Primer Domingo en Adviento, 3 de diciembre, A+D 2017
El Señor Viene, San Mateo 21:1-9
CC 005 Redentor
Precioso, Ven
1. Redentor
precioso, ven; Tú del mundo, la esperanza;
Mi rescate y
sumo bien, Ven, en Ti mi fe descansa.
Tu hermosura
singular, Cristo, espero contemplar.
El Señor Jesús
viene. ¡Y que gozo sentimos! El miércoles pasado Shelee y yo pusimos un
pequeño belén en la ventana del Centro Casiodoro de Reina, el nuevo templo y
también la nueva sede de nuestra iglesia en Sevilla. Mientras lo arreglábamos, varias personas
pararon por afuera para mirar, y aunque no pudimos oír sus palabras, por el
tono de sus voces fue obvio que se alegraban de ver el retorno de los
belenes.
Aun muchos
incrédulos quieren celebrar la Navidad, y no todos solamente por Santa Claus y
por tener una excusa para una fiesta en pleno invierno. La idea de la llegada de un Salvador pequeño,
una esperanza escondida en la forma de un bebé, es muy llamativa, y consoladora,
aun para ellos que lo consideran un mito y nada más.
Por eso,
nosotros que confiamos en el Hijo de María tenemos más alegría que nunca,
porque durante la temporada de Adviento y Navidad tenemos otra oportunidad de
celebrar y anunciar a nuestros vecinos y familiares la buena noticia de que la
Navidad y la llegada de un Salvador no es un mito. El Señor Jesús, Hijo de María e Hijo de Dios,
vino una vez, y viene todavía. Jesús
vino y todavía viene para enfrentar nuestras peores dificultades, asumiendo la
responsabilidad de corregirlas y quitarlas de nosotros, intercambiándolas con
nosotros por su vida victoriosa.
El Adviento
está lleno de alegría, porque la salvación del Cristo que viene en el nombre
del Señor es un hecho completado, y un don gratuito. Pero el Adviento también lleva sus
dificultades, y la proclamación de las Buenas Nuevas paradójicamente no está bien
recibida. Como bien sabemos, a pesar de
que, en su llegada a Jerusalén montado en una asna, Jesús fue recibido con los
loores de la gente, en los días después, su recepción iba a cambiar
radicalmente. ¿Y la razón de esta triste
realidad? La encontraremos en una frase
pequeña en la próxima estrofa de nuestro himno:
2. Entra en
este corazón, Santo Rey y Dios sublime;
Haz en mí tu habitación,
Todo mal en mí suprime:
¡Qué tesoro
encuentro en Ti Cuando moras Tú en mí!
¿Todo mal en mí
suprime? ¿Qué mal? ¿Y quién eres tú, para acusarme de ser
pecador?
Tal vez estáis
pensando que hago referencia a los incrédulos con esto, y sí, es verdad que, especialmente
hoy, pero en realidad desde siempre, a los seres humanos no les gustan oír
declaraciones de su pecaminosidad. ¿Cuántas
veces hemos oido, “Yo soy una buena persona”?
Pero,
el juicio tiene que empezar en casa. La
verdad es que nosotros tampoco queremos oír tales acusaciones. Por esta razón, la temporada del Adviento
tiene una doble cara. Sí, Adviento nos
trae alegría y felicidad, porque Jesús viene, humilde y bondadoso, el niño
cuidado por José y durmiendo en los brazos de María, y como un rey manso y
amable, no montado en un caballo de guerra, más bien en el pollino de una
burra. Pero este mismo Jesús también va a
venir en gloria, como un juez celestial, un juez que no acepta el pecado.
Pensar en una
fiesta de alegría y bendición con Dios es agradable. Confesar que somos oprimidos, con necesidad
de ayuda, es, a veces, aceptable. En
nuestros momentos orgullosos, no; cuando pensamos que tenemos la vida controlada
y todo va bien, entonces no nos gusta oír de nuestras debilidades. Pero en los momentos bajos, cuando estamos
cansados, presionados, confundidos, o tristes, sí, en estos momentos el recibir
de un salvador bondadoso es una cosa buena.
¿Pero escuchar
que, en nuestros momentos buenos y en nuestros momentos malos, nuestro principal
problema no es otra cosa excepto nuestro propio mal interno, nuestra propia
culpa por nuestros pecados? ¿Oír que
Cristo también viene como juez de todos en el día final, para separar las
ovejas y las cabras? No queremos oír que
todos los que no sean santos y puros vayan a recibir la condenación
eterna. Ni nosotros ni los incrédulos
quieren este tema del Adviento. Pero es
así.
