Sunday, August 23, 2020

Humildad y Alegría. Sermón para el Undécimo Domingo después de Trinidad (Humility and Joy, Trinity 11)

Sermón primero en español, luego en inglés.  Sermon first in Spanish, then in English.  

 Undécimo Domingo después de la Trinidad

23 de agosto, A+D 2020

Humildad y Alegría

     Dos hombres subieron al templo a orar.  Siempre subimos al templo, aun si la sala en sí está ubicado en un sótano.  Si nos estamos acercando al verdadero Dios, el todopoderoso creador, para orar, y rendir culto, estamos, en el sentido cósmico, siempre subiendo, porque el Señor Dios es mayor y mejor y más que nosotros. 

     Vivimos en una época de igualitarismo radical, o así se dice, cuando cualquier ciudadano normal debería poder interactuar con presidentes y gobernantes y reyes, sin nerviosismo y con una voz igual.  No estoy seguro que esta idea sea cierta, pero no es así con Dios.  Aunque el Señor no se hace visible a nosotros, como hacía de vez en cuando con el Israel antiguo, la realidad es que Él viene.  Tenemos su promesa.  Él Santo, Santo, Santo Dios baja a nosotros, criaturas pecadoras, cada vez que nos reunimos en su Nombre. Por ende, cuando nos acercamos al Santo Dios para orar, la gran diferencia entre nosotros y Dios debe influir nuestro comportamiento.  Debemos entrar en el templo del Señor con humildad profunda. 

     Pero no queremos.  Igual como la gente que no quieren observar ninguna medida contra la amenaza microscópica que se llama el coronavirus, nos cuesta mucho tomar en serio un Dios invisible.  Vivimos naturalmente por la vista, y por lo que podemos ver, nosotros seres humanos somos impresionantes e importantes, somos soberanos del mundo natural y capaces de grandes cosas.  De hecho, vemos cada día que las personas más exitosas en el mundo casi siempre carecen humildad. Orgullo, autoestima y autopromoción son las palabras de moda en la cultura.  Humildad es para perdedores.  Los chicos buenos terminan el último, ¿no?

     Esta perspectiva, tan normal, tan común, y muchas veces cierta en los asuntos mundanos y humanos, es también eternamente equivocada.  Es el gran autoengaño de nuestra raza humana.  Sin embargo, porque el Señor Dios está preocupado por nuestra eternidad, decidió pasar 33 años con nosotros, visiblemente, para desengañarnos de nuestro orgullo y autoestima, para poder darnos algo mucho mejor.  Dios, en la persona de nuestro Señor Jesucristo, dejó al lado su gloria por un tiempo, bajando para asumir nuestra carne humana, para ofrecernos un ejemplo de la humildad apropiada. 

     Es una cosa común pensar en Jesús como manso, cortés, y simpático.  Pero todo el tiempo que Jesús vivía así, era también, en cada momento, el todopoderoso creador de todo el universo, la fuente de toda energía y materia, el gran soberano de los cosmos. 

     Encima de su ejemplo de humildad, Jesús nos dio muchos discursos sobre el mismo tema, ningún más importante o profundo que nuestro evangelio de hoyA unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, [Jesús] dijo también esta parábola:  Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. 

     Al contrario de hoy, históricamente hay muchos ejemplos de culturas donde rendir culto al verdadero Dios era muy importante, como Israel en el tiempo del ministerio de Jesús.  Pero el celo para el Señor no cambia nuestra naturaleza.  Aunque supuestamente un hombre dedicado a la religión, este fariseo no tenía humildad.     11 El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano;  12 ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. 

     ¡Vaya, qué cara tiene este tío!  Aun muchos paganos, orando a ídolos mudos, muestran una humildad externa.  Es una tentación pensar que Jesús esté exagerando.  Nunca he visto alguien tan abiertamente egocéntrico en su oración.  Pero recordemos que Jesús se preocupaba más con el interior, con la fe de corazón.  Tal vez nunca aparecemos ser tan obviamente orgulloso y autosatisfecho.  ¿Pero qué está en nuestros corazones, en nuestras mentes?  Es bueno ayunar en preparación para el culto, dar el diezmo, y evitar pecado, como hacía el fariseo.  De verdad espero que todos hagamos cosas similares.  La cuestión es, cuando hacemos buenas obras, ¿somos capaces de evitar el orgullo interior?  ¿O empezamos de pensar que estas obras nos hagan dignos de acercarnos a Dios por nuestro propio mérito?

     Jesús continúa:  Pero, el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. 

    El publicano, este recaudador de impuestos para los gobernantes romanos, aquellos extranjeros que perseguían a los judíos, no fue despreciado solo por los fariseos. 

Fue normal en Israel en el primer siglo que todos menospreciaban a los recaudadores de impuestos, especialmente porque muchos de ellos, como el famoso bajito Zaqueo, abusaban sus puestos de trabajo, sacando más impuestos del pueblo de lo que fue autorizado, para hacerse ricos.  Muchos publicanos merecían el desprecio que recibían. 

     Pero justo aquí descubrimos el poder de la humildad.  Ser humilde en el mundo no suele resultar en muchos beneficios.  Pero con el Señor, la humildad honesta sobre nuestra condición es una llave que abre el tesoro celestial.  A pesar de la realidad de su vida, el publicano confió que Dios es misericordioso.  Por la Palabra y el Espíritu, recibió fe en la promesa que el Señor Dios de Israel quiere perdonar a pecadores.  Entonces, con humildad y vergüenza, confesó su pecado, su necesidad, su indignidad. Y Jesús le alabó: 14 Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro.

     ¿Qué? ¿Cómo?  ¿Cómo puede ser que Dios perdone a los pecadores arrepentidos, sin que ellos hagan nada para merecerlo?  Esto es la pregunta que ha iniciado la mayoría de los errores dentro de la Iglesia Cristiana durante dos mil años.  ¿Dónde está la justicia en dar misericordia a malas personas, sin alguna reforma previa por su parte?    

     La respuesta es Jesucristo.  El “puede ser” de misericordia está ubicada y revelada en la humildad aún más profunda, la humildad pasiva de Dios mismo.  La respuesta se encuentra en la vergüenza cósmica que el autor de nuestra parábola y el autor de nuestras vidas aceptó, para proveer la justicia de Dios a nosotros.

