Sunday, August 9, 2020

El Regreso al Hogar, sermón del Noveno Domingo después de la Santa Trinidad

Sermón del Mayordomo Malo, primero en español, y luego en inglés.  

Sermon about the Unjust Steward, first in Spanish, then in English

Noveno Domingo después de Trinidad

Nueve de Agosto, A+D 2020

El Regreso al Hogar

San Lucas 16:1-13

      Es curioso como parece que Jesús está elogiando el pecado, ¿no?  El mayordomo malo estafó a su señor, para que tendría amigos con quienes pudiera alojarse después de su despido.  Sorprendentemente, el hombre rico le elogió por su astucia, y luego Jesús parece instruirnos hacer lo mismo:  Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas. ¿Qué quiere decir nuestro Señor con esto, que estafar y robar son aceptables? 

      No.  Jesús no está alabando el pecado del mayordomo malo, sino, dentro de su contexto, está alabando sus prioridades.  Él mayordomo quería asegurar un feliz regreso al hogar para sí mismo; quería garantizar, a pesar de haber sido descubierto como un mal empleado, que siempre tendría un sitio adonde sería acogido.  Su contexto es mundano, y su carácter es pecaminoso.  Pero él sabe lo que es finalmente importante. 

     Jesús no está dándonos permiso de estafar, ni robar, sino nos está indicando las prioridades benditas, para que prioricemos el tener de un hogar realmente bueno, de hecho el mejor hogar.  Jesús nos está enseñando priorizar nuestra recepción en las moradas eternas.  

     Estamos en una temporada del regreso a casa.  De volver a visitar y disfrutar de nuestros bases originales:  la casa de nuestros abuelos, el pueblo donde nos criamos, la playa de nuestra adolescencia.  Tal vez, por el confinamiento de la primavera y toda la tragedia y locura de la pandemia, es un regreso agridulce, pero más profundo a la vez.  Para muchos, este año las vueltas a casa están pospuestas, porque no haya buenas opciones de viajar.  Normalmente en agosto Shelee y yo vamos a una conferencia en la República Dominicana, donde reconectamos con nuestros compañeros misioneros de todo el mundo hispano, una reunión de muy buenos amigos.  Este año no lo pudo ser.  También muchos de vosotros son inmigrantes a España, y visitar a vuestro país natal este año es más o menos imposible.  Otros sí, han podido regresar a casa, y por eso damos gracias al Señor.

      Sentimos fuertes emociones y a veces hacemos esfuerzos estupendos para poder regresar al hogar.  Hoy Jesús nos está diciendo que debemos experimentar esta misma emoción y hacer aún más esfuerzo para garantizar que, algún día, nos reciban en el hogar celestial.   

      No se puede dar demasiado hincapié a la importancia de priorizar nuestra recepción en el Reino de los Cielos.  Es una prioridad que requiere fe, claro, porque no podemos ver ni visitar de vacaciones a estas moradas benditas.  De hecho, no podemos aun imaginarlas con exactitud, tan grueso es el velo que el pecado ha puesto ante nuestros ojos.  Solo tenemos la Palabra, que nos da una descripción bonita, pero sin muchos detalles. 

      Más que detalles, el Espíritu Santo en su Biblia suele animarnos con las bendiciones de la corte celestial, y luego advertirnos de la importancia de organizar las cosas para que lleguemos salvos allá.  Porque si no, pasaremos la eternidad en el hogar maldito, echados en las tinieblas de afuera, en la casa del diablo y sus demonios, donde será el llanto y el crujir de dientes.  No queremos terminar allá, ni tampoco quiere el Señor que lleguemos a este destino, tan feo, y permanente.   

      Por eso, como nos enseña Jesús hoy, es claramente correcto que debemos priorizar nuestros asuntos para que nos reciban en el hogar eterno de Dios.  Y así vemos la relación entre el mal conducto del mayordomo y la admonición del Jesús: Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. 

      El mayordomo malo consiguió su hogar deseado, para pasar esta vida en confort, con los otros hijos de este siglo.  Los hijos de la luz, es decir, los hijos de Dios, también deben priorizar su regreso al hogar, pero nuestro destino deseado es el hogar sublime, las moradas eternas.  Y la clave para conseguir este objetivo es no amar a la riqueza, sino que amemos a Dios.  De verdad, siempre debemos usar la riqueza injusta, es decir, todos los bienes de este mundo caído, en servicio de esta meta final y más importante. 

