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Tuesday, July 23, 2019

Es Todo Acerca del Perdón - Cuarto Domingo después de Trinidad


Cuarto Domingo después de Trinidad
14 de julio, A+D 2019                                  
Es Todo Acerca del Perdón

     Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.  Desde el primer momento mojado hasta nuestra última respiración, la fe y la vida cristiana son, en su esencia, acerca del perdón.

     Hoy es un día especial, en lo que celebramos una confirmación y dos bautizos.  Por ende, es natural que reflexionemos sobre los fundamentos de ser un cristiano, de lo que consideramos lo básico del reino de Dios.  Y por la providencia del Espíritu Santo, obrando a través de las lecturas asignadas para hoy, el Consolador nos está ayudando comprender que el centro de la fe y la vida cristiana es el misericordioso perdón que nos otorga el Señor.  Es todo acerca del perdón. 

     De Génesis capítulo 50 oímos como José nunca pensaría en negar el perdón y reconciliación que Dios ya había realizado entre él y sus hermanos.  Le habían hecho muy mal a José, vendiéndolo a la esclavitud y fingiendo su muerte a su padre, pero lo que sus hermanos querían como mal contra José, Dios lo había encaminado a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo.  El perdón superó el odio, para salvar vidas, lo cual es la voluntad de Dios.

     San Pablo nos llama a la misericordia, aun y especialmente con nuestros enemigos y perseguidores.  De hecho, esto es como Dios trató con nosotros, cuando aún éramos sus enemigos. 
Como dice Jesucristo mismo, “Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.”

     La vida no te enseña que es todo acerca del perdón.  Aprendemos muy pronto no tanto de perdonar, sino de defendernos.  O tal vez, si eres capaz, aprendes como impedir que los otros te dañen a través de aparecer duro o peligroso.  Pero, este camino de lucha nos dirige a fines males, porque, no importa tan fuerte y duro que seas, eventualmente vaya a venir alguien más poderoso.

     Pero imagínate, el Todopoderoso, el Creador y el Rey del universo, no quiere la venganza (aunque la venganza es suya, como él declara).  No, el todopoderoso Señor se deleita en misericordia, en el perdón, en la bondad.  Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.    

     ¡Qué maravilla!  Pero, puesto que Dios quiere que el perdón sea el centro de su Iglesia, ¿por qué somos tan capaces de pensar que otra cosa debería ser el centro de la fe y la vida cristiana?  De hecho, hay innumerables historias de nuestros esfuerzos de dar prioridad a otra faceta de la Doctrina de Cristo.     

     Muchas veces queremos enfocar en la autoridad.  Discutimos sobre quien tiene el poder en la Iglesia.  Puesto que el Señor es el Todopoderoso, no debería haber mucha duda.  Sin embargo, nuestra tendencia de enfocar toda nuestra energía en agarrar y mantener el poder en la Iglesia es constante. 
     Sabemos muy bien lo que Cristo Jesús específicamente dijo a sus doce discípulos, cuando discutían sobre quién de ellos tendrían más autoridad en el reino de Dios: Sabéis que los gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y que los grandes ejercen autoridad sobre ellos.26 No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera entre vosotros llegar a ser grande, será vuestro servidor, 27 y el que quiera entre vosotros ser el primero, será vuestro siervo; 28 así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos.   Es todo acerca del perdón, no del poder o autoridad humana, porque toda autoridad pertenece a Dios, y Él usa su autoridad para salvarnos. 

     Otra cosa que nos gusta poner en el centro de la fe y la vida cristiana son las buenas obras.  Y es cierto que las buenas obras son sumamente importantes.  Hemos sido creados para amar, es decir, para hacer buenas obras para otros.  Pero, verdaderas buenas obras solamente puedan seguir después de la fe salvadora, la cual confía sólo en el perdón de los pecados.  Como dice Jesús en San Juan 15, hablando de la fe creado por la Palabra y también de las buenas obras:  Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer.  Jesús quiere ver mucho fruto en sus discípulos, por lo tanto, el perdón tiene que ser en el centro, porque es la Palabra de perdón que nos une a Cristo, para que Él produzca buenas obras en nosotros. 
    Es todo acerca del perdón.  Intentamos elevar otros bienes, como la sabiduría humana, o las bellas artes, o la fraternidad humana.  Cada uno es un don de Dios, lo cual puede servir muy bien en la adoración del Señor y el cumplimiento de los mandamientos de amar y servir a Dios, y a tu prójimo como a ti mismo. 

