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Sunday, November 4, 2018

Las Bienaventuranzas de Jesús: ¿Cómo las aplicamos?


Día de Todos los Santos (observado)
4 de Noviembre, A+D 2018
La Aplicación de las Bienaventuranzas

Un video de este sermón está disponible aquí:  https://youtu.be/IB8bgmlIl2A

An English translation is available below, after the Spanish manuscript.

     Será mucho más fácil en el cielo.  Nuestra lectura de Apocalipsis es muy alegre, misteriosa, sí, pero también llena de gloria y el gozo de todos los santos, miles y miles, congregados alrededor del trono del Cordero, alabando a Él quien los ha salvado y los ha traído al paraíso nuevo, el eterno reino de Dios.  Las dudas, la lucha contra el mal, el sufrimiento, y las lágrimas: ninguno de estos disturba la paz celestial.  ¡Qué galardón! ¡Qué futuro que nos prometa Dios!  

     La descripción que nos da Jesús de la vida bienaventurada es más complicada. 

     Las Bienaventuranzas de Jesús no nos apetecen tanto, por los requisitos que vienen con las bendiciones.  Cierto, las bendiciones prometidas a los que cumplen los requisitos son fantásticas:  entrar en el reino de los cielos, recibir consolación, heredar la tierra, recibir misericordia, ver a Dios, y Dios como tu propio Padre.  Gran galardón de verdad.  ¿Pero los requisitos previos?  La mayoría no nos gustan:  Ser pobre en espíritu, llorar, ser manso, ¿Quién querría estos? 

     Otros de los requisitos previos nos suenan bien, pero poco probable para nosotros:  Ser verdaderamente misericordioso, tener un corazón limpio, ser un pacificador.  Para mí, al menos, todos muy difíciles.   ¿Y para ti?  Finalmente, hay los dos últimos:  Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, … Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.  ¿Estamos listos de aceptar tales bendiciones?

     La lista de bienaventuranzas es Palabra de Dios, una prédica propia de Jesucristo, desde su famoso Sermón del Monte.  No podemos descartarlas, sin arriesgar perder a toda la Palabra y el Cristo que nos viene a través de esta Palabra.  Pero son problemáticos.  ¿Cómo aplicamos estas Bienaventuranzas?

¿Aplican solamente a los santos, es decir, una clase de super cristianos, empezando con María, madre de nuestro Señor, y los Apóstoles, e incluyendo muchos famosos cristianos de la historia?  ¿Está Jesús indicándonos que el reino de Dios tiene varios niveles, y diferentes clases de cristianos?  ¿Es que hay algunos santos con la capacidad de cumplir estas bienaventuranzas, y luego vienen los demás, los cristianos normales, a quienes este pasaje no aplica?  Esto ha sido una interpretación muy popular en la historia de la Iglesia, resultando en una industria eclesial del tráfico en santos y sus talismanes. 

     Si aplicamos las Bienaventuranzas solamente a los super cristianos, por ejemplo, a los Santos o a los cleros, vamos a ver divisiones dentro del Pueblo de Dios.  Se crearía una jerarquía de santidad, que no encaja bien con la enseñanza bíblica que la Iglesia, todos los creyentes, son miembros distintos del mismo cuerpo de Cristo, cada uno con funciones distintas, pero con un valor y gloria igual, porque el valor y la gloria no tienen nada que ver con nosotros y nuestras obras, sino pertenecen solamente a Cristo, la cabeza, quien en su bondad comparte su justicia, mérito y gloria con nosotros.  

     Además, la idea de que hay una clase de santos especiales con superpoderes espirituales para cumplir las Bienaventuranzas va en contra del significado bíblico de la palabra “santo.”  Según la Biblia, un santo, refiriendo a una persona, es nada más y nada menos que un cristiano, alguien que ha sido rescatado del reino del pecado y la muerte, limpiado y recreado desde el corazón por Dios, declarado de ser santa por causa de la sangre santificadora de Jesús. 

     Hay distinciones para hacer entre algunos cristianos, especialmente con los pecadores utilizados en gran manera por Dios en su Misión, como María, Pablo, Pedro, o Santiago.  Es bueno dar gracias a Dios por los santos destacados, y emular su vida de fe.  Pero, al fin y al cabo, un santo es un creyente bautizado, un pecador hecho limpio y santo, por la obra del Espíritu Santo. 

     No podemos evitar las Bienaventuranzas por aplicarlas solo a un grupo de super cristianos.  ¿Se nos aplican a nosotros, entonces? 

     Ay… bueno, no sé…

     Nos gustaría ser reconocido como pacificadores y herederos de la tierra y ciudadanos del cielo.  ¿Pero los requisitos duros que vienen con todo esto?  ¿Queremos sufrir la persecución, para ser bienaventurados?  No.  Muchas gracias por la oferta, pero no.

     ¿Hay una salida de nuestro dilema?  Tal vez, aquí, en la primera frase de la lectura hallamos una pista.  Viendo la multitud, (Jesús) subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos.  San Mateo hace una distinción entre, por un lado, los discípulos, que para Mateo siempre eran los doce, los futuros Apóstoles, y por el otro lado, la multitud.  No siempre podemos entender cada pequeño detalle de las Escrituras, pero el Espíritu nunca habla sin propósito.    Aunque es probable que las multitudes escucharan las Bienaventuranzas, Jesús las dirigió primeramente a los Doce. 