     Prioricemos nuestra recepción en los cielos de Dios, por no amar la riqueza, sino más bien, amemos al Señor.  Así termina la lectura del Evangelio, y así terminamos el sermón.  ¿Vale? 

      ¿Ok?  ¿El concepto es sencillo, no?  Nuestro Señor nos aceptará siempre que le tengamos como nuestro primer y más amado bien.  Perfectamente entendible y manejable, ¿no?

      No.  Hay un problema, un problema enorme.  Amamos la riqueza injusta de este mundo caído, la amamos tanto.  No podemos ver a Dios, ni sus moradas celestiales, descritas con palabras tan bellas.  Pero sí, podemos ver los bienes materiales, y nos fascinan.  Amar a Dios y no la riqueza terrenal es el mandamiento.  Y así sabemos muy bien que nunca hemos merecido una recepción en las moradas eternas, porque no podemos enfocar en Dios debidamente.  Nuestros ojos son siempre atraídos a los objetos deseables que podemos ver. 

      Entendemos el mandamiento, y tal vez aceptamos que es justo.  Pero nunca, ni en nuestro mejor día, nunca hemos merecido el regreso al hogar de Dios.  Debemos llegar al portal con un obsequio para el Anfitrión, el regalo de nuestro amor indiviso.  Pero diariamente dividimos nuestro amor.  A veces el Señor recibe una porción.  ¿Pero todo nuestro corazón?  Sí, tenemos un problema, lo cual es, para nosotros, insuperable. 

      Sin embargo, hemos ganados amigos para recibirnos en el hogar celestial.  Incluso tenemos un amigo en Dios, quien ha abierto su puerta a nosotros y nos está esperando.  Porque el Señor entendía nuestra debilidad, nuestro pecado, mejor que nosotros, y a pesar de nuestra falta de amor a Él, Dios nos amó.  ¿Tanto y cómo nos amó el Señor?  Tu ya sabes de tal manera.  La carrera que debemos terminar, la vida de priorizar nuestra recepción celestial por encima de todo, esta carrera justa Jesús vivió al revés. 

      Ya estaba, desde la eternidad, sentado a la diestra del Padre, disfrutando de todo el bien y la gloria de las moradas celestiales, las cuales no son nada más que estar en la presencia de Dios.  Todo era perfecto, pero el Señor quería compartirlo con nosotros.  Entonces, debido a nuestra discapacidad de priorizar los cielos por encima de  la tierra, el Hijo eterno dejó su hogar divino, para bajar al mundo, y ganar una buena recepción para nosotros.  Salió de su hogar celestial, desde el sitio más alto, la diestra de gloria.  Salió, porque le importaba más buscar a nosotros, que disfrutar sin interrupción de la gloria de Dios Trino, de lo cual el Hijo es la segunda persona. 

      Jesús descendió por un tiempo, para realizar un ministerio único, para cumplir perfectamente, en nuestro lugar, el mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas, y así usar la riqueza injusta para ganar amigos, nuevos hermanos de la familia divina. 

      ¿Qué riqueza injusta usó Cristo Jesús para lograr nuestro regreso al hogar celestial?  Pues, la carne humana, recibida de la Virgen.  También, unas barcas de pesca, y sus redes, prestadas para predicar, y luego Jesús atrajo un puñado de discípulos por la pesca milagrosa.  Doce hombres sencillos, quienes recibirían del Maestro los misterios del Reino de los Cielos.  Cristo usaba los donativos de unas mujeres judías, que apoyaban la vida itinerante de Él y sus doce compañeros.  Jesús usó las fiestas de los judíos, iconos desconocidos de su propio ministerio, que le dieron oportunidades de predicar la culpa de todos los seres humanos, y el misterio de su Evangelio. 

      Además, así atrajo el odio de los élites.  Sí, el Señor incluso usó el odio, y el poder, orgullo y miedo del Imperio Romano.  Y un cáliz lleno de vino, y una barra de pan, quebrantada para compartir con pecadores, para el perdón de todos sus pecados.  Finalmente, la riqueza injusta por excelencia:  unas vigas de madera, construidas en forma de una T, y la tumba de un hombre rico.

      Con todos estos materiales injustos, algunos ricos, otras comunes, Jesús hizo todo lo necesario para ganarnos la amistad de Dios, para tener el Todopoderoso como Amigo, y las moradas eternas como nuestro verdadero hogar. 

