Monday, December 24, 2018

¿Están Listos? Sermón de la Nochebuena, y de la Confirmación


El Nacimiento de Nuestro Señor         24 de diciembre, A+D 2018
Confirmación de Sebastián y Juan Miguel
¿Están listos?                 San Lucas 2: 1 - 20

¿Están listos?  No, no están listos.  Es obvio, ¿no?

      Quiero decir que los pastores, vigilando a sus ovejas por la noche en aquel Judea de hace dos mil años no estaban listos.  No estuvieron adecuadamente preparados para ser los primeros predicadores de la Encarnación, la buena noticia que, en el Bebé de Belén, Dios se hizo carne, para lograr la salvación del mundo.  Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, y a los hombres, buena voluntad…

     Tenían los pastores un sermón corto y bonito, que nos ha sido nacido hoy, en Belén, un Salvador, Cristo el Señor.  Fantástico.  ¿Pero no deberían haber sido los pastores más listos, más bien educados y cultos, con un aspecto mejor?   Aquí en España todavía se puede observar a pastores de ovejas y cabras en muchos lugares, en el campo, y en las afueras de las ciudades, cuidando sus rebaños.  Creo que la profesión no ha cambiado tanto en dos milenios, bueno, excepto que ahora los pastores llevan móviles.  Y no creo que muchos de los pastores actuales se sientan preparados para subir en un púlpito para predicar de Cristo.  Ni tampoco creo que hubiera mucha diferencia hace dos mil años en Judea.  No estaban listos.

     ¿Están listos Seba y Juanmi para la confirmación?  Es interesante hacer la confirmación en la Navidad, para mí la primera vez.  Siempre hay una preocupación, por parte de los catecúmenos, sus padres, y sus pastores, si ellos están verdaderamente listos para confesar su fe en Cristo y acceder a la Santa Cena, para comer y beber, en un misterio, el mismo cuerpo y sangre de Él que una vez reclinó en un pesebre, y luego colgó en una cruz.  Las lecturas asignadas hoy nos proveen un contexto bueno para meditar sobre la preparación de los catecúmenos, y de cada uno de nosotros. 

     Y, por un lado, no, Seba y Juanmi no están listos.  Hay un componente académico de la confirmación, una historia para conocer, una doctrina para entender, una presencia real de Cristo en la Santa Cena para confesar.  No es meramente un juego de niños, es el tema eterno, el asunto más importante de todos.  Y siempre hay más para aprender.  La Confirmación no puede ser la terminación de la Catequesis, porque siempre necesitamos continuar en la Palabra, para profundizar en la Fe, y para ser preparados para la lucha que es la vida cristiana.  También necesitamos continuar en la catequesis, porque somos olvidadizos. 

     Siempre hay algo que hacer en relación con la catequesis, lo que significa que la catequesis es de la Ley.  Y siempre con la Ley la realidad es que no hemos hecho todo, y no todo perfecto.  Como los pastores en Belén, nuestros chicos no están tan listos que podríamos preferir.  Ni estáis vosotros.  Ni estoy yo.  Así es el camino de la Ley: la expectativa es perfección, y no llegamos ni siquiera cerca de la perfección.   

     Pero, por el otro lado, es totalmente correcto hacer la confirmación de Juanmi y Sebas hoy.  Porque, al fin y al cabo, aunque no podemos ignorar la parte académica, la confirmación no es un logro nuestro, es un don recibido de Dios.  No es solamente Ley, es también Evangelio.  Confirmarse es simplemente confesar públicamente y personalmente el contenido de la fe bautismal, y la fe bautismal es un misterio, creado en nosotros por el Espíritu Santo.

     Hay contenido concreto, hechos y datos para aprender, pero al fondo, la confirmación no es alcanzar un determinado nivel de conocimiento.  La confirmación es nada más, y nada menos, que confesar públicamente tu fe en la persona y obra de Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María, y nuestro Salvador, una obra y fe recibida primeramente en el Bautismo, el lavamiento de gracia hecho por el Espíritu Santo. 

     Es importante que mantengamos un estándar, porque hacer diferente sería burlarse de Dios, y los cristianos no se burlan del Señor Todopoderoso.  Pero, al mismo tiempo, no es un título académico.  Los chicos no están terminando su educación, simplemente están confesando su fe, para acceder a la Santa Cena.  Y al fin, la capacidad de confesar la fe es un misterio, un misterio que nos da acceso a otro misterio, la Cena del Señor, donde recibimos todo el fruto de la obra de Dios hecho carne, Jesucristo. 

     Y estos son misterios que deberíamos poder entender mejor hoy, cuando celebramos de nuevo el Nacimiento de Nuestro Señor, el Hijo de Dios, nacido de la Virgen María, y colocado en un pesebre, una caja normalmente utilizada para alimentar a las ovejas y las vacas.   

     Nuestra falta de preparación adecuada no debería sorprendernos, porque nos parece claro que tampoco el Bebé de Belén estaba listo.  Este bebé, sin casa, sin poder, sin importancia, él no puede ser el Salvador, mucho menos el Dios encarnado; es incomprensible, ¿no?  ¿Cómo puede un niño, cien por ciento dependiente de su madre, defendernos del diablo, y de la propia justicia de Dios?  ¿Cómo puede un niño, sin la capacidad de hablar, ser a la vez el Verbo eterno, la Palabra del Padre, enviada para predicar buenas noticias de salvación a los pecadores?  No está listo, ¿verdad?  ¿Como pudiera ser?

     Pero este niño fue Dios hecho hombre.  Fue la Voz celestial, venido a anunciar el Evangelio, fue el creador y el sostenedor de toda la creación, y de toda vida.  Desde su nacimiento, y antes, aún en la matriz de María, nunca había un momento cuando Jesús no fuera Dios mismo.