     Es como el final del mismo Evangelio, cuando Jesús envía a los Once a hacer discípulos de todas las naciones.  Este mandato tiene significado para todos, cristiano o no, pero su primer significado y aplicación fue a los Once.  El significado más básico para nosotros de Mateo 28 es bendición.  Fuimos bautizados y salvados porque Jesús envió a los Once.   Y, como podemos ver en la última Bienaventuranza, cuando Jesús cambia su discurso y usa el pronombre “vosotros,” la primera aplicación de las bienaventuranzas es a los Apóstoles. 

     Todavía, con esto solo posponemos las dificultades, no las escapamos.  Porque, aunque los Apóstoles sí son santos destacados por la gracia de Dios, ni siquiera ellos cumplieron los requisitos de Jesús.  Si la fe cristiana dependiera de que los Apóstoles tuvieran corazones puros, 100% misericordiosos, pobres y mansos y con un hambre y sed de justicia, entonces la Iglesia habría fracasado hace dos milenios.  Porque, como vemos en el mismo evangelio de Mateo, y el resto del Nuevo Testamento, los Apóstoles sufrían de muchos errores y debilidades, antes y después de la Resurrección.   

     Sabemos muy bien que solamente Jesucristo ha cumplido los requisitos de las Bienaventuranzas.  Solo Cristo los ha cumplido… Solo Cristo…
     ¿Pudiera ser que Jesús con las Bienaventuranzas está predicando de sí mismo? 

     ¡Por supuesto!  En sus Bienaventuranzas, Jesús está repitiendo la idea de Salmo 24:3-5.  Escuchad el eco: ¿Quién subirá al monte del Señor?  ¿Y quién podrá estar en su lugar santo? El de manos limpias y corazón puro; el que no ha alzado su alma a la falsedad, ni jurado con engaño.  Ese recibirá bendición del Señor, y justicia del Dios de su salvación. 

     Sí, entre los seres humanos, solo Jesucristo cumple los requisitos del Señor.  Por lo tanto, Él dice que “yo soy el camino al Padre,” el único camino. Nuestra esperanza se encuentra en el mismísimo cumplimiento de Jesús de su propia prédica.
Por ejemplo:
    Bienaventurados los que lloran, como Jesús lloró, por la ceguedad de Jerusalén, y la muerte de Lázaro, y por su propio sufrimiento, el cáliz de nuestra salvación, que Cristo consumió hasta el último, para ganar nuestra consolación.
Y otra vez:
    Bienaventurados los pobres de espíritu y los mansos, de ellos es el reino de los cielos, y ellos recibirán la tierra por heredad.  El Hijo de Dios, en humildad y caridad, pobre en espíritu y manso en todos sus hechos, bajó de los cielos, para volver después y abrir los cielos a nosotros.  Ahora mismo, el hombre Jesús gobierna toda la tierra y los cielos, desde la diestra del Padre, esperando con ganas nuestra llegada.
     Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia.  Nadie nunca ha tenido hambre y sed de justicia como Jesús, quien al mismo tiempo sació todas las demandas de la justicia divina que clamaba por nuestro castigo justo, y también proveyó su propia justicia divina-humana, una justicia eterna, vindicada en la Resurrección, con que Él nos cubre y nos limpia de nuestros pecados, saciando nuestra falta de justicia.
     Bienaventurados los pacificadores, y el máximo pacificador es Cristo Jesús, quien sufrió persecución y vituperio y las mentiras de hombres y de satanás, sacrificándose en la Cruz para crear en su propio cuerpo una paz eterna entre Dios y los hombres.          

     Sí. Es cierto que primero aplicamos las Bienaventuranzas a Jesús, para que, a través de la enseñanza de sus Apóstoles, Él pudiera aplicarlas a nosotros, no por causa de nuestras obras, sino por las suyas, y por su misericordia.  Esto es lo que significa la Iglesia Apostólica, que la Cabeza del Cuerpo de Cristo, es decir, nuestro Señor Jesús, siempre va primero.  Luego los Apóstoles transmiten su Verdad salvadora en el Evangelio en Palabra y Sacramentos.

     Muy bien.  Entendemos mejor las Bienaventuranzas, y queremos vivir en ellas.  Pero, cuándo fracasamos en el Camino, ¿qué entonces?  La expectativa de Dios para su pueblo todavía está vigente. ¿Qué haremos, cuando no cumplimos con los requisitos de las Bienaventuranzas? 
     Volvamos a Apocalipsis, y recordemos que aun en los cielos, los santos son “los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero.”  La vida cristiana es la gran tribulación, viviendo como santos, hijos de Dios, que todavía tienen que enfrentar el pecado, en el mundo alrededor, y dentro de nuestros propios seres. 

      Aunque no lo queremos, vamos a fracasar en nuestro cumplimiento de las Bienaventuranzas de Jesús.  Pero ya sabéis la solución.  Volvemos a dónde podemos acceder a la santidad de Cristo, dónde podemos limpiar nuestra ropa en su sangre blanqueadora.  En primer lugar, fue la predicación, de la ley que nos lleva al arrepentimiento, y del evangelio que nos da Cristo y su justicia, que nos hizo cristianos.  La misma cosa es lo que nos mantiene en la fe, dentro de la Iglesia de Cristo.  Cuando pecamos, la respuesta correcta no es: comporte mejor, hazlo correctamente, o serás perdido.  No, la respuesta cristiana es volver al principio, a la Verdad, a la confesión de pecado, al arrepentimiento, para recibir de nuevo la gracia de perdón. 

