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Sunday, November 29, 2015

La Llegada de Nuestro Paz - The Arrival of Our Peace

Below are two sermons, the first in Spanish, the second in English, for the First Sunday in Advent.  

Abajo hay dos sermones, el primero en Español, y la segundo en Íngles, por el Primer Domingo en Adviento.  

Primer Domingo de Adviento, 29 de Noviembre, A+D 2015
La Llegada de Nuestra Paz:  San Lucas 19:28 – 40  Iglesia Evangélica Luterana Española

En estos días, cuando movemos desde el fin del año litúrgico a la temporada de Adviento, enfocamos en las llegadas de Jesús.  Es lógico que, en el fin del año, consideramos el retorno de Cristo, en el día final.  Pero también en Adviento, la temporada antes de la Navidad, tenemos el día final en mente, justo con el advenimiento de Cristo en Belén.  De verdad, en la temporada de Adviento meditamos en cuatro llegadas diferentes de Jesús.  El tema de la temporada es menos la preparación para la Navidad, y más la preparación para dar la bienvenida a Jesús, todas las veces que Él nos viene.  

Todo eso tiene razón, creo yo, porque Adviento significa llegada, venida, un advenimiento, y para la Iglesia la llegada más importante es siempre la llegada de Cristo.  Debemos saber todo lo posible a cerca de la llegada de Cristo, porque es solo en Él que Dios nos revela su amor.  Encontramos el amor de Dios en la obra de salvación que Dios ha hecho para nosotros en Cristo.  Por eso, durante todo el año las lecturas bíblicas nos muestran aspectos diferentes de las llegadas de Cristo, como la intención de Dios a llegar al día en que los seres humanos vivan con Él en gloria, o como el problema de pecado hizo necesario una llegada de Cristo en forma humilde, para ser nuestro Salvador. 

Hay cuatro llegadas de Jesús.  La primera fue su llegada a través de la nación de Israel.  Su
humanidad vino físicamente por los hijos de Abraham, por la tribu de Judá, y por la casa real de David.  Además, por la proclamación de los profetas, y por la promesa de los sacrificios en el Templo, Cristo vino espiritualmente para crear la fe salvadora en los Israelitas.  Los profetas y los fieles de Israel buscaron al futuro, tratando de ver la llegada prometida del Salvador, que iba a ser revelada en la historia de Jesús, desde Belén al Calvario.

Nos encanta la historia del nacimiento de Jesús, como debe ser.  Todas personas deben amar a una vida nueva.  Debemos amar a todos los bebes.  Pero en el nacimiento de Jesús hay más, mucho más.  Dios llegó a nosotros, y para nosotros, en Belén.  El eterno Hijo de Dios se hizo también el hijo humano de María.  Por el poder de Espíritu Santo, empezó desde de una célula en el seno de la virgen, creciendo al bebé cuyo nacimiento celebraremos dentro de unas pocas semanas.  En Belén recibimos la segunda llegada de Jesús, cuando Dios llego en carne humana. 

Ahora, en este día, Jesús viene, todavía, viniendo a nosotros en la Palabra y en el Sacramento. Como Él nos prometió, “He aquí, yo estaré con vosotros todos los días,” y también “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy.”  Jesús nos anima con estas promesas: “Dondequiera mi Iglesia bautiza, predica el arrepentimiento y la fe en mi Evangelio, dondequiera que mi gente se reúnen alrededor de mi mesa, allí estoy, para servir a todos. Jesús hace su advenimiento hoy, para ofrecer consuelo, para perdonar, restaurar y renovar.  Jesús viene por su Palabra y su Sacramento, su tercera llegada.  

Algún día, tal vez mañana, tal vez en mil años, pero seguramente algún día Jesús llegará nuevamente, la cuarta vez.  Él vendrá otra vez, visiblemente a todos.  Esta cuarta llegada será su vuelta en poder y gloria para juzgar a los vivos y a los muertos. Jesús vendrá de nuevo, para reunir a los suyos en sus mansiones eternas. 

Las lecturas del Domingo de Ramos, que usamos en este primer domingo de Adviento, también marcan un advenimiento de nuestro Señor, un parte importante de su advenimiento como Dios encarnecido para salvar.  El Señor se acercó a Betfagué y  Betania justo fuera de Jerusalén, preparándose para su entrada triunfal en un burro humilde.  Su entrada real pondría en marcha las maquinaciones finales de sus enemigos, que temieron a este Rey de la Paz, y quisieron verle muerto.

