Sunday, September 30, 2018

El porqué de comer con pecadores


San Mateo Apóstol y Evangelista
San Mateo 9:9-13, Efesios 4:7-14, Ezequiel 2:8 – 3:11
El porqué de comer con pecadores

     ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?

     Nuestro Maestro, nuestro Señor y Salvador Jesucristo, no solía contestar a preguntas directamente.  Dado que los Fariseos fueron poderosos en la sociedad, este hábito pudiera haber sido peligroso.  De hecho, se parece que Jesús siempre estaba intentando poner furioso a sus enemigos.  No vacilaba en anunciar sus hipocresías y pecados.  Y, como vemos hoy, con mucha frecuencia, Jesús no quiso contestar directamente a sus preguntas, sino con otras preguntas.  Pero creo que, con la ventaja de saber el resto de la historia, podamos conjeturar sobre porque Jesús comía con pecadores.  De hecho, hay al menos dos o tres razones que deberíamos considerar. 

     ¿Por qué come Cristo Jesús con los publicanos y pecadores?  Es una pregunta lógica, pero no por la razón que la preguntan los fariseos.  Ellos piensan mal de Jesús porque lo consideran un hombre religioso, quien ahora está asociando con pecadores destacados.  Pero la realidad es que Jesús es el Señor, el Santo, Santo, Santo Dios, hecho hombre, y el Santo Dios odia el pecado.  ¿Qué pasa aquí?

     El Señor Jesús come con pecadores porque Él los ama a ellos.  Según la forma de pensar del mundo, esto es la gran debilidad del Dios de la Biblia.  Para muchas personas el problema principal con el Señor Dios es su severidad con pecadores.  Para otros, especialmente con las personas morales y los religiosos, el gran escándalo de la Biblia es el hecho de que el Señor tiene demasiado paciencia y piedad con “aquellos pecadores.” 

     Es un rasgo de nuestra naturaleza humana que queremos presentarnos como buenas personas, y denigrar a otros que, según los estándares de la cultura, no puedan fingir un carácter bueno:  En el primer siglo, los “pecadores” fueron, por ejemplo, prostitutas, o publicanos, los recaudadores de impuestos para un gobierno de ocupación, como fue Mateo para los Romanos. 

     ¿Quiénes son los pecadores obvios de nuestro siglo?  Tal vez un drogadicto o un alcohólico, viviendo en la calle, o los mendigos, o los jóvenes regresando a casa a las 6:30 de la mañana el sábado o el domingo, después de pasar toda la noche en los bares… no sé exactamente quienes son en España, pero siempre tendemos identificar y separar a los pecadores obvios, para que nos sintamos superiores.  Y tales personas, los pecadores obvios, no merecen la compañía de buena gente. 

     Pero Jesús come con los pecadores.  Porque de tal manera amó Dios al mundo, que envió a su Hijo unigénito a entrar en nuestro mundo, para salvar a los mismos pecadores.  Él no vino a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento.  ¿Y qué momento mejor para hablar en serio con una persona, que durante y después de compartir una comida?

     ¿Por qué come Cristo Jesús con los publicanos y pecadores?  No tiene otra opción.  Dios envió a su Hijo al mundo, en forma de un hombre, porque la deuda del pecado tuvo que ser pagado por un hombre.  El eterno unigénito Hijo de Dios tomó nuestra carne de su madre María, y un hombre de carne y hueso tiene que comer.  Nadie quiere comer solo, no siempre.  Entonces, para tener compañía en la mesa, Jesucristo no tiene otra opción, porque todos los descendientes de Adán son pecadores. 

     Pero muchos no quieren aceptar esta realidad.  Los fariseos quieren pensar que, por su seguimiento de muchas leyes, puedan afirmar que, aunque había un día en que eran pecadores, hoy no.  Quieren decir que ya hayan quitado todo el pecado de su vida. 

     Fue más o menos igual con los judíos, los conciudadanos de Jesús.  Muchos de los judíos querían decir que, porque eran descendientes de Abraham, automáticamente no fueron realmente pecadores.  Y hoy, me preocupe que tantos cristianos intentan lo mismo, hoy en día más por negar que pecados sean pecados de verdad.  Si en nuestro día, supuestamente más avanzado y evolucionado, podemos decir que el pecado sexual, la codicia, o el rechazo de la autoridad de Dios y su Palabra no son pecados, entonces, no seamos pecadores.  Al fin y al cabo, intentar fingir que no sean pecados no cambia la realidad que son pecados, y somos pecadores. 

     La realidad es que nuestro pecado es una enfermedad espiritual inherente, y no tenemos la capacidad de superarla.  Es fácil aceptar esta triste realidad en relación con los pecadores obvios.  Pero es verdad para todos nosotros hijos de Adán.  Por ende, como fue hace dos mil años, es todavía igual hoy:  Si Jesucristo quiere sentarse en la mesa y comer con seres humanos, no tiene otra opción, salvo comer con pecadores.  Y por causa de su gran amor, Él quería, y todavía quiere comer con pecadores, cualquier pecador que no niegue su realidad personal pecaminosa, y que busque la ayuda que solo Jesús puede ofrecer. 

     ¿Por qué come Cristo Jesús con los publicanos y pecadores?  Él lo hace también para salvar a las “buenas personas” como los fariseos, antiguos y modernos.  Hay un lema favorito de los que afirman que tengan su propia justicia.  “No soy perfecto, pero soy una buena persona.”  He oído esta frase, o una variante de la misma, desde muchas personas, hombres, mujeres, y niños, en situaciones distintas, en varios países, y en dos idiomas.  Se suele oírla cuando una persona está pillada en un fallo, en un pecado, y quiere evitar la responsabilidad.  Tal persona no quiere que sus prójimos considerarle un pecador obvio.  También, tal persona no quiere comer con Cristo Jesús, por su disposición a comer con pecadores obvios.  Evitar la etiqueta “pecador” es más importante a él que encontrar una manera de escapar de su pecado.