     Luego, esta tarde, y mañana, y cada día, intentaremos andar en las Bienaventuranzas otra vez, siempre con Cristo.  Esto es el camino de los santos, un camino no meramente preparado por el Señor, más bien, y más bienaventurado, es el camino que es Jesús mismo.  

     ¡Qué alegría!  ¡Qué bendición!  En la sangre del Cordero, nuestro Salvador Jesús, Amén. 


All Saints Day (observed), 
November 4, A + D 2018
The Application of the Beatitudes

     It will be much easier in heaven. Our reading from Revelation is very joyful, mysterious, yes, but also full of glory and the joy of all the saints, thousands and thousands, gathered around the throne of the Lamb, praising Him who has saved them and brought them to the new paradise, the eternal kingdom of God. Doubts, the struggle against evil, suffering, and tears: none of these disturbs the celestial peace. What a reward! What a future God promises us!

     The description that Jesus gives us of the blessed life is more complicated.

     The Beatitudes of Jesus do not appeal to us so much, because of the requirements that come with the blessings. True, the blessings promised to those who meet the requirements are fantastic: enter the kingdom of heaven, receive consolation, inherit the earth, receive mercy, see God, and God as your own Father. A truly great reward. But the prerequisites? Most of us do not like them: To be poor in spirit, to cry, to be meek: who would want these?

     Other prerequisites sound good, but unlikely for us: To be truly merciful, to have a clean heart, to be a peacemaker. For me, at least, all very difficult. And for you? Finally, there are the last two: Blessed are those who suffer persecution for the sake of righteousness, ... Blessed are you when they revile you and persecute you, and say all manner of evil against you falsely, for my sake. Are we ready to accept such blessings?
  
     The list of beatitudes is the Word of God, a preaching of Jesus Christ, from his famous sermon on the Mount. We cannot discard them, without risking losing the whole Word and the Christ that comes to us through the Word. But they are problematic. How do we apply these Beatitudes?

     Do they apply only to the saints, that is, a class of super Christians, beginning with Mary, mother of our Lord, and the Apostles? Is Jesus indicating a kingdom of God with several levels, different kinds of Christians? Are there some saints with the ability to fulfill these Beatitudes, and then come the others, the normal Christians, to whom this passage does not apply? This has been a very popular interpretation in the history of the Church, resulting in an ecclesiastical industry, trafficking in saints and their talismans.
       
     If we applying the Beatitudes only to super Christians, for example to the saints or to the clergy, we are going to see divisions among the People of God, a hierarchy of holiness, that does not fit well with the teaching that the Church, all believers, are members different from the same body of Christ, each with different functions, but with equal value and glory, because the value and glory have nothing to do with us and our works, but belong only to Christ, the head, who in his goodness shares His justice, merit and glory with us.

     In addition, the idea that there is a class of special saints with spiritual superpowers to fulfill the Beatitudes goes against the biblical meaning of the word "saint," or “holy one.” According to the Bible, a saint, referring to a person, is nothing more and nothing less than a Christian, someone who has been rescued from the kingdom of sin and death, cleansed and recreated from the heart by God, declared to be holy because of the sanctifying blood of Jesus. 

     There are distinctions to be made among some Christians, especially with those sinners used in a great way by God in his Mission, such as Mary, Paul, Peter, or James. It is good to thank God for the outstanding saints, and to emulate their life of faith. But, in the end, a saint is a baptized believer, a sinner made clean and holy, by the work of the Holy Spirit.
  
     We cannot avoid the Beatitudes by only applying them to a group of super Christians. Do they apply to us, then? 

     Ooh ... well, I do not know ...

     We would like to be recognized as peacemakers and heirs of the earth and citizens of heaven. But the hard requirements that come with all this? Do we want to suffer persecution, to be blessed? No. Thank you very much for the offer, but no.
  
     Is there a way out of our dilemma? Perhaps, here, in the first sentence of the reading we find a clue. 
Seeing the crowd, (Jesus) climbed the mountain; and sitting down, his disciples came to him. St. Matthew makes a distinction between, on the one hand, the disciples, who for Matthew were always the twelve, the future Apostles, and on the other hand, the multitude. We cannot always understand every little detail of the Scriptures, but the Spirit does not speak in without purpose. Although it is probable that the multitudes listened to the Beatitudes, Jesus directed them first to the Twelve.

It is like the end of the same Gospel, when Jesus sends the Eleven to make disciples of all nations. This mandate has meaning for all, Christian or not, but its first meaning and application was to the Eleven. The most basic meaning for us of Matthew 28 is benefit. We were baptized and saved because Jesus sent the Eleven. And, as we can see in the last Beatitude, when Jesus changes his way of speaking to use the pronoun “you,” the first application of the beatitudes is to the Apostles.

     Still, with this we only postpone the difficulties, we do not escape them. Because, although by the grace of God, the Apostles are outstanding saints, neither did they fulfill the requirements of Jesus. If the Christian faith depended on the Apostles having pure hearts, 100% merciful, poor and meek and with an intense hunger and thirst for justice, the faith would have failed two millenia ago.  For as we see in the same Gospel of Matthew and the rest of the New Testament that the Apostles suffered from many errors and weaknesses.

We know very well that only Jesus Christ has fulfilled the requirements of the Beatitudes. Only Christ has fulfilled them ...  Only Christ…
     Could it be that Jesus with the Beatitudes is preaching from himself?


