Sermón primero en español, luego en inglés. Sermon first in Spanish, then in English.
Undécimo Domingo después de la Trinidad
23 de agosto, A+D 2020
Humildad y Alegría
Dos hombres subieron al templo a orar. Siempre subimos al templo, aun si la sala en sí está ubicado en un sótano. Si nos estamos acercando al verdadero Dios, el todopoderoso creador, para orar, y rendir culto, estamos, en el sentido cósmico, siempre subiendo, porque el Señor Dios es mayor y mejor y más que nosotros.
Vivimos en una época de igualitarismo radical, o así se dice, cuando cualquier ciudadano normal debería poder interactuar con presidentes y gobernantes y reyes, sin nerviosismo y con una voz igual. No estoy seguro que esta idea sea cierta, pero no es así con Dios. Aunque el Señor no se hace visible a nosotros, como hacía de vez en cuando con el Israel antiguo, la realidad es que Él viene. Tenemos su promesa. Él Santo, Santo, Santo Dios baja a nosotros, criaturas pecadoras, cada vez que nos reunimos en su Nombre. Por ende, cuando nos acercamos al Santo Dios para orar, la gran diferencia entre nosotros y Dios debe influir nuestro comportamiento. Debemos entrar en el templo del Señor con humildad profunda.
Pero no queremos. Igual como la gente que no quieren observar ninguna medida contra la amenaza microscópica que se llama el coronavirus, nos cuesta mucho tomar en serio un Dios invisible. Vivimos naturalmente por la vista, y por lo que podemos ver, nosotros seres humanos somos impresionantes e importantes, somos soberanos del mundo natural y capaces de grandes cosas. De hecho, vemos cada día que las personas más exitosas en el mundo casi siempre carecen humildad. Orgullo, autoestima y autopromoción son las palabras de moda en la cultura. Humildad es para perdedores. Los chicos buenos terminan el último, ¿no?
Esta perspectiva, tan normal, tan común, y muchas veces cierta en los asuntos mundanos y humanos, es también eternamente equivocada. Es el gran autoengaño de nuestra raza humana. Sin embargo, porque el Señor Dios está preocupado por nuestra eternidad, decidió pasar 33 años con nosotros, visiblemente, para desengañarnos de nuestro orgullo y autoestima, para poder darnos algo mucho mejor. Dios, en la persona de nuestro Señor Jesucristo, dejó al lado su gloria por un tiempo, bajando para asumir nuestra carne humana, para ofrecernos un ejemplo de la humildad apropiada.
Es una cosa común pensar en Jesús como manso, cortés, y simpático. Pero todo el tiempo que Jesús vivía así, era también, en cada momento, el todopoderoso creador de todo el universo, la fuente de toda energía y materia, el gran soberano de los cosmos.
Encima de su ejemplo de humildad, Jesús nos dio muchos discursos sobre el mismo tema, ningún más importante o profundo que nuestro evangelio de hoy. A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, [Jesús] dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano.
Al contrario de hoy, históricamente hay muchos ejemplos de culturas donde rendir culto al verdadero Dios era muy importante, como Israel en el tiempo del ministerio de Jesús. Pero el celo para el Señor no cambia nuestra naturaleza. Aunque supuestamente un hombre dedicado a la religión, este fariseo no tenía humildad. 11 El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; 12 ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.
¡Vaya, qué cara tiene este tío! Aun muchos paganos, orando a ídolos mudos, muestran una humildad externa. Es una tentación pensar que Jesús esté exagerando. Nunca he visto alguien tan abiertamente egocéntrico en su oración. Pero recordemos que Jesús se preocupaba más con el interior, con la fe de corazón. Tal vez nunca aparecemos ser tan obviamente orgulloso y autosatisfecho. ¿Pero qué está en nuestros corazones, en nuestras mentes? Es bueno ayunar en preparación para el culto, dar el diezmo, y evitar pecado, como hacía el fariseo. De verdad espero que todos hagamos cosas similares. La cuestión es, cuando hacemos buenas obras, ¿somos capaces de evitar el orgullo interior? ¿O empezamos de pensar que estas obras nos hagan dignos de acercarnos a Dios por nuestro propio mérito?
