El Nacimiento de
Nuestro Señor – Día de Navidad, Servicio Matutino
Que Tú Recibas Mas
Esta Navidad - San Lucas 2:1-20
Que tú recibas
más esta Navidad. Esta frase me suena
como un anuncio de una tienda, un eslogan, quizás de Corte Ingles, Fnac, o
MediaMarkt. Y de verdad, aunque el
Nacimiento de Jesucristo es la fundación para la fiesta más grande en todo el
mundo, para la mayoría, la fiesta no tiene mucho que ver con la verdadera
historia de Jesús. Realmente, el modo
común de celebrar la Navidad tiene mucho que ver con el ocio, los placeres, y
las compras, mucho de consumismo.
La
comercialidad de la temporada causa otra tradición anual: las quejas sobre el
hecho que, para demasiada gente, la Navidad es solamente una excusa para
recibir regalos. Pastores, sacerdotes, y
probablemente rabinos también protestan porque debemos simplificar y hacer algo
diferente con la temporada navideña.
Muy bien. Las quejas sobre el comercialismo y
consumismo son válidas, en un sentido.
Es posible que muchos de tus deseos sean pecaminosos y egoístas. Yo no
sé. Pero realmente, “que tú recibas más
esta Navidad” no es un eslogan de una tienda.
Esto es mi deseo para ti, en esta Navidad. Bueno, mis deseos no importan tanto. Pero tengo buenas noticias. Dios quiere “que tú recibas más esta Navidad.”
Esto es su voluntad, para ti.
Que tú recibas
más esta Navidad. Realmente, no es el
caso de que tú esperas demasiado. Es
mucho más probable que estés esperando muy poco, que solamente quieras cosas
pequeñas. Debes desear y esperar regalos
más grandes. Porque necesitas regalos
más grandes. Mucho más grandes, y
mejores.
Todo el mundo
sabe cómo la mayoría de los regalos de la temporada no duran. Las baterías se gastan, los juguetes se
rompen, y después de poco tiempo, los nuevos videojuegos y móviles de Samsung
cambiarán a ser viejos, fuera de moda.
No hay un fin de nuestros deseos para cosas materiales, porque no hay
nada de este mundo que puede durar y no envejecer. Quieres cosas buenas que no
envejezcan, pero no las encuentras.
Verdaderamente, necesitas las cosas que duran, las cosas que realmente
mejoran la vida.
Que todos
nosotros recibamos más esta Navidad.
Como un fin a la violencia y la guerra.
Hay mucho odio en nuestro mundo de hoy.
Cada domingo, tenemos otra atrocidad por lo que necesitamos orar: la
guerra civil en Siria, los asesinatos de cristianos y otras minorías por el
Daesh, los sufrimientos de los refugiados, o los atentados en París, Mali, y
California. Sin duda, sería un deseo
mejor si pudieras pedir y recibir paz en el mundo como tu regalo. Seguramente, debemos rogar al Dios y exigir a
nuestros gobiernos que las fuerzas de mal sean parados, para que tengamos paz
en el mundo, como cantaron los ángeles.
Pero, de la
propia boca de Jesús, sabemos que no vamos a conseguir una paz perfecta en este
mundo. El nivel de paz puede ser mejor o
peor, y ciertamente estamos listos para una situación mejor. Pero la paz en este mundo pecaminoso nunca
será perfecta, porque cada uno de nosotros destruimos la paz con nuestros
propios hechos. Todos nosotros tenemos
una parte de la responsabilidad para el ciclo del mal en el mundo. Porque, como nos recuerda San Pablo, nosotros
también en otro tiempo éramos necios,
desobedientes, extraviados, esclavos de deleites y placeres diversos,
viviendo en malicia y envidia, aborrecibles y odiándonos unos a otros. En otro tiempo fuimos
así, y, a nuestra vergüenza, todavía hoy, tenemos que confesar que pecamos
mucho cada día, si no en nuestras actos y palabras, al menos en nuestros
pensamientos. Queremos ver paz entre los
hombres. Pero necesitamos algo mejor
esta Navidad. Necesitamos recibir la paz
entre los hombres y Dios. Necesitamos
recibir a Dios mismo.
Que tú recibas
más esta Navidad. ¿Pero, deseas a Dios
mismo, de verdad? Nuestro impulso, aun
como cristianos, es huir de Dios, es evitar a Dios. Cada vez que Dios le aparece a una persona, o
aun solamente uno de sus ángeles, la reacción es siempre la misma: temor.
Temor, y a veces terror. Recuerda Moisés
y la zarza ardiente, cayendo en su rostro lleno de miedo, al oír la voz del
Señor. O a Isaías, llevado al corte
celestial del Señor, gritando: “¡Ay de mí! Porque perdido estoy, pues soy
hombre de labios inmundos… porque han visto mis ojos al Rey,
el Señor de los ejércitos.” La
primera palabra del ángel a los pastores fuera de Belén tenía que ser: “No temáis,” porque los pastores tuvieron gran
temor. Es temeroso encontrar a
los seres celestiales, y aún más a Dios mismo.
Dios es santo, y todopoderoso, completamente opuesto al mal, contra el
pecado, un fuego consumidor. Sabemos
solo un poco de cómo es Dios, y sin embargo, cuando tenemos el coraje para considerar
nuestra vida honestamente, la idea de encontrar a Dios nos da miedo.