Of course! In his Beatitudes, Jesus is repeating the idea of ​​Psalm 24: 3-5. Listen to the echo:   Who shall ascend   to the mountain of   Sir? And who can be in his holy place? The one with clean hands and a pure heart; who has not lifted up his soul to falsehood, nor sworn deceitfully. That will receive blessing from the Lord, and justice from the God of his salvation.  
  
Yes, among human beings, only Jesus Christ fulfills the requirements of the Lord. Therefore, He says that "I am the way to the Father," the only way. Our hope is found in the very fulfillment of Jesus of his own preaching:
For example:
     Blessed are those who mourn, as Jesus wept, for the blindness of Jerusalem, and the death of Lazarus, and for his own suffering, the cup of our salvation, which Christ consumed to the last, to win our consolation.

And again:
Blessed are the poor in spirit and the meek, theirs is the kingdom of heaven, and because they will receive the land as an inheritance. The Son of God, in humility and charity, poor in spirit and meek in all his deeds, came down from heaven, to return later to open them to us.  Now that man Jesus governs all the earth and the heavens, from the right hand of the Father, eagerly awaiting our arrival;
     Blessed are those who hunger and thirst for justice, and no one has ever hungered and thirst for righteousness like Jesus, who at the same time satiated all the demands of divine justice that cried out for our just punishment, and also provided his own divine-human justice, an eternal justice, vindicated in the Resurrection, with which He covers us and cleanses us from our sins, satisfying our lack of justice.

Blessed are the peacemakers, which is in truth Jesus Christ, the peacemaker, who suffered persecution and vituperation and the lies of men and satan, sacrificing himself on the Cross to create in his own body an eternal peace between God and man.

      Yes, indeed, we first apply the Beatitudes to Jesus, so that, through the teaching of his Apostles, He could apply them to us, not by our works, but rather by his mercy. This is what the Apostolic Church means, that the Head of the Body of Christ, that is, our Lord Jesus, always goes first. Then the Apostles transmit His saving Truth in the Gospel in Word and Sacraments. 

     Mu bien.  We better understand the Beatitudes, and we want to live in them.  But, when we fail on the way, what then? God's expectation for his people is still valid. What will we do, when we do not fulfill the requirements of the Beatitudes? 
     Let us go back to Revelation, and remember that even in the heavens, the saints are "those who have come out of the great tribulation, and have washed their clothes, and made them white in the blood of the Lamb." The Christian life is the great tribulation, living as saints, children of God, who still have to face sin, in the world around us, and within our own beings.

     Although we do not want to, we are going to fail in our fulfillment of the Beatitudes of Jesus. But you already know the solution. We return to where we can access his holiness, where we can clean our clothes in his bleaching blood. It was preaching, of the law that leads us to repentance, and the gospel that gives us Christ and his justice, that made us Christians. The same thing keeps us in faith, within the Church of Christ. When we sin, the correct answer is not: behave better, do it correctly, or you will be lost. No, the Christian response is to go back to the beginning, to the confession of sin, to repentance, to receive the grace of forgiveness. 

     Then, this afternoon and tomorrow, and every day, we will try to walk in the Beatitudes, always with Christ. This is the way of the saints, a path not merely prepared by the Lord, rather, and more blessedly, it is the path that is Jesus himself.

What joy! What blessing! In the blood of the Lamb, our Savior Jesus, Amen.



Wednesday, July 26, 2017

Libro de Odio y Amor, Muerte, y Vida

Libro de Odio y Amor, Muerte, y Vida

     Una pregunta:  ¿Odias el Catecismo? 

     Siempre hay enlaces entre las lecturas de un domingo en el calendario litúrgico y el Catecismo de Lutero.  Pero hoy, con los Diez Mandamientos desde Éxodo 20, el discurso de San Pablo sobre el Bautismo en Romanos 6, y las enseñanzas de Jesús en Mateo 5 sobre el entendimiento correcto de la Ley, los vínculos con el Catecismo son más que obvios.  

     Nuestras lecturas de hoy van bien con mis actividades recientes.  El fin de semana pasada, hablé por 3 o 4 horas sobre el Catecismo con una familia peruana que ha sido asistiendo al culto con la congregación Emanuel en Madrid.  Ayer hablaba con Seba y JuanMi, para probar su entendimiento del Catecismo Menor, para que Antonio y yo podamos planificar los próximos pasos en su enseñanza.  Es normal que yo esté ocupado con el Catecismo; es una herramienta básica de un pastor luterano, porque el Catecismo viene de las Escrituras, la fuente de toda enseñanza en la Iglesia.  El Catecismo tiene su valor en que nos ofrece un resumen fiel de las doctrinas fundamentales de Cristo. 

     Me encanta conversar y estudiar la Palabra de Cristo a través del Catecismo.  Excepto cuando lo odio. 

     Siempre nuestra relación con el Catecismo es una de amor y odio.  Y no es simplemente porque a veces los pastores y catequistas no presentan el material en un modo perfectamente dinámico e interesante, aunque a veces sí, esto puede ser un problema.  Los maestros deberían hacer su trabajo bien, y los alumnos deberían tener paciencia, y buscar más allá de lo superficial, recordando que estudiar el Catecismo es algo importantísimo.  Pero, aun cuando la presentación del Catecismo es fenomenal, pedagógicamente, todavía vayamos a tener una relación de amor y odio con él.  O mejor, por la gracia de Dios, tendremos una relación de odio, y entonces amor. 

