro de Cristo está lleno de desafíos, tentaciones, y sufrimientos particulares, es imprescindible que los ministros reciban suficiente tiempo para profundizarse en la Palabra de Cristo, por su propia fe y resistencia. 

     Por ende, para el crecimiento de la Iglesia y la fe de los mismos ministros, intentamos proveer tiempo y recursos a los ministros para estudiar la Palabra.  Por lo tanto, alegrémonos de tener la oportunidad de enviar       
al seminario nuestro hermano Mario de Cádiz, quien quiere servir en el ministerio de nuestra iglesia.  Él está en Santiago, la República Dominicana, para estudiar en el seminario y practicar bajo un pastor de una congregación allá.  Igualmente, es una bendición poder ofrecer conferencias de estudio teológico para nuestros pastores y seminaristas aquí, Juan Carlos, Adam, Felipe y Antonio.  Demos gracias a Dios por las ofrendas, de fieles luteranos en los EEUU, y también de fieles luteranos aquí, las ofrendas de vosotros, las cuales nos hacen posible ofrecer tales oportunidades a los hombres el Señor está preparando y fortaleciendo para servir, a nosotros. 

    No es fácil ser un cristiano fiel hoy en día.  Nunca ha sido fácil, como nos muestra Tomás.  Ser un militante en el partido de Cristo te expone al desprecio y burla del mundo, porque al centro de nuestra fe es, a la primera vista, una derrota total, la muerte escandalosa de un hombre que supuestamente es Dios hecho carne.  Además, la verdad más difícil del evento de la Cruz es lo que dice sobre nosotros, que Uno tuvo que cargar con toda nuestra deuda de pecado, porque nuestra naturaleza causa que nuestros sacrificios nunca sean puros.  La Cruz nos exige la confesión:  todos somos igualmente culpables, incluso yo.  El mundo, y nuestra naturaleza, como la de Tomás, no quieren aceptar esta realidad. 

     Todos necesitamos la Palabra del Resucitado, incluso la que afirma nuestra naturaleza caída, sí. 
Pero, en este mismo momento, Cristo quita nuestra culpa que causa la muerte, y la cambia por una vida nueva, su propia vida eterna. 
   Y esta vida nueva de Cristo nos libera para regocijarnos en Dios,

   …y amar libremente, como Él nos amó,

   …y vivir humildemente, pero con confianza,

porque ni aun la muerte ni el diablo tienen poder sobre los fieles de Jesucristo. 

   ¡Paz a vosotros! 

   ¡Cristo ha resucitado, y en Él, todos vuestros pecados son remitidos!

   ¡No seas incrédulo, sino creyente! 

     Y con Tomás confesamos:
¡Señor mío, y Dios mío,
hoy, y por los siglos de los siglos, Amén.