La historia del Domingo de Ramos toca todas las facetas diferentes del Adviento. El Monte de Olivos sería la colina de donde pronto Jesús ascendería al cielo, y también el monte donde se espera que Jesús vuelva en la gloria, en el Último Día. Igualmente, la predicación del advenimiento del Salvador, que hicieron los profetas, está claramente presente ya que la gente proclama el saludo del Antiguo Testamento al Mesías: ¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor!

De verdad, la iglesia del Nuevo Testamento está presente, ya que los discípulos de Cristo le rodean y alaban los trabajos fuertes de Dios.  Es igual como cuando nos juntamos en torno a la Palabra de Cristo para dar la alabanza a Su Padre por todo que ha hecho para nosotros. 

Por último, hay un poco de la Navidad el domingo de Ramos, como la gente canta la canción de los ángeles en el campo fuera de Belén: “Paz en el cielo y gloria en las alturas! " Bueno, la canción en el Domingo de Ramos es casi como la de Navidad. La canción de los ángeles de Belén es un poco diferente. Normalmente la recitamos como parte de nuestro liturgia de la Santa Cena: “Gloria a Dios en las alturas, y paz a su pueblo en la tierra.”  Durante el Adviento, dejamos de cantar esta canción, que se llama en latín “Gloria en Excelcis.”  La idea es incrementar nuestra anticipación para la Nochebuena, cuando la volvemos a cantar con los ángeles.  Pero tenemos hoy un eco de esta canción en el Domingo de Ramos: “Paz en el cielo y gloria en las alturas!"

Es como la canción de Navidad, pero con una gran diferencia. En Belén fue gloria en las alturas, y la paz estuvo en la tierra, con buena voluntad a los hombres. En el Domingo de Ramos la paz está en el cielo.  

¿Por qué la diferencia? ¿Por qué la paz está en la tierra en Navidad, sino la paz está en el cielo en el Domingo de Ramos?   Bueno, la diferencia en el lugar nos ayuda a entender lo que está sucediendo en la historia de Jesús y sus llegadas.

En la Navidad los ángeles proclaman que la paz ha llegado a la tierra, porque el hijo de Dios ha entrado en nuestra historia humana.  Esto fue necesario, porque nuestra historia humana no es pacífica. Adán y Eva establecen el modelo para matrimonios después de la Caída en el Pecado.  Todavía hicieron su vida junta, pero no sin lucha.  Todos los matrimonios también tienen sus luchas, sus problemas.  Pero, quizás no hacemos tanto mal como Caín, el primer hijo de Adán y Eva.  Caín mató a su hermano Abel, y la humanidad ha estado en guerra desde entonces.

Pero Jesús vino para llevarnos la paz.  Mejor, Él es nuestra paz.  Los ángeles cantan de la paz en la tierra en la noche de la venida del niño Jesús, porque esto era algo nuevo.  La situación había cambiado en la tierra, porque Jesús había llegado.  Paz en la tierra.

Pero ahora, en el Domingo de Ramos, la canción cambia porque el lugar de la paz, está a punto de cambiar otra vez.  Paz en el cielo, la multitud cantaron, pero no creo que entendieran el significado de lo que declararon. El hombre de la paz está a punto de regresar al cielo, y así la canción de las multitudes es profética, profetizando el trabajo próximo de Jesús, su muerte, su resurrección y su ascensión. Llegando en Jerusalén sobre un burro, Cristo está en la etapa final de su viaje. La paz que vino a la tierra en Navidad está a punto de regresar al cielo. Paz en el cielo y gloria en las alturas!"

Sin embargo, la paz de Cristo viene con un precio. De hecho, Jesús mismo parece contradecir esta idea de una vía pacífica desde el cielo a la tierra y otra vez al cielo.  Durante su ministerio terrenal Él declara: ¿Piensan que vine a dar paz en la tierra? No, os digo, sino más bien división.  ¿Qué significa Jesús, que Él no viene a dar paz?   Tal vez quiere decir que no vaya a dar paz en esta vida terrenal, pero ciertamente él dará paz a su pueblo, en el cielo. Muy bien.  Pero creo que hay más, que Jesús está hablando aún más profundamente, y creo que la clave es la palabra "dar".   Es que Jesús no vino para darnos paz, más bien Él es nuestra paz, y solo Él puede separarnos del pecado y muerte eternal.