     La razón está dentro del texto de los Diez Mandamientos:  Yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos. 

     El Señor nos habla de dos opciones, el camino del aborrecimiento, u odio, y el camino del amor.  A nosotros, los días son siempre una mezcla de odio y amor:  Yo odio despertarme por la mañana, pero siempre me ha gustado mucho ver a mis amigos, sea en el trabajo, o en el mercado, en el cole, o en la universidad.  Por eso salgo de la cama.  Odio fregar los platos, pero me encanta comer una comida buena, así entonces acepto el mal con el bien.  Pero Dios no quiere mezclar odio y amor.  Él dice, “O me amas, o me odias, y volveré lo mismo a ti.” 

     Pues, a Dios amemos, hermanos, para vivir.  Sin problema, ¿no?  Excepto que Dios ata el amor a Él con el cumplimiento de sus mandamientos.  Hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos.  Ahora vemos el problema.  Puedo concordar en el valor y la justicia de los mandamientos.  En mis mejores momentos, quiero seguir en su camino recto.  Pero no puedo cumplir los mandamientos, especialmente en el modo que Jesucristo nos demanda.  Porque el Hijo de Dios, enseñando a las multitudes en Galilea, hace muy clara que su estándar es uno de cumplimiento por afuera, en las acciones visibles, y por adentro, en la mente y el corazón. 

     Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. 

    Según este estándar, soy asesino, todos los días.  ¿Y vosotros?  Cada vez que pensamos mal de nuestro esposo, de nuestros padres, hermanos, o de un vecino, según la ley, somos culpables de matar.  Si continuamos leyendo en Mateo 5, vamos a ver que Jesús hace lo mismo, subiendo el estándar de la ley, con todos los mandamientos. 

     Por ejemplo, el Señor dice:  Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio.  28 Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón…
    También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio.  32 Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio…
   Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.  44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; 45 para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos…

     La Palabra de Cristo es demasiado para nosotros.  Por eso, es normal que, junto con el aprecio por la sabiduría, utilidad y hermosura del Catecismo, y de toda la Palabra de Dios, también sentimos miedo y malestar por estudiarlos.  La ley, es decir, los mandamientos, siempre nos acusan, porque siempre fracasamos en cumplirlos.  Moisés nos dio una lista de leyes que realmente no podemos guardar.  Jesús las eleva a un nivel que destruye cualquier esperanza que tuviéramos para ser justos por la obediencia. 

     Es natural que, enfrentando estos requisitos radicales, sentimos mal, y empezamos de odiar a esta Palabra.  Si me vas a matar, ¿cómo no te odiaré?  Yo odio a mi situación miserable, y temo que mi aborrecimiento podría llegar a ser dirigido al Señor mismo.  Me gustaría vivir, pero por mi pecado, que recibe poder desde la Ley, estoy destinado a morir. 

     La Ley de Dios es imposiblemente exigente.  Como dice Jesús, os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.  Entonces, por la ley, y por nuestra incapacidad de cumplirla, tenemos que morir.  No hay otra opción. 

    Pero ¡ánimo! ya habéis muerto.



     ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nuevaRecurrimos en fe a la obra de Jesucristo, quien murió y resucitó logrando el perdón y salvación de todo el mundo.

     A nadie le gusta la desesperación que nos viene cuando la Ley de Dios nos está amenazando.  ¿Pero sabes que a Dios tu situación es aún más inaceptable?  Eres su favorito, de todas las criaturas, y el Señor no acepta que seas perdido. 

     Nosotros pensamos de cómo podamos evitar la Ley y nuestra culpa.  Cristo Jesús no vino para evitar nada, más bien para cumplir su propia Ley y tragar nuestra culpa en su propio cuerpo.  Nuestro viejo hombre, es decir nuestra naturaleza pecaminosa, que nos hace incapaces de cumplir la ley, fue crucificado juntamente con JesúsÉl no estaba colgando en el madero cruel para sí mismo, porque nunca pecó.  No tenía ningún culpa.  Estaba en la Cruz en nuestro lugar, por nuestra culpa, y para nuestro bien. 

     Así, el cuerpo del pecado ha sido destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.  Dios nos ha salvado, no para vivir en pecado, sino para que vivamos como Cristo, como cristianos.  Y esto podemos hacer no de nuestra propia fuerza, pero únicamente a través de una conexión íntima a Él, a Cristo.  Porque solamente Cristo murió para los pecados del todo el mundo.  Solo Cristo ha resucitado para revelar la justicia de Dios, que es su regalo a los pecadores. 

     Esto es una Palabra salvadora, porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado.  En Cristo, hemos sido declarado inocente, por Dios.  Si morimos con Cristo, y ya lo hemos hecho en nuestro Bautismo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él, ni de nosotros

     Porque, como es para Cristo, también es para los suyos.  Porque en cuanto Jesús murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.



     La meta de la fe es Cristo, es decir, la vida cristiana en este mundo caído no es el último, sino el penúltimo.  Los cristianos, porque somos vinculados al Crucificado, llevamos varias cruces en esta vida, por la buena voluntad de Dios.  Y la primera cruz de cada creedor bautizado es nuestro propio pecado, que todavía agarre a nosotros.  Cuanto más cerca a Cristo estamos, lo más sentimos nuestro pecado.  Porque ahora, en Cristo, tenemos un amor verdadero, aunque todavía imperfecto en nosotros, un amor para nuestros prójimos, y también para los mandamientos de Dios, que son justos y buenos.     

