Sunday, February 25, 2018

Luchando con Dios


Segundo Domingo en Cuaresma – Reminiscere, A+D 2018, Luchando Con Dios – Génesis 32:22-32 y Mateo 15:21-28

     El año pasado, prediqué sobre los textos de hoy, con un enfoque en Jacob y su lucha libre con Dios.  Hoy vamos a considerar la lucha de esta mujer, esta madre cananea, que peleaba con Cristo hasta que consiguió su meta, el rescate de su hija del poder de los demonios, lo cual la mujer creía que Jesús pudiera dar. 


     Algunos recordatorios, antes que entrar en el tema.  En nuestra lectura del Antiguo Testamento, oímos como Jacob recibió un nombre nuevo de Dios: Israel, que literalmente significa “lucha con Dios.”  Había la lucha libre literal de Jacob con el Varón misterioso, y luego, muchos siglos de lucha para su descendencia, la nación de Israel.  También vemos que esta mujer cananea tuvo que pelear con Jesús, Dios encarnado.  Y, puesto que vosotros sois miembros de la Nueva Israel, la Iglesia de Cristo, será servicial estudiar a ella y su lucha, porque vosotros también vais a tener vuestro turno en el cuadrilátero divino. 

     La primera cosa de que nos damos cuenta en esta historia es que el Señor no es simpático.  Dios es bueno, y Él ama al mundo, y especialmente a sus ovejas, los miembros de su Israel.  ¿Pero simpático?  A veces, con los seres humildes, como niños, los enfermos, los paralíticos.  Pero si leemos los Evangelios, vamos a ver que la mayoría de las veces, Jesús no parece ni actúa en una forma muy simpática. 

     Esta realidad no nos da licencia para ser antipáticos, o sin compasión, o sin hospitalidad.  No, no, no.  Nosotros cristianos, antes de recibir la gracia salvadora, merecíamos el castigo eterno de Dios, como todos.  Pero en vez de lo que merecíamos, hemos recibido por la fe un tesoro inimaginable, un tesoro que es para todas las naciones, para todas las personas, para cada cual que cree en el perdón gratuito ganado para pecadores por Jesús.  Habiendo recibido la victoria y la vida eterna de Cristo, nuestro comportamiento debería reflejar este amor recibido, y debería ser mostrado en nuestro amor y hospitalidad al prójimo. 

     Jesús, por el otro lado, durante su ministerio estaba en una situación muy diferente.  Él fue luchando para la salvación del mundo, y aunque su victoria sobre el Diablo fue inevitable, la magnitud de la obra salvadora, y nuestra inclinación de resistir y hasta rechazar la gracia de Dios hicieron que la obra de Jesús era seria, y difícil.  En particular, Él tenía que convertir a los discípulos en apóstoles.  No fue nada fácil enseñar a este grupo de hombres judíos sobre el plan de Dios para la salvación de todos, a través de una cruz romana.  Sobre todo, los judíos mantenían muchos prejuicios contra gente de otras razas y naciones, los “goyim” en hebreo, los gentiles en castellano. 

     Por eso, la madre cananea iba a tener que luchar con Dios, no porque Dios no quiso ayudarla, más bien porque Jesús sabía la fuerza de su fe, y necesitaba utilizarla para dar una lección fuerte a los discípulos. 

     De verdad, todo el capítulo quince del Evangelio según San Mateo es una inversión de expectativas para los Doce.  Ellos se preocupaban porque los Fariseos quejaban sobre el hecho que Jesús y sus discípulos, antes de comer, no observaban todos los lavamientos rituales de la tradición farisaica.  Pero, inesperadamente, a Jesús no le importó nada la opinión de los Fariseos.  Él rechazó su falsa autoridad, indicando fuertemente como los Fariseos mantenían sus propias tradiciones, pero ignoraban la Palabra de Dios y sus leyes. 


     Llamándolos hipócritas y ciegos guías de ciegos, Jesús continuó proclamando sorpresas, declarando que no es la comida prohibida entrando en el estómago que contamina a una persona, como pensó los judíos, más bien la contaminación viene de los malos deseos del corazón y las palabras falsas que salen de la boca.  Para una nación que había observado las reglas dietéticas durante quince siglos, esta fue una enseñanza extraña. 

