Wednesday, October 19, 2016

El Sermón de los Regalos

Epifanía de Nuestro Señor, (Trasladada), 
la Instalación de Adam Lehman como Pastor Misionero de IELE 
San Mateo 2:1-12          14 de Octubre, A+D 2016

Este sermón fue predicado en la Asamblea de la Iglesia Evangélica Luterana Española.  Por razones pedagogicas, elegimos usar textos del Adviento, la Navidad y la Epifanía para el culto, por eso, este sermón trata de la Visita de los Magos al Niño Cristo. 

     Me pregunto ¿en qué idioma adoraron los magos al niño Cristo?  Puesto que no sabemos exactamente de donde ellos vinieron, es difícil decir con certitud qué lengua habrían usado en su adoración.  Parece que ellos compartían un idioma común con los escribas judíos y con el rey Herodes, quizás el griego, o el arameo, o posiblemente el latín.  Y de verdad, en la misión mundial de Dios, aunque la Palabra es
sumamente importante, es imprescindible, es la única arma que tiene la Iglesia, el idioma específico con que anunciamos la Palabra no es tan esencial.  Aunque en la práctica es muy importante que los pastores aprendan como comunicar efectivamente en un idioma que sus oyentes entienden, la falta de capacidad en lenguas no puede parar la misión evangélica de Dios.  Podría ocurrir a través de un milagro, como en el Pentecostés, o a través de un traductor, pero Cristo va a realizar su deseo de que su Palabra sea predicado, oído y entendido.

     Esto no significa que los pastores misioneros de IELE no necesiten aprender a hablar español.  Pero esto debería ser un ánimo a Adam Lehman, como lo es a mí: el hecho de que, en el plan de la misión de Dios, los idiomas no son el requisito número uno.  Número dos o tres, sí, pero no el número uno.

     ¿Y qué es el requisito número uno?  Es el mensaje de los Magos, comunicado en este caso sin palabras, el mensaje de la Epifanía, que es la revelación de Cristo Jesús a todas las naciones.  Aunque no sabemos el idioma de los Magos, podemos considerar lo que hicieron, y regocijarnos en las buenas noticias que el Espíritu nos anuncia a través de ellos. 

     Los Magos recibieron un mensaje de Dios, comunicado, en este caso, por una estrella, un mensaje que, por el poder del Espíritu, ellos entendieron y creyeron como el Evangelio:  Un nuevo Rey de los Judíos ha nacido, un Rey que merece la adoración de las naciones.  Congregarse alrededor de este Niño Rey vale la pena; no importa lo que se requiere, como un viaje largo, difícil y caro, una disrupción de tu vida, o una ofrenda de gratitud y alabanza.  Este Niño Rey merece la adoración, es decir, este Niño es Dios mismo, quien ha entrado en la carne humana, para reinar sobre su pueblo y sobre todas las naciones, con amor y sabiduría. 

     Adam, tú también has recibido un mensaje de Dios, comunicado por su Santa Biblia, el mismo mensaje del Evangelio, que hay un Rey de los Judíos que merece tu adoración.  Además, Adam, tú has sido llamado a España, para compartir este mismo Evangelio con los fieles de la Iglesia Evangélica Luterana Española, porque ellos también han oído el mensaje y, como los Magos, quieren congregarse alrededor del Rey, para adorarle.  A través de ti, Adam, y a través de los miembros de esta iglesia humilde y pequeña, Dios quiere ensanchar su reino, por la incorporación de más pecadores lavados en la sangre del Rey de los Judíos.  

     Los Magos predicaron por su viaje de fe y compromiso.  Además, predicaron por sus regalos al Niño Rey Jesús.  No podemos decir si los Magos entendieron lo que estaban predicando, pero el mensaje de sus regalos es inconfundible: un mensaje sorprendente y doloroso, y al mismo tiempo un mensaje glorioso y alegre, el mensaje del oro, del incienso y de la mirra.   Deberíamos revisarlo, porque es el mensaje que Adam está llamado a proclamar, es el Evangelio que nos salva, y es la única cosa que nos puede hacer
útiles en la misión de Dios.  

     El oro nos enseña que este niño es un rey, pero claramente es un rey diferente, único, un rey con la voluntad de sufrir, un rey desconocido por su propio pueblo, un rey escondido en pobreza y humildad.  El oro, símbolo de riqueza y poder mundial, además nos da una pista de la gloria verdadera de este Rey, la gloria del Dios Padre, la gloria del Rey de reyes y Señor de señores, la gloria que, en amor, el Hijo de Dios dejó al lado por un tiempo, para ganar a un pueblo para su Padre.

