Thursday, June 14, 2018

Nuestra Identidad


Segundo Domingo después de la Trinidad
Nuestra Identidad
Lucas 14:15-24

     ¿Con quién de nuestra parábola de hoy nos gustaría ser identificados? 

     ¿Con quién seremos identificados? 

     Cuando escuchamos una buena historia, o cuando miramos una película o leemos una novela bien escrita, es normal y agradable que nos identifiquemos con uno o más de los personajes de la historia.  En nuestra imaginación, nos preguntamos ¿quién soy yo en esta historia?  Por ejemplo, normalmente me identifico con los caracteres de las películas realizados por actores como Sean Connery o Clint Eastwood. Naturalmente. 

     Entonces, entre los personajes de nuestra parábola de hoy, ¿con quién te identificas? ¿Con el padre de familia?  Creo que no.  O al menos espero que no.  Es suficiente claro que el padre de familia representa a Dios mismo.  No somos Él.  Hay un solo Dios, y el primer mandamiento nos instruye que no nos es permitido adorar a otro, particularmente si este otro dios sea nosotros mismos.  

     ¿Te identificas con los convidados buscando excusas para evitar la cena del señor?  Otra vez, creo que no. 

     O tal vez sí.  La invitación de Dios es una buena noticia, pero si algunas veces en nuestra vida tú y yo hemos despreciado las buenas noticias de Dios, esta parábola nos pudiera golpear como una condenación fuerte.  Ya sabéis como lo justificamos a nuestra ausencia:  Yo sé que reunirme con el pueblo de Dios para escuchar su Palabra y recibir sus dones es bueno, pero, … toda la familia va a la playa, o las montañas, o, tengo que ir a una comida de mi primo, o, o, lo que sea… y por eso este domingo, no puedo asistir a la Eucaristía…

     Rechazar la invitación bondadosa del Padre es un estupidez, pero yo apuesto a que cada uno de nosotros hubiéramos tenido, o todavía tengamos alguna culpa por evitar venir adonde Dios nos ha invitado, a su congregación, reunida alrededor de su Palabra. 

     ¿Queréis identificaros con los pobres, los mancos, los cojos, los ciegos?  Bueno, sí, deberíamos quererlo.  Dado que ellos llegan a sentarse en el banquete del señor, es una buen idea.  Pero, ¿identificarme con los pobres y los cojos, literalmente, por ejemplo, sufrir tales problemas en mí vida?  No, no lo quiero mucho, de ninguna manera. 

    Hablando de la pobreza, preferimos la forma de San Mateo, “bienaventurados los pobres, en espíritu.”  (Mt 5:3) Somos capaces de encontrar una definición menos dura en la “pobreza del espíritu,” en vez de la pobreza literal.  Pero este evangelista Lucas, supuestamente más alegre y suave que Mateo, lo dice diferente: “Bienaventurados vosotros, los pobres,” (Lc 6:20), punto, sin adjetivo, sin una palabra que nos ofrecería una salida de la idea de que deberíamos aceptar la pobreza y el sufrimiento con alegría. 

     ¿Hay alguien aquí que se identifica con el siervo del padre de familia? Quizás… Llevar la invitación del padre a los vecinos es una vocación alta.  Como exactamente deberíamos realizar esta tarea santa ha sido el tema de nuestra reunión de este fin de semana, nuestro Foro.  Creo que todos ya sabemos que no es un trabajo leve o fácil.  Y, de todos modos, si tú quieres llevar la invitación del Padre a alguna persona específica aquí en España, o incluso quieres hacerlo como una vocación, como un siervo de la Iglesia, hablemos, tú y yo.  Después de todo, cuando oramos que el Padre envíe más obreros en su cosecha, estamos hablando de personas de entre nosotros.  

     Muy bien, puede ser divertido y servicial considerar con quien nos identificamos en una parábola.  Pero, más importante que con quién nosotros nos identificamos es la pregunta de con quién nos será identificados por otros, y finalmente, por Dios. 

     No somos el Padre. 

     ¿Seremos identificados con los convidados que no quisieron venir al banquete? ¡Ay de mí! Esperamos que no.

     Deberíamos querer ser identificados con los pobres, los mancos, los cojos, los ciegos.  Pero, nos da mucho miedo la idea de desear ser pobre o incapacitado. 

    De verdad, las opciones de este parábola nos da miedo, miedo de con quién Dios nos identificara. 

    Y, digo yo, este miedo está muy bien.  Porque el temor de Jehová es  el principio de la sabiduría.   