Jesús continúa: Pero, el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.
El publicano, este recaudador de impuestos para los gobernantes romanos, aquellos extranjeros que perseguían a los judíos, no fue despreciado solo por los fariseos.
Fue normal en Israel en el primer siglo que todos menospreciaban a los recaudadores de impuestos, especialmente porque muchos de ellos, como el famoso bajito Zaqueo, abusaban sus puestos de trabajo, sacando más impuestos del pueblo de lo que fue autorizado, para hacerse ricos. Muchos publicanos merecían el desprecio que recibían.
Pero justo aquí descubrimos el poder de la humildad. Ser humilde en el mundo no suele resultar en muchos beneficios. Pero con el Señor, la humildad honesta sobre nuestra condición es una llave que abre el tesoro celestial. A pesar de la realidad de su vida, el publicano confió que Dios es misericordioso. Por la Palabra y el Espíritu, recibió fe en la promesa que el Señor Dios de Israel quiere perdonar a pecadores. Entonces, con humildad y vergüenza, confesó su pecado, su necesidad, su indignidad. Y Jesús le alabó: 14 Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro.
¿Qué? ¿Cómo? ¿Cómo puede ser que Dios perdone a los
pecadores arrepentidos, sin que ellos hagan nada para merecerlo? Esto es la pregunta que ha iniciado la
mayoría de los errores dentro de la Iglesia Cristiana durante dos mil años. ¿Dónde está la justicia en dar misericordia a
malas personas, sin alguna reforma previa por su parte?
La respuesta es Jesucristo. El “puede ser” de misericordia está ubicada y revelada en la humildad aún más profunda, la humildad pasiva de Dios mismo. La respuesta se encuentra en la vergüenza cósmica que el autor de nuestra parábola y el autor de nuestras vidas aceptó, para proveer la justicia de Dios a nosotros.
En su vida Jesús mostró humildad, la humildad apropiada de un ser humano. También enseñó, como en nuestra parábola de hoy, de la necesidad de humildad y honestidad sobre el pecado. Pero finalmente, la justicia que hace posible nuestro perdón es la justicia que Jesús sufrió en la Cruz. La justicia perversa de los judíos y romanos, y la justicia perfecta de Dios, contra todos los pecadores. La Cruz es la humillación clave, la aceptación por Jesús de los pecados de palabra, pensamiento y obra, todos los pecados, exteriores e interiores, de todos: los del publicano, y del fariseo, y de sus propios verdugos, los pecadores que con sus propias manos crucificaron el Señor de gloria.
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
Consumado es.
Cristo Jesús es el que se humilló a sí mismo, hasta la muerte y el infierno. En Él recibimos misericordia y justicia y vida eterna, porque ahora es enaltecido, resucitado, glorificado y está gobernando en el cielo ahora mismo.
Y con Cristo el Rey estamos nosotros, sus queridos bautizados, siempre y cuando seguimos en la confesión verdadera, la confesión de nuestra pecaminosidad y la misericordia divina revelada en la Cruz. Esto es la fe que nos ata a Él para siempre.
Por lo tanto, como dice Lutero en el Catecismo Mayor, "en la iglesia cristiana todo está ordenado para que diariamente podamos obtener el pleno perdón de los pecados a través de la Palabra y los signos... Lutero no hace nada más que repetir lo mismo que, a través del publicano, Jesús nos enseña hoy. El corazón del culto y toda la vida de la Iglesia es la entrega del misericordioso perdón de Cristo a humildes pecadores.
La humildad nunca vaya a ser una palabra
de moda con el mundo, pero es la palabra de verdad que puede rescatar hombres y
mujeres perdidos, la humildad del Hijo de Dios, la cual es nuestra justicia, nuestra
salvación.
Luego, para los pecadores que son convertidos a esta fe en el perdón de los pecados, todo cambia. Hoy descendemos desde el templo a nuestras casas con alegría, porque somos justificados, tenemos paz y amistad con Dios.