     Todo esto fue la preparación para la lucha de la mujer cananea.  Descreditar a los Fariseos fue una sorpresa, pero tal vez bien recibida por muchos, puesto que los Fariseos eran tiranos religiosos.  ¿Suavizar la ley dietética?  Muy bien, quizás no sería nada mal probar el jamón serrano de las naciones vecinas de los judíos. 

     Pero ¿aceptar a una mujer cananea como hermana en la fe?  Esto tenía que ser un reto mucho más allá, y por eso, Jesús usó una pelea, un debate intenso con esta mujer de gran fe, para dar el choque suficiente a los Doce. 


     No sé si podamos entender la enemistad los judíos sintieron contra los cananeos.  Eran enemigos antiguos.  Por la gran idolatría de los cananeos, el Señor había instruido a Josué y los Israelitas a destruirlos cuando entraron en la Tierra Prometida.  Los Israelitas no lo hicieron, prefiriendo pactar y hacer alianzas con los cananeos, y aun participando en sus religiones paganas.  Desde entonces, los cananeos, entre otros, habían sido enemigos terribles, una plaga para los judíos. 

     No sé si podamos entender relaciones tan divisivas, hoy en día.  O quizás sí.  Vivimos en una época de tribalismo resurgente:  En mi país, tienes que ser o para Hillary, o para Donald, y no hay tierra media.  Hay aquí en la península catalanes y españoles, y también catalanes independentistas y catalanes pro España.  El mundo musulmán está dividido entre Suníes y Chiíes.  En Siria hay una guerra civil con cuatro o cinco bandas distintas, cada grupo listo para apoyar al otro hoy, y atacarlo mañana.  Hay el conflicto de casi 70 años entre Corea del Norte y Corea del Sur.  Aun en el mundo deportivo, los ultras nos enseñan que el tribalismo y la violencia pueden ser pasatiempos. 

     Y también podemos ver nuestra capacidad de dividir y pelear dentro de nuestras familias.  Cualquier abogado o asesor que ha ayudado a familias en el reparto de una herencia después de una muerte puede compartir historias tristes de las rivalidades entre hermanos.  Ocurre en familias, iglesias, y naciones, porque cada uno se compone de pecadores egoístas.  Dividir y atacar, el tribalismo, es un rasgo triste de nuestra naturaleza, primero observado en el asesinato de Abel por su hermano Caín. 

     Esta naturaleza, fortalecida por siglos de historia, fue el contexto en que entró esta mujer, para pedir a Jesús que salve a su hija endemoniada.  Su audacia tuvo que haber sido escandalosa, siendo mujer y cananea, pero sin embargo atreviendo peticionar a un rabino judío. 

     Y parecía al principio que Jesús estuvo de acuerdo con todos los prejuicios típicos de los judíos.  La mujer cananea acercó a Jesús y clamaba: “¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio.”  Pero Jesús no le respondió palabra.  ¡Ni una palabra!  Como si ella no existiera.  Es lo peor, ¿no?  Una palabra de rechazo sería mejor que el silencio.  Y considera un momento lo que dijo ella: “Señor, Hijo de David, hágame un milagro, no para mí, mas bien para mi hija.”  ¿Puede haber una mejor petición cristiana?  Una confesión de su fe que Jesús era Dios, el Señor, capaz de hacer milagros, el Creador misericordioso, a quien le encanta ayudar a los pobres y humildes.  Una petición no para sí misma, más bien para otra.

     Pero de Jesús, ni una palabra. 

     No importa a la mujer.  Su fe es más fuerte que un momento de silencio.  Persigue a los discípulos: “Por favor, intervenid con el Señor por mí,” como si ella sabía que ellos fueron la fundación del pueblo nuevo de Dios. 