     Entonces, esta es la forma de la vida nueva:  un recorrido diario al bautismo, hecho por la Confesión y Absolución, que es la práctica del Bautismo, el ahogado diario del hombre viejo, para que el hombre nuevo, la nueva persona cristiana, pueda salir y resucitar, para vivir ante Dios en la justicia de Cristo Jesús.  

     Viviendo en arrepentimiento, a la misma vez nos regocijamos, porque la Ley ya ha sido cumplido, en Cristo Jesús, en su vida perfecta de amor a Dios y a sus prójimos, y en su muerte expiatoria, en nuestro lugar.  Consumado es, dijo Jesús desde la Cruz.  Es decir, la Ley de Dios es cumplido perfectamente, en Cristo, Dios hecho hombre.  Ahora, el Amor y la Vida de Dios son nuestros, revelados en su gloriosa resurrección. 

    Viviendo en Cristo, todo es diferente.  La vida cristiana es la vida de amor, la vida sin temor.  Es solo posible cuando practicamos el Bautismo, pero en este, es garantizada.  Como bien sabemos, si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.  Pero, si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.  1 Juan. 1:8-9

     Siempre dentro de nosotros existe la tendencia de evitar la Palabra, en la Biblia, y en el Catecismo.  Porque sí, siempre la Ley nos acusa.  No es cómodo de ninguna manera.  El mundo, evitando cualquier cosa desagradable, y también sirviendo las metas de Satanás, siempre nos dice que la Biblia está equivocada.  El mundo nos dice que, por si acaso hay un Dios, seguramente no sea tan exigente. 

     Pero ya sabemos esta prédica es mentira, porque en Cristo vemos que la Ley de Dios es bueno y nos sirve.  Además, sabemos que siempre vale la pena de oír y estudiar y orar y meditar sobre la Palabra, porque, junto con la Ley que nos acusa, presente en la Palabra está Cristo mismo, listo para rescatarnos, una y otra vez.  

     ¿Necesitas más fuerza para la vida cristiana?  Jesús ya lo sabe.  Por esta causa, nos dio la Santa Cena también.  O mejor decir, por esta causa Cristo nos da la Cena, hoy, la Cena en que Él es anfitrión, y también en que nos ofrece su propio cuerpo y sangre, para perdonarnos y darnos fuerza, hasta que nos otorgue liberación, paz y salud perfectas.  Esto es la meta que ya podemos ver en Cristo, crucificado, resucitado y ascendido a los cielos:  Liberación final y perfecta del pecado y la culpa y el odio; la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento; y la salud perfecta y eterna, viviendo en su santa y amorosa presencia, por los siglos de los siglos, Amén.   




Thursday, February 2, 2017

La Ley, el Evangelio, y una Cuerda Elástica con un Solo Gancho

Cuarto Domingo después de la Epifanía, San Mateo 8:23-27

Una vez, hace unos años, cruzaba por el aparcamiento de mi parroquia en Sidney, Montana, y divisé un tesoro en el suelo:  una cuerda de goma elástica con ganchos.  ¡Qué suerte!, me dije.  Las cuerdas con ganchos son muy útiles.  Pueden sujetar un paquete para que no se caiga de tu coche o de tu bicicleta.  Pueden fijar una puerta, para mantenerla cerrada, o abierta, dependiendo de lo que quieras.  Una cuerda de goma con ganchos incluso puede ser usado en una barca, para guardar los enseres, por si acaso te sorprenda una tempestad cuando estés en medio del mar, y grandes olas cubren tu barca.  Me alegré de encontrar esta cuerda con ganchos.  Estaba feliz por mi suerte, hasta el momento en que me di cuenta de que… tenía un solo gancho.

Decepcionado.  Me quedé decepcionado.  ¿Para qué sirve una cuerda de goma con un solo gancho?  No puede cumplir su propósito.  No puede sujetar o asegurar nada.  Tampoco va a ayudarnos a proteger nuestros bienes.  No vale nada.  Quizás se puede usar como un arma, usarla para golpear a alguien, para defensa personal, por supuesto.  Pero sería muy ineficaz como arma, mucho mejor practicar el kárate, o simplemente correr. 

Pensando que mi cuerda de goma elástica con un solo gancho era completamente inútil, iba a tirarla en la basura, cuando de repente pensé en otro propósito para mi cuerda, no como herramienta de sujeción, sino como ayuda teológica, un accesorio para enseñar una realidad muy importante sobre la Palabra de Dios: la realidad que toda la doctrina de la Biblia se puede dividir en dos partes, dos enseñanzas esenciales, la Ley, y el Evangelio. 

En el esquema de este accesorio, la cuerda de goma elástica representa la Palabra de Dios, que es el anuncio de la voluntad de Dios hacia nosotros y su plan para tenernos con sí mismo en la alegría y la gloria de su reino eterno.  La Ley y el Evangelio son los dos ganchos en cada extremo de la Palabra, que dan a la Palabra su forma y su propósito. 

Los dos, la Ley y el Evangelio, son la voluntad de Dios, los dos son buenos, y los dos van juntos en la predicación de Cristo, y de los profetas y los apóstoles.  Pero la Ley y el Evangelio son muy diferentes entre sí.  Necesitamos los dos, pero también necesitamos mantener la distinción apropiada entre ambos. 

