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Sunday, February 25, 2018

Luchando con Dios


Segundo Domingo en Cuaresma – Reminiscere, A+D 2018, Luchando Con Dios – Génesis 32:22-32 y Mateo 15:21-28

     El año pasado, prediqué sobre los textos de hoy, con un enfoque en Jacob y su lucha libre con Dios.  Hoy vamos a considerar la lucha de esta mujer, esta madre cananea, que peleaba con Cristo hasta que consiguió su meta, el rescate de su hija del poder de los demonios, lo cual la mujer creía que Jesús pudiera dar. 


     Algunos recordatorios, antes que entrar en el tema.  En nuestra lectura del Antiguo Testamento, oímos como Jacob recibió un nombre nuevo de Dios: Israel, que literalmente significa “lucha con Dios.”  Había la lucha libre literal de Jacob con el Varón misterioso, y luego, muchos siglos de lucha para su descendencia, la nación de Israel.  También vemos que esta mujer cananea tuvo que pelear con Jesús, Dios encarnado.  Y, puesto que vosotros sois miembros de la Nueva Israel, la Iglesia de Cristo, será servicial estudiar a ella y su lucha, porque vosotros también vais a tener vuestro turno en el cuadrilátero divino. 

     La primera cosa de que nos damos cuenta en esta historia es que el Señor no es simpático.  Dios es bueno, y Él ama al mundo, y especialmente a sus ovejas, los miembros de su Israel.  ¿Pero simpático?  A veces, con los seres humildes, como niños, los enfermos, los paralíticos.  Pero si leemos los Evangelios, vamos a ver que la mayoría de las veces, Jesús no parece ni actúa en una forma muy simpática. 

     Esta realidad no nos da licencia para ser antipáticos, o sin compasión, o sin hospitalidad.  No, no, no.  Nosotros cristianos, antes de recibir la gracia salvadora, merecíamos el castigo eterno de Dios, como todos.  Pero en vez de lo que merecíamos, hemos recibido por la fe un tesoro inimaginable, un tesoro que es para todas las naciones, para todas las personas, para cada cual que cree en el perdón gratuito ganado para pecadores por Jesús.  Habiendo recibido la victoria y la vida eterna de Cristo, nuestro comportamiento debería reflejar este amor recibido, y debería ser mostrado en nuestro amor y hospitalidad al prójimo. 

     Jesús, por el otro lado, durante su ministerio estaba en una situación muy diferente.  Él fue luchando para la salvación del mundo, y aunque su victoria sobre el Diablo fue inevitable, la magnitud de la obra salvadora, y nuestra inclinación de resistir y hasta rechazar la gracia de Dios hicieron que la obra de Jesús era seria, y difícil.  En particular, Él tenía que convertir a los discípulos en apóstoles.  No fue nada fácil enseñar a este grupo de hombres judíos sobre el plan de Dios para la salvación de todos, a través de una cruz romana.  Sobre todo, los judíos mantenían muchos prejuicios contra gente de otras razas y naciones, los “goyim” en hebreo, los gentiles en castellano. 

     Por eso, la madre cananea iba a tener que luchar con Dios, no porque Dios no quiso ayudarla, más bien porque Jesús sabía la fuerza de su fe, y necesitaba utilizarla para dar una lección fuerte a los discípulos. 

     De verdad, todo el capítulo quince del Evangelio según San Mateo es una inversión de expectativas para los Doce.  Ellos se preocupaban porque los Fariseos quejaban sobre el hecho que Jesús y sus discípulos, antes de comer, no observaban todos los lavamientos rituales de la tradición farisaica.  Pero, inesperadamente, a Jesús no le importó nada la opinión de los Fariseos.  Él rechazó su falsa autoridad, indicando fuertemente como los Fariseos mantenían sus propias tradiciones, pero ignoraban la Palabra de Dios y sus leyes. 


     Llamándolos hipócritas y ciegos guías de ciegos, Jesús continuó proclamando sorpresas, declarando que no es la comida prohibida entrando en el estómago que contamina a una persona, como pensó los judíos, más bien la contaminación viene de los malos deseos del corazón y las palabras falsas que salen de la boca.  Para una nación que había observado las reglas dietéticas durante quince siglos, esta fue una enseñanza extraña. 

     Todo esto fue la preparación para la lucha de la mujer cananea.  Descreditar a los Fariseos fue una sorpresa, pero tal vez bien recibida por muchos, puesto que los Fariseos eran tiranos religiosos.  ¿Suavizar la ley dietética?  Muy bien, quizás no sería nada mal probar el jamón serrano de las naciones vecinas de los judíos. 

     Pero ¿aceptar a una mujer cananea como hermana en la fe?  Esto tenía que ser un reto mucho más allá, y por eso, Jesús usó una pelea, un debate intenso con esta mujer de gran fe, para dar el choque suficiente a los Doce. 


     No sé si podamos entender la enemistad los judíos sintieron contra los cananeos.  Eran enemigos antiguos.  Por la gran idolatría de los cananeos, el Señor había instruido a Josué y los Israelitas a destruirlos cuando entraron en la Tierra Prometida.  Los Israelitas no lo hicieron, prefiriendo pactar y hacer alianzas con los cananeos, y aun participando en sus religiones paganas.  Desde entonces, los cananeos, entre otros, habían sido enemigos terribles, una plaga para los judíos. 

     No sé si podamos entender relaciones tan divisivas, hoy en día.  O quizás sí.  Vivimos en una época de tribalismo resurgente:  En mi país, tienes que ser o para Hillary, o para Donald, y no hay tierra media.  Hay aquí en la península catalanes y españoles, y también catalanes independentistas y catalanes pro España.  El mundo musulmán está dividido entre Suníes y Chiíes.  En Siria hay una guerra civil con cuatro o cinco bandas distintas, cada grupo listo para apoyar al otro hoy, y atacarlo mañana.  Hay el conflicto de casi 70 años entre Corea del Norte y Corea del Sur.  Aun en el mundo deportivo, los ultras nos enseñan que el tribalismo y la violencia pueden ser pasatiempos. 