     En un sentido, claro, el niño Jesús, recién nacido de María, no estaba listo para ser el Salvador.  Iba a necesitar la leche de tu madre, y el cuidado de su padre por adopción, José.  Tendría que fugarse con la Sagrada Familia a Egipto, y volver a Nazaret después de la muerte del rey Heródes.  Tendría que crecer, y esperar.  Pero al mismo tiempo, siempre fue el Todopoderoso.

     Y en esto, finalmente, vemos el amor de Dios, y su compromiso a nosotros, que el Padre quiso enviar su eterno y unigénito Hijo a pasar por toda esta humillación.  Vemos el amor de Dios en el hecho de que el Hijo quiso hacer todo esto, por amor a su Padre, y a nosotros pecadores.  Todo lo que experimentó, la humildad y la vergüenza, la necesidad y el cansancio, el sufrimiento, y la muerte, todo esto, y más, fue libremente elegido por Jesús, para servir… a ti.  Para hacerte listo para recibir su amor, su perdón, su justicia, y entrar finalmente en su reino celestial. 

     Al final, la confirmación, el acceso a la Santa Cena de los que fueron bautizados de niño, es muy sencilla.  Es la confesión de Jesús, la confesión de nuestra confianza, aunque a veces sea débil, de que, en Él, tenemos paz con Dios, a través del pleno perdón de nuestros pecados, logrado para nosotros en la Cruz.  La confirmación es la confesión que nunca pudiéramos lograr aun la mitad de lo necesario para ganar el perdón… por lo tanto, nunca pudiéramos hacernos listos.  Pero Jesús lo ha hecho completo, 100%, para nosotros. 

     Entonces sí, Seba y Juanmi están listos, porque Jesús ha puesto su nombre y su justicia sobre ellos.  Por ende, recibamos juntos hoy el mejor regalo de Navidad posible, el Bebé de Belén, quien es también el Hombre de Calvario, ya reinando encima del universo, quién también viene a nosotros en su Palabra, y bajo el Pan y el Vino, para hacernos preparados por su visitación,

en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, Amén.   



Sunday, December 16, 2018

Otro Tipo de Grandeza - Adviento 3, en español e inglés


Tercer Domingo de Adviento, A+D 2018, Gaudete
Otro tipo de grandeza
San Mateo 11:2-11

(English Sermon follows the Spanish)

     Hace dos semanas se falleció George Herbert Walker Bush, el cuadragésimo primer presidente de los Estados Unidos.  Él tenía una grandeza especial.

     El primer presidente Bush fue nacido en una familia rica y poderosa, con gobernantes y empresarios importantes por todos lados.  Tuvo 17 años cuando los japoneses atacaron a Pearl Harbor, después de que los EEUU entraron en la Segunda Guerra Mundial.  La familia de George quería protegerlo de los riesgos de la guerra, pero, en el día de su decimoctavo cumpleaños, cuando por ley podía decidir por sí mismo, George se alistó en la Marina Americana.  Llegó a ser el piloto de combate americano más joven de nunca, y completó 58 misiones de combate, incluso uno en que su avión fue destrozado por las armas japonesas, y Bush tuvo que ser rescatado de una balsa en el Océano Pacífico.  Aún después de esta experiencia, George volvió a luchar en el aire.  Nunca quería ser favorecido por la reputación y riqueza de su familia.  Solo quería servir a su patria.  Tenía una grandeza especial.

     George Bush nos puede servir como un ejemplo actual de la grandeza de que habla Jesús en nuestro evangelio de hoy.  Solo una sombra de la grandeza de que nos habla Jesús, por supuesto, pero un ejemplo, sin embargo.  Porque George Bush eligió servicio, en lugar de beneficiar del estatus de su familia, o el poder de su riqueza.  No habría sido difícil para Bush a encontrar un modo de “servir” en la guerra en un puesto cómodo y seguro.  La reputación y las  conexiones de sus familiares pudieran haber conseguido esto sin problema.  Pero, George quería servir de verdad, quería servir hombro con hombro con sus compatriotas, luchando para la libertad mundial, arriesgando su vida para proteger a las vidas de millones de otros.

     Lo cual es un poco parecido a la historia de Juan el Bautista.  Juan fue hijo de un sacerdote, un grupo especial e importante entre los judíos.  Además, fue el producto de un milagro, porque sus padres, Zacarías y Elizabet estaban mucho más allá de la edad de concebir y tener hijos.  Finalmente, desde muy temprano en su vida, el Señor Dios comunicaba directamente a Juan, dirigiéndolo en su camino especial.  Sin duda, Juan el Bautista era alguien excepcional. 

    Pero Juan nunca intentó beneficiarse a sí mismo de su estatus especial.  Vivió en el desierto, comiendo langostas y miel salvaje.  No retrocedió de anunciar la Verdad que Dios le había revelado, incluso sobre los pecados de sus oyentes.  No le importaba si estos oyentes fueran fariseos, o soldados romanos, o aun el rey Herodes, reprochado por Juan por tener a la esposa de su hermano. 

     Finalmente, nunca retrocedió de hablar de la identidad de su primo y Salvador, Jesús de Nazaret.  Una vez, cuando sus propios discípulos le invitaban a quejar sobre el hecho de que el ministerio de Jesús estaba eclipsando su propio ministerio, Juan les dijo: “Es necesario que Él crezca, y que yo disminuya.”  Al final, su fidelidad a la Verdad de Dios, cuando reprochó a Herodes, fue lo que resultó en su arresto, y eventualmente, en su muerte sangrienta y cruel.   

