Sunday, May 13, 2018

Cristo el Emperador


Séptimo Domingo de Pascua – Rogate
Trece de mayo, A+D 2018
El Imperio de Cristo
Lucas 24:44-53 y Juan 15:26 - 16:4

… en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.  1 Pedro 4 :11

     La gloria y el imperio pertenecen a Jesucristo.  ¿Sabíais que Cristo tiene un imperio?  

     ¿Qué pensáis del hecho que nuestro Salvador es un emperador?  Otras traducciones de la Biblia usan diferentes palabras para este mismo versículo de la primera carta de San Pedro.  En nuestra de hoy, la Reina Valera 1960, la palabra elegida es “imperio.”  En la Biblia de las Américas, del año 1986, es “dominio,” una palabra parecido a imperio, un poco más variado en sus significados.  Otras, como las traducciones nuevas de la Reina Valera Contemporánea y la Nueva Versión Internacional eligen usar “poder,” una palabra mucho más genérica y flexible.  Lingüísticamente, todas son aceptables.  Dependiendo del contexto, cada uno de estas palabras puede ser una traducción correcta de la palabra griega del texto original. 

     Pero es mejor usar “imperio” o “dominio,” palabras más concretas, que suelen hacer referencia a un hecho concreto, una zona particular, y una población contenida dentro de unas fronteras, y bajo el poderío de un líder fuerte, un emperador.   “Poder” es una palabra más abstracta, y nos deja olvidarnos del hecho que el Reino de Dios es un reino, un dominio o un imperio, algo concreto.  Dios manda los ejércitos celestiales, los ángeles y arcángeles y toda la corte celestial.  También pertenecen al Imperio de Cristo todos los creyentes, los vivos y los muertos, las huestes de la fe.  El Reino de Dios no es meramente un concepto, ni sola una idea.  Aunque no podemos verlo, es real, concreto como un imperio, con seres viviendo adentro, y otros existiendo por fuera. 

    Sin embargo, entiendo porque los traductores nuevos eligen “poder” en vez de “imperio” o “dominio.”  Hoy en día, ninguna de las dos palabras son muy bien aceptadas.  En particular, “imperio” es de mala fama.  Es un insulto decir que un país o un líder está intentando construir un imperio.  No nos gusta la idea de que alguien tiene dominio sobre otros, porque la historia mundial de los imperios es algo muy feo. 

     Nuestro disgusto con la palabra imperio viene de la triste historia de los imperios humanos.  Seguramente hay que decir que el mundo ha experimentado muchas avanzas, especialmente en la tecnología, por causa de las actividades de varios imperios.  Pero siempre con los beneficios ha venido sufrimiento humano extremo.  Por ejemplo, consideremos el famoso Imperio Romano.  

     Fue una maravilla, y vemos artefactos de su logros por todas partes de España.  Pero el Imperio Romano fue fundado sobre la guerra y la esclavitud.  Utilizó torturas crueles con impunidad, incluso lo peor, la ejecución por ser colgado en una cruz.

     Otros imperios importantes incluyen el Sacro Imperio Romano, un intento de reproducir el antiguo Imperio Romano en Europa de la Edad Media.  Y el Sacro Imperio Romano instigó o fue la causa de docenas de guerras en que murieron miles y miles de personas.

     El descubrimiento por Colón del mundo nuevo trajo muchas bendiciones a Europa.  Pero hay mucha tristeza en el choque entre los imperios de los Aztecas y de los Incas y el naciente imperio de las Españas.  Y creo que todos conocemos los problemas del Imperio Napoleónico de Francia, o del Tercer Reich de Alemania, ambos proyectos que causaron muchísimo muerte y sufrimiento, incluido en España.