     En su vida Jesús mostró humildad, la humildad apropiada de un ser humano.  También enseñó, como en nuestra parábola de hoy, de la necesidad de humildad y honestidad sobre el pecado.  Pero finalmente, la justicia que hace posible nuestro perdón es la justicia que Jesús sufrió en la Cruz.  La justicia perversa de los judíos y romanos, y la justicia perfecta de Dios, contra todos los pecadores.  La Cruz es la humillación clave, la aceptación por Jesús de los pecados de palabra, pensamiento y obra, todos los pecados, exteriores e interiores, de todos:  los del publicano, y del fariseo, y de sus propios verdugos, los pecadores que con sus propias manos crucificaron el Señor de gloria. 

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. 

Consumado es.

     Cristo Jesús es el que se humilló a sí mismo, hasta la muerte y el infierno.  En Él recibimos misericordia y justicia y vida eterna, porque ahora es enaltecido, resucitado, glorificado y está gobernando en el cielo ahora mismo.

     Y con Cristo el Rey estamos nosotros, sus queridos bautizados, siempre y cuando seguimos en la confesión verdadera, la confesión de nuestra pecaminosidad y la misericordia divina revelada en la Cruz.  Esto es la fe que nos ata a Él para siempre.

    Por lo tanto, como dice Lutero en el Catecismo Mayor, "en la iglesia cristiana todo está ordenado para que diariamente podamos obtener el pleno perdón de los pecados a través de la Palabra y los signos...  Lutero no hace nada más que repetir lo mismo que, a través del publicano, Jesús nos enseña hoy.  El corazón del culto y toda la vida de la Iglesia es la entrega del misericordioso perdón de Cristo a humildes pecadores. 

     La humildad nunca vaya a ser una palabra de moda con el mundo, pero es la palabra de verdad que puede rescatar hombres y mujeres perdidos, la humildad del Hijo de Dios, la cual es nuestra justicia, nuestra salvación. 

     Luego, para los pecadores que son convertidos a esta fe en el perdón de los pecados, todo cambia.  Hoy descendemos desde el templo a nuestras casas con alegría, porque somos justificados, tenemos paz y amistad con Dios. 

     Porque éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.   Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos).  Tenemos algo mucho mejor que el autoestima, porque somos estimados y amados a los ojos del Señor.  Hoy en Cristo, somos libres del miedo de humillación terrenal, sea por la pobreza, el desprecio de otros, la enfermedad, o por otros fracasos terrenales.  Estas cosas pueden venir, pero ya tenemos la vida de Cristo y toda la riqueza de Dios como nuestra herencia. 

     Por lo tanto, también somos libres de vivir con la humildad de Cristo.  Sin la necesidad de ganar en el  mundo, no buscamos solo nuestro bien, sino también compartimos el amor de Cristo con nuestros prójimos, incluso la buena noticia de que el Hijo de Dios vino para servir, y no ser servido, y para dar su vida en rescate de pecadores.    

     Sí, soy pecador, como todos los demás.  Como tú.  Es vergonzante.  Pero podemos atrevernos a confesarlo, porque en Cristo tenemos pleno perdón.  Somos justificados.  Vivimos en la misericordia de Dios.  Que alegría.  Amén.        


Eleventh Sunday after the Trinity

August 23, A + D 2020

Humility and Joy

     Two men went up to the temple to pray. We always go up to the temple, even if the room itself is located in a basement. If we are approaching the true God, the almighty creator, to pray, and worship, we are, in the cosmic sense, always going up, because the Lord God is greater and better and more than us. 

     We live in a time of radical egalitarianism, or so it is said, when any normal citizen should be able to interact with presidents and rulers and kings, without nervousness and with an equal voice. I'm not sure this idea is true, but it is not so with God. Although the Lord does not make himself visible to us, as he did from time to time with ancient Israel, the reality is that He comes, He comes down to us, sinful creatures.   Therefore, when we approach the Holy God to pray, the great difference between us and God must influence our behavior. We must enter the temple of the Lord with deep humility. 

      But we don't want to. Just like people who do not want to observe any measures against the microscopic threat that is called the coronavirus, we have a hard time taking an invisible God seriously. We live naturally by sight, and from what we can see, we human beings are impressive and important, we are the sovereigns of the natural world and capable of great things . In fact, we see every day that the most successful people in the world almost always lack humility. Pride, self-esteem, and self-promotion are the buzzwords in culture. Humility is for losers. Nice guys finish last, right?

     This perspective, so normal, so common, and often true in worldly and human affairs, is also eternally wrong. It is the great self-deception of our human race.  However, because the Lord God is concerned about our eternity, He decided to spend 33 years with us, visibly, to disabuse us of our pride and self-esteem, to be able to give us something much better. God, in the person of our Lord Jesus Christ, laid aside his glory and power for a while, coming down to take our human flesh, to give us an example of proper humility. 

     It is a common thing to think of Jesus as meek, courteous, and friendly. But all the time that Jesus lived like this, he was at the same time also the almighty creator of the entire universe, the source of all energy and matter, the great ruler of the cosmos. 

     On top of his example of humility, Jesus gave us many sermons on the same topic, none more important or profound than our gospel today .  To some who trusted themselves as righteous, and despised others, [Jesus] also told this parable: Two men went up to the temple to pray: one was a Pharisee, and the other a publican.   

     Contrary to today, historically there are many examples of cultures where worshiping the true God was very important. But zeal for the Lord does not change our nature. Although supposedly a man of religion, this Pharisee had no humility.  11 The Pharisee, standing up, prayed with himself in this way: God, I thank you that I am not like other men, thieves, unjust, adulterers, not even like this publican; 12 I fast twice a week, I tithe on everything I earn.       

     Wow, the nerve of this guy. Even many pagans, praying to mute idols, display outward humility. It´s tempting to think that Jesus is exaggerating. I have never seen someone so overtly egocentric in their prayer. But let's remember that Jesus was more concerned with the interior, with the faith of the heart.  Perhaps we never appear to be so obviously proud and self-satisfied.  But what is in our hearts, in our minds?  It is good to fast in preparation for worship, give a tithe, and avoid sin, as the Pharisee did. I truly hope that we all do similar things.  The question is, when we do good works, Are we able to avoid inner pride? Or do we begin to think that our works have made us won worthy to approach God on our own merit?

     Jesus continues:  But the publican, standing afar off, would not lift up his eyes to heaven, but beat his breast, saying, God be merciful to me a sinner. 