Lo que quiero decir es que la paz no es una mercancía que Jesús está distribuyendo, como un amuleto de buena suerte. No, Jesús mismo, en su carne y sangre, es nuestra paz. No podemos tener la paz con Dios aparte del Señor que entró en Jerusalén montado en un burro.  La paz sólo se encuentra en Él;  debemos ser uno con Él, ser unido con Él, para tener paz.

Jesús no podría ser nuestra paz desde lejos.  Él tenía que venir a la tierra.  Aún más, para ser nuestra paz, Jesús tuvo que convertirse en un ser humano, porque la culpa que nos separa de Dios tenía que ser pagado por los humanos.  No fue posible un rescate desde una distancia.  Jesús fue completamente comprometido.

Y en los días después del Domingo de Ramos, en la Semana Santa original, nos enteramos de cuánto Jesús tenían que hacer, hasta sufrir el infierno que merecemos por nuestros pecados. No haría mera representación dramática de la ira de Dios contra el pecado, no solo pasar por los movimientos. No, Jesús tuvo que sufrir verdaderamente, en la cruz, llevando nuestros pecados en su propio cuerpo.  Este es cómo Él ha ganado nuestra paz.

Ahora, Jesús es nuestra paz, en los cielos, preparando un lugar para nosotros.  Debido a nuestros pecados, que todos nosotros todavía tenemos, Dios por su justicia es naturalmente en guerra contra nosotros. Nuestros pecados merecen la ira de Dios. No podemos llegar ante su trono todavía llevando nuestra pecaminosidad.  Sin embargo, ahora tenemos un lugar en el cielo.  Este lugar está en Jesús, en su propio cuerpo.  En su Ascensión, Jesús entró en el cielo con su cuerpo, crucificado y resucitado.  Su presencia como ser humano en la presencia de Dios Padre es nuestra entrada.  Por eso, todos los fieles, unidos a Cristo a través de la fe en el perdón de pecados, tienen ya su lugar en el cielo reservado, en Cristo. 

Nuestra paz es Jesús, en su cuerpo sin pecado, sentado a la diestra de Dios. Él es la Paz entre Dios y el hombre, porque Él ha hecho la paz entre Dios y el hombre, en el Calvario.  Ahora Él es nuestra garantía de paz eterna, en la gloria de Dios.


La paz es tener a Jesús resucitado en medio de nosotros, como en la noche después de la Resurrección.  Jesús apareció en el aposento alto, en medio de los discípulos.  Aunque habían oído las buenas noticias varias veces, todavía los 11 discípulos se escondían, llenos de miedo.  En este momento Jesús se puso en medio de ellos. Allí estaba, en medio de ellos, Dios mismo, en el hombre Jesús.  La paz del cielo había llegado a ellos, milagrosamente.  Y Jesús les dijo: Paz a vosotros.

Jesús ha venido. Jesús vendrá de nuevo. Y Jesús viene, ahora, incluso en medio de nosotros, reunido en su Nombre hoy. Jesús os dice: Paz a vosotros.  Esto es la temporada de Adviento. Dios quiere que encuentres la paz en esta temporada.  Por eso, Jesús, viene a ti, para ser tu paz, la Paz que sobrepasa todo entendimiento, y que guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús, hoy, hasta su llegada final, y por los siglos de los siglos, Amén.

1st Sunday of Advent, November 29th, anno + Domini 2015
Luke 19:28 - 40
The Arrival of Our Peace

     Advent, this early winter season before Christmas, traditionally begins with the Palm Sunday story, which happened a week before the Resurrection, in the Spring.  Which may seem strange, but actually makes sense, when you consider that Advent is not just the season leading up to Christmas.  It is also the beginning of the Church Year.  Every twelve months we take a journey that moves us from the beginning of time, when God created the heavens and the earth, to the End, the return of Christ, the end of this age and the beginning of the New Heaven and the New Earth.  As we hear the entire story of God’s love toward us each year, beginning in the middle, near the climax, is actually a reasonable place to start. 

     It makes sense because Advent means the Coming, and during the year we have four different Comings of Christ to consider.  First Jesus advented, He came, in the preaching of the Prophets.  Jesus came to the faith of all the Old Testament saints who heard the Promise of a Savior and believed. 

     Then Jesus advented, He came in Bethlehem.  The Son of God became also the Son of Mary, growing by the power of God’s Word from one cell in her virgin womb to the Baby whose birth we will celebrate in a few weeks.  God came into human flesh.