     Suba hacia Ti mi oración como el incienso, y el alzar de mis manos cual la oblación de la tarde.  Así oramos anoche en el orden de Vísperas, y así escribió el Salmista, refiriendose al culto de los sacerdotes en el Tabernáculo y el Templo de Israel.  Y así nos enseña el incienso, el segundo regalo de los Magos, que este Niño Rey es también un sacerdote, ofreciendo oraciones a Dios en el nombre del pueblo.  Dios ordenó a los sacerdotes, hombres de entre la tribu de Leví, para que ellos pudieran entrar en su presencia en el lugar santo, para interceder y pedir absolución para los pecados de la gente.

    En la Navidad y la Epifanía de Jesús todo este sistema de culto y sacrificio ya estaba llegando a su fin.  Fue necesario, porque es cierto que al final, solo este sacerdote, este hombre escogido por Dios, este ser humano quién únicamente nunca fue tocado por el pecado de Adán, solo este Niño Sacerdote pudo ofrecer dignamente intercesiones para todo el mundo.  Ahora nosotros pecadores tenemos un Abogado para con el Padre, haciendo intercesión por nosotros, Cristo Jesús el Justo, quien solo, de entre todos los hombres, fue capaz de entrar en la presencia de Dios Padre para ofrecer el sacrificio digno, aceptable y suficiente para cubrir nuestro pecado.     

     Finalmente, la mirra.  Qué regalo extraño, para dar a un niño, un regalo para la muerte, la mirra, que era para la preparación de un cuerpo para la tumba.  Es como dar un ataúd como regalo a un niño recién nacido.  ¿Quién daría tal regalo?  Sólo Dios el Padre.  Y sólo Jesús su eterno Hijo quería recibirlo.  Sólo Dios, por las manos de los Magos, daría mirra a este Niño, porque sabía que aparte de la mirra, ni el oro ni el incienso podían tener ningún valor para nosotros. 

     Sin la Navidad, sin la Epifanía, sin la Cruz y la tumba fuera de Jerusalén, Dios todavía tendría eternamente todo el oro, todo el incienso, todo el poder y la riqueza y la gloria y la adoración de los ángeles.  Todo esto tendría Dios, sin la mirra.  Pero nosotros, tú y yo, no podríamos participar en nada de la gloria y la felicidad eterna, excepto si Jesús también recibiera la mirra.  Porque el recordatorio del
sacrificio que nuestro Sacerdote Jesús siempre está presentando ante el altar del cielo es su propio cuerpo, el cuerpo del Rey de reyes, Dios mismo hecho hombre, el cuerpo sacrificado en la cruz, para el perdón de todos tus pecados, y todos mis pecados, ofrecido para el perdón de todos los pecados del todo el mundo. 

      La mirra fue necesaria.  Fue necesario que, después de la muerte verdadera del Cristo, Nicodemo y José de Arimatea envolvieron el cuerpo de Jesús en tela de lino, con 40 kilos de mirra, y lo pusieron en una tumba.  Porque no hay perdón sin derramamiento de sangre.  La paga del pecado es la muerte, y por eso, para pagar por nuestros pecados, el Niño Rey, el Niño Sacerdote, también tuvo que ser el Sacrificio.  La mirra del Viernes Santo fue necesaria.  Es una parte imprescindible del sermón de los Magos. 

     La mirra fue necesaria el viernes, pero no el domingo.  Las mujeres fueron andando a la tumba para añadir más mirra, más especias de la muerte sobre el cuerpo de Jesús, pero aprendieron que no eran necesarias, porque nuestro Rey y Sacerdote había resucitado.  Este hombre, nacido en Belén, tuvo que morir, pero fue imposible que la muerte mantuviera su poder sobre Él, porque el Niño de Belén es el Señor de la Vida, la fuente de toda vida, nuestro Salvador quién amó tanto a su Padre y tanto a nosotros que aceptó todos los regalos de los Magos. 

    Pastor Adam Lehman, ve y predica el oro, el incienso y la mirra de los Magos.  Predícalos a los miembros de IELE, y a cada persona con quien recibes la oportunidad de explicar las verdaderas buenas noticias de Cristo.  Vete a España, y provee el perdón, la vida y la paz del Niño de Belén, quien ahora reina en los cielos, y al mismo tiempo está en medio de su pueblo en el mundo.  Cristo Jesús quiere bendecirnos, quiere congregarnos alrededor de su Santa Palabra: los bautizados invitados al banquete celestial, al que aun ahora tenemos acceso, en su Santa Cena, una previsión de la vida eterna, a través de que Él nos perdona, nos protege, y nos prepara para servicio de amor en el mundo,   

En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén. 


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