    The publican, this tax collector for the Roman rulers, those foreigners who persecuted the Jews, was not despised only by the Pharisees.  It was normal in Israel in the first century that everyone looked down on publicans, especially since many of them, like the famous short Zacchaeus, abused their job, taking more than necessary from the people, to get rich.  Many publicans deserved the contempt they received. 

     But right here we discover the power of humility.  Being humble in the world does not usually result in many benefits. But with the Lord, honest humility about our condition is a key that unlocks the heavenly treasure. Despite the reality of his life, the publican trusted that God is merciful. By the Word and the Spirit, he received faith in the promise that the Lord God of Israel wants to forgive sinners.  So then, with humility and shame, he confessed his sin, his need, his unworthiness. And Jesus praised him: 14 I tell you, this one went down to his house justified before the other .  

     What? How’s that? How can it be that God forgives repentant sinners, without them doing anything to deserve it? This is the question that has started most of the errors within the Christian Church for two thousand years. Where is the justice in giving mercy to bad people, without some previous reform on their part?    

     Jesus Christ is the answer.  The "it can be" of mercy is located and revealed in an even deeper humility, the passive humility of God himself.  The answer lies in the cosmic shame that the author of our parable and the author of our lives accepted, to provide God's justice to us.

     Jesus showed humility, the proper humility of a human being, in his life. He also taught, as in our parable today, the need for humility and honesty about sin. But ultimately, the justice that makes our forgiveness possible is the justice that Jesus suffered on the Cross. The wicked justice of the Jews and Romans, and the perfect justice of God, against all sinners.  The Cross is the key humiliation, the acceptance by Jesus of the sins of word, thought and deed, all the sins, exterior and interior, of all: those of the publican, and of the Pharisee, and of his own executioners, the sinners who with their own hands crucified the Lord of glory.  Father, forgive them because they do not know what they are doing. It is finished.   Christ Jesus is He who humbled himself unto death and hell.  In Him we receive mercy and justice and eternal life, because now He is exalted, resurrected, glorified and ruling in heaven right now.  And we are there with Christ the King, we his beloved baptized, as long as we continue in the true confession, the confession of our sinfulness and the divine mercy revealed on the Cross, the faith that binds us to Him forever.

    Therefore, as Luther says in the Greater Catechism, “in the Christian church everything is ordered so that daily we can obtain the full forgiveness of sins through the Word and the signs.”  With this Luther is simply repeating the same thing that, through the publican, Jesus teaches us today.  The heart of worship and the whole life of the Christian Church is the delivery of the merciful forgiveness of Christ to humble sinners. 

     Humility is never going to be a fashionable word with the world, but it is the word of truth that can rescue lost men and women, the humility of the Son of God, which is our salvation. 

     And for all sinners who are converted to this faith in the forgiveness of sins, everything changes. Today we descend from the temple to our homes with joy, because we are justified, we have peace and friendship with God. 

     We were by nature children of wrath, just like everyone else. But God, who is rich in mercy, because of his great love with which he loved us, even when we were dead in sins, gave us life together with Christ (by grace you are saved) . We have something much better than self-esteem, because we are esteemed and loved in the eyes of the Lord.  Today in Christ, we are free from the fear of earthly humiliation, be it from poverty, the contempt from others, sickness, or other earthly failures. These things may come, but we already have the life of Christ and all the wealth of God as our inheritance.          

     Therefore, we are also free to live with the humility of Christ, without the need to win in the world, not only seeking our good, but also sharing the love of Christ with our neighbors, and sharing with them the good news of the great surprise that the Son of God came to serve, and not to be served, and to give his life as a ransom for sinners. 

     Yes, I am a sinner, like everyone else.  Like you.  It’s shameful.  But we can dare to confess it, because in Christ we have full forgiveness. 

We are justified. 

We live in the mercy of God. 

What joy.  Amen.       

 

Monday, August 17, 2020

¿Hoy? ¿Sí, hoy! (Today? Yes, today!)

Sermón del 16 de agosto, 2020, primero en español, luego en inglés.

Sermon of August 16th, first in Spanish, then in English.  

Décimo Domingo después de Trinidad
16 de agosto, A+D 2020
¿Hoy?  ¡Sí, hoy!
 
https://youtu.be/xRQ3eOH3kdw
 
!Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz!
 
No es que el Diablo quiera persuadirnos que no importa tener una buena relación con Dios.  Él sabe que esta mentira no tiene mucha credibilidad.  Aun hoy, cuando el prestigio del cristianismo es cada vez más bajo entre los élites de la cultura, todavía en el corazón de la gran mayoría de la gente queda la convicción que necesitamos tener un amigo en Dios.  No, el Diablo sabe mejor que esto; es más sutil.  No niega la importancia de arreglar tu relación con Dios.  Pero, mañana. 
 
“No hay prisa,” dice el malvado. “Por supuesto es importante, pero tú puedes dejarlo a otro día, cuando tengas las cosas de tu vida mejor organizada, entonces puedas hacer lo necesario para tener una buena relación con Dios, tranquilamente.”  “No te preocupes,” susurra el enemigo, “mañana.”  “Déjalo para mañana, y el Señor entenderá.”
 
Es verdad, el Señor entiende.  Entiende muy bien esta mentira de Satanás y cuan agradable es a nuestros oídos.  Y por ende hoy el Espíritu Santo nos ha provisto lecturas para dispersar y corregir esta mentira, de verdad, las dos mentiras más feas que quiere proclamar Satanás. 
 
Primeramente, el Diablo quiere persuadirnos que hoy no sea el día, y segundo, que nosotros podamos hacer lo necesario para arreglar nuestra relación con Dios. 
 
Hoy es el día.  Siempre es el día en lo cual debemos tener paz con Dios.  Cada día.  El día que Jesús lloró por Jerusalén, en el Domingo de Ramos original; y el día de tu nacimiento; y hoy en día, en medio de la locura de agosto, 2020.  Fuimos creados para vivir cada día, cada momento, en comunión santa e íntima con el Señor.  Vivir en una alegre y constante dependencia de Dios es el plan divino para el ser humano.  Esto es la única manera duradera de vivir, porque el Señor Dios es la única fuente de vida. 
 
