Segundo
Domingo en Cuaresma – Reminiscere, A+D 2018, Luchando Con Dios – Génesis
32:22-32 y Mateo 15:21-28
El año
pasado, prediqué sobre los textos de hoy, con un enfoque en Jacob y su lucha
libre con Dios. Hoy vamos a considerar
la lucha de esta mujer, esta madre cananea, que peleaba con Cristo hasta que
consiguió su meta, el rescate de su hija del poder de los demonios, lo cual la
mujer creía que Jesús pudiera dar.
Algunos
recordatorios, antes que entrar en el tema.
En nuestra lectura del Antiguo Testamento, oímos como Jacob recibió un
nombre nuevo de Dios: Israel, que literalmente significa “lucha con Dios.” Había la lucha libre literal de Jacob con el Varón
misterioso, y luego, muchos siglos de lucha para su descendencia, la nación de
Israel. También vemos que esta mujer
cananea tuvo que pelear con Jesús, Dios encarnado. Y, puesto que vosotros sois miembros de la
Nueva Israel, la Iglesia de Cristo, será servicial estudiar a ella y su lucha,
porque vosotros también vais a tener vuestro turno en el cuadrilátero
divino.
La
primera cosa de que nos damos cuenta en esta historia es que el Señor no es
simpático. Dios es bueno, y Él ama al
mundo, y especialmente a sus ovejas, los miembros de su Israel. ¿Pero simpático? A veces, con los seres humildes, como niños,
los enfermos, los paralíticos. Pero si
leemos los Evangelios, vamos a ver que la mayoría de las veces, Jesús no parece
ni actúa en una forma muy simpática.
Esta
realidad no nos da licencia para ser antipáticos, o sin compasión, o sin
hospitalidad. No, no, no. Nosotros cristianos, antes de recibir la
gracia salvadora, merecíamos el castigo eterno de Dios, como todos. Pero en vez de lo que merecíamos, hemos
recibido por la fe un tesoro inimaginable, un tesoro que es para todas las
naciones, para todas las personas, para cada cual que cree en el perdón
gratuito ganado para pecadores por Jesús.
Habiendo recibido la victoria y la vida eterna de Cristo, nuestro
comportamiento debería reflejar este amor recibido, y debería ser mostrado en
nuestro amor y hospitalidad al prójimo.
Jesús,
por el otro lado, durante su ministerio estaba en una situación muy
diferente. Él fue luchando para la
salvación del mundo, y aunque su victoria sobre el Diablo fue inevitable, la
magnitud de la obra salvadora, y nuestra inclinación de resistir y hasta
rechazar la gracia de Dios hicieron que la obra de Jesús era seria, y
difícil. En particular, Él tenía que
convertir a los discípulos en apóstoles.
No fue nada fácil enseñar a este grupo de hombres judíos sobre el plan
de Dios para la salvación de todos, a través de una cruz romana. Sobre todo, los judíos mantenían muchos
prejuicios contra gente de otras razas y naciones, los “goyim” en hebreo, los
gentiles en castellano.
Por
eso, la madre cananea iba a tener que luchar con Dios, no porque Dios no quiso
ayudarla, más bien porque Jesús sabía la fuerza de su fe, y necesitaba
utilizarla para dar una lección fuerte a los discípulos.
De
verdad, todo el capítulo quince del Evangelio según San Mateo es una inversión
de expectativas para los Doce. Ellos se
preocupaban porque los Fariseos quejaban sobre el hecho que Jesús y sus
discípulos, antes de comer, no observaban todos los lavamientos rituales de la
tradición farisaica. Pero,
inesperadamente, a Jesús no le importó nada la opinión de los Fariseos. Él rechazó su falsa autoridad, indicando
fuertemente como los Fariseos mantenían sus propias tradiciones, pero ignoraban
la Palabra de Dios y sus leyes.
Llamándolos
hipócritas y ciegos guías de ciegos, Jesús continuó proclamando sorpresas,
declarando que no es la comida prohibida entrando en el estómago que contamina a
una persona, como pensó los judíos, más bien la contaminación viene de los
malos deseos del corazón y las palabras falsas que salen de la boca. Para una nación que había observado las
reglas dietéticas durante quince siglos, esta fue una enseñanza extraña.