     Y también podemos ver nuestra capacidad de dividir y pelear dentro de nuestras familias.  Cualquier abogado o asesor que ha ayudado a familias en el reparto de una herencia después de una muerte puede compartir historias tristes de las rivalidades entre hermanos.  Ocurre en familias, iglesias, y naciones, porque cada uno se compone de pecadores egoístas.  Dividir y atacar, el tribalismo, es un rasgo triste de nuestra naturaleza, primero observado en el asesinato de Abel por su hermano Caín. 

     Esta naturaleza, fortalecida por siglos de historia, fue el contexto en que entró esta mujer, para pedir a Jesús que salve a su hija endemoniada.  Su audacia tuvo que haber sido escandalosa, siendo mujer y cananea, pero sin embargo atreviendo peticionar a un rabino judío. 

     Y parecía al principio que Jesús estuvo de acuerdo con todos los prejuicios típicos de los judíos.  La mujer cananea acercó a Jesús y clamaba: “¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio.”  Pero Jesús no le respondió palabra.  ¡Ni una palabra!  Como si ella no existiera.  Es lo peor, ¿no?  Una palabra de rechazo sería mejor que el silencio.  Y considera un momento lo que dijo ella: “Señor, Hijo de David, hágame un milagro, no para mí, mas bien para mi hija.”  ¿Puede haber una mejor petición cristiana?  Una confesión de su fe que Jesús era Dios, el Señor, capaz de hacer milagros, el Creador misericordioso, a quien le encanta ayudar a los pobres y humildes.  Una petición no para sí misma, más bien para otra.

     Pero de Jesús, ni una palabra. 

     No importa a la mujer.  Su fe es más fuerte que un momento de silencio.  Persigue a los discípulos: “Por favor, intervenid con el Señor por mí,” como si ella sabía que ellos fueron la fundación del pueblo nuevo de Dios. 

     Y que valientes y poderosos los Doce.  Van a rogar a Jesús, sí, por causa de ella, pero no por su necesidad.  Incapaces de rechazar a una sola mujer cananea, los discípulos imploraron a Jesús: “Despídela, pues da voces tras nosotros.”  Parece que los Doce entendían el silencio de Cristo como afirmación de sus propios prejuicios, como si Jesús fue sin misericordia para los gentiles, como ellos.  Y su respuesta a ellos parece confirmarlo:  Jesús respondiendo, dijo: “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.”  Que amistad y bondad del Señor, ¿no?

     Bueno, debemos recordar que Jesús no está mintiendo.  Su papel, su ministerio, no fue a los gentiles, a las naciones.  ¡Esta fase de la Misión de Dios pertenecería a los Apóstoles, los mismos que no querían intervenir para la mujer cananea, ni tenían el coraje para despedirla por sí mismos!  En este momento los Doce no pueden ver, mucho menos aceptar que sería por sus bocas que el Evangelio y la Salvación iban a llegar a todo el mundo.  Por el momento, no tienen la fe requerida para ser útil en la misión de Cristo. 

     ¿Pero la mujer?  Sí, ella tenía fe, más que suficiente.  Rompiendo docenas de tabúes y prohibiciones culturales, por su confianza en la bondad de Dios revelado en Jesucristo, ella persiguió su meta:  Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: “¡Señor, socórreme!”  Ella está físicamente declarando que este hombre es divino, digno de recibir la adoración, y dispuesto de dar misericordia. 

    Pero todavía no.  Respondiendo, Jesús dijo: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos.”  Y en ese momento, que nos parece tan duro, aun vergonzoso, la mujer sabe que ha ganado el debate.


      Me explico. La fe acuerda con el juicio de Dios, que todos somos pecadores, más perrillos que humanos, indignos de ser huéspedes en la mesa del Señor. 

     Es verdad.  No es nada amable ni feliz.  Excepto si conoces y confías en la promesa del Señor para los perrillos arrepentidos, la promesa revelada en el Hijo de Dios encarnado. 
     No obstante lo que merecemos, en Jesucristo, por la fe en Él y su obra salvadora, Dios nos ha dado la bienvenida a su mesa.  Porque el Hijo de Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos.  Por todos.  No solo los judíos.  Por todos. Especialmente tenemos que decir que Jesús no vino por los buenos y justos, porque desde Adán y Eva, no ha sido ni uno bueno y justo.   

     Ni uno.  Excepto este hombre, a veces silencioso y aparentemente incompasivo, Jesús de Nazaret, el Hijo de David.  Él sí es bueno y justo y en Él hay rescate, para todos.  Por lo tanto, con confianza suprema en esta promesa, que ella había escuchado no sé cómo, esta mujer termina el debate, su lucha con Dios, así: “Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.” 

     Entonces, otra vez invirtiendo todas las expectativas de la lógica humana y los prejuicios tribales, Jesús respondió: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres.” Y su hija fue sanada desde aquella hora.

     Esta mujer sabía que en Jesús ella ya tenía el perdón de pecados y la vida eterna.  Ella sabía y sin duda estaba enseñando a su hija esta buena noticia.  Rogó con plena confianza por el rescate desde el control de diablo para su hija, porque creía que esto fue la meta de Dios en Cristo.  ¡Que el Espíritu Santo nos de tal fe, y nos enseñe orar así! 

     Y Él lo hará, porque todavía Cristo quiere librar a todos del poder de Satanás, por la entrega del fruto de su gran lucha.  Los creyentes pueden luchar en oración, pueden mantener la confianza, aun cuando Dios aparece silencioso, pueden ignorar al desdén del mundo, y pueden amar a todas las naciones, porque sabemos que Cristo ya ha vencido el poder del pecado, ha silenciado a las acusaciones de Satanás, y ha ganado la salvación eterna por todos.  Todo esto fue cumplido, en la lucha cruciforme del Hijo de David. 


