Thursday, February 2, 2017

La Ley, el Evangelio, y una Cuerda Elástica con un Solo Gancho

Cuarto Domingo después de la Epifanía, San Mateo 8:23-27

Una vez, hace unos años, cruzaba por el aparcamiento de mi parroquia en Sidney, Montana, y divisé un tesoro en el suelo:  una cuerda de goma elástica con ganchos.  ¡Qué suerte!, me dije.  Las cuerdas con ganchos son muy útiles.  Pueden sujetar un paquete para que no se caiga de tu coche o de tu bicicleta.  Pueden fijar una puerta, para mantenerla cerrada, o abierta, dependiendo de lo que quieras.  Una cuerda de goma con ganchos incluso puede ser usado en una barca, para guardar los enseres, por si acaso te sorprenda una tempestad cuando estés en medio del mar, y grandes olas cubren tu barca.  Me alegré de encontrar esta cuerda con ganchos.  Estaba feliz por mi suerte, hasta el momento en que me di cuenta de que… tenía un solo gancho.

Decepcionado.  Me quedé decepcionado.  ¿Para qué sirve una cuerda de goma con un solo gancho?  No puede cumplir su propósito.  No puede sujetar o asegurar nada.  Tampoco va a ayudarnos a proteger nuestros bienes.  No vale nada.  Quizás se puede usar como un arma, usarla para golpear a alguien, para defensa personal, por supuesto.  Pero sería muy ineficaz como arma, mucho mejor practicar el kárate, o simplemente correr. 

Pensando que mi cuerda de goma elástica con un solo gancho era completamente inútil, iba a tirarla en la basura, cuando de repente pensé en otro propósito para mi cuerda, no como herramienta de sujeción, sino como ayuda teológica, un accesorio para enseñar una realidad muy importante sobre la Palabra de Dios: la realidad que toda la doctrina de la Biblia se puede dividir en dos partes, dos enseñanzas esenciales, la Ley, y el Evangelio. 

En el esquema de este accesorio, la cuerda de goma elástica representa la Palabra de Dios, que es el anuncio de la voluntad de Dios hacia nosotros y su plan para tenernos con sí mismo en la alegría y la gloria de su reino eterno.  La Ley y el Evangelio son los dos ganchos en cada extremo de la Palabra, que dan a la Palabra su forma y su propósito. 

Los dos, la Ley y el Evangelio, son la voluntad de Dios, los dos son buenos, y los dos van juntos en la predicación de Cristo, y de los profetas y los apóstoles.  Pero la Ley y el Evangelio son muy diferentes entre sí.  Necesitamos los dos, pero también necesitamos mantener la distinción apropiada entre ambos. 

Me explico.  La Ley de Dios es, fácilmente explicada, los Diez Mandamientos, las reglas de vida que Dios nos ha dado.  De hecho, la Biblia los simplifica aún más, cuando declara que la suma de la Ley es que debemos temer y amar a Dios con todo nuestro corazón, fuerza, mente y voluntad, y también que debemos amar a nuestros prójimos como nos amamos a nosotros mismos.  Amar a Dios y amar a tu prójimo: la suma de la Ley. 

Genéricamente, la Ley es el listado de cosas que Dios nos ha mandado hacer, y también las cosas que el Señor nos ha prohibido.  Además, debemos incluir en el ámbito de la Ley las amenazas y las condenaciones que vienen con la Ley, las palabras que nos ordenan obedecer, o aceptar las consecuencias, el castigo prometido, si no cumplimos la Ley. 

La Ley es buena en sí.  Si la cumpliéramos perfectamente, seríamos justificados, aceptados por Dios por causa de nuestra propia santidad.  También, en nuestras vidas en este mundo, cuanto más nos acercamos al cumplimiento de la ley, mejor serán nuestras vidas.  Si somos honestos, y no hurtamos, si somos fieles a nuestras parejas, familias, y compañeros, si no hablamos mal de otros, vamos a beneficiar.  En general, cuanto más seguimos la Ley de Dios, la vida va a ir mejor, porque la Ley es la voluntad de Dios. 

Pero ni la idea de cumplir la Ley de Dios perfectamente, ni tampoco el hecho que nuestros esfuerzos por cumplirla mejoran nuestras vidas terrenales, pueden ganar el propósito de Dios, que es unirnos a Él eternamente.  Como una cuerda de goma con un solo gancho, la Palabra de Dios con solo la Ley no puede sujetarnos a Dios. 