     Con los pecadores obvios, que reconocen y confiesan su situación, Jesús tiene palabras de acogido y amor.  Pero, para intentar salvar a las “buenas personas,” la cara de Jesús, como la cara de su profeta Ezequiel, tiene que ser duro, para romper la confianza de los que confían en su propia justicia, o linaje, o buenas obras.  Siempre que alguien niega la realidad de su propia pecaminosidad, el primer paso en la obra de salvación tiene que ser romper la fachada de justicia propia, que es una fantasía, una ilusión falsa.  Muchas veces, como hoy hizo Jesús con los fariseos, el Señor tiene que decir cosas poco agradables, para preparar sus oyentes para la salvación.   

     No es fácil ni agradable proclamar a otros la realidad de pecado.  Pero Dios quiere superar nuestra resistencia a la verdad, para llevarnos a una verdad mejor, una verdad feliz, la verdad del hecho que Él mismo se ha encargado de nuestro problema, y quiere sentarse en la mesa con nosotros.  Así es que Ezequiel necesitaba un frente duro, como diamante, como un pedernal, para soportar la recepción negativa que la Palabra que tuvo para anunciar iba a recibir del pueblo de Israel.  Ezequiel tenía que ser completamente lleno de la Palabra del Señor, y su misión fue predicar nada excepto la verdadera palabra, sin preocuparse si sus oyentes escuchen, o dejen de escuchar.  Para llegar a la salvación, la palabra dura tiene que ser proclamada, sin cambiarla, sin suavizarla. 

     Sigue igual hoy.  Nuestra necesidad no ha cambiado, ni el amor de Dios.  Por lo tanto, Cristo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, para continuar la obra del Señor.  Porque es contra nuestra naturaleza mantenerse fiel a la Palabra, Dios creó un oficio del Santo Ministerio, por lo cual Cristo ha prometido edificar su Iglesia.  En su sabiduría, aunque tal vez elegiríamos otra forma, Cristo quiere poner hombres, miembros de su Iglesia, en puestos para servir, para enseñar y predicar la Palabra de Dios, nada menos, y nada más.  Y los predicadores y maestros están, como Ezequiel, como San Mateo, obligados a hacer una cosa:  mantenerse fiel a la Palabra de Cristo. 

     Por lo tanto, fieles servidores de la Iglesia, fieles hombres ordenados para servir en el Santo Ministerio, tienen algunos rasgos en común.  Son pecadores, y no lo esconden.  Intentan, como cada creedor en Cristo, vivir sin pecado.  Pero en su sabiduría misteriosa, el Señor no perfecciona a sus cristianos durante esta vida terrenal.  Así, cada pastor es un pecador, y no puede fingir que no.  Más bien, un ministro fiel vive en arrepentimiento diario, confesando sus pecados contra Dios y contra sus prójimos, viviendo en dependencia diaria de la gracia de Dios. 

     También, los hombres puestos en el Santo Ministerio son fieles a la Palabra, aunque puede ser una tarea muy dura.  Es una paradoja del ministerio cristiano, que los pastores y maestros son, al mismísimo tiempo, humildes y arrepentidos a cerca de su propio ser, y también duros, inflexibles a cerca de la Palabra de Dios y su proclamación.   

    Se parece difícil, esta vocación del Santo Ministerio, ¿no? Puede ser, y de verdad, la vida cristiana para cada miembro no es menos desafiante.  Tal vez, por ser una cosa privada, no pública como el ministerio, vivir la vida de los laicos sea aún más difícil.  ¿Como podemos vivir y aún florecer bajo tal paradoja?  ¿Cómo puede ser reconciliada esta tensión entre la justicia y el amor? 

     Solo en un sitio son reconciliados la justicia y el amor de Dios.  En la Cruz de Cristo, donde la misericordia y la verdad se encontraron; donde la justicia y la paz se besaron.  En la muerte expiatoria de Jesucristo, vemos el amor de Dios para con los pecadores.  Vemos el milagro divino, cuando la debilidad poderosa de Dios, su amor para los hombres rebeldes, consumó todo su ira contra nuestro pecado, confeccionando un nuevo pacto de perdón y vida nueva, para todos que se sientan a la mesa con el Maestro Jesús. 

     Entonces, es bueno estar aquí, hoy, porque Cristo Jesús viene otra vez, para sentarse en la mesa con pecadores, contigo, y conmigo, entrando en esta casa, entrando en nuestras bocas, para afrontarnos con nuestro pecado, y quitarlo de nosotros, limpiándonos con su sangre, para nuestra salvación, y también para luego utilizarnos en su misión. 

       Jesús usó a Mateo, el odiado recaudador de impuestos, como evangelista y apóstol.  El Señor usa a otros como pastores o maestros.  A otros como fieles padres cristianos, criando a sus niños en el temor y amor del Señor.  Dios utiliza a cada uno en su propio puesto de vida, como hijo o hija, padre o madre, marido o mujer, trabajador o jefe, clero o laico, todos dependientes de y unidos con el mismo Cristo Jesús, quien realiza su misión diaria en, y a través de su Iglesia, la que es vosotros, los fieles, congregados en torno a la mesa del Señor, en el Nombre de Jesús, Amén. 


No comments:

Post a Comment