Libro de Odio y Amor,
Muerte, y Vida
Siempre hay enlaces entre las
lecturas de un domingo en el calendario litúrgico y el Catecismo de
Lutero. Pero hoy, con los Diez
Mandamientos desde Éxodo 20, el discurso de San Pablo sobre el Bautismo en
Romanos 6, y las enseñanzas de Jesús en Mateo 5 sobre el entendimiento correcto
de la Ley, los vínculos con el Catecismo son más que obvios.
Nuestras lecturas de hoy van
bien con mis actividades recientes. El
fin de semana pasada, hablé por 3 o 4 horas sobre el Catecismo con una familia
peruana que ha sido asistiendo al culto con la congregación Emanuel en
Madrid. Ayer hablaba con Seba y JuanMi,
para probar su entendimiento del Catecismo Menor, para que Antonio y yo podamos
planificar los próximos pasos en su enseñanza.
Es normal que yo esté ocupado con el Catecismo; es una herramienta
básica de un pastor luterano, porque el Catecismo viene de las Escrituras, la
fuente de toda enseñanza en la Iglesia.
El Catecismo tiene su valor en que nos ofrece un resumen fiel de las
doctrinas fundamentales de Cristo.
Me encanta conversar y estudiar
la Palabra de Cristo a través del Catecismo.
Excepto cuando lo odio.
Siempre nuestra relación con el
Catecismo es una de amor y odio. Y no es
simplemente porque a veces los pastores y catequistas no presentan el material
en un modo perfectamente dinámico e interesante, aunque a veces sí, esto puede
ser un problema. Los maestros deberían
hacer su trabajo bien, y los alumnos deberían tener paciencia, y buscar más
allá de lo superficial, recordando que estudiar el Catecismo es algo
importantísimo. Pero, aun cuando la
presentación del Catecismo es fenomenal, pedagógicamente, todavía vayamos a
tener una relación de amor y odio con él.
O mejor, por la gracia de Dios, tendremos una relación de odio, y
entonces amor.
La razón está dentro del texto
de los Diez Mandamientos: Yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito
la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de
los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y
guardan mis mandamientos.
El Señor nos habla de dos
opciones, el camino del aborrecimiento, u odio, y el camino del amor. A nosotros, los días son siempre una mezcla
de odio y amor: Yo odio despertarme por
la mañana, pero siempre me ha gustado mucho ver a mis amigos, sea en el
trabajo, o en el mercado, en el cole, o en la universidad. Por eso salgo de la cama. Odio fregar los platos, pero me encanta comer
una comida buena, así entonces acepto el mal con el bien. Pero Dios no quiere mezclar odio y amor. Él dice, “O me amas, o me odias, y volveré lo
mismo a ti.”
Pues, a Dios amemos, hermanos,
para vivir. Sin problema, ¿no? Excepto que Dios ata el amor a Él con el
cumplimiento de sus mandamientos. Hago misericordia a millares, a los que me
aman y guardan mis mandamientos. Ahora vemos el problema. Puedo concordar en el valor y la justicia de
los mandamientos. En mis mejores
momentos, quiero seguir en su camino recto.
Pero no puedo cumplir los mandamientos, especialmente en el modo que
Jesucristo nos demanda. Porque el Hijo
de Dios, enseñando a las multitudes en Galilea, hace muy clara que su estándar
es uno de cumplimiento por afuera, en las acciones visibles, y por
adentro, en la mente y el corazón.
Oísteis que fue dicho a los antiguos: No
matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo
que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y
cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y
cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego.
Según este estándar, soy asesino,
todos los días. ¿Y vosotros? Cada vez que pensamos mal de nuestro esposo,
de nuestros padres, hermanos, o de un vecino, según la ley, somos culpables de
matar. Si continuamos leyendo en Mateo
5, vamos a ver que Jesús hace lo mismo, subiendo el estándar de la ley, con
todos los mandamientos.
Por ejemplo, el Señor dice: Oísteis
que fue dicho: No cometerás adulterio. 28 Pero
yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con
ella en su corazón…
También fue dicho: Cualquiera que repudie a
su mujer, dele carta de divorcio. 32 Pero
yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación,
hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio…
Oísteis que fue dicho: Amarás a tu
prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.
44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos,
bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por
los que os ultrajan y os persiguen; 45 para que seáis
hijos de vuestro Padre que está en los cielos…
La Palabra de
Cristo es demasiado para nosotros. Por
eso, es normal que, junto con el aprecio por la sabiduría, utilidad y hermosura
del Catecismo, y de toda la Palabra de Dios, también sentimos miedo y malestar
por estudiarlos. La ley, es decir, los
mandamientos, siempre nos acusan, porque siempre fracasamos en cumplirlos. Moisés nos dio una lista de leyes que realmente
no podemos guardar. Jesús las eleva a un
nivel que destruye cualquier esperanza que tuviéramos para ser justos por la
obediencia.
Es natural
que, enfrentando estos requisitos radicales, sentimos mal, y empezamos de odiar
a esta Palabra. Si me vas a matar, ¿cómo
no te odiaré? Yo odio a mi situación
miserable, y temo que mi aborrecimiento podría llegar a ser dirigido al Señor
mismo. Me gustaría vivir, pero por mi
pecado, que recibe poder desde la Ley, estoy destinado a morir.
La Ley de Dios
es imposiblemente exigente. Como dice
Jesús, os digo que hasta que pasen el
cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se
haya cumplido. Entonces, por la ley,
y por nuestra incapacidad de cumplirla, tenemos que morir. No hay otra opción.
