Cuarto Domingo de Adviento - Rorate
22 de diciembre Anno + Domini 2019
El Pecado Agobiante, y la Bienaventuranza
Lecturas del día: Deuteronomio 18:15-19, Filipenses
4:4-7, San Lucas 1:39-56
(Desde la Colecta del Día)
Reaviva tu poder, Señor, y ven en nuestra ayuda, para que los pecados
que nos agobian sean rápidamente quitados por tu gracia y misericordia.
¿Qué
pecados nos agobian? ¿Qué son los pecados que nos molestan y nos hacen la vida difícil, o quizás
que nos torturan, y nos hacen la vida imposible?
Primeramente, los pecados de otros, las
ofensas cometidas por otros contra nosotros.
Esta semana, todos hemos estado golpeado por
el asesinato del Pastor Luis Coronado en Venezuela, muchos de nosotros con
mucha fuerza, por haber sido ovejas de Pastor Luis, lo demás por nuestro cariño
a los que sufren más, y también simplemente por el hecho que un hermano y
predicador de nuestra iglesia hermana en Venezuela fue matado por hombres malvados,
un servidor de Cristo, cruelmente quitado de su familia y congregación. Gracias al Señor, Pastor Luís descansa en
paz, y esta atrocidad no va a parar la obra de Cristo. Pero la pérdida de él es una tristeza
dolorosa.
Tal vez otros están sufriendo una crisis en
la familia, causada por las decisiones egoístas de otros. Los errores o abusos de uno pueden dañar a
toda la familia, y es difícil saber que hacer, como enfrontar el problema, o si
deberíamos aguantarlo en silencio.
Otros pecados contra nosotros son más leves,
pero todavía nos duelen. Pueden ser
simplemente palabras duras, o una falta de respeto o afección. Tal vez una amiga de repente te está evitando. Tal vez tu hijo te dice que no te respeta,
con sus palabras o acciones. Tal vez tu
jefe o jefa te maltrata, o tus compañeros se burlan de ti.
Hay un sinfín de pecados de otros que nos
agobian. ¿Queremos un minuto para
considerar nuestra lista, para presentarlo al Señor?
También, hay los pecados de nadie. Hay muchas tragedias, muchas tristezas de las
cuales es difícil identificar el responsable, pero que, sin duda, son
malas. Cuando una patera de inmigrantes
buscando una vida mejor en España se hunde en el mar, ¿quién es el pecador
responsable? O cuando un volcán mata a turistas en Nueva Zelanda, ¿a quién
debemos culpar? Cuando una familia está
separada porque un padre o madre tiene que viajar para el trabajo o para
atender de asuntos importantes, todos sufren.
Y el
sufrimiento es claramente una consecuencia del pecado en el mundo. ¿Pero de quién es este pecado? A veces es fácil decir, o al menos posible;
otras veces no. Pero claramente, aun
cuando no podemos decir a quién un pecado pertenece, todavía puedan
agobiarnos. ¿Hay pecados de nadie que te
agobian?...
Finalmente, encima de los pecados de otros,
contra nosotros, y los pecados de nadie, que también nos dañan, finalmente hay
que decir que nos agobian nuestros propios pecados. Los míos.
Los tuyos. Yo no sé todos los
vuestros, ni sabéis todos los míos. Pero
los tenemos, algunos pecados fáciles de ver, otros escondidos, pecados que nos
cuestan mucho para abandonar, unos que aparecen en momentos de cansancio o
depresión, otros que nos abruman en momentos de alegría y éxito. En la Confesión al inicio de la Liturgia,
reflexionamos brevemente en silencio antes de confesar. No sería inapropiado hacer lo mismo ahora…
A veces es difícil hablar del pecado y
nuestra necesidad para tener un Salvador.
Naturalmente queremos ser feliz, y la verdad es que Dios quiere nuestra
felicidad aún más que nosotros. Pero este deseo para experimentar la alegría y
felicidad nos hace poco dispuestos de afrontar la realidad de pecado. Algunos días, pueden ser difícil admitir que
el pecado nos agobia y necesitamos un Salvador.
Hoy no
tanto. Con la muerte de Pastor Luis y
unos minutos meditando en la realidad del pecado en el mundo, y en nuestra
vida, creo que veamos bastante claro que no podemos soportar el peso y la
extensión del pecado en nuestras vidas.
Cuando todo va bien, nos cuesta querer un Salvador. Pero cuando todo va mal, o mejor decir cuando
vemos la realidad de nuestra situación, entonces entendemos nuestra necesidad,
y miramos alrededor ansiosamente, esperando un rescate, un fuerte Salvador. Aquí estamos…
Cuando, por la obra del Espíritu,
estamos listos para un Salvador, necesitamos alguien para guiarnos al único
verdadero Salvador. Alguien para
proclamar la buena noticia en nuestros oídos. Hoy nuestra maestra en el tema es
Elisabet. Elisabet, quien sufría durante
décadas de la esterilidad, por la culpa de nadie. Elisabet, ¿contra cuales pecados luchaba ella? No sabemos.
Pero ahora, ella había recibido la inesperada bendición de un hijo
después de haber superado la edad de ser madre.
Y este hijo en su matriz fue vinculado íntimamente con la mejor
noticia.
Elisabet, recibiendo a su prima
María, fue designada para predicar, por el mismo Señor Dios, para explicar y
elogiar la bendición aún más grande que crecía dentro de su prima, María.
María, recién embarazada con el
Santo de Dios, vino para pasar un tiempo con Elisabet. Y en su salutación a María, Elisabet dijo de
ella:
“Y bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que
le fue dicho de parte del Señor.”