Porque éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. 4 Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, 5 aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos). Tenemos algo mucho mejor que el autoestima, porque somos estimados y amados a los ojos del Señor. Hoy en Cristo, somos libres del miedo de humillación terrenal, sea por la pobreza, el desprecio de otros, la enfermedad, o por otros fracasos terrenales. Estas cosas pueden venir, pero ya tenemos la vida de Cristo y toda la riqueza de Dios como nuestra herencia.
Por lo tanto, también somos libres de vivir con la humildad de Cristo. Sin la necesidad de ganar en el mundo, no buscamos solo nuestro bien, sino también compartimos el amor de Cristo con nuestros prójimos, incluso la buena noticia de que el Hijo de Dios vino para servir, y no ser servido, y para dar su vida en rescate de pecadores.
Sí, soy pecador, como todos los
demás. Como tú. Es vergonzante. Pero podemos atrevernos a confesarlo, porque
en Cristo tenemos pleno perdón. Somos
justificados. Vivimos en la misericordia
de Dios. Que alegría. Amén.
Eleventh Sunday
after the Trinity
August 23, A + D
2020
Humility and Joy
Two men went up to the temple to pray. We always go up to the temple, even if the room itself is located in a basement. If we are approaching the true God, the almighty creator, to pray, and worship, we are, in the cosmic sense, always going up, because the Lord God is greater and better and more than us.
We live in a time of radical egalitarianism, or so it is said, when any normal citizen should be able to interact with presidents and rulers and kings, without nervousness and with an equal voice. I'm not sure this idea is true, but it is not so with God. Although the Lord does not make himself visible to us, as he did from time to time with ancient Israel, the reality is that He comes, He comes down to us, sinful creatures. Therefore, when we approach the Holy God to pray, the great difference between us and God must influence our behavior. We must enter the temple of the Lord with deep humility.
But we don't want to. Just like people who do not want to observe any measures against the microscopic threat that is called the coronavirus, we have a hard time taking an invisible God seriously. We live naturally by sight, and from what we can see, we human beings are impressive and important, we are the sovereigns of the natural world and capable of great things . In fact, we see every day that the most successful people in the world almost always lack humility. Pride, self-esteem, and self-promotion are the buzzwords in culture. Humility is for losers. Nice guys finish last, right?
This perspective, so normal, so common, and often true in worldly and human affairs, is also eternally wrong. It is the great self-deception of our human race. However, because the Lord God is concerned about our eternity, He decided to spend 33 years with us, visibly, to disabuse us of our pride and self-esteem, to be able to give us something much better. God, in the person of our Lord Jesus Christ, laid aside his glory and power for a while, coming down to take our human flesh, to give us an example of proper humility.
It is a common thing to think of Jesus as meek, courteous, and friendly. But all the time that Jesus lived like this, he was at the same time also the almighty creator of the entire universe, the source of all energy and matter, the great ruler of the cosmos.
On top of his example of humility, Jesus gave us many sermons on the same topic, none more important or profound than our gospel today . To some who trusted themselves as righteous, and despised others, [Jesus] also told this parable: Two men went up to the temple to pray: one was a Pharisee, and the other a publican.
Contrary to today, historically there are many examples of cultures where worshiping the true God was very important. But zeal for the Lord does not change our nature. Although supposedly a man of religion, this Pharisee had no humility. 11 The Pharisee, standing up, prayed with himself in this way: God, I thank you that I am not like other men, thieves, unjust, adulterers, not even like this publican; 12 I fast twice a week, I tithe on everything I earn.
Wow, the nerve of this guy. Even many pagans, praying to mute idols, display outward humility. It´s tempting to think that Jesus is exaggerating. I have never seen someone so overtly egocentric in their prayer. But let's remember that Jesus was more concerned with the interior, with the faith of the heart. Perhaps we never appear to be so obviously proud and self-satisfied. But what is in our hearts, in our minds? It is good to fast in preparation for worship, give a tithe, and avoid sin, as the Pharisee did. I truly hope that we all do similar things. The question is, when we do good works, Are we able to avoid inner pride? Or do we begin to think that our works have made us won worthy to approach God on our own merit?
