Thursday, August 4, 2016

Un Salvador Radical

Décimo Domingo después de Trinidad
Un Salvador Radical - San Lucas 19:41-48

     Salvador Radical.  No es normalmente un halago llamar a alguien “un radical.”  Especialmente hoy, después de los últimos días y meses, con atentados en todos los lugares típicos, como Bagdad, Kabul, y Siria, pero también con masacres en sitios que solíamos considerar pacíficos y seguros, como Paris, Múnich, Orlando, Dallas, Niza y aun dentro de una iglesia en Roen, en Normandía, todos queremos que sean menos hombres radicales y extremistas, y más personas razonables, pacientes, y tiernas.

     De verdad, por su descripción de la purificación por Jesús del Templo en Jerusalén, me parece que San Lucas no quiso hablar mucho de radicalismo.  El buen doctor solo dice que Jesús, entrando en el templo, comenzó a echar fuera a todos los que vendían y compraban en él, diciéndoles: Escrito está: Mi casa es casa de oración; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.   Un acontecimiento notable, pero no se describe como acto radical.  Pero era.  Todos los evangelistas anotan esta historia de Jesús purificando al Templo, y los otros ofrecen detalles que dan una impresión más fuerte, como el estruendo de las monedas de las cambistas derramadas sobre el pavimento, y los gritos de los animales huyendo cuando el Señor volcó las mesas de los vendedores, o que Jesús hizo y usó un azote, demostrando su ira.  Fue de verdad un momento radical, una acción extrema.

     Aunque no nos gustan los radicales de hoy, no podemos leer los evangelios sin darnos cuenta de que el Señor Jesús mantuvo muchas doctrinas extremas, e hizo muchas cosas radicales.  Por ejemplo, el día antes de nuestras lecturas, Jesús entró en Jerusalén como un rey conquistador, aceptando los loores de la gente, una procesión que parecía el inicio de una rebelión.  Hay una paradoja grande en la Cristiandad:  las metas de la fe son vida, amor, paz, amistad, alegría.  Pero al mismo tiempo la historia de Jesús trata de una competencia dura, y de violencia, ira, con muchas palabras y acciones radicales. 

     Es muy fácil, especialmente hoy, cuando hay tanta violencia en el mundo, que ignoremos las partes radicales en la historia y la enseñanza de Jesús, y finjamos que no hay nada de radicalismo en el cristianismo.  Pero si rechazamos una parte de la historia de salvación, el diablo se regocija, porque pronto perdamos la salvación.  Necesitamos toda la historia.  Aunque no queremos ver el radicalismo en el mundo de hoy, necesitamos el radicalismo de Jesús.  Pero, ¿cómo debemos entender esto?  ¿Qué es la diferencia entre el radicalismo de Jesús y los actos radicales que vemos hoy?  ¿Tenemos que ser radicales en algún sentido, si queremos ser verdaderos cristianos?

     Mi tutora de español muchas veces ha corregido mis sermones, pidiéndome no usar el verbo odiar, especialmente con la persona de Dios.  Me dice que no es apropiado para un discurso culto.  Pero normalmente mis usos de las palabras `odiar´ y `odio´ no son mis propias palabras, más bien son citaciones bíblicas.  Hoy, para mucha gente, es inaceptable el modo en que la Biblia dice que Dios odia.  Dicen que esto suena de radicalismo, y debemos rechazarlo. 


    Pero es verdad que Dios odia.  Dios odia pecado.  Y esto no es radical.  De verdad, todo el mundo odia pecado.  Bueno, hay excepciones con nosotros, como cuando pensamos que podemos obtener beneficio desde el pecado, o cuando nos hemos engañado a nosotros mismos, para pensar que algo pecaminoso no es verdaderamente un pecado.  Pero, cuando vemos un pecado cometido contra un amado nuestro, o contra una persona que nos parece inocente, o, especialmente, cuando vemos a alguien pecando contra nosotros, entonces odiamos este pecado.  Claro que sí, porque el pecado es mal.  Dios odia pecado, y deberíamos también.  Pero esto no es el radicalismo de Dios.  Esto no es el camino extremo de Jesús.

     De hecho, que Jesús purificó al Templo no fue radical; hubo hecho el igual muchas veces en la historia de Israel.  Dios eligió a los descendientes de Abraham para ser su propio pueblo, dándoles su Palabra, el Templo, el culto, los sacrificios, un reino poderoso, y una ley sana y justa, para que ellos pudieran vivir como su propia gente. 
     Pero los Israelitas nunca podían hacer su parte.  Siempre estaban siguiendo atrás otros dioses falsos, siempre ignorando la ley, siempre rechazando a Dios.  Y varias veces el Señor usó reyes y ejércitos extraños y otras calamidades para purificar a su pueblo.  Pero cada vez, después de poco tiempo, regresaron al pecado.  Esta es la historia repetida de Israel, y aunque es deprimente, no hay nada radical en esto. 

     La purificación del Templo por Jesús fue una repetición, excepto por una cosa, una diferencia en la situación.  Antes, cuando Dios purificó a su pueblo, cuando castigó a Israel para darles arrepentimiento, Él lo hizo solo como Dios, por su poder ilimitado, sin ningún riesgo de que Israel tomara represalia contra Él.  Dios es Dios, y los hombres no pueden herirle de ninguna manera.

     Excepto ahora, en el Templo, el día después de la entrada triunfante en Jerusalén, cuando las multitudes le aclamaba a Jesús como el nuevo Rey David:  Este mismo Jesús, ya el objeto de la ira de los sacerdotes y fariseos, los líderes religiosos de los judíos, decidió purificar al Templo, provocando las intrigas que iban a resultar en su crucifixión.  Dios, ahora hecho hombre en Cristo Jesús, purificó a su pueblo otra vez, pero ahora su pueblo tuvo el poder de tomar represalias. 