     Fidelidad, honor, compromiso, desinterés, carácter.  Podemos ver estos rasgos en George Bush.  Aún más, son obvios en Juan el Bautista.  Pero, en nuestra cultura popular y en la política actual, son valores obsoletos. 

     ¿Y con nosotros?  ¿Por nuestras palabras y acciones, cuáles valores parecen importantes a nosotros?

     No somos presidentes, ni guerreros defendiendo la libertad contra el Socialismo Nacionalista y el Imperio Japonesa.  Seguramente no somos profetas del Señor, enviados ante su Hijo para preparar su camino.  Pero somos cristianos, unidos por el bautismo con Jesús, con un llamado para vivir como hijos de la luz.  San Pablo, San Juan y Jesús mismo nos instruyen que no conformemos a este mundo caído en que vivimos.  Es decir, no deberíamos seguir los caminos egoístas, superficiales, y pecaminosos que son tan populares. 

     El Señor nos llama a servir, en vez de ser servido.  Nos manda que amemos, y no odiemos, aun a nuestros enemigos.  Dice que el grande entre nosotros es el que sirve a los demás.

     ¿Cómo va?  ¿Encontramos nuestro valor en las bendiciones recibidas en Cristo, y en el privilegio de compartir su amor con otros?  ¿O es que ansiemos por la adulación del mundo, demasiado preparados a olvidarnos de la Verdad de Dios, si esté en conflicto con lo popular de la cultura?  ¿Buscamos ser grandes en la estimación de nuestra cultura, de nuestros amigos y vecinos, o perseguimos la grandeza del servicio y sacrificio?

     No tenéis que responder. Cada uno de nosotros sabemos que no cumplimos nuestros deberes.  La verdad es que un hombre como Presidente Bush nos pone a la vergüenza.  Y Juan el Bautista tanto más. 

     Es triste.  Cuanto más buscamos nuestra propia grandeza, cuanto más pequeño y sin importancia llegamos a ser.  Y aún si pudiéramos ser igual al Bautista o aún a Bush, no sería suficiente.  Porque George Bush era rápido para admitir sus errores y confesar sus fallos.  Y Juan el Bautista, profeta llamado directamente por Dios desde antes de su concepción, sabía muy bien sus limitaciones.  Cuando Jesús vino a él para recibir su bautismo, Juan le dijo:  no soy digno de desatar tus sandalias, menos aún para bautizarte. 

     En términos humanos, la grandeza de George Bush fue impresionante, especialmente comparado con los demás hombres ricos y políticos poderosos.  Y Juan el Bautista es verdaderamente importante en la historia de salvación.  Declara Jesús: “Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista.”  Esto es una grandeza especial, ¿no?  Pero, no es suficiente para llenar  la necesidad humana.   

     En esto podemos ver la gran diferencia entre el bueno de este mundo caído y el bueno del reino de Dios, que es de una grandeza distinta, diferente.  Imagínate, aunque Juan fue grande, también dice Jesús que “el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él.”   En esto, empezamos de comprender cuán grande fue la obra de Cristo, para realizar el cumplimiento de lo necesario para abrir este reino a nosotros. 

     Pues, la grandeza del reino de los cielos no es solamente mayor que la grandeza de Juan, o George, o cualquier otra persona.  Es mucho más grande, claro que sí, pero, además, es un tipo de grandeza totalmente distinto.  

     La grandeza de Bush tiene que ver con mejorar un mundo problemático, no con perfeccionarlo.  Su voluntad de luchar en el aire en la Segunda Guerra Mundial, o servir con honestidad y desinterés como político, fue siempre un intento de mejorar situaciones difíciles o peligrosas.  Hoy en día las naciones quieren convertir sus presidentes en salvadores, pero George Bush supo muy bien la realidad de que nadie de este mundo iba a resolver todos los problemas, ni aun la mitad. 

     Y es similar con Juan el Bautista.  Sí, fue profeta de Dios, pero su rol tuvo principalmente dos partes: predicar contra el pecado, y anunciar la llegada del Mesías de Dios, el Cristo.  Juan no fue perfecto.  En la cárcel, por no entender perfectamente la obra del Cristo, llegó a tener dudas de si su profecía acerca de Jesús había sido correcto.  Envió sus mensajeros a Jesús con la pregunta: “¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?” 

     Juan fue encarcelado y eventualmente ejecutado por su predicación contra el pecado.  La grandeza de su ministerio profético no logró mucho en la cultura ni en el mundo, ni tampoco en los cielos.  Fue totalmente de preparación, muy importante, pero preparación y nada más.  La grandeza terrenal no puede resolver nuestros problemas más serios, como nuestro pecado, nuestra muerte, o nuestras dudas sobre como deberíamos relacionar con Dios.     

     Aun por la fuerza de los mejores hombres, todavía no hallemos soluciones completas y eternas.  Esto requirió una grandeza distinta, una grandeza divina, una voluntad profunda para servir y una humildad increíble.  La razón que el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que Juan el Bautista, es que el reino de los cielos está hecho en la misma persona de Cristo Jesús, verdadero hombre, y verdadero Dios.

     Cristo es el ejemplo por excelencia de servicio sin ego, y la culminación de sacrificio de un grande para los pequeños.  No fue meramente hijo de un senador, o de un sacerdote, pero fue, y es, el unigénito y eterno Hijo del Padre.  Salió de la gloria de la corte celestial, para lograr la mejor gloria de Dios, que es la salvación de sus propios enemigos, la raza humana que había rebelado contra Él, desde Adán, hasta la última persona nacida.