Me explico.  La Ley de Dios es, fácilmente explicada, los Diez Mandamientos, las reglas de vida que Dios nos ha dado.  De hecho, la Biblia los simplifica aún más, cuando declara que la suma de la Ley es que debemos temer y amar a Dios con todo nuestro corazón, fuerza, mente y voluntad, y también que debemos amar a nuestros prójimos como nos amamos a nosotros mismos.  Amar a Dios y amar a tu prójimo: la suma de la Ley. 

Genéricamente, la Ley es el listado de cosas que Dios nos ha mandado hacer, y también las cosas que el Señor nos ha prohibido.  Además, debemos incluir en el ámbito de la Ley las amenazas y las condenaciones que vienen con la Ley, las palabras que nos ordenan obedecer, o aceptar las consecuencias, el castigo prometido, si no cumplimos la Ley. 

La Ley es buena en sí.  Si la cumpliéramos perfectamente, seríamos justificados, aceptados por Dios por causa de nuestra propia santidad.  También, en nuestras vidas en este mundo, cuanto más nos acercamos al cumplimiento de la ley, mejor serán nuestras vidas.  Si somos honestos, y no hurtamos, si somos fieles a nuestras parejas, familias, y compañeros, si no hablamos mal de otros, vamos a beneficiar.  En general, cuanto más seguimos la Ley de Dios, la vida va a ir mejor, porque la Ley es la voluntad de Dios. 

Pero ni la idea de cumplir la Ley de Dios perfectamente, ni tampoco el hecho que nuestros esfuerzos por cumplirla mejoran nuestras vidas terrenales, pueden ganar el propósito de Dios, que es unirnos a Él eternamente.  Como una cuerda de goma con un solo gancho, la Palabra de Dios con solo la Ley no puede sujetarnos a Dios. 

El problema no es la Ley, sino nosotros.  En nuestra naturaleza, heredada del primer Adán, está la contaminación de pecado, que nos condena desde nuestra concepción, y que nos conduce a pecar en la vida.  Cuando la Ley se predica, y la estamos escuchando honestamente, la Ley siempre nos recuerda nuestro pecado. 

La Ley siempre nos acusa, porque somos pecadores, y cometemos pecados.  Por causa de nuestro pecado, la Ley no puede ayudarnos ante los requisitos de Dios.  Con solo la Ley, el predicador únicamente puede amenazar y herir nuestras consciencias, intentando forzar que sus oyentes crezcan en santidad.  Tal predicación puede reformar la gente un poco, por un tiempo.  Incluso podría mejorar la comunidad un poco. 

Sin embargo, desde nuestra propia naturaleza siempre rechazamos las reglas, y por eso, finalmente la santidad no crezca.  No amamos con todo nuestro corazón a Dios, ni amamos a los prójimos como nos amamos a nosotros mismos.  Es porque la Ley no cambia nuestros corazones, de donde viene nuestro problema real.  Como mi cuerda de goma con un solo gancho, se puede usar la Ley como un arma, pero nunca va a cumplir el propósito salvador de Dios. 

El Evangelio, diferente a la Ley, proclama las cosas que Dios ha hecho y está haciendo para cumplir su propósito, que es tener un pueblo lleno de hombres y mujeres, viviendo en gozo y paz con Él para siempre.  La Ley nos demanda acciones de nosotros.  El Evangelio nos anuncia las acciones de Dios para ayudarnos y salvarnos. 

Antes de continuar, debería explicaros una cosa.  La palabra “Evangelio” se puede usar con significados distintos, en sentidos amplios, o en un sentido estricto.  Igual como la palabra “Ley”, “Evangelio” a veces significa todo el mensaje de Dios, incluidos ambos la Ley y el Evangelio.  Además, “Evangelio” puede referir a uno de los cuatro primeros libros del Nuevo Testamento, Mateo, Marcos, Lucas y Juan.  Pero el Evangelio, en el sentido estricto, y en contraste con la Ley, es solamente el anuncio de las acciones salvadoras de Dios, las cuales no nos exigen nada.  El Evangelio es el anuncio de un regalo puro y divino.  Es las buenas noticias de las cosas que Dios en Cristo nos ha hecho, y que todavía nos está haciendo, para salvarnos y darnos vida eterna. 

Muy bien.  Pura alegría.  Queremos más del Evangelio puro.  Nos podría parecer que, con solo el gancho del Evangelio, todo estaría bien.  ¿No sería posible, con solo el gancho del Evangelio, que estuvieramos unidos a Dios?  ¿No deberían nuestros pastores predicar solamente las buenas noticias?  La idea nos parece bien, ¿no?

Pero, no, esto no es correcto.  No es una buena idea.  Si desde la Palabra de Dios solamente oímos la buena noticia de que Dios nos ama, que nos acepta, y que vamos a vivir con Él eternamente, la triste verdad es que al final el resultado será igual de lo que nos ocurre con solamente la predicación de la Ley.  La cuerda elástica con solo el gancho del Evangelio no puede sujetarnos a Dios.  Y para esto hay, al menos, dos razones.  





En primer lugar, otra vez, nosotros somos el problema.  Somos tales pecadores que, por nuestra naturaleza, no queremos el don del Evangelio.  Como se comportan de vez en cuando los niños de 2 o 3 años, protestando con gritas y lágrimas que puedan hacer todas las cosas sin la ayuda de los padres, no queremos aceptar nuestra necesidad de ser salvados por Dios. Denegando nuestra necesidad, somos capaces de condenarnos a nosotros mismos.  Por eso, el Evangelio solo no es suficiente en sí mismo para salvarnos. 