     Además, después de enojar tanto a sus enemigos, Jesús no se escondió.  No, Él continuaba en público, enseñando cada día en el templo; aunque los principales sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo procuraban matarle.  Esto es radical.  Esto es el amor radical de Jesús, quien, para salvar a sus propios enemigos, hizo purificaciones y predicó denuncios contra los judíos, para que ellos le matarían.

     Aunque los judíos no merecieron su amor, y aunque nosotros no merecemos su amor, el plan radical de Jesús siempre era amarnos al final, hasta su propia muerte, completamente inmerecida e injusta.  Jesús hizo esto para que, en su muerte, nosotros podamos encontrar el mérito y la justicia que nos purifica, no para un día, pero perfectamente y eternamente. 

     Quizás es todavía difícil hablar de la realidad de la Cruz.  Como dice San Pablo, es “piedra de tropiezo y roca de caída.”  La Cruz nos ofenda.  El sufrimiento y la muerte de Cristo nos da vergüenza y culpa, porque no solamente los pecados de los judíos, pero también nuestros pecados fueron causa de la Cruz.  Es una verdad amargura. 

     Arrepiéntete.  Arrepiéntete de tus pecados, arrepiéntete de tu vergüenza, y oír lo que Cristo quiere que conozcas:  la Cruz es para tu paz. 



     La Cruz es para tu paz, y no tienes que ir a Jerusalén, ni tampoco viajar a través tiempo, para encontrar tu paz.  Aunque Jesús murió y resucitó hace dos mil años, el día de tu visitación por el Salvador radical es hoy, aquí, donde Él te encuentra, para purificarte otra vez, con la victoria de su amor radical. 

     Los actos radicales de los meros hombres siempre fallan, porque no tienen el poder del amor de Dios.  Más, siempre están contaminados con nuestros pecados.  Como dice Santiago, la ira del hombre no obra la justicia de Dios, (Santiago 1:20).  Pero la ira de Dios sí, ha obrado nuestra justicia.  Esto es el amor radical de Jesús, quién envolvió en su propio cuerpo todo el pecado de los hombres y toda la ira de Dios contra nosotros, enterrando los dos para siempre. 

     En esto podemos ver que el amor radical de Jesús es un misterio, que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo ha conseguido nuestra salvación, dentro de su propio ser.  Entonces, no necesitas temer nada, ni a nadie, porque tu salvación es un hecho, en Dios mismo.  Él te la ha entregado por medio de la fe, por medio de la palabra y el agua.  Y aquí, en la compañía de los hermanos, congregado en torno a su Palabra y su Cena, Él continúa recordándote de su amor cada día. 

     Entonces, el radicalismo cristiano es único, completamente distinto de los métodos de los hombres.  Los métodos de los hombres son llenos de odio, y falta la remedia del perdón de Cristo.  Las intenciones de los hombres para purificar el mundo son nada más que sus propias fantasías malas.  Nada bueno viene del radicalismo humano.

     Pues, todavía vivimos en este mundo violento, cada día más lleno de radicales.  ¿Cómo responderemos al odio y violencia y los atentados de hombres violentos? 

     Con palabras radicales, que proclama el amor de Cristo. 

     Con actos valerosos, aunque simples, congregando en torno a la mesa del Señor para recibirlo en su cuerpo y su sangre, y presentando nuestras oraciones a Dios, para la conversión de los enemigos de la Cruz, por la proclamación de la misma Cruz, donde hay perdón y amor radical para todos


     Porque somos la iglesia de Cristo, además tenemos un papel de compartir estas noticias del amor radical de Cristo con todos.  Tenemos un papel de servir a nuestros vecinos, los pacíficos y los violentos, como Dios nos ha servido. 

     No quiero decir que no debemos defender a nuestras familias, o que el gobierno no debe luchar contra los radicales violentos.  Quiero decir esto:  No sé dónde o como, pero como la iglesia, vamos a encontrar oportunidades para servir, por algún modo, a nuestros enemigos.  Estos también sean tareas radicales. 

     No podemos hacerlas por nuestra propia fuerza.  Solo el amor radical de Dios, que nos viene en el evangelio de Cristo, puede darnos voluntad y fuerza para intentarlas.  Necesitamos aferrar a Él siempre, siempre recibiéndole por el escuchar de su Palabra, o todos nuestros esfuerzos para el bien del mundo van a fracasar.                 

     Pero con Cristo, sí, podemos atrever amar radicalmente.  Porque Cristo está a nuestro lado, podemos amar sin expectación de recompensa, porque ya tenemos todo en Dios.  Podemos atrever hablar la verdad de Dios, abiertamente y sin temor, porque sabemos que Jesús mismo es la Verdad de Dios que viva eternamente, y nosotros vivimos con Él. 

     Y, como vamos a celebrar en unos momentos, con el amor radical de Jesús, un varón y una mujer pueden atrever amar como cristianos, sacrificándose el uno para el otro, porque están seguros en el sacrificio perfecto que hizo Cristo para su novia, la iglesia. 


     Cada uno de nosotros podemos enfrentar a esta vida incierta con la confianza y la paz que vienen de la absolución completa del Padre, el consuelo y consejo de su Espíritu, y el amor radical de Cristo, que nos da vida.  No podéis fracasar, porque mayor es Él que está en vosotros que él que está en el mundo.  El que creyere en Jesucristo, el Salvador radical, no será avergonzado.  Tienes su paz y victoria, hoy, y por los siglos de los siglos, Amén.

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