Sexto Domingo
de Pascua – Rogate
17 de mayo,
Anno + Domini 2020
Orar en el
Nombre de Jesús San Juan 16:23 – 30
De cierto, de cierto os digo, que todo
cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis
pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido.
Amén,
amén, dice Jesús. Está hablando en
serio. Amén, amén, de cierto, de cierto,
os digo, lo que pedís al Padre, os lo dará.
Punto. ¡Qué gran promesa! Estamos celebrando el Sexto Domingo de la
Pascua, lo que se llama en latín “Rogate,” y en el castellano significa “rogar,
orar, o pedir.” Todos los textos del día
habla de la oración, de rezar al Señor Dios.
Y a los discípulos en el aposento alto, en la noche en que fue
entregado, Jesús les da esta promesa magnífica: De cierto, de cierto os
digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará.
Pero, tal vez esta promesa nos causa un
problema. ¿Alguna vez has rezado por la
recuperación de un ser querido, en el Nombre de Jesús, pero sin embargo, tu
querido falleció? O, para considerar la
actualidad, todos hemos estado pidiendo en el Nombre de Jesús que la pandemia
del coronavirus termine pronto. Pero la
plaga sigue.
¿Qué pasa?
¿Por qué no recibimos lo que pedimos?
¿Es que Jesús está equivocado? ¿O
podría ser que no seamos cristianos de verdad, y por esta razón, no recibimos? ¿O
estaba destinada esta promesa solo a los Apóstoles? ¿Es que nunca fue destinada
a nosotros, meros creyentes? ¿O hay otra
explicación? Oremos al Padre que nos
revele la respuesta correcta, para dar consuelo a nuestros corazones.
Y el Padre lo hará, para que vuestro gozo
sea cumplido. Entonces, entremos juntos
en el tema un poco, confiados que el Espíritu nos guiará con su Palabra.
La cuestión de si simplemente Jesús está
equivocado es tan fundamental, no se puede tratar con ello en aislamiento. Es la pregunta constante del Nuevo Testamento,
especialmente en el Evangelio de San Juan.
En capítulo seis, Jesús enseñó sobre la necesidad de comer su carne y
beber su sangre, una enseñanza que fue repugnante a muchos judíos que había
creído en Jesús, y ellos dejaron de seguirle.
Luego, Jesús preguntó a los Doce:
¿Acaso queréis vosotros iros también?
En capítulo 14 Jesús afirmó: Yo soy el
camino, y la verdad y la vida, nadie viene al Padre, sino por mí. O Cristo tiene razón, o está equivocado, no
hay ningún área gris en esta afirmación.
Por lo tanto, la fe cristiana en su
esencia sale de la proposición que Jesús es la verdad y nos revela la verdad,
la verdad que nos da perdón y rescate de la muerte, la verdad que nos lleva a
vivir en comunión plena con Dios.
Estamos reunidos porque hemos llegado a creer esta verdad. Para tratar con las dudas que nos atacan en
este tema de la oración, hay que entrar más en la evidencia, hay que luchar con
los detalles de la Palabra, porque en esta lucha es donde el Espíritu nos da y
nos fortalece nuestra fe.
¿Es que falta algo en nosotros, algo que prohíbe
que nuestras oraciones sean cumplidas por el Padre? Es decir, ¿podría ser que pensábamos que
éramos cristianos, pero en verdad no somos?
Bueno, hay mucho del mal y del incorrecto
en nosotros. Mirando a dentro de
nuestros corazones, nuestras mentes, nuestras vidas, encontraremos una
abundancia de razones para decir que no seamos en verdad cristianos. Pero ser
un cristiano, tener fe verdadera en Cristo Jesús y así ser unido a Dios a
través de él, esto no depende de nosotros, ni aun un poco. Como declaró Jesús en Juan 6: Nadie puede venir a mí si no lo
trae el Padre que me envió.
Y de nuevo en capítulo 15: Vosotros no me escogisteis a mí, sino que
yo os escogí a vosotros, y os designé para que vayáis y deis fruto, y que
vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre
os lo conceda. Fijate, no
solamente vemos aquí que la salvación es cien por ciento la obra de Dios, sino
que también vemos que la promesa sobre nuestras oraciones en el nombre de Jesús,
que oímos en nuestro Evangelio de hoy de Juan capítulo 16, es en realidad una
repetición de la promesa hecha en el capítulo anterior.
Cada día pecamos mucho, es una vergüenza,
y por eso, ser un cristiano en este vida implica arrepentimiento diario. No podemos minimizar o burlarnos de nuestro
pecado; hacerlo es eternamente peligroso.
¡Arrepiéntete! Arrepiéntete, huye de tus pecados y busca las promesas de
Dios, que nos consuelan con la buena noticia que nuestra salvación no depende de
nosotros, sino de la fidelidad del Señor.
Bueno, sigamos con nuestra pregunta. ¿Podría ser que esta promesa sobre la oración
en el Nombre de Jesús fuera limitada solamente a los Apóstoles, que nunca era destinada
para nosotros? Ahora estamos entrando un
poco más en el texto, y el contexto. En
este momento, Jesús está con sólo los once, Judas Iscariote ya había salido
para traicionarlo a los judíos. Es una
pregunta legítima si esta promesa aplica solo a los Once que estaban presentes,
o a nosotros también.