Cuando nos rebelamos contra nuestro Padre celestial en el jardín, el día que nos declaramos independientes del Todopoderoso, nuestra muerte y castigo fueron garantizados.  Espiritualmente, Adán y Eva murieron en el momento de comer. 
Se separaron de su íntima comunión con Dios, y su muerte física venía.  Solamente por el amor y gracia de Dios fue pospuesto nuestra destrucción eterna, porque Dios todavía nos amaba, a pesar de nuestra rebeldía.  Además, ya tenía su plan de salvarnos. 
 
El Señor dio al serpiente la promesa de un Salvador, y luego anunció la maldiciones de la vida humana, que iban a servir como recordatorios diarios de nuestra necesidad constante para este Salvador prometido, él que iba a pisar la cabeza del Diablo.  Cada día después, hasta hoy, el Señor nos llama a confiar en esta Promesa. 
 
Confiar en esta Promesa es la mejor manera de aguantar las dificultades de vida en este mundo plagado por el pecado, y es la única manera de tener paz con Dios.  Solo viviendo de la Promesa del Salvador, ya consumado y revelado en Cristo Jesús, solo viviendo así podemos decir con San Pablo que “el vivir es Cristo, y el morir es ganancia.”  Porque viviendo en esta fe, nada puede separarnos del amor de Dios.    
 
Hoy es el día de las cosas de nuestra Paz.  No importa si pensamos en la vida terrenal, espiritual, o eternal.  Hoy es el día en que debemos saber lo que es necesario para nuestra paz.  Vivir de una manera diferente es continuar en la rebeldía original de nuestra raza humana.  El enemigo nos tienta pensar que la vida según el plan del Señor sea una vida fastidiosa y sin gozo.  Pero la verdad es que la vida cristiana es la vida de amor, la vida de alegría verdadera, sin vergüenza, sin culpa, sin lágrimas.  La perfección de esta vida queda en el futuro, es verdad, pero también hoy en día es la mejor vida, aun con las lágrimas y fallos que sufrimos por el pecado.  El vivir en Cristo es la vida real y alegre.  No dejéis que nadie os diga otra cosa.     
 
La primera mentira es que tener paz con Dios es algo que pueda esperar para otro día, “mañana.”  La segunda mentira que el Espíritu Santo quiere revelar y corregir es la idea que nosotros podemos hacer las cosas que son para nuestra paz. 
 
Recordemos que Jesús lloró sobre Jerusalén y oró que ella conociera las cosas de su paz en el domingo antes del Viernes Santo.  El Hijo de Dios estaba entrando en su gran obra, finalmente pisaría sobre la cabeza del serpiente y así liberar todos los hijos de Adán y Eva de su esclavitud.  Este contexto debería ayudarnos recordar que el logro de nuestra paz con Dios no es dentro de nuestro poder.  La solución sólo puede venir de Dios, vino cuando Jesús aceptó y sufrió nuestro castigo y nuestra muerte.  Recibimos esta victoria, esta paz, cuando creemos y confiamos que esta victoria fue logrado para nosotros.  Jesús y su Cruz y Resurrección son las cosas que nos ganó paz con Dios.  Y siempre las recibimos por la fe. 
 
Satanás suele intentar aprovecharse de nuestra pereza, (Tranquilo, podemos esperar hasta mañana), y luego de nuestro orgullo, (y entonces tu podrás hacer lo necesario para agradar al Señor).  Cuando pensamos en la salvación, naturalmente pensamos que debemos y podemos hacer algo para contribuir a la buena relación que necesitamos con Dios.  Si no fuera así, estuviéramos completamente dependientes de la bondad de Dios. 
 
Y así es.  Somos totalmente dependientes.  La Paz con Dios siempre es un don recibido; viene por la fe, no por causa de nuestras obras.  Como dice San Pablo a los Romanos en capítulo 3:  Pero ahora, aparte de la ley, la justicia de Dios ha sido manifestada, …22 es decir, la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen; porque no hay distinción; 23 por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios, 24 siendo justificados gratuitamente por su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús.
 
Y hoy, hablando de su propio pueblo, la nación de Israel, Pablo añade:  ¿Qué, pues, diremos? Que los gentiles, que no iban tras la justicia, han alcanzado la justicia, es decir, la justicia que es por fe; 31 mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó.  32 ¿Por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley, pues tropezaron en la piedra de tropiezo, 33 como está escrito: He aquí pongo en Sion piedra de tropiezo y roca de caída; Y el que creyere en él, no será avergonzado.
 
Satanás quiere persuadirnos que la salvación viene, al menos en parte, por nuestras obras.  Pensar esto es precisamente tropezar en la piedra de tropiezo, la cual es Cristo Jesús crucificado para redimir los pecadores.  Si pudiéramos ganar paz con Dios por nuestras obras, entonces el Hijo de Dios habría muerto sin necesidad.  Pero no es así.  La realidad difícil para nuestro orgullo es que no tenemos nada para ofrecer a Dios que pudiera contribuir a la salvación. 
 
Pero, no te preocupes.  No mañana, pero hoy, Dios otra vez te da buenas nuevas: el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree…  Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro… Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.  
 
La pandemia del Covid19 nos recuerda, con más fuerza de la que estamos acostumbrados, que la muerte física está más cercana que solemos pensar.  Oremos a Dios que nosotros, y muchos más, estemos convencidos que hoy es el día.  Porque hoy, Cristo viene a nosotros con su justicia, su gracia, su perdón.  Hoy.  Ahora.
 
  Y mañana, cuando, por reconocer de nuevo tu pecado, te percates que hayas malgastado otro día, entonces, será de nuevo el día de tu paz.  Porque Cristo Jesús hace cada día nuevo, con su sangre limpiadora y sanadora.  Jesús está siempre dispuesto de oír tu arrepentimiento de nuevo, y quitar de ti tus pecados, y hacerte agradable a su Padre otra vez.  Esto no es una invitación a pecar.  Pero el amor de Cristo es tan fuerte.  A Él le encanta perdonar el pecador honestamente arrepentido, para así guardarnos dentro de su rebaño. 
 
