Tuesday, May 19, 2020

Orar en el Nombre de Jesús - Sermón del Sexto Domingo de la Pascua


Sexto Domingo de Pascua – Rogate                   
17 de mayo, Anno + Domini 2020
Orar en el Nombre de Jesús    San Juan 16:23 – 30

   De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido.

Amén, amén, dice Jesús.  Está hablando en serio.  Amén, amén, de cierto, de cierto, os digo, lo que pedís al Padre, os lo dará.  Punto.  ¡Qué gran promesa!  Estamos celebrando el Sexto Domingo de la Pascua, lo que se llama en latín “Rogate,” y en el castellano significa “rogar, orar, o pedir.”  Todos los textos del día habla de la oración, de rezar al Señor Dios.  Y a los discípulos en el aposento alto, en la noche en que fue entregado, Jesús les da esta promesa magnífica: De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará.

     Pero, tal vez esta promesa nos causa un problema.  ¿Alguna vez has rezado por la recuperación de un ser querido, en el Nombre de Jesús, pero sin embargo, tu querido falleció?  O, para considerar la actualidad, todos hemos estado pidiendo en el Nombre de Jesús que la pandemia del coronavirus termine pronto.  Pero la plaga sigue.

     ¿Qué pasa?  ¿Por qué no recibimos lo que pedimos?  ¿Es que Jesús está equivocado?  ¿O podría ser que no seamos cristianos de verdad, y por esta razón, no recibimos? ¿O estaba destinada esta promesa solo a los Apóstoles? ¿Es que nunca fue destinada a nosotros, meros creyentes?  ¿O hay otra explicación?  Oremos al Padre que nos revele la respuesta correcta, para dar consuelo a nuestros corazones. 

     Y el Padre lo hará, para que vuestro gozo sea cumplido.  Entonces, entremos juntos en el tema un poco, confiados que el Espíritu nos guiará con su Palabra. 

     La cuestión de si simplemente Jesús está equivocado es tan fundamental, no se puede tratar con ello en aislamiento.  Es la pregunta constante del Nuevo Testamento, especialmente en el Evangelio de San Juan.  En capítulo seis, Jesús enseñó sobre la necesidad de comer su carne y beber su sangre, una enseñanza que fue repugnante a muchos judíos que había creído en Jesús, y ellos dejaron de seguirle.  Luego, Jesús preguntó a los Doce:  ¿Acaso queréis vosotros iros también?

     En capítulo 14 Jesús afirmó: Yo soy el camino, y la verdad y la vida, nadie viene al Padre, sino por mí.  O Cristo tiene razón, o está equivocado, no hay ningún área gris en esta afirmación. 
     Por lo tanto, la fe cristiana en su esencia sale de la proposición que Jesús es la verdad y nos revela la verdad, la verdad que nos da perdón y rescate de la muerte, la verdad que nos lleva a vivir en comunión plena con Dios.  Estamos reunidos porque hemos llegado a creer esta verdad.  Para tratar con las dudas que nos atacan en este tema de la oración, hay que entrar más en la evidencia, hay que luchar con los detalles de la Palabra, porque en esta lucha es donde el Espíritu nos da y nos fortalece nuestra fe. 

     ¿Es que falta algo en nosotros, algo que prohíbe que nuestras oraciones sean cumplidas por el Padre?  Es decir, ¿podría ser que pensábamos que éramos cristianos, pero en verdad no somos?

     Bueno, hay mucho del mal y del incorrecto en nosotros.  Mirando a dentro de nuestros corazones, nuestras mentes, nuestras vidas, encontraremos una abundancia de razones para decir que no seamos en verdad cristianos. Pero ser un cristiano, tener fe verdadera en Cristo Jesús y así ser unido a Dios a través de él, esto no depende de nosotros, ni aun un poco.  Como declaró Jesús en Juan 6:  Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me envió. 
     Y de nuevo en capítulo 15:  Vosotros no me escogisteis a mí, sino que yo os escogí a vosotros, y os designé para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda.  Fijate, no solamente vemos aquí que la salvación es cien por ciento la obra de Dios, sino que también vemos que la promesa sobre nuestras oraciones en el nombre de Jesús, que oímos en nuestro Evangelio de hoy de Juan capítulo 16, es en realidad una repetición de la promesa hecha en el capítulo anterior. 
                                                                                                
     Cada día pecamos mucho, es una vergüenza, y por eso, ser un cristiano en este vida implica arrepentimiento diario.  No podemos minimizar o burlarnos de nuestro pecado; hacerlo es eternamente peligroso.  ¡Arrepiéntete! Arrepiéntete, huye de tus pecados y busca las promesas de Dios, que nos consuelan con la buena noticia que nuestra salvación no depende de nosotros, sino de la fidelidad del Señor.      

     Bueno, sigamos con nuestra pregunta.  ¿Podría ser que esta promesa sobre la oración en el Nombre de Jesús fuera limitada solamente a los Apóstoles, que nunca era destinada para nosotros?  Ahora estamos entrando un poco más en el texto, y el contexto.  En este momento, Jesús está con sólo los once, Judas Iscariote ya había salido para traicionarlo a los judíos.  Es una pregunta legítima si esta promesa aplica solo a los Once que estaban presentes, o a nosotros también.  