Hay otras promesas bíblicas dadas a pocas
personas, o aun a una sola, pero que tienen importancia para todos. La promesa a María que sería la Madre del
Hijo de Dios fue para ella específicamente, pero tiene beneficio para
todos. Igual con las promesas a Abraham,
o al Rey David. Pero la promesa que Dios
escucha y cumple las oraciones de todos sus fieles es común en la Biblia. Por ejemplo, en Mateo 7 las multitudes oyeron
a Jesús prometer: Pedid, y se os
dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. No pienso que este promesa en Juan 16
fuera limitada a solo los Once, pero no importa al final, porque la misma
promesa está dada a la Iglesia en muchos pasajes.
Entonces todavía tenemos nuestro
problema. Pero hay otra posibilidad de
considerar. ¿Entendemos bien lo que
quiere decir, “Orar en el nombre de Jesús”?
Bueno, el nombre Jesús significa, “El
Señor salva.” O “Yahvé es nuestra
salvación.” El Hijo de Dios tuve una
sola misión, un enfoque radical en su ministerio. El título “Cristo” o “el Mesías”, significa el Ungido, ungido para un solo
propósito, muy especial, de ser el Salvador de Israel, y del mundo entero.
Como dice San Pablo, ser y actuar como un
cristiano es tener la mente de Cristo, y la mente de Cristo no está enfocado en
este mundo temporal, sino en llevarnos a un nuevo mundo, y nuevos cielos, al
paraíso de Dios, donde no hay pecado, ni pena, ni lágrimas ni muerte. Con Jesucristo, todo corre en el mismo canal,
que llega a la Cruz.
Cuando Jesús dejó el mundo para volver a
su Padre, no fue con un billete de primera clase en un avión de lujo. Jesús dejó al mundo por el camino de la Cruz,
donde el Santo de Dios se convirtió en una serpiente ardiente, extinguiendo en
su propio cuerpo todas las llamas del fuego del infierno.
Así entonces, orar en el Nombre de Jesús
es orar en la fe, confiado que lo que pasó allá en Calvario hace dos mil años, es
decir, lo que iba a pasar a Jesús el día viernes, unas horas después de su
largo discurso con los Once en el aposento alto, este acontecimiento es la
clave de todo, de absolutamente todo. También,
orar en su Nombre es recordar lo que el mismo Jesús próximamente iba a orar en
el jardín: Padre mío, si es posible,
que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como
tú quieras. Hágase tu voluntad. Esto también es orar en el Nombre de
Jesús.
Orar en el Nombre de Jesús significa que
uno comprende la Cruz, y más, que uno confía en la Cruz, en lo que el Señor
Dios hizo allá, para recrear el mundo, y salvar a los pecadores. Es decir, orar en el Nombre de Jesús es orar
en el Espíritu Santo, que nos guia y nos guarda, y que nos interpreta todo a
nosotros, a través de Cristo, y su gran obra.
Esto no significa que no podamos o no
debamos orar por cosas menos importantes que la salvación y vida eterna con
Dios. Podemos y debemos llevar todas
nuestras necesidades y preocupaciones al Señor.
Pero que siempre estas peticiones sean condicionadas por la realidad de
la Cruz, la realidad del amor de Dios, derramado por nosotros en Gólgota, y
compartido con nosotros para el perdón de los pecados en la Predicación y la
Eucaristía.
Orar en el Nombre de Jesús es comprender esto: la forma de nuestro mayor bien, lo cual vino en
una colina fuera de Jerusalén, fue escondido bajo el peor mal. Porque somos unidos a Cristo, también en la
vida cristiana habrá problemas y sufrimiento, santas cruces que el Espíritu utiliza
para recordarnos de la Santa Cruz de Jesús, donde encontramos todo lo mejor,
hoy, y por los siglos de los siglos.
Orar en el Nombre de Jesús es vivir de verdad,
con confianza en la faz de las dificultades de esta vida, porque sabemos que
con Cristo, lo podemos todo, que si vivimos o morimos, ya somos más que vencedores,
en él que nos ha amado perfectamente.
Orar en el Nombre de Jesús es vivir en
amor, porque el amor que recibimos de la Cruz nos vivifica y nos hace amantes,
como copas vivas, rebosando con el amor de Cristo, tanto que no podemos
contenerlo, sino más bien lo compartimos.
Orar en el Nombre de Jesús es dar la buena
confesión, humildemente preparados en todo momento para dar la razón de la
esperanza que tenemos en nuestro corazón.
Por lo tanto, oremos:
Padre celestial, tu Hijo, nuestro Señor
Jesucristo, vino a este mundo, y luego dejó este mundo, andando por el camino
que fue por le Cruz y la Tumba Vacía.
Ahora, resucitado y glorificado en tu diestra, por tu Espíritu, Cristo
nos ha enseñado orar a ti, creando fe y amor en nuestro corazón, fe y amor a él,
y a ti. Te damos gracias por el
privilegio de acercarnos a ti en oración, confiados en la promesa que nos darás
lo que pedimos, en el Nombre de Jesús.
Envíanos diariamente tu Espíritu Santo,
para que mientras hacemos nuestra peregrinación por este mundo, nuestra fe no
falle. Ayudanos amar a nuestros prójimos
y confesar tu Evangelio. Guárdanos, oh
Padre, en tu Santa Iglesia, hasta el día en que todos estaremos juntos, vivos y
glorificados en tu presencia, donde vives con el Hijo, y el Espiritu Santo, un
solo Dios, ahora y siempre, Amén.