     Jesús nos mostró otro tipo de grandeza.  La grandeza del amor de Dios que no requiere nada de los amados. El Señor hace un compromiso total a todos los pecadores, aun cuando esos pecadores rechazan a Él.  Vino para crear de nuevo a todo, empezando con el hombre, caído desde su concepción.  Por eso, humildemente, el infinito Dios se encarnó de la Virgen María, y vivió como un refugiado perseguido.  Su voluntad de servir y salvar no tenía límite.

     Por lo tanto, la humildad de su nacimiento tiene sentido.  Aunque nos encanta los belenes tan bonitos, el nacimiento de Jesús no fue tan lindo o tranquilo. Las condiciones vergonzosas de la entrada de Jesús en este mundo nos da una previsión de la vergüenza y el terror de su muerte, porque el Bebé injustamente puesto en la madera del pesebre sería más tarde puesto injustamente en la madera de una cruz romana.

     Nos parece imposible que el Todopoderoso haría tales cosas.  Y sí, para nosotros, sería imposible.  Pero para el Dios quien es amor, fue la culminación de su servicio divino, fue su momento más grande de todos.

     Cuando fui un joven, tenía un cartel con una cita atribuida a George Herbert Walker Bush: “Él que no tiene nada que vale la pena de arriesgar la muerte, no tiene nada que vale la pena de vivir.” Es un lema fuerte, y solo podemos entenderlo correctamente si entendemos que George Herbert Walker Bush confesó su fe cristiana abiertamente. 

     Porque solo por confiar en el servicio divino,  el sacrificio sublime, y el reino eterno de Cristo Jesús, podamos entonces tener el valor de vivir sin miedo y en servicio a otros.  El lema de Bush es solamente aceptable porque dos mil años antes, llegó a ser un hecho divino en la vida, cruz y resurrección de Jesús, quien quiso morir, para que pudiéramos vivir.  Esto es una grandeza distinta.

     Podemos vivir en amor y servicio, porque la vida, la cruz y la resurrección de Jesús son una realidad entre nosotros, aquí, hoy.  Porque Él está con nosotros, y su Espíritu está obrando en nosotros ahora mismo, por su Palabra de promesa.  Todo el fruto de la grandeza de Cristo nos es dado aquí, en el pleno perdón de nuestros pecados, y en el acceso al reino de los cielos que tenemos, en el Nombre de Jesús, Amén. 


Third Sunday of Advent , A + D 2018
Another King of Greatness

Two weeks ago, President George Herbert Walker Bush, the forty-first president of the United States, passed away. He had special greatness. The first President Bush was born into a rich and powerful family, with important government officials and businessmen on all sides. He was 17 years old when the Japanese attacked Pearl Harbor, after the US entered the Second World War. George's family wanted to protect him from the risks of war, but on his eighteenth birthday, when by law he could decide for himself, George enlisted in the American Navy. He became the youngest pilot ever, and completed 58 combat missions, including one in which his plane was destroyed by Japanese weapons, and Bush had to be rescued from a raft in the Pacific Ocean. But he returned to fight in the air later. George never wanted to be favored by the reputation and wealth of his family. He just wanted to serve his country. He had a special greatness.

George Bush can serve us as a current example of the greatness that Jesus speaks of in our Gospel today. Only a shadow of the greatness that Jesus speaks of, of course, but an example, nonetheless.   Because George Bush chose service, instead of benefiting from the status of his family, or the power of his wealth. It would not have been difficult for Bush to find a way to "serve" in the war in a comfortable and safe position. The reputation and connections of his family members could have achieved this without problem. But George wanted to truly serve, to stand shoulder to shoulder with his countrymen, fighting for world freedom, risking his life to protect the lives of millions of others.

Which is quite a bit like John the Baptist. He was the son of a priest, a special and important group among the Jews. In addition, he was the product of a miracle, because his parents, Zacarias and Elizabet, were far past the age to conceive and have children. Finally, from very early in his life, the Lord God spoke directly to John, directing him on his special path. That is to say, John the Baptist was someone exceptional.

But John never tried to benefit from his special status. He lived in the desert, eating locusts and wild honey. He never recoiled from announcing the Truth that God had revealed to him, even about the sins of his hearers, no matter if these hearers were Pharisees, or Roman soldiers, or even King Herod, reproached by John for having his brother's wife. Finally, he never retreated from talking about the identity of his cousin and Savior, Jesus. Once, when his own disciples invited him to complain about the fact that Jesus' ministry was overshadowing his own ministry, John told them: "It is necessary that He increase, and that I decrease." In the end, it was his faithfulness to the Truth of God, when he reproached Herod, that resulted in his arrest, and eventually, in his bloody and cruel death.

Fidelity, honor, commitment, selflessness, character. We can see these traits in George Bush. Even more, they are obvious in John the Baptist. And in us? We are not presidents, nor warriors defending freedom against National Socialism and the Japanese Empire. Surely, we are not prophets of the Lord, sent before his Son to prepare his way. But we are Christians, baptized and united with Jesus, with a call to live as children of light. Saint Paul, Saint John and Jesus himself instruct us not to conform to this fallen world in which we live. That is, we should not follow the selfish and sinful ways that are so popular. The Lord calls us to serve, instead of being served.  He commands us to love, and not to hate, even our enemies. He says that the greatest among us is the one who serves others.

How's it going? Do we find our value in the blessings received in Christ, and in the privilege of sharing his love with others? Or is it that we long for the adulation of the world, prepared to forget the Truth of God, if it is in conflict with the popular culture? Do we seek to be great in the estimation of our culture, of our friends and neighbors, or do we pursue the greatness of service and sacrifice?