     El temor de Jehová, del Señor, es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia.

     El temor del Señor es el principio de la sabiduría, pero no el fin.  Hay que proceder al conocimiento del Santísimo para tener una inteligencia salvadora.  Es decir, al final, aunque es sumamente importante la pregunta de con quién seremos identificados por Dios, esta no es la pregunta principal.  De verdad es una pregunta del camino de la Ley, y siempre nos va a encontrar dudas por ella, porque aunque dediquemos toda nuestra vida y fuerza a siempre estar listo de responder a la invitación del Señor, no lo hacemos. 

    No, la pregunta principal es la de siempre cuando tratamos con la Palabra de Dios:  ¿Dónde está Cristo en esta historia?  ¿Con cuál personaje deberíamos identificar a Él?

     Y la respuesta sorprendente es que Cristo nuestro Salvador se identifica con todos los caracteres de esta parábola.

     Podemos ver una identidad compartida entre Jesús y el padre de familia, porque Jesús y su Padre son uno.  Si vemos al Hijo, vemos al Padre.  No podemos entrar profundamente dentro de este misterio hoy, pero es verdad.   

     ¿Podemos identificar a Jesús como el siervo del Padre?  Claro que sí.  Es el Siervo escogido, el Santo de Dios, enviado a este mundo para invitar a todos a la cena celestial y sin fin.  El Señor quiere que todos sean salvos, y por eso envió a su Siervo, su único Hijo para entrar en nuestra carne, para hacerse nuestro hermano.  Nos alegramos en esta buena noticia, que el Hijo del Hombre, el Mesías de Dios, no vino para ser servido, sino para servir, incluso para dar su vida en rescate por muchos. 

     Para rescatarnos, Cristo Jesús, el eterno Hijo del Padre, tuvo que identificar con nosotros, hasta el último.  Jesús, dejando su trono en la gloria y el poder divino, se identificó con los pobres, los sufridos, los que están en duelo.  Qué mensaje más consolador, que en nuestros momentos más bajos podemos confiar que Jesús ha pasado lo mismo, y peor, y que Él todavía está con nosotros, especialmente en nuestro sufrimiento. 

     Pero no somos solamente personas inocentes, sufriendo los dardos de Satanás y el odio del mundo.  Mucho menos, somos, en nuestro pecado, enemigos de Dios, rechazando su invitación y despreciando a su Siervo una y otra vez, cada vez que pecamos.  Por lo tanto, para rescatar a mí, para rescatar a ti, para rescatar a todo el mundo, fue necesario que Cristo se identificara también con los malos convidados que no quisieron venir a la gran cena.  

     Y, en la sorpresa más grande y buena de toda la historia, Jesús lo hizo.  El Santo Siervo de Dios se identificó con los fariseos, quienes amaban al dinero y confiaban en su propia justicia, en sus buenas obras, como ya habían merecido una invitación para entrar en la cena eterna del Señor.  Cristo se identificó con los malhechores, los asesinos y los ladrones, y con gobernadores sin preocupación por la justicia.  El Santo Siervo de Dios dejó que sus enemigos le identificaron como blasfemador.  Y luego, para tragar el último de la copa de maldición, Jesús fue identificado como el Pecador de pecadores por el Padre de la Casa, su propio Padre Celestial. 

     Todos tus pecados, y los míos, y los de todos, y todo el castigo justo que hemos merecido, fueron aceptado y consumido por Él, colgado en una cruz, bajo el odio de Satanás y todo este mundo caído, y peor, y en un momento incomprensible, bajo toda la ira justa de su Padre.  Consumado es. 

     Y luego, después de cumplir el sábado en la tumba, Jesucristo se resucitó.  La muerte no tenía poder suficiente para retener al Hijo de Dios, porque Él es la luz y la vida del mundo. 

     Y por todo eso, en Cristo Jesús, tú tienes una nueva identidad.  Tú puedes identificarte con Cristo, porque Él ha puesto su nombre, su justicia y su santidad sobre ti en tu bautismo.  Por causa de la obra de Jesús, el Padre te ha declarado justo y santo.  La morada de Dios en el Espíritu está contigo, porque tenerte con Él para siempre es su gran deseo. 

     De verdad, bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios.  Tú puedes confiar que por, y en, y a través de Cristo Jesús, ya tienes un sitio reservado en la cena eternal, una cena de que también Jesús nos da un anticipo, aquí, hoy, alimentándonos con su cuerpo y su sangre, para perdón, vida y salvación. 

En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, Amén. 

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