     Y por eso, hay migajas también para ti, el fruto de la Cruz, en la Palabra, y en la Santa Cena.  Ven sin vergüenza, confesando tus pecados, y pidiendo con confianza los dones mejores de Dios, en el Nombre de Jesús, Amén. 


Thursday, February 2, 2017

La Ley, el Evangelio, y una Cuerda Elástica con un Solo Gancho

Cuarto Domingo después de la Epifanía, San Mateo 8:23-27

Una vez, hace unos años, cruzaba por el aparcamiento de mi parroquia en Sidney, Montana, y divisé un tesoro en el suelo:  una cuerda de goma elástica con ganchos.  ¡Qué suerte!, me dije.  Las cuerdas con ganchos son muy útiles.  Pueden sujetar un paquete para que no se caiga de tu coche o de tu bicicleta.  Pueden fijar una puerta, para mantenerla cerrada, o abierta, dependiendo de lo que quieras.  Una cuerda de goma con ganchos incluso puede ser usado en una barca, para guardar los enseres, por si acaso te sorprenda una tempestad cuando estés en medio del mar, y grandes olas cubren tu barca.  Me alegré de encontrar esta cuerda con ganchos.  Estaba feliz por mi suerte, hasta el momento en que me di cuenta de que… tenía un solo gancho.

Decepcionado.  Me quedé decepcionado.  ¿Para qué sirve una cuerda de goma con un solo gancho?  No puede cumplir su propósito.  No puede sujetar o asegurar nada.  Tampoco va a ayudarnos a proteger nuestros bienes.  No vale nada.  Quizás se puede usar como un arma, usarla para golpear a alguien, para defensa personal, por supuesto.  Pero sería muy ineficaz como arma, mucho mejor practicar el kárate, o simplemente correr. 

Pensando que mi cuerda de goma elástica con un solo gancho era completamente inútil, iba a tirarla en la basura, cuando de repente pensé en otro propósito para mi cuerda, no como herramienta de sujeción, sino como ayuda teológica, un accesorio para enseñar una realidad muy importante sobre la Palabra de Dios: la realidad que toda la doctrina de la Biblia se puede dividir en dos partes, dos enseñanzas esenciales, la Ley, y el Evangelio. 

En el esquema de este accesorio, la cuerda de goma elástica representa la Palabra de Dios, que es el anuncio de la voluntad de Dios hacia nosotros y su plan para tenernos con sí mismo en la alegría y la gloria de su reino eterno.  La Ley y el Evangelio son los dos ganchos en cada extremo de la Palabra, que dan a la Palabra su forma y su propósito. 

Los dos, la Ley y el Evangelio, son la voluntad de Dios, los dos son buenos, y los dos van juntos en la predicación de Cristo, y de los profetas y los apóstoles.  Pero la Ley y el Evangelio son muy diferentes entre sí.  Necesitamos los dos, pero también necesitamos mantener la distinción apropiada entre ambos. 

Me explico.  La Ley de Dios es, fácilmente explicada, los Diez Mandamientos, las reglas de vida que Dios nos ha dado.  De hecho, la Biblia los simplifica aún más, cuando declara que la suma de la Ley es que debemos temer y amar a Dios con todo nuestro corazón, fuerza, mente y voluntad, y también que debemos amar a nuestros prójimos como nos amamos a nosotros mismos.  Amar a Dios y amar a tu prójimo: la suma de la Ley. 

Genéricamente, la Ley es el listado de cosas que Dios nos ha mandado hacer, y también las cosas que el Señor nos ha prohibido.  Además, debemos incluir en el ámbito de la Ley las amenazas y las condenaciones que vienen con la Ley, las palabras que nos ordenan obedecer, o aceptar las consecuencias, el castigo prometido, si no cumplimos la Ley. 

La Ley es buena en sí.  Si la cumpliéramos perfectamente, seríamos justificados, aceptados por Dios por causa de nuestra propia santidad.  También, en nuestras vidas en este mundo, cuanto más nos acercamos al cumplimiento de la ley, mejor serán nuestras vidas.  Si somos honestos, y no hurtamos, si somos fieles a nuestras parejas, familias, y compañeros, si no hablamos mal de otros, vamos a beneficiar.  En general, cuanto más seguimos la Ley de Dios, la vida va a ir mejor, porque la Ley es la voluntad de Dios. 

Pero ni la idea de cumplir la Ley de Dios perfectamente, ni tampoco el hecho que nuestros esfuerzos por cumplirla mejoran nuestras vidas terrenales, pueden ganar el propósito de Dios, que es unirnos a Él eternamente.  Como una cuerda de goma con un solo gancho, la Palabra de Dios con solo la Ley no puede sujetarnos a Dios. 

El problema no es la Ley, sino nosotros.  En nuestra naturaleza, heredada del primer Adán, está la contaminación de pecado, que nos condena desde nuestra concepción, y que nos conduce a pecar en la vida.  Cuando la Ley se predica, y la estamos escuchando honestamente, la Ley siempre nos recuerda nuestro pecado. 

La Ley siempre nos acusa, porque somos pecadores, y cometemos pecados.  Por causa de nuestro pecado, la Ley no puede ayudarnos ante los requisitos de Dios.  Con solo la Ley, el predicador únicamente puede amenazar y herir nuestras consciencias, intentando forzar que sus oyentes crezcan en santidad.  Tal predicación puede reformar la gente un poco, por un tiempo.  Incluso podría mejorar la comunidad un poco. 

Sin embargo, desde nuestra propia naturaleza siempre rechazamos las reglas, y por eso, finalmente la santidad no crezca.  No amamos con todo nuestro corazón a Dios, ni amamos a los prójimos como nos amamos a nosotros mismos.  Es porque la Ley no cambia nuestros corazones, de donde viene nuestro problema real.  Como mi cuerda de goma con un solo gancho, se puede usar la Ley como un arma, pero nunca va a cumplir el propósito salvador de Dios. 

El Evangelio, diferente a la Ley, proclama las cosas que Dios ha hecho y está haciendo para cumplir su propósito, que es tener un pueblo lleno de hombres y mujeres, viviendo en gozo y paz con Él para siempre.  La Ley nos demanda acciones de nosotros.  El Evangelio nos anuncia las acciones de Dios para ayudarnos y salvarnos. 