     Pero nuestra sabiduría nunca hubiera pensado en sacar nueva vida de la muerte del Hijo de Dios.  Nuestro concepto de belleza no encaja con la belleza del amor derramado por el Santo de Dios, moribundo en una cruz.  Nuestra fraternidad puede ser bella, nuestra inteligencia impresionante, pero ninguna de las dos resolverá nuestra enemistad con Dios ni tampoco pueden cancelar nuestra cita con la muerte.  Pero Jesús en su amor sacrificial nos ha convertido en hermanos suyos.  Cristo nos ha vuelto a la fraternidad divina.  En su sabiduría misteriosa nos ha hecho hijos e hijas de Dios, hermosos en los ojos del Padre. 

     Es todo acerca del perdón, pero el mundo no quiere oírlo.  De hecho, considerando todas las maneras por las cuales los cristianos intentan distorsionar la fe y quitar el perdón de su lugar central, parece muchas veces que los cristianos tampoco quieren oír tanto del perdón.

     Esto viene de la voluntad terca de nuestra carne orgullosa.  El mensaje de perdón, junto con el amor que lo acompaña, también nos puede parecer como ascuas de fuego sobre la cabeza, igual como parece a los enemigos de la Iglesia.  La verdad temerosa es que, por nuestra naturaleza, no queremos perdón.  Mejor dicho, no queremos admitir que necesitemos perdón, precisamente porque es el perdón de los pecados.

     No queremos admitir que somos pecadores desesperados, sin la capacidad de merecer el amor de Dios.  Hay un obstáculo de humildad al inicio de la vida cristiana, un obstáculo que suele reaparecer diariamente.   Preferiríamos ser no solamente beneficiarios de la salvación, sino más bien queremos ser socios en la obra de salvación, contribuidores, tal vez con nuestro nombre en el listado de autores acreditados en la cubierta del Libro de Vida.  Pero hay solo un Autor de la Fe, solo Uno que puede recibir el crédito, Jesucristo, el crucificado y resucitado, la fuente de perdón. 

     Por eso, siempre me quedo un poco inquieto con las confirmaciones.  No me malinterpretéis.  Estoy muy feliz de oír la buena confesión de Irene, y será un gozo y un privilegio otorgarle la Santa Cena por la primera vez en algunos minutos.  Pero, una confirmación de la fe nos podría parecer más como un logro, y lo es en un sentido.  Requiere estudio, compromiso, y perseverancia.  Y seguramente es bueno hacerlo, porque Cristo mismo nos llama a confesarle públicamente.  Pero siempre acordémonos del hecho que, al centro de la fe confesada en la confirmación es esta realidad:  es todo acerca del perdón de los pecados.  De hecho, la meta y la gran alegría de la confirmación es compartir juntos en la Santa Cena, otra forma del reparto por parte de Cristo de su perdón, el Evangelio que comemos y bebemos. 

     Hay que cuidar que la confirmación no nos conduzca a pensar en nosotros mismos, en nuestra contribución.  Por eso, por lo bonita que sea la confirmación, mejor es el bautismo de niños. 
     No es que los niños no necesitan crecer en la fe, aprender su contenido, y confesarla para acceder a la Santa Cena.  Queremos ver que el bautismo conduzca a la confirmación, a la Santa Cena, a la recepción del Evangelio en todas sus formas.  Pero en el bautismo de un niño, como hemos visto hoy, la realidad que es todo un don de Dios es bien clara.  Nada viene del parte del niño. 

     Leo y Adrián han sido públicamente adoptados por Dios, declarados santos, unidos por la promesa del Espíritu Santo al cuerpo de Cristo, lo cual es la Iglesia.  Es 100% una obra de gracia y amor, y el perdón de los pecados está en el centro de todo.  En el Bautismo, como en todas formas del Evangelio, Dios nos da a sí mismo, y Él no usa medidas parciales.  No, el Señor siempre nos da una medida buena, apretada, remecida y rebosando, incluido cuando nos da a sí mismo, a través del agua unida a la Palabra.    