     Now Jesus advents, He comes to us in Word and Sacrament.  Lo, I will be with you always, Jesus promised, wherever two or three are gathered in my Name, wherever my Church baptizes, preaches repentance and faith in the Gospel, wherever my people gather around my table, there I am, to serve.  To comfort, forgive, restore and renew.  Jesus comes in Word and Sacrament. 

     Someday, maybe tomorrow, maybe in a thousand years, someday Jesus will advent again.  He will come again, visibly, to all, returning in power and glory to judge both the living the dead.  Jesus will come again to gather His own into His eternal mansions. 

     So there are four Advents of Christ for us to consider, and so Palm Sunday is also a reasonable place to begin our Advent journey, for Palm Sunday also marks an advent of our Lord, as he drew near to Bethphage and Bethany, just outside Jerusalem, preparing for His triumphal entry on a lowly donkey.  His kingly entry which would set in motion the final machinations of His enemies, who feared this King of Peace, and wanted to see Him dead. 

     The Palm Sunday story itself touches on all the different facets of Advent.  The Mount of Olives figures prominently, the hill where Jesus would soon ascend into heaven, the mount where Jesus is expected to return in glory, on the Last Day.  Likewise, the advent preaching of the prophets is present as the people proclaim the Old Testament greeting:  Blessed is the King who comes in the name of the Lord! 

The New Testament Church is present, as the disciples of Christ surround Him and praise the mighty works of God, just as we gather around the Word of Christ to give praise to His Father for all He has done for us. 

Finally, there is a bit of Christmas on Palm Sunday, as the people sing the song of the Angels outside Bethlehem:  Peace in heaven and glory in the highest!"         Well, almost like Christmas.  The angels song from Bethlehem is a little different.   We normally sing it as part of our divine service, at the beginning of our liturgy, Glory to God in the Highest, and peace to His people on earth.  We set aside this Gloria in Excelcis during Advent to build our anticipation for Christmas Eve, but we get an echo of it in Luke’s Palm Sunday story:  Peace in heaven and glory in the highest!" 

It’s like Christmas, but with one big difference.  At Bethlehem it was Glory in the Highest, but the peace was on earth, with goodwill to men.  On Palm Sunday it is Peace in Heaven. 

Why the difference?  Why peace on earth at Christmas, but peace in heaven on Palm Sunday? 

The difference in the where helps us understand what’s going on in the story.  At Christmas the angels proclaim that peace has come to earth, for God’s Son has entered into our human story. 

Our human story is not a peaceful one.   Adam and Eve set the model for marriages after the fall, as they made their life together, but not without struggle.  Most of us do not do as well in our marriages as Adam and Eve.  But perhaps we also don’t go as far as Cain.  For the first son of Adam, Cain, killed his younger brother Abel.  Humanity has been at war ever since. 

But Jesus is at peace.  He is the who of peace, for He is our peace.  The angels sing of peace on earth at the coming of the Christ Child because this was a new thing.  Things were changing on earth, because Jesus had come.  Peace on earth. 

But now, on Palm Sunday, the song changes because the location, the where of peace, is about to change.  Peace in Heaven, the crowds sing out, but I don’t think they understood the full import of what they declared.  There has always been Peace in heaven, that is God does not allow sin and strife in His presence.  But the Man of Peace is about to return to heaven, and so the crowds song is prophetic, of Jesus’ upcoming trials, His death, His resurrection and His ascension.  Riding into Jerusalem on a donkey, Christ is on the final stage of His journey.  The Peace that came down to earth at Christmas is about to return to heaven.  Peace in heaven and glory in the highest!"

Yet, the Peace of Christ only comes at a cost.  Indeed, Jesus Himself seems to contradict this idea of a peaceful pathway from heaven to earth and back to heaven when, in the middle of His earthly ministry He declares:  I did not come to give peace, but rather division.  What does Jesus mean, He does not come to give peace?  Perhaps this is an instance of our Lord using radical language that He doesn’t mean to be taken literally to drive home a point.  In this case Jesus goes on to detail how the message of His cross will divide people, even family members. 

When Jesus says He does not give peace, we could understand that He means He does not give peace in this earthly life, but certainly He does give peace to His people, in heaven.  Jesus seems to use this kind of hyperbole in other places.  The passage, “If your eye cause you to sin, gouge it out,” comes to mind. 