Nos reunimos para oír, recibir y celebrar estas verdades, las cosas que son de nuestra paz.  Reunirse en persona o no todavía durante la pandemia queda una decisión muy difícil.  Todos queremos estar juntos, y no es posible celebrar la Santa Cena a distancia.  Al mismo tiempo, por diferentes niveles de vulnerabilidad, por diferentes circunstancias, y por toda la duda con que vivimos hoy en día, es entendible que otros todavía decidan no venir en persona.  Y esto está bien.  No somos cristianos y hermanos por enfrentar riesgos, ni por guardar cauteloso.  Somos cristianos solo por la gracia de Cristo, quien ha tratado a cada uno de nosotros con una gracia inmerecida, compartiendo con nosotros el amor divino y la vida eterna que nunca pudiéramos merecer.  Por ende, sigamos tratando los unos a los otros en esta misma gracia, confiando que Él que se encarnó y sufrió la Cruz para darnos Paz con Dios puede cuidarnos también hoy. 
 
Hoy es el día.  Cristo está con nosotros, y con él, también vienen el Espíritu y el Padre eterno.  Entonces hoy tenemos Paz, la Paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, y que guardará vuestros corazones y vuestras mentes, en Cristo Jesús, hasta la vida eterna, Amén.  


Tenth Sunday after Trinidad
August 16, A + D 2020
Today? Yes today!
 
https://youtu.be/xRQ3eOH3kdw
 
Oh, if you also knew, at least in this your day, what is for your peace!
 
It's not that the Devil wants to persuade us that itma´s not important to have a good relationship with God. He knows this lie doesn't have much credibility. Even today, when the prestige of Christianity is getting lower and lower among the elites of the culture, still in the hearts of the great majority of people the conviction remains that we need to have a friend in God. No, the Devil knows better than this; he is more subtle. He doesn't deny the importance of fixing your relationship with God. But, tomorrow. 
 
"There is no rush," says the evil one." Of course it´s important, but you can leave it to another day, when you have things in your life better organized, then you can do what it takes to have a good relationship with God, without stress." "Don't worry," the enemy whispers, "tomorrow." "Leave it for tomorrow, and the Lord will understand."
 
It's true, the Lord understands. He understands very well this lie of Satan and how pleasant it is to our ears. And therefore today the Holy Spirit has provided us with readings to disperse and correct this lie, really, the two ugliest lies that Satan wants to proclaim. 
 
First, the Devil wants to persuade us that today is not the day, and second, that we can do whatever it takes to fix our relationship with God. 
 
Today is the day. It is always the day in which we must have peace with God. Every day. The day that Jesus wept for Jerusalem, on the original Palm Sunday; and the day of your birth; and today, in the midst of the madness of August, 2020. We were created to live each day, each moment, in holy and intimate communion with the Lord. Living in a cheerful and constant dependence on God is the divine plan for human beings. It is the only lasting way to live, because the Lord God is the only source of life. 
 
When we rebelled against our heavenly Father in the garden, the day we declared ourselves independent from the Almighty, our death and punishment were guaranteed. Spiritually, Adam and Eve died at the time of eating. They separated from their intimate communion with God, and their physical death was coming. Only by the love and grace of God was our eternal destruction postponed, because God still loved us, despite our rebellion. Besides, he already had his plan to save us. 
 
The Lord gave the serpent's promise of a Savior, and then announced the curses of the life human, which would serve as daily reminders of our constant need for the promised Savior, he who would crush the head of the Devil. Every day since, down to today, the Lord calls us to trust this Promise. 
 
Trusting in this Promise is the best way to endure the difficulties of life in this world plagued by sin, and it is the only way to have peace with God. Only by living in the promise of the Savior, and consummated and revealed in Christ Jesus, only by living this way can say with St. Paul that "to live is Christ, and to die is gain." Because living in this faith, nothing can separate us from the love of God.    
 
Today is the day of the things of our Peace. It does not matter if we think of earthly, spiritual, or eternal life. Today is the day that we know what that is necessary for our peace. To live in a different way is to continue in the original rebellion of our human race. The enemy tempts us to think that life according to the plan of the Lord is a fastidious and joyless life. But the truth is that the Christian life is the life of love, the life of true joy, without shame, without guilt, without tears. The perfection of this life remains in the future, it is true, but today it is also the best life , even with the tears and failures that we suffer from sin . Living in Christ is real, joyous life.   Don't let anyone tell you otherwise.       
 
Satan´s first lie today is that having peace with God is something that can wait for another day, "tomorrow." The second lie that the Holy Spirit wants to reveal and correct is the idea that we can do the things that are for our peace. 
 
Let us remember that Jesus wept over Jerusalem and prayed that she would know the things of her peace on the Sunday before Good Friday. The Son of God was entering his great work, he would finally step on the head of the serpent and thus free all the children of Adam and Eve from their slavery. This context should help us remember that achieving our peace with God is not within our power. The solution can only come from God, and it came when Jesus accepted and suffered our punishment and our death.  We receive this victory, this peace, when we believe and trust that this victory was achieved for us .  Jesus and his Cross and Resurrection are the things that won us peace with God . And we always receive them by faith. 
 
Satan often tries to take advantage of our laziness, ( Relax, you can wait until tomorrow ), then our pride ( and then you'll do what it takes to please the Lord ).  When we think of salvation, we naturally think that we should and can do something to contribute to the good relationship we need with God. If not, then we would be completely dependent on the goodness of God. 
 
And so it is.  We are totally dependent.  Peace with God is always a gift received.  It comes by faith, not because of our works. As Saint Paul says to the Romans in chapter 3: But now, apart from the law, the justice of God has been manifested,… 22 that is, the justice of God through faith in Jesus Christ, for all those who believe; because there is no distinction; 23 because all have sinned and fall short of the glory of God, 24 being justified freely by his grace through the redemption that is in Christ Jesus.        
 
And today, speaking of his own people, the nation of Israel, Paul adds: What then shall we say? That the Gentiles, who did not pursue justice, have achieved justice, that is, justice that is by faith; 31 but Israel, who pursued a justice by the law, did not reach it.  32 Why?  Because they pursued it not by faith, but as by works of the law, and so they stumbled over the stumbling stone, 33 as it is written: Behold , I put in Zion a stumbling block and a stone to fall over; And whoever believes in him will not be ashamed.   
 
Satan wants to persuade us that salvation comes, at least in part, through our works. To think this is precisely to stumble over the stumbling block, which is Christ Jesus crucified to redeem sinners. If we could win peace with God by our works, then the Son of God would have died unnecessarily. But it's not like that. The difficult reality for our pride is that we have nothing to offer God that could contribute to salvation. 
 