     Como en la fe, así también en la vida cristiana.  El perdón es el rasgo central.  Como dice Jesús, el discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro.  Y nuestro Maestro Jesús enfocó cada día de su ministerio en una sola cosa: lograr para nosotros el perdón de los pecados. 

     La madera de su pesebre fue convertida en la madera de su cruz.  Todo su enseñanza y ejemplo y servicio a los otros apuntaban al Monte Calvario, donde, aun en los momentos más arduos, Jesús todavía pensaba en el perdón, rezando por sus torturadores: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” 
     Ahora, en la nueva realidad redimida que Dios reveló en la Resurrección, estamos libres para vivir de perdón, libres para acudir a Dios diariamente, para limpiarnos de toda maldad, y también para recibir amor y perdón para compartir con otros. 

     Esto es la fe y la vida cristiana, el camino de los bautizados, 
                               en el Nombre del Padre,
y del Hijo,
y del Espíritu Santo, Amén. 


Monday, December 24, 2018

¿Están Listos? Sermón de la Nochebuena, y de la Confirmación


El Nacimiento de Nuestro Señor         24 de diciembre, A+D 2018
Confirmación de Sebastián y Juan Miguel
¿Están listos?                 San Lucas 2: 1 - 20

¿Están listos?  No, no están listos.  Es obvio, ¿no?

      Quiero decir que los pastores, vigilando a sus ovejas por la noche en aquel Judea de hace dos mil años no estaban listos.  No estuvieron adecuadamente preparados para ser los primeros predicadores de la Encarnación, la buena noticia que, en el Bebé de Belén, Dios se hizo carne, para lograr la salvación del mundo.  Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, y a los hombres, buena voluntad…

     Tenían los pastores un sermón corto y bonito, que nos ha sido nacido hoy, en Belén, un Salvador, Cristo el Señor.  Fantástico.  ¿Pero no deberían haber sido los pastores más listos, más bien educados y cultos, con un aspecto mejor?   Aquí en España todavía se puede observar a pastores de ovejas y cabras en muchos lugares, en el campo, y en las afueras de las ciudades, cuidando sus rebaños.  Creo que la profesión no ha cambiado tanto en dos milenios, bueno, excepto que ahora los pastores llevan móviles.  Y no creo que muchos de los pastores actuales se sientan preparados para subir en un púlpito para predicar de Cristo.  Ni tampoco creo que hubiera mucha diferencia hace dos mil años en Judea.  No estaban listos.

     ¿Están listos Seba y Juanmi para la confirmación?  Es interesante hacer la confirmación en la Navidad, para mí la primera vez.  Siempre hay una preocupación, por parte de los catecúmenos, sus padres, y sus pastores, si ellos están verdaderamente listos para confesar su fe en Cristo y acceder a la Santa Cena, para comer y beber, en un misterio, el mismo cuerpo y sangre de Él que una vez reclinó en un pesebre, y luego colgó en una cruz.  Las lecturas asignadas hoy nos proveen un contexto bueno para meditar sobre la preparación de los catecúmenos, y de cada uno de nosotros. 

     Y, por un lado, no, Seba y Juanmi no están listos.  Hay un componente académico de la confirmación, una historia para conocer, una doctrina para entender, una presencia real de Cristo en la Santa Cena para confesar.  No es meramente un juego de niños, es el tema eterno, el asunto más importante de todos.  Y siempre hay más para aprender.  La Confirmación no puede ser la terminación de la Catequesis, porque siempre necesitamos continuar en la Palabra, para profundizar en la Fe, y para ser preparados para la lucha que es la vida cristiana.  También necesitamos continuar en la catequesis, porque somos olvidadizos. 

     Siempre hay algo que hacer en relación con la catequesis, lo que significa que la catequesis es de la Ley.  Y siempre con la Ley la realidad es que no hemos hecho todo, y no todo perfecto.  Como los pastores en Belén, nuestros chicos no están tan listos que podríamos preferir.  Ni estáis vosotros.  Ni estoy yo.  Así es el camino de la Ley: la expectativa es perfección, y no llegamos ni siquiera cerca de la perfección.   

     Pero, por el otro lado, es totalmente correcto hacer la confirmación de Juanmi y Sebas hoy.  Porque, al fin y al cabo, aunque no podemos ignorar la parte académica, la confirmación no es un logro nuestro, es un don recibido de Dios.  No es solamente Ley, es también Evangelio.  Confirmarse es simplemente confesar públicamente y personalmente el contenido de la fe bautismal, y la fe bautismal es un misterio, creado en nosotros por el Espíritu Santo.

