Monday, September 17, 2018

El Pan de Cada Día - Decimoquinto Domingo después de Trinidad


Decimoquinto Domingo después de Trinidad
9 de septiembre, A+D 2018
El Pan de Cada Día

¿Qué te apetece comer?  Seguramente, un poco de pan, ¿no?

     Una de las cosas en la cual Shelee y yo somos más diferentes culturalmente de los españoles tiene que ver con el lugar de pan en nuestra dieta.  Nos gusta pan, y comemos pan.  Pero no siempre.  De verdad, mucho menos que los españoles.  Os cuento una historia para explicarme.    

     Una vez, hace unos años, acogíamos una conferencia de los pastores y seminaristas de nuestra iglesia en nuestro hogar en Sevilla.  Shelee preparó la cena, con un guiso típico norteamericano con nombre español, “chili con carne.”  Se sirve con un bizcocho de harina de maíz.  También preparó varios aperitivos, embutidos, queso, etc., una cacerola de verduras, una ensalada de lechuga, y otra de fruta, creo.  Me preguntó si necesitábamos pan, y le dije, ¿por qué?  ¿Quién necesitaría pan cuando hay el bizcocho de maíz y tanta comida? 

     Bueno, sentamos alrededor de la mesa, con todos los teólogos laudando a Shelee por la buena pinta de la comida.  Dimos gracias al Señor, y íbamos a empezar la cena, pero todos los españoles estaban mirando por la mesa, y luego los unos a los otros, todos pensando lo mismo, pero nadie quería vocalizar su pregunta.  Finalmente, después de unos momentos muy incómodos, alguien, no voy a decir quien, pero alguien finalmente se armó de valor, y le dijo a mi esposa, “Shelee, has olvidado traer el pan a la mesa…”. Pero, … no había pan en la casa…

     Porque somos luteranos que viven bajo el Evangelio del pleno perdón de los pecados, logramos sobrevivir la vergüenza de este error.  Nuestros huéspedes intentaron fingir que no era un problema, y aprendimos que los españoles siempre necesitan pan, no importa lo que se come.

     Y en esto, los españoles son muy bíblicos.  Porque el pan es muy central a todas las culturas bíblicas.  De hecho, comer pan es una parte importante de la maldición que recibió Adán en el jardín: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra.”  Al mismo tiempo, porque Dios nos ama y es muy bondadoso, pan también puede ser una alegría, delicioso y lleno de bendición. 

     Todavía, aunque recibimos nuestro pan de cada día del Señor, la realidad de nuestra condición caída se muestra muy claramente en relación con el pan.  Cuando no tenemos comida, cuando el hambre es un compañero constante y una amenaza a la vida, cuando nuestros estómagos están vacíos, no podemos pensar en nada más excepto hallar un trozo de pan.  Rezamos a Dios con honestidad y fervor cuando no hay de comer.  Pero, muy pronto, una vez que hemos llenado el estómago, y tenemos alimento en la dispensa, la importancia de mantener nuestra conexión con Dios decae. 

     La abundancia de nuestra edad hace el suelo misional muy duro.  Y, aunque nuestra vida abundante debería darnos corazones ansiosos de hacer bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe, la triste realidad es que muchas veces nuestra riqueza nos da un impulso de aislarnos de otros, para proteger y disfrutar solo de nuestros propios bienes.   

     Por esta triste tendencia humana, ver la obediencia de la viuda de Sarepta es una maravilla.  Seguro, recibir una orden especial directamente del Señor tiene un efecto sobre una persona, y por lo tanto, cuando vino Elías pidiendo agua, no hay problema.  Hay agua en el pozo, y entonces ella se la dio al profeta. 

     ¿Pero pan?  Este Jehová Dios, ya había dejado que su marido se murió, y ahora, ella está preparando a morir, junto con su único hijo, porque no hay pan de comer.  Un panecillo más, con la última de su harina y aceite, y ya está.  ¿Y ahora este profeta tiene la cara de pedirlo para sí mismo? 

     Pero, la orden del Señor todavía hace eco en sus oídos.  Y que nos demos cuenta de la palabra de promesa que proclama Elías, “No tengas temor; ve, haz como has dicho; pero hazme a mí primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo. Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra.”  Escuchó una palabra de ley del Señor: “Sustenta al profeta que va a venir a ti”, y luego escuchó una palabra de evangelio del profeta del Señor, “No tengas temor,” y ya está: la vida de esta mujer y su hijo cambia para siempre. 

     Porque, irónicamente, esta viuda muriéndose de hambre llegó a creer que la vida es más que pan, es más que comer y vestirse.  Más bien la vida es oír, escuchar y creer la Palabra de Dios, la cual Él ha enviado a nosotros. 