     Hay otras promesas bíblicas dadas a pocas personas, o aun a una sola, pero que tienen importancia para todos.  La promesa a María que sería la Madre del Hijo de Dios fue para ella específicamente, pero tiene beneficio para todos.  Igual con las promesas a Abraham, o al Rey David.  Pero la promesa que Dios escucha y cumple las oraciones de todos sus fieles es común en la Biblia.  Por ejemplo, en Mateo 7 las multitudes oyeron a Jesús prometer:   Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.  No pienso que este promesa en Juan 16 fuera limitada a solo los Once, pero no importa al final, porque la misma promesa está dada a la Iglesia en muchos pasajes.

     Entonces todavía tenemos nuestro problema.  Pero hay otra posibilidad de considerar.  ¿Entendemos bien lo que quiere decir, “Orar en el nombre de Jesús”? 

     Bueno, el nombre Jesús significa, “El Señor salva.”  O “Yahvé es nuestra salvación.”  El Hijo de Dios tuve una sola misión, un enfoque radical en su ministerio.  El título “Cristo” o “el Mesías”,  significa el Ungido, ungido para un solo propósito, muy especial, de ser el Salvador de Israel, y del mundo entero.   

     Como dice San Pablo, ser y actuar como un cristiano es tener la mente de Cristo, y la mente de Cristo no está enfocado en este mundo temporal, sino en llevarnos a un nuevo mundo, y nuevos cielos, al paraíso de Dios, donde no hay pecado, ni pena, ni lágrimas ni muerte.  Con Jesucristo, todo corre en el mismo canal, que llega a la Cruz. 

     Cuando Jesús dejó el mundo para volver a su Padre, no fue con un billete de primera clase en un avión de lujo.  Jesús dejó al mundo por el camino de la Cruz, donde el Santo de Dios se convirtió en una serpiente ardiente, extinguiendo en su propio cuerpo todas las llamas del fuego del infierno. 

     Así entonces, orar en el Nombre de Jesús es orar en la fe, confiado que lo que pasó allá en Calvario hace dos mil años, es decir, lo que iba a pasar a Jesús el día viernes, unas horas después de su largo discurso con los Once en el aposento alto, este acontecimiento es la clave de todo, de absolutamente todo.  También, orar en su Nombre es recordar lo que el mismo Jesús próximamente iba a orar en el jardín:  Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras.  Hágase tu voluntad.  Esto también es orar en el Nombre de Jesús. 

     Orar en el Nombre de Jesús significa que uno comprende la Cruz, y más, que uno confía en la Cruz, en lo que el Señor Dios hizo allá, para recrear el mundo, y salvar a los pecadores.  Es decir, orar en el Nombre de Jesús es orar en el Espíritu Santo, que nos guia y nos guarda, y que nos interpreta todo a nosotros, a través de Cristo, y su gran obra.
     Esto no significa que no podamos o no debamos orar por cosas menos importantes que la salvación y vida eterna con Dios.  Podemos y debemos llevar todas nuestras necesidades y preocupaciones al Señor.  Pero que siempre estas peticiones sean condicionadas por la realidad de la Cruz, la realidad del amor de Dios, derramado por nosotros en Gólgota, y compartido con nosotros para el perdón de los pecados en la Predicación y la Eucaristía. 

     Orar en el Nombre de Jesús es comprender esto:  la forma de nuestro mayor bien, lo cual vino en una colina fuera de Jerusalén, fue escondido bajo el peor mal.  Porque somos unidos a Cristo, también en la vida cristiana habrá problemas y sufrimiento, santas cruces que el Espíritu utiliza para recordarnos de la Santa Cruz de Jesús, donde encontramos todo lo mejor, hoy, y por los siglos de los siglos.

     Orar en el Nombre de Jesús es vivir de verdad, con confianza en la faz de las dificultades de esta vida, porque sabemos que con Cristo, lo podemos todo, que si vivimos o morimos, ya somos más que vencedores, en él que nos ha amado perfectamente. 

     Orar en el Nombre de Jesús es vivir en amor, porque el amor que recibimos de la Cruz nos vivifica y nos hace amantes, como copas vivas, rebosando con el amor de Cristo, tanto que no podemos contenerlo, sino más bien lo compartimos. 

     Orar en el Nombre de Jesús es dar la buena confesión, humildemente preparados en todo momento para dar la razón de la esperanza que tenemos en nuestro corazón.    

     Por lo tanto, oremos: 
     Padre celestial, tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, vino a este mundo, y luego dejó este mundo, andando por el camino que fue por le Cruz y la Tumba Vacía.  Ahora, resucitado y glorificado en tu diestra, por tu Espíritu, Cristo nos ha enseñado orar a ti, creando fe y amor en nuestro corazón, fe y amor a él, y a ti.  Te damos gracias por el privilegio de acercarnos a ti en oración, confiados en la promesa que nos darás lo que pedimos, en el Nombre de Jesús. 
     Envíanos diariamente tu Espíritu Santo, para que mientras hacemos nuestra peregrinación por este mundo, nuestra fe no falle.  Ayudanos amar a nuestros prójimos y confesar tu Evangelio.  Guárdanos, oh Padre, en tu Santa Iglesia, hasta el día en que todos estaremos juntos, vivos y glorificados en tu presencia, donde vives con el Hijo, y el Espiritu Santo, un solo Dios, ahora y siempre, Amén.