El problema no es la Ley, sino nosotros.  En nuestra naturaleza, heredada del primer Adán, está la contaminación de pecado, que nos condena desde nuestra concepción, y que nos conduce a pecar en la vida.  Cuando la Ley se predica, y la estamos escuchando honestamente, la Ley siempre nos recuerda nuestro pecado. 

La Ley siempre nos acusa, porque somos pecadores, y cometemos pecados.  Por causa de nuestro pecado, la Ley no puede ayudarnos ante los requisitos de Dios.  Con solo la Ley, el predicador únicamente puede amenazar y herir nuestras consciencias, intentando forzar que sus oyentes crezcan en santidad.  Tal predicación puede reformar la gente un poco, por un tiempo.  Incluso podría mejorar la comunidad un poco. 

Sin embargo, desde nuestra propia naturaleza siempre rechazamos las reglas, y por eso, finalmente la santidad no crezca.  No amamos con todo nuestro corazón a Dios, ni amamos a los prójimos como nos amamos a nosotros mismos.  Es porque la Ley no cambia nuestros corazones, de donde viene nuestro problema real.  Como mi cuerda de goma con un solo gancho, se puede usar la Ley como un arma, pero nunca va a cumplir el propósito salvador de Dios. 

El Evangelio, diferente a la Ley, proclama las cosas que Dios ha hecho y está haciendo para cumplir su propósito, que es tener un pueblo lleno de hombres y mujeres, viviendo en gozo y paz con Él para siempre.  La Ley nos demanda acciones de nosotros.  El Evangelio nos anuncia las acciones de Dios para ayudarnos y salvarnos. 

Antes de continuar, debería explicaros una cosa.  La palabra “Evangelio” se puede usar con significados distintos, en sentidos amplios, o en un sentido estricto.  Igual como la palabra “Ley”, “Evangelio” a veces significa todo el mensaje de Dios, incluidos ambos la Ley y el Evangelio.  Además, “Evangelio” puede referir a uno de los cuatro primeros libros del Nuevo Testamento, Mateo, Marcos, Lucas y Juan.  Pero el Evangelio, en el sentido estricto, y en contraste con la Ley, es solamente el anuncio de las acciones salvadoras de Dios, las cuales no nos exigen nada.  El Evangelio es el anuncio de un regalo puro y divino.  Es las buenas noticias de las cosas que Dios en Cristo nos ha hecho, y que todavía nos está haciendo, para salvarnos y darnos vida eterna. 

Muy bien.  Pura alegría.  Queremos más del Evangelio puro.  Nos podría parecer que, con solo el gancho del Evangelio, todo estaría bien.  ¿No sería posible, con solo el gancho del Evangelio, que estuvieramos unidos a Dios?  ¿No deberían nuestros pastores predicar solamente las buenas noticias?  La idea nos parece bien, ¿no?

Pero, no, esto no es correcto.  No es una buena idea.  Si desde la Palabra de Dios solamente oímos la buena noticia de que Dios nos ama, que nos acepta, y que vamos a vivir con Él eternamente, la triste verdad es que al final el resultado será igual de lo que nos ocurre con solamente la predicación de la Ley.  La cuerda elástica con solo el gancho del Evangelio no puede sujetarnos a Dios.  Y para esto hay, al menos, dos razones.  





En primer lugar, otra vez, nosotros somos el problema.  Somos tales pecadores que, por nuestra naturaleza, no queremos el don del Evangelio.  Como se comportan de vez en cuando los niños de 2 o 3 años, protestando con gritas y lágrimas que puedan hacer todas las cosas sin la ayuda de los padres, no queremos aceptar nuestra necesidad de ser salvados por Dios. Denegando nuestra necesidad, somos capaces de condenarnos a nosotros mismos.  Por eso, el Evangelio solo no es suficiente en sí mismo para salvarnos. 

Necesitamos querer ser salvos.  Necesitamos creer y temer la realidad de que somos pecadores, sin la capacidad de salvarnos por nuestros esfuerzos.  Solamente cuando lleguemos a esta verdad tan dura estamos preparados para oír las Buenas Nuevas, el Evangelio de Jesús, quien vino para salvar a los pecadores. 