     Lo peor de los imperios, desde la perspectiva cristiana, ocurre cuando la iglesia intenta unirse al poder político.  Los resultados, para la doctrina, la misión y también para la reputación de la Iglesia, son siempre malísimos.  Podemos empezar un resumen de esta historia en la Biblia.  Aunque el Reino de Israel del Antiguo Testamento fue construido bajo el consentimiento de Dios, fue un desastre.  Los pecados, traiciones y errores de David, el mejor rey de Israel, causaron una guerra civil dentro de la familia real.  Y, salvo dos o tres excepciones, los reyes siguientes de David eran peores, siempre conduciendo Israel a la idolatría y la derrota militar.   

     Deberíamos aprender que la Iglesia de Cristo no debe intentar coger el poder político, ni entrar en acuerdos para compartir poder con gobiernos seculares.  Pero nos cuesta mucho recordar la lección.  Estos intentos siempre han resultado mal, desde los Estados Pontificios, es decir, el imperio de la Iglesia Católica Romana, hasta las iglesias estatales de Alemania y Escandinavia.  La primera víctima cuando la Iglesia persigue el poder político o militar es siempre la proclamación del Evangelio. 

    Sin embargo, es verdad que sí, Dios tiene un imperio.  Nuestro Dios es, como cantamos en el Sanctus,  el Señor Dios de Sabaot.  Sabaot es una palabra hebrea que significa los ejércitos celestiales, los ángeles y arcángeles, etc.  El problema en sí no es que exista un imperio; nosotros somos el problema.  El problema viene de nuestra conducta dentro de los imperios.  Siempre, cuando un ser humano agarra poder político y militar sobre los vecinos, el propósito, no importa tal noble que sea en papel, vaya a ser distorsionado.  Es probable que el imperio vaya a ayudar a unos, durante un periodo al menos, pero también es verdad que el imperio va a dañar a otros.  La mala fama de los imperios ha sido merecida.  

     Pero no deberíamos rechazar a todos los imperios, porque Dios tiene su propio imperio.  Nuestro desafío en esto es que nos cuesta mucho entender el Imperio de Cristo.  Porque es totalmente diferente que cualquier imperio humano. 

     Mira a nuestro Emperador.  Los imperios y los emperadores humanos siempre fracasan porque, por un lado, carecen el poder total necesario para completamente dominar a sus súbditos.  Por el otro lado, aun cuando tienen suficiente poder para controlar en gran medida a todo, la pecaminosidad de cada emperador resulta en que ningún imperio pueda evitar perjudicar a sus súbditos; las cosas vayan mal, y una rebelión imparable surja.  Un verdaderamente buen y exitoso imperio es un sueño imposible para nosotros. 

     Pero mira a Cristo, nuestro Emperador.  Finalmente hay un emperador con el poder y la sabiduría para hacer todo bien.  Ya ha demostrado su poder, y su clemencia, sirviendo sin cansar a tantas personas humildes con su poder milagroso.  Además , ya ha muerto, y luego se reveló como el vencedor sobre la muerte.  Todo está preparado para su gran coronación, su gran victoria sobre todos los imperios humanos.  Puesto que Jesús, crucificado y resucitado, ya está revelado como el Todopoderoso, el Señor Dios de los ejércitos celestiales, la guerra para derrotar a los romanos y cualquier otro poder mundial debería ser muy corta y fácil. 


     Pero mira que hace nuestro Emperador Jesús.  El gran vencedor sobre la muerte, el que hace milagros y controla la naturaleza, no dirige una campaña final de victoria mundial.  No, más bien se esconde.  Solo se revela a sí mismo a unas docenas de sus seguidores, y luego, se desaparece, ascendiendo ante los ojos de los Once, y siendo recibido por un nube, ocultado de sus propios tenientes.  Justo cuando, desde nuestra perspectiva, la victoria estaba a su alcance, Jesús ascendió.