Todo esto
fue la preparación para la lucha de la mujer cananea. Descreditar a los Fariseos fue una sorpresa,
pero tal vez bien recibida por muchos, puesto que los Fariseos eran tiranos
religiosos. ¿Suavizar la ley dietética? Muy bien, quizás no sería nada mal probar el
jamón serrano de las naciones vecinas de los judíos.
Pero
¿aceptar a una mujer cananea como hermana en la fe? Esto tenía que ser un reto mucho más allá, y
por eso, Jesús usó una pelea, un debate intenso con esta mujer de gran fe, para
dar el choque suficiente a los Doce.
No sé si podamos entender la enemistad los
judíos sintieron contra los cananeos.
Eran enemigos antiguos. Por la
gran idolatría de los cananeos, el Señor había instruido a Josué y los
Israelitas a destruirlos cuando entraron en la Tierra Prometida. Los Israelitas no lo hicieron, prefiriendo
pactar y hacer alianzas con los cananeos, y aun participando en sus religiones
paganas. Desde entonces, los cananeos,
entre otros, habían sido enemigos terribles, una plaga para los judíos.
No sé
si podamos entender relaciones tan divisivas, hoy en día. O quizás sí.
Vivimos en una época de tribalismo resurgente: En mi país, tienes que ser o para Hillary, o
para Donald, y no hay tierra media. Hay
aquí en la península catalanes y españoles, y también catalanes independentistas
y catalanes pro España. El mundo
musulmán está dividido entre Suníes y Chiíes.
En Siria hay una guerra civil con cuatro o cinco bandas distintas, cada
grupo listo para apoyar al otro hoy, y atacarlo mañana. Hay el conflicto de casi 70 años entre Corea
del Norte y Corea del Sur. Aun en el
mundo deportivo, los ultras nos enseñan que el tribalismo y la violencia pueden
ser pasatiempos.
Y también
podemos ver nuestra capacidad de dividir y pelear dentro de nuestras
familias. Cualquier abogado o asesor que
ha ayudado a familias en el reparto de una herencia después de una muerte puede
compartir historias tristes de las rivalidades entre hermanos. Ocurre en familias, iglesias, y naciones,
porque cada uno se compone de pecadores egoístas. Dividir y atacar, el tribalismo, es un rasgo
triste de nuestra naturaleza, primero observado en el asesinato de Abel por su
hermano Caín.
Esta
naturaleza, fortalecida por siglos de historia, fue el contexto en que entró
esta mujer, para pedir a Jesús que salve a su hija endemoniada. Su audacia tuvo que haber sido escandalosa,
siendo mujer y cananea, pero sin embargo atreviendo peticionar a un rabino
judío.
Y
parecía al principio que Jesús estuvo de acuerdo con todos los prejuicios
típicos de los judíos. La mujer cananea
acercó a Jesús y clamaba: “¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi
hija es gravemente atormentada por un demonio.”
Pero Jesús no le respondió palabra.
¡Ni una palabra! Como si ella no
existiera. Es lo peor, ¿no? Una palabra de rechazo sería mejor que el
silencio. Y considera un momento lo que
dijo ella: “Señor, Hijo de David, hágame un milagro, no para mí, mas bien para
mi hija.” ¿Puede haber una mejor
petición cristiana? Una confesión de su
fe que Jesús era Dios, el Señor, capaz de hacer milagros, el Creador
misericordioso, a quien le encanta ayudar a los pobres y humildes. Una petición no para sí misma, más bien para otra.
Pero de
Jesús, ni una palabra.
No
importa a la mujer. Su fe es más fuerte
que un momento de silencio. Persigue a
los discípulos: “Por favor, intervenid con el Señor por mí,” como si ella sabía
que ellos fueron la fundación del pueblo nuevo de Dios.
Y que
valientes y poderosos los Doce. Van a
rogar a Jesús, sí, por causa de ella, pero no por su necesidad. Incapaces de rechazar a una sola mujer
cananea, los discípulos imploraron a Jesús: “Despídela, pues da voces tras
nosotros.” Parece que los Doce entendían
el silencio de Cristo como afirmación de sus propios prejuicios, como si Jesús
fue sin misericordia para los gentiles, como ellos. Y su respuesta a ellos parece
confirmarlo: Jesús respondiendo, dijo:
“No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.” Que amistad y bondad del Señor, ¿no?