Antes de continuar, debería explicaros una cosa.  La palabra “Evangelio” se puede usar con significados distintos, en sentidos amplios, o en un sentido estricto.  Igual como la palabra “Ley”, “Evangelio” a veces significa todo el mensaje de Dios, incluidos ambos la Ley y el Evangelio.  Además, “Evangelio” puede referir a uno de los cuatro primeros libros del Nuevo Testamento, Mateo, Marcos, Lucas y Juan.  Pero el Evangelio, en el sentido estricto, y en contraste con la Ley, es solamente el anuncio de las acciones salvadoras de Dios, las cuales no nos exigen nada.  El Evangelio es el anuncio de un regalo puro y divino.  Es las buenas noticias de las cosas que Dios en Cristo nos ha hecho, y que todavía nos está haciendo, para salvarnos y darnos vida eterna. 

Muy bien.  Pura alegría.  Queremos más del Evangelio puro.  Nos podría parecer que, con solo el gancho del Evangelio, todo estaría bien.  ¿No sería posible, con solo el gancho del Evangelio, que estuvieramos unidos a Dios?  ¿No deberían nuestros pastores predicar solamente las buenas noticias?  La idea nos parece bien, ¿no?

Pero, no, esto no es correcto.  No es una buena idea.  Si desde la Palabra de Dios solamente oímos la buena noticia de que Dios nos ama, que nos acepta, y que vamos a vivir con Él eternamente, la triste verdad es que al final el resultado será igual de lo que nos ocurre con solamente la predicación de la Ley.  La cuerda elástica con solo el gancho del Evangelio no puede sujetarnos a Dios.  Y para esto hay, al menos, dos razones.  





En primer lugar, otra vez, nosotros somos el problema.  Somos tales pecadores que, por nuestra naturaleza, no queremos el don del Evangelio.  Como se comportan de vez en cuando los niños de 2 o 3 años, protestando con gritas y lágrimas que puedan hacer todas las cosas sin la ayuda de los padres, no queremos aceptar nuestra necesidad de ser salvados por Dios. Denegando nuestra necesidad, somos capaces de condenarnos a nosotros mismos.  Por eso, el Evangelio solo no es suficiente en sí mismo para salvarnos. 

Necesitamos querer ser salvos.  Necesitamos creer y temer la realidad de que somos pecadores, sin la capacidad de salvarnos por nuestros esfuerzos.  Solamente cuando lleguemos a esta verdad tan dura estamos preparados para oír las Buenas Nuevas, el Evangelio de Jesús, quien vino para salvar a los pecadores. 

La segunda razón de que el Evangelio solo no puede salvarnos tiene que ver con el contenido específico del mismo Evangelio.  Jesucristo no nos ha logrado la salvación por anunciar una filosofía nueva.  Él no ha escrito un libro para redimirnos, y su tarea era más que predicar buenas nuevas.  Su gran obra no era un mero milagro, como pacificar a una tempestad, o sanar a los enfermos, o alimentar a miles de personas con unos barras de pan, y menos peces.  El acto esencial del Evangelio es su muerte en una cruz romana, recibiendo lo peor de lo que el mundo le pudo dañar, y aún más, recibiendo la ira justa de Dios contra los pecados de todos.  Los vuestros.  Los míos.  Todos los pecados de todas las personas de todas las épocas, colocado en los hombros de Jesús, colgando en la Cruz.   

Vemos que, en el centro del Evangelio, hay un hecho tan difícil y doloroso, la crucifixión del Hombre Bueno e Inocente, que es imposible verlo como buenas noticias, sin que primero entendamos la verdad sobre nuestros pecados. 

Este entendimiento viene desde la Ley.  La Palabra de la Cruz no tiene sentido, sin el entendimiento de nuestra malísima y atroz situación como pecadores.  No había otra manera de salvarnos.  Solo Dios pudo hacer una obra tan inmensa.  Solo el Creador, el Ser Infinito, solo Dios pudo ofrecer un sacrificio adecuado para toda la humanidad. 

Y Él lo ha hecho.  Este es el hecho que cambia el dolor de la Cruz en alegría, que reemplaza nuestra culpa y temor con bonanza, que reanima nuestras almas, y que crea en nosotros nuevos corazones:  Jesucristo, Hijo del Hombre e Hijo de Dios, no sufrió para nada, sino que sufrió para ti.  Sufrió por amor a su Padre, y por amor a ti. 

Todo la Biblia, toda la Palabra de Dios, predica dos mensajes: la Ley y el Evangelio.  También, toda la Palabra está cumplida en la Cruz, donde la Ley y el Evangelio se encontraron, con fuerza, y poder terrible, para lograr nuestra salvación. 

Entonces, podemos, y debemos, usar la realidad de la Ley y el Evangelio cuando oímos, leemos y proclamamos la Palabra.  Nos ayuda a entenderla correctamente, y también nos ayuda a ver cómo cualquier historia en las Escrituras se relaciona con la historia central: la historia de la Cruz y la Tumba Vacía.  Tenemos un buen ejemplo en nuestra lectura del Evangelio de San Mateo de hoy.  Considerémoslo por un momento. 

Jesús y los discípulos entraron en una barca, y navegaron al medio mar.  Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero Jesús dormía. Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! 
     Él les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo gran bonanza. Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?

¿Qué es la Ley del pasaje?  Hay mucha Ley.  Está la amenaza de la tempestad, que amenazaba destruir la barca y ahogar a todos en el fondo de las aguas.  Las Escrituras, del Génesis en adelante explica muy claramente que la muerte es consecuencia de nuestro pecado.  No obstante, muchas veces es solamente el acercamiento de la muerte que nos hace entender la fuerza de la Ley.  Por eso, hay mucha oportunidad para proclamar el Evangelio en los hospitales. 