Por lo tanto,
es cada día imprescindible que los cristianos viven la vida de
arrepentimiento. Como dijo Lutero en el
primer de sus 95 tesis con lo cual se arrancó toda la Reforma Luterana, “Cuando
nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: “arrepentíos,” ha querido decir que
toda la vida de los creyentes fuera de arrepentimiento.”
Arrepentimiento
es, en total, el reconocimiento y confesión del mal que está en cada uno de
nosotros, y la petición a Dios para perdón, por causa de la vida, muerte y
resurrección de Jesucristo. El saber de
mi culpabilidad entera es insoportable sin la buena nueva de que Cristo ha
vencido mi culpa 100%, quitándola de mí y expiándola en la Cruz. Este arrepentimiento diario, que conlleva a
la vez una confianza eterna en la promesa de Jesús, es el corazón de la vida
cristiana, y el mundo necesita ver esto en nosotros.
3. Ramos tiendo a Ti, Señor. Con hosannas de
victoria:
Tributarte
adoración Es mi anhelo y suma gloria.
Respondiendo a
tu favor, Canto siempre tu loor.
Esta estrofa es
una expresión buenísima de la voluntad y las acciones de gracias que fluyen
naturalmente desde la nueva criatura que el Espíritu ha creado en cada
cristiano. ¡Qué Dios nos ayude hacerlo
siempre! Pero no sea que nos olvidemos
de la tensión, de la lucha que está en el centro de la fe cristiana militante,
es decir, la vida cristiana en este mundo caído, donde todavía nos acompaña el
hombre viejo, el pecador que cada uno de nosotros seguimos siendo. El favor de Dios a lo que respondemos no es
principalmente la providencia de comida, casa, y bienes. Más bien, es el favor de Dios para con los
pecadores, por causa de la Cruz de Cristo.
Por lo tanto,
el contenido de nuestra adoración no es principalmente que Dios es todopoderoso
o que sabe todo o que es santo y glorioso y nos da salud y larga vida. Todo esto es verdad y digno de ser
alabado. Pero nosotros pecadores no
podemos vivir con un Dios todopoderoso, plenamente sabio, glorioso y completamente santísimo, sin la buena
nueva de que en Cristo tenemos perdón completo, que la santidad de Jesús nos
cubre.
De verdad es
difícil pensar que la gente que gritaba: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el
Nombre del Señor!” de verdad entendiera que tipo de Rey iba entrando a
Jerusalén para salvarles. Un Salvador
que da vida a través de la muerte. Un
Vencedor que gana por una derrota vergonzosa y aparentemente total. Un Dios, escondido en la forma de un hombre,
para salvar a los mismos hombres que le mataban. Todo esto es un recordatorio para nosotros
que, hasta Cristo viene en el Último Día, su presencia será escondido.
Es el desafío
de la fe: el fundamento de nuestra
confianza no se puede ver. Se puede
oírlo, lavarse en ello, comerlo y beberlo.
Y, más importante, se puede creerlo, porque la fe cristiana es un don
del Espíritu Santo quien nos fue dado en nuestros bautismos. Pero hoy el mundo no puede ver a Cristo, ni
tampoco nosotros le podemos ver.
Por eso,
nuestra fe, y la salvación del mundo, dependen del contacto continuo con la Ley
y el Evangelio de Cristo. Porque a
través de su Palabra, el Espíritu mantiene nuestra fe viva. Igualmente, el mundo necesita que continuemos
en estrecho contacto con Cristo a través de su Palabra, para que nuestro
arrepentimiento y fe, y las buenas obras que fluyen naturalmente de ellos, sean
visibles a nuestros vecinos. Porque es
por estas cosas que Dios atrae otros pecadores a su Iglesia, para oír la buena
noticia que Jesús es también su Salvador.
Entonces, cantemos
loores. Cantemos loores por la salvación
que Jesús nos ganó el viernes después de su entrada en Jerusalén. Cantemos loores por la promesa de su
presencia salvadora escondida hoy en la Palabra y los Sacramentos, y por su
llegada futura para recogernos y llevarnos a su reino celestial en el Último
Día. También, para que nuestros vecinos
y amigos que no confían en Cristo puedan también oír y creer, cantemos hoy y
siempre, cantemos loores como estos en nuestra última estrofa, Amén.
4. De David Hijo y Señor,
A los tuyos sé
propicio.
Llénenos, ¡Oh
Bienhechor!,
De tu gracia el beneficio,
Oye el canto de
tu grey;
¡Gloria, hosanna a nuestro rey!