You do not have to answer. Each one of us knows that we do not fulfill our duties. The truth is that a man like President Bush puts us to shame. And John the Baptist even more. It's sad. The more we seek our own greatness, the smaller and less important we become. And even if we could be equal to John, or even just George, it would not be enough. Because George Bush was quick to admit his mistakes and confess his failures. And John the Baptist, a prophet called directly by God from before his conception, knew his limitations very well. When Jesus came to him to receive his baptism, John told him: I am not worthy to untie your sandals, much less baptize you. 

In human terms, George Bush's greatness was impressive, especially when compared with other rich men and powerful politicians. And John the Baptist is truly important in the history of salvation. Jesus declared: "Among those born of women, no one has risen who is greater than John the Baptist." That is is a special greatness, is not it?  But it is not sufficient for the depth of the human need.

In this we begin to see the great difference between the good of this fallen world and the good of the kingdom of God. Also, we began to understand how great was the work of Christ, to fulfill all that was necessary to open this kingdom to us. Imagine, although John was great, Jesus also says that "the least in the kingdom of heaven, the greater is he."

You see, the greatness of the kingdom of heaven is not only greater than the greatness of John, or George, or any other person. It is much greater, of course, but also, it is a different kind of greatness. Bush's greatness has to do with improving a troubled world. His willingness to fight in the air in World War II, or serve with honesty and selflessness as a politician, was always an attempt to improve difficult or dangerous situations. Nowadays, cultures want to turn their presidents into saviors, but George Bush knew very well the reality that nobody was going to solve all the problems, not even half.

And it is similar with John the Baptist. Yes, he was a prophet of God, but his role had mainly two parts: preaching against sin, and announcing the arrival of the Messiah of God, the Christ.   John was not perfect.  In prison, because he did not understand perfectly the work of the Christ, he had doubts as to whether his prophecy about Jesus had been correct. He sent his messengers to Jesus with the question: "Are you the one who was to come, or will we wait for another?" John was imprisoned and eventually executed for his preaching against sin. The greatness of his prophetic ministry did not achieve much in culture, or in the world, nor in the heavens. Earthly greatness cannot solve our most serious problems , such as our sin, our death, our doubts about how we should relate to God.

By the strength of the best men, we still do not find complete and eternal solutions. This task required a different greatness, a divine greatness, an amazing willingness to serve and an incredible humility. The reason that the least in the kingdom of heaven is greater than John the Baptist is that the kingdom of heaven is created in the person of Jesus Christ, true man, and true God. Christ is the quintessential example of egoless service, the culmination of a great sacrificing for the small.  He was not merely the son of a senator, or of a priest, rather he was, and is, the only begotten and eternal Son of the Father. He left the glory of the heavenly court, to achieve the greatest glory of God, which is the salvation of his own enemies, the human race that had rebelled against Him, since Adam, down to the last person born.

Jesus showed us another kind of greatness. The greatness of love without expectations.  The commitment of God to all sinners, even when those sinners reject Him. Jesus came to create everything again, beginning with man, fallen from his conception. Therefore, humbly, the infinite God became incarnate of the Virgin Mary, and lived as a persecuted refugee. His willingness to serve and save had no limit. Therefore, the humility of his birth makes sense, and indeed, gives us a foresight of the shame and terror of his death. For as the baby Jesus was unjustly placed in the wood of the manger, later Jesus would be unjustly put on the wood of a Roman cross. 

It seems impossible, that the Almighty would do such things.  And yes, for us, it would be impossible. But for Jesus Christ, it was the culmination of his service, it was his greatest moment of all.

When I was young I had a poster with a quote from George Bush:  If we do not have anything for dying for, then we do not have anything that is worth living for.  This is a strong motto, and we can only understand it correctly if we understand that George Bush openly confessed his Christian faith. Because just by trusting in the service, sacrifice, and reign of Christ Jesus, we can then have the courage to live without fear and in the service of others. Bush's motto is only acceptable because two thousand years before, it was a fact in the life, cross and resurrection of Jesus.

We can live in love and service, because the fact of the life, cross and resurrection of Jesus is a reality among us, here, today, because He is with us, because his Spirit is working right now by his Word, because all the fruit of the greatness of Christ is given to us here, in the full forgiveness of our sins, and access to the kingdom of heaven that we have,

In the name of Jesus, Amen.

Monday, December 3, 2018

He aquí, que vienen días. Sermón del Adviento 1


Adviento 1 (Ad Te Levavi)
He aquí, que vienen días.
San Mateo 21:1-9, Romanos 13:8-14, Jeremías 23:5-8

Adaptado del sermón de Pastor Adam Lehman,
que bendiciones sean sobre su cabeza…

En el nombre del Padre, y del + Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Los días vienen.  ¡Preparémonos!  

     Es la temporada del Adviento, un tiempo, sí, para prepararnos la celebración, en unas pocas semanas,  del nacimiento de nuestro Salvador. También es el tiempo de preparación para la Segunda Venida, el Segundo Adviento de nuestro Señor ... su regreso en el Último Día.  Por lo tanto, escuchad bien las palabras del profeta:  He aquí, que vienen días, dice Jehová. Los días están viniendo. Hay urgencia.  El tiempo es esencial.

     ¿Pero, en qué estamos realmente enfocados? ¿Oramos diariamente, “Ven, Señor Jesús, ven”?  ¿O es que olvidemos de enfocar en su regreso porque tenemos que salir de compras y queremos disfrutar de todas las ventas y decoraciones navideñas?  Tal vez lo mejor que podamos decir es que somos generosos, que queremos asegurarnos que cada persona en nuestra lista esté bien atendida, en la Navidad, y los Reyes. 