Hay más Ley en nuestro pasaje.  Es muy duro el pensamiento de que Dios nos ha abandonado, tener la sospecha de que Jesús no tiene preocupación por nosotros ni por nuestros problemas.  Estamos muriéndonos, gritamos como los discípulos, y el Señor está durmiendo.  ¿Y, qué pasa cuando hacemos demandas en nuestros rezos?  Cuándo gritamos en desesperación: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! ¿Qué entonces?  El último toque de la Ley: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe?

¡Ay de mí!  Estamos perdidos.  Dios mismo nos ha condenado, y es justo.  No deberíamos dudar las promesas de Dios.  Pero lo hacemos. 

Y en este momento, Jesús, Dios encarnado como hombre, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo gran bonanza. 

¡Salvación!  Desde una desesperación profunda, en un segundo, Cristo Jesús les rescató, calmando el viento y las olas, cambiando un momento terrorífico a una paz que sobrepuja nuestro entendimiento.  

¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?  Es el hombre que también es Dios, y Él ha hecho el mismo rescate para ti, pero muchísimo más grande.  Esto es lo que significa la Ley y el Evangelio de la Cruz para todos vosotros. 

No importa qué tempestades amenazan la barca de vuestra vida.  No importa qué problemas o qué pecados tenéis que enfrentar, Jesús está aquí, con nosotros, entregando su perdón y su vida, cambiando todo nuestro miedo a gozo y a alegría. 

Escucha la Ley de Dios, que os anuncia la verdad.  Y luego, regocijaos en el Evangelio, que en Cristo, sois salvos, hoy, y por los siglos de los siglos, Amén. 



Monday, July 25, 2016

La Verdadera Palabra de la Boca del Señor

Octavo Domingo después de Trinidad

SALMO                                                    Salmo 48                     
ANTIGUO TESTAMENTO                  Jeremías 23:16-29
EPÍSTOLA                                              Hechos 20:17-38 
EVANGELIO                                          San Mateo 7:15-23 

SERMÓN   15 Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.  16 Por sus frutos los conoceréis.
     Instrucciones simples.  Guardaos de los falsos profetas, y Jesús aún nos dice como reconocerlos:  Por sus frutos.  ¿Y qué son los malos frutos de los profetas falsos?  Jesús dice que van a llamar al Cristo como Señor, echar demonios en el Nombre del Señor, profetizar en el nombre de Cristo, hacer milagros en el nombre de Jesús…
     ¿Qué dijo el Señor?  ¿No son buenas obras, llamar al Cristo públicamente como Señor, profetizar, o predicar en su nombre, o al menos echar demonios y hacer milagros en el nombre de Cristo?  ¿Cómo es posible que Dios no quiere estas obras?

     Estas obras no son verdaderamente buenas, ni tampoco ninguna otra obra es buena, si el mensaje que las acompaña es falso.  Si estas obras no proceden de una proclamación de la fe verdadera, que solamente confía para justicia y salvación en Cristo y su gran obra salvadora, entonces son malas obras, del diablo, no de Dios.  Porque todo que no proviene de fe, es pecado. (Romanos 14:23)    
     Todas nuestras lecturas de hoy hablan del mismo tema:  el requisito del Señor que sus predicadores hablen la verdad, toda la verdad, y nada excepto la verdad.  Como dice San Pablo, los predicadores deben anunciar “todo el consejo de Dios.”   No deberían anunciar sus propios pensamientos, como hicieron los profetas a quienes Dios condenó a través de la boca de Jeremías:  16 Escucha otra vez: No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan; os alimentan con vanas esperanzas; hablan visión de su propio corazón, no de la boca de Jehová… 28 El profeta que tuviere un sueño, cuente el sueño; y aquel a quien fuere mi palabra, cuente mi palabra verdadera. ¿Qué tiene que ver la paja con el trigo? dice Jehová.  29 ¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra?
Qué raro, y difícil.  Hay en esto varias preguntas para nosotros:
¿Por qué son tan populares los profetas falsos y los predicadores malos? 
   ¿Qué es el problema con su mensaje?
            ¿Qué es la Palabra verdadera de la boca del  
                         Señor? ¿Cómo podemos reconocerla?
            ¿Qué significa todo esto para nuestras vidas, 
                                                            en la edad que viene, y hoy? 
     Los profetas falsos son lobos vestidos como ovejas, son enemigos del Señor, son condenados, junto con todos que creen en sus mentiras.  Pero son tan populares.  ¿Por qué?  La verdad es que el crecimiento de la Iglesia verdadera es casi siempre lento, y las congregaciones que se agarran al puro evangelio son pequeñas históricamente.  Por el otro lado, las iglesias, cristianas en nombre, pero donde se predica una fe falsa, son muchas veces muy popular. ¿Por qué?
     Una gran parte del problema es nosotros, los oyentes, con nuestra comezón de oídos, nuestro deseo para maestros que conforman a nuestros deseos, (2 Timoteo 4:3).  Yo también, como ejemplo de un predicador, soy una gran parte del problema, porque en vez de un compromiso fuerte de ser fiel, por mi naturaleza tengo un deseo de ser popular, y estimado.  Y la verdad es que muchas veces los falsos profetas son más populares.  Así es:  podemos entender este obstáculo en las últimas palabras de nuestra lectura de Jeremías: dice Jehová ¿No es mi palabra como fuego, y como martillo que quebranta la piedra?  No la queremos esta palabra.  No queremos predicar ni escuchar el mensaje verdadero del Señor, porque es un martillo que quebranta nuestra confianza en nosotros mismos, y quema nuestro orgullo.  
     Un problema con el mensaje falso es que nos gusta oírlo.  Y, hay un problema aún más fundamental:  es falso, y la consecuencia de su falsedad es separación de Dios y condenación eterna.  Los lobos distorsionan la verdad de Dios, e ignoran a nuestra realidad espiritual.  Dicen los lobos:  cumplir la ley de Dios, en el modo que yo te explico, y seréis salvos.  Si fuéramos capaces de cumplir la ley de Dios, entonces la predicación de obras y la ley como camino de salvación sería verdad.  Pero no somos capaces.  Somos pecadores; necesitamos ser salvos.
     Esto no significa que la ley de Dios es mal, ni tampoco inútil en el día a día.  La ley es buena, y nuestras vidas son mejores cuando seguimos más cuidadosamente las instrucciones que Dios nos ha dado.  Pero tened cuidado, porque el diablo, y los profetas falsos, abusan esta verdad para engañarnos.  Está bien, hasta un punto, vivir una vida buena en este mundo. Pero la Palabra de Dios no quiere hablarnos de cómo podemos vivir una vida buena aquí, en este mundo que muere. Dios no está salvándonos para continuar en este mundo arruinado.  Él quiere salvarnos para el Reino de los Cielos.  Y el estándar para entrar en la presencia gloriosa de Dios es mucho más alto. 
    Sería más fácil entender el estándar de Dios con un ejemplo.  Voy a usar el estado de limpieza de las habitaciones de los luteranos jóvenes de España, como Titi y Sebastián, Juancho y Juanmi.  Yo puedo decir que sus habitaciones están limpias.  Como pastor, he visitado a casas de mucha gente, en dos continentes y en varios países.  Y puedo decir que las habitaciones de los luteranos jóvenes en España están limpias.  No sé quién debe recibir el crédito por eso, quizás los niños, o quizás las madres.  Pero seguramente, nadie pudiera quejar sobre su estado. 
     Excepto si íbamos a usarlas como salas de cirugía.  Por el estándar adecuado para habitaciones de hijos en la casa de sus padres, están más que aceptables, dignas de alabanza.  Pero por el estándar de servir como una sala de cirugía, con la necesidad de limpieza tan alta, la necesidad de ser antisépticas para evitar infecciones al paciente, las habitaciones están completamente sucias, inadecuadas para esta meta. 
     Los predicadores falsos pretenden que los estándares de justicia que sirven en este mundo también sirven en el Reino de Dios.  Ellos requieren que seamos más o menos honestos, amables, que no cometamos homicidio, no seamos siempre borrachos, que no salgamos con la esposa de otro hombre, etc.  Muy bien, con esta conducta, seremos buenos vecinos.  Pero no seremos puros como requiere el Señor, para entrar en su gloria.  El fuego consumidor de Dios quema toda iniquidad.  El martillo que quiebra las piedras es la ley divina y perfecta, y nosotros, con nuestra naturaleza pecaminosa, somos las piedras.  Como dice Jesús:  sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. (San Mateo 5:48)