     Y que valientes y poderosos los Doce.  Van a rogar a Jesús, sí, por causa de ella, pero no por su necesidad.  Incapaces de rechazar a una sola mujer cananea, los discípulos imploraron a Jesús: “Despídela, pues da voces tras nosotros.”  Parece que los Doce entendían el silencio de Cristo como afirmación de sus propios prejuicios, como si Jesús fue sin misericordia para los gentiles, como ellos.  Y su respuesta a ellos parece confirmarlo:  Jesús respondiendo, dijo: “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.”  Que amistad y bondad del Señor, ¿no?

     Bueno, debemos recordar que Jesús no está mintiendo.  Su papel, su ministerio, no fue a los gentiles, a las naciones.  ¡Esta fase de la Misión de Dios pertenecería a los Apóstoles, los mismos que no querían intervenir para la mujer cananea, ni tenían el coraje para despedirla por sí mismos!  En este momento los Doce no pueden ver, mucho menos aceptar que sería por sus bocas que el Evangelio y la Salvación iban a llegar a todo el mundo.  Por el momento, no tienen la fe requerida para ser útil en la misión de Cristo. 

     ¿Pero la mujer?  Sí, ella tenía fe, más que suficiente.  Rompiendo docenas de tabúes y prohibiciones culturales, por su confianza en la bondad de Dios revelado en Jesucristo, ella persiguió su meta:  Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: “¡Señor, socórreme!”  Ella está físicamente declarando que este hombre es divino, digno de recibir la adoración, y dispuesto de dar misericordia. 

    Pero todavía no.  Respondiendo, Jesús dijo: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos.”  Y en ese momento, que nos parece tan duro, aun vergonzoso, la mujer sabe que ha ganado el debate.


      Me explico. La fe acuerda con el juicio de Dios, que todos somos pecadores, más perrillos que humanos, indignos de ser huéspedes en la mesa del Señor. 

     Es verdad.  No es nada amable ni feliz.  Excepto si conoces y confías en la promesa del Señor para los perrillos arrepentidos, la promesa revelada en el Hijo de Dios encarnado. 
     No obstante lo que merecemos, en Jesucristo, por la fe en Él y su obra salvadora, Dios nos ha dado la bienvenida a su mesa.  Porque el Hijo de Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos.  Por todos.  No solo los judíos.  Por todos. Especialmente tenemos que decir que Jesús no vino por los buenos y justos, porque desde Adán y Eva, no ha sido ni uno bueno y justo.   

     Ni uno.  Excepto este hombre, a veces silencioso y aparentemente incompasivo, Jesús de Nazaret, el Hijo de David.  Él sí es bueno y justo y en Él hay rescate, para todos.  Por lo tanto, con confianza suprema en esta promesa, que ella había escuchado no sé cómo, esta mujer termina el debate, su lucha con Dios, así: “Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.” 

     Entonces, otra vez invirtiendo todas las expectativas de la lógica humana y los prejuicios tribales, Jesús respondió: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres.” Y su hija fue sanada desde aquella hora.

     Esta mujer sabía que en Jesús ella ya tenía el perdón de pecados y la vida eterna.  Ella sabía y sin duda estaba enseñando a su hija esta buena noticia.  Rogó con plena confianza por el rescate desde el control de diablo para su hija, porque creía que esto fue la meta de Dios en Cristo.  ¡Que el Espíritu Santo nos de tal fe, y nos enseñe orar así! 

     Y Él lo hará, porque todavía Cristo quiere librar a todos del poder de Satanás, por la entrega del fruto de su gran lucha.  Los creyentes pueden luchar en oración, pueden mantener la confianza, aun cuando Dios aparece silencioso, pueden ignorar al desdén del mundo, y pueden amar a todas las naciones, porque sabemos que Cristo ya ha vencido el poder del pecado, ha silenciado a las acusaciones de Satanás, y ha ganado la salvación eterna por todos.  Todo esto fue cumplido, en la lucha cruciforme del Hijo de David. 


     Y por eso, hay migajas también para ti, el fruto de la Cruz, en la Palabra, y en la Santa Cena.  Ven sin vergüenza, confesando tus pecados, y pidiendo con confianza los dones mejores de Dios, en el Nombre de Jesús, Amén. 


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