Texto: San Marcos 6:45-52
45 En seguida hizo a sus discípulos
entrar en la barca e ir delante de él a Betsaida, en la otra ribera, entre
tanto que él despedía a la multitud. 46 Y después que los hubo despedido, se
fue al monte a orar; 47 y al venir la noche, la barca estaba
en medio del mar, y él solo en tierra.
48 Y viéndoles remar con gran fatiga,
porque el viento les era contrario, cerca de la cuarta vigilia de la noche vino
a ellos andando sobre el mar, y quería adelantárseles.
49 Viéndole ellos andar sobre el mar,
pensaron que era un fantasma, y gritaron; 50 porque todos le veían, y se turbaron.
Pero en seguida habló con ellos, y les dijo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis! 51 Y subió a ellos en la barca, y se
calmó el viento; y ellos se asombraron en gran manera, y se maravillaban. 52 Porque aún no habían entendido lo de
los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones.
San Marcos, a diferencia de San Mateo, no
incluyó en su versión de esta historia muy famosa el tema de San Pedro y su
deseo de andar sobre el agua como Jesús.
Esta elección de San Marcos me parece bien, por nuestra tendencia de
enfocar tanto en San Pedro y su deseo de hacer como su Señor. De verdad, es un momento muy humano e
interesante. Creo que cada uno de
nosotros hemos pensado en qué haríamos en la misma situación.
Pero esto no vale la pena, ni sirve a
nuestra fe. Debemos recordar que el
punto de esta parte de la historia recordado por San Mateo es que Pedro no tuvo
la fe ni el poder de hacer las cosas de Jesús.
Trató de andar sobre el agua como Jesús, pero no pudo. Por su miedo y falta de fe, comenzó a
hundirse en el mar, hasta que Jesús lo tomó por la mano.
Pedro no tuvo la fe ni el poder a hacerlo
como Jesús. Ni los tenemos
nosotros. El fin de nuestros propios esfuerzos
es hundirnos en el agua. Aparte de la
presencia y ayuda del Espíritu Santo, también están endurecidos nuestros
corazones.
Gracias a Dios, el punto de la historia de Jesús andando sobre el mar no es
demostrarnos las cosas que debemos hacer para ser discípulos de Cristo. Al revés, el punto, quizás más fácil a ver en
la versión de San Marcos, es enseñarnos que hace Jesús para tenernos y
guardarnos en su Santa Iglesia.
No podemos dejar la tendencia de enfocar
nuestros pensamientos espirituales en los requisitos de Dios. Esta tendencia puede venir de nuestra
criatura nueva, creado por el Espíritu Santo, que siempre quiere seguir la
voluntad de Dios. También la puede venir
de nuestro hombre viejo, nuestra naturaleza pecaminosa, que, tentado por las
mentiras de Satanás, cree que podemos ganar a salvación por nuestros propios
esfuerzos. Lo peor es la realidad que es
muy difícil, a veces imposible para nosotros distinguir entre los deseos buenos
de la criatura nueva y los deseos orgullosos y feos de la naturaleza
pecaminosa, que coexisten en cada cristiano en este mundo.
Por esto, necesitamos siempre recordar que
la vida de obras buenas es importante, pero para durar en la fe cristiana,
debemos enfocar en las obras de Cristo.
Porque nuestra salvación no viene de nada que hemos hecho o vamos a
hacer, sino que viene exclusivamente de las cosas Cristo ha hecho, y está
haciendo, para nosotros. Podemos ver esta
verdad en la historia de Jesús, andando sobre el mar, algo que no podemos hacer
excepto si el mar sea congelado. Si fuera
necesario andar sobre el agua para ser cristianos, tuviéramos un problema
grande.
Aún más, vemos esta misma verdad en la
cruz, dónde Cristo murió por los pecados de todo el mundo, llevándolos en su
propio cuerpo, aceptando toda nuestra culpa y todo nuestro castigo, para darnos
toda su justicia, santidad y vida. Este
hecho, lo más importante de todos los hechos desde la fundación del mundo, y el
centro del evangelio, fue posible solo para una persona: el verdadero Hijo de
Dios, hecho hombre para salvarnos.
Vamos a tener cruces en nuestras vidas
cristianas, sacrificios necesitados por nuestros vecinos, o persecuciones del
mundo por llevar el nombre de Cristo. Pero
nadie puede, ni debe, ni necesita llevar la cruz de Calvario. Gracias a Dios, esta obra pertenece
exclusivamente a Jesucristo. Aún mejor,
esta obra es completamente terminada, y es la obra por cual Dios nos ha dado el
perdón de pecados, y la vida eterna.
Con esta verdad en mente, volvamos al
texto, para entenderlo mejor. Como
siempre en la Biblia, la barca representa la Iglesia, llena de discípulos,
puestos a dentro por la Palabra de Cristo.
Y aunque, como los discípulos en el medio del mar, no podemos ver a
Jesús, sí podemos confiar en esto: Él siempre tiene sus ojos fijados en
nosotros. Él siempre está mirando a su
Iglesia, para saber cómo remamos en el mar peligroso de este mundo
pecaminoso. Él está, mirándonos, o
andando adelante, preparando nuestro camino.
De verdad, si pudiéramos ver la realidad del mundo espiritual, las cosas
pasando alrededor de nosotros cada momento, también nos asustaría, como los
apóstoles cuando vieron a Jesús, andando sobre el agua. Somos todavía pecadores, sin derecho propio a
estar en la presencia de la santidad del verdadero Dios. La vista de la realidad espiritual sería
demasiado para nosotros.
Por eso, para calmarnos, Jesús esconde su
poder y majestad y viene a nosotros en formas simpáticas y graciosas. ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis! Como habló a los apóstoles en la barca,
también nos habla Cristo hoy, verdaderamente presente con nosotros cada vez que un grupo de creyentes
congregan alrededor de su Palabra, cada vez que acudimos a su santa altar para
recibir el cuerpo y la sangre para el perdón de todos nuestros pecados, cada
vez que, escuchando y confiando en su absolución gratuita, acercamos a Él en
oración.
Vamos juntos, entonces, en la barca de
Dios, en la iglesia, no por nuestra santidad y amor, pero mucho mejor, por la
santidad y amor de Él que dio su vida en la cruz, para que pueda darnos su
paz. Cristo Jesús, tu salvador, te dice
hoy: ¡Ten ánimo; yo soy, no temas! Tú
puedes durar en esta paz de Cristo, que es la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, y que guardará vuestros corazones y
vuestros pensamientos en Cristo Jesús, Amén.