     Finalmente, el problema con el mensaje de los profetas falsos es esto:  Si lo creemos, estamos perdidos.  Si creemos que las mentiras de los malos predicadores son verdaderas, entonces estamos rechazando a la verdad de Dios, su verdad sobre el pecado y los pecadores, y también la verdad sobre su salvación, la verdad sobre la persona y la obra del unigénito Hijo de Dios, Jesucristo, en quién hay el único camino para llegar al Padre.  Por lo tanto, necesitamos tener muy clara lo que es la Palabra verdadera de la boca del Señor, para que podamos reconocerla. 
     Hay dos partes principales.  Primera, no importa si parecéis limpios o si estáis obviamente sucios, no sois bastantes limpios.  Por las obras de la ley nadie será justificada, porque todos carecemos la perfección requerida.  Es posible ser una buena persona en los ojos del mundo, en el día a día, pero Dios quiere, y requiere, pureza perfecta, dentro y afuera, cada palabra, acción, y pensamiento.  Esto no lo hacemos. 
     Considera una cosa:  Si fue posible que pudiéramos ganar el amor de Dios por nuestras obras, entonces, ¿porque fue necesario la Cruz, la muerte de Jesús?  Cuando creemos que por nuestra propia santidad podemos alcanzar a la justicia de Dios, menospreciamos a Cristo y su gran obra.  Empezamos salir fuera de su grey, fuera de su iglesia. 
     Gracias a Dios, esto es solamente la primera parte del mensaje que viene de su boca.  Sí, el Señor quiere que las habitaciones de su Espíritu Santo estén perfectamente limpias.  Y por eso, vino Cristo para hacerlo verdad.  La importancia de la Encarnación, el hecho que en la humana Jesús, hijo de María, Dios se ha unido con la humanidad, es esto:  Está en Cristo donde encontramos nuestra habitación limpia con Dios.  Él es nuestro lugar santísimo, nuestro acceso al Padre, nuestra garantía de ser declarados justos ante el juzgado de la eternidad.     
     Mensajeros son fieles cuando sus sermones tienen estas dos realidades claramente declaradas:  primera, la culpa y el pecado de todos los hombres, que merecen el castigo de Dios, y segunda, la gracia y amor y salvación de Dios, ofrecidas gratuitamente en el perdón de pecados.  Las encontramos en Cristo mismo, en los medios donde Él nos ha prometido reunirse con nosotros:  en su Palabra, en su Bautismo, en su Absolución, y en su Santa Cena.  Es como dice San Pablo en nuestra epístola de hoy, que él iba a las sinagogas y las casas, testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo.   Arrepentimiento y fe.  Ley y Evangelio.  Esto es el mensaje de San Pablo, de San Pedro, de Juan el Bautista, y del mismo Jesucristo durante su ministerio.  Es el mensaje de todos predicadores fieles.  
     Todo esto, tú ya sabes.  O salvación eterna o condenación eterna, esta es la diferencia entre escuchar a los predicadores fieles, o a los predicadores falsos.  ¿Pero, hay diferencia para la vida hoy en día?  Nuestro destino eterno debería ser bastante razón, pero somos débiles.  Queremos recibir ahora alguna bendición de la fe verdadera.  Y, quizás a veces vivir la vida cristiana no nos parece tanto como bendición. 
     Ser un cristiano fiel no te hace muy popular.  No es fácil vivir como las cosas más importantes y valiosos en esta vida son Cristo y su mensaje.  No es fácil, y el mundo piensa que esta idea es locura. 
     Pero sí, oír y agarrarse a la predicación pura de la Ley y Evangelio es muy valioso para hoy.  Porque cuando entendemos lo que Cristo nos ha dado, lo que Cristo nos ha hecho en su vida y en su Cruz, cuando sabemos quiénes somos en Él, entonces, la vida va diferentemente. 
     Mientras todo el mundo está buscando una identidad buena, comprando tatuajes y cambiando los piercings y el color de pelo y aun, supuestamente, el género, tú tienes el Nombre de Dios Altísimo, impuesto en ti en tu bautismo.  Es la identidad buena que dura eternamente.
     Mientras el mundo no tiene una respuesta a la culpa y el rencor y la lucha para poder y prestigio que dominan la vida normal, tú tienes el perdón de Cristo, el don de su Espíritu, y el amor de su Padre. 
     Mientras el mundo solo piensa en hacer buenas obras cuando es fácil, y va a recibir algo en recompensa, tú estás tan abrumado con el amor de Dios, que estás libre a servir y amar a tu familia, tus vecinos, y aun a desconocidos, porque estás seguro en el amor y el cuidado de Cristo.  Además, disfrutas del amor de tus hermanos en Cristo, tus hermanos y hermanas en la fe, todos que comparten la misma Palabra fiel de la boca del Señor.  Aunque esparcidos, ellos son una familia nueva para ti, una comunidad de amor y ayuda, listos a ayudarte hoy, y cuandoquiera que necesites. 