But do not worry. Not tomorrow, but today, God again gives you good news: the end of the law is Christ, for justice to all who believe ... Because the wages of sin is death, but the gift of God is eternal life in Christ Jesus Lord our ... Therefore, having been justified by faith, we have peace with God through our Lord Jesus Christ, through whom we have also obtained entrance by faith into this grace in which we stand, and we glory in hope of the glory of God.       
 
The Covid19 pandemic reminds us, more strongly than we are used to, that physical death is closer than we usually think. Let us pray to God that we, and many more people, are convinced that today is the day. Because today, Christ comes to us with his righteousness, his grace, his forgiveness.  Today.  Right now. 
 
  And tomorrow, when , by recognizing your sin again, you realize that you have wasted another day, then it will be the day of your peace all over again.  Because Christ Jesus makes each day new, with his cleansing and healing blood. Jesus is always willing to hear your repentance again, and take away your sins, and make you pleasing to his Father again.  This is not an invitation to sin. But the love of Christ is that strong .  He loves to forgive the honestly repentant sinner, in order to keep us within his flock. 
 
We come together to hear, receive and celebrate these truths, the things that are of our peace. Meeting in person or not yet during the pandemic remains a very difficult decision. We all want to be together, and it is not possible to celebrate the Lord´s Supper from a distance. At the same time, due to different levels of vulnerability, due to different circumstances, and all the doubts we live with today, it is understandable that some still decide not to come in person. And this is fine. We are not Christians and brothers for facing risks, nor for being cautious. We are Christians only by the grace of Christ, who has treated each of us with undeserved grace, sharing with us the divine love and eternal life we could ever deserve. Therefore, let us continue to treat each other in this same grace, trusting that He who became incarnate and suffered the Cross to give us Peace with God can also take care of us today. 
 
Today is the day. Christ is with us, and with him, the Spirit and the eternal Father also come.  So today we have Peace, the Peace of God, which surpasses all understanding, and which will guard your hearts and your minds, in Christ Jesus, until eternal life, Amen.  

 

 

 

Sunday, August 9, 2020

El Regreso al Hogar, sermón del Noveno Domingo después de la Santa Trinidad

Sermón del Mayordomo Malo, primero en español, y luego en inglés.  

Sermon about the Unjust Steward, first in Spanish, then in English

Noveno Domingo después de Trinidad

Nueve de Agosto, A+D 2020

El Regreso al Hogar

San Lucas 16:1-13

      Es curioso como parece que Jesús está elogiando el pecado, ¿no?  El mayordomo malo estafó a su señor, para que tendría amigos con quienes pudiera alojarse después de su despido.  Sorprendentemente, el hombre rico le elogió por su astucia, y luego Jesús parece instruirnos hacer lo mismo:  Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas. ¿Qué quiere decir nuestro Señor con esto, que estafar y robar son aceptables? 

      No.  Jesús no está alabando el pecado del mayordomo malo, sino, dentro de su contexto, está alabando sus prioridades.  Él mayordomo quería asegurar un feliz regreso al hogar para sí mismo; quería garantizar, a pesar de haber sido descubierto como un mal empleado, que siempre tendría un sitio adonde sería acogido.  Su contexto es mundano, y su carácter es pecaminoso.  Pero él sabe lo que es finalmente importante. 

     Jesús no está dándonos permiso de estafar, ni robar, sino nos está indicando las prioridades benditas, para que prioricemos el tener de un hogar realmente bueno, de hecho el mejor hogar.  Jesús nos está enseñando priorizar nuestra recepción en las moradas eternas.  

     Estamos en una temporada del regreso a casa.  De volver a visitar y disfrutar de nuestros bases originales:  la casa de nuestros abuelos, el pueblo donde nos criamos, la playa de nuestra adolescencia.  Tal vez, por el confinamiento de la primavera y toda la tragedia y locura de la pandemia, es un regreso agridulce, pero más profundo a la vez.  Para muchos, este año las vueltas a casa están pospuestas, porque no haya buenas opciones de viajar.  Normalmente en agosto Shelee y yo vamos a una conferencia en la República Dominicana, donde reconectamos con nuestros compañeros misioneros de todo el mundo hispano, una reunión de muy buenos amigos.  Este año no lo pudo ser.  También muchos de vosotros son inmigrantes a España, y visitar a vuestro país natal este año es más o menos imposible.  Otros sí, han podido regresar a casa, y por eso damos gracias al Señor.

      Sentimos fuertes emociones y a veces hacemos esfuerzos estupendos para poder regresar al hogar.  Hoy Jesús nos está diciendo que debemos experimentar esta misma emoción y hacer aún más esfuerzo para garantizar que, algún día, nos reciban en el hogar celestial.   

      No se puede dar demasiado hincapié a la importancia de priorizar nuestra recepción en el Reino de los Cielos.  Es una prioridad que requiere fe, claro, porque no podemos ver ni visitar de vacaciones a estas moradas benditas.  De hecho, no podemos aun imaginarlas con exactitud, tan grueso es el velo que el pecado ha puesto ante nuestros ojos.  Solo tenemos la Palabra, que nos da una descripción bonita, pero sin muchos detalles. 

      Más que detalles, el Espíritu Santo en su Biblia suele animarnos con las bendiciones de la corte celestial, y luego advertirnos de la importancia de organizar las cosas para que lleguemos salvos allá.  Porque si no, pasaremos la eternidad en el hogar maldito, echados en las tinieblas de afuera, en la casa del diablo y sus demonios, donde será el llanto y el crujir de dientes.  No queremos terminar allá, ni tampoco quiere el Señor que lleguemos a este destino, tan feo, y permanente.   

      Por eso, como nos enseña Jesús hoy, es claramente correcto que debemos priorizar nuestros asuntos para que nos reciban en el hogar eterno de Dios.  Y así vemos la relación entre el mal conducto del mayordomo y la admonición del Jesús: Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. 

      El mayordomo malo consiguió su hogar deseado, para pasar esta vida en confort, con los otros hijos de este siglo.  Los hijos de la luz, es decir, los hijos de Dios, también deben priorizar su regreso al hogar, pero nuestro destino deseado es el hogar sublime, las moradas eternas.  Y la clave para conseguir este objetivo es no amar a la riqueza, sino que amemos a Dios.  De verdad, siempre debemos usar la riqueza injusta, es decir, todos los bienes de este mundo caído, en servicio de esta meta final y más importante. 

     Prioricemos nuestra recepción en los cielos de Dios, por no amar la riqueza, sino más bien, amemos al Señor.  Así termina la lectura del Evangelio, y así terminamos el sermón.  ¿Vale? 