But I am not sure.  Jesus could be speaking more deeply, and I think the key may be the word “give.”  Luke may be making the point that Jesus does not give us peace, but rather He is our peace.  What I mean is that peace is not a commodity that Jesus passes out, like a good luck charm.  No, Jesus Himself, in His flesh and blood, is our peace.  We cannot have peace apart and independently from Him.  Our peace is found only in Him; we must be one with Him, joined to Him, in order to have peace. 

This perspective fits with Luke’s words of peace at Christmas, and at Palm Sunday.   Jesus could not be our Savior from afar, He needed to come to earth, and even more, to be our peace, Jesus had to become a human being.  No arms distance rescue, Jesus was all in.  And in Holy Week we learn just how far Jesus had to go, all the way to suffering the hell that our sins deserve.  No mere dramatic portrayal of God’s wrath against sin would do, no mere going through the motions.  No, Jesus had to truly suffer, for our sins, in His own body.  This is the How of our peace. 

Jesus’ Ascension into heaven is similarly physical and concrete.  He goes to prepare a place for you, that is His humanity being welcomed into heaven is the only way our humanity can hope for heaven.  Because of our sinfulness, God is naturally at war with us.  Our sins deserve God’s attack.  And attack us He will, if we seek to come before His throne still bearing our sinfulness.  But our place in heaven is Jesus, in the flesh.  He is, literally, in His sinless body sitting at God’s right hand, our peace.   He makes peace between God and man, or rather He has made peace between God and man, at Calvary, and now He is our eternal peace treaty, holding our place in glory. 

Jesus Himself is our peace.  We see this once more in Luke’s Gospel, in his last use of the Word peace.  In the upper room, on the night of the resurrection, when the Good News had been told the 11 Disciples by many, and yet they still doubted and feared.  The two from Emmaus came and told them again of Jesus rising from the dead and appearing to them, but still they didn’t believe.  Then Jesus stood in their midst.  Right in the middle of them, God Himself, in the Man Jesus.  Peace from heaven had arrived, miraculously,  right in the midst of them all.  And Jesus said:  Peace to you.   Peace is having the resurrected Jesus in our midst. 

Jesus has come.  Jesus is coming again.  Jesus comes, now, even to us.  This is what Advent is all about.  God grant that you find Peace this season, by sending you His Son, Jesus, who comes to you to remind you of God’s love, and to be your peace, which passes all understanding, and which will keep your heart and mind, unto life everlasting, through Christ Jesus our Lord, Amen. 



Sunday, July 26, 2015

¿Por Qué Andaba Jesús Sobre el Mar?

Sermon para el Noveno Domingo después de Pentecostés

Texto:  San Marcos 6:45-52
45 En seguida hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a Betsaida, en la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud.  46 Y después que los hubo despedido, se fue al monte a orar; 47 y al venir la noche, la barca estaba en medio del mar, y él solo en tierra.
48 Y viéndoles remar con gran fatiga, porque el viento les era contrario, cerca de la cuarta vigilia de la noche vino a ellos andando sobre el mar, y quería adelantárseles.
49 Viéndole ellos andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma, y gritaron; 50 porque todos le veían, y se turbaron. 
  Pero en seguida habló con ellos, y les dijo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!  51 Y subió a ellos en la barca, y se calmó el viento; y ellos se asombraron en gran manera, y se maravillaban.  52 Porque aún no habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones.

     San Marcos, a diferencia de San Mateo, no incluyó en su versión de esta historia muy famosa el tema de San Pedro y su deseo de andar sobre el agua como Jesús.  Esta elección de San Marcos me parece bien, por nuestra tendencia de enfocar tanto en San Pedro y su deseo de hacer como su Señor.  De verdad, es un momento muy humano e interesante.  Creo que cada uno de nosotros hemos pensado en qué haríamos en la misma situación. 

     Pero esto no vale la pena, ni sirve a nuestra fe.  Debemos recordar que el punto de esta parte de la historia recordado por San Mateo es que Pedro no tuvo la fe ni el poder de hacer las cosas de Jesús.  Trató de andar sobre el agua como Jesús, pero no pudo.  Por su miedo y falta de fe, comenzó a hundirse en el mar, hasta que Jesús lo tomó por la mano. 


     Pedro no tuvo la fe ni el poder a hacerlo como Jesús.  Ni los tenemos nosotros.  El fin de nuestros propios esfuerzos es hundirnos en el agua.  Aparte de la presencia y ayuda del Espíritu Santo, también están endurecidos nuestros corazones. 