Por miedo de
nuestros pecados, y por nuestra vergüenza de ser pecadores, muchas veces no
queremos las cosas mejores, no queremos recibir a Dios mismo. Es más fácil distraerse con divertimiento,
con juguetes para nuestros niños y comidas buenas para nuestras familias. Hemos vivido en esta manera desde
siempre. Pero, sin embargo, Dios quiere
que tú recibas más esta Navidad, que tengas el único regalo que puede darte
paz, salud y alegría, para siempre. Por
eso, Dios vino.
Dios vino, para
que tú puedas recibir los mejores regalos.
Él vino con un propósito, el propósito de salvarte. Dios vino, en la forma de un niño, para
redimir cada etapa de tu vida. Como San
Pablo dice en Gálatas, capítulo 4, “Cuando
vino la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido
bajo la ley, a
fin de que redimiera a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción de hijos.”
(Gálatas 4) Esto es la Navidad. Y es buenas noticias para ti, porque, como
oímos en la epístola de hoy, “cuando se
manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor hacia la
humanidad, Él nos salvó, no por obras de justicia que nosotros
hubiéramos hecho, sino conforme a su misericordia, por medio del lavamiento de
la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo, que Él derramó
sobre nosotros abundantemente por medio
de Jesucristo nuestro Salvador, para que
justificados por su gracia fuésemos hechos herederos según la esperanza de la vida
eterna.”
Que tú recibas
más esta Navidad. No hay necesariamente
un problema con las compras y los deseos de recibir juguetes o ropa o coches o
cualquier otro bien de este mundo. Todos
los bienes verdaderos vienen de Dios. El
dar regalos puede ser una celebración buena del nacimiento de Cristo, y para
que podamos dar regalos, alguien necesita recibirlos. Seguramente, necesitamos cuidado en esto, para
que no hagamos un Dios del consumismo, un ídolo de las cosas materiales. Porque hay solo un Dios verdadero, Él que ha
venido a nosotros, durmiendo en un pesebre, esperando el Día en el que haría el
Sacrificio que te salva. Las compras y
los los regalos no hacen la Navidad. La Navidad es Dios dándote el regalo mejor,
que es sí mismo, como tu Salvador.
Es
maravilloso, de verdad. Para tenerte
como su propio hijo, Dios Padre nos dio su único Hijo, el Hijo de la eternidad,
quién hace 2000 años nació de la Virgen María.
Cristo Jesús vino, para llevar toda la violencia, todo el odio, todo el
egoísmo y todo el mal en el mundo.
Jesús, que recordamos hoy como un niño, creció al ser el Hombre de
Sufrimiento, para que tú no necesitas sufrir el castigo justo contra tus pecados. Esta historia, sin los detalles claves, puede
parecer como una historia muy fea. Sin
embargo, es la mejor historia de amor, y de paz. Porque, aunque parecía tan pequeño y débil,
de verdad, este Jesús, desde su concepción hasta su muerte en la Cruz, ha sido
el todopoderoso Dios, el Dios de toda la riqueza, el Dios de toda la
gloria. Pero aún más que el poder o la
riqueza o la gloria, este Niño en el pesebre es el Amor de Dios. Él quiere darte el regalo mejor de todos, el
regalo de sí mismo, como tu Salvador, tu Amigo y Buen Pastor, hoy, y hasta
siempre.
Para que tú
recibas más esta Navidad, hoy Jesús envía su Espíritu Santo, para revelar estas
buenas nuevas, para que tú confíes en ellas, y puedas descansar en las
promesas. Necesitamos la ayuda del
Espíritu Santo constantemente, porque la salvación es por fe, y no es muy fácil
creer el evangelio, especialmente en este mundo violento y lleno de pena. No podemos ver las pruebas, y por eso no es
fácil creer que vayas a recibir todos los regalos prometidos, como vida y paz
eterna, como una existencia completamente libre de mal. Es aún más difícil creer que tus propios
pecados son perdonados. Por tus dudas y
por las mentiras del mundo y de satanás, quizás tu corazón está muchas veces
lleno de duda.
Por eso, Jesús
te dice hoy: todos tus pecados son perdonados por mí Padre, porque todos tus
pecados están perdonados, en mí, en mí propio cuerpo. Todo esto es verdad, es mi evangelio para
ti.
Las promesas
de Cristo son verdaderas. Y para que tú
puedes creer y empezar regocijándote, aunque todavía vives en este mundo, Jesús
ha dado a su iglesia las siguientes tareas: “Proclamar todos los días que yo he
cambiado la madera de mi pesebre para la madera de mi cruz.” “Proclamar sin
cesar que he quitado los pecados del todo el mundo, y que vengo todavía, en mi
Palabra, en mi Bautismo, y en mi Cena, para quitar todos tus pecados, y darte
mi justicia, santidad, y paz.” “Aquí,” promete
Jesús, “tú recibes los mejores regalos, directamente de Dios.”
Cuando la
iglesia proclama este mensaje buenísimo, Jesús ha prometido que estará allí,
con su iglesia, para entregar los regalos.
Y además, en los rebaños de Cristo, en la congregación, sea grande o pequeñita,
también Jesús te regala una familia, hermanos verdaderos, unidos contigo, por
la misma fe en el Evangelio de perdón y paz. Estas son las promesas del Niño de
Navidad, su mejor regalo, para ti, hoy, y todos los días, en el Nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, Amén.