     Hay contenido concreto, hechos y datos para aprender, pero al fondo, la confirmación no es alcanzar un determinado nivel de conocimiento.  La confirmación es nada más, y nada menos, que confesar públicamente tu fe en la persona y obra de Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María, y nuestro Salvador, una obra y fe recibida primeramente en el Bautismo, el lavamiento de gracia hecho por el Espíritu Santo. 

     Es importante que mantengamos un estándar, porque hacer diferente sería burlarse de Dios, y los cristianos no se burlan del Señor Todopoderoso.  Pero, al mismo tiempo, no es un título académico.  Los chicos no están terminando su educación, simplemente están confesando su fe, para acceder a la Santa Cena.  Y al fin, la capacidad de confesar la fe es un misterio, un misterio que nos da acceso a otro misterio, la Cena del Señor, donde recibimos todo el fruto de la obra de Dios hecho carne, Jesucristo. 

     Y estos son misterios que deberíamos poder entender mejor hoy, cuando celebramos de nuevo el Nacimiento de Nuestro Señor, el Hijo de Dios, nacido de la Virgen María, y colocado en un pesebre, una caja normalmente utilizada para alimentar a las ovejas y las vacas.   

     Nuestra falta de preparación adecuada no debería sorprendernos, porque nos parece claro que tampoco el Bebé de Belén estaba listo.  Este bebé, sin casa, sin poder, sin importancia, él no puede ser el Salvador, mucho menos el Dios encarnado; es incomprensible, ¿no?  ¿Cómo puede un niño, cien por ciento dependiente de su madre, defendernos del diablo, y de la propia justicia de Dios?  ¿Cómo puede un niño, sin la capacidad de hablar, ser a la vez el Verbo eterno, la Palabra del Padre, enviada para predicar buenas noticias de salvación a los pecadores?  No está listo, ¿verdad?  ¿Como pudiera ser?

     Pero este niño fue Dios hecho hombre.  Fue la Voz celestial, venido a anunciar el Evangelio, fue el creador y el sostenedor de toda la creación, y de toda vida.  Desde su nacimiento, y antes, aún en la matriz de María, nunca había un momento cuando Jesús no fuera Dios mismo.

     En un sentido, claro, el niño Jesús, recién nacido de María, no estaba listo para ser el Salvador.  Iba a necesitar la leche de tu madre, y el cuidado de su padre por adopción, José.  Tendría que fugarse con la Sagrada Familia a Egipto, y volver a Nazaret después de la muerte del rey Heródes.  Tendría que crecer, y esperar.  Pero al mismo tiempo, siempre fue el Todopoderoso.

     Y en esto, finalmente, vemos el amor de Dios, y su compromiso a nosotros, que el Padre quiso enviar su eterno y unigénito Hijo a pasar por toda esta humillación.  Vemos el amor de Dios en el hecho de que el Hijo quiso hacer todo esto, por amor a su Padre, y a nosotros pecadores.  Todo lo que experimentó, la humildad y la vergüenza, la necesidad y el cansancio, el sufrimiento, y la muerte, todo esto, y más, fue libremente elegido por Jesús, para servir… a ti.  Para hacerte listo para recibir su amor, su perdón, su justicia, y entrar finalmente en su reino celestial. 

     Al final, la confirmación, el acceso a la Santa Cena de los que fueron bautizados de niño, es muy sencilla.  Es la confesión de Jesús, la confesión de nuestra confianza, aunque a veces sea débil, de que, en Él, tenemos paz con Dios, a través del pleno perdón de nuestros pecados, logrado para nosotros en la Cruz.  La confirmación es la confesión que nunca pudiéramos lograr aun la mitad de lo necesario para ganar el perdón… por lo tanto, nunca pudiéramos hacernos listos.  Pero Jesús lo ha hecho completo, 100%, para nosotros. 

     Entonces sí, Seba y Juanmi están listos, porque Jesús ha puesto su nombre y su justicia sobre ellos.  Por ende, recibamos juntos hoy el mejor regalo de Navidad posible, el Bebé de Belén, quien es también el Hombre de Calvario, ya reinando encima del universo, quién también viene a nosotros en su Palabra, y bajo el Pan y el Vino, para hacernos preparados por su visitación,

en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, Amén.   