Muy bonita.
Como todo lo demás de nuestra lectura del Evangelio, son palabras que
hemos estado recitando y cantando durante dos milenios. Pero esta oración de Elisabet es más que
bonita. Junto con la realidad que María
en este momento fue embarazada con Jesús, es una declaración profunda, y es una
guía e introducción a la entera obra salvadora de Cristo.
Primeramente, en estos días en que tenemos
que enfrentar cosas malas, sería útil que consideráramos la situación de María,
cuando fue para visitar a Elisabet.
María era una joven, soltera, prometida, pero todavía no casada, sin
embargo embarazada. Y María no llevaba
el niño de su novio. Tal vez hoy en
nuestra cultura, sea lo que sea, esta situación sería menos crítica, pero
todavía sería muy difícil…
Peor todavía es el hecho que la explicación
que tuvo María incluye una visita de un ángel y la concepción virginal del Hijo
de Dios. Parece que María es loca, o
infiel a su prometido, o tal vez ambas cosas.
Ella no puede evitar el oprobio de su comunidad y familia. Ella lo tiene muy mal.
No obstante, María se regocija en su
situación. Ella consideraba que había
recibido la bendición más grande posible.
Viene a Elisabet, rebosando con gozo que le da una voz para cantar: Engrandece
mi alma al Señor; Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.
¿Cómo tuvo María tanto gozo y alegría, a
pesar de la apariencia de su situación?
Porque ella entendió el pleno significado de la oración de
Elisabet:
Y
bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte
del Señor.
Nuestra traducción de Casiodoro de Reina es
linda, y correcta, pero aún no nos revela toda la buena noticia
presente en las palabras de Elisabet. Me
explico.
Otra forma de traducirla sería esto: Bienaventurada la que creyó, porque se
consumará lo que le fue predicado de parte del Señor.
Con esta traducción, vemos que Elisabet
habla de los fundamentos de la fe cristiana:
creer, consumar, predicar, y “de parte del Señor,” es decir, que todo viene
por la voluntad y la acción del Señor mismo.
Consideremos cada parte, pero al revés, empezando con “de parte del
Señor.”
“De parte de Señor.” Cualquier fiel Israelita sabe que el Señor es
un Dios de acción, de iniciativa. Una y
otra vez Israel fue rescatado, no porque lo merecía, pero porque el Señor quiso
salvarlo. Ahora, Jesús, (el nombre que significa “el Señor salva”), es
presente en la persona del feto creciendo en la matriz de María. Todas las promesas de venir y salvar a su
Pueblo estaban al punto de ser cumplido.
El Señor Dios de los Ejércitos entró en su salvación, concebido en la
Virgen María. El Señor hacía su parte,
lo cual es toda la obra de salvación.
Predicar: Por la boca del ángel Gabriel, María recibió la
predicación del Señor, una Palabra divina y viva, que hace real las cosas que
anuncian. “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. 31 Y
he aquí, concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás
por nombre Jesús. … y el santo Niño que nacerá será llamado
Hijo de Dios.” La Palabra viva vino
a María, y le dio la fe de creerla.
Consumar: Se consumará lo que le fue predicado de
parte del Señor. Consumar, o tal vez
perfeccionar, es como debemos traducir este verbo. El verbo griego es tetelestai, que significa
perfeccionar, o terminar una vez por siempre, una vez por todos. De verdad, no es que “cumplir” no sea
correcta. Pero mejor usar consumar, porque nos recuerda de la Palabra que
Cristo declaró desde la Cruz, cuando su obra era terminada: Consumado es. Este momento, sumamente
triste, pero también buenísimo, cuando el Señor Jesús declaró el fin de su obra,
es la consumación de la cual Elisabet está profetizando.
Finalmente,
creer: María fue bienaventurada
porque el Espíritu le dio fe de creer que todo, absolutamente todo, saldría
bien, no importa tal mal pudiera aparecer la situación. Al final, todo saldrá bien, a través del Bebe
que María llevaba en su matriz.
Esta fe en las promesas del Señor, una fe
creada en María por el mismo Espíritu, a través de la Palabra, es la misma que
tenéis vosotros, y la misma fe que ayudó a Pastor Luis en su muerte y hasta la
eternidad. Es la fe que puede aguantar
los pecados de otros y los de nadie, porque esta fe sabe que los pecados de
todos son hundidos, enterrados eternamente en la Cruz de Cristo. Es la fe que nos hacen bienaventurados, con
María y Elisabet.
¿Hermanos, ¿qué haremos en faz de tantos
problemas, todos causados por el pecado del mundo, y nuestro propio
pecado?
Seguimos
adelante, en pos de nuestro Señor, escuchando a Elisabet, y a María, y
cualquiera voz bíblica, porque siempre nos hablan de Cristo,
y
nos apuntan a su victoria sangrienta y el futuro glorioso que Él nos da.
Las verdaderas voces Bíblicas no nos apuntan
a nuestras vidas y obras, porque no son capaces de ayudarnos con los problemas
reales. No, al contrario, las voces
bíblicas nos consuelan con la historia de Cristo, trabajando para
nosotros. Las voces bíblicas nos
exhortan acudir a Cristo en los lugares donde Él nos ha prometido estar, como
aquí, hoy mismo, donde Él nos viene bajo Palabra, Pan y Vino, para ayudarnos
con los pecados que nos agobian.
Esto es el mensaje de Elisabet, y el gozo de
María. Es la bienaventurada salvación de
Pastor Luis, y de ti, en el Nombre de Jesús, Amén.