      ¿Ok?  ¿El concepto es sencillo, no?  Nuestro Señor nos aceptará siempre que le tengamos como nuestro primer y más amado bien.  Perfectamente entendible y manejable, ¿no?

      No.  Hay un problema, un problema enorme.  Amamos la riqueza injusta de este mundo caído, la amamos tanto.  No podemos ver a Dios, ni sus moradas celestiales, descritas con palabras tan bellas.  Pero sí, podemos ver los bienes materiales, y nos fascinan.  Amar a Dios y no la riqueza terrenal es el mandamiento.  Y así sabemos muy bien que nunca hemos merecido una recepción en las moradas eternas, porque no podemos enfocar en Dios debidamente.  Nuestros ojos son siempre atraídos a los objetos deseables que podemos ver. 

      Entendemos el mandamiento, y tal vez aceptamos que es justo.  Pero nunca, ni en nuestro mejor día, nunca hemos merecido el regreso al hogar de Dios.  Debemos llegar al portal con un obsequio para el Anfitrión, el regalo de nuestro amor indiviso.  Pero diariamente dividimos nuestro amor.  A veces el Señor recibe una porción.  ¿Pero todo nuestro corazón?  Sí, tenemos un problema, lo cual es, para nosotros, insuperable. 

      Sin embargo, hemos ganados amigos para recibirnos en el hogar celestial.  Incluso tenemos un amigo en Dios, quien ha abierto su puerta a nosotros y nos está esperando.  Porque el Señor entendía nuestra debilidad, nuestro pecado, mejor que nosotros, y a pesar de nuestra falta de amor a Él, Dios nos amó.  ¿Tanto y cómo nos amó el Señor?  Tu ya sabes de tal manera.  La carrera que debemos terminar, la vida de priorizar nuestra recepción celestial por encima de todo, esta carrera justa Jesús vivió al revés. 

      Ya estaba, desde la eternidad, sentado a la diestra del Padre, disfrutando de todo el bien y la gloria de las moradas celestiales, las cuales no son nada más que estar en la presencia de Dios.  Todo era perfecto, pero el Señor quería compartirlo con nosotros.  Entonces, debido a nuestra discapacidad de priorizar los cielos por encima de  la tierra, el Hijo eterno dejó su hogar divino, para bajar al mundo, y ganar una buena recepción para nosotros.  Salió de su hogar celestial, desde el sitio más alto, la diestra de gloria.  Salió, porque le importaba más buscar a nosotros, que disfrutar sin interrupción de la gloria de Dios Trino, de lo cual el Hijo es la segunda persona. 

      Jesús descendió por un tiempo, para realizar un ministerio único, para cumplir perfectamente, en nuestro lugar, el mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas, y así usar la riqueza injusta para ganar amigos, nuevos hermanos de la familia divina. 

      ¿Qué riqueza injusta usó Cristo Jesús para lograr nuestro regreso al hogar celestial?  Pues, la carne humana, recibida de la Virgen.  También, unas barcas de pesca, y sus redes, prestadas para predicar, y luego Jesús atrajo un puñado de discípulos por la pesca milagrosa.  Doce hombres sencillos, quienes recibirían del Maestro los misterios del Reino de los Cielos.  Cristo usaba los donativos de unas mujeres judías, que apoyaban la vida itinerante de Él y sus doce compañeros.  Jesús usó las fiestas de los judíos, iconos desconocidos de su propio ministerio, que le dieron oportunidades de predicar la culpa de todos los seres humanos, y el misterio de su Evangelio. 

      Además, así atrajo el odio de los élites.  Sí, el Señor incluso usó el odio, y el poder, orgullo y miedo del Imperio Romano.  Y un cáliz lleno de vino, y una barra de pan, quebrantada para compartir con pecadores, para el perdón de todos sus pecados.  Finalmente, la riqueza injusta por excelencia:  unas vigas de madera, construidas en forma de una T, y la tumba de un hombre rico.

      Con todos estos materiales injustos, algunos ricos, otras comunes, Jesús hizo todo lo necesario para ganarnos la amistad de Dios, para tener el Todopoderoso como Amigo, y las moradas eternas como nuestro verdadero hogar. 

      Y ahora en Cristo, somos redimidos, perdonados, declarados justos, y también declarados amigos de Dios.  Así tenemos la oportunidad y privilegio de ser buenos mayordomos hoy en día, a la medida que Cristo obra en y a través de nosotros.  Por ende, como cristianos, tenemos una perspectiva distinta sobre la riqueza.  Comprendemos que en sí es injusta, y nunca pudiera ganarnos un hogar eterno. 

      Al mismo tiempo reconocemos que toda la riqueza y las cosas materiales son regalos de Dios.  Y así, en vez de amarlas como nuestro mejor bien, sabemos de alabar a Dios por ellas, y utilizarlas para su gloria.  Como mayordomos cristianos, empezamos de utilizar la riqueza para servir a nuestra familia, nuestros hermanos, nuestros vecinos, siempre preparados en el trascurso de esta vida de dar la razón por nuestra alegría.  Porque en Cristo Jesús, nuestra bienvenido al hogar de Dios es garantizado, y nunca pudiéramos tener ninguna riqueza mayor.   

     Espero que cada uno de vosotros disfrutéis de muchas reuniones con queridos amigos y familiares, y que tengáis muchos regresos felices a los hogares favoritos.  Y cuando estáis alegres, disfrutando de la presencia y amor de amigos y familia, recordad que Jesús os está preparando un hogar aún mejor, las moradas celestiales.  Allí tendréis el gozo verdadero, por los siglos de los siglos, Amén. 

 

Ninth Sunday after Trinidad 

August 9, A + D 2020

Homecoming

Luke 16: 1-13

It's funny how it seems that Jesus is praising sin, no?   The evil steward cheated his lord, so that he would have friends with whom he could stay after he was fired. Surprisingly, the rich man praised him for his shrewdness, and then Jesus seems to instruct us to do the same:  Win friends through unjust wealth, so that when it is lacking, you will be welcomed into eternal dwellings. What does our Lord mean by this, that cheating and stealing are acceptable?   