    ¿Y cómo ha preparado nuestro Emperador a sus seguidores para que ellos puedan consolidar su imperio?  Sin armas blancas, sin poder económico, sin influencia política.  Jesús solo ha equipado a sus tenientes con un mensaje, y una promesa, que iba a venir un ayudante, la Promesa de su Padre.  Muy bien… pero,  ¿qué tipo de ayudante vendrá?  ¿Un guerrero con experiencia, un general sabio, o al menos un cortesano, un diplomado sagaz?  No, este ayudante prometido es descrito por Jesús como un Consolador, el Espíritu no de victoria ni de poder, más bien el Espíritu de Verdad.  Aunque es también el Todopoderoso Dios, el Espíritu Santo, como Jesús, solo quiere luchar con palabras.

     Es de verdad como dijo Jesús a Poncio Pilatos:  mi reino no es de este mundo.  El poder mundial no le importa, ni tampoco cualquier imperio humano.  No tienen ningún atracción para nuestro Emperador.  Aunque sería muy fácil que Cristo destruya a todos los poderes e imperios humanos en un segundo, esto no es su meta.  Porque el poder mundial, al fin y al cabo, solo llega a la miseria y la muerte. 

     Dios quiere mejor para los seres humanos.

     Mira a Cristo, nuestro Emperador.  Incluso los Apóstoles tenían dificultad de aceptar que su imperio iba a ser un imperio de amor, y nada más, que la única arma de la Iglesia sería la Palabra sola. 

     Todos los imperios humanos tienen la meta de mejorar la vida, para alguien, sea solamente el emperador y su corte, o la clase alta de una sociedad, o un pueblo entero, por supuesto al coste de los pueblos vecinos.  Todos los imperios están intentando hacer bien, según su propia idea de lo que es correcto y bueno.  Pero esta meta es inalcanzable para los imperios humanos, por causa de la debilidad y maldad de los hombres, y por el hecho que aun la mejor vida humana termina en un sepulcro. 


     El imperio de Cristo, al contrario, no persigue meramente mejorar esta vida terrenal.  No, antes bien Cristo quiere conquistar una vez para todos ambos el pecado y la muerte, para compartir el único imperio bueno y eterno, con todos los seres humanos.  Y esta meta ya se ha sido ganado, en el misterio horrible y amoroso de su Cruz.  “Consumado es,” la declaración de Jesús desde la Cruz, significa que los pecados, los pecados de todos, incluso los de sus enemigos, ya estuvieron expiados.  “Consumado es.” “Consumado es,” y luego, “¡Cristo vive!” “¡Cristo vive!,” la exclamación de la Resurrección, significa que la muerte ha sido derrotada. 

    Luego, con su imperio ya conquistado, no con armas ni con poder ni sabiduría humana, pero con la sabiduría y el amor y la justicia de Dios mismo, Cristo ascendió, preparando nuestro hogar celestial con su presencia concreta en los cielos, y cediendo el lugar al Espíritu Santo, la promesa del Padre, quien, a través de la proclamación de la Verdad de Cristo, iba a ganar más y más ciudadanos del Imperio de Cristo, no por fuerza, sino por el perdón gratuito.  Y el Espíritu los entrega un corazón nuevo, un corazón nuevo lleno del amor de Dios, que ahora quiere seguir al Emperador Cristo, en humildad y sinceridad, hasta que se revela el Imperio eterno y celestial, los nuevos cielos y la nueva tierra, donde con Cristo nuestro buen Emperador, viviremos en paz y amor, para siempre. 

    Todos los creyentes en Cristo, todos los bautizados confiando en la ciudadanía celestial recibida por el lavamiento del agua con la Palabra, ya son miembros del eterno imperio de Jesús, el Reino de Dios.  Pero no es un imperio que nos hace jactarnos y burlarse de aquellos que todavía están fuera del imperio. 

     No somos nada más que pecadores perdonados por Cristo; él es nuestro único orgullo.  Y él quiere salvar a todos.  Por eso, oremos para todos, e invitemos a ellos a venir, y escuchar, y recibir el mismo don que hemos recibido, aquí, donde el Espíritu Santo crea fe y paz en nosotros, a través de su única arma, la espada de la Palabra de Cristo, que nos da perdón y vida eterna, en el Nombre de Jesús, nuestro buen Emperador, Amén



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