Tuesday, July 31, 2018

Jugar según las Reglas: Noveno Domingo después de Trinidad


Noveno Domingo después de Trinidad
Jugar según las Reglas
San Lucas 16:1-13

     ¿Estáis preparados a jugar según las reglas?  Hoy, dos días después de que celebramos la confirmación y la primera comunión de dos nuevos miembros de la Iglesia Luterana en España, nuestro texto, del mayordomo malo, es muy apropiado.  Porque el viernes escuchamos a Carlos y Elke confesando públicamente su acuerdo con la doctrina cristiana, como está explicada por la iglesia luterana, en el Catecismo Menor de Martín Lutero.  Y aunque seguramente la vida cristiana no es un mero juego, según una manera de hablar, ellos, como nosotros,  han prometido a jugarla según la regla de Dios.  Por ende, debería ser servicial que consideremos un rato esta parábola, en que Jesús nos habla del conducta recta, en el reino de la luz, y, sorprendentemente, también en el reino de la oscuridad, es decir, el reino del mundo, lo que es gobernado por Satanás. 



     Debería ser servicial estudiar esta parábola del mayordomo malo.  Pero no es fácil de entender.  Porque al primer vistazo parece que Jesús está instruyéndonos a mentir y hurtar para ganar nuestro acceso a su reino.  El hombre rico, el amo, cuando supo que su mayordomo le había defraudado, alabó a él por haber hecho sagazmente.  Y luego nuestro Señor añade:  porque los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz. 

     Normalmente ser llamado sagaz es bueno, ¿no?  ¿Está Jesús invitándonos a engañar y defraudar? Entonces el Salvador dice:  Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas.  ¿Defraudar y ser deshonesto nos ayudarán acceder al cielo eterno?  No puede ser.  Pero, Jesús dice…. ¿Qué pasa aquí? 

     Escuchar y considerar la parábola del mayordomo malo cada año es un gran don para la Iglesia, porque nos ayuda recordar las reglas, reglas importantes acerca del plan de salvación de Dios, que es su plan, no nuestro, y su plan funciona según su entendimiento, y no según nuestro. 

     Esta historia del mayordomo malo nos ayuda recordar que Cristo y su Evangelio del perdón de pecados, ganado en su muerte y resurrección, y dado a pecadores gratuitamente a través de la fe, es el centro y la clave de toda la doctrina, toda la Biblia, toda la vida cristiana.  Además, esta historia nos recuerda que el Evangelio de Cristo es radical, que él es completamente contrario de nuestra forma de pensar y actuar en este mundo. 

     Jesús usa el ejemplo del mayordomo malo para mostrarnos la importancia de vivir y actuar según las reglas, aunque las reglas del mundo del mayordomo son malos.  En este mundo, la meta de todo es construir tu propio camino a la vida buena.  En este mundo, no importa la ley, no importa la honestidad, en el mundo del hombre rico y su mayordomo, la victoria va a él que halla el método de conseguir más dinero, más bienes materiales, una vida más cómoda. 


     Según las reglas de este juego, hurtar, mentir, y defraudar son aceptables.  También, en el momento adecuado, ofrecer misericordia está lícito, siempre que des descuentos a los deudores del hombre rico para ganar el favor de ellos para el futuro.  El mayordomo malo gana amigos por medio de perdonar las deudas, para uno, 20%, para otro 50%.  Su generosidad, generosidad deshonesto, compartiendo la riqueza de su amo, fue sagaz, según las reglas del mundo, tan sagaz que el amo tuvo que alabarle. 

    Y, dentro de las reglas de su reino de la luz, Jesús nos exhorta que también seamos sagaces.  ¿Esto quiere decir que es lícito que hurtamos y mentimos y defraudamos para ganar acceso al reino de Dios?  ¡De ninguna manera!  Nunca jamás. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él?  Pero, el punto principal que deberíamos sacar de la parábola del mayordomo malo es la necesidad de seguir las reglas de nuestro juego, es decir, seguir la doctrina de Cristo y su Salvación. 