No. Jesus is not praising the sin of the bad steward, but, in context, his priorities. He wanted to ensure himself a happy homecoming; he wanted to guarantee, despite his having been discovered to be a bad employee, that he would always have a place where he would be welcomed. His context is worldly, and his character is sinful. But he knows what is ultimately important. Jesus is not giving us permission to cheat, or steal, but he is indicating to us what are the blessed priorities, so that we prioritize having a really good home, in fact the best home. Jesus is teaching us to prioritize our reception in the eternal dwellings. 

We are in a homecoming season. To revisit and enjoy our original bases: the house of our grandparents, the town where we grew up, the beach of our adolescence. Perhaps, because of the confinement of spring and all the tragedy and madness of the pandemic, it is a bittersweet return, but deeper at the same time. For many, this year the returns home are postponed, because there are no good travel options. Usually in August, Shelee and I go to a conference in the Dominican Republic, where we reconnect with our fellow missionaries from all over the Hispanic world, a gathering of very good friends. This year it couldn't be. As well, many of you are immigrants to Spain, and visiting your native country this year is more or less impossible.

     Others have been able to return home, and for that we thank the Lord.  We feel strong emotions and sometimes we make great efforts to be able to return home. Today Jesus is telling us that we should experience this same emotion and do even more to ensure that one day we are welcomed into the heavenly home.   

The importance of prioritizing our reception in the heavenly home, cannot be overemphasized. It is a priority that requires faith, of course, because we cannot see or visit these blessed abodes on vacation. In fact, we cannot even imagine them exactly, so thick is the veil that sin has placed before our eyes. We only have the Word, which gives us a nice description, but without many details. More than details, Christ in his Bible often encourages us with the blessings of the heavenly court, and then warns us of the importance of organizing things so that we get there safely. Because if not, we will spend eternity in the cursed home, cast into the outer darkness, the house of the devil and his demons, where there will be weeping and gnashing of teeth.   We do not want to end there, nor does the Lord want us to reach this destination, so ugly, and permanent.   

Therefore, as Jesus teaches us today, it is clearly correct that we must prioritize our affairs so that they receive us into the eternal home of God. And so we see the relationship between the misconduct of the steward and the admonition of Jesus: No servant can serve two masters; for either he will hate the one and love the other, or he will be devoted to the one and despise the other. You cannot serve God and riches .   The evil steward got his desired home, to spend this life in comfort, with the other children of this age. The children of light, that is, of God, must also prioritize their return home, but our desired destination is the sublime home, the eternal abodes. And the key to achieving this goal is not to love wealth, but to love God. In truth, we must always use unjust wealth, that is, all the goods of this unjust world, in service of this final and most important goal. 

Let's prioritize our reception into God's heavens, by not loving wealth, but rather, let's love the Lord. Thus ends the Gospel reading, and thus we end the sermon. Ok? 

Ok? The concept is simple, right? Our Lord will accept us as long as we have him as our first and most beloved good. Perfectly understandable and manageable, right?

No. There is a problem, a huge problem. We love the unjust wealth of this fallen world, we love it so much. We cannot see God, nor his heavenly abodes, described in such beautiful words. But yes, we can see material goods, and they fascinate us. Loving God and not earthly wealth is the command. And so we know very well that we have never deserved a reception in the eternal mansions, because we cannot focus on God properly; our eyes are always drawn to desirable objects that we can see. We understand the commandment, and perhaps we accept that it is fair. But never, not on our best day, never have we ever deserved a homecoming with God. We must arrive at the portal with a gift for the Host, the gift of our undivided love. But daily we divide our love. Sometimes the Lord receives a portion. But our whole heart? Yes, we have a problem, which is, for us, insurmountable. 

However, we have made friends to welcome us into the heavenly home. We even have a friend in God, who has opened his door to us and is waiting for us. Because the Lord understood our weakness, our sin, better than we do, and despite our lack of love for Him, God loved us. So much and how did the Lord love us? You already know the way. The race that we must fulfill, the life of prioritizing our heavenly reception above all else, Jesus lived in reverse.  He already was, from eternity, seated at the right hand of the Father, enjoying all the good and the glory of the heavenly abodes, which are nothing more than being in the presence of God. Everything was perfect, but the Lord wanted to share it with us. So, because of our inability to prioritize heaven over earth, the eternal Son left his divine home, to come down to us, and earn a good reception for us. He left his home, his heavenly abode, in the highest place, the right hand of glory. He left, because he cared more about seeking us than enjoying without interruption the glory of the Triune God, of which he is the second person. Jesus descended for a time, to carry out a unique ministry, to fulfill perfectly, in our place, the commandment to love God above all things, and thus use unjust wealth to win friends, new brothers of the divine family.  

What unjust wealth did Christ Jesus use to bring us home to heaven? Well, human flesh, received from the Virgin. Also, some fishing boats, and their nets, loaned to preach, and later to attract a handful of disciples by a miraculous catch. Twelve simple men, who would receive from the Master the mysteries of the Kingdom of Heaven. The donations of some Jewish women, who supported the itinerant life of Him and his twelve companions. Jesus used the Jewish festivals, unknown icons of his own ministry, which gave him opportunities to preach the guilt of all human beings, and the mystery of his Gospel. Thus he also thus attracted the hatred of the elites. He used the power, pride and fear of the Roman Empire. A cup full of wine, and a loaf of bread, broken to share with sinners, for the forgiveness of all their sins. And finally the unjust wealth par excellence, some wooden beams, built into the shape of a T, and the tomb of a rich man.   

    With all these unjust materials, some rich, some common, Jesus did everything necessary to win us the friendship of God, to have the Almighty as a Friend, and the eternal dwellings as our true home. 

And now, redeemed, forgiven, declared righteous, and also declared friends of God, we have the opportunity and privilege to be good stewards today, as Christ works in and through us. Thus, as Christians, we have a different perspective on wealth. We understand that it is unjust in itself, and could never earn us an eternal home. At the same time we recognize that all wealth and material things are gifts from God, and thus instead of loving them as our best good, we know to praise God for them, and use them for his glory. As Christian stewards, we begin to use wealth to serve our family, our brothers and sisters, our neighbors, always prepared in the course of life to give reason for our joy. Because in Christ Jesus, our welcome to God's home is guaranteed, and we could never have any greater wealth.   

I hope that each of you enjoy many gatherings with dear friends and family, and that you have many happy returns to your favorite homes. And when you are joyful, enjoying the presence and love of friends and family, remember that Jesus is preparing for you an even better home, the heavenly dwellings. There you will have true joy, forever and ever, Amen.