     No puedo decir que la vida del cristiano es siempre fácil, ni tampoco deberíamos pensar que no vamos a sufrir por la fe.  Pero sí, vale la pena, para la promesa de la vida eterna, y la paz que puedes disfrutar hoy mismo, porque en Cristo Jesús, tu Salvador, ya tienes la Paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, y que guarda vuestros mentes y corazones, hoy, y hasta la vida eterna, Amen.

SALUTACIÓN y la COLECTA DEL DÍA:
P:  El Señor sea con vosotros.          
C:  Y con tu Espíritu.                                                                                        2 Timoteo 4:22, Rut 2:4
P:  Oremos.
     Oh Señor, danos tu Espíritu para pensar y hacer siempre lo que es bueno, a fin de que nosotros, que no podemos hacer nada bueno sin ti, siendo habilitados por tu Espíritu podamos vivir de acuerdo a tu voluntad; por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos, Amén      

Tuesday, April 12, 2016

Cincuenta Días, y Aun Más

Segundo Domingo de la Pascua de la Resurrección
Cincuenta Días, y Aun Más, San Juan 20:19-31 

     ¿Cuantos días de la Resurrección necesitas tú?  ¿Qué pruebas necesitas ver, o tocar, para que tengas fe?

     El Apóstol Tomás tiene mala fama.  Aunque en la Biblia se llama Tomás el Dídimo, es decir “el Mellizo,” en la Iglesia mucho más se ha sido llamado “Tomás el Incrédulo.”  Su historia se ha sido repetida en este Segundo Domingo de la Pascua, en miles y miles de iglesias, durante siglos y siglos.  Pero, aunque su nombre es malo, hay en esta historia buenas noticias, para Tomás, y para nosotros.  Porque, aunque él tenía mucha duda, ocho días después de la Resurrección, Jesús hizo lo que Tomás necesitaba para salvarle.  No importa si se necesitan 8 días, 50 días, o aún más, Jesús disipando quitando dudas y creando fe en los incrédulos.   

     ¿Y qué de nosotros?  ¿Estamos todavía guardando dudas?  ¿Hacemos demandas como Tomás, demandando tocar, o meter nuestros dedos en las pruebas del Evangelio, antes de creerlo?  ¿Podemos regocijarnos en la Resurrección?  ¿O estamos todavía atrapados en dudas, sufrimiento y dolor?

     Shelee y yo ya hemos pasado nuestra primera Semana Santa en Sevilla.  Como hacen muchos de los miembros de IELE, a menudo consideramos las cosas que vemos en España con la misión de la Iglesia Luterana Española en nuestra mente. 

     Y, como escribió Shelee en su artículo más reciente para nuestro boletín, que enviamos a nuestros socios en los EEUU, es muy interesante el modo en que España observa la Semana Santa y la Pascua de la Resurrección.  En Sevilla, y en toda España, la Semana Santa está llena de muchas imágenes de la Pasión, y mucho de los sufrimientos de Jesús, y representan mucho del dolor de su madre, María.  Pero, no hay casi nada de la Resurrección.  En Sevilla, hay 60 procesiones, desde el viernes antes del Domingo de Ramos, el “Viernes de Dolores”, hasta la Pascua de la Resurrección.  De estas 60 procesiones, ¿sabéis cuantas hay que celebran la Resurrección? 

Solo Una. 

     Solo una procesión en el Domingo de Pascua de Resurrección, y con poca gente en la calle para verla. Hay mucho, muchísimo, de sufrimiento y dolor, que claramente son importante para recordar.  ¿Pero, por qué hay tan poco de la Resurrección? 

     ¿Por qué?  No sé.  Pero estoy seguro que no es correcto.  Es bueno y necesario considerar la Pasión.  De verdad, la Resurrección de Jesús sin el sufrimiento es un cuento sin significado, sin utilidad para nosotros los pecadores.  Pero el sufrimiento, la Pasión de Cristo, sin la Resurrección es nada más que una derrota.  Es una historia sin esperanza.  Es muy deprimente.

     Y no es bíblico.  Solo se necesita leer la Biblia para entender que la Resurrección de Cristo Jesús para la salvación del mundo es el objetivo, es la meta de toda la historia.  No se puede tener una resurrección sin una muerte primera, y el Evangelio es la combinación de sufrimientos y muerte con la nueva vida de la Resurrección.  Pero, de todas formas, el tema central y la meta de toda la Biblia es la victoria de Cristo, su victoria sobre el pecado, la muerte y el diablo, su victoria, que es también nuestra victoria, la victoria revelada en la Resurrección.  