     Por supuesto, es bueno dar regalos.  Pero ojo, en medio de tanta actividad alegre, es fácil olvidar de lo que es más importante. Es fácil olvidar la urgencia con que el profeta nos llama, y pasar por alto el motivo de la advertencia que el Señor nos está declarando ... He aquí, que vienen días.

     Vienen días para que nuestro Rey venga a nosotros, el mismo renuevo justo de David, que un día pronto reinará como Rey universal, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra.  Es tiempo para preparar. 

     Nos preocupamos mucho por el tiempo, que pasa demasiado rápido, excepto cuando corre demasiado lento.  Pero los días vienen cuando toda nuestra preocupación por el tiempo terminará, porque el tiempo en sí terminará. Para todos que estén en Cristo, con la terminación del tiempo llegarán otros finales: el final de la preocupación, el final de tener que estar aquí y allá.  El estrés, los problemas de dinero, la enfermedad, la angustia, las divisiones familiares, el pecado, todos estos terminarán, y sí, vendrá el final de la muerte en sí.

He aquí, que vienen días.

     Pues, tan segura que ocurrió la entrada triunfal de nuestro Señor en Jerusalén, la que fue predicha por los profetas, esperada durante miles de años por la gente, y llevada a cabo en la plenitud del tiempo, así también, su Segundo Adviento llegará. Su venida en gloria. Su triunfo final. Su regreso para tomar su trono y su corona. En aquel día, Él no viene manso y humilde, sobre un asno.  No tomará una cruz ni llevará una corona de espinas, sino que más bien será aclamado en un triunfo mundial que lo colocará a Jesús visiblemente en el centro del universo, cumpliendo todo lo que se ha testificado de Él en las Escrituras.

He aquí, que vienen días.

     De verdad, todos nos estamos moviendo hacia este día, sea conscientemente, o no.  Por eso el tiempo es esencial. Y por eso, San Pablo nos dice que debemos levantarnos del sueño. Celebrar la Navidad con gozo está bien, siempre que recordemos que hay algo mucho más importante que las compras y las fiestas, más esencial que cocinar y decorar.

     ¡Estamos preparando el camino real para encontrarnos con nuestro Rey! ¡Estamos almacenando tesoros eternos en el cielo para disfrutarlos en la fiesta que nunca terminará! En aquella mesa allá, saludaremos a nuestros hermanos de todos los tiempos y lugares, todos nosotros alrededor del trono del Cordero, y cantaremos: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! 

La meta es gloriosa.  ¡Preparémonos!

     La primera vez que el Señor vino a nosotros, quedó indefenso y fue colocado en un pesebre. Él vino a nosotros como uno de nosotros. Se unió a nosotros en nuestra debilidad y mortalidad, aunque no fuera justo que Él sufriera, porque no tuvo ningún pecado. Pero lo hizo todo, por amor. 

     Y cuando vino a reclamar su reino en Jerusalén, su ciudad real ancestral, vino manso, y sentado sobre una asna, sobre un pollino, hijo de animal de carga. Al entrar en la ciudad, fue aclamado como rey, y las multitudes querían darle una corona.  Cinco días después, recibió una corona distinta, y lo llevaron a Él fuera de las murallas de la ciudad, burlándose de Él como un mesías fraudulento y falso, echándolo fuera de Jerusalén, para ser crucificado.

     Él vino la primera vez para sufrir en nuestro lugar, por nuestros pecados. Murió soportando nuestro castigo, sacrificándose para lograr nuestra redención. Y luego, resucitó como vencedor de la muerte, para que nosotros, su pueblo amado, pudiéramos vivir para siempre con Él.

     Y así, esperamos ansiosamente este regreso trascendental de nuestro Señor. Porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. El tiempo es esencial, porque el tiempo nos lleva a la eternidad. 

     Entonces, mientras nos preparamos para el ajetreo de la temporada navideña, preparémonos también espiritualmente para la próxima era. Encontrémonos preparados para saludar a nuestro Señor en la eternidad, ya sea que Él venga a nosotros al fin del mundo, o que vayamos a Él al final de nuestras vidas. Porque no sabemos cuándo sucederá ninguno de los dos eventos. Pero al igual que la entrada triunfal de nuestro Señor en Jerusalén, su Segundo Adviento y el fin vendrán.

     ¿Y cómo podemos prepararnos?  Empecemos por recordar como Jesús ha venido a nosotros, individualmente y como Iglesia.  Aunque cada uno de nosotros estábamos muertos en nuestro pecado, Dios nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados).  Hemos sido redimidos por la Santa Sangre del Señor, bautizados por el Agua Santa del Señor, perdonados por la Santa Absolución del Señor. Estamos invitados a una unión mística con Él a través de la Santa Cena del Señor.

     Él nos ha preparado todo, en el día en que se ofreció a sí mismo por nosotros. Ahora, nos ha invitado a la fiesta. Él ha preparado este camino de Palabra y Sacramentos para que nos unamos a Él por la eternidad, dejando atrás el tiempo mismo y todo el ajetreo, la preocupación y el dolor, la enfermedad, el pecado, y la muerte.

     Entonces ven. Ven a Él, donde y cuando Él viene a ti este Adviento, y durante todo el año.  Él vino a nosotros para nuestra salvación como el Bebé en Belén, como el Rey montado en un asno, y como el Pecador castigado por Dios en la Cruz. Ahora el Cristo resucitado nos ofrece el fruto de su obra, hoy en día, aquí mismo.  Ven a Él, así como Él nos llega humildemente, montado sobre su Palabra de promesa, y con el pan y vino, perdonando nuestros pecados y dándose Él mismo en el milagro de la Eucaristía.