    Y aquí hallamos la cosa verdaderamente asombrosa.  El mundo rechaza al Cristo porque la asunción de los incrédulos es que la regla de su juego es seguir la Ley.  Y la Ley es importante a Cristo; pero no es céntrico a su reino.

    Las reglas del juego para los hijos de la luz son mucho más radicales que las reglas del juego del mundo.  En términos de otorgar regalos inmerecidos, el mayordomo juega en la cuarta o quinta división, no se acerca a los estándares de la primera, de la liga teológica de Santander, la liga de Cristo.  El mayordomo malo es de baja división, porque el perdón de solo 20% o 50% de la deuda es, según las reglas de Dios, muy tacaño.  El centro céntrico de las reglas del juego del Reino de Dios es que solamente hay un tipo de perdón aceptable: 100%. 


     Perdonar menos, 20, 50, aun hasta 99%, sería un insulto al Árbitro, quien hace 2 mil años declaró una vez y para siempre que todos los pecados de todos los pecadores ya son expiados en la Cruz.  Consumado es.  Entonces, los mayordomos buenos en la casa de Cristo no pueden hacer menos que compartir este cien por ciento perdón, en conformidad con la regla de Cristo. 

     La idea de que el mayordomo malo es alabado por su deshonestidad nos parece un escándalo.  Que Jesús usa este ejemplo es difícil para nosotros.  Pero el escándalo mas fuerte es la regla de Dios sobre el 100% perdón.  Aunque somos hijos e hijas de la luz, elevados de las divisiones bajas a través del Evangelio de Cristo, todavía por naturaleza entendemos mejor las reglas del juego del mundo, donde nada es gratuito, y todo tiene que ser comprado o merecido o robado, no hay otra forma de ganar.  Pero no es así en el Nuevo Reino de la Luz, el Reino de Cristo.  Porque a él que no conoció pecado, [Dios] le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en él.  Cien por cien.   

     El perdón pleno y gratuito por causa de Cristo es la regla central, la cosa que Jesús siempre estaba enseñando a los Apóstoles, como en Mateo 18 cuando Pedro quería saber el límite del perdón:    Entonces Pedro se le acercó a Jesús, y le dijo: Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí que yo haya de perdonarlo? ¿Hasta siete veces? 
     Jesús le dijo: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.  Es decir, que el tiempo de descuento del partido va a ser terminado por el pito del Árbitro mucho antes de que lleguemos al fin del perdón. 

     Es como dice el Rey David en Salmo 32:  Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay engaño.  Los hijos e hijas de la luz son honestos acerca de su pecado, y por ende no obstaculizan la gracia de Dios.  Como confesamos cada domingo en los primeros momentos de la Eucaristía:   Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.  (1 Juan 1:8-9)  Cien por ciento perdonado.  Cada vez.  Es la regla del juego. 

     En el juego de la oscuridad, la regla principal es conseguir todo que tú puedes, sin escrúpulos, porque nadie va a rescatarte, tu futuro depende en ti.  En el juego del reino de la luz, los bienes de este mundo caído son todos riquezas injustas, no porque toda riqueza es mala en sí, sino porque nuestra codicia y mal uso los contaminan.  Pero, la centralidad del perdón en las reglas de Cristo es tan potente que aun las riquezas injustas pueden servir el reino de la luz.  Jesús dice:  Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas.  No dice que accederemos al reino eterno por causa de los amigos que ganamos con riquezas.  No, pero ganar amigos significa, para un hijo de la luz, ganar otro hermano o hermana en Cristo, y la riqueza injusta puede tener un rol en esto. 


     El uso adecuado de los bienes terrenales para nosotros cristianos es para amar a nuestros prójimos, cristianos o no.  Amamos a los prójimos libremente, sin deseo de avanzar nuestra posición, porque ya tenemos todo en Cristo.  Y cuando amamos así, algunos que juegan en las divisiones bajas van a preguntarnos por qué jugamos diferentemente que el mundo.  Y entonces tendremos la oportunidad de explicar la regla diferente de Jesús, la regla de perdón, pleno y gratuito, ganado por todos los pecadores en la Cruz de Jesús, perdón que nos hace participantes en la vida resucitada y eterna de Cristo mismo.  Y así ganaremos más amigos en las moradas celestiales. 

     Por lo tanto, sigamos hasta el pito final la regla del juego de Cristo, la regla de perdón y salvación, en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, Amén.