Pero ¡ánimo! ya
habéis muerto.
¿O no sabéis que todos los que hemos sido
bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos
sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como
Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros
andemos en vida nueva. Recurrimos
en fe a la obra de Jesucristo, quien murió y resucitó logrando el perdón y
salvación de todo el mundo.
A nadie le gusta la desesperación que nos viene cuando la Ley de Dios
nos está amenazando. ¿Pero sabes que a
Dios tu situación es aún más inaceptable?
Eres su favorito, de todas las criaturas, y el Señor no acepta que seas
perdido.
Nosotros pensamos de cómo podamos evitar la Ley y nuestra culpa. Cristo Jesús no vino para evitar nada, más
bien para cumplir su propia Ley y tragar nuestra culpa en su propio cuerpo. Nuestro viejo hombre, es decir nuestra naturaleza
pecaminosa, que nos hace incapaces de cumplir la ley, fue crucificado juntamente con Jesús. Él no estaba colgando en
el madero cruel para sí mismo, porque nunca pecó. No tenía ningún culpa. Estaba en la Cruz en nuestro lugar, por
nuestra culpa, y para nuestro bien.
Así, el cuerpo del pecado ha
sido destruido, a fin de que no sirvamos
más al pecado. Dios nos ha salvado,
no para vivir en pecado, sino para que vivamos como Cristo, como
cristianos. Y esto podemos hacer no de
nuestra propia fuerza, pero únicamente a través de una conexión íntima a Él, a
Cristo. Porque solamente Cristo murió
para los pecados del todo el mundo. Solo
Cristo ha resucitado para revelar la justicia de Dios, que es su regalo a los
pecadores.
Esto
es una Palabra salvadora, porque el que
ha muerto, ha sido justificado del pecado.
En Cristo, hemos sido declarado inocente, por Dios. Si morimos con Cristo, y ya lo
hemos hecho en nuestro Bautismo, creemos
que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de
los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él, ni de nosotros.
Porque, como es para Cristo, también es para los suyos. Porque en cuanto Jesús murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para
Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos
para Dios en Cristo Jesús, Señor
nuestro.
La meta de la fe es Cristo, es decir, la vida cristiana en este mundo
caído no es el último, sino el penúltimo.
Los cristianos, porque somos vinculados al Crucificado, llevamos varias
cruces en esta vida, por la buena voluntad de Dios. Y la primera cruz de cada creedor bautizado
es nuestro propio pecado, que todavía agarre a nosotros. Cuanto más cerca a Cristo estamos, lo más
sentimos nuestro pecado. Porque ahora,
en Cristo, tenemos un amor verdadero, aunque todavía imperfecto en nosotros, un
amor para nuestros prójimos, y también para los mandamientos de Dios, que son
justos y buenos.
Entonces, esta es la forma de la vida nueva: un recorrido diario al bautismo, hecho por la
Confesión y Absolución, que es la práctica del Bautismo, el ahogado diario del
hombre viejo, para que el hombre nuevo, la nueva persona cristiana, pueda salir
y resucitar, para vivir ante Dios en la justicia de Cristo Jesús.
Viviendo en
arrepentimiento, a la misma vez nos regocijamos, porque la Ley ya ha sido
cumplido, en Cristo Jesús, en su vida perfecta de amor a Dios y a sus prójimos,
y en su muerte expiatoria, en nuestro lugar.
Consumado es, dijo Jesús desde la Cruz.
Es decir, la Ley de Dios es cumplido perfectamente, en Cristo, Dios
hecho hombre. Ahora, el Amor y la Vida de
Dios son nuestros, revelados en su gloriosa resurrección.
Viviendo en
Cristo, todo es diferente. La vida
cristiana es la vida de amor, la vida sin temor. Es solo posible cuando practicamos el
Bautismo, pero en este, es garantizada.
Como bien sabemos, si decimos que
no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en
nosotros. Pero, si confesamos nuestros
pecados, Dios es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de
toda maldad. 1 Juan. 1:8-9
Siempre dentro
de nosotros existe la tendencia de evitar la Palabra, en la Biblia, y en el
Catecismo. Porque sí, siempre la Ley nos
acusa. No es cómodo de ninguna
manera. El mundo, evitando cualquier
cosa desagradable, y también sirviendo las metas de Satanás, siempre nos dice
que la Biblia está equivocada. El mundo
nos dice que, por si acaso hay un Dios, seguramente no sea tan exigente.
Pero ya
sabemos esta prédica es mentira, porque en Cristo vemos que la Ley de Dios es
bueno y nos sirve. Además, sabemos que
siempre vale la pena de oír y estudiar y orar y meditar sobre la Palabra,
porque, junto con la Ley que nos acusa, presente en la Palabra está Cristo
mismo, listo para rescatarnos, una y otra vez.
¿Necesitas más
fuerza para la vida cristiana? Jesús ya lo
sabe. Por esta causa, nos dio la Santa Cena
también. O mejor decir, por esta causa Cristo
nos da la Cena, hoy, la Cena en que
Él es anfitrión, y también en que nos ofrece su propio cuerpo y sangre, para
perdonarnos y darnos fuerza, hasta que nos otorgue liberación, paz y salud perfectas. Esto es la meta que ya podemos ver en Cristo,
crucificado, resucitado y ascendido a los cielos: Liberación final y perfecta del pecado y la culpa
y el odio; la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento; y la salud
perfecta y eterna, viviendo en su santa y amorosa presencia, por los siglos de
los siglos, Amén.