La segunda razón de que el Evangelio solo no puede salvarnos tiene que ver con el contenido específico del mismo Evangelio.  Jesucristo no nos ha logrado la salvación por anunciar una filosofía nueva.  Él no ha escrito un libro para redimirnos, y su tarea era más que predicar buenas nuevas.  Su gran obra no era un mero milagro, como pacificar a una tempestad, o sanar a los enfermos, o alimentar a miles de personas con unos barras de pan, y menos peces.  El acto esencial del Evangelio es su muerte en una cruz romana, recibiendo lo peor de lo que el mundo le pudo dañar, y aún más, recibiendo la ira justa de Dios contra los pecados de todos.  Los vuestros.  Los míos.  Todos los pecados de todas las personas de todas las épocas, colocado en los hombros de Jesús, colgando en la Cruz.   

Vemos que, en el centro del Evangelio, hay un hecho tan difícil y doloroso, la crucifixión del Hombre Bueno e Inocente, que es imposible verlo como buenas noticias, sin que primero entendamos la verdad sobre nuestros pecados. 

Este entendimiento viene desde la Ley.  La Palabra de la Cruz no tiene sentido, sin el entendimiento de nuestra malísima y atroz situación como pecadores.  No había otra manera de salvarnos.  Solo Dios pudo hacer una obra tan inmensa.  Solo el Creador, el Ser Infinito, solo Dios pudo ofrecer un sacrificio adecuado para toda la humanidad. 

Y Él lo ha hecho.  Este es el hecho que cambia el dolor de la Cruz en alegría, que reemplaza nuestra culpa y temor con bonanza, que reanima nuestras almas, y que crea en nosotros nuevos corazones:  Jesucristo, Hijo del Hombre e Hijo de Dios, no sufrió para nada, sino que sufrió para ti.  Sufrió por amor a su Padre, y por amor a ti. 

Todo la Biblia, toda la Palabra de Dios, predica dos mensajes: la Ley y el Evangelio.  También, toda la Palabra está cumplida en la Cruz, donde la Ley y el Evangelio se encontraron, con fuerza, y poder terrible, para lograr nuestra salvación. 

Entonces, podemos, y debemos, usar la realidad de la Ley y el Evangelio cuando oímos, leemos y proclamamos la Palabra.  Nos ayuda a entenderla correctamente, y también nos ayuda a ver cómo cualquier historia en las Escrituras se relaciona con la historia central: la historia de la Cruz y la Tumba Vacía.  Tenemos un buen ejemplo en nuestra lectura del Evangelio de San Mateo de hoy.  Considerémoslo por un momento. 

Jesús y los discípulos entraron en una barca, y navegaron al medio mar.  Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero Jesús dormía. Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! 
     Él les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo gran bonanza. Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?

¿Qué es la Ley del pasaje?  Hay mucha Ley.  Está la amenaza de la tempestad, que amenazaba destruir la barca y ahogar a todos en el fondo de las aguas.  Las Escrituras, del Génesis en adelante explica muy claramente que la muerte es consecuencia de nuestro pecado.  No obstante, muchas veces es solamente el acercamiento de la muerte que nos hace entender la fuerza de la Ley.  Por eso, hay mucha oportunidad para proclamar el Evangelio en los hospitales. 

Hay más Ley en nuestro pasaje.  Es muy duro el pensamiento de que Dios nos ha abandonado, tener la sospecha de que Jesús no tiene preocupación por nosotros ni por nuestros problemas.  Estamos muriéndonos, gritamos como los discípulos, y el Señor está durmiendo.  ¿Y, qué pasa cuando hacemos demandas en nuestros rezos?  Cuándo gritamos en desesperación: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! ¿Qué entonces?  El último toque de la Ley: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe?

¡Ay de mí!  Estamos perdidos.  Dios mismo nos ha condenado, y es justo.  No deberíamos dudar las promesas de Dios.  Pero lo hacemos. 

Y en este momento, Jesús, Dios encarnado como hombre, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo gran bonanza. 

¡Salvación!  Desde una desesperación profunda, en un segundo, Cristo Jesús les rescató, calmando el viento y las olas, cambiando un momento terrorífico a una paz que sobrepuja nuestro entendimiento.  

¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?  Es el hombre que también es Dios, y Él ha hecho el mismo rescate para ti, pero muchísimo más grande.  Esto es lo que significa la Ley y el Evangelio de la Cruz para todos vosotros. 

No importa qué tempestades amenazan la barca de vuestra vida.  No importa qué problemas o qué pecados tenéis que enfrentar, Jesús está aquí, con nosotros, entregando su perdón y su vida, cambiando todo nuestro miedo a gozo y a alegría. 

Escucha la Ley de Dios, que os anuncia la verdad.  Y luego, regocijaos en el Evangelio, que en Cristo, sois salvos, hoy, y por los siglos de los siglos, Amén.