     Gracias a Dios, el punto de la  historia de Jesús andando sobre el mar no es demostrarnos las cosas que debemos hacer para ser discípulos de Cristo.  Al revés, el punto, quizás más fácil a ver en la versión de San Marcos, es enseñarnos que hace Jesús para tenernos y guardarnos en su Santa Iglesia. 

     No podemos dejar la tendencia de enfocar nuestros pensamientos espirituales en los requisitos de Dios.  Esta tendencia puede venir de nuestra criatura nueva, creado por el Espíritu Santo, que siempre quiere seguir la voluntad de Dios.  También la puede venir de nuestro hombre viejo, nuestra naturaleza pecaminosa, que, tentado por las mentiras de Satanás, cree que podemos ganar a salvación por nuestros propios esfuerzos.  Lo peor es la realidad que es muy difícil, a veces imposible para nosotros distinguir entre los deseos buenos de la criatura nueva y los deseos orgullosos y feos de la naturaleza pecaminosa, que coexisten en cada cristiano en este mundo. 

     Por esto, necesitamos siempre recordar que la vida de obras buenas es importante, pero para durar en la fe cristiana, debemos enfocar en las obras de Cristo.  Porque nuestra salvación no viene de nada que hemos hecho o vamos a hacer, sino que viene exclusivamente de las cosas Cristo ha hecho, y está haciendo, para nosotros.  Podemos ver esta verdad en la historia de Jesús, andando sobre el mar, algo que no podemos hacer excepto si el mar sea congelado.  Si fuera necesario andar sobre el agua para ser cristianos, tuviéramos un problema grande. 

     Aún más, vemos esta misma verdad en la cruz, dónde Cristo murió por los pecados de todo el mundo, llevándolos en su propio cuerpo, aceptando toda nuestra culpa y todo nuestro castigo, para darnos toda su justicia, santidad y vida.  Este hecho, lo más importante de todos los hechos desde la fundación del mundo, y el centro del evangelio, fue posible solo para una persona: el verdadero Hijo de Dios, hecho hombre para salvarnos. 

     Vamos a tener cruces en nuestras vidas cristianas, sacrificios necesitados por nuestros vecinos, o persecuciones del mundo por llevar el nombre de Cristo.  Pero nadie puede, ni debe, ni necesita llevar la cruz de Calvario.  Gracias a Dios, esta obra pertenece exclusivamente a Jesucristo.  Aún mejor, esta obra es completamente terminada, y es la obra por cual Dios nos ha dado el perdón de pecados, y la vida eterna. 

     Con esta verdad en mente, volvamos al texto, para entenderlo mejor.  Como siempre en la Biblia, la barca representa la Iglesia, llena de discípulos, puestos a dentro por la Palabra de Cristo.  Y aunque, como los discípulos en el medio del mar, no podemos ver a Jesús, sí podemos confiar en esto: Él siempre tiene sus ojos fijados en nosotros.  Él siempre está mirando a su Iglesia, para saber cómo remamos en el mar peligroso de este mundo pecaminoso.  Él está, mirándonos, o andando adelante, preparando nuestro camino.  De verdad, si pudiéramos ver la realidad del mundo espiritual, las cosas pasando alrededor de nosotros cada momento, también nos asustaría, como los apóstoles cuando vieron a Jesús, andando sobre el agua.  Somos todavía pecadores, sin derecho propio a estar en la presencia de la santidad del verdadero Dios.  La vista de la realidad espiritual sería demasiado para nosotros.       

     Por eso, para calmarnos, Jesús esconde su poder y majestad y viene a nosotros en formas simpáticas y graciosas.  ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!  Como habló a los apóstoles en la barca, también nos habla Cristo hoy, verdaderamente presente con  nosotros cada vez que un grupo de creyentes congregan alrededor de su Palabra, cada vez que acudimos a su santa altar para recibir el cuerpo y la sangre para el perdón de todos nuestros pecados, cada vez que, escuchando y confiando en su absolución gratuita, acercamos a Él en oración.


     Vamos juntos, entonces, en la barca de Dios, en la iglesia, no por nuestra santidad y amor, pero mucho mejor, por la santidad y amor de Él que dio su vida en la cruz, para que pueda darnos su paz.  Cristo Jesús, tu salvador, te dice hoy: ¡Ten ánimo; yo soy, no temas!  Tú puedes durar en esta paz de Cristo, que es la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, y que guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús, Amén.