     Por un lado, nos tenemos pavor de comer pan de lágrimas, es decir el hambre, la angustia por nuestro sufrimiento y los de nuestros queridos, y el miedo de la muerte, y por el otro lado esperamos comer el pan de gozo, como en el banquete de la boda de nuestro hijo, la seguridad de una cuenta bancaria sobrellenada, o la alegría sencilla de un buen día.  Estas son las cosas que naturalmente pensamos son las esenciales de la vida, las cosas que queremos evitar, o conseguir.  

     Pero tu Señor Jesús dice que no.  No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir… ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? 

     Sí, valéis muchísima más al Padre celestial que las aves.  Por lo tanto, Él nos da nuestra orden, igual como la dio a la viuda: buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.  Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.        

    Bueno, tenemos, entonces, nuestras ordenes:  Buscar primeramente el reino de Dios y su justicia, y no preocuparnos por mañana, solamente por los problemas de hoy…  Conceptualmente muy sencillo, ¿no?  Una regla entendible para la vida como un seguidor fiel de Dios.  Muy bien.  Vámonos… 

     Pues, no es tan fácil, ¿eh?  Es una cosa entender la orden de Dios.  Pero, es enteramente otra cosa tener la capacidad de cumplirlo.  Como vemos con la viuda.  “Sí, Señor, sustentaré a tu profeta cuando necesite agua, porque la tenemos, y sabemos donde sacarla.  Pero no tengo harina y aceite para alimentarle con pan.  Déjame morir, por favor.”  Ante nuestra orden recibida de Dios, somos naturalmente igual a ella.  No sabemos dónde encontrar la entrada a su reino, ni donde está su justicia.  La idea de no preocuparnos por el futuro o la comida, bebida y ropa nos suena bien, pero hace frio en el invierno, y los estómagos gruñen, y no sabemos como vivir sin preocuparnos. 

     Por eso, Elías prometió a la viuda de Sarepta que siempre tendría suficiente pan, y tu Señor Jesús hace la misma promesa a ti.  Tu pan, tu pan celestial, tu pan de justicia, la comida que te trae al reino de Dios, nunca te faltará.  Esto no quiere decir que un cristiano no puede sufrir de hambre, aun hasta la muerte.  No es común, pero sí, podemos. De hecho, podemos sufrir de todos los males de este mundo caído. 

     Pero tu pan de vida nunca faltará.  Nunca.  Porque Jesús mismo es tu pan de vida.  Jesús es el Verbo de Dios, la Palabra encarnada, que ha puesto sí mismo en la Palabra de la Biblia, para que por el escuchar de esta Palabra, nuestra fe reciba la alimentación necesaria para nacer, crecer y permanecer, hasta el fin. 

     Como fue cumplida la promesa de Elías sobre la harina y el aceite, todas las promesas hechas por Dios en su Biblia están cumplidas en Cristo mismo.  Él es la fuente de toda vida, el verdadero Pan de Vida, que bajó del Cielo, para dar su carne, su sangre, su propia vida, para la vida del mundo.  El Bebé que durmió como si fuera alimento de animales en un pesebre se creció a ser el Hombre Santo, quien dio a su misma carne para alimentar a nosotros con su justicia, la justicia de Dios, que borra todos nuestros pecados. 

     Nunca deberíamos preocuparnos por el futuro, ni por la comida, bebida y vestido.  Deberíamos esforzarnos 100% para encontrar y lograr el reino y la justicia de Dios.  Cada vez que desobedecemos estas órdenes sencillas de Dios, merecemos su rechazo y castigo.  Pero Dios nos ama, aunque somos débiles, aunque somos pecadores.  En y por Cristo Jesús, Dios nos ama y nos quiere como herederos en su reino eterno. 

     Por eso, como hizo Elías con la viuda de Sarepta, igualmente hace Cristo con nosotros:  lo que quiere ver en nuestra vida, Él mismo viene y provee.  Nuestra entrada en el reino de Dios es Él mismo, desde que se unió con nosotros en el bautismo, y cada vez que esté con nosotros para cuidar, enseñar, proteger, perdonar y bendecir, que es cada vez que nos reunimos en su Nombre.  Nuestra justicia es su propio cuerpo y sangre, dado y derramada para nosotros, y dados a nosotros para comer y beber aquí, realmente presente bajo el pan y el vino, provistos a cristianos en altares fieles en todas partes del mundo. 

     De verdad, el milagro que hizo Elías para la viuda de Sarepta, que ella siempre tuviera unas barras de pan cada día hasta el fin de la sequía, no es tan impresionante, no en comparación con nuestro milagro.  Porque nuestro pan del cielo, en Palabra y Sacramento, es la verdadera Pan de Vida, que nos da el reino y la justicia del Padre, quien nos ha dado su Espíritu, para que podamos conocer a su Hijo como Señor y Salvador. 

Nuestro pan de cada día
el Padre nuestro nos da,
hoy, aquí,
en el Nombre de Jesús, Amén. 


No comments:

Post a Comment