Bueno,
debemos recordar que Jesús no está mintiendo.
Su papel, su ministerio, no fue a los gentiles, a las naciones. ¡Esta fase de la Misión de Dios pertenecería
a los Apóstoles, los mismos que no querían intervenir para la mujer cananea, ni
tenían el coraje para despedirla por sí mismos!
En este momento los Doce no pueden ver, mucho menos aceptar que sería
por sus bocas que el Evangelio y la Salvación iban a llegar a todo el
mundo. Por el momento, no tienen la fe
requerida para ser útil en la misión de Cristo.
¿Pero
la mujer? Sí, ella tenía fe, más que
suficiente. Rompiendo docenas de tabúes
y prohibiciones culturales, por su confianza en la bondad de Dios revelado en
Jesucristo, ella persiguió su meta:
Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: “¡Señor,
socórreme!” Ella está físicamente
declarando que este hombre es divino, digno de recibir la adoración, y
dispuesto de dar misericordia.
Pero
todavía no. Respondiendo, Jesús dijo:
“No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos.” Y en ese momento, que nos parece tan duro, aun
vergonzoso, la mujer sabe que ha ganado el debate.
Me
explico. La fe acuerda con el juicio de Dios, que todos somos pecadores, más
perrillos que humanos, indignos de ser huéspedes en la mesa del Señor.
Es
verdad. No es nada amable ni feliz. Excepto si conoces y confías en la promesa
del Señor para los perrillos arrepentidos, la promesa revelada en el Hijo de
Dios encarnado.
No
obstante lo que merecemos, en Jesucristo, por la fe en Él y su obra salvadora,
Dios nos ha dado la bienvenida a su mesa.
Porque el Hijo de Hombre no vino para ser servido, sino para servir y
para dar su vida en rescate por todos.
Por todos. No solo los
judíos. Por todos. Especialmente tenemos
que decir que Jesús no vino por los buenos y justos, porque desde Adán y Eva,
no ha sido ni uno bueno y justo.
Ni
uno. Excepto este hombre, a veces
silencioso y aparentemente incompasivo, Jesús de Nazaret, el Hijo de
David. Él sí es bueno y justo y en Él
hay rescate, para todos. Por lo tanto,
con confianza suprema en esta promesa, que ella había escuchado no sé cómo, esta
mujer termina el debate, su lucha con Dios, así: “Sí, Señor; pero aun los perrillos
comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.”
Entonces, otra vez invirtiendo todas las expectativas de la lógica
humana y los prejuicios tribales, Jesús respondió: “Oh mujer, grande es tu fe;
hágase contigo como quieres.” Y su hija fue sanada desde aquella hora.
Esta
mujer sabía que en Jesús ella ya tenía el perdón de pecados y la vida
eterna. Ella sabía y sin duda estaba
enseñando a su hija esta buena noticia.
Rogó con plena confianza por el rescate desde el control de diablo para
su hija, porque creía que esto fue la meta de Dios en Cristo. ¡Que el Espíritu Santo nos de tal fe, y nos
enseñe orar así!
Y Él lo
hará, porque todavía Cristo quiere librar a todos del poder de Satanás, por la
entrega del fruto de su gran lucha. Los
creyentes pueden luchar en oración, pueden mantener la confianza, aun cuando
Dios aparece silencioso, pueden ignorar al desdén del mundo, y pueden amar a
todas las naciones, porque sabemos que Cristo ya ha vencido el poder del
pecado, ha silenciado a las acusaciones de Satanás, y ha ganado la salvación
eterna por todos. Todo esto fue
cumplido, en la lucha cruciforme del Hijo de David.
Y por
eso, hay migajas también para ti, el fruto de la Cruz, en la Palabra, y en la
Santa Cena. Ven sin vergüenza,
confesando tus pecados, y pidiendo con confianza los dones mejores de Dios, en
el Nombre de Jesús, Amén.