     La Cuaresma y la Semana Santa sirven con el fin de prepararnos para celebrar la fiesta más grande de la Iglesia, la Resurrección.  Hay 40 días de Cuaresma, un periodo largo de meditación en los sufrimientos de Cristo.  ¿Pero sabes que en el calendario litúrgico hay 50 días de celebración de la Resurrección?  Cincuenta días en que especialmente celebramos la victoria, y el gozo de vida eterna, recibido en el perdón de los pecados.  Durante 50 días concentramos nuestras reuniones en la derrota de Satanás, la destrucción del poder del pecado y la muerte.  Celebramos que en Cristo somos más que vencedores.  

     Pero todavía, dudamos.  Todavía, pensamos mucho en el dolor, la culpa, y los sufrimientos.  ¿Vivimos como creemos en la Resurrección?  Si no, ¿Qué nos lo impide? 

     Bueno, para empezar, podemos mencionar el dolor actual.  Nadie sufre como Cristo sufrió, pero seguramente sufrimos, de enfermedades, debilidades, de los insultos grandes y pequeños que recibimos de otros.  También sufrimos porque el mundo rechaza a Cristo y su Evangelio, el mundo que dice que es toda una fábula, completamente falsa.  Y, porque todavía somos pecadores, y débiles, porque todavía nuestra fe no es perfecta, a veces escuchamos y damos crédito a las mentiras del mundo, añadiéndolo a nuestra duda. 

    Los sufrimientos, pequeños y grandes, de la vida cotidiana, nos hacen dudar.  También, las noticias mundiales impugnan nuestra fe, porque hay mucho malo en todos lugares.  Nuestros gobiernos y naciones parecen ser en camino a desastre, siguiendo políticas que asesinan inocentes en los vientres de sus madres, que están destruyendo a la familia en la forma creada por Dios, que ignoran guerras e injusticias en todas partes, y dan favores a los poderosos, mientras están pidiendo más y más de la población normal.  Y, por encima de todo esto, hay cientos de terroristas escondidos en Europa, y miles y miles en todas partes del mundo.  Claramente, hay muchos problemas en el mundo de hoy que nos hacen dudar que la victoria de Cristo es verdad, que es realmente nuestro futuro, nuestra esperanza verdadera.

     Y, si de algún modo, podemos superar todas estas razones que nos hacen dudar, finalmente el diablo tiene un arma más para usar contra nosotros, nuestro propio pecado.   Todos nosotros tenemos nuestros propios pecados, nuestros hechos, palabras y pensamientos malos, algunos obvios para todos, y otros, los peores, escondidos de todos, excepto que son muy visibles cuando buscamos dentro de nuestros corazones.  Necesitamos mucha evidencia de la Resurrección para creer que es para nosotros, porque sabemos que nuestro pecado es grande. 

     Dolores, las mentiras del mundo, dudas, las tonterías de los gobiernos, la violencia y amenaza de los terroristas, nuestros propios pecados.  Todas estas cosas las conoce Dios muy bien.  De verdad, esto es lo que Dios quiere revelar en el Viernes Santo.  En la Cruz de Cristo, el Espíritu nos revela la profundidad de pecado, tan profundo que solamente el sufrimiento y la muerte de Dios hecho hombre puede proveer una solución.

     Dios, a través de Cristo, crucificado, nos ha revelado que sí, el problema de pecado y la muerte y el dolor es grande, más grande de lo que pudiéramos imaginar.  Gracias a Dios, a la misma vez, en la Cruz también el Señor nos revela que Cristo ha recibido toda la ira de Dios contra el mal, en nuestro lugar.  Ahora, en Cristo, no hay ninguna condenación restante.  Él ha hecho paz entre los hombres y Dios.  El castigo merecido por todo el mal en el mundo, desde el pecado original de Eva y Adán, hasta el último fallo de un pecador en la hora antes de su venida, esto es lo que Jesús recibió en la Cruz.

     La Resurrección es la prueba de que Dios Padre ha aceptado el sacrificio de Cristo, para el perdón de todo el mundo.  La buena noticia de la Pascua de Resurrección es que, en Cristo, y a través de Él, nosotros somos perdonados y santificados, cien por ciento listos para vivir con Dios para siempre. 

     Y espera, hay más.  Ahora, como hizo para Tomás, Cristo continúa haciendo lo que sea necesario, entregándonos lo que requerimos para creer, entrando en medio de nosotros para demostrarnos otra vez que su victoria es la realidad en la que vivimos. 

     No podemos ver a Cristo.  Sin embargo, Jesús nos dice que somos dichosos porque creemos, aunque no le hemos visto.  Recuerda, la salvación no es algo que ganamos, sino que es lo que recibimos, de Cristo, por el poder de su Espíritu, en el buen placer del Padre.  No podemos poner nuestros dedos en el lugar de los clavos, de donde derramó su santa sangre.  Pero sí, podemos beber esta misma sangre, bajo el vino en la Santa Cena, para el perdón de todos nuestros pecados.  No podemos meter la mano en su costado, pero recibimos su verdadero Cuerpo en nuestras bocas, bajo el pan bendecido.  Somos dichosos, porque hemos recibido el mismo Cristo que Tomás.  Somos dichosos porque confesamos con Tomás: ¡Señor mío y Dios mío!


     Por eso, seguimos celebrando la Resurrección, y pidiendo ayuda del Espíritu Santo para vivir con esperanza y confianza, y con amor para nuestros vecinos. 

     Hay 50 días de la Pascua de Resurrección en el calendario litúrgico de la Iglesia, y, de verdad, celebramos la Resurrección 365 días al año.  No importa cuántos días sean requeridos, Cristo Jesús estará aquí en medio de nosotros para echar afuera la duda y darnos la fe, a través de su Palabra Santa y Evangélica, que ha sido escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, al creer, tengáis vida en su nombre. 


     Jesús el Resucitado, es el Cristo, y tú tienes vida, en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, hoy, y por los siglos de los siglos, Amén.