Necesitamos querer ser salvos.  Necesitamos creer y temer la realidad de que somos pecadores, sin la capacidad de salvarnos por nuestros esfuerzos.  Solamente cuando lleguemos a esta verdad tan dura estamos preparados para oír las Buenas Nuevas, el Evangelio de Jesús, quien vino para salvar a los pecadores. 

La segunda razón de que el Evangelio solo no puede salvarnos tiene que ver con el contenido específico del mismo Evangelio.  Jesucristo no nos ha logrado la salvación por anunciar una filosofía nueva.  Él no ha escrito un libro para redimirnos, y su tarea era más que predicar buenas nuevas.  Su gran obra no era un mero milagro, como pacificar a una tempestad, o sanar a los enfermos, o alimentar a miles de personas con unos barras de pan, y menos peces.  El acto esencial del Evangelio es su muerte en una cruz romana, recibiendo lo peor de lo que el mundo le pudo dañar, y aún más, recibiendo la ira justa de Dios contra los pecados de todos.  Los vuestros.  Los míos.  Todos los pecados de todas las personas de todas las épocas, colocado en los hombros de Jesús, colgando en la Cruz.   

Vemos que, en el centro del Evangelio, hay un hecho tan difícil y doloroso, la crucifixión del Hombre Bueno e Inocente, que es imposible verlo como buenas noticias, sin que primero entendamos la verdad sobre nuestros pecados. 

Este entendimiento viene desde la Ley.  La Palabra de la Cruz no tiene sentido, sin el entendimiento de nuestra malísima y atroz situación como pecadores.  No había otra manera de salvarnos.  Solo Dios pudo hacer una obra tan inmensa.  Solo el Creador, el Ser Infinito, solo Dios pudo ofrecer un sacrificio adecuado para toda la humanidad. 

Y Él lo ha hecho.  Este es el hecho que cambia el dolor de la Cruz en alegría, que reemplaza nuestra culpa y temor con bonanza, que reanima nuestras almas, y que crea en nosotros nuevos corazones:  Jesucristo, Hijo del Hombre e Hijo de Dios, no sufrió para nada, sino que sufrió para ti.  Sufrió por amor a su Padre, y por amor a ti. 

Todo la Biblia, toda la Palabra de Dios, predica dos mensajes: la Ley y el Evangelio.  También, toda la Palabra está cumplida en la Cruz, donde la Ley y el Evangelio se encontraron, con fuerza, y poder terrible, para lograr nuestra salvación. 

Entonces, podemos, y debemos, usar la realidad de la Ley y el Evangelio cuando oímos, leemos y proclamamos la Palabra.  Nos ayuda a entenderla correctamente, y también nos ayuda a ver cómo cualquier historia en las Escrituras se relaciona con la historia central: la historia de la Cruz y la Tumba Vacía.  Tenemos un buen ejemplo en nuestra lectura del Evangelio de San Mateo de hoy.  Considerémoslo por un momento. 

Jesús y los discípulos entraron en una barca, y navegaron al medio mar.  Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero Jesús dormía. Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! 
     Él les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo gran bonanza. Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?

¿Qué es la Ley del pasaje?  Hay mucha Ley.  Está la amenaza de la tempestad, que amenazaba destruir la barca y ahogar a todos en el fondo de las aguas.  Las Escrituras, del Génesis en adelante explica muy claramente que la muerte es consecuencia de nuestro pecado.  No obstante, muchas veces es solamente el acercamiento de la muerte que nos hace entender la fuerza de la Ley.  Por eso, hay mucha oportunidad para proclamar el Evangelio en los hospitales. 

Hay más Ley en nuestro pasaje.  Es muy duro el pensamiento de que Dios nos ha abandonado, tener la sospecha de que Jesús no tiene preocupación por nosotros ni por nuestros problemas.  Estamos muriéndonos, gritamos como los discípulos, y el Señor está durmiendo.  ¿Y, qué pasa cuando hacemos demandas en nuestros rezos?  Cuándo gritamos en desesperación: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! ¿Qué entonces?  El último toque de la Ley: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe?

¡Ay de mí!  Estamos perdidos.  Dios mismo nos ha condenado, y es justo.  No deberíamos dudar las promesas de Dios.  Pero lo hacemos. 

Y en este momento, Jesús, Dios encarnado como hombre, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo gran bonanza. 

¡Salvación!  Desde una desesperación profunda, en un segundo, Cristo Jesús les rescató, calmando el viento y las olas, cambiando un momento terrorífico a una paz que sobrepuja nuestro entendimiento.  

¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?  Es el hombre que también es Dios, y Él ha hecho el mismo rescate para ti, pero muchísimo más grande.  Esto es lo que significa la Ley y el Evangelio de la Cruz para todos vosotros. 

No importa qué tempestades amenazan la barca de vuestra vida.  No importa qué problemas o qué pecados tenéis que enfrentar, Jesús está aquí, con nosotros, entregando su perdón y su vida, cambiando todo nuestro miedo a gozo y a alegría. 

Escucha la Ley de Dios, que os anuncia la verdad.  Y luego, regocijaos en el Evangelio, que en Cristo, sois salvos, hoy, y por los siglos de los siglos, Amén.