     El tiempo es esencial, porque la noche está avanzada, y se acerca el día. Ven a Él, así como Él viene a ti en cada Misa, para prepararte y unirte a Él, hoy, y por la eternidad.  Y así, estés preparado por el Día en que Él vendrá a nosotros, la Iglesia, su Novia.  Él vendrá como Conquistador al final de los siglos, derrotando a Satanás y la muerte de una vez por todas.

He aquí, que vienen días, dice Jehová.

     Los días están viniendo. El tiempo es esencial. Hay un sentido de urgencia. Porque esto es verdaderamente importante.

     Pero a la vez, es un tiempo de gozo, porque nos viene el mejor regalo de todos.
He aquí, tu Rey viene a ti.  

Por ende, cantemos juntos: 
¡Hosanna al Hijo de David!
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
¡Hosanna en las alturas!  Amén. 

Monday, November 26, 2018

La Buena Noticia de la Comida Seca de la Serpiente


Último Domingo del Año Eclesiástico
ANTIGUO TESTAMENTO              Isaías 65:17-25 (RV60)     
EPÍSTOLA                           1 Tesalonicenses 5:1-11 (RV60)
EVANGELIO                          San Mateo 25:1-13 (RVR60)

El lobo y el cordero serán apacentados juntos,
     y el león comerá paja como el buey;
     y el polvo será el alimento de la serpiente.

     Hay una cierta falta de simetría en estas últimas líneas de nuestra lectura de Isaías.  Primero, tenemos dos parejas de enemigos naturales, el lobo y el cordero, y el león y el buey, convertidos en amigos, compartiendo su alimentación.  Pero en la tercera, la serpiente, sola, sin compañero, recibe una comida no muy agradable.  Es interesante que, casi al final de esta lectura que es, desde su inicio, totalmente alegre y llena de promesa, viene esta nota disonante.  ¿Por qué?

     Podría ser una respuesta simple, la realidad de que vivimos en un mundo caído.  Aún después de nuestra conversión a ser creyentes bautizados, es imprescindible que, siendo todavía pecadores, sigamos oyendo las advertencias y amenazas de la Ley de Dios.  Por eso, la Palabra de Dios es dividido entre ley, y evangelio.  Por un lado, los requisitos y prohibiciones de Dios para nosotros, y por el otro, las promesas, las cosas que el Señor hace, para salvarnos.  Necesitamos oír la ley, no porque ahora podamos cumplirla y conseguir o mantener nuestro estatus como cristianos.  No, no, no.  Más bien seguimos escuchando la ley de Dios para que nos demos cuenta de nuestra continua necesidad de la gracia de Dios en Cristo. 

    Por lo tanto, oímos, juntos con los Tesalonicenses, la ley desde nuestra Epístola:  Pues los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan. Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, … animaos unos a otros, y edificaos unos a otros.  También desde el Evangelio de San Mateo, con la parábola de los vírgenes esperando la llegada del Novio, quien es Cristo, conocemos que es necesario velar por su venida sin parar; velar, y mantener nuestras lámparas llenas con la fe viviente.  

   Pero esta última idea de Isaías 65, de la serpiente que solo va a comer polvo, es más notable por la gran alegría del resto del pasaje.   

     Escuchad de nuevo:  Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento… Mas os gozaréis y os alegraréis para siempre en las cosas que yo he creado; … me alegraré con Jerusalén, y me gozaré con mi pueblo; y nunca más se oirán en ella voz de lloro, ni voz de clamor. …  No trabajarán en vano, ni darán a luz para maldición; porque son linaje de los benditos de Jehová, y sus descendientes con ellos. Y antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído.”

     ¡Qué excelente, qué bonito!  Los únicos recordatorios de imperfecciones vienen dentro de promesas de que nunca más sufrirán los fieles de Dios de estos problemas. 

     Luego oímos: “El lobo y el cordero serán apacentados juntos, y el león comerá paja como el buey.”  Muy bien, la violencia de la naturaleza convertida en paz.  Pero, finalmente, “y el polvo será el alimento de la serpiente. No afligirán, ni harán mal en todo mi santo monte, dijo Jehová.”

    ¿Por qué, en la penúltima frase, el Señor añadió esta maldición a la serpiente, cuando todo lo demás es de paz y la ausencia de mal?  Empieza por decir que nada del viejo mundo será parte del nuevo, ni aun la memoria. Pero, seguramente esto de la serpiente parece algo de la creación anterior. ¿Por qué está mencionada?  ¿Es solamente que el Señor quería dar una patada al antiguo enemigo malvado?  ¿O podría indicar algo más, algo que concuerda mejor con el tema de alegría en todo el resto de la profecía?

     Pues, tal vez ya habéis hecho una conexión a otro versículo, uno que seguramente es de referencia, la maldición que anunció el Señor a la serpiente, en el jardín, justo después de su tentación exitosa del primer hombre y mujer.  Después de hallarlos, escondiendo de Él por miedo, porque entendieron que habían hecho muy mal, el Señor Dios dijo a la mujer: ¿Qué es esto que has hecho? Y la mujer respondió: La serpiente me engañó, y yo comí. Y el Señor Dios dijo a la serpiente:
Por cuanto has hecho esto,
maldita serás más que todos los animales,
y más que todas las bestias del campo;
sobre tu vientre andarás,
y polvo comerás todos los días de tu vida.
   