      Y ahora en Cristo, somos redimidos, perdonados, declarados justos, y también declarados amigos de Dios.  Así tenemos la oportunidad y privilegio de ser buenos mayordomos hoy en día, a la medida que Cristo obra en y a través de nosotros.  Por ende, como cristianos, tenemos una perspectiva distinta sobre la riqueza.  Comprendemos que en sí es injusta, y nunca pudiera ganarnos un hogar eterno. 

      Al mismo tiempo reconocemos que toda la riqueza y las cosas materiales son regalos de Dios.  Y así, en vez de amarlas como nuestro mejor bien, sabemos de alabar a Dios por ellas, y utilizarlas para su gloria.  Como mayordomos cristianos, empezamos de utilizar la riqueza para servir a nuestra familia, nuestros hermanos, nuestros vecinos, siempre preparados en el trascurso de esta vida de dar la razón por nuestra alegría.  Porque en Cristo Jesús, nuestra bienvenido al hogar de Dios es garantizado, y nunca pudiéramos tener ninguna riqueza mayor.   

     Espero que cada uno de vosotros disfrutéis de muchas reuniones con queridos amigos y familiares, y que tengáis muchos regresos felices a los hogares favoritos.  Y cuando estáis alegres, disfrutando de la presencia y amor de amigos y familia, recordad que Jesús os está preparando un hogar aún mejor, las moradas celestiales.  Allí tendréis el gozo verdadero, por los siglos de los siglos, Amén. 

 

Ninth Sunday after Trinidad 

August 9, A + D 2020

Homecoming

Luke 16: 1-13

It's funny how it seems that Jesus is praising sin, no?   The evil steward cheated his lord, so that he would have friends with whom he could stay after he was fired. Surprisingly, the rich man praised him for his shrewdness, and then Jesus seems to instruct us to do the same:  Win friends through unjust wealth, so that when it is lacking, you will be welcomed into eternal dwellings. What does our Lord mean by this, that cheating and stealing are acceptable?   

No. Jesus is not praising the sin of the bad steward, but, in context, his priorities. He wanted to ensure himself a happy homecoming; he wanted to guarantee, despite his having been discovered to be a bad employee, that he would always have a place where he would be welcomed. His context is worldly, and his character is sinful. But he knows what is ultimately important. Jesus is not giving us permission to cheat, or steal, but he is indicating to us what are the blessed priorities, so that we prioritize having a really good home, in fact the best home. Jesus is teaching us to prioritize our reception in the eternal dwellings. 

We are in a homecoming season. To revisit and enjoy our original bases: the house of our grandparents, the town where we grew up, the beach of our adolescence. Perhaps, because of the confinement of spring and all the tragedy and madness of the pandemic, it is a bittersweet return, but deeper at the same time. For many, this year the returns home are postponed, because there are no good travel options. Usually in August, Shelee and I go to a conference in the Dominican Republic, where we reconnect with our fellow missionaries from all over the Hispanic world, a gathering of very good friends. This year it couldn't be. As well, many of you are immigrants to Spain, and visiting your native country this year is more or less impossible.

     Others have been able to return home, and for that we thank the Lord.  We feel strong emotions and sometimes we make great efforts to be able to return home. Today Jesus is telling us that we should experience this same emotion and do even more to ensure that one day we are welcomed into the heavenly home.   

The importance of prioritizing our reception in the heavenly home, cannot be overemphasized. It is a priority that requires faith, of course, because we cannot see or visit these blessed abodes on vacation. In fact, we cannot even imagine them exactly, so thick is the veil that sin has placed before our eyes. We only have the Word, which gives us a nice description, but without many details. More than details, Christ in his Bible often encourages us with the blessings of the heavenly court, and then warns us of the importance of organizing things so that we get there safely. Because if not, we will spend eternity in the cursed home, cast into the outer darkness, the house of the devil and his demons, where there will be weeping and gnashing of teeth.   We do not want to end there, nor does the Lord want us to reach this destination, so ugly, and permanent.   