Jesus continues: But the publican, standing afar off, would not lift up his eyes to heaven, but beat his breast, saying, God be merciful to me a sinner.
The publican, this tax collector for the Roman rulers, those foreigners who persecuted the Jews, was not despised only by the Pharisees. It was normal in Israel in the first century that everyone looked down on publicans, especially since many of them, like the famous short Zacchaeus, abused their job, taking more than necessary from the people, to get rich. Many publicans deserved the contempt they received.
But right here we discover the power of humility. Being humble in the world does not usually result in many benefits. But with the Lord, honest humility about our condition is a key that unlocks the heavenly treasure. Despite the reality of his life, the publican trusted that God is merciful. By the Word and the Spirit, he received faith in the promise that the Lord God of Israel wants to forgive sinners. So then, with humility and shame, he confessed his sin, his need, his unworthiness. And Jesus praised him: 14 I tell you, this one went down to his house justified before the other .
What? How’s that? How can it be that God forgives repentant sinners, without them doing anything to deserve it? This is the question that has started most of the errors within the Christian Church for two thousand years. Where is the justice in giving mercy to bad people, without some previous reform on their part?
Jesus Christ is the answer. The "it can be" of mercy is located and revealed in an even deeper humility, the passive humility of God himself. The answer lies in the cosmic shame that the author of our parable and the author of our lives accepted, to provide God's justice to us.
Jesus showed humility, the proper humility of a human being, in his life. He also taught, as in our parable today, the need for humility and honesty about sin. But ultimately, the justice that makes our forgiveness possible is the justice that Jesus suffered on the Cross. The wicked justice of the Jews and Romans, and the perfect justice of God, against all sinners. The Cross is the key humiliation, the acceptance by Jesus of the sins of word, thought and deed, all the sins, exterior and interior, of all: those of the publican, and of the Pharisee, and of his own executioners, the sinners who with their own hands crucified the Lord of glory. Father, forgive them because they do not know what they are doing. It is finished. Christ Jesus is He who humbled himself unto death and hell. In Him we receive mercy and justice and eternal life, because now He is exalted, resurrected, glorified and ruling in heaven right now. And we are there with Christ the King, we his beloved baptized, as long as we continue in the true confession, the confession of our sinfulness and the divine mercy revealed on the Cross, the faith that binds us to Him forever.
Therefore, as Luther says in the Greater Catechism, “in the Christian church everything is ordered so that daily we can obtain the full forgiveness of sins through the Word and the signs.” With this Luther is simply repeating the same thing that, through the publican, Jesus teaches us today. The heart of worship and the whole life of the Christian Church is the delivery of the merciful forgiveness of Christ to humble sinners.
Humility is never going to be a fashionable word with the world, but it is the word of truth that can rescue lost men and women, the humility of the Son of God, which is our salvation.
And for all sinners who are converted to this faith in the forgiveness of sins, everything changes. Today we descend from the temple to our homes with joy, because we are justified, we have peace and friendship with God.
We were by nature children of wrath, just like everyone else. 4 But God, who is rich in mercy, because of his great love with which he loved us, 5 even when we were dead in sins, gave us life together with Christ (by grace you are saved) . We have something much better than self-esteem, because we are esteemed and loved in the eyes of the Lord. Today in Christ, we are free from the fear of earthly humiliation, be it from poverty, the contempt from others, sickness, or other earthly failures. These things may come, but we already have the life of Christ and all the wealth of God as our inheritance.
Therefore, we are also free to live with the humility of Christ, without the need to win in the world, not only seeking our good, but also sharing the love of Christ with our neighbors, and sharing with them the good news of the great surprise that the Son of God came to serve, and not to be served, and to give his life as a ransom for sinners.
Yes, I am a sinner, like everyone else. Like you. It’s shameful. But we can dare to confess it, because in Christ we have full forgiveness.
We are justified.
We live in the mercy of God.
What joy. Amen.