    Es indudablemente correcto ver una conexión fuerte con Génesis 3 y nuestra lectura de Isaías 65.  ¿Pero, es solamente que el Señor, en medio de su profecía de los nuevos cielos y la nueva tierra, quisiera dar un recordatorio de que la serpiente, que era Satanás, sería castigada, y nada más?  Posiblemente, pero ¿porque insertar esto aquí, en este anuncio alegre del paraíso nuevo, donde la serpiente, el diablo, no vaya a estar presente?     

    A ver.  La maldición de la serpiente a comer polvo es un versículo famoso, pero no es la primera vez que la palabra “polvo” ocurre en Génesis.  Antes, en capítulo 2, ya hemos oído del polvo.  Porque, el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente.  El polvo de la tierra es la masa de que Adán fue construido.  Además, polvo ocurre de nuevo en Génesis 3, en la maldición de Adán por su pecado.  El Señor le dijo: Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás. 

    El polvo de la tierra, originalmente la masa elegida por Dios para crear la vida humana, ahora, después de la introducción destructiva del pecado en la buena creación de Dios, es cambiado a ser la comida de la serpiente y una marca de la muerte para los hombres. 

     Todo eso me da más preguntas sobre por qué Isaías termina su profecía de promesa y celebración con una mención del polvo como alimento de la serpiente.  ¿Por qué en nuestro pasaje de Isaías el Espíritu Santo interrumpe el flujo de felicidad y promesa con este recordatorio de muerte y castigo? 

     Cuando en la Palabra de Dios encontramos algo difícil de entender, es muy servicial recordar que toda la Biblia es una historia sobre Jesucristo, el Hijo de Dios.  Jesús mismo dijo lo mismo varias veces.  Por ejemplo, a los judíos en San Juan capítulo 5: “Examináis las Escrituras porque vosotros pensáis que en ellas tenéis vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí.”  También en San Lucas 24, en la tarde del día de la Resurrección, Jesús dijo a sus discípulos: “Esto es lo que yo os decía cuando todavía estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo que sobre mí está escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.  Entonces les abrió la mente para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: Así está escrito, que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día.” 

    Así, podemos esperar oír de Cristo y su Cruz en todas partes de la Biblia, y esto es lo que tenemos en este versículo de Isaías sobre la serpiente comiendo el polvo.  Sí, nos recuerda de la maldición proclamada a la serpiente en el jardín, pero también, es una profecía de la obra de salvación de Cristo en su Cruz. 

     Porque el Hijo de Dios se hizo el Hijo del Hombre, se convirtió en el Segundo Adán, por su nacimiento de la Virgen María.  El primer Adán fue formado desde el polvo, y por su pecado fue destinado a regresar al polvo en la muerte, y nosotros juntos con él.  Pero, para salvar a él y todos sus descendientes, el Segundo Adán, el Nuevo Adán, el Hijo de Dios, asumió esta misma carne, hecho originalmente del polvo.  Se hizo hombre, para cambiar nuestro destino, un cambio que logró por su propia muerte. 

     Como también profetizó el Señor en el jardín, la serpiente iba a morder, o se podría decir, iba a intentar comer, al Simiente de la mujer, pero esta mordida resultaría en su propia destrucción.  Dijo el Señor a la serpiente:  Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el talón.      
     Por intentar comer el Segundo Adán, Satanás precipitó su propia derrota eterna.   

    Es como muchos antiguos teólogos de la iglesia, desde Gregorio de Nisa, hasta Lutero, explicaron:  El hombre Jesús, colgado en la Cruz, fue como un cebo que la serpiente, el Diablo, no pudo resistir.  Por su odio ciego, Satanás pasó por alto el hecho que este hombre, este nuevo Adán, fue también Dios mismo.  Intentó morderlo, comerlo vivo, y al principio, parecía exitoso, porque Cristo se falleció. 

     Pero este nuevo hombre de polvo fue diferente, fue el Creador, el Autor de Vida, y su muerte fue parte del plan.  En su autosacrificio, todos los pecados y la muerte merecida por Adán y todos sus descendientes son pagados, totalmente borrados.  En este sacrificio, Jesucristo nos rescató, por destruir el poder de Satanás a acusarnos por nuestros pecados.  Porque en Cristo, no queda ninguna deuda.  Por intentar alimentar de este polvo, la carne del Nuevo Adán, la serpiente fue destruido, y nosotros recibimos perdón, y acceso a los nuevos cielos y la nueva tierra, el paraíso de Dios.

    Por lo tanto, esta frase: “y el polvo será el alimento de la serpiente,” es ciertamente una buena noticia.  Cabe perfectamente en este anuncio de puro Evangelio de Isaías 65.  Es cierto, todas las promesas del paraíso son nuestros, porque la serpiente tuvo polvo por su alimento.

    Y ahora, para mantenernos velando por su regreso, Él que ofreció su propio cuerpo para rescatar al mundo caído nos alimenta con comida tan bueno que es difícil describirlo adecuadamente.  Por su Palabra, verdadera comida para el alma, el Espíritu de Cristo nos convence, nos perdona, y nos consuela, recordándonos como, en nuestro bautismo, hemos sido vestidos en la justicia de Cristo.  Y en su Cena, el mismo Jesús nos ofrece su propio cuerpo y sangre, una vez ofrecidos en la Cruz, y ahora glorificados a la diestra del Padre. Con su cuerpo y sangre, Jesús nos limpia de cada mancha.  Esta alimentación divina nos lleva por toda esta vida, hasta la vida eterna. 

    Así somos vírgenes prudentes, bien preparados para saludar al Novio; así somos hijos de la luz, preparados por su retorno, cuando con Jesucristo entraremos en el Paraíso de Dios. 

  Por lo tanto, oremos:  Ven, Señor Jesús, ven, Amén.