Therefore, as Jesus teaches us today, it is clearly correct that we must prioritize our affairs so that they receive us into the eternal home of God. And so we see the relationship between the misconduct of the steward and the admonition of Jesus: No servant can serve two masters; for either he will hate the one and love the other, or he will be devoted to the one and despise the other. You cannot serve God and riches .   The evil steward got his desired home, to spend this life in comfort, with the other children of this age. The children of light, that is, of God, must also prioritize their return home, but our desired destination is the sublime home, the eternal abodes. And the key to achieving this goal is not to love wealth, but to love God. In truth, we must always use unjust wealth, that is, all the goods of this unjust world, in service of this final and most important goal. 

Let's prioritize our reception into God's heavens, by not loving wealth, but rather, let's love the Lord. Thus ends the Gospel reading, and thus we end the sermon. Ok? 

Ok? The concept is simple, right? Our Lord will accept us as long as we have him as our first and most beloved good. Perfectly understandable and manageable, right?

No. There is a problem, a huge problem. We love the unjust wealth of this fallen world, we love it so much. We cannot see God, nor his heavenly abodes, described in such beautiful words. But yes, we can see material goods, and they fascinate us. Loving God and not earthly wealth is the command. And so we know very well that we have never deserved a reception in the eternal mansions, because we cannot focus on God properly; our eyes are always drawn to desirable objects that we can see. We understand the commandment, and perhaps we accept that it is fair. But never, not on our best day, never have we ever deserved a homecoming with God. We must arrive at the portal with a gift for the Host, the gift of our undivided love. But daily we divide our love. Sometimes the Lord receives a portion. But our whole heart? Yes, we have a problem, which is, for us, insurmountable. 

However, we have made friends to welcome us into the heavenly home. We even have a friend in God, who has opened his door to us and is waiting for us. Because the Lord understood our weakness, our sin, better than we do, and despite our lack of love for Him, God loved us. So much and how did the Lord love us? You already know the way. The race that we must fulfill, the life of prioritizing our heavenly reception above all else, Jesus lived in reverse.  He already was, from eternity, seated at the right hand of the Father, enjoying all the good and the glory of the heavenly abodes, which are nothing more than being in the presence of God. Everything was perfect, but the Lord wanted to share it with us. So, because of our inability to prioritize heaven over earth, the eternal Son left his divine home, to come down to us, and earn a good reception for us. He left his home, his heavenly abode, in the highest place, the right hand of glory. He left, because he cared more about seeking us than enjoying without interruption the glory of the Triune God, of which he is the second person. Jesus descended for a time, to carry out a unique ministry, to fulfill perfectly, in our place, the commandment to love God above all things, and thus use unjust wealth to win friends, new brothers of the divine family.  

What unjust wealth did Christ Jesus use to bring us home to heaven? Well, human flesh, received from the Virgin. Also, some fishing boats, and their nets, loaned to preach, and later to attract a handful of disciples by a miraculous catch. Twelve simple men, who would receive from the Master the mysteries of the Kingdom of Heaven. The donations of some Jewish women, who supported the itinerant life of Him and his twelve companions. Jesus used the Jewish festivals, unknown icons of his own ministry, which gave him opportunities to preach the guilt of all human beings, and the mystery of his Gospel. Thus he also thus attracted the hatred of the elites. He used the power, pride and fear of the Roman Empire. A cup full of wine, and a loaf of bread, broken to share with sinners, for the forgiveness of all their sins. And finally the unjust wealth par excellence, some wooden beams, built into the shape of a T, and the tomb of a rich man.   

    With all these unjust materials, some rich, some common, Jesus did everything necessary to win us the friendship of God, to have the Almighty as a Friend, and the eternal dwellings as our true home. 

And now, redeemed, forgiven, declared righteous, and also declared friends of God, we have the opportunity and privilege to be good stewards today, as Christ works in and through us. Thus, as Christians, we have a different perspective on wealth. We understand that it is unjust in itself, and could never earn us an eternal home. At the same time we recognize that all wealth and material things are gifts from God, and thus instead of loving them as our best good, we know to praise God for them, and use them for his glory. As Christian stewards, we begin to use wealth to serve our family, our brothers and sisters, our neighbors, always prepared in the course of life to give reason for our joy. Because in Christ Jesus, our welcome to God's home is guaranteed, and we could never have any greater wealth.   

I hope that each of you enjoy many gatherings with dear friends and family, and that you have many happy returns to your favorite homes. And when you are joyful, enjoying the presence and love of friends and family, remember that Jesus is preparing for you an even better home, the heavenly dwellings. There you